EL LIBRO QUE MATA A LA MUERTE
O LIBRO DE LOS JINAS
Don Mario Roso de Luna
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INDICE
"Et l'insensé déja croyait, comme aujourd'hui que
I'âme commençit et finissait en lui"
LAMARTINE. La Chûte d'un Âge.
Homo divina est stirpis origo.
PITÁGORAS. Versos áureos.
Non
est umbra tenebrae, sed vet tenebrarum vestigium in lumine, vel luminie
vestigium in tenebris.
GIORDANO BRUNO.
La
génesis de esta obra, cuya segunda edición damos hoy al público, es por demás
curiosa.
Al
leer por primera vez el célebre libro Old
diary leaves ("Hojas de un viejo diario"), del
presidente-fundador de la Sociedad Teosófica, Henry Steel Olcott, nos hubieron
de causar la más viva impresión determinados pasajes relativos a la residencia
de éste y de H. P. Blavatsky en la India. Eran estos pasajes, en efecto, algo
de tal naturaleza, que ningún lector sensato puede dejarlos pasar sin serio estudio
o sin solemne protesta.
Uno
de los indicados pasajes se refería a cierta quinta en la costa de las
inmediaciones de Bombay, adonde la recién llegada H. P. B.[1] hubo de llevar en carruaje
a uno de sus nuevos amigos. En la quinta, que era muy hermosa y llena de
rosales floridos, salió a recibir a H. P. B. un venerable hindú del tipo de los
que los teósofos llamamos Mahatmas o Maestros, mientras que ésta ordenaba a su
acompañante que "por nada ni por nadie se moviese del carruaje si estimaba
en algo su vida". H. P. B. penetró en la quinta con el hindú, y a la
salida recogió de manos de él un espléndido ramillete de rosas con encargo de
que le fuesen regaladas al coronel Olcott. De regreso ya en casa de los
viajeros, hubo de entablarse entre los de la tertulia de H. P. B. viva
discusión, pues todos afirmaban, como buenos conocedores de Bombay, que por
semejantes sitios no existía quinta alguna y sí un espeso bosque, mientras que
el acompañante juraba con plena seguridad y aplomo que él había visto la quinta
con sus propios ojos y hasta podría conducir otra vez a sus puertas a quien
apostase en contra de él. H. P. B. sonreía, asegurando que él no sería capaz de
semejante hazaña, por lo que perdería la apuesta, como efectivamente sucedió,
por cuanto, después de vagar aquél largas horas por el bosque con los de la
apuesta, y creyendo siempre llegar a la orilla del mar, se veían él y los que
con él iban, fatalmente llevados al lado contrario... H. P. B. aseguró después
que la tal quinta era un punto de cita o lugar de reunión de algunos Maestros,
y que su acceso a ella, más aún, su misma visión, estaba protegida contra los
profanos por una "maya" o ilusión de los sentidos, que no les
permitía el llegarse hasta allí, a no ser en compañía de alguien como H. P.
B....
Otro
de los casos de Olcott se refería a cierto pobre maestro de escuela de Benarés,
que recibía con frecuencia de la madre de uno de sus educandos pequeños
obsequios. El profesor, agradecido, quiso un día visitar a los padres de su
alumno, a lo que éste replicó "que no sabía si ello sería posible".
Por fin, de allí a pocos días, el muchacho vino una vez con la noticia de que
sus padres acogerían con gusto al maestro, "siempre que éste jurase
previamente que no revelaría a nadie el camino que conducía hasta su mansión, y
que si luego el visitante faltaba algún día a su juramento, al punto quedaría
ciego". Hizo su promesa el maestro y salió con su discípulo hacia las
afueras de la población. Ya en pleno campo, y cuando aquél temía ser víctima de
una emboscada o de una burla. he aquí que el chiquillo se detiene; exige de
nuevo la ratificación del juramento, y realizada ésta, un simple empujón dado
por el chico a una piedra que por allí había dejó expedita la bajada al mundo
subterráneo o mundo de los jinas, literalmente "el otro mundo", donde
el atónito visitante fue cariñosamente recibido y obsequiado por los padres de
su alumno, quienes vivían, repetimos en un mundo por completo "semejante
al nuestro en casas, calles, templos, etc." Desde entonces, añade Olcott con
toda su clásica serie dad, la fortuna del profesor cambió radicalmente; de
pobre que siempre fuera, resultó rico "por los tesoros de los jinas";
pero infatuado un día quiso revelar a otros el camino de aquel mundo faltando a
sus juramentos, y al llegar con ellos hasta la piedra de marras, ¡quedó
instantáneamente ciego! El tercero de los hechos en cuestión es el de aquel
Hassán Khan, de Benarés, quien, dice Olcott, "poseía el arte de su padre,
que era un gran ocultista y que le había iniciado seriamente con ceremonias
mágicas en la sublime Ciencia, dándole poder sobre siete daimones familiares cual los de Numa y Sócrates, bajo la condición
estricta de llevar una vida moral y temperante. Sus pasiones, sin embargo,
arrastraron a Hassán, y sus siete "astrales criados" se le habían ido
escapando uno tras otro a su dominio..."
El
cuarto de los casos de Olcott es el de la visita que él hiciera con H. P. B. a
las célebres grutas de Karli, donde entre mil rarezas relativas a retiros
solitarios de Maestros en el interior de las criptas del arcaico y venerando
hipogeo, a resortes secretos que hacen girar a ciertas piedras como las del
subterráneo anterior, o el famoso de Aladino el jina, y a otras cosas a este tenor, ve el bravo coronel,
mientras descansa en la explanada de fuera, cómo se le acerca inopinadamente un
raro "shadú" o discípulo de Vishnú conduciendo a una vaca de cinco
"patas" (la quinta pata colgando del morrillo como una fantástica
excrescencia), hombre que, después de hablarle un momento, se esfuma en su
presencia misma como neblina de lago.
Otros
muchos casos semejantes narrados ingenuamente por el coronel aquí y allá de su Diario o "Historia auténtica de la
Sociedad Teosófica" no hicieron sino exacerbar nuestra ya excitada
curiosidad hasta un grado increíble. Ora se trataba de un inopinado visitante
hindú que, en plena redacción de un periódico en Nueva York les enseña a los
redactores un extraño libro, da sus señas, ¡las de una librería de estampas
religiosas!, y luego desaparece, dejándoles a todos asombrados; ora de otro tal
que en el propio salón de la casa de Olcott le hace ver a éste "en un cubo
o recinto del mismo" la más horrenda y variada de las faunas astrales; o,
en fin, se ve el historiador de los primeros tiempos de la Sociedad visitado
dos o tres veces por alguno de aquellos Maestros, quienes hasta le dejan
cortar, para prueba de que no se trataba de ninguna alucinación, un pedazo de
su turbante de muselina, que el coronel conservó en su poder luego muchos años
y enseñó a quien le quiso ver.
Deseando
aquilatar hasta qué punto fuesen tales cosas factibles, hojeamos detenidamente
las magistrales obras de H. P. B., en especial la novelita ocultista titulada Por las grutas y selvas del Indostán, y
allí no sólo vimos ratificados por la maestra aquellos hechos, sino que el número y calidad de ellos aumentó
considerablemente. No es cosa de referir uno por uno semejantes hechos,
bastando a nuestro propósito el recordar los siguientes:
a) El
fuego inextinguible de ciertos iniciados guebros y de otros, mantenido
perpetuamente por sacerdotes extraños que no salen nunca de tales templos y que
mantienen y custodian enormes bibliotecas subterráneas, donde es fama se
conserva íntegro el tesoro bibliográfico de la Humanidad, sin faltar allí
ninguno de los libros en todas las lenguas, libros que, a través de los siglos,
se hayan ocupado de problemas filosófic05 y religiosos. Gentes que hasta
conocen la radiotelefonía.
b) Las
montañas purificadoras de Bhadrinath, en cuyos hipogeos ciertos invisibles
antecesores de los terapeutas del Líbano crean y mantienen un aura salutífera
tal, que a sus termas acuden anualmente millares de peregrinos en demanda de su
curación.
c) Los
takures del Ragistán (India), entre los que no es raro encontrar señores de
juventud eterna, que se dicen descendientes directos del sol
("surya-vansas"), que jamás se mezclan en asuntos mundanos y que
custodian por siglos, en espera de días mejores para los hombres, los inauditos
tesoros de Hind o "de los
jinas", capaces de eclipsar a los mayores de la historia. Dichos takures
surya-vansas parecen poseer tales mantrams
o "palabras mágicas" que con ellas pueden matar instantáneamente
a cuantos tigres y demás alimañas tengan la osadía de acometerlos.
ch) La
fraternidad secreta de los alrededores de las cavernas de Bagh en la India,
"gupta" o región muy interior poco conocida por los europeos, y cuyos
individuos operaron con la narradora y con Olcott prodigios bien extraños que
aquélla refiere en su obra.
d) Los
llamados sanyasis de Siberia y los todas indostánicos de los montes Vindya,
gentes de las que, según la autora, no hay noticias que se casen, ni se mueran,
ni se dediquen a las habituales profesiones de los hombres; gentes que
mantienen secretos vínculos con otras muchas semejantes de diversos puntos de
Asia y aun del mundo, en el que viven, pues, una vida completamente separada de
la de los mortales, como si ellos fuesen ciertamente ya de una raza superior y
libertada de las infinitas miserias físicas, intelectuales y morales que a
nosotros nos aquejan.
e) Las
mil gentes raras, en fin, citadas doquiera por los clásicos griegos y latinos,
tales como las que tanto asombraran a Plinio, Etico, Filostrato, Apolonio de
Tiana, etc., y de las cuales siempre queda a guisa de eco la eterna creencia de
la Humanidad en seres subhumanos, humanos o superhumanos que están a nuestro
lado mismo, pero que sólo en contadas y solemnes ocasiones nos es dable el
tener un fugaz momento de trato con ellos, y eso a costa de grandes riesgos no
pocas veces.
En resumen: todos estos relatos de los dos fundadores de la
Sociedad Teosófica y otros muchos más que por la brevedad omitimos, volvían a
traer ante la crítica serena el eterno problema humano que nosotros, a la
entrada de nuestro libro De gentes
delotro mundo} de aquéllos nacido, condensamos en estas interrogaciones
inquietantes:
¿Qué clase de seres son estas entidades llamadas djins o jinas, afrites, gulas empusas, proteos, etc., que parecen habitar o
frecuentar con preferencia los lugares más apartados del comercio humano y
hasta "vivir sin aire" en las mismas entrañas de la Tierra, seres
poseedores de esa "cuarta dimensión etérea o astral" que a nosotros
nos falta, seres cuyas relaciones con ellos pueden causar nuestra felicidad o
nuestra desdicha?
¿Qué
tesoros son éstos de los que tan repetidamente se nos habla y que tan
seductores naturalmente se nos presentan, y qué losas o piedras misteriosas son
las que solapan, se nos dice, a los ojos de los profanos "las entradas del
otro mundo de los jinas", piedras célebres ya en la historia del mito,
pues que si un pobre maestro de escuela en la Benarés de nuestros días pudo
encontradas antes de hacerse rico, también en el mito universal la encuentran
de igual modo el Aladino de Las mil y una
noches; el Juanillo el Oso de la leyenda española; el Don Lanzarote del
Lago (incidente del sepulcro de Galaz) en la leyenda caballeresca; piedras, en
fin, relacionadas con la "Petra" o .Pétera" de los hierofantes
iniciadores, con la "Piedra bruta" y la "Piedra tallada y
labrada" de la Masonería, con la "Pétera" del Evangelio, con la
"Piedra cúbica" de ciertos tratados de construcción tales como el
español del arquitecto Herrera, con la "Piedra de Jacob", y la
"Piedra del Destino" o Lía-Fail de Westminster y con las numerosas
"Piedras oscilantes" de nuestra prehistoria; piedras que, en unión de
los dólmenes, menhires y demás restos druídicos españoles, empiezan hoya
bendecir -y ellas sabrán por qué- las autoridades eclesiásticas de nuestra
patria.
Lo
sugestivo de estos míticos asuntos nos llevó a estudiarlos más y más hasta
escribir sobre ellos la obra ya citada, y en la que fuimos acumulando
numerosísimos hechos, algunos verdaderamente hermosos, tales como el de
"los jinas andinos", "los tesoros de las huacas de los incas y del
templo del Cuzco", "la raza heroica y vagabunda de los Tuatha de
Danand", judíos errantes de las
leyendas de los bardos, merecedores por sí solos de un extenso tratado, y mil
otros, en fin, acerca de "los jinas de España", que además de formar
un capítulo de la obra desbordaron de ella para servir de base a otro
simultáneo: El tesoro de los lagos de
Somiedo y en el que los Aladinos, los tesoros y las "vacas
astrales" asturianas abundan que es un primor. El libro De gentes del otro mundo tuvo así un
prólogo en El tesoro de los lagos de
Somiedo y un epílogo en el de Wágner,
mitólogo y ocultista, por cuanto a la sombra de ese "Arbol
gigante" constituído por las obras del coloso de Bayreuth, pudimos
desarrollar un extenso trabajo de mitología comparada y en el que salta desde
luego a la vista que en los nibelungos, gibichungos, walkyrias, gigantes,
dioses, héroes, etc., de la trama de los Dramas
musicales wagnerianos están siempre "los jinas, sus tesoros y sus
secretos".
Este
"hilo de oro" literario, que viene a enlazar así cuatro de nuestras
obras principales (la cuarta son los comentarios a Por las grutas y selvas, de H. P. B.), ha continuado de entonces
acá tejiendo su "tela", porque el capítulo final de De gentes del otro mundo dejaba
pendiente un cabo donde empalmar la trama de otro, a saber, el de las
enseñanzas de Pablo, el Apóstol de las gentes y verdadero fundador del
Cristianismo, al hablarnos como ocultista de "las enemigas potestades del
aire", de "la muerte y su mentira", de "el Dios Desconocido
y sin Nombre" (el Hyerostheos) y de otras cosas análogas que en el fondo
no son sino "misterios de los jinas, superhombres y Maestros".
El libro de los jinas, que,
con los nuevos e inagotables datos se imponía, pues, tenía que llevar otro
título además, si había de responder plenamente a su carácter y al fin para el
que se iba a escribir, porque al tomar por base las frases de San Pablo
(Corintios, 1, XIV) de "hay un cuerpo material y un cuerpo espiritual;
cuando esto se sepa, ¿qué será, ¡oh Muerte!, de tu mentira?", había de llamarse
asimismo El libro que mata a la muerte, no
en el sentido físico, ya que todo lo que nace muere y todo lo que muere renace,
sino en el trascendente de matar en nosotros a esa farsa macabra de la Muerte,
que no es sino el Velo de Isis que nos separa de las delicias de la
inmortalidad.
Paso
a paso, cual las hojas de un modestísimo Corán, se fué escribiendo, pues, el
presente libro al tenor de las necesidades mensuales de la revista El Telégrafo Español, a la que se
consagrase, e inútil es decir que se guardó ni podía guardarse en sus tan raros
como complicados asuntos orden alguno cronológico. Si estábamos en "cuarta
dimensión hiperfísica", ¿a qué guardar semejante orden ya que en la
hiperfísica, según el aserto de un Maestro, no existen, a bien decir, pasado,
presente ni futuro?
Además,
una ordenación semejante acaso habría destruido la espontánea homogeneidad con
que aquél se iba desarrollando. A partir, en efecto, del capítulo VIII, que es
el primero que al detalle se ocupa ya de los invisibles jinas, la historia, en sus penumbras más deliciosas, parece seguir
de cerca siempre a tan sugestivos personajes. De pronto tropezamos con un
pasaje del historiador Anquetil Duperron, en el que los reyes persas, en la
cumbre de su poderío, se creen dueños y señores de todo lo descubierto de la
Tierra; pero los magos del reino, para abatir su soberbia haciéndole comprender
al rey Darío que el hombre más encumbrado es nada para aquellos Seres
superiores, le dan noticia cierta de ellos. El rey les intimida con la sumisión
o la guerra; pero la embajada es contestada por los jinas del modo más burlón y
soberbio, como se verá a su tiempo, y cuando los ejércitos del déspota persa
van a conquistarlos... ¡no encuentran ni el sitio siquiera donde los emisarios
anteriores los viesen; no los encuentran, repetimos, ni más ni menos que el
acompañante de H. P. B. por los alrededores de Bombay tampoco pudo hallar la
quinta de los rosales floridos, donde otro "jina" recibiera a la rusa
iniciada, y donde los "profanos" no podían llegar por sí solos!
Y
es lo bueno que la historia o leyenda anterior se reproduce en otro pueblo
harto distante del primitivo de Persia en el tiempo y en el espacio, entre los
fieles aztecas de México, cuyo rey Moctezuma -otro Darío soberbio- también, en
su orgullo, quiere visitar a la "Tierra de sus Antepasados" (de sus
"jinas" o muertos queridos). Los magos del reino, tras grandes
averiguaciones, comunican al emperador que a semejante tierra no se puede
llegar por ninguno de los trillados caminos del mundo pecador, sino por los
inaccesibles del sacrificio. El viaje se realiza, al fin, como habremos de ver
siguiendo al primitivo historiador Padre Durán, y los embajadores arriban a
aquella elísea tierra donde la juventud era eterna y donde los reciben en plenos
vigores los antepasados del viejo soberano, preguntándoles como si tal cosa por
varias generaciones de sus antecesores en el trono y que, naturalmente, habían
desaparecido de este mundo, mientras ellos gozaban de una juventud y una
felicidad perfectas. . .
El
caso mexicano encuentra en nuestras páginas otro caso histórico-legendario no
menos asombroso: el de los Thuatha irlandeses y sus cuatro cosas mágicas que
los hicieran inmortales, viviendo aun hoy como verdaderos jinas en las verdes
colinas de Erin, en espera de un mundo menos corrompido que el actual a quien
ayudar e iniciar en los misterios eternos. Las consiguientes cuevas de
iniciación tampoco faltan aquí, como no faltan entre los mexicanos, entre los
hindúes ni en ningún otro de los pueblos del planeta.
Vienen
luego, lógicamente, los misteriosos "todas" de las Montañas Azules de
la India, relacionados con swamis, gymnósofos y demás Maestros de los que nos
habla la Teosofía; sus análogos los shamanos de Siberia y del país de Kalkas,
cuna del alfabeto calcídico-matemático, zendzárico o jaíno, y, en fin, los
sublimes Tirtankaras o Primitivos Buddhas de la Compasión, jaínos de que nos
hablan con excepcional reverencia los libros sagrados mogoles.
Un
estudio detenido sobre nuestras fuentes primeras acerca del noble pueblo inca
nos hace ver claramente los orígenes solares o jinas de esta maravillosa
civilización precolombina en América del Sur, con una riqueza tal de detalles
ocultistas que el hablar ahora de ellos sería profanar lo que es objeto de los
correspondientes capítulos. Los amautas incásicos son verdaderos bardos de
aquel suelo, transmisores de la eterna Religión-Sabiduría primitiva, que está
por encima de todas las religiones vulgares o exotéricas, tanto como lo está el
sol sobre la luna, y las iniciaciones del Templo del Sol, desconocidas para sus
conquistadores y profanadores, nada tuvieron que envidiar, acaso, a las de
Eleusis o a las del remoto Oriente.
El
pueblo hebreo y su iniciático libro o Biblia
nos da asimismo, a través de los acostumbrados velos sacerdotales, la
sublime silueta de tres jinas históricos: Henoch (Jano o jaíno), Elías y
Elíseo, patriarcas y profetas de la Primitiva Verdad, envueltos en maravillosos
simbolismos, eso sin contar a los más excelsos jinas, los Elohim o Heliojins creadores, verdaderos Pitris
solares y lunares, como los “agnisvatta" y los "barishad" de las
teogonías védicas. Estos "Helios" griegos y "Helios" o
"Caballeros del Cisne" de la leyenda caballeresca dicen harto clara
su procedencia para que vayamos más que a mencionarlos ahora en esta ojeada
general de nuestra presente obra.
Del
judaísmo pasamos al cristianismo y a su célebre jina Juan o Io-agnes, "el Bautista", a las
fraternidades más o menos jinas, a las que él, como su pariente Jesús,
perteneciera; vemos el abolengo claramente buddhista de todos cuantos eran
iniciados en las montañas del Líbano, y vemos también con delicioso
arrobamiento las escenas jinas de la Transfiguración, la Resurrección, la
Ascensión y la Pentecostés con todo ese tesoro ario de los lagos iniciáticos y
de los Misterios que en ellos se celebraran durante edades sin cuento hasta los
días de la decadencia de estos últimos.
En
el Corán, como rama en cierto modo
del gran tronco hebreo, los jinas no podían faltar tampoco y, en efecto, no
sólo no faltan, sino que la obra del Profeta-maestro Mahoma es acaso una de las
fuentes más puras entre las de Occidente, donde pueden aquilatarse detalles
jinas o jainos nada fáciles de encontrar en otros Panteones. Las huríes, el
lago Kanthea, los Harut y Marut, Dhul-Karnein, los durmientes de la Caverna,
las gentes de Iadjudj, etc., no son, no, de este mundo, sino "del otro de
los jinas".
De
"los jinas" en Las mil y una
noches no tenemos por qué hablar, dado que ellos saltan doquiera en el
comentario ocultista que acabamos de dar a luz[2] extractado de esa
primitiva novela atlante-parsi, que es uno de los tesoros más preciados de la
humana literatura, tesoro al nivel de cualquiera otro de los libros religiosos
conocidos. Por su parte, la literatura caballeresca, como literatura jina,
también enlaza la tradición iniciática de aquel libro con las enseñanzas
incomprendidas del Paganismo, fuente de arte oculta de la que jamás se sacará
todo el partido que es posible, y el que lea con esta clave los viejos romances
de los ciclos artúrico y carlovingio sabrá al punto acerca del fondo de los
mitos atlantes que ellos solapan muchísimo más que el más documentado de los
folkloristas, a quienes les ha faltado siempre esta clave ocultista de
interpretación que en vano han buscado en otras fuentes de la Historia y que
guarda la clave además de toda la proto-historia occidental, especialmente de
la española, donde los parsis y güebros de Hispaham,
y después los egipcios u ofitas han ejercido básica influencia que aún perdura,
viniendo a nuestro cielo muchos siglos antes que fenicios, griegos y
cartagineses.
¿A
qué seguir reseñando ya lo que el lector ha de ir encontrando detallado a lo
largo de las páginas del libro? Lo apuntado basta para su justificación y la de
su doble titulo. El jina existe. Le hemos encontrado todos por lo menos una vez
en el áspero e iniciático camino de nuestra vida en forma de "hombres y
cosas raras". que ni hemos vuelto a ver ni hemos acertado luego a
explicarnos; en forma de "solución imprevista", venida de ellos, como
"ángeles custodios" de la Humanidad en general y en particular de
cada uno de nosotros, aunque nosotros, ciegas bestezuelas desconfiadas y
escépticas, lo hayamos echado luego, temiéndonos a nosotros mismos, al revuelto
saco de lo que llamamos "coincidencias", "casualidades",
"alucinaciones" y demás palabrejas de cobardía para no afrontar cara
a cara, como lo hacemos nosotros, desafiando a la crítica, en el presente
libro, donde la poesía tradicional y la verdad histórica van todo lo inextricablemente
enlazadas que ir deben en nuestra vida si hemos de dar a la razón el
vivificante calor de la emoción y el sentimiento, y a estos últimos la guía de
una crítica histórica de mitología comparada como no se ha empleado hasta aquí
por los sabios modernos, temerosos sin duda ellos en sus vanidades de que un
glorioso pasado que se cree perdido y, sin embargo, resucita y vive, muestre
ante sus espantados ojos una ciencia integral que penetra en lo maravilloso y
puede responder gallarda a las tres preguntas del enigma de la Esfinge:
"¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿adónde vamos?", como jamás
llegará a hacerlo su ciencia pobre y positivista, porque puede enseñamos,
documentada con el testimonio de la sabiduría de todos los pueblos y edades, que
hemos descendido de lo Alto, del Seno del Logos inefable, a través de las
infinitas "Casas de devoción" de rutilantes astros y de
"Moradas", como aquella que en sus éxtasis de iluminada consciente e
inconsciente columbrase Teresa de Cepeda...
Mientras
ignoremos tamañas verdades, no seremos sino "animales de dos pies";
cuando lo sepamos y alcancemos a obrar al tenor de tal "Sabiduría",
empezaremos a ser Hombres y luego Héroes, Se midioses y Dioses a través de ese
obscuro y extraño "Mundo de los Jinas", de los que pobre y malamente
se ocupa este libro.
El eterno misterio.- ¿Es nuestro mundo
el único mundo?- El tema de la Justificación de nuestra alma atormentada.-
Existen en el espacio infinito otros hombres, otras mentes y otros mundos.- El
devenir evolutivo.- Las existencias inmateriales y la doctrina de Kant.-
Comunicaciones con Marte, ¿para qué?- La Sodoma bíblica y .nuestros tristes
días.- Los justos modernos.- La onda de Hertz, las religiones, el espiritismo y
el arte, como posibles medios de comunicación con otros mundos.- Una página del
catecismo ocultista.- La "cárcel" de Platón y la "Maya" o
Gran Ilusión hindú.- El "Velo de Isis".- Cosmos o Armonía.- La serie
de los universos, como la de los números, es indefinida.
Con
esa ansia insaciable, cantada por Goethe en su titánica epopeya del Fausto, nos hemos preguntado cien veces,
frente al problema pavoroso de la muerte:
-¿Es nuestro mundo EL ÚNICO MUNDO?
Interrogación gallarda que no es, en
suma, sino el Tema wagneriano de la
justificación con que la Elsa simbólica de nuestra alma atormentada llama
con fuerza a las puertas de lo Desconocido, en demanda del Lohengrin de sublime
Patria y de secreto Nombre que ha de llegar para hacer justicia a nuestras torturas
de rebeldes caídos. Interrogación a la que nuestra conciencia psicológica, Voz
de la Divinidad en nosotros que diría San Pablo, responde siempre, con Lucrecio
(De Rerum Naturae):
-¡NO
PUEDE DUDARSE DE QUE EN EL ESPACIO INFINITO EXISTEN OTROS HOMBRES, OTRAS MENTES
Y OTROS MUNDOS![3]
O
con esta otra frase, compendio de toda nuestra ciencia positiva:
-A la unidad de la Materia en todo el Cosmos- evidenciada
par el análisis espectral - y a la unidad
de la Energía Inteligente que al Cosmos preside - al tenor de la
evidenciada par nuestras cálculos y observaciones-, corresponde necesariamente una Suprema Vida, un universal y eterno
Devenir evolutivo, que jamás agote su armónica policromía vital, ni en los
millones de millones de astros que pululan como meros átomos en el Abismo
cerúleo, ni en el seno fecundo de cada uno de estos astros mismos.
Tan
arraigada se halla, en efecto, esta "idea
innata" que diría Leibnitz, en las mentes de todos los hombres, que
hoy mismo ha sentido el mundo, el escalofrío de la sublime ante el mero anuncio
de haberse creído recibir extrañas señales radiotelegráficas procedentes de
Marte, nuestro planeta vecino.
-¿Comunicación
con Marte? - ¿Para qué? - hemos exclamado, escépticos, en el primer momento.-
¿Para reclamar de nuestros hermanos ultraselenitas algún perfeccionamiento
guerrero que "aún no hemos tenida la dicha de ensayar", destruyendo a
nuestros hermanos de la tierra con esa operatoria mágica de que ya nos habla el
viejo Mahabharata, y can la que se dice que una especie de raya de varias
kilómetros ponía fuera de combate instantáneamente a ejércitos enteros?[4] ¿Para envenenar, acaso, a
las mil veces infelices mardanos con la virulencia de nuestra lucha de clases
llamadas a la cooperación armónica, lucha en la que nos disputamos como fieras
un pedazo de mísero "pan material", de ese pan que no es, según el
Maestro Jesús, el solo y efectivo alimenta del hambre, ya que el Hombre
verdadero que cobija a nuestra bestia física, y que perdura cuando esta última
muere, vive más bien de "la Palabra de Verdad y de Amar", que
únicamente podemos volver a encontrar por un Arte y una Ciencia altruístas? (O
bien queremos comunicarnos con dichos moradores del rojizo planeta para ver de
imponerles un día, por perfidia de violencias o violencia de perfidias, primero
nuestros dogmas religiosomaterialistas encerrados en los lechos de Procusto de
otras tantas creencias que dan endiosamiento y buen vivir a sus doctores, luego
nuestros absurdos cronicones históricos falsificados desde Herodoto hasta Eusebio,
Scio y Petavio y desde la Prehistoria hasta nuestros días? ¿O queremos, en fin,
plantar también allí, en lo físico, lo intelectual y lo espiritual, nuestro
eterno "¡se prohibe el paso!", continuación del clásica "¡non plus ultra!" con el que
la inercia de la ignorancia, la ambición y la hipocresía, trata de encadenarnos
a la roca, como antaño. al viejo Prometeo del mito? . . .
Pero
no. Si la Sodoma bíblica hubiera sido perdonada, si en ella se hubiesen hallado
tan sólo Cinco justos, el mundo actual cuenta con más de cinco y de cinco mil
justos, que hagan perdonables, en todos los órdenes, extravíos hijos de la
ignorancia egoísta, pues que en este mundo lo que realmente ocurre es que una
minaría perversa tiraniza, con las peores artes, a una considerable mayoría de
afligidos, de perseguidos, que tienen hambre de Ideal y sed de Justicia
distributiva: seres que siguen lo más fielmente posible los tres definitivas
preceptos del Derecho romano, cimentadores de todo orden moral no mojigata, a
saber: el honeste vivere (vivir
honradamente), el alterum non leadere (no
dañar a otro) y el suum cuique tribuere (dar
a cada uno lo suyo). Semejantes justos, por su parte, tienen, más que el
derecho, el deber de comunicarse algún día con los demás Hijos Resplandecientes de un Cosmos que, etimológicamente, no es
sino Armonía; es decir, forma
universal de la Justicia de las Esferas, que Pitágoras, como justa que era
también, ¡oía!...
Los
medios para semejante comunicación no aparecen, sin embargo, por parte alguna
hoy. Es cierto que los múltiples tratadistas, antiguos y modernos, citados por
Flammarión en su ya clásica Pluralidad de
los mundos habitados, han intuído y fantaseado prodigiosamente acerca de
seres de otros astros, y aun del espacio mismo interplanetario, y que como
pertenecientes a nuestro "archipiélago solar", tarde o temprano, y en vida o en muerte, habrán de comunicarse con nosotros. Cierto es también
que hoy poseemos un instrumento genuinamente físico, la onda de Hertz, para la
que no existe ya imposibilidad teórica de alcanzar gallarda, mejor aun que su
hermana la lumínica, al menos hasta planetas vecinos, como la Luna, Marte,
Venus o Júpiter. Cierto es, por otro lado, que toda una escuela filosófica
moderna, de vieja raigambre en la entraña de la historia -el Espiritismo-, ha
pretendido más de una vez el darnos, como auténticas, comunicaciones con
nuestros muertos queridos, moradores, bien de otros astros del espacio, a bien
de mundos ene-dimensionales, que no
son sino otras tantas posibilidades del Espacio Abstracto Incognoscible que, a
guisa de única y efectiva Divinidad, se halla doquiera, por esencia, presencia
y potencia, después de abstraídas filosóficamente todas las apariencias
sensibles. Cierto, asimismo, que todas las grandes religiones troncales: jainismo,
brahmanismo, parsismo, paganismo, judaísmo, buddhismo, sintoísmo, cristianismo,
mahometismo., han glorificado a sus excelsos fundadores, cama otros tantos
Tirtankaras, Rishis, Zoroastros, Avataras, Manús, Enviados, Hijos de Dios,
Sephirothes, etc., etc., admitiendo, con fe admirable, la posibilidad que el
Justo de todo tiempo, creencia o país tiene que ponerse al habla con ellos, ora
mediante la mística yoga, el éxtasis, la fe íntima y la autoconciencia
trascendente de Schopenhauer, ora remontando uno a uno, con su Amor místico, los infinitos peldaños de
una Escala de Jacob, o Cadena de millones de devas, ángeles, jerarquías
celestes, dioses, semidioses, jinas, héroes, etc., en número tan incalculable
como el de las unidades matemáticas de los diferentes órdenes; ora, en fin, por
la mediación, ya más próxima a nosotros, de los respectivos Lamas, Shamanos,
Maestros, Sumos Sacerdotes o Pontífices; es decir, de efectivos
"constructores de místicos puentes", entre este nuestro valle o mar
de lágrimas y el ultra mare vitae de
la clásica leyenda de Psiquis.
Certísimo
es, por último, que todos los inspirados, los vates, los artistas, han
presentido que sus propias creaciones, reflejos del Cosmos en sí mismos como en
verdaderos microcosmos, provienen dentro de la ley de que de la nada nada puede
hacerse- de una cadena de mundos más altos, mundos de cuyas luces ellos no
pueden proyectar en sus mentes sino sombras,
para llenar luego, como cantara Gabriel y Galán respecto de el Cristo de Velázquez, "de sombras de sombras
sus lienzos". Y estos seres inspiradores, moradores probables de otros
mundos; invisibles seres quizá más bien, que moran a su lado mismo, son
presentidos por la intuición artística, dentro de la unidad trascendente que a
todas las Esencias liga...
-Levanta
tu cabeza, ¡oh Lanú! -dice el Maestro al discípulo en el Catecismo Ocultista oriental, comentado por la incomprendida H. P.
Blavatsky-. ¿Qué ves sobre ti, ardiendo en el obscuro cielo de la medianoche?
-Yo
percibo una Llama, ¡oh Gurudeva!, con innumerables y no separadas centellas,
que en su seno brillan.
-Dices
bien -responde el Guía-; pero mira ahora en torno de ti y dentro de ti mismo.
¿Sientes de algún modo a aquella Luz que en ti arde como cosa distinta de la
que brilla en tus hermanos, los demás seres?
-No;
no veo que ella sea diferente en modo alguno...
-Ni
ella es diferente en verdad -concluye el Maestro-. Prisioneros los hombres en
la kármica esclavitud de la cárcel que se han labrado ellos mismos en vidas
anteriores de caída, dicen: "tu alma", "mi alma"; pero se
engañan, porque su vista espiritual, atrofiada, les mantiene hoy en la
ignorancia o avydhia".
Esta
cárcel es también la de Platón, en su
República, cárcel en la que yacemos
"como los eternos prisioneros que, de espaldas a la Luz, toman por
realidades las sombras que se proyectan. en las paredes de su calabozo".
Esta
cárcel platónica es el genuino concepto de la maya oriental o "mundo de las ilusiones proyectivas", que
diría un geómetra, refiriéndose a los ulteriores problemas de las ene dimensiones del espacio de que vamos
a ocupamos pronto. La maestra H. P. B. -de este modo denominaremos, siguiendo
la tradición, a H. P. Blavatsky- nos ha hablado así de dicha maya o
"proyectiva", ya intuída por Campoamor en su célebre dolora, que empieza:
"En este mundo traidor, nada es verdad ni
mentira"...
"Maya o
Ilusión (de Ilus, nada, cieno, caída)
es, en efecto, un elemento que entra en todos los seres finitos, dado que todas
las cosas que existen poseen tan sólo una realidad relativa y no absoluta,
puesto que la apariencia que el oculto noumeno toma en el respectivo plano de
cada observador depende del correspondiente poder de cognición que posea este
último. Para la vista no educada del salvaje cualquier pintura resulta una
confusión incomprensible de líneas y manchas de color, mientras que allí mismo
descubre la vista ya educada el objeto que el artista trató de representar. La
Existencia Única, absoluta y oculta, o sea la Divinidad, contiene en sí misma
los noumenos de las más altas realidades, o mejor dicho de todas las
realidades. Por eso nada es permanente sino Ella,
y cada existencia no es sino una etapa del ser. De aquí que hasta los más
elevados Dhyanis Chohanes siderales o "Angeles", de otras teogonías,
no sean en cierto grado sino meras sombras de realidades aun más superiores.
Sin embargo, todas las cosas son relativamente reales, puesto que el conocedor
es también una sombra, una reflexión de algo más alto -que él, y, por tanto,
las cosas conocidas son tan reales para él como lo es él para sí propio. Por
efectivas que las cosas nos parezcan antes de pasar y después de haber pasado
por el plano de nuestra objetividad, al manifestarse en este plano, ya no son
sino un relámpago fugaz. En cualquier estado que actúe nuestra conciencia, tanto
nosotros mismos como las cosas pertenecientes a aquel estado, son a la sazón
nuestras únicas realidades; pero a medida que nos vamos elevando en la escala
evolutiva nos damos cuenta de que durante nuestra permanencia en los planos ya
trascendidos, a través de los cuales acabamos de pasar, no hicimos sino tomar
equivocadamente la realidad por su sombra o proyección, y que el progreso del
Yo hacia lo alto no consiste, por tanto, sino en una serie de despertadores
progresivos, con la consiguiente idea en cada uno de ellos de que en ellos
tocamos ya la definitiva realidad. Sin embargo, a bien decir, sólo cuando nos
hayamos sumergido en el Piélago de la Conciencia Absoluta podremos decir que
toda maya cesó".
Por
supuesto que semejante inmersión no equivale, como en Occidente se cree, a la
pérdida de la Conciencia individual o su aniquilamiento, sino al logro de la
Plena Conciencia universal en la conciencia progresiva nuestra. La madre, al
idolatrar a su hijo, no pierde su conciencia, sino que la amplifica, fundiéndose,
por decirlo así, con el hijo mismo.
Pero
se nos dirá: ¿Pueden otros seres del espacio actuar sobre nosotros sin ser
vistos?
Esta
pregunta nos la hicimos antaño al escribir nuestro libro De gentes del otro mundo. libro que no es sino el prólogo del que
ahora sometemos al público, y que se encaminó a sugerir, con demostraciones en
cierto modo históricas, la existencia de una superhumanidad, una humanidad
planetaria o solar, no meramente terrestre como la nuestra, y que
independientemente de que sea ella análoga o distinta de la de los demás
astros, vive a nuestro lado mismo, sin que de ordinario podamos percibirla
merced al simbólico pero efectivo Velo de
Isis que nos la oculta, aunque dicho velo se rasgue con bastante más
frecuencia de lo que se cree, ora fisiológicamente por el esfuerzo combinado de
una ciencia altruísta y una virtud sincera, ora patológicamente por otros
tristes procedimientos de mala magia, algunos de ellos tenidos por modernos.
Hoy, ampliando las ideas esbozadas en dicho libro, queremos dar un paso más,
inquiriendo cuanto sobre semejante particular puede inferirse del estudio
sereno y teosófico de nuestro mundo mismo, en el que entramos por la puerta del
nacimiento, del que por la puerta de la muerte salimos.
Para
ello la misma ciencia de la Matemática nos brinda hermosos precedentes. Por un
lado, en el concepto abstracto de unidad y de número; por otro en el del
espacio geométrico.
Vemos,
en efecto, que de todo cuanto nos rodea, testimoniado por los sentidos, puede
hacerse filosóficamente una unidad abstracta; pero ¿es que la serie de unidades
abstractas no resulta siempre indefinida? Hasta las lenguas clásicas nos
permiten apreciar esta verdad notoria. Todo lo que vemos forma nuestra Unidad, nuestro Universo; pero este
Universo, este "Uno Invertido", que no es sino la proyectiva de lo
Incognoscible, al tenor de la estricta etimología latina, no es en sí mismo
absolutamente armónico, puesto que es progresivo y de lucha evolutiva. Para ser
él un verdadero Cosmos, una verdadera
Armonía, precisa integrarse
adecuadamente con otros Universos, al
tenor de la constante enseñanza oriental de que todo universo actual supone
otro anterior del que ha derivado por evolución, y es, a su vez, el precedente
necesario, dentro de la eterna e inefable armonía del Cosmos, de otro Universo
futuro.
Acaso
ganaríamos mucho, pues, en filosofía conservando la palabra latina de Universo
para designar esa unidad absoluta de lo que vemos o podemos ver con nuestros
sentidos (astros, hombres y cosas), reservando tanto para lo que no vemos
cuanto para la serie indefinida de los sucesivos universos pasado, presente y
futuro la palabra griega y abstracta de Cosmos, equivalente a la de Suprema
Armonía Evolutiva.
Al
así hacerlo nos conformaríamos más y más con
la enseñanza matemática de que la serie de los universos y la de los seres,
como la de los números, es indefinida. Indefinida en el tiempo e indefinida
también en el Espacio absoluto.
La
concepción archicientífica de días y noches, edades y vidas de Brahmâ que al Oriente debemos, no
significaría en el fondo otra cosa.
El
concepto geométrico de Espacio, por su parte, nos enseña que nuestro mismo
Universo puede concebirse, bien desde el punto de vista euclidiano de las tres
conocidas dimensiones y de los seres que con ellas cuentan, bien bajo el
aspecto de sucesivos hiperespacios, cada uno con sus adecuados seres,
hiperespacios de los cuales sean meras concepciones proyectivas el volumen, la
superficie, la línea y el punto.
Pero
no vamos a estudiar aquí el dificilísimo problema de las llamadas ene dimensiones del espacio, ni menos el
de saber si existen realmente dichas dimensiones,
o son más bien, como dice la maestra H. P. B., meras maneras de apreciar la
Realidad sin dimensiones que nos cerca y que se nos va revelando más y más,
como otras tantas dimensiones nuevas,
a medida que por evolución vamos adquiriendo más y má_ facultades y sentidos.
Aunque ello sea parte integrante por esto mismo de aquel nuestro posible otro mundo, nuestro ánimo al recordar
estos problemas no es el de analizarlos ahora, sino el de citarlos como un
valioso precedente analógico[5]. En efecto, como dice P.
Barbarín en su Geografía No-Euclideana, toda
la vieja Geometría está apoyada en la hipótesis indemostrable de que por un
punto en un plano se puede trazar una paralela a una recta, y solamente una;
pero aun desde los mismos tiempos del gran geómetra griego, no sólo se tuvo
como indemostrable el célebre postulado, sino que los matemáticos alejandrinos
se preocuparon, siglos antes que nuestros Bolai, Riemann y Lobatschewsky, de la
falsedad de dicho postulado, desde que estudiaron lo que luego se llamó
"la imposible cuadratura del
círculo". De la misma manera, pues, que estos y otros matemáticos se
rebe
laron
contra el postulado de Euclides, no obstante su realidad práctica
incontrovertible, vamos ahora a rebelarnos nosotros contra ese otro postulado
del eterno positivismo, que jamás podrá demostramos, y permítasenos el tropo,
que "por un punto cualquiera de
nuestra mente se puede trazar una paralela
real, a la realidad visible y solamente una". En otros términos, que
sólo es verdad lo que se ve, oye, huele, gusta o toca, o lo que la mente
deducir puede del testimonio de los sentidos con arreglo al falsísimo criterio
escolástico aquel de nihil est in intelectum
quod prius non fuerit in sensu. Más claro aún: que no hay más mundo que
este nuestro "miserable mundo", Para ponemos a la debida altura en
esta hiperfilosofía necesitaríamos
realizar una revisión total de todo cuanto conocemos, preguntándonos, cual los
geómetras que fundaron la hipergeometría, qué sucedería si supusiésemos falso
el aforismo positivista que parecía reinar soberano y sin rivales a mediados
del pasado siglo, de que no hay más mundo
que este mundo perceptible para nuestros sentidos y aparatos científicos.
Por
de contado, vaya nuestra honrada protesta de que jamás la Humanidad, olvidando
su divino origen, como emanación del que ella es Anima-Mundi, ha creído tamaño absurdo positivista, por lo cual
ninguna patente de invención podemos pretender con semejante pregunta. Lo que
hay es que las religiones esotéricas todas han hablado de otro u otros mundos post-mortem y de otros seres infra y
suprahumanos e invisibles, envolviéndolos en la capa del Misterio; pero
nosotros no debemos olvidar que la etimología de "la palabra misterio es la de secreto, y también la de germen;
es decir, de algo que no debe ser revelado a los profanos, o vulgares, como
no debe ni puede abrir la yema del árbol en la que yacen atesoradas las hojas,
flores y frutos del nuevo año, durante los letales fríos invernales, hasta
tanto que el tibio hálito de la primavera nueva los vitalice.
¿Ha
sonado ya la hora de esta anhelada primavera humana, la hora de que las
secretas posibilidades guardadas en cerrada semilla por las religiones bajo la
férula de una ciega fe, que no permite el análisis de la razón pura, salgan al
exterior robustamente, sin que llegue a helarlas en capullo el aliento de la
impía crítica de esos nuevos "cerdos de Epicuro" o sea de los
pensadores que, negando ulteriores posibilidades, se aferran a la creencia euclideana de que su mundo de experimentación es el único mundo?
Indudablemente
que ha sonado ya tal hora, y de ello será prueba el presente libro. Hoy, en
efecto, pocos profesan con plena sinceridad las religiones positivas, reducidas
a una serie de ceremonias rutinarias, cuyo hondo significado regenerador se ha
perdido. Como si nuestra conciencia no hubiese salido todavía del fondo del
medioevo, sigue aferrada a dogmas que, por el mero hecho de ser dogmas, el
creyente no puede pretender respecto de ellos el menor asomo de explicación;
quedando, por tanto, en un estado de cruel dualismo psicológico al no poder
conciliar tales dogmas con las ciencias positivas, que parecen enseñarle lo
contrario precisamente. Si los sentidos, la observación y la experiencia son
las únicas fuentes serias de todo conocimiento científico, es decir, de todo
conocimiento, mal pueden admitirse unos dogmas basados en el misterio, siempre
inexplicado e inexplicable, y de admitirse tales dogmas, la mente queda en un
estado de indecisión, de duda, que ni el mismo Draper, con sus "Conflictos
entre la Religión y la Ciencia", podrá resolver. ¿Dónde colocar a un Dios
que no se ve con el microscopio ni con el telescopio, y que, según Laplace,
constituye una hipótesis innecesaria para explicar la formación de los mundos?
¿Dónde colocar asimismo el alma humana, que jamás se reveló bajo el escalpelo
del anatómico, ni en la platina del histólogo? ¿Con qué derecho, en fin, se
puede seguir hablando de todas esas cosas relativas a otra vida, a otros seres
angélicos o demoníacos, a premios y castigos de ultratumba, cuando después de
la tumba no hay más ultra que los
gusanos y los ptomainas?
Imaginad por un momento, lectores, ¿qué
digo imaginad?, ved el caso bien ostensible de tantos hombres de ciencia,
astrónomos, médicos, etc" que aún dicen conservar la fe de sus mayores.
¿La conservan, en efecto?,. La conservan, quizá, por el solo hecho de que se
hacen la ilusión de que la conservan, cuando, en realidad, como en la consabida
escena de Rigoleto, tienen la mente
partida por gala en dos, albergando en una mitad de ella los conceptos
positivistas de su ciencia, todo positivas
demostraciones, y reservando la otra, cual vacío santuario, para unas
realidades de su creencia religiosa, que, si se paran a analizar, no son sino
reconocidas ilusiones a los ojos de su propia creencia científica... Con ello
no hay que decir que, incapaces por sí de resolver la terrible antinomía, ni
creen realmente en su fe, ni creen tampoco plenamente en su conciencia, y al
querer vivir dos vidas de tal modo contradictorias, no viven en realidad
ninguna y caen en grosero positivismo.
Y
¿qué sucede con aquellas otras mentalidades, más lógicas y valientes, sin duda,
que, percatadas de tamaña contradicción, tiran por la línea de menor
resistencia y suprimen de un golpe el casillero de toda fe trascendente,
quedándose -este es ya el caso de los más- con la ciencia pura, demostrable y
positiva de toda positividad? Pues
que quedan peor aún, dado que abren a sus pies un verdadero abismo ideológico
entre lo poco que la ciencia sabe y lo infinito que la ciencia anhela, y hasta
necesita, pero que ignora todavía.
Además
de que, al obrar así, se ponen, sin darse cuenta, en terrible contradicción con
la Historia, quien, como Maestra de la vida, que diría Cicerón, nos enseña que
jamás pueblo alguno ha podido vivir sin ideas trascendentes o religiosas,
porque aun en el caso de corromperse éstas, las más absurdas supersticiones las
han sucedido, cual la moneda falsa sigue de cerca a la legítima. Lógico, dentro
de su absurdo, pues, el positivismo del pasado siglo al renegar juntamente de
la Historia, de la Imaginación y de todos los pueblos antecesores, pueblos en
cierto modo salvajes, si se les compara con nuestra asombrosa cultura de los
ferrocarriles, vapores, telégrafos, teléfonos, aeroplanos y radiotelégrafos...
¡Pueblos incultos que echaron los cimientos de esta nuestra ingrata
civilización y que, con ciencias ignoradas aun hoy día, crearon monumentos de
piedra, de legislación y de belleza, muy por encima de los nuestros! ¡Pueblos
salvajes, que jamás llegaron al abismo de injusticia social de nuestro tiempo,
y que tampoco tuvieron una vanidad tan absurda como la nuestra!... [6]
Y
¡cuán caro no hemos pagado semejantes errores Y vanidades de fe religiosa sin
ciencia y de ciencia sin psicología! El mundo entero, en nombre, por cierto, de
una kultur absurda, la cultura
teratológica de una sola de nuestras múltiples facultades. Acaba de desangrarse
en una guerra mayor y peor que todas las anteriores, dejando luego el sedimento
asqueroso de un millar de problemas sociales, que pueden resumirse en uno que
es, no ya el de filosofar cual antaño, como hombres, sino meramente el de
comer, como comen los irracionales; es decir, peor aún, por cuanto las mismas
aves evangélicas y los lirios del campo jamás tuvieron necesidad de preocuparse
de la comida y del vestido... ¡Castigo kármico bien lógico este castigo
nuestro, porque es ley del Destino la de que jamás el hombre racional puede
estar a nivel de los irracionales, sino que ha de subir por cima, con el noble
uso de sus facultades, o ha de caer por bajo, cuando de ellas abusa! y que
estamos ya en muchos puntos tocando al mundo animal es harto evidente para
cuantos tiendan una mirada filosófica por el presente panorama de la
post-guerra. Todos los ideales han ido cayendo. No se cree ya en nada, en
religión como en política.
N
o se espera ya nada, ni nada ya se ama, y un falso misticismo de igorrotes que
todo lo aguardan del azar, de lo sobrenatural, del fenomenismo más dislocado y
degradante, se extiende por doquiera. Nunca han tenido menos solidez que hoy
los vínculos de la familia, de la amistad, de la común ideología. jamás ha sido
tan materialista el mundo como hoy, y, sin embargo, tan gazmoña, frívola y
cobardemente psiquista. Las brujas, echadoras de cartas, hipnotizadores,
sugestionadores, ilusionistas, charlatanes de todo jaez, pululan doquiera, en
público como en secreto, en los tugurios como en los palacios. Se cree en lo
absurdo sólo; en lo increíble, y una racha de locura colectiva, hija de los
apocalípticos terrores de la guerra y de las subsiguientes miserias, recorre de
parte a parte el planeta. Aquí se ensayan revoluciones, allá militarismos Y navalismos, acullá dictaduras, no
habiendo casi dos países que coincidan en la más mínima orientación
supernacional, con vistas, no al vivir egoísta nacional, sino al vivir humano
propiamente dicho.
Ya
hubo de pronosticar todo esto la Maestra H. P. B. al hablar en su Doctrina Secreta de las consecuencias
que fatalmente había de acarrear al mundo occidental la ciencia materialista
del pasado siglo. La más terrible de las guerras, dijo, será necesaria para que
la Humanidad abra los ojos y comprenda que por el positivismo escéptico y
sensualista se camina en derechura al mundo animal, porquela falta de ideales
trascendentes, el endiosamiento de la materia y de la fuerza bruta tiene que
hacer al hombre el enemigo, el lobo del hombre en lugar de su hermano y
cooperador. La muerte sucesiva de todos los ideales filosóficos relacionados
con la nativa divinidad del hombre, con su naturaleza superior y angélica, que
se rige sólo por la ley moral y por ese Dios Interior de nuestra conciencia
psicológica, acarrea de un modo inevitable el desprecio íntimo a la Ley natural
y después a la Ley escrita, que, mejor o peor, trata siempre de ser un reflejo
de aquélla.
Semejante
desprecio a la Ley entroniza el imperio de la fuerza en toda clase de
relaciones sociales, y así hemos visto calificar de "papeles mojados"
los más augustos tratadas entre las naciones, subordinándolo toda al resultado.
ciego del choque brutal de las armas, para, después de él, tener que ir
forzosamente a otros tratados no más respetados en el fuero interno nacional
que todas las anteriores.
Y
a la lucha integral de pueblo a pueblo ha sucedido otra más artera lucha de
clases, en la que la llamada "clase media", que es según H. P. B. la
depositaria de las mayores virtudes por no tener ni los agobias de la clase
popular u obrera ni las sugestiones viciosas de las clases llamadas
"altas" que abundan en riqueza, está a punta de desaparecer,
vilipendiada, agobiada y escarnecida. Finalmente, a la fe sin ciencia de los
tiempos medioevales ha sucedido, una ciencia sin fe, una ciencia impía, no en
el sentida que a la piedad se le suele asignar por los mojigatas, sino la
ciencia del "¡sed crueles; así hablaba Zaratustra!" del impío
Nietzsche, la ciencia que no se preocupa orgullosa de la finalidad misma de
toda ciencia que es la virtud y el bien de las seres humanas, dándose esa misma
ciencia de un moda impersonal y alocada, es decir, sin previas condiciones de
virtud en las que han de recibida y aplicada.
De
harto diferente manera se procedió en la antigüedad en la administración del
tesoro científico, cuya concesión u otorgamiento se hizo siempre de un modo
"iniciático", esto es, previos largos y penosos aprendizajes de
virtud, o sea tras una serie de duras pruebas iniciadoras llamadas a revelar
ante todo el valor moral de los candidatos para asegurarse desde el primer
momento acerca del buen uso que habrían de hacer más tarde de los secretos
científicos que se les confiasen para que dejaran de ser en sus manos armas de
dos filos. El abuso técnico o profesional era así punto menos que imposible, y
los conocimientos que hoy constituyen las múltiples ramas de las llamadas
"carreras" no podrían llegar a ser para sus recipendarios verdaderas
patentes de comercio o de "corso social" como son hoy en manos de
tantos "comerciantes" del ideal del que debieran ser abnegados
sacerdotes. El propósito de lucro desaparecería así de todo conocimiento
científico-profesional, sustituído por el cultivo ideal de la ciencia por la
ciencia misma. Las cabezas de los hombres no podían ser, pues, como hoy son las
de muchos, un campo de tinieblas y de dudas, por cuanto diríase que en uno de
sus hemisferios cerebrales se asienta una fe ciega, supersticiosa y dogmática
que lo cree todo sin pararse a reflexionar acerca de la razón de ello, mientras
que en el otro hemisferio campea una ciencia de "sólo hechos", es
decir, cretina y positivista.
No
recarguemos más la pintura, y formulemos concretamente el dilema terrible en el
que se apoya toda la enseñanza teosófica; es a saber: que la Religión o no es
nada o es una Ciencia, y que la Ciencia por sí sola es estéril si no la
alimenta y protege un alto sentimiento trascendente, nacido de la consideración
de que hay algo por encima de nuestros pobres conocimientos y de nuestro mísero
mundo.
Pero
¿qué es este algo? Algo que, al no ser de este mundo. sensible, de las tres dimensiones, es de otro
mundo superior, que no podemos, en nuestra estado actual de evolución, ni ver,
ni oír, ni tocar; mundo de causas que sólo podemos apreciar merced a esa
proyectiva de efectos que constituyen precisamente nuestro mundo.
¿Hay
nada más lógico, por otro lado, que la existencia de hecho de una proyectiva real,
en estricta correspondencia con la antedicha proyectiva matemática de
punto, línea, superficie, volumen e hipervolumen? No en vana se ha dicho por la
escuela pitagórica que el Verbo geometriza, y que para entrar en el Misterio
del Templo es preciso conocer la Geometría, no la Geometría actual, sino la
Geometría del Símbolo, Metageometría o Metafísica.
Qué
de realidades de vida y movimiento no pueden aperarse, en efecto, a lo largo de
una línea, sin que cambie lo más mínima su proyección, que es el punto. Qué de
figuras sin cuento no pueden trazarse en el campo de una superficie sin que
ellas afecten a la proyección de la superficie entera en la línea, y qué de
creaciones no pueden realizarse en el ámbito de un volumen sin que ellas
alteren a la superficie en que el tal volumen se proyecta por entero...
Un
ser sordo que de la labor del concertista de piano no pudiese apreciar sino el
bajar y subir veloz de las teclas, definiría el concierto musical algo así como
el paso de un viento impetuoso por ellas, haciéndolas hundirse y alzarse por
turno, como se inclinan y yerguen las copas de los árboles bajo el huracán...
Y,
sin embargo., al así definir el tal concierto, no diría más que la pura verdad,
por cuanto a su manera, habría visto,
en efecto, al espíritu impulsador de
las manos del pianista pasando por sobre las teclas, cual el Creador por sobre
las Aguas Genesíacas, que no en vano todas las lenguas clásicas hablan del espíritu, como equivalente a soplo a
viento, nous, anemon, ruach, spiritus, hálito,
céfiro...[7]
Necio
en alto grado sería este ser al pretender por ello apreciar la sublime sonata
por el pianista ejecutada, y de la que sólo habría podido apreciar, en su
triste sordera, el serial o simultáneo, es decir, el geométrico subir y bajar
de las teclas, cosa que, por otro lado, si tenía facultades adecuadas, pudo
apreciar geométricamente también en la cinta perforada de esotros pianos
mecánicos que la inteligencia de otro hombre arrancó de la partitura que el
genio trasladó simbólicamente al pentagrama.
Todos
cuantos hoy suplimos nuestras deficiencias como pianistas con las llamadas Pianolas, hemos podido observar, en
efecto, y por una verdadera transposición de sentidos, que las armonías
musicales de la partitura ejecutada encierran también unas "armonías
visuales" desconocidas, una verdadera y ostensible geometría hasta aquí
inadvertida por todos, aunque intuida por el genio mismo que las creó.
Así,
en la cinta pianolística que nos
permite escuchar un cuarteto de Beethoven, por ejemplo, podemos apreciar con la
vista series, guirnaldas de puntuadas notas descendentes del violoncelo,
correspondiéndose con otras ascendentes del primer violín, mientras que las del
violín segundo y de la viola permanecen centradas y como estacionarias haciendo
de balanza entre aquellas otras; podemos ver los motivos que se inician en uno
de estos cuatro instrumentos ir ascendiendo o descendiendo sucesivamente por
los otros tres, a manera de serpientes que a lo largo de dicha cinta van
desenvolviendo sus anillos; podemos comprobar gráficamente también el choque y
entrecruce de unos motivos con otros en demanda de una síntesis superior que
lograrse suele, cinta adelante, en ulteriores compases de formidables unísonos
en ,los que las notas,' largas o cortas, de los cuatro instrumentos, guardan
entre sí el más perfecto paralelismo geométrico que las dota de un vigor
desconocido y como de triunfo; podemos, en fin, damos perfecta cuenta de que, a
la armonía sonora de las notas que con el respectivo timbre instrumental
constituyen el encanto inefable del cuarteto, la sigue de cerca una
"armonía visual" que sólo ha podido ser evidenciada cuando los perfeccionamientos
mecánicos han logrado hacer factible semejante transposición del sentido
musical, transposición que, dicho sea de paso, es en si una preciosa ventaja de
dichos instrumentos, un título de honor en pro de su adopción moderna en todos
los hogares, centros y salones, como medio insustituíble para la lectura por
profanos de aquellas partituras: algo así como la lectura de la obra teatral
lejos del teatro mismo en que fuera representada[8].
Todo
esto es en la "cinta pianolística" una geometría efectivamente realizada,
pero antes de ella y fuera de ella es una geometría invisible o por realizar y
evidenciar: ¡una verdadera hipergeometria!
Pero,
¿qué es la hipergeometria en si misma y qué relación esencial puede tener con
el supuesto de si existe o no otro mundo?
Semejante
problema, capítulo aparte merece.
Un poco de historia respecto de la
hipergeometría y otro poco acerca de sus relaciones con ]a mecánica celeste y
con las cronologías brahmánicas.- Nuestra injusticia para con el pasado sabio.-
La opinión de un ingeniero español y su obra acerca de estos problemas.- Lo
"Desconocido" y lo "Maravilloso positivo".- La ley de
Causalidad en la Historia.- Dioses, demonios y hombres.- "Las Aves"
de Aristófanes.- La electricidad y la vida.- Curiosos manuscritos chinos.- Las
"Potestades del Aire" y San Pablo.
"Corresponde
al inmortal Euclides, dice la obra antes citada, del P. Barbarín, la gloria de
haber fijado los principios de la geometría usual. De Egipto, según Herodoto,
pasó esta ciencia a Thales, Pitágoras, Platón y sus discípulos. En Alejandría
luego, hacia el año 320 de nuestra era, enseñó Euclides la geometría que él
mismo fundó bajo la protección de Ptolomeo, escuela que más tarde había de
damos a Arquímedes y a Apolonio. El sabio redujo su ciencia a un mínimo
estricto de postulados, nociones
primitivas indemostrables, o axiomas... Aunque tales postulados resultan
ciertos en la práctica, tenía que llegar un. día en que el espíritu de
originalidad y de crítica se preguntase qué ocurriría si tales postulados no
fuesen ciertos, o fuesen reemplazados por otro postulado de mayor amplitud
generalizadora.
"Semejante
idea revolucionadora condujo a varios geómetras a concebir, hacia 1813, otra
geometría, por ellos llamada ora astral, ora
no euclideana, y en la cual se
prescindiese del famoso "postulado de Euclides" que dice: "Si
dos rectas situadas en un plano forman con una tercera recta que les corte dos
ángulos inferiores del mismo lado cuya suma sea menor que dos ángulos rectos,
aquellas rectas se encontrarán por este lado si se las prolonga
suficientemente.. ." El propio Proclo, el primer comentador de Euclides
(412-485), nos dice que aun en las mismas Escuelas de Alejandría y de Atenas el
postulado era objeto de discusiones, añadiendo que no fueron nada felices los
esfuerzos de Posidonius, Geminus y Tolomeus para su demostración. Iguales
preocupaciones asaltaron a los árabes AI-Nazizi y Nasir-Eddin, y a los
renacentistas Commandin, Clavius, Giordano, Vitale, Wallis, etc., quienes,
influidos por el comentario de Prodo, se ocuparon del problema... Saccheri,
Lambert y Taurinus tuvieron la curiosidad de averiguar lo que ocurriría si se
dejase a un lado dicho axioma, y obtuvieron así ciertas proposiciones
características de una geometría más general... Este último, por ejemplo;
construyó su geometría logaritmo-esférica...
"Desde
1792, Gauss abrigaba la esperanza de vencer la quimera. Después de rechazar la
tentativa de Bolyai (1804) para demostrar la existencia de rectas
equidistantes, o sea hacia 1813, cortó de plano la dificultad, concibiendo un
proyecto de geometría no euclídea, aunque
exigiendo en 1824 a sus amigos, tales como Taurinus, la más absoluta reserva
acerca de sus comunicaciones, ante el temor de que no fuesen ellas debidamente
comprendidas.
"
. . . Desde 1815, por su parte, Lobatschewsky se ocupaba también de las
paralelas, y a partir de 1825 sus ideas se orientaron claramente hacia una
geometría basada en la negación de la paralela única, y así escribió en 1830
sus Fundamentos de la Geometría; en
1837 su Geometría imaginaria..., y en
1855 su Pangeometría, con. junto de
conocimientos a los que se ha denominado Geometría
lobatschewsquiana, en honor a la infatigable perseverancia del sabio ruso.
"Pero
vino por aquella época de Lobatschewsky, Juan Bolyai, quien, animado por los
trabajos de su padre Wolfgang, en un apéndice al Tentamen de éste, puso de relieve las proposiciones del mismo
respecto a la ciencia absoluta del
espacio. Bolyai terminó su Appendix
scientiam spatii absolute veram exhibens, construyendo un círculo
equivalente a un cuadrado, y enunciando este inmortal dilema: "0 el axioma
de Euclides es verdadero, o la cuadratura del círculo es posible."
"De
TilIy, en fin, apoyándose en una idea de Cauchy, admite la acción de distancia
como irreductible, y probó que las tres geometrías de Riemann, Eudides y
Lobatschewsky son las tres únicas
posibles, y cada
una de ellas lógicamente admisible, independientemente de las otras dos,"
Y, ahora, va de
cuento.
Con
ocasión del descubrimiento que hice de la última estrella temporaria aparecida
entre la constelación del Águila y la
de la Serpiente[9],
tuve el honor de conocer al célebre aviador, matemático e ingeniero militar don
Emilio Herrera, quien me dejó pasmado con los dos folletos suyos que relacionan
la hipergeometría con la mecánica celeste. Vi, al punto, toda la genialidad del
hombre que tal escribía y calculaba, y mi sorpresa fué mayor al notar que, con
aquéllos, llegaba a conclusiones idénticas a las que, por ellado oriental, había yo llegado al estudiar (pág. 185, tomo
11 de mis Conferencias en América del
Sur) las cronologías brahmánicas, cronologías en las que el ciclo de
precesión equinoccial (25.'920 años) y el del perihelio (108.000) son meros
módulos de las cifras siguientes, tomadas del Calendario Tamil:
AÑOS
Kali-yuga (edad del hierro actual). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 432.000
Duiapara yuga (edad del bronce) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 864.000
Treta-yuga (edad de la plata, o lunar) . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . 1.296.000
Krita-yuga (edad del oro, o solar). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.728.000
Estos cuatro yugas forman el Maha-yuga, con. . . . . . . . . . . . . 4.320.000
71 maha-yugas forman el reinado de un Manú
oNoé,de. . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . 306.720.000
14
Manús son 934 maha-yugas o. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.224.080.000
Añadiendo
6 Sandhis, o reinado de entre-Manús,
dan
cada uno mil veces la precesión equinoccial,
o
sean. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25.920.000
El total de reinos e interregnos es de.
. . . . . . . . . . . . . .. . .
4.320.000.000
O sea un día de Brahmâ, que con la Noche
de
Brahmâ dan. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8.640.000.000
360 de estos días dan un año de Brahmâ, o . . . . . . . . . .
3.110.400.000.000
100 añós semejantes constituyen una edad
de Brahmâ;
esto es, el Mahakalpa de. . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . .311.040.000.000
Cuál
no habrá sido, pues, mi sorpresa al recibir de dicho sabio la carta, que,
literalmente, dice así:
"Mi
admirado y querido amigo: No esperaba que mi pobre y enrevesado trabajo tuviese
la suerte de ser leído por usted con el interés que me demuestra su genial
carta, carta cuyos conceptos entusiastas, hijos de su amabilidad y no de mis
merecimientos, le agradezco profundamente. Desconociendo la literatura
oriental, únicamente me propuse demostrar con este trabajo cómo en los
problemas más fundamentales del Universo, como son los cosmográficos y
cosmogónicos, las deducciones lógicas obtenidas por el cálculo puro concuerdan
con las creaciones de la fantasía, las tradiciones, las religiones y los
resultados de la observación. La lectura de su maravilloso libro me enseña,
además, que las cosmogonías orientales también concuerdan con estas
deducciones, pues que la revolución de cada sol con su sistema planetario
alrededor de un punto de ecuador del espacio y la de este punto alrededor de
otro situado en la línea polar; el período de revolución de nuestro sistema
alrededor del punto ecuatorial, que, según las fórmulas de la hipergeometría y
las constantes conocidas, resulta de unos trescientos millones de años, y la
serie infinita de espacios giratorios de todas dimensiones deslizándose sin
rozamiento cada uno de los demás órdenes superiores, y todos ellos de forma
hiperelipsoidal, coinciden perfectamente con los conceptos orientales de sol.
físico, sol ecuatorial, sol polar y Sol Central, con la duración del reinado de
un Manú o tipo de Humanidad, con la teoria de las esferas cristalinas y demás
que trata usted en sus "Conferencias teosóficas en América del S_r."
Todo ello constituye una nueva prueba de la existencia de una Humanidad
prehistórica, de cultura inmensamente superior a la nuestra, de que hablo en
una de las páginas) de mi articulo.
En
el párrafo final me he referido a las innumerables personas relativamente
ilustradas que ignoran la existencia de la hipergeometria, ciencia exacta,
parte de la matemática, de la que son casos particulares las geometrías del
espacio y plana, y cuyos rigurosos cálculos analíticos permiten deducir, por
ejemplo, que el hipervolumen de la hiperesfera de 20 dimensiones, de un metro
de radio, es igual a π¹º/10! o sea (0,026 m.) . Muchos de estos señores
han oído hablar del hiperespacio y de la cuarta dimensión como de una cosa que
permite realizar actos sobrenaturales (según ellos), como son: la desaparición
o aparición de un cuerpo en nuestro espacio o la salida de un objeto del
interior de una caja herméticamente cerrada; por lo que suponen que la
hipergeometría es cosa de brujeria y debe ser incluida en las ciencias ocultas[10].
Aparte
de ello, estoy conforme con usted: primero, en la existencia del Ocultismo,
puesto que negarlo equivaldría a afirmar el absurdo de la omnisciencia del
hombre; y segundo, que la hipergeometría debe tener gran aplicación al
Ocultismo, como la tiene a la mecánica celeste, a la química, a la física y,
seguramente, a las ciencias biológicas y psíquicas, lo que, según supe,
demostró usted brillantemente en su conferencia del Ateneo, a la que no pude
asistir. por encontrarme ausente de Madrid.
Yo
conozco muy poco o nada de la literatura filosófica oriental, porque mi
profesión me ha obligado a dedicar mi tiempo preferentemente a determinadas
ciencias de aplicación; pero infiera que hay mucho que investigar en ella en
armonía con la ciencia de Occidente.
Se reitera de usted, entusiasta admirador y afectísimo
amigo, q. b. s. m., Emilio.
Herrera."
Los admirables folletos en cuestión, debidos al Sr. Herrera,
nos enseñan, por su parte, cosas hondísimas, respecto a lo que llamar
podríamos, al tenor de la carta dicha, "la moderna espiritualización de
las cielos".
Dicen
ellas así, y perdónenos el lector la extensa de la cita:
"Por
lo poco que hasta ahora se ha podido observar acerca de las movimientos de las
estrellas, sus direcciones y velocidades, la única consecuencia que parece
deducirse acerca de la naturaleza de las fuerzas que las impulsan es que éstas
no son de las llamadas newtonianas y, por tanto, no obedecen a la ley, hasta
hoy sostenida por universal, de la gravitación. Aparte de esta, aun dentro de
nuestro Sistema solar, se han notado en el movimiento de los planetas anomalías
incompatibles con la exactitud de la ley newtoniana de la gravitación, fuerza
cuya naturaleza permanece en el misterio, a pesar de las muchas teorías con que
se ha intentado explicarla, de las cuales ninguna ha podida ser admitida como
satisfactoria.
La
mecánica estelar, probablemente, está también llamada a resolver en definitiva
el pleito entre las geometrías euclidiana y no euclidiana, y a decidir sobre la
tan discutida realidad del espacio de más de tres dimensiones, puesto que en
esta ciencia, donde se estudian los movimientos de los cuerpos en las mayores
extensiones posibles del espacio, es donde principalmente las propiedades de
éste han de ser reveladas, pudiendo entonces decidirse si el espacio ocupado
por nuestro Universo. es recto o euclidiana o curvo, en cuyo caso estará
seguramente comprendido dentro de una extensión de orden superior.
La
excesiva rapidez del movimiento de traslación de algunas estrellas, que ha
llegado a apreciarse hasta de 325 kilómetros por segundo, según observaciones
hechas en el Observatorio de Mouni Wilson
(E.
U.), la que excede con mucho a la velocidad de 40 kilómetros por segundo,
calculada por Newton como límite de lo que puede alcanzar un cuerpo sometido a
la gravitación; el hecho de que la velocidad de las estrellas esté en relación
can su edad; la distribución de sus movimientos en dos corrientes opuestas; la
ausencia de centros atractivos capaces de causar estos movimientos, y otros
fenómenos observados, difícilmente explicables par la ley newtoniana,
demuestran que las estrellas están en cierto modo fuera de la ley de
gravitación.
La
posibilidad de que exista una extensión exterior al espacio que nos rodea no
puede ser negada por otras razones de más fundamento que las que podría
presentar la Humanidad, si careciera del sentido de la vista, para negar la
existencia de la luz. El hombre sólo. puede percibir sensaciones que provengan
del espacio de tres dimensiones que ocupa el éter y, por tanto, le es imposible
imaginar que la extensión puede desarrollarse en otras direcciones distintas de
las que sus sentidas le revelan, pero su inteligencia le demuestra que,
existiendo las extensiones de una, dos y tres dimensiones, y no habiendo
razones que nieguen la existencia de otras de órdenes superiores, es
perfectamente lógico que esas extensiones, naturalmente incomprensibles para
nosotros, existan también, habiéndose llegado a calcular la geometría de ene dimensiones, aunque únicamente
como un alarde de la inteligencia humana que se siente capaz de determinar las
propiedades geométricas de un mundo inaccesible a la imaginación y
reconociéndose que este estudia no puede tener ninguna aplicación práctica,
puesto que el mundo físico a que
pertenecemos se desarrolla totalmente en un espacia de tres dimensiones
independientemente de que haya o no una extensión exterior o hiperespacio, con
el que, si existe, carecemos de todo medio de relación. Esta es la opinión
generalmente admitida por las personas que se han dedicado al estudio de la
hipergeometría.
El
objeto de este estudio es presentar las razones con que creemos se puede
demostrar que el contrario, el mundo físico conocido, está directamente
relacionado con el hiperespacio, hasta el punto de que su existencia sería
imposible si se redujeran a tres las dimensiones de la extensión. Para ello
deduciremos las consecuencias que lógicamente se desprenden de la existencia
del hiperespacio, haciendo notar la conformidad de ellas con los fenómenos
observados en el mundo físico, la mayor parte de los cuales carecen de
explicación satisfactoria si no se supone más de tres dimensiones a la
extensión."
Después
de una hermosa discusión analítica en la hipótesis de tres y de más
dimensiones, el Sr. Herrera termina diciendo:
"1°
La forma del espacio será la de una superficie de doble revolución. 2° Las
acumulaciones y elementos materiales se atraerán aparentemente hasta una cierta
distancia en razón directa de sus masas e inverso del cuadrado de la distancia.
3° Se formará una serie de sistemas compuestos de un núcleo central, alrededor
del cual girarán otras masas que a su vez pueden ser núcleos de otros sistemas secundarios. 4° Además de los anteriores
movimientos, cada masa tendrá otra de traslación, describiendo con velocidad
uniforme una línea geodésica de la hipersuperficie en movimiento absoluta, cuyo
movimiento, con relación a la rotación del espacio en las proximidades de cada
uno de los dos ecuadores, es aproximadamente elíptica, teniendo. por centro el
punto en que su plano corte al ecuador. Aparentemente, cada ecuador ejercería
una acción atractiva que en sus inmediaciones sería directamente proporcional a
la distancia y a la masa. 5° Se formará una acumulación de masas en las
inmediaciones de los dos ecuadores, que irán aumentando a medida que los
choques sean más frecuentes. Las masas muy distantes o la materia muy
enrarecida no obedecen exactamente a la ley atractiva del número 2, pudiendo en
algunos casos no atraerse cuando la distancia o la fuerza centrífuga de sus
movimientos de giro sea suficientemente grande. La distancia a que se anula la
fuerza atractiva es variable, según la dirección en que se considere.
Veamos
ahora cómo estas consecuencias se relacionan con los fenómenos observados en el
Universo: 1° La observación de algunos astrónomos que han encontrado semejanza
de forma entre las constelaciones más remotas y las más cercanas pudiera
constituir una prueba de la curvatura del espacio, siendo en este caso unas y
otras constelaciones imágenes de la misma, cuyos rayos luminosos llegarían a
nuestros ojos siguiendo en ambos sentidos una línea geodésica del espacio
después de haberlo rodeado por completo; sin embargo, la inmensidad de las
dimensiones del espacio hace poco probable que esta semejanza, si se comprobase,
sea debida a la curvatura del espacio. De todos modos, aunque no exista prueba
de la curvatura del espacio, tampoco la hay en contra, con tal de que el radio
sea suficientemente grande. 2° Las leyes de la gravitación universal quedan
explicadas en la segunda consecuencia con sus propiedades peculiares de
propagarse instantáneamente y sin sufrir modificaciones a través de cualquier
materia que se interponga. 3° La tercera consecuencia está de completo acuerdo
con la hipótesis cosmogónica de Laplace, las leyes de Kepler y las teorías
modernas sobre la constitución de la materia por electrones, girando alrededor
de iones. Las vibraciones transversales y normales del espacio etéreo explican
la propagación de la energía luminosa y electromagnética, pudiendo las ondas
normales, o en el sentido de la cuarta dimensión del éter, originar
modificaciones locales en la curvatura del espacio, que darían lugar a los
fenómenos de las atracciones o repulsiones electromagnéticas, 4° Las
velocidades de algunas estrellas, mucho mayores de lo que correspondería si
obedeciesen a la gravitación, sus movimientos en dos corrientes opuestas
situadas en el plano de la Vía Láctea, según las observaciones de Kapteyn, o
según elipses muy alargadas cuyo eje mayor está en este plano, según
observaciones posteriores, sin que haya podido notarse la presencia de ningún
centro atractivo que produzca estos movimientos, quedarían explicados por la
consecuencia cuarta. 5° La siguiente consecuencia concuerda perfectamente con
las dos acumulaciones de materia que se observan en el Universo: una, de
estrellas, en la Vía Láctea, y otra, de materia disgregada que forma el sistema
de nebulosas, que parece independiente del anterior. Teniendo el espacio dos
ecuadores que corresponden a dos movimientos de rotación distintos, de radio y
velocidad angular diferentes, el ecuador que corresponda a la mayor fuerza
centrífuga quedará rodeado de masas en que la atracción aparente y la cohesión
de la materia será mayor, formándose así el conjunto de estrellas que
constituyen la Vía Láctea. En cambio, la materia acumulada en el ecuador de
menor fuerza centrífuga llegará a un grado menor de condensación y permanecerá
en estado de nebulosa, del mismo modo que las masas situadas en regiones
lejanas del primer ecuador. La región de la Vía Láctea más próxima a nuestro
sistema solar aparecerá con el mayor brillo, y lo mismo debe ocurrir con la
diametralmente opuesta, cuyos rayos luminosos deben llegar a nuestra vista
formando un ángulo igual que los de la más próxima, por hacer la curvatura del
espacio el efecto de lente convergente. En cambio, en las regiones
perpendiculares a esta dirección, debe presentar la Vía Láctea un mínimo de
intensidad. Todo esto se observa y se confirma, porque la dirección de las corrientes
estelares mostradas por Kapteyn coincide, próximamente, con la dirección de las
dos regiones más intensas del ecuador galáctico. 6° Por último, la sexta
consecuencia explica en primer lugar la expansión de los gases y los fenómenos
del estado radiante de la materia, que al llegar a un cierto grado de
enrarecimiento y de calor (o sea fuerza viva interatómica) las trayectorias de
los electrones pueden llegar a ser hiperbólicas en lugar de elípticas por
debilitación o anulación de la acción atractiva aparente, debida a la excesiva
separación de los elementos de masa.
Si
una cantidad de materia rarificada está situada en la deformación debida a una
masa y, por lo tanto, dentro de su acción atractiva aparente, las partes más
próximas a esta masa sufrirán una aceleración mayor que las más separadas
dándose lugar a un alargamiento de materia, que se irá pronunciando al irse
acercando al foco de atracción. La cohesión de la materia será mayor en la
parte más próxima, por ser allí menor el radio de curvatura negativo del
espacio, lo que dará lugar a una condensación de la materia o núcleo en esta
parte; en cambio, en dirección transversal a la acción atractiva, el radio de
curvatura es positivo y decreciente hacia la masa atrayente, originando una
rápida disminución de la cohesión en sentido transversal hasta llegar a la
disgregación de los elementos de la materia a una distancia del eje
longitudinal, tanto menor cuanto más próxima esté del extremo anterior o
núcleo; en resumen, la materia enrarecida y atraída por un astro, tomará la
forma que se observa en los cometas. La dirección de la cola marcaría la de la
línea de máxima pendiente de la deformación del espacio etéreo, desviada por la
velocidad de traslación del cometa, cuya dirección nunca coincide con la de dichas
líneas, o sea que los cuerpos no pueden caer en línea recta hacia el centro
atractivo, debido a la acción de la fuerza centrífuga complementaria engendrada
por la rotación del espacio, lo que también se observa en el movimiento de los
astros, sin que las leyes de gravitación, por sí solas, puedan dar la
explicación,
.
. . Si nuestra hipótesis llegara a comprobarse se demostraría que la Humanidad
había incurrido, con relación al espacio, en el mismo error que sufrió con
relación a la Tierra, considerada como plana e inmóvil durante muchos siglos,
del mismo modo que el espacio es considerado también como inmóvil y recto, a
pesar de que, así como la formación y propagación de los ciclones en la
superficie terrestre constituyen una prueba de la rotación de la Tierra, los
movimientos giratorios de los sistemas planetarios y de todos los conjuntos
materiales del Universo parecen demostrar de igual manera su rotación.
Admitida
como cierta esta hipótesis, cabe aún preguntar: ¿qué hay en el hipervolumen
encerrado por el espacio curvo en que estamos? Y del mismo modo, ¿qué otras
cosas constituyen el hiperespacio? La contestación categórica a estas dos
preguntas sería muy atrevida, porque no hay datos en que fundarse; quizá el
espacio curvo que constituye nuestro Universo no sea más que un elemento
material que, con una infinidad de otros análogos, formen un cuerpo de cuatro
dimensiones que a su vez esté situado en un hiperespacio curvo clásico, dentro
de la extensión de quinto orden, y así hasta llegar a la extensión de infinitas
dimensiones que las comprende a todas y en que, según se demuestra por la
hipergeometría, se reproducen las propiedades geométricas de la extensión de
cero y, por tanto, no será más que un punto matemático de otras extensiones de
órdenes superiores, inconcebibles para la inteligencia del hombre,"
Gustosos
seguiríamos transcribiendo, si no lo impidiese su mucha extensión, las
notabilísimas deducciones que nuestro insigne aviador y matemático hace de su
teoría respecto a las oscilaciones que las manifestaciones físicas y químicas
de nuestro sistema deben experimentar al ser nuestro espacio físicoetéreo
giratorio y elástico, cayendo así en las célebres adivinaciones orientales
reproducidas por Platón, relativas a inviernos
y veranos siderales en cada yuga,
o sean períodos en los que el fuego solsticial de éste, decimos nosotros, pudo
destruir por paroxismos volcánicos al tercer contingente terrestre -la Lemuria-
hace unos cinco millones de años, y el mínimo invernal subsiguiente pudo anegar con sus aguas desbordadas a la
Atlántida, todo ello veladamente aludido también en el capítulo LXV, v. 17 de
Isaías, y aun en el Apocalipsis, respecto
a "nuevos cielos y tierras nuevas", como si presintiéramos ya la
unidad filosófico-científica de esos remotos tiempos, en los que la mítica
Torre de Babel de nuestra soberbia ignorancia no hubiese confundido las lenguas, es decir, los pensamientos y
las universales doctrinas primitivas. ..
En
el problema del hiperespacio está la clave probable de todos los fenómenos
llamados espiritistas, telepáticos, hipnóticos, etc., cuantos hechos de la historia tenidos, más o menos, por
efectivos milagros, y que autores tan queridos como Flammarión han tratado de
catalogar, bajo el rótulo de Lo
Desconocido o Lo maravilloso positivo,
como diría nuestro Estanislao Sánchez Calvo. No hay que decir también si
ello puede ser clave, tanto para las pretendidas comunicaciones
interplanetarias, cuanto para explicarnos la dificultad que tenemos hoy de
comunicarnos con los muertos o con seres del otro mundo.
Observando
atentamente la historia de todos los grandes descubrimientos -y cuenta que
pocos serían más importantes como el que nos ocupa-, venimos a comprender que
ellos han sido realizados por vía distinta de la que podríamos llamar religiosa,
artística, espiritista ú estrictamente científica. Siempre la mal llamada casualidad, que no es sino "ley de
causalidad" o juego de leyes que nos son desconocidos, es el alma de los
más revolucionadores descubrimientos, como si los seres superiores, que
invisibles actúan sobre nuestros destinos, "dejándose vencer por el
esfuerzo del genio", otorgasen a su
debido tiempo a la Humanidad, al tenor del juego de las leyes de la
historia, el descubrimiento que precisamente la época necesita, descubrimiento
mucho antes intuído, sin embargo, por genios al estilo del de Lope de Vega,
adivinando la transmisión eléctrica, o el de Séneca presintiendo el hallazgo de
América, etc., etc. Siempre, además, llega el descubrimiento anhelado, después
de vencerse por la Humanidad una resistencia por demás extraña y a la que
conviene consagrar unas líneas.
En
efecto, los griegos sabios tuvieron respecto a semejante misterio de la
comunicación del hombre con seres superiores todo un poema simbólico, el de Las Aves, de Aristófanes; poema en el
que, de mano maestra, se nos traza la historia de la edad de oro -esa edad cuya
reminiscencia se halla como idea innata en todos nosotros, y cuyo recuerdo
consta históricamente en todos los grandes libros religiosos-, edad del keitayuga, en la que los hombres y los
dioses se entendían directamente, sin necesidad de intermediario alguno. Estos
dioses recibían de aquéllos el debido homenaje a su paternal excelsitud, y los
hombres primitivos, en cambio, obtenían para sus mentes infantiles la necesaria
protección, guía y enseñanza, de los dioses jinas
o ángeles, ni más ni menos -¡oh
divina ley de la analogíal- que acontece en particular a cada niño con sus
padre'), hasta que alcanza la edad de valerse por sí mismo.
En
uno como en otro caso, llega al fin, tanto para el niño-hombre, como para la
Humanidad niña, el momento cruel de la separación emancipadora, separación
operada por algo o por alguien, que se interpone en el nativo idilio, cual se
interpone inopinadamente entre el sol y el alpinista la negra nube de tempestad
que amenaza fulminade con su rayo...
Diríase,
en efecto, que siendo la vida, en todas sus manifestaciones, el eterno juego de
esa electricidad trascendente que se
denomina Foat -el fogoso corcel- por
los libros iniciáticos hindúes, ha menester, como en la clásica pila de Volta,
de la interposición de un liquido, de una
realidad destructora o corrosiva, entre
dos metales de distinta capacidad
calorífica, para producir la corriente eléctrica, que es el alma de la vida, y
así entre el cobre de los dioses y el
cinc de los mortales, que inactivos
reposaban en su seno tuitivo, se interpuso, fatídica, la consabida rodaja de paño humedecido con agua
acidulada, quiero decir que, según Aristófanes, se interpusieron negras
Aves crueles entre dioses o padres y hombres: los pajarracos de la Stinfalia;
los terribles cuervos de Remo, de Sigfredo, de Las mil y una noches, las "Aves de mal agüero", "Las
potestades intrusas", etcétera, etc., cortándose desde entonces la antigua
comunicación entre el cielo y la tierra, porque las perversas aves impidieron a los hombres que
dirigiesen oraciones, filiales ruegos, a los dioses, sus padres, exigiendo para
ellas, en cambio, la idolatría de sus almas cándidas y el fruto todo de su
esfuerzo laborioso, que así venía a quedar estéril en definitiva. Al par
también se impidió por las aves a los
dioses e] que siguiesen protegiendo a los hombres como antes, dejándolos a
éstos entregados a sí propios, para que, con su solo esfuerzo redentor y
rebelde a lo Hércules, a lo Sigfredo o a lo Prometeo, reconquistasen algún día
ese mismo "Paraíso perdido" de su infancia, sin aquellas protecciones
de antaño, y que, de continuar, le habrían dejado eternamente irresponsable e
imbécil.
Es
más, todo poema épico, desde el Mahabharata,
el Ramayana o la Ilíada, hasta el
Paraíso Perdido o el Fausto, pasando por los divinos poemas
nórdicos instrumentados por el coloso de Bayreuth[11], no tienen, en puridad,
otro argumento que el de tamaña reconquista, tamaño retorno al seno amante de
nuestros dioses-padres, los del
primitivo y nunca olvidado culto ario -que no murieron, !lino que pasaron a un
mundo mejor- "ora con el triunfo del hombre puro sobre la muerte
misma", ora con el gallardísimo triunfo de ]a mente humana que, subiendo
en el aeroplano de nuestro esfuerzo por encima de los negros nubarrones
amontonados por largas generaciones de perversos sobre nuestras cabezas, llega
a bañarse de nuevo en los efluvios purísimos de ese Sol de Verdad que luciese
antaño en nuestra primera edad de oro infantil, y que volverá a lucir aún más
esplendoroso en esotra nueva edad de oro de nuestro triunfo. . .
La
China, país que tantos valiosos recuerdos conserva de ]a perdida Atlántida,
tiene sobre este particular de las aves,
elementales, demonios tentadores y demás "enemigos del hombre"
que nos ocupan, detalles mucho más gráficos y concretos que los veladamente
expuestos en el poema de Aristófanes. Refiriéndose a ellos, nos dice sabiamente
la Maestra H. P. B.:
"En
el interior de la China queda todavía un puñado de gentes de elevada estatura,
restos de los aborígenes del país pertenecientes a la rama superior, última de
la Cuarta Raza, que alcanzó su más elevada civilización en la Atlántida, cuando
la Raza Aria acababa de aparecer en Asia. Si pudiesen ser correctamente
traducidos los manuscritos más antiguos de esta raza aborigen, escritos en
lengua lolo, se obtendrían testimonios inapreciables; pero éstos son tan raros
como ininteligible su lenguaje. Hasta ahora, dos o tres arqueólogos han podido
procurarse obras tan preciosas. Por ejemplo, en la traducción francesa del Shu-King se lee: "Cuando la raza
antediluviana del Miao-tse se pervirtió por causa de los engaños de Tchy-yen, toda la tierra se llenó de
iniquidad; el Miao-tse, según rezan
nuestros antiguos documentos, se retiró a las cuevas rocosas. Chang-ty, un Rey de la Dinastía Divina,
paseó su mirada por su pueblo, sin hallar ya en él el menor rastro de virtud,
por lo cual ordenó a Tchon y a Ly que cortasen toda comunicación entre el Cielo
y la Tierra, cesando desde entonces las subidas y bajadas entre ambos mundos.
Esto último, en esencia, está representado también en el Libro de Enoch y en la
mística Escala de Jacob. Sin dejar su asiento, un vidente puede comunicarse con
seres de un plano superior al nuestro. Cuando, en efecto, los "vestidos de
piel" de que habla el Génesis al
ser Adán y Eva expulsados del Paraíso se hicieron más densos por el pecado
físico, la relación entre el hombre físico y el Etéreo se interrumpió. El Velo
de la Materia entre los dos planos) se hizo demasiado denso para que ni aun el
mismo Hombre Interno pudiera penetrarle, y aquel vívido foco de luz de los
Misterios del Cielo y de la Tierra, revelados a la Tercera Raza por sus
Maestros Celestes en los días de su infantil pureza, se debilitaron más y más
al caer en las impenetrables tinieblas de las mentes de aquellos caídos.
degenerando en hechicería y luego en crueles religiones esotérica), llenas de
superstición y de idolátrico culto al hombre o al héroe. Solamente un puñado de
hombres primitivos, en quienes la chispa de la Divina Sabiduría ardía
brillantemente, tanto más cuanto que menos se gastaba en iluminar a los que la
prostituían en fines maléficos, permanecieron los custodios electos de los
Misterios revelados a la Humanidad por sus Maestros Divinos. Entre ellos había
quienes permanecieron en su Kaumdrico estado
o estado de pureza desde el principio. La Doctrina Arcaica, igual que la
tradición, afirma que semejantes elegidos fueron el germen de una Jerarquía, que vive desde entonces y vivirá hasta
el último día del mundo.”
Abundando
en las mismas ideas de la Maestra y del propio Aristófanes, Pablo, el iniciado
apóstol de las gentes, alude muy claramente a las famosas Aves, Sílfides o "Potestades del Aire" en estas frases a
los de Epheso (capítulo V, v. 12): "Porque nosotros -los iniciados- no
tenemos que luchar ya contra la sangre y la carne -es decir, contra las
pasiones vulgares -sino contra los
principados y potestades; contra los gobernadores de las tinieblas de este
mundo; contra los espíritus de maldad en los aires." Y esto, más o
menos, se repite en diversos otros pasajes, tales como en la Epístola a los Colosenses (11, 15).
Estos
"espíritus de maldad", interpuestos física, intelectual y moralmente
entre nuestra pequeñez heroica de "dioses caídos que retornar pretenden a
su prístino origen", son los que hay que vencer, antes de comunicarnos, de
un modo u otro, con los seres de los mundos infinitos y el Velo de Isis, el
muro que de ellos nos separa no es otro que el del misterio de la vida y de la muerte, misterio de la cuarta y
ulteriores "dimensiones de nuestro espado", que hay que esclarecer matando a la muerte misma, a tenor del
célebre pasaje, también de San Pablo, que pronto habremos de ver, acerca del
misterio de la muerte, una de las más grandes bellaquerías que han podido
imaginarse nunca para tormento y explotación de la mísera Humanidad doliente.
Dichos
"espíritus de maldad" están sometidos, sin embargo, a la mágica
potestad de cualquier adepto de la buena o de la mala magia, como lo revela
aquella famosa sura XXVII del Corán titulada "Salomón en el valle de las
hormigas", y con cuya paráfrasis terminaremos este abigarrado capítulo. La
sura en cuestión dice así:
"Los
ejércitos de Salomón, compuestos de genios y de hombres, se reunieron ante él,
y los pájaros del cielo también aline2dos por tropas separadas.
Cuando
el glorioso cortejo así formado llegó al valle de las hormigas, una de ellas
exclamó:
-¡Oh,
hermanas hormigas: entrad al instante en vuestros hormigueros por temor de que
seáis aplastadas sin saberlo bajo los pies del ejército innumerable del gran
Salomón!
El
rey sabio sonrió al oír a la hormiga; pasó revista al ejército de los pájaros y
dijo al notar de entre ellos la ausencia de la abubilla:
-¿Dónde
está esa ave rebelde que así deja de comparecer ante mí, su Rey y Señor?
Presurosa,
presentóse de allí a poco el ave y prosternándose ante Salomón, le dijo:
-Te
traigo noticias ciertas acerca de la gran reina de los pueblos sabeos. He
hallado ayer a esa mujer que reina sobre aquellos hombres y posee toda clase de
cosas preciosas, incluso un prodigioso trono. He visto además que ella y su
pueblo adoran al Sol como Dios. Satán, el apedreado, ha engrandecido la obra de
sus manos y embellecido la vista de sus ojos, apartándoles de la verdadera ruta
del Señor.
-Veremos,
abubilla, si has mentido o has dicho la verdad -contestó Salomón, y añadió:
-Vete
de mi parte con esta carta a la reina de Saba, entrégasela y, desde respetuosa
distancia, procura ver cuál será su respuesta.
La
abubilla cumplió con toda fidelidad la orden; la reina cogió la carta y la
enseñó triunfalmente a los magnates del reino diciéndoles:
-He
aquí el contenido de la carta que me escribe el gran Salomón de Israel, sabio y
rey de las aves, de los hombres y de los genios: "En el nombre de Dios
clemente y misericordioso. No os levantéis contrá mí. Venid más bien a mí,
abandonándoos por entero al verdadero y único Dios." Luego la reina les
pidió consejo.
Los magnates respondieron:
-Somos
un pueblo fuerte y temido de todos, pero a ti te toca, ¡oh reina!, el disponer
lo que por mejor colijas.
La
reina, entonces, decidió enviar ricos presentes a Salomón, aguardando los
acontecimientos y las impresiones que los enviados con ellos le trajesen.
Cuando éstos depositaron reverentes los
regalos a los pies de Salomón, éste les dijo solemne:
-¿Es acaso que queréis deslumbrarme con
vuestros tesoros? Pues sabed que los que mi Dios me ha dado superan
infinitamente a todos los tesoros juntos de la Tierra. Volved al punto a
vuestra reina, y decid la que muy en breve iremos a atacar sus Estados con un
ejército cuyo empuje le será imposible resistir y os expulsaremos de vuestro
país humillados y envilecidos. -Luego clamó a los suyos el rey sabio, y les
dijo:
-¡Oh,
mis guerreros! ¿Quién de vosotros me va a traer en el acto a la propia reina de
Saba sentada en su trono excelso, ante., de que a todos los suyos les mueva a
venir y a entregarse a la voluntad omnipotente de Dios?
A
lo que respondió Ifrit, el horrible, el deforme rey de los genios: .-Yo seré,
pues, quien te traiga, si así lo ordenas, Señor, a la reina de Saba antes de
que hayas tenido tiempo de levantarte de tu trono. Soy lo bastante fuerte y
leal, como sabes, para hacerlo.
Otro genio, Sidjill, el que escribe con
su dedo el Libro Eterno de las Vidas, añadió:
-y yo puedo traerte a la reina en su
trono antes siquiera de que hayas pestañeado[12]. -como así lo hizo.
Salomón,
no obstante su poder, quedó asombrado ante tamaño prodigio de ver a la reina de
Saba trasladada así ante su presencia y deslumbrante de riquezas cuanto de
hermosura.
-Haced
que la reina no se dé cuenta de lo que le sucede –les ordenó a los genios, y
preguntó en seguida a ésta para ver si podía ser ella del número de los
elegidos:
-Oh,
reina de Saba, ¿reconocéis en este trono en que estáis sentada al trono
vuestro?
Ella respondió:
-Yo
diría, a fe mía, que es el mismo en efecto.
Con esta contestación tan frívola y tan
lejos del asombro que podía esperarse de la reina ante tamaña maravilla,
comprendieron todos los que con Salomón estaban que la reina seguiría siendo
del número de los infieles, ciegos ante la grandeza de Dios.
Entonces se la hizo entrar en el
palacio de cristal del rey Salomón, y se le dijo:
-Entrad en este palacio.
Pero
la reina, cuando se vió ante el palacio de cristal creyó que era sólo una gran
pieza de agua transparente, e hizo ademán de recogerse el vestido para no mojar
su orla.
-Señor
-exclamó entonces la reina maravillada-; yo he obrado inicuamente hasta aquí
adorando a los ídolos; pero ahora, como Salomón, a la completa voluntad de
Dios, el Señor del Universo. .."
Poincaré
y las deficiencias del método experimental respecto a los problemas del
espacio. - Hasta para la labor científica hay que aunar el sentimiento con el
pensamiento. - Pitágoras, Platón y los filaleteos. - La ley de Analogía y sus
tres bases. - Ejemplos del poder del método analógico en las ciencias. - El
simbolismo y sus claves. - Injusta conducta de los científicos modernos para
con la antigua Sabiduría. - Un caso típico del método analógico en Astronomía.
- La astrobiologia y los cometas. - Los cometas como semillas de mundos. - Los
cometas como símbolo universal de muerte y de vida. - La Humanidad y el hombre como
eternos cometas o "peregrinos".
El
lector conspicuo habrá visto diseñarse en los capítulos anteriores una porción
de posibilidades geométricas, religiosas, artísticas e históricas, para cuyo
estudio es perfectamente pobre e inadmisible el llamado método positivista, tan
en boga en el pasado siglo. En efecto; como dice el matemático Poincaré en la
página 109 de su obra La science et l'
hypothése, "ninguna de
nuestras más altas experiencias hacen relación al espacio ni a sus innúmeros
problemas, sino meramente a nuestro cuerpo y a las relaciones de éste con los
objetos que nos rodean, siendo ellas, por tanto, excesivamente groseras."
Por
eso ningún verdadero filósofo puede contentarse, ni se ha contentado nunca, con
el llamado método experimental, lecho de Procusto, en el que se han visto
crucificados siempre las más gallardas inventivas y los más intuitivos hombres
de ciencia. Así, el matemático inglés Hinton, en su clásica obra The fourth dimension, después de señalar
las diferencias que existen entre el hombre inculto y el verdaderamente
civilizado en punto a los problemas de la experimentación y la
superexperimentación o intuición, reconoce que "puede ser alcanzada
aquella vida superior, de la que casi carecemos de experiencias, aplicando
hábilmente nuestras facultades religiosas o trascendentes en un esfuerzo
heroico hacia el Ideal, es decir, empleando, no sólo el mero pensamiento, como
hasta aquí, sino el sentimiento aunado
con el pensamiento. Ello supone, desde luego, el hacer cuanto nos sea dable
por apoderamos de ese algo superior y
desconocido que nos cerca, mediante un constante esfuerzo encaminado hacia la
realización de concepciones adecuadas a un ideal de vida por encima de cuanto
hoy nos es dable realizar mediante nuestros sentidos y aparatos, es decir, el
familiarizamos con los movimientos propios y peculiares de semejante mundo, si
no visto, al menos eternamente presentido".
Los
filósofos griegos, por eso, siguiendo la tradicional enseñanza de Pitágoras y
Platón, en lugar de enamorarse infantilmente de una experimentación más o menos
pobre y peligrosa siempre, estudiaron esa Ciencia de ciencias que se llama El Simbolismo, considerando que todo
símbolo es una idea corpórea en la que yace, inefablemente combinado, lo
visible y terreno con lo Divino Invisible, razón por la cual "el mundo de
las verdades eternas, antes de responder a la interrogación práctica de la
Naturaleza, debe ser descubierto por la propia Geometría". Semejantes
sabios eran los llamados filaleteos, guardadores secretos de las enseñanzas
orales de aquellos dos maestros, enseñanzas que jamás se confiaron a la
escritura, para que no las profanasen con su maldad los poloi, o sea el ignaro vulgo.
No
sólo resulta inaplicable a estas cosas el llamado método positivista, sino que
hasta nuestra Lógica tradicional se declara respecto de él en la más franca de
las quiebras, pues que ella nos resulta casi un engaño al haber tantas lógicas como escuelas filosóficas,
políticas, etc., máxime cuando no hay lógica capaz de explicar todo lo ilógico
de nuestras continuas locuras, moviéndonos forzosamente a recurrir a la Analógica, o Ley de Analogía, que es la que realmente explica al mundo, sin
recurrir a postulado alguno como los de Euclides, Eulero o Kepler, en que se
apoya toda nuestra ciencia de la Geometría y de la Mecánica, o como los
modernos, y no menos convencionales de la flamante "teoría de la
relatividad", o de Einstein, que tanto ruido está haciendo en nuestros
días.
La
base de la Analógica es, en efecto,
triple. Por un lado se cifra en la célebre Clave
de Hermes Trimegisto, que dice: "Lo que está arriba es como lo que
está abajo, para obrar los misterios de la cósmica Armonía, o sea de la
manifestación de lo Uno en lo múltiple" (Theos-Kaos-Kosmos). Apóyase por otro lado en el axioma enedimensional cabalista, que reza:
"Si quieres ver en lo invisible, abre bien tus ojos a su proyectiva en lo
visible", y por otro, en fin, en la ley fundamental de la Numeración, o
del Árbol simbólico de todas las
teogonías (Árbol de Igdrasil, Norso, de la Vida, de Bodhi, Ruminal, de las
Hespérides, etc., que recibe un nombre en cada Teogonía). Dicha ley se formula
así: "La realidad manifestada, de cualquier orden que fuere. no es sino
una mera unidad integradora de un orden superior, y así, hasta lo infinito, ni
más ni menos que acontece con la Numeración, la cual no reconoce en sí ningún
límite efectivo".
Al
tenor de esta Ley de Analogía es,
como hemos inventado, por ejemplo, los logaritmos vulgares, base de toda
nuestra Matemática, cifrados ellos, a su vez, en el analogismo de dos series,
geométrica una y de razón 10, o una
decena, y aritmética la otra, con su razón uno, partiendo, por supuesto, cual en el caso de las figuras del
capítulo anterior, relativas al cambio de dimensiones, del sacrosanto jeroglífico
de 10 o Isis, que, como tal simbolismo, es una clave aritmética (la del 10); una clave geométrica (la del número π o razón de la circunferencia al
diámetro Ф; una clave filosófica o
moral (la de la suprema rectitud y la
suprema torcedura); una clave metafísica (la de la Nada-Todo, o Cero, de donde todo emana y adonde todo
vuelve en eterno ciclo, y la del Uno-único o Logos Manifestado); una clave histórica (la del propio número pi, que
es eterna radical del nombre de la paternidad, o pitris, en las lenguas sabias) ; una clave astronómica (con las órbitas y sus líneas solsticiales, de áspides,
etc.) , y una clave, en fin, sexual (o del lingham
y el yoni; lo masculino y lo
femenino en todo el Cosmos) [13].
La
misma ciencia positiva, sin darse cuenta de ello y superándose a sí propia,
viene hace tiempo aplicando dicha Ley de
Analogía arrancando con ella
portentosos secretos al Misterio. Sirvan de ejemplo, entre mil más que pudieran
enumerarse, el descubrimiento de Neptuno y el de la estrella compañera de
Sirio, realizados entrambos por el nuevo cálculo analógico y sin previa observación directa del respectivo
astro; el descubrimiento químico del eka-aluminio
y el eka-boro (luego galio y escandio) por meras consideraciones de analogías mendeleevianas que
permitieron predecir sus pesos atómicos, densidades y demás propiedades
químicas y físicas, antes de tener positivamente
en las manos los correspondientes cuerpos; o, en fin, las portentosas
series de alcoholes,. deducidas por Dumas V Berthellot, de meras
consideraciones teóricoanalógicas, alcoholes que Juego le fueron encontrando -y
no todos- en la Naturaleza, con 'la observación y la experiencia.
Porque
el secreto fundamental de la Ciencia entera no es sino el del Método simbólico, analógico, oriental,
teosófico, o como desde hoy debemos llamarle, y que tiene dos momentos:
uno, el previo del buen conocimiento. de un ciclo
o fenómeno cualquiera por métodos anteriores; otro, el de la inmediata
aplicación a él de la ley de analogía. ¿Quién, que medite con detenimiento
acerca del juego, por ejemplo, de los máximos y mínimos en la Naturaleza, y le
aplique metódicamente a las diversas horas del día, días del año, etc., no
acaba de adquirir ipso facto una
terrible arma analógica aplicable a todo cuanto nos rodea? ¿Acaso el 2, el 22,
el 222, el 2.222, etc., no tienen una misma y analógica ley de formación?
¿Acaso el amanecer del día, el de la lunación, el del año, o primavera y
el de la vida, o infancia, no son,
analógicamente, dentro de su ciclo respectiva, una misma cosa, como lo son, respectivamente, el mediodía, el plenilunio, el verano y
la edad viril; el crepúsculo vespertino, el menguante, el otoño, la vejez y, en
fin, la medianoche, el novilunio, el invierno y la muerte precedentes
todos de sus nuevos y respectivos ciclos de resurrección o continuidad
evolutiva?... El genio del gran don Eduardo Benot, y otros, no tuvieron otra
base para sus respectivos diccionarios de ideas afines, porque, en verdad, son
muy pocas y muy trascendentes las verdades o conceptas fundamentales, e
infinitas las tonalidades, modalidades, derivaciones de ellas, o sea los
adjetivos...
Es
más, en cada momento de la historia de una ciencia el método simbólico o analógico, en el que tan maestros han sido
siempre los pueblos antiguos, puede mejorar notablemente a lo que solemos
denominar "la última palabra de la ciencia", "su última
moda", como si dijéramos, preparando ulteriores descubrimientos, y de
ello, aunque parezca digresión, queremos dejar consignado aquí un extenso
ejemplo antes de abordar el problema de la muerte. Los científicos al uso
suelen, en efecto, seguir una marcha pérfida con cuanto les enseña la tradición
de Oriente, marcha caracterizada por estos dos momentos: uno -como pasó con la
transmutación alquímica de los cuerpos simples-, cuando aún no la han
comprobado ¡ellos! con sus métodos
cretinos; otro después que, guiados por las enseñanzas orientales entrando en
sus mentes a guisa de intuiciones, logran ¡ellos!
comprobarlas. Durante la primera época de ignorancia del conocimiento
intuído, en el pasado, los llaman despreciativamente
"supersticiones", "restos de un pasado inculto",
"maneras infantiles o falsas de conocer las casas", etc.; pero,
llegada la segunda época, contestar suelen a los que mencionen el viejo hecho
antes sabido, con un olímpico “¡eso ya no es nuevo; eso ya está comprobado por
la ciencia!", con el mismo candor con que el niño muestra al papá el
mecanismo del juguete, y cuya manejo le ha mostrado éste antes, cuando no con
la clásica perfidia del comerciante que, al comprar la mercadería que no tiene,
y necesita, la rebaja con sus desprecios, sin perjuicio de, al venderla luego,
ensalzarla ya hasta los cuernos de la luna...
Para
que no se nos moteje, pues, de fantaseadores confundiendo con los espejismos de
la ignorancia las creaciones científicas de la imaginación [14], vayan por delante unas
ideas acerca del significado de los cometas, ideas derivadas por una parte del
estado de la Astronomía actual, y por otra, de lo que sobre ellos podemos
añadir gracias al empleo del método
analógico, que habremos de seguir más o menos, en el curso de este libro.
Perdónenos de antemano el lector esta digresión aparente, que se refiere nada
menos que a unos posibles orígenes de la vida y a la probable muerte de los
astros mismos como seres vivos [15].
¿Qué
nos enseña, en síntesis, la Astronomía actual, acerca de los cometas, de estos
astros errantes que siempre han espantado al vulgo?
Los
80 ó 100 millones de soles que tachonan el firmamento, nos dice, están unos de
otros a distancias casi infinitas, pues que, empleando la luz tan sólo un
segundo en recorrer 300.000 kilómetros, los rayos luminosos de las estrellas
más cercanas tardan en llegamos de dos a seis años y los de las más lejanas
hasta varios siglos. Estos inmensos espacios intersiderales no están, sin
embargo. vacíos. Aparte del éter cósmico, en el que aquellos soles bogan, ellos
están cruzados continuamente por millones de cometas, llegando algún astrónomo
a decir que deben ser ellos tan numerosos y más que las arenas de nuestros
mares, las hojas de nuestros árboles o los malos pensamientos de nuestros
hombres...
Pero
de estos errantes peregrinos del abismo cerúleo, la ciencia ha ensayado una
clasificación, tan deficiente y meramente práctica como suelen serlo todas
ellas. Hay, efectivamente, dos clases, por lo menos, de cometas: la de los
cometas periódicos y la de aquellos otros que no lo son, o, al menos, no se
sabe todavía que lo sean. Los primeros se llaman así, porque están esclavizados
ya definitivamente al sistema solar, en términos de que, como no sea por su
masa, siempre ínfima, y por sus órbitas, algo más alargadas o excéntricas, en
nada se diferencian de los mismos planetas, entre los que constantemente
circulan. El catálogo de estos cometas periódicos empezó siendo muy reducido.
Hoy alcanza a unos 22, perfectamente definidos en sus órbitas y en sus
periódicos retornos a sus perihelios, en los que muestran las magnificencias de
sus colas y cabelleras. Semejante catálogo de cometas periódicos crece de día
en día, y ya se han incorporado a él gran número de cometas de enorme órbita y,
por tanto, de largo recorrido, siendo notables respecto de este particular los
cometas de Olbers y de Halley, que tardan en él setenta y dos y setenta y seis
años.
Queda,
pues, fuera de la agrupación de cometas periódicos una multitud de ellos, cuya
periodicidad no se ha comprobado aún, o bien que realmente no la tienen, por no
ser las respectivas órbitas de ellos elipses más o menos excéntricas, sino
parábolas o hipérbolas, haciendo que el astro no retorne así jamás al mismo
sitio. Cuán grande sea hoy el número de estos últimos cometas no periódicos se
colige con sólo considerar que raro es el año que no se catalogan tres o cuatro
cometas nuevos, y eso sin contar con
que no todos los que realmente surjan en el cielo llegan a ser cazados, o sea vistos por los
observadores, ora por su tenue magnitud, ora por deficiencias de éstos o por
malas condiciones atmosféricas, como no toda la caza que existe en un coto
llega a ser batida por las escopetas de los cazadores.
Desde
luego, antes de Halley, que fué el primero en predecir el retorno del cometa
que lleva su nombre, todos los cometas estaban naturalmente incluídos en esta
clase; pero el progreso de la investigación astronómica va separando de ella,
como hemos visto, más y más cometas efectivamente periódicos sin que pueda hoy
asegurarse que muchos de los tenidos por no periódicos, pasen a ser
considerados como tales por un estudio más completo de sus órbitas. Es más:
astrónomos como Tourner han llegado a dudar de si las órbitas cometarias, que
hoy juzgamos parabólicas e hiperbólicas, no son en realidad sino arcos pequeños
de curvas de tercero y de ulteriores grados, cual la cisoide, la sinusoide,
etc., que obliguen realmente a volver al cabo de más o menos tiempo al cometa
tenido por no periódico.
La
historia de la Astronomía, además, registra alguno que otro hecho raro de
cometas que han pasado de una clase a otra. Tal aconteció con el cometa de
Messier (1770), que al atravesar un día por junto a Júpiter y sus satélites,
sufrió por la atracción de ellos un cambio tal en los elementos de su órbita,
que quedó aprisionado, por decido así, en el sistema solar, y como tal cometa
periódico ya, consumó su revolución en torno del Sol, hasta que otro día (1779)
hubo de hallar al sistema de Júpiter y sus satélites en condiciones exactamente
contrarias a la primera vez, con lo cual el nudo aprisionador, o sea la
perturbación atractiva de antaño, deshizo su obra, y con ella el cometa volvió
a recobrar su órbita primitiva, tornando a sumergirse para siempre, lejos del
Sol, en el piélago celeste, como todos los cometas no periódicos.
Otro
caso, altamente extraño e instructivo, acaecía también con el cometa de Biela.
Este astro errante consumaba su revolución anual en torno del Sol en un período
próximamente de seis años, hasta que cierto día de 1866 apareció su núcleo
"partido por gala en dos"; al retornar más tarde en 1872 ya no eran
dos sino seis los fragmentos nucleares y, por último, al corresponderle el
nuevo retorno o perihelio en 1878 ya no apareció rastro alguno del primer
núcleo, pero sí se observó una lluvia de estrellas, irradiando del sitio
correspondiente de la bóveda celeste en que aquél debería haber hecho su
aparición, cosa que parece indicar que todas las lluvias de estrellas. tales
como las que anualmente se observan hacia el 11 de agosto y 11 de noviembre, irradiando
de Perseo y del León, etc., pudieran deberse a sendos cometas que antaño
desaparecieron, dejándonos todavía ese resto o huella de su pasada existencia[16]. Los meteoritos,
aerolitos o piedras caídas del cielo, bien pueden ser también los últimos despojos
de aquellos astros muertos, que con su continua caída en nuestro planeta
incrementan su masa cual si la
alimentasen[17].
Sentados
estos hechos y otros mil, nada difíciles de comprobar, aunque sólo sea a guisa
de meras coincidencias como nuestra
ciencia europea dice, el investigador sereno que no se conforma fácilmente con
ningún género de dogmatismos, por muy científicos que ellos nos resulten a
primera vista, no puede menos de preguntarse si la eterna superstición relativa
a estar los cometas todos ligados con nuestra propia existencia obedece a una
verdad trascendente que la ciencia positivista no ha logrado esclarecer por su
apocamiento en todo cuanto se relaciona con las realidades no tangibles y con
las excelsas leyes del Ocultismo. y hay que confesar que, a poco que se aplique
nuestro método analógico, la raíz misma y el alcance de semejantes
"supersticiones" de todos los tiempos, quedan hermosamente
evidenciados. Veámoslo. Sí. "Los cometas son astros misteriosísimos porque
ellos son gérmenes de mundos, y "germen" equivale etimológicamente a
"misterio". Además, son ellos astros fatídicos, no ya respecto de esa
ínfima raza sublunar humana que los cree venidos para ella tan sólo, sino;
respecto de sí mismos, porque al ser, como decimos, "semillas de mundos
futuros", sembradas en las zonas planetarias, en las que; tienen sus
respectivos perihelios[18], su destino, como el de
toda semilla, es, al tenor de la enseñanza analógica, el de disolverse y morir,
ora por ser destruidos como tantos otros gérmenes de vida al ser incorporados a
otras formas sus destructoras, ora por la ley misma de la germinación que
presupone la correspondiente muerte de la semilla que germina".
Por
ello ha podido decir sabia y analógicamente A. Snider, en su obra La création et ses mysteres dévoilés (París,
Franck et Dentu, 1859), que los cometas están, sin duda, destinados a purificar
"el cielo de átomos vagabundos, cuya sustancia no es apta para recibir
mejor empleo. El cometa, como germen
formado ad hoc por ciertas moléculas, debe tener por misión recorrer las
constelaciones del universo, y en sus regulares recorridos absorber y
apropiarse aquellas moléculas. Sin disputa su destino final es el de
desaparecer al pasar de uno a otro de los infinitos sistemas solares del
espacio, y alguno puede servir momentáneamente hasta para la alimentación de un
sol al caer sobre la masa de éste" (Págs. 189 a 191). No hay para qué
decir que es uno de los significados del mito de Saturno devorando a sus hijos.
La
siempre admirable e intuitiva maestra H. P. B., por su parte, completa esta
evidencia, añadiendo en los comienzos de su magna obra La Doctrina Secreta: "La Ciencia Oculta enseña que en el
espacio existe un cambio perpetuo de moléculas, o más bien de átomos. Algunos
sabios comienzan ya a sospecharlo. El espectroscopio hace ver la semejanza de
las sustancias terrestres y las sidéreas, pero aún no ha podido revelamos si
los átomos gravitan unos hacia otros, del mismo modo que lo verifican aquí en
la tierra. Así, en cada astro entran los átomos en nuevas formas de existencia,
incognoscibles para la ciencia física. La esencia de la materia cometaria, por
ejemplo, es completamente diferente de lo que aquí conocemos, y, sin embargo,
experimenta ciertos cambios al atravesar el sistema. Clerk Maxwell dice en su
discurso presidencial ante la Sociedad Real de Química, de Londres (1888), que
los elementos no son absolutamente homogéneos. "Para discernir con
precisión los espectros de un mismo cuerpo en astros diferentes sería preciso
examinados en idénticas condiciones de presión, temperatura, etc. En el propio
espectro del sol hay rayas que aún no se han podido identificar". Cada
mundo posee su propio Fohat. "Para el profano, los mundos -dice un
Comentario- están constituídos por los Elementos conocidos; pero, según el
concepto que de ellos puede formarse un Iniciado o Arhat, estos Elementos son,
colectivamente, una Vida Divina, constituyendo, al manifestarse ésta,
innumerables cielos de vida. El Fuego, en efecto, sólo es Uno en el plano de la
Realidad única; en el de la Existencia manifestada e ilusoria, sus partículas
son Vidas ígneas que viven a expensas de las demás Vidas que destruyen, razón
por la cual se les llama "Devoradores". .. Cada cosa visible en este
Universo se halla constituida por semejantes Vidas, desde el hombre primordial, divino y consciente, hasta los
agentes inconscientes que fabrican la materia. .. El Universo de las Vidas
procede de la Vida Una, informe e
increada. El Fuego frío y luminoso -¿luz difusa?fué el primero en manifestarse
en el Abismo o Caos, y él formó en el Espacio los primeros Coágulos -¿nebulosas
irresolubles?-. Los Coágulos, al combatir entre sí, desarrollaron un gran
calor, el cual produjo la rotación. Después vino el primer Fuego Material manifestado: las Llamas
ardientes, los Vagabundos Celestes o Cometas. El calor genera vapor húmedo;
aquél forma agua sólida (?) después niebla seca, luego niebla líquida, acuosa,
que apaga el luminoso resplandor de los Peregrinos o Cometas, formando Ruedas
sólidas acuosas, o sean Globos de Materia.
Bhumi, la Tierra, apareció así con sus seis hermanas. Aquéllas, con su
movimiento continuo, producen el fuego inferior, y a más, calor y una niebla
acuosa que da origen al tercer Elemento del Mundo, que es el Agua. El Aire nace
así del aliento de todo, y estos cuatro Elementos son las cuatro Vidas de los
cuatro primeros Periodos o Rondas del Manvantara, al que seguirán otros tres...
¿Qué es, en efecto, lo que sabe la ciencia en cuanto a los cometas, a su
génesis, a su desarrollo y a su manera final de conducirse? ¡Nada,
absolutamente nada¡ ¿Qué tiene, pues, de imposible el que un centro laya -un
fragmento de protoplasma cósmico, latente y homogéneo, súbitamente inflamado o
animado- se lance al espacio desde el regazo en que ha nacido, y pase girando
raudo a través de los insondables abismos cerúleos, con objeto de robustecer su
naciente y homogéneo organismo, gracias a la acumulación y adición de los
elementos diferenciados que va encontrando al paso? Y, ¿por qué un cometa, un
peregrino semejante, no ha de poder conseguir al fin el establecerse como un
ciudadano regular de los cielos, convirtiéndose y viviendo en ellos como un
efectivo globo habitado?
"Esparcidos
en el espacio, sin orden ni método aparente, dice, los gérmenes de los mundos,
chocan muchas veces antes de fundirse; después se transforman en vagabundos, es decir, en cometas. Entonces es cuando las
verdaderas luchas y batallas comienzan. Los cuerpos ya formados, atraen unos y
repelen otros a los nuevos. Muchos de éstos parecen absorbidos por los
compañeros más fuertes. Los que triunfan, logrando escapar, se transforman en
mundos. Nacido en las insondables profundidades del espacio; emanando del seno
de ese elemento primordial y homogéneo que se llama Alma del Mundo, cada núcleo
de materia cósmica repentinamente llamado a la vida comienza la existencia en
las condiciones más hostiles. A través de edades sin número les cumple
conquistarse un lugar en lo infinito. Circulan entre los cuerpos más densos y
consolidados; saltan de un lado para otro; osci1an hacia el centro o punto que
le atrae como un navío arrastrado por estrechos sembrados de recodos y
arrecifes, procurando salvarse de los demás cuerpos que les atraen o repelen
sucesivamente. Muchos de estos núcleos perecen; sus masas se desintegran, yendo
a fundirse en masas más fuertes, y cuando nacen dentro de un sistema planetario
acaban desapareciendo, por decirlo así, en el insaciable vientre de los soles.
Los que caminan lentamente, pues, describiendo una curva elíptica, están
destinados, más o menos tarde, al aniquilamiento. Otros siguen arcos
parabólicos, y ordinariamente escapan a la destrucción gracias a la rapidez de
su carrera."
Se
nos dice que existen varias obras modernas, especialmente en lengua alemana,
llenas de presunciones especulativas acerca de semejantes luchas por lo vida en
los espacios siderales. De ello nos congratulamos, pues le que exponemos es una
enseñanza ocultista cuyo origen se pierde en la noche de las edades arcaicas.
Las ideas darwinistas aproximadas en cuanto a la lucha por la vida y la
supremacía, y la supervivencia del más apto, "tanto entre las huestes de
arriba como entre las de abajo", discurren a lo largo de los dos volúmenes
de Isis sin Velo, pero la idea no es
nuestra, sino de toda la antigüedad. Hasta los escritores puránicos han
entrelazado ingeniosamente la alegoría con los hechos cósmicos y los sucesos
humanos, y cualquier simbologista puede presentirla, aun cuando sea incapaz de
comprender su significado. Las grandes "guerras en los cielos", de
los Puranas; las guerras de los
Titanes, en Hesiodo y demás clásicos; las luchas entre Osiris egipcio y Tifón,
hasta las que figuran en las leyendas escandinavas entre las Llamas y los hijos
de Muspel, se refieren todas al mismo asunto. Son ellas el doble y aun triple
simbolismo analógico de las luchas teogónicas, astronómicas y humanas; a la
adaptación de los orbes y a la supremacía entre hombre.. y pueblos. . La
"lucha por la existencia" y la "supervivencia de los más
aptos" prevalecieron desde el momento en que el Cosmos se manifestó a la
existencia, y difícilmente podía escapar a la perspicacia observadora de los
antiguos; Sabios. De aquí los incesantes combates de Indra, el Dios del
Firmamento, con los Asuras -degradados de su categoría de Dioses y elevados a
la de Demonios cósmicos-, y con Vrita o Alú, las batallas reñidas entre
estrellas y constelaciones, entre lunas y planetas encarnados después como
reyes y mortales. De aquí también la Guerra en los Cielos entre Miguel y su
hueste contra el Dragón- júpiter y Venus-Lucifer cuando un tercio de las
estrellas de la hueste rebelde fué lanzado a las profundidades del Espacio y su
lugar "no fué encontrado más en los Cielos". Brahmanes y tanaim
especulaban acerca de la, creación y desenvolvimiento del mundo, igual que
Darwin, a quien se anticiparon respecto de su transformación y selección
natural... Tan pronto como un núcleo de sustancia primordial en estado laya o
indiferenciado es animado por los principios ya en libertad de un cuerpo
sideral que acaba de morir, se
convierten, primero en cometas, y luego en soles, que al enfriarse se
transforman en mundos habitables. Esta enseñanza es tan antigua como los
propios Rishis...
La
materia primitiva galáctica, los "coágulos" en las estancias de
Dzyan, es, durante el sueño periódico del Universo, de una tenuidad suma, según
la revelación recibida de los primitivos Dhyani-Buddhas. Esta materia radiante
y fría se difunde al través del Espacio en cuanto se inicia el despertar del
movimiento cósmico, constituyendo las semillas de mundos futuros.
El
Libro de Dzyan expresa: "El Sol
Central hace que Fohat recoja polvo primordial en forma de esferas, y que las
impulse a moverse en líneas convergentes, hasta que unas a otras se agregan...
Esparcidos por el Espacio, sin orden ni sistema, los Gérmenes de Mundos entran
en colisiones frecuentes, hasta su agregación final, después de lo cual se
convierten en Vagabundos (Cometas). Entonces comienzan los combates y las
luchas. Los más antiguos cuerpos atraen a los más jóvenes, mientras que otros
los rechazan. Muchos perecen devorados por sus compañeros más robustos. Los que
se salvan, se convierten en mundos."
La
esencia de la materia cometaria de que están formados el Sol y los planetas es,
según la Enseñanza Oculta, completamente diferente de cuantos caracteres
físicos y químicos conoce la ciencia moderna. En su forma primitiva, más allá
de los Sistemas Solares, es homogénea, y se diferencia por completo en cuanto
cruza el cometa por nuestro sistema. Ella es, en efecto, el material para mundos,
la sustancia eterna de la madre Adity; el 59 Y 69 de los principios cósmicos, a
la manera de como nuestro Manas es el Upadhi o vehículo de Buddhi, pasando
gradualmente a la objetividad a través de estados cósmicos, radiantes,
gaseosos, líquidos y sólidos, que los agitan en raudos Torbellinos, bajo el
Hálito Inicial que se continúa bajo los soplo que "jamás duermen", es
decir, los Dhyam-Choham.
Los
planetas eran todos cometas y soles en su origen. Partiendo del Caos primitivo,
o sea lo que podríamos llamar hoy el noumeno de las nebulosas planetarias, se
desenvuelven y vienen a la vida manvantárica por la agregación y acumulación de
las diferenciaciones primarias de la Materia eterna, según aquella hermosa
expresión del comentario de que "los Hijos de la Luz se revisten así del
ropaje de las Tinieblas". Por eso los planetas son denominados
alegóricamente "Caracoles Celestes", en razón de sus (para nosotros)
informes "Inteligencias que, invisibles, habitan sus mansiones estelares y
planetarias, llevándolas cual caracoles o espirales en sus revoluciones".
La
doctrina de un origen común para todos los cuerpos celestes era enseñada por
los primitivos astrónomos antes de que, Képler, Newton, Leibnitz, Kant,
Herschel y Laplace la intuyesen. El Calor (o Hálito), la Atracción y la
Repulsión, los tres grandes factores del Movimiento son las condiciones bajo
las cuales nacen, se desarrollan y mueren los miembros de estas familias
celestes, para renacer después de una Noche de Brahma, durante la cual la
materia eterna vuelve a caer periódicamente en su estado primario
indiferenciado, del que no pueden dar ni una remota idea ni aun los mismos
gases enrarecidos. Centros de fuerza, en sus comienzos, las invisibles Chispas
de los átomos primordiales se diferencian en moléculas y se convierten en
Soles.
Los
centros de fuerza en torno de los cuales se esparce la materia cósmica
primordial, pasando por seis grados sucesivos de consolidación, acaban
determinando globos o esferas, a las que suele llamarse también
"Rueda". Es uno de los aforismos, dogmas fundamentales de la
cosmogonía esotérica que durante los kalpas o períodos de vida, el Movimiento
que en los períodos de reposo "pulsa y vibra a través de cada átomo
dormido", asume una tendencia creciente hacia el movimiento circular,
convirtiéndose así la Deidad en raudo Torbellino.
A
los Ángeles o Almas animadoras de estrellas y planetas también se les denomina
"Ruedas", como puede verse en la propia Cábala occidental.
Esta
ley del movimiento giratorio en la materia primordial, base, del estudio de los
cometas, es una de las más antiguas concepciones de la filosofía griega,
derivada de la egipcia, y ésta, a su vez, de la caldea, que la aprendiera de
los brahmanes de la Escuela esotérica. Leucipo y Demócrito de Abdera, discípulos
de los magos, han enseñado que este movimiento giratorio de los átomos y
esferas ha existido desde la eternidad. Hicetas, Heráclides, Ecphantus,
Pitágoras y todos sus discípulos enseñaron en secreto la rotación de la Tierra,
y Aryabhata el hindú, Aristarco, Seleuco y Arquímedes calcularon su revolución
tan científicamente como los astrónomos actuales. La teoría de los vórtices
elementales, a su vez, era conocida por Anaxágoras quinientos años antes de
Jesucristo, o sea dos mil antes de que fuese admitida por Galileo, Copérnico,
Descartes, Swedenborg, y hoy por sir W. Thomson, como un lejano eco de la
doctrina tradicional que se evidenció a sus mentes intuitivas sin necesidad de
estudios al uso. La doctrina de la rotación terrestre era enseñada, repetimos,
en el Adyta de los templos por hombres como Hicetas el pitagórico, por su
discípulo Ecphantus y por Heráclides, discípulo de Platón. La inmovilidad del
Sol y la traslación de la Tierra fueron demostradas por Aristarco de Samos en
281 antes de nuestra Era, y por Seleuco de Seleucida a orillas del Tigris.
Aristóteles, en su obra De Coelo (n,
XIV), habló de la esférica forma de la Tierra demostrada por su sombra en los
eclipses de Luna, idea defendida asimismo por Plinio (Historia Natural, 11, 65). Semejantes opiniones sabias yacieron
perdidas, pues, durante más de un millar de años (Vinchell, World Life, Pág. 551).
Estas
admirables enseñanzas relativas a la génesis de los mundos merecieron la más
despectiva sonrisa por parte de los hombres de ciencia europeos. Hoy, sin
embargo, ya aseveran con sir Norman Lockyer, que "el crecimiento de una
estrella comienza por una nebulosa (centro
laya, que dice La Doctrina Secreta), que
actualmente se va condensando hasta tornarse una estrella luminosa por sí
misma; pasa después a condiciones en que sólo puede reflejar la luz que le
llega de otros astros, hasta que al fin se torna en un cuerpo obscuro,
invisible, siendo el estado final de su existencia cósmica la desintegración
por la acción lenta de las fuerzas naturales o por el encuentro con otros
cuerpos de los cielos. Estos encuentros pueden hacerse esperar a veces hasta
miles y millones de años, y la estrella opaca puede ser arrastrada en una
órbita cometaria a través de millares de constelaciones antes de que el encuentro
o choque se verifique; pero estas enormes cifras no tienen importancia, porque
el billón o el trillón son las ínfimas unidades aritméticas de la eternidad
(según también enseña La Doctrina
Secreta). Pronto o tarde, el encuentro se realiza; el choque transforma en
vapor los dos cuerpos, en vapor combinado con fragmentos me teóricos, o en
otras palabras, pasa a ser una verdadera nebulosa, matriz de mundos futuros.
Así, la estrella opaca, el astro obscuro, última etapa de una serie de
transformaciones cósmicas, tórnase en el punto de partida de un nuevo mundo...
Llegados
a estos divinos panoramas de la ciencia de los astros, la tentación de seguir
hablando de los misterios de los cometas nos resultaría invencible si no fuese
porque, como proyectamos, ella merece un libro aparte, efectivo ensayo de una
celeste biología. Lo antedicho basta y sobra, por otra parte, para dejar
demostrado algo relativo a las inmensas posibilidades del método analógico o
teosófico que, bien a su pesar, cada vez es más seguido por la ciencia de
nuestros días.
¿Lo dudáis, lectores? Pues permitidnos
parafrasear el párrafo antes trascrito de la Maestra, cambiando la palabra
"astro" por la palabra "hombre", del modo que hace con las palabras
"punto", "recta" y "plano" la Geometría archianalógica
de Mr. Charles, o sea la denominada Geometría de posición, por Rouché y
Comberouse. ¿Cabe hallar entonces página más bella que dicha página
poético-analógicacometaria, relativa a ese desdichado cometa o
"peregrino" que se llama adolescente? Leed la paráfrasis, y asombraos
de lo divino de la clave de Hermes Trimegisto: "Esparcidos o repartidos
sin aparente orden ni concierto -decimos-, los adolescentes surgidos a la vida
del seno de sus respectivas familias, bogan y vagan como estos gérmenes, "semillas"
o "cometas" de familias futuras, en un batallar perpetuo, por los
ámbitos de la vida. Los hombres ya formados, en cambio, verdaderos soles del
firmamento social que ya han logrado establecer sobre más firmes bases sus
vidas, atraen o repelen a los hombres nuevos que vagabundean cometariamente
"o de" flor en flor y de espina en espina". Muchos, ¡ay!, de
estos pobres y humanos cometas perecen tristemente absorbidos por esos
"soles" más fuertes, perdiendo su prístina iniciativa; es decir,
girando ya desde entonces en la cerrada órbita decretada por ellos, o también,
como dice la conocida fábula, cayendo en unos o en otros vicios, de tal modo
que:
"Así,
si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que les domina".
No hay que dudarlo, no. Cada uno de los
dichos infantiles cometas humanos comienza su existencia social en las
condiciones más hostiles. Día tras día les cumple la hercúlea tarea de
conquistarse un puesto propio en el mundo. Para lograrlo, vense obligados a
circular entre cuantos, por haberle antecedido en la vida, parecen ya más
firmes y consolidados. Cual navío que surca por entre innúmeros abismos y
arrecifes, van procurando salvarse de ser absorbido o retenidos en esclavitud
por aquellos que, sucesivamente, van atrayéndole o repeliéndole. Así, no es de
extrañar el que, antes de trascender a esa edad, no en vano denominada "la
Edad de los Cristos", muchos de aquellos humanos cometas perezcan moral y
aun físicamente, como término final de la ya cerrada órbita de subordinación
"o elipse que han acabado por describir en tomo del sol esclavizador"
respectivo, mientras que aquellos "hombres-cometas", más fuertes y
templados por la terrible lucha, no obstante estar influenciados también
poderosamente en su prístina trayectoria rectilínea, logran escapar a la
destrucción o esclavitud que les. amenaza y huyen, al fin, por el arco de
salida o de liberación "de sus hipérbolas o parábolas respectivas"...
¿A
qué, pues, seguir ponderando los gallardos triunfos logrables por el método
analógico-teosófico sobre el cretino y feo
método meramente positivista? El cristal que depositamos en el seno de una
solución dimorfa y que hace cristalizar a su vez en su forma propia y no en la
otra forma de su dimorfismo a la masa entera disuelta, no es sino un vagabundo, "un cometa". El
vil ano floral arrebatado por los vientos del seno antes maternal y ya seco o
muerto de la flor de la que naciera, no es sino un "cometa", un
"peregrino", expuesto a definitiva destrucción si antes no toma carne
en la "epidermis" de la Madre-Tierra, muriendo como cometa "para
renacer como un vegetal" nuevo y resucitado,
idéntico al que le diera "origen y que, "orgulloso",
permítasenos la palabra, le viera volar gallardo antes y alejarse en demanda de
otras tierras que a él le estuvieron vedadas desde aquel momento mismo, ya
lejano, en que él también tomó tierra a su vez como voladora semilla de otro abuelo vegetal inmóvil...
Asimismo
el espermatozoide animal no es sino un cometa, obligado fatalmente a morir, ora
fecundando, ora sin fecundar previamente, a un óvulo de su propia especie. Por
su parte, también los hombres o pueblos que dejaron el hogar patrio, tales como
los heteos, los griegos antiguos, los bárbaros del medioevo, o, en fin, como
los puritanos y tantos otros pueblos modernos, trasplantando sus lares a otras
tierras más próvidas y fecundas, cometas humanos han sido, en fin, cometas
sobre los que, al triunfar en sus éxodos, han cifrado siempre sus destinos
históricos más augustos... y hay así hombres-cometas
e ideas-cometas y sentimientos-cometas..., y la Humanidad
entera, a lo largo de sus yugas archimilenarias, no es sino un grandísimo
cometa de cometas, a quien por la misma Biblia mosaica se le ha dicho:
"¡Peregrino serás en tierra extraña!", y a quien la leyenda universal
ha presentado como prototipo del viejo mito del judío Errante; hombre, astro, germen, pueblo, sentimiento o
idea, oyendo resonar eternamente en
su oído esas divinas palabras cometarias que dicen:
"-¡Anda,
anda, anda!..." Es decir: ¡Sigue inflexible y remonta tu cometario camino,
de vida en vida y de mundo en mundo, hasta retornar triunfante al mismo Seno
Insondable y Abstracto de donde has venido!...
La Matemática y la Poesía son hermanas
gemelas, como nacidas del Símbolo y de la Analogía. - La Ley analógica y los
logaritmos. - La Analogía en la Historia: los ciclos de Vico. - Otros ejemplos
de la misma Ley. - La simbólica Trimurti de Brahma., Vishnú y Shiva. - La
Mónada y la Dúada. - Espronceda, Castelar y la Intrusa. - Muerte y resurrección
de Strauss. - El Eclesiástico y El
Bhagavad Gíta. - La Anastasis griega
y los clásicos. - El Raymond, de Oliver J. Lodge. - La muerte como concepto
negativo. - Las estelas del Cerámico. - "El matar a la muerte misma".
Pese
a la contraposición que han querido ver entre ambas los espíritus estrechos, la
Poesía y la Matemática son hermanas gemelas, porque la una como la otra
idealizan, embellecen y elevan analógicamente a cuantas realidades concretas
integran nuestros vivires; ésta, abstrayendo de la realidad objetiva cuanto
hace relación al tiempo, espacio, modo, cantidad o fuerza, al tenor de las
famosas categorías kantianas; aquélla, operando toda clase de generalizaciones
armónicas sobre cualquier hecho real o posible del que el hada Inspiración toma
pretexto para levantar el vuelo y llevamos, casi sin darnos cuenta, a todos los
presentes, pretéritos o futuros, armónicamente conjugados con aquél por ley de
Símbolo o de Analogía.
Por
ejemplo: el poeta tiene conocimiento efectivo de las series fundamentales
analógicas derivadas de la realidad de cada día, y que ya dimos anteriormente,
o sean: a) la aurora, el creciente
lunar, la primavera y la infancia; b) el
mediodía, el plenilunio, el verano y la edad viril; e) el crepúsculo vespertino, el menguante lunar, el otoño y la
vejez; d) la medianoche, el
novilunio, el invierno y la muerte, como tiene todo esto en su idealización
artística, lo emplea embelleciendo y elevando con ello nuestro pensamiento
mediante el mero juego o glosa de tamañas homologías, y así, Jorge Manrique, en
su elegía famosa, intuyendo la acción de la ley analógica de la circulación arterial de las aguas, desde el mar a
las montañas, por las nubes, y la circulación ven osa o de retorno desde la montaña hacia el mar, merced a los
arroyos y ríos que fecundan y dan vida a los seres orgánicos, pudo decirnos,
maravillosamente, aquello de
“...nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir".
De
igual modo, imitando el analógico aforismo de Job, cuando establece que la vida
del hombre sobre la tierra es como la del heno,
“...a
la mañana, verde;
seco a la tarde",
nuestro clásico Rojas se preguntó
inspirado:
“¿qué
es nuestra vida más que un breve día
do
apenas nace el sol cuando se pierde
en
las tinieblas de la noche umbría?”,
superando,
sin embargo, a todas en sencillez y sobriedad filosófica, el propio cantar
popular que dice:
“Por la mañana, nacer;
al mediodía, vivir;
por la tarde, envejecer,
y por la noche, morir";
pero,
morir, por supuesto, para renacer a un nuevo día, una nueva lunación, un nuevo
año o una vida nueva. ¿Quién, en efecto, puede atribuirse el derecho de pensar
que puedan interrumpirse jamás las series de la Naturaleza?
Del
mismo modo la Matemática, por su parte, establece, entre mil otras, la serie
logarítmica, vulgar o analógica, en
la que cada potencia sucesiva de diez tiene
por logaritmo respectivo el número expresado por el índice de esta potencia; es
decir, el cero, logaritmo para 100;
el uno, para 101; el dos, para 102; el tres, para 103, etc.;
pudiendo el matemático, como es sabido, escalar
analógicamente, digámoslo así, mediante la suavísima serie aritmética de
las unidades sucesivas, hasta los más altos términos de la progresión
geométrica con aquélla concordada, por inaccesible que ellos parezcan a primera
vista. Además, la Matemática, con semejante marcha analógica, nos conduce hasta
la bellísima concepción integral que aúna y sintetiza a las mismas operaciones
fundamentales de la Aritmética, a saber: reduciendo a sumas las multiplicaciones; a restas,
las divisiones; a multiplicaciones, las
elevaciones a potencias; a divisiones, las
extracciones de raíces, y así sucesivamente hacia las mayores alturas del
cálculo puro.
De
la Historia no digamos. Vico, observando la extraña repetición analógica de los
hechos humanos a lo largo de los tiempos, estableció en su Ciencia Nueva, como
es sabido, la Ley del Ciclo, ley que es la de una curva cerrada de segundo
grado, puesto que, notoriamente, en el devenir de los siglos juegan siempre dos
fuerzas: la evolutiva o progresiva que trata de elevar día tras día a la
Humanidad, y la de inercia, lastre o resistencia, que actúa como una fuerza, asimismo,
para componer el par de fuerzas determinante del expresado ciclo. Claro es que,
si se considera además una tercera fuerza, que es la del progreso propio del
planeta Tierra como astro, y de cuanto en él habita, el círculo histórico dicho
no llega a cerrar nunca, como no cierran las órbitas efectivas de la Luna y de
la Tierra, pasando a espiral o a otras curvas de grados superiores.
¿Qué
es, por su parte, toda la Geometría Analítica, sino una ciencia del más
purísimo origen analógico, dado que siempre que ve figuras geométricas las
traduce analógicamente en valores analíticos. y siempre que ve valores
analíticos los traduce en sus analógicas figuras
geométricas correlativas? ¿Qué es, asimismo, la Geometría descriptiva o
proyectiva sino un artificio analógico, mediante el cual, del mismo modo que el
poeta va de una noción a otra, con ella analógicamente conjugada según ya hemos
visto, se pasa constantemente en aquélla de las formas del plano a las del
espacio y viceversa? ¿Qué es, en fin, sino una aplicación -la más pasmosa de la
Ley de Analogía- la que supone el tránsito operado desde la Geometría Analítica
y la Descriptiva a la Mecánica Racional, pasando el número, la forma, el
espacio y el tiempo a mera Fuerza Viva? Convengamos en que todo ello, y mucho
más que pudiera decirse, no se sale lo más mínimo de los supremos cánones de la
Analógica. No podía suceder otra cosa, porque el punto inicial de cuantas
series analógicas puedan establecerse acaso es. la concepción metafísica
contenida en la famosísima Trimurti brahmánica de Brahmâ, Vishnú y Shiva;
Trimurti que, si para mentes vulgares o mal dispuestas contra cuanto emana de
la Antigua Sabiduría, está compuesta por tres dioses o "ídolos", para
mentes verdaderamente iniciadas o filosóficas no es sino el emblema de los tres
típicos y fundamentales Poderes del Cosmos: el de la Creación o Emanación, el de la Conservación o momento de equilibrio entre las fuerzas creadoras y
las aniquiladoras y el de la Destrucción,
en fin, que sumerge a todo lo antiguo en el caos para hacer posible la
ulterior evolución de una vida nueva. Es más, como a los ojos de la verdadera
filosofía nada perdura, porque todo es transitorio, la tal Trimurti no es, en
puridad, sino una Dúada: la
ascendente, evolucionadora, de expansión, de dilatación, de vida, de sístole, de radiación, de crecimiento,
etc.; etc. -de Brahmâ hasta Vishnú, o
sea desde la germinación hasta la apoteosis vital-, y la descendente,
involucionadora, de contracción, de diástole,
de apagamiento, de decrecimiento, etc., etc. -o sea de Vishnú hasta Shiva-,
y desde la apoteosis de la florescencia hasta la separación de la semilla. .. y
aun conviene añadir que semejante Dúada no es sino la manifestación, la
expresión de razón inversa matemática, con
arreglo a la ecuación simbólica o típica de
E
x I = C
en
la que E representa a "lo evolutivo"; I, a lo involutivo, y C, a una constante desconocida o Mónada pitagórica[19], emanada ella a su vez de
"la Nada", del "Cero" o de lo Desconocido.
Quien
se dé clara cuenta de todo esto, no podrá menos de experimentar un inmenso
consuelo por encima de la pretendida muerte
y la pretendida vida, porque ya no
tendrá delante de sus ojos el árido panorama de la seca ciencia positivista,
sino un sublime ámbito de posibilidades trascendentes sin límites conocidos,
campo en el que no sólo juegan todas las cosas del Cosmos en síntesis supremas,
sino también todas las facultades del espíritu: razón, imaginación, sentimiento
y cuantas otras puedan determinarse en el complejo mundo microcósmico de nuestra
Psiquis. Podrá asimismo ser matemático sin dejar de ser poeta y viceversa,
porque le será ya dable hablar de las unidades analógicas de diferentes órdenes
con arreglo a los más estrechos cánones geométricos de homotecia, involución y
homología.
Pero,
¿a qué Matemáticas, cuando con tanto rigor como belleza trascendente nos dicen
esto mismo los poetas? Espronceda, por ejemplo, dentro del universal armonismo
de los contrarios conjugados, determinó con perfecto rigor analítico el hecho
de "noche", de "latencia", de "descanso", etc.,
que entraña el hecho universal de la muerte como término mediador entre dos
vidas, cuando canta inspiradísimo acerca de la
Intrusa:
Isla soy yo de reposo
en medió el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.
Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre y sus sienes
con fresco jugo rocía,
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.
Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores
sin espinas ni dolor;
y amante, doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
mas es eterno mi amor.
En mí la ciencia enmudece,
en mí concluye la duda,
y árida, clara y desnuda
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano,
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad. .
.
Y
si se quiere más consuelo por parte de uno de nuestros mejores y menos
comprendidos místicos cristianos, léanse estos párrafos que Castelar consagra a
la Conmemoración que de la muerte hace la Iglesia católica en el día 2 de
noviembre; párrafos que son un canto a la Ley de Analogía. en la que siempre
están armónicamente conjugadas la muerte y la vida:
"Las
hojas caen de las ramas y surgen de las sepulturas los muertos. Se van las
golondrinas y vienen las almas. Por estos primeros días de noviembre llegan los
difuntos al corazón y a la memoria, sentándose a una en torno del hogar para
pedimos lágrimas como riego a sus huesos, oraciones como incienso a sus
espíritus. La Naturaleza parece morirse también. Ha concluído la vendimia, y ni
un racimo queda sobre los sarmientos desnudos; se han recogido y entrojado todas
las cosechas, incluso los granos de maíz; el suelo está cubierto de amarillos
despojos vegetales, empapados en humedad y combatidos por los cierzos; el
cielo, a su vez, cubierto está de nubes también y de nieblas, que parecen la
bayeta de un catafalco; pálido sol nos ilumina, despidiendo rayos semejantes a
los inciertos centelleos fúnebres de un cirio mortuorio; en los aires,
entristecidos, resuena el piar de las aves de paso, que nos envían su despedida
elegíaca; no hay cigüeñas en la torre ni hay ruiseñores en la enramada, y, en
medio de tanta tristeza, recuérdannos las campanas, doblando con sus fúnebres
tañidos, que tenemos bajo nuestros pies el suelo formado del polvo de sacros
esqueletos; sobre nuestro corazón, afectos con espíritus puros y sombras del
otro mundo, los cuales afectos constituyen una religión; en la memoria,
remembranzas continuas ligándonos con lo desconocido y con lo misterioso: en la
sensibilidad, aspiraciones contradictorias, así a la eternidad como a la vida,
y en el pensamiento, conjuros por cuya virtud y eficacia los muertos rasgan el
sudario, rompen el ataúd, desvisten la mortaja, viniendo a confundirse con
todos nosotros y a damos unas horas de solemne melancolía trágica y espiritual
en esta prosaica comedia de costumbres que llamamos humana existencia.
¡Misterios y más misterios por todas partes! Y en estos misterios, encerrado
así el comienzo de nuestra vida como la perdurable duración de nuestro ser, lo
que habrá de pasarnos allende nuestro tránsito a la región de ultratumba. No
queráis penetrar en el misterio: jamás se nos revelará. No llaméis a las losas
del sepulcro: nadie os responderá. Renegar del misterio es como renegar de la
noche. Un día eterno en el cielo, como una vida eterna en la tierra, nos
incomunicarían el primero con la creación y la segunda con el Criador. Así como
sin la negra noche no veríamos los soles innumerables, sin el obscuro misterio
no veríamos las ideas religiosas. Cuántas veces al mirar las estrellas
lejanísimas y ver que ni al pensamiento le es dado el salvar las distancias
incalculables interpuestas entre ellas y nosotros, fortalecemos nuestra fe
pensando que por los átomos químicos de nuestro cuerpo estamos unidos con los
de todo el Universo! La estrella, pues, tiene innumerables relaciones con el cuerpo
humano, a pesar de su alejamiento. Y lo mismo sucede con los muertos, pues
cuanto pasa en el espacio, pasa también en el tiempo, filosóficamente
sinónimos... Descendientes de todos los siglos, debemos identificarnos con
todos los muertos, en la Humanidad y en la Historia. De aquí el culto universal
a los que se fueron...
"Tememos
a la muerte porque no la miramos de frente, porque nos hemos propuesto
desconocerla y olvidarla entre las algazaras del mundo. Pero la muerte no mata;
es, sí, un mero nacimiento a otra vida. Parece una descomposición, porque nunca
brota el tallo sin descomponer la semilla; nunca el fruto sin secar la flor;
nunca una forma nueva sin quebrantar, por lo menos, las formas de las que ha
nacido en el crecimiento y progreso de todos los seres. Hay gusanos en el
cadáver, pero ellos, al éter del amor divino, se tornan en mariposas del cielo.
Si no hubiera muerte, no habría renovación. La tumba, mirada desde abajo,
parece un pudridero; mirada desde arriba, una florescencia. El sepulcro, que
tanto nos aterra, será mañana nuestra cuna. Mientras nosotros lloramos a un
muerto, como la individualidad tan trabajosamente conseguida a través de la
evolución no puede perderse jamás, ven otros un recién nacido, porque la vida
es eterna. Y mientras haya dolor y haya muerte habrá religión, porque a las
puertas del sepulcro se quedará inmóvil y callada la razón, y hablará el Verbo
divino y abrirá sus alas a la luz la celestial e inspirada fe... La vida en que
no caen, por el dolor, unas gotas de lágrimas es como uno de esos desiertos en
los que no cae del firmamento una gota de agua; sólo engendran víboras. Si
quitamos de la frente del obrero sus sudores; de las grandes causas, sus
mártires; de la obra del artista, sus penas; del amor, sus tristezas y de la
vida, en fin, ese fúnebre ciprés que se llama muerte, no habrá fe, pero tampoco
habrá ni virtud, ni esperanza, ni poesía, ni belleza moral en el mundo, ya que
todo lo grande nace del dolor y crece bajo el riego de las lágrimas...
"El
culto de los muertos es rama principalísima en el árbol místico de la Religión.
¡Cuán poético el dogma profesado por los celtas, creyéndose por la noche
seguidos de un espíritu que, sin amedrentarles lo más mínimo, les ampara cual
una protección especial de la Naturaleza concentrada sobre sus hijos
predilectos!... El toque de ánimas en las altas horas de una noche de invierno
nos produce cierto escalofrío al roce de las alas de un espíritu, de un ser del
otro mundo en nuestras sienes. El cirio gualdo en la tablilla negra; el pan
colocado sobre la piedra sepulcral; la corona de siemprevivas, símbolo de la
inmortalidad; el rezo fúnebre, todas estas fases y prendas en las liturgias
mortuorias no son más que íntimas comunicaciones de los muertos con los vivos
en el seno de la eternidad..."
Abundando en esperanzas nobilísimas de
un más allá, el capítulo XLI del Eclesiástico
describe admirablemente cómo la muerte es dulce o amarga, según el vivir
del que la recibe, diciendo: "¡Oh muerte, cuán amarga es tu memoria para
el hombre sosegado en el seno de sus riquezas, aquel a quien todas las cosas le
salen a derechas y que goza de robusta salud; y, en cambio, cuán buena es tu
sentencia para el hombre necesitado a quien le abandonan sus fuerzas, y a
quien, decrépito y lleno de cuidados, llega a faltarle hasta la paciencia!... ¡Jamás temáis, oh hombres, la sentencia
de la muerte, antes bien, acordaos de lo que antes fué y de lo que después ha
de venir!" Todo esto, por supuesto, está expresado, more musicale, en el poema sinfónico de Ricardo Strauss Muerte y Resurrección; poema que debe
carecer de todo sentido para el positivismo.
Cuéntase
que cuando el joven Alejandro vió embriagado a su padre, de resultas de un
festín en que se celebraba anticipadamente el triunfo sobre los persas, hubo de
decirle sarcástico:
-¿Cómo pretendes
pasar a conquistar el Asia, si no podrías trasladarte siquiera de una a otra
cama?
Eso mismo nos
podemos decir hoy.
¿Cómo
nos hacemos ilusiones de comunicarnos con otros seres inteligentes
extraterrestres, si tenemos sin resolver antes el más elemental y apremiante de
los problemas, el de la pretendida Muerte, que quizá nos sirve de vehículo de
comunicación, y el de nuestros posibles destinos de ultratumba, que no serán
sino la convivencia con aquéllos? ¿Acaso un vivir de meros cincuenta a ochenta
años nos dá derecho para ponemos al habla con la Eterna Vida? No. Antes de
comunicarnos con los seres inteligentes de otros astros, o del espacio mismo,
nos es necesario, acaso, el matar en nuestros pechos ese temer a la muerte,
causa ancestral de todas nuestras desdichas, y obstáculo el más serio que se ha
opuesto siempre a nuestros progresos; porque con el temor a la muerte van
indisolublemente unidos todos los demás temores: el temor al dolor, el temor al
redentor esfuerzo y, sobre todo, ¡el temor a lo desconocido, que todo lo
esteriliza!
Pero
nada debemos temer; antes bien, consolémonos, diciendo también con Castelar (El Cementerio de Pisa): "Las
maldades humanas jamás lograrán obscurecer en mi alma las verdades divinas. Como
distingo el bien del mal, distingo la muerte de la inmortalidad. Yo me dejo
aquí mi cuerpo como una armadura que me fatiga, para continuar mi infinita
ascensión a las altas cimas, bañadas por la eterna luz". O como añade
gallardo el diálogo entre Krishna y Arjuna, en el Bhagavad Gîta: "Si todo cuanto nace tiene que morir, todo
cuanto muere renace indefinidamente; pero el Espíritu humano, en cambio, jamás
puede ser muerto: el fuego no puede quemarle, el agua no puede anegarle, ni la
espada herirle, porque es Eterno, Infinito, Inconmensurable, como aquella
Divina Esencia de la que emanó..."
Los
griegos, influídos por el mismo espíritu, hablaron siempre de la Anastasis, literalmente
"levantamiento, resurgimiento, retorno o resurrección", es decir, la
continuada existencia del alma a lo largo de las reencarnaciones o vidas
físicas que en aquélla se ensartan como las cuentas en el hilo de un collar. Y
era la tal creencia tan firme y universal entre los druidas y galos que, según
Diodoro Sículo (11, 28), confiaban a las llamas mensajes para sus queridos
muertos y, según Pomponio Mela (Cáp. 111) y Valerio Máximo (11, 6), admitían
con la mayor naturalidad cuentas pagaderas. no en esta vida, sino en la futura,
ad inferos, por aquella eterna
sentencia de la antigüedad sabia de que la muerte era incapaz de separar lo que
ya había unido la virtud. (Quod virtus juncit, mors non separat.)
Hoy,
tras los horrores de la guerra mundial y tras la horrible noche del positivismo
del siglo XIX, se vuelve a las mismas ideas del pasado en punto a la anastasis
griega. Así Gastón Mora. en recien te artículo en El Diluvio, de Barcelona, nos habla del libro escrito por Sir
Oliver J. Lodge, bajo el título de Raymond,
o la Vida Y la Muerte. Sobre ello
dice el articulista:
"Toda
la Prensa inglesa se ocupó en la crítica del libro. Sus ediciones llegaron a
centenares de miles de ejemplares. Un periódico las estimó en más de un millón,
Es posible que ningún otro libro, escrito originariamente en inglés, haya
tenido éxito tan prodigioso. Su autor es Sir Oliver J. Lodge, que figura, por
sus talentos. en la brillante constelación formada por los Spencer, los Darwin,
los Russell-Wallace, y los Myers, Además de Raymond,
o Vida o Muerte, se le deben
otras obras, denominadas: Problemas
modernos, La sustancia de la fe aliada con la ciencia, El hombre y el Universo,
La supervivencia del hombre, La raza y la creencia, la Guerra después. Sir
Oliver J. Lodge sufrió la pérdida de su hijo Raymond, ingeniero mecánico;
graduado de la Universidad de Birmingham. A su muerte dedicó el gran periódico The Times una sentida y muy expresiva
necrología. El bondadoso padre sobrellevó el golpe con resignación patriótica.
Murió su hijo gloriosamente, cumpliendo con su deber; murió por su patria, por la vieja y libre Inglaterra. Está bien. Pero
¿todo habría sido aniquilado en Raymond? ¿No quedaría de él más que el recuerdo
en la mente y en el corazón de los que le amaron en vida, de sus padres, de sus
hermanos, de sus amigos y antiguos condiscípulos?
Sir
Oliver J. Lodge, que es hombre de ciencia y hombre de fe; que es un creyente,
un convencido espiritualista, no creyó nunca que con la muerte de Raymond
hubiera desaparecido lo mejor de éste, que era su alma. La muerte destruyó,
aniquiló la envoltura, el cuerpo del noble y valeroso muchacho: mas no destruyó
su alma. La muerte para el sabio inglés no es otra cosa que una transformación;
la puerta que se abre sobre el mundo invisible de los espíritus, que son las
almas desencarnadas, liberadas por la muerte. Para él, todo lo que vive, vive
siempre. Y vive el alma, después de la muerte, y en determinadas condiciones
puede comunicarse y se comunica con los humanos.
"Estoy
tan persuadido, dice, de la continuación de la existencia del otro lado de la
muerte (on the other side of death), como
lo estoy de la existencia de aquí'" Más de treinta años de estudio lo han
llevado gradualmente a la convicción de que no sólo es un hecho la persistente
existencia individual, sino que también, bajo determinadas condiciones, es
posible la comunicación entre los que fueron y los que aún están vivos. Si los
seres humanos que se han ido pueden comunicarse con nosotros, pueden
aconsejarnos y ayudarnos, pueden tener influencia sobre nuestras acciones, es
claro que las puertas están abiertas para un intercambio de riqueza espiritual
más allá de cuanto todavía nos hemos imaginado... Aprendamos, pues, por el
testimonio de la experiencia. Sea la nuestra propia -sea la de los otros-, que
aquellos que han sido, todavía son; que ellos nos cuidan y nos ayudan; que
ellos también están trabajando y esperando, progresando y aprendiendo'"
¿Qué
es, en efecto, la muerte?
Físicamente, es el
acto de cesar la coordinación orgánica humana, y de formarse a costa del cuerpo
que se dice nuestro, una multitud de organismos inferiores, hasta el límite
natural de los componentes minerales de ése, agua, anhídrido carbónico, etc.,
etc., que así se preparan para integrarse en nuevas organizaciones.
Metafísicamente, la muerte es mucho más, a saber: la caída, la cesación de las
actividades del ser que se dice muerto en un estado de latencia, inanición y
atonía, diametralmente opuesto al estado de actividad que hasta entonces le
caracterizó. Por eso, a los ojos de nuestro método analógico-simbólico, la
noción de muerte frente a la de vida, es equiparable u homóloga a todas las
demás nociones de negación, noche, tiniebla, reposo, latencia, pasividad, etc.,
etc., y, como todas ellas, no tiene, pues, otra realidad que la que le dan los
conceptos opuestos y anteriores de afirmación, día, luz, actividad, estado
radiante, movimiento, etc., etc.
Porque
conviene no olvidarlo nunca. Todas las concepciones de nuestra mente, como
limitadas, presuponen, en su afirmación, el concepto negativo contrario que les
da tonalidad y relieve por su contraste y sin el cual nos sería absolutamente
imposible el realizarlas. ¿Qué cuadro cabe hacer, por ejemplo, sin sombras?
¿Qué vida se concibe sin la concomitante destrucción de otras vidas? Por eso, a
Saturno, el prototipo simbólico de la serie de sucesiones a las que denominamos
vivir, se le representó antaño devorando hasta sus propios hijos, es decir,
destruyendo lo que antes creó para reconstruirlo, como en la famosísima tríada
brahmánica primitiva, a la que antes aludimos.
El
fenómeno de la muerte, pues, como todos los conceptos negativos, puede
estudiarse abstracta o metafísicamente, a título de cualquiera de estos otros
homólogos, el de los estados latente y radiante de la Física. Con ello sólo,
caeremos bien pronto en la cuenta de que la vida y la muerte no son sino los
dos casos conjugados de manifestación y
de entropía, únicos posibles en dicha
ciencia.
Un
cuerpo cualquiera, por ejemplo, recibe la acción energética de un foco
calorífico conocido o desconocido, y se calienta, es decir, empieza a irradiar
hacia el espacio que le rodea una parte mayor o menor de la energía calorífica
que sobre él actúa. Pero, al propio tiempo, un nuevo fenómeno contradictor de
esta emisión calorífica empieza a mostrarse desde el primer momento, porque el
calor irradiado llega a transformarse en luz, en electricidad o en cualquiera
otra forma de movimiento. Aquella actividad inicial, por tanto, empieza a morir como tal calor, y empieza a
vivir en nuevas formas energéticas sucedáneas. Shiva, valga la frase,
empieza a destruir calor para que Brahmâ a su vez cree la luz u otra de las mil
nacientes formas de energía, dentro de la Ley
de Vishnú, Verbo o Logos cósmico, que
hace que nada en verdad se cree ni nada se destruya a lo largo del cosmorama
sin fin, al que llamamos existencia manifestada, emanada del insondable seno de
lo oculto...
Ahora
bien; si nosotros no conociésemos sino el calor, y no las demás fuerzas físicas
con el calor conjugadas por leyes de reciprocidad y reversibilidad las más
perfectas, diríamos que el calor moría, sin poder alcanzar al hecho total, más
verdadero, de que en efecto moría, pero sólo para transformarse en otras
actividades vitales, temporalmente vedadas a nuestro conocimiento de entonces,
pero perfectamente claras desde el día en que un conocimiento superior nos
permitiese -como hoy ya podemos- ensanchar el radio de nuestra mera ciencia
"calorífica" en el seno de una ciencia más alta, en la que el calor
no fuera sino una parte de otras generales y recíprocas energías, luz,
electricidad, rayos X, etc., etc.; en una palabra, que conociésemos la Metafísica del calor; es decir, nuestra
actual ciencia de la Física, ciencia que respecto de aquella otra tan parcial y
deficiente, no constituiría sino una hermosa y efectiva meta, alcanzable más o menos pronto -como hoy ya la hemos alcanzado
con nuestro esfuerzo científico.
Aquí
está todo el nudo de la cuestión de la Muerte, tan temida, y aquí está toda su gran mentira maldita, de la que
puede libertarnos una concepción más perfecta acerca de lo que es, en verdad, el
Hombre, hasta aquí confundido, por los vulgares y los perversos, con ese débil
organismo animal o cuerpo físico, por el cual se manifiesta el Hombre en este mundo tridimensional, cárcel
efectiva de las raudas posibilidades indefinidas, que el estudio de las
"ene dimensiones" descubre, según llevamos dicho.
Si
dentro de cada uno de los días de nuestra vida tuviéramos tan limitada nuestra
ciencia y nuestra conciencia que no alcanzásemos a ver más allá, ni en las
realidades del día anterior -"que ya pasó al reino de Shiva"-, ni de
las realidades del día que va a seguir, surgiendo del seno de Brahmâ -"en
el que a la sazón yace en germen lo que va a nacer"-, en el momento de
dormimos llegaríamos a sentir terrores semejantes a los actuales de la
aproximación de la muerte. - ¡Ahí es nada -nos diríamos, escépticos-, Caer en
la inconsciencia, en las tinieblas del no ser, en el misterio de lo que
ignoramos, sin tener experiencia cierta ni de días anteriores, ni de días futuros!
Y un tal lenguaje, dentro del materialismo de radio corto imaginado que no ve
más allá de aquel ¡único! día, resultaría no menos lógico y positivo que lo que
hoy pueda parecemos nuestro estotro materialismo, que no va más allá hoy del
radio cretino de ese día fugaz de
nuestra vida física.
Otro
tanto que del día podríamos decir analógicamente del año y de otros ciclos
tales como el de la impubertad y la pubertad; hasta llegar al ciclo máximo del
escepticismo actual, cuyo radio es el de repetidas vidas físicas.
El
problema, así planteado analógicamente, no es sino el ya debatido del método
analógico mismo, y la solución forzosamente tiene que ser la misma también; la
que podemos expresar así: "Con la concepción, nacemos en el mundo materno, mundo en el que, por
cierto, vivimos un tiempo igual al que Venus -el simbólico planeta del Amor-
emplea en cerrar su año o su órbita.
Morimos luego para ese mundo materno en el mismo instante en que nacemos para
este mundo físico, y todo el tiempo que en este último mundo vivimos no es sino
un continuo ciclo de muertes y vidas, pues que morimos con el día,
restaurándonos en "su noche, de aparente inconsciencia física", para renacer vigorosos al
siguiente día; morimos y renacemos con la lunación en que el astro de las
noches cierra su ciclo vital iluminativo; morimos y renacemos más ampliamente
con el año, como muere y renace toda la Naturaleza... ¿Por qué, pues, no ha de
seguir semejante serie de unidades
matemáticonaturales de diferentes órdenes, si la serie de los números,
repetimos, es indefinida?
Con
esto sólo -digámoslo en términos de juristas-, las respectivas posiciones de
los que niegan y de los que afirmamos la existencia de la otra o "las
otras" vidas, se cambian por completo en la contienda. Nosotros, en
efecto, como "demandantes",
como "afirmadores", estamos obligados, es cierto, a probar con hechos, ante el tribunal del buen
sentido, semejante realidad de ultratumba, cosa que la muerte se encargará de
revelar, pero con sólo demostrar, como creemos haber demostrado, la necesidad
lógica del método científico al que llamamos analógico, y a más la existencia
de la "muerte y la renovación sucesiva de la conciencia" a lo largo
de otros ciclos de menos radio, pero analógicamente
idénticos entre sí, hemos comprobado que tales nacimientos, muertes y
renacimientos de la conciencia psicológica siguen una perfecta ley de seriación
cíclica a la manera de las unidades matemáticas de los diferentes órdenes.
Desde un instante tal, son los positivistas los que tienen que demostramos, en
cambio, que fuera de esa ley matemática serial a la que hemos llegado, y que
responde siempre confirmando nuestros cálculos en eclipses, etc., existe algo,
y que este algo, no demostrado, es lo que rige al mundo.
Seguir
por esta senda positivamente demostradora
nos sería cosa fácil, pero nuestra conciencia misma protesta indignada de
tan profano proceder nuestro; ¿a qué demostrar, en efecto, la luz a los ciegos,
transgrediendo aquel divino precepto evangélico relativo a "los tesoros
del Reino de Dios"?
Dejemos,
pues, su cretino mundo a los escasos positivistas que van quedando después de
la mundial catástrofe, y oigamos siempre a los sabios del pasado y a los
poetas.
Uno de éstos, el
ático Enrique Gómez Carrillo, nos dice, hablando de las estelas del Cerámico:
"En
las claras tardes de Atenas, cuando las cimas armoniosas del Himeto comienzan a
perderse en el profundo azul del crepúsculo, no hay sitio ninguno de
peregrinaciones apasionadas que atraiga con tanto poder como el antiguo
cementerio del Cerámico. Entre las estelas de mármol conservadas intactas por
milagro, toda la dulce filosofía de los paganos áticos conviértese en una
visible lección de consoladora realidad.
"La
muerte, la intrusa muerte, que en otros camposantos nos llena de angustia; la
muerte, que antes había sido la obsesión dolorosa del Egipto; la muerte, que
más tarde ha de bailar ante la Edad Media medrosa su danza macabra; la muerte,
que en todas partes se presenta descarnada, carcomida, gesticulante; la muerte,
espantosa e implacable, aquí, en la Atenas de Palas, apenas nos sugiere, con su
grave aspecto de bella dama velada, una respetuosa melancolía. Las
inscripciones que grabaron los poetas en las piedras no lloran casi nunca, y,
cuando lloran, es sin gemir ni desesperarse. "Aquí yace un hombre que se
va del mundo lo mismo que vino" -dice un epitafio-. Y mejor que las
letras, las figuras de los relieves hablan, al que pasa, de resignación
tranquila. "Detente, viajero -murmura cada estela-, y contempla la última
jornada de la vida." Los muertos, en efecto, no son sino los supremos
viajeros que se ausentan para no volver. A cada momento vemos aparecer a Carón,
impasible en su actitud algo desdeñosa y algo fatigada. Su barca tiene en la
proa un ojo abierto ante el infinito. Los que han de atravesar el Aqueronte se
embarcan sin repugnancia siempre, y a veces sin dolor, y a veces con alegría.
"Triste servidor de Plutón -dice el Diógenes de Leónidas de Tarento-,
recíbeme en tu esquife, aunque ya esté cargado de sombras: lo que llevo como
equipaje es mi lámpara y mi frasco de aceite." Los que se embarcan
entristecidos no sienten temores tenebrosos de un más allá de misterio. Lo
único que los apena es tener que renunciar a la vida y a sus placeres. Entre
los epigramas funerarios de la "Antología", que forman como un cementerio
ideal, con tumbas de los cinco grandes siglos griegos, hay epitafios que ríen y
epitafios que lloran; pero no epitafios desesperados. "La espera de la
muerte -dice Pablo- es una dolorosa ansiedad, de la cual sólo la misma muerte
nos libra. No lloremos, pues, a quien sale de la vida, ya que después de la
tumba no hay sufrimiento ninguno. El sufrimiento está en abandonar lo que se
ama. Mas esto mismo tiene su dulzura. En el "Reproche a Mimnermo",
Solón dice: "¡Que la muerte no venga sin hacer derramar algunas lágrimas,
y que mis amigos, al verme partir, se entristezcan con tristeza majestuosa,
tranquila, digna!"
"En
una estela célebre de este cementerio ateniense, vemos a un ciudadano que dice
el adiós último a su familia. Con ademán grave estrecha la mano de su esposa.
En su rostro hay una melancolía inmensa. "Es indispensable", parece
murmurar. En otra estela, hacia la cual los guías conducen siempre al viajero,
vemos a Hegeso, hija de Proxenos, contemplando con amargura el cofre que guarda
sus joyas. En sus labios hay una sonrisa de cruel resignación. Otra mujer, la
bella Korallion, se despide de su esposo y de su hijo. Con sus pálidas manos
acaricia a esos dos seres, que para ella representan toda la ventura humana.
Sus labios no exhalan la menor queja. Entre los que componen el grupo, ella
parece la menos impresionada por la fatalidad de su propio destino. En otra
estela, un bajorrelieve nos hace ver que aquellos que mueren gloriosamente
merecen ser admirados aún más allá de la tumba. "Este es Dexileos de Thorikos,
hijo de Lisanias, que merece el nombre de héroe", dice el epitafio. Y la
escultura nos presenta al joven guerrero en el momento en que vence a un
enemigo. Es el único momento que los amigos quieren recordar. En cuanto al otro
combate, en que la suerte le fué adversa, ¿para qué evocado en una piedra de
gloria? El mismo artista que esculpió ese relieve, yace, algunos pasos más
lejos, bajo otra estela magnífica, en la que un compañero lo ha inmortalizado,
contemplando a la Parca inexorable con la más fría curiosidad. "¡Ah!,
parece decide, ¿eres tú?" y su noble indiferencia inspira al poeta Agatias
el epitafio que todos conocemos: "¿Por qué temer la muerte, que, lejos de
hacer mal, pone un término a los dolores y a todas las pobrezas? No viene sino
una vez a visitamos, y jamás mortal la recibió dos veces." A cada paso, en
la ciudad de las sombras, la voz que canta el último canto tórnase ligera, sin
dejar de ser melancólica. Desde que alguien deja de existir, los organizadores
de la ceremonia luctual acuden en el orden en que un anónimo alfarero,
contemporáneo del gran Alcibíades, los ha pintado en el ánfora de Arquemoros.
El cadáver estátendido en un "kliné", bajo un parasol que sostiene
una esclava. Otra esclava corona de rosas la cabeza inmóvil, y perfuma los brazos
inertes. A los pies del lecho detiénese el poeta que va a componer el epitafio.
Su rostro jovial hace ver que los doctos exámetros no serán ni muy tristes ni
muy numerosos. Con decir: "Detente, caminante; aquí yace un joven que
murió a la edad en que otros nacen a la vida del placer", estará terminada
su lírica tarea. De lo que se trata es de emplear las formas de Hesiodo y los
epítetos de Mimnermo...
"Los
que enseñan el desprecio o el odio de la existencia están considerados como
locos peligrosos. Los griegos los llaman "pisithanates" o consejeros
de la muerte. Y aconsejar el abandono de la bella vida es un absurdo, es un
crimen. El Estado, que no puede tolerar tal crimen, h3ce cerrar la escuela en
la cual Hegesías el taciturno predica un evangelio que conduce hacia el
suicidio. Y el suicidio es una locura, es la peor de las locuras. Los que han
atravesado el Aqueronte lo saben, puesto que eternamente suspiran por el mundo
perdido. En los dominios de Hades, la nostalgia es un mal frecuente. Los héroes
mismos tienen nostalgias. Cuando Ulises felicita a Aquiles en los Campos
Elíseos, el vencedor de Héctor exclama: "¡Generoso amigo, tus palabras son
vanas, y en mi ánima te juro que más me gustaría ser mercenario del labrador
miserable que apenas puede comer el producto de su campo que reinar como tirano
absoluto en este pueblo de sombras!" La serenidad helénica es una forma de
la resignación. Mientras los hombres pueden combatir por conservar la vida, lo
hacen desesperadamente. Y si, cuando sucumben, no se rebelan contra la suerte
ni se crispan ante la fatalidad, es porque quieren morir en belleza. No
teniendo un infierno lleno de tormentos ni esperando un paraíso con goces
inefables, desconocen las angustias y los éxtasis. de otras razas. Después de
respirar por última vez, el ser completo desaparece. El alma que queda viva, el
alma inmortal, no es sino un símbolo para poetas y escultores, un símbolo que
lo mismo aparece enterrado con el cuerpo que llevando una vida libre; una
cosilla alada que perpetúa al que dejó de existir, conservando su forma, su
traje, sus armas, algo como una disminución ligera de la materia a veces, y a
veces una pura sombra que se pierde en el espacio infinito. Lo que ha de ser de
esta sustancia en un vago más allá no preocupa a nadie, como no sea a los
retóricos que discuten interminablemente bajo los pórticos, y que dan al
problema tanta importancia como 11 la propiedad de un epíteto homérico. En su
carta a Meneceo, Epicuro dice: "Acostúmbrate a pensar que la muerte no es
nada para nosotros, pues todo bien y todo mal reside en el poder de sentir, y
la muerte nos priva de ese poder. Así, este conocimiento recto de que la muerte
no es nada para nosotros hace que el carácter mortal de la vida no nos impida
gozarla, y esto no colocando ante nosotros la perspectiva de un tiempo
indefinido, sino quitándonos el deseo de la inmortalidad," La concepción
del más allá, tal como existe en el mundo cristiano, tan imbuido de la vida
eterna del alma, no quita el sueño a ningún griego."
Pero
si, como se ve, a ningún griego, dentro del escepticismo característico de la
decadencia espiritual del siglo mismo de Pericles, le quitó nunca el sueño el
problema de la muerte, a iniciados como San Pablo les llevó a algo mucho más
glorioso, o sea "a matar a la muerte misma", asentando sobre
firmísimas bases filosóficas el sublime problema de la resurrección, según
veremos en el siguiente capítulo.
Una
frase de Maeterlinck. - Plutarco y sus "Isis y Osiris". - Thumos,
psuche , nous. - El Sol, la Luna, la Tierra y el Hombre. - La muerte física y
la muerte psíquica. - El Jardín del Hades. - Pitágoras y su Maestro Sakia
Muni.La Jerusalén celestial. - El ritual funerario egipcio. - La muerte del
alma.Cadáveres vivos. - El daimón de Sócrates. - El "eidolon", - Los
misterios iniciáticos según Herodoto, Píndaro, Isócrates, Diodoro Sículo,
Platón, Sócrates, Aristófanes, Cicerón, Epicteto, Marco Aurelio y otros. -
Osiris y Tifón. - Misterios de Eleusis, de Orfeo, de Mithra, etc., etc. - La
profecía de Hermes Trimegistus. - La muerte y la epístola primera de San Pablo
a los Corintios. - Los "Misterios del Reino del Padre", según San
Pablo y según el Evangelio.
"Los
muertos viven y se mueven en medio de nosotros de un modo mucho más real y
efectivo de lo que pudiera describir la imaginación más audaz. Es muy dudoso
que ellos permanezcan en sus tumbas como prisioneros. Hasta parece cada vez más
evidente que nunca se han dejado encerrar allí. Debajo de las losas, en donde
creemos que están encerrados, sólo queda un poco de cenizas que ya no les
pertenece, que han abandonado sin pesar, y de las que probablemente no quieren
acordarse. Todo lo que fué ellos mismos permanece con nosotros..."
Tal
se expresa en su obra Sentiers dans la
Montagne el gran Mauricio Maeterlinck.
Al
así pensar en nuestros días el autor de El
Templo sepultado y del Templo
resucitado no hace, en efecto, sino glosar la enseñanza tradicional de los
tiempos antiguos, cuando aún estaban en todo su esplendor sublime los
primitivos Misterios iniciáticos,
"El
hombre -dice el iniciado Plutarco, en Isis
y Osiris- es un compuesto, y se equivocan los que piensan que únicamente se
compone de dos partes, imaginándose que el entendimiento es una parte del alma.
No menos yerran los que consideran al alma como una parte del cuerpo. La
inteligencia (nous), en efecto, es tan superior y está tan por encima del alma
como el alma, a su vez, es superior y está por encima del cuerpo. Ahora bien,
esta unión del alma (ψυχη) con la inteligencia
(νους) constituye la razón, y la unión del alma con el
cuerpo (θυμος) la pasión. Esta última unión es el
origen del placer y del dolor, mientras que la otra lo es de la virtud y del
vicio. De estas tres partes tan íntimamente asociadas en esta vida, la Tierra,
la generación humana, ha dado el cuerpo; la Luna ha dado el alma, y el Sol, la
inteligencia.
Al
sobrevenir, pues, la muerte física, las tres partes (cuerpo, alma e
inteligencia) de que antes constaba el hombre quedan reducidas a dos, y más
tarde, al sobrevenir la segunda muerte o muerte psíquica. dichas dos partes se
reducen a una[20].
La primera muerte tiene lugar en la región o reino de Demeter, y de aquí el
nombre de telein (τελειν)
que se dió a los Misterios, de sustantivo teleutai
(τελενται). muerte. Por eso los
atenienses consideraban a .los difuntos como víctimas consagradas a Demeter. En
cuanto a la segunda muerte, ella se verifica en la Luna o región de Perséfona.
Hermes, o sea la Sabiduría, preside a entrambas muertes, arrancando súbita y
violentamente el alma del cuerpo, pero además, en la segunda, Perséfona o
Proserpina va separando suavemente, a lo largo de un gran período de tiempo, al
entendimiento del alma, y por eso a la diosa se la llamó también Monogenes, "la del engendro
único", porque deja libre a la parte más excelsa del hombre con la segunda
muerte dicha. Está dispuesto, en efecto, por la Fe que cada una de las dos
almas, la racional y la irracional, al abandonar el cuerpo, vaguen una
temporada muy diferente, según los casos, por la región situada entre la Tierra
y la Luna, porque en semejante región (Hades) aquellos que han sido injustos y
disolutos sufren en ella el castigo merecido por sus faltas, al par que los
buenos son allí detenidos también hasta que quedan purificados de cuantas
manchas ha recibido el alma por su unión con el cuerpo. Cual gentes enfermas en
convalecencia, viven estas últimas almas en la región más apacible del aire,
comúnmente llamada Pradera o Jardín de Hades (Campos Elíseos), en donde
continúan por un tiempo fijo, previamente señalado a cada una. Después de esta
residencia restauradora, y como si el ser regresase feliz a su país natal
después de errante y angustiosa peregrinación o cruel destierro a lo largo de
la vida, experimenta una inefable sensación de gozo, tal y como principalmente
la reciben los que están iniciados en los Sagrados Misterios, gozo mezclado con
el asombro de verse cada uno rodeado de aquel ambiente propio que durante su
vida aquí abajo anheló... "Yo sé bien -añade Plutarco en otro Diálogo, dirigiéndose a su discípulo-
que tú estás demasiado bien instruído en las doctrinas recibidas de nuestros
sabios antecesores y las sagradas orgías de Dionysus para prestar oídos a
cuantos desgraciados traten de persuadirte como a otros de que el alma, una vez
liberada del cuerpo, ni sufre males ni es consciente. Para nosotros, los que pertenecemos a la Gran Fraternidad iniciática,
no son bien conocidos los místicos signos; DE ELLO, POR TANTO, NO NOS CABE
DUDA YA."
Siguiendo
la senda trazada por las ideas anteriores, Orígenes, en su Epístola sexta a los Romanos, dice: "Existe en el hombre una
división triple, a saber: 1°, el cuerpo, o
la carne, porción más inferior de nuestra naturaleza, en la que la antigua
serpiente inscribió la ley del pecado, y por cuyo influjo nos vemos tentados a
cometer acciones malas. 2°, el espíritu, según
el cual expresamos la semejanza de la naturaleza divina y en el que el Creador
del molde mismo de su propia Mente grabó con su dedo la ley eterna de justicia,
y por el cual estamos unidos hipostáticamente a Dios y hechos uno con Él. 3°, el alma, o intermediario entre el cuerpo
y el espíritu, y que, al igual que en una república dividida en dos bandos,
tiene que unirse al uno o al otro, puesto que se ve contrariamente solicitada
por los dos, siendo libre de elegir, de tal modo que acaba por convertirse en
espiritual, si toma el partido del espíritu, y en material si se entrega a la
carne y a sus concupiscencias." Respecto de esta alma, dice asimismo
Platón (Leyes, X) que es nuestro
principio motor, y habiendo sido engendrada antes que el cuerpo, no sólo actúa
sobre todos los sentidos, sino que
administra igualmente a los cielos. Dirige, pues, así el alma todas las
cosas en los cielos, en la tierra y en el mar, y sus atributos son querer
juzgar, permanecer en su natural estado de alegría, confianza y amor, o caer en
el miedo, la tristeza, el odio, juntamente con todos aquellos otros movimientos
que están unidos a estos sentimientos primitivos... Siendo ella, por sí misma,
una diosa, toma siempre por aliado al Nous,
o Dios Interior, disciplinando todas las cosas correcta y felizmente, pero
cuando se sumerge en Annoia -o sea el
no-nous, el nous negativo obra en sentido absolutamente contrario en un todo.
No hay por qué añadir que todo esto no son sino glosas de los textos
buddhistas, y que en ello, como diría Bacon, se ve que el genio del pasado era
infinitamente más agudo que el nuestro.
Zenón
de Elea, el fundador del estoicismo, enseñaba también que existen en la
naturaleza dos cualidades, que son eternas: la una activa, masculina o Espíritu
Divino, y la otra pasiva, femenina y completamente muerta por sí misma cuando
no la cobija aquel espíritu.
Pitágoras,
exponiendo también la pura filosofía de SiddharthaSakya-Muni o el Buddha,
afirmaba que el Ego o Nous era
coeterno (con Dios, mientras que el alma, para llegar hasta esta divina
excelencia, tenía que pasar por varios estados -los rupa-lokas o mundos de la forma hindúes-. La metempsychosis era tan sólo dicha sucesión de estados ascendentes,
a lo largo de los cuales el thumos o
cuerpo de carne, y hasta el Phren o
cuerpo psíquico, eran iluminados a través de tales ciclos de sucesivo refugio o
ascenso hacia moradas a las que los buddhistas llaman zion, y cabalistas, gnósticos, la Sión o Jerusalén celestial. Las
personificaciones o cristalizaciones metafísicas de las acciones buenas o malas
del hombre, que los buddhistas denominan skandas
o tendencias, arreglan o condensan, después de la muerte del cuerpo
material un cuerpo etéreo o astral, duplicado
efectivo de lo que el hombre fuera antes moralmente en dicho cuerpo físico. De
aquí los sufrimientos del ya nuevamente nacido hasta que logre desprenderse de
todo pensamiento o pasión terrenos.
En
el Ritual funerario egipcio, el alma
buena o purificada, juntamente con su espíritu superior o increado, es más o menos víctima en el otro mundo de la negra
influencia del dragón ApoPhis. Si ha
logrado el conocimiento final de los misterios celestiales e infernales, la gnosis, o sea la completa reunión con el
espíritu, triunfaría de tal enemigo; de lo contrario no puede el alma librarse
de su muerte
segunda.
Esta muerte consiste en la disolución gradual de la forma
astral en sus elementos primitivos; pero este tremendo destino puede evitarse
mediante el conocimiento del "Nombre Misterioso e Inefable", "la
Palabra Perdida", de los cabalistas, o sea la Iniciación.
¿Cuál
era el castigo inherente a la negligencia de estos problemas? Cuando el hombre
ha llevado en esta existencia una vida naturalmente pura y virtuosa, no hay
para él castigo alguno en el otro mundo, sino un simple retardo, mayor o menor,
hasta que se vea allí lo suficientemente purificado para recibir a su
"Señor espiritual", que es uno de los Elohim o Dioses de la poderosa
"Hueste Celestial", un "habitante del sol"; pero si, por el
contrario, el "alma" se paraliza y, como principio semianimal que aún
es, se vuelve inconsciente de su mitad subjetiva -el "Señor" dicho-
más pronto o más tarde, el alma pierde finalmente de vista su divina misión en
la Tierra... Al modo entonces del Vourdalak
o vampiro de las leyendas servias, el cerebro se alimenta, vive y
desarrolla más y más su poder a expensas de aquella Fuerza Trascendente, que es
su padre espiritual. El alma, ya sólo consciente a medias y embriagada más y
más con el valor embrutecedor de la vida terrena, se vuelve insensible,
perdiendo hasta la esperanza de su redención. Impotente para discernir ya la
pura luz de su Espíritu y oír la Voz avisadora de éste su "Angel
Guardián" y "su Dios", enfoca todas sus aspiraciones hacia la
mejor comprensión y el más completo desenvolvimiento de su vida natural o terrena,
capacitándose, pues, solamente para descubrir los misterios de la Naturaleza
física. Sus penas y alegrías, sus zozobras y esperanzas, se cifran ya sólo en
su existencia terrestre; rechaza indignada todo cuanto no puede ser demostrado
por los órganos de acción y de sensación, empezando así por decaer del modo más
alarmante, hasta que, por fin, muere el alma por completo, y muchos años antes
de separarse del cuerpo físico el principio de vida es aniquilado totalmente con frecuencia. Cuando la que llamamos muerte
llega al fin para semejantes seres, la garra férrea y viscosa de la Intrusa,
aunque encuentra como de costumbre una Vida
a la que asirse, ya no halla, en cambio, alma alguna que libertar, porque
la esencia entera de ésta ha sido anteriormente absorbida por el sistema material
y vital del hombre físico. Esta horrible muerte, en fin, sólo deja en libertad
un verdadero cadáver espiritual, o a lo sumo un efectivo idiota. Incapaz ,de
cernerse en otras regiones más elevadas, ni de despertar de su letargo, pronto
es disuelta en los elementos mismos de la atmósfera de la Tierra.
"Los
iluminados, los hombres justos, aquellos que por su propio esfuerzo han llegado
a la suprema ciencia del Hombre interno y al conocimiento de la verdad, han
recibido, como Marco Antonio, instrucciones de los dioses al efecto, ora durante el sueño, ora de otro modo.
Auxiliados por los puros espíritu o ángeles "que habitan en las regiones
de la bienaventuranza eterna", han observado de siempre el curso de tales
hechos, y han avisado de ello a la humanidad repetidísimas veces. Puede el
escepticismo, si le place, burlarse de todo esto; pero la fe, fundada en el conocimiento y en la ciencia espiritual, así
lo viene creyendo y afirmando siempre. Nuestro ciclo actual es un ciclo
eminentemente caracterizado por tales muertes A cada paso nos codeamos en esas
calles con hombres y mujeres que han perdido ya su alma, y por eso no podemos
maravillarnos. en el presente estado de cosas del tremendo fracaso de los
últimos esfuerzos de Hegel y de Schelling para construir un sistema metafísico.
Cuando varios hechos palpables y visibles de los del moderno espiritismo
fenoménico se verifican todos los días, y a pesar de ello son negados por la
mayoría de los hombres de las naciones llamadas civilizadas, bien poca
probabilidad existe de que pueda ser aceptada una metafísica puramente
abstracta por parte de la creciente hueste de los materialistas y
positivistas" .
Tal
se expresa en diversos pasajes de Isis
sin Velo la maestra H. P. B., a propósito del gran misterio de la muerte y
del destino del alma humana en ultratumba.
"El
daemonium de Sócrates -añade en otro
pasaje- era el ηους mente,
o conocimiento de lo divino. Es él, dice Plutarco, purísimo en su origen,
no mezclándose sino lo estrictamente necesario con el cuerpo[21]. Cada alma, en efecto,
tiene en sí una porción mayor o menor de razón, porque sin ella el hombre no
puede ser hombre, pero asimismo cada alma, a su vez, se ve modificada por la
parte en que se mezcla con la carne mediante el deseo, y por medio del dolor y
del placer se convierte en irracional. No todas las almas, sin embargo, se
mezclan con el cuerpo de igual modo: algunas se introducen por completo dentro
del mismo, y por eso toda estructura en esta vida es mero deseo o pasión;
otras, por el contrario, sólo se mezclan parcialmente con el cuerpo, quedando fuera de él su parte más pura,
o nous, flotando por encima de aquél,
y tocando o cobijando a la porción superior de la cabeza del hombre, semejante
a un hilo salvador que sostiene así a la parte del alma sumergida ya en la
materia, o sea en el organismo. El vulgo se figura, sin embargo, que aquel nous está dentro de su cuerpo, al modo
como a veces la imagen reflejada en el espejo parece estar en su espejo mismo,
pero el hombre inteligente, por el contrario, sabe bien que semejante Protector
está fuera de su cuerpo, y le considera como un verdadero daemon, es decir, un dios, un
espíritu puro.
En
cuanto a la suerte del alma, después de la primera muerte que le separó del
cuerpo, y la segunda, que le privó posteriormente de su espíritu, Plutarco
sigue enseñándonos que "aun separada ya el alma así del Espíritu
(νους) como del cuerpo (θυμος),
conserva durante largo tiempo aún .el molde o forma anterior del organismo que
perdiera, de tal suerte que puede llamársela con justicia su ídolo (ειδολου)
o imagen. La luna es el elemento propio de estas almas, porque en él acaban por
disolverse, ni más ni menos que los cuerpos de los que han muerto se resuelven
en las sustancias componentes de la Tierra. Aquellos, sin embargo. que durante
su vida de aquí abajo han sido virtuosos, honestos, viviendo una existencia
pacífica y filosófica, sin mezclarse en las pasiones tumultuosas del mundo, se
deciden pronto, porque, abandonados por el nous
que las cobijase antes, y no haciendo ya uso de las pasiones materiales, se
desvanecen en su elemento lunar originario",
Todas
estas cosas, por supuesto, no eran, ni podían serlo todavía, patrimonio del
ignaro vulgo, sino exclusivo de aquellas mentes bastante evolucionadas ya en
ciencia y en virtud para poder ser recibidas las enseñanzas de los Misterios.
No estarán, pues, de más aquí algunas consideraciones acerca de estos últimos[22].
Según
la enseñanza iniciática tradicional, la palabra Misterios viene del griego teletai
o perfección, y de teleuteia, muerte,
como ya hemos dicho. Sus reglas no se daban a los profanos, sino que eran
enseñadas por medio de representaciones dramáticas y por otros procedimientos,
evidenciando así ante los profanos, iniciando el origen de las cosas, la
naturaleza del espíritu humano, sus relaciones con el cuerpo y la manera de
purificarse y regenerarse para una vida más elevada. Las ciencias físicas, la
medicina, las leyes de la música, la adivinación, todo era enseñado por el
mismo sistema, y puede llamarse filosofía a la iniciación en los pasmosos
arcanos de los verdaderos misterios y la instrucción en los mismos. Esa
iniciación se componía de cinco partes: I. La purificación previa; II. La
admisión a la partición en los ritos secretos; III. La revelación epóptica; IV.
La investidura o entronización; V. La quinta, producto de todas éstas, en la amistad
y comunión interna con Dios, y el goce de la dicha que nace de las relaciones
íntimas con seres divinos. Platón llama epopteia,
o vista personal, a esta perfecta contemplación de las cosas que se
conciben intuitivamente, como verdades e ideas absolutas. Considera también el
acto de ceñir el iniciado la corona de los misterios como análogo al hecho de
serle conferida a cualquiera la autorización, por parte de sus instructores, de
conducir a otros a la misma contemplación. Del quinto grado nace la dicha más
perfecta, y, según Platón, la más completa asimilación posible a seres humanos
con la Divinidad.
"Eran
los Misterios, según Herodoto -dice un amigo nuestro bajo el pseudónimo de Servet-, una sucesión de símbolos, y la
parte oral de los mismos una explicación accesoria, o bien comentarios sagrados
con tradiciones independientes y cortas que encerraban teorías sobre física y
moral, en los cuales los planetas y elementos hacían el papel de actores.
Aquellos
hombres que se dedicaron al estudio de la ciencia y al cultivo del arte, no
pudiendo, aislados, vencer los obstáculos que la ignorancia oponía al logro de
sus aspiraciones de perfección progresiva tanto en el orden moral como en el
intelectual, tuvieron que asociarse, pues, para conseguirlo, llamándose iniciados y denominando Misterios a los métodos comunicativos
que dejamos apuntados y al conjunto mismo del caudal de sus descubrimientos y
de sus enseñanzas simbólicas.
Es
evidente la alianza íntima que siempre ha existido entre los sistemas
filosóficos y el simbólico, como lo prueban las alegorías que encontramos en
los monumentos de todos los tiempos, en los escritos simbólicos de los padres o fundadores religiosos de todas
las naciones, y en los rituales de todas las asociaciones místicas y secretas, raudal
inagotable de principios invariables y uniformes, que forman un conjunto
armonioso y perfecto.
En
tal concepto debemos apreciar la importancia de la enseñanza simbólica, por el
uso constante que con ese motivo hizo de ella la Antigüedad y el influjo que no
ha dejado de ejercer en todos los siglos como sistema de instrucción y
participación misteriosa.
Fueron
las iniciaciones escuelas en las que se enseñaron las verdades de la Religión
Primitiva, la existencia de un solo Dios, la inmortalidad del alma, los
fenómenos de la Naturaleza, las artes. las ciencias, la moral, la legislación,
la filosofía, la beneficencia, lo que llamamos hoy metafísica, el magnetismo
animal y otras muchas ciencias conocidas sólo de los iniciados.
A
la filosofía racional de la India se debieron los Misterios Egipcios después de
haberse fundado los de la Persia y la Caldea, siendo esta primitiva filosofía
la base de la enseñada por Pitágoras y Platón. Sócrates nos dice "que los
fundadores de los Misterios o grandes Asambleas de los iniciados eran hombres
de genio, quienes en las primeras edades del mundo enseñaban. bajo enigmas
difíciles de comprender, cuán necesario era purificarse antes de descender a
las regiones desconocidas, para no ser precipitados en el abismo; porque sólo a
los exentos de las impurezas del mundo les era permitido gozar de la presencia
de la Divinidad: Tanta seguridad tenían los iniciados de ser admitidos en la
sociedad de los dioses.
En
el caos de las supersticiones populares, sólo los Misterios pudieron libertar
al hombre de la barbarie. De ellos nacieron las doctrinas de Confucio y de
Zoroastro, y fueron conceptuados por San Clemente de Alejandría como el
complemento de todo saber. en donde eran vistas y aprendidas todas las cosas,
especialmente en los llamados Grandes
Misterios. En efecto, si hubieran limitado su enseñanza a la moral
únicamente, no habrían sido objeto de los elogios de tantos hombres ilustres
como Píndaro, Plutarco, Isócrates, Diodoro, Platón, Sócrates, Aristóteles,
Cicerón, Epicteto, Marco Aurelio y otros, quienes atestiguaron su sabiduría y
grandeza.
Nada
se omitía de cuanto pudiera realzar a los Misterios de la iniciación, llegando
sus ceremonias a poseer un encanto tan poderoso que, no sólo conjuró los males
que amenazaban destruidos. sino que fué la causa de que se reputase como un
honor poco común el favor de ser iniciado. Conservaron los Misterios el
carácter de grandeza y santidad que los distinguía hasta mucho después de la
época de Cicerón, y causaban en el ánimo de los más osados un profundo respeto,
que ni aun el parricida Nerón se atrevió a penetrar en sus templos, y rehusóse
a Constantino igual honor a consecuencia del homicidio de sus parientes.
Eran,
en general, fúnebres las formas de los Misterios y además el tipo de una muerte
y resurrección místicas que aludían siempre a un personaje divino o heroico.
Variaban los pormenores, según las localidades. si bien en el fondo era igual
la alegoría en todos ellos. Este fondo no era otra cosa que la exposición de la
fábula de Osiris (o bien la verdad
revelada bajo la forma de figuras alegóricas), que representaba al Sol como
principio del Bien, y a Tifón, o ausencia de aquel astro, como causa del mal y
de las tinieblas. En todas las historias de dioses y héroes encontramos
detalles secretos que hacen referencia a las operaciones visibles de la
Naturaleza, pues sólo inteligencias sin cultura pudieron considerar como
divinos al Sol, la Luna, las estrellas y al poder de la Naturaleza, consagrando
a estos objetos un culto público.
Inspirar
al hombre piedad y hacerle soportable la vida y sus pesares, eran atenciones
preferentes de los Misterios, dándole por recompensa el consuelo o la esperanza
de otra vida feliz y eterna. Cicerón decía que no sólo recibían en ellos los
iniciados la instrucción que les era necesaria para ser felices en este mundo,
sino que también adquirían por medio de ella hermosas esperanzas para el
momento de la muerte. Sócrates decía también que era una dicha el ser admitido
en los Misterios, porque se tenía por cierta la inmortalidad. Y, en fin,
Aristóteles aseguraba que los Misterios no sólo proporcionaban a los iniciados
consuelos en esta vida, sino también la ventaja inapreciable de pasar al morir
a un estado perfecto de felicidad.
Sería
fácil probar cuál era otro de los fines recomendables de la iniciación, pues
según el mismo testimonio de los antiguos, ocupaba a los iniciados con
entusiasmo la idea de civilizar las hordas salvajes, mejorar sus costumbres y
que formasen parte de la sociedad; es decir, hacer recorrer al hombre una vía
digna de él. Eran los Misterios de Eleusis, según Cicerón, un bien que Atenas
acordaba a los pueblos; porque era también misión de sus iniciados realizar la
empresa que. acabamos de indicar e inculcar la moral como base de la
institución. El mismo orador filósofo, en su apóstrofe a Ceres y Proserpina,
dice que el género humano debía a estas diosas los primeros elementos de la
vida intelectual y física, el conocimiento de las leyes, los preceptos de la
moral y los ensayos de la civilización que tan útiles son a la humanidad. Al
poner en práctica los principios políticos y religiosos de la institución,
enseñaban a los hombres sus deberes recíprocos, los que debían a los dioses y
el respeto que éstos exigían, obteniendo de este modo el que es necesario
dispensar a las leyes; idea que Virgilio nos confirma de esta manera cuando nos
habla de las ceremonias de la iniciación: me enseñaron allí, dice, a respetar
1a justicia "y los dioses"[23].
No
fueron los Misterios simples purificaciones, fórmulas o ceremonias arbitrarias,
ni menos la manera de recordar a los hombres el estado anterior a su
civilización, pues ya hemos dicho que inclinar al hombre a la piedad e
inspirarle el temor de una vida futura fué en los primeros tiempos, si no desde
su principio, uno de los fines de la iniciación.
Mucho
se ha escrito sobre el estado de barbarie del hombre antes de los Misterios,
alusión puramente metafórica si no hiciera referencia a la ignorancia del
candidato y, en general, a la del hombre. Es indudable que los Misterios de
Isis, y todos los que conocemos, lograron realizar el designio que se habían
propuesto. Mejoraron la condición social del hombre y perfeccionaron sus
costumbres, ligándole a su especie por medio de deberes sagrados y recíprocos.
Fué este primer ensayo de la ciencia y sabiduría primitivas el que se esforzaba
en crear una legislación sólida y duradera y en enseñar aquella filosofía que
asegura al hombre su felicidad, preserva a su alma del influjo moral de las
pasiones y conserva el orden en la sociedad. Era la obra del genio, cuyo
pedestal fué la ciencia y el estudio incesante del hombre.
Representaban
al iniciado por medio de imágenes la felicidad del justo y la desgracia del
hombre malvado después de la muerte; escogían los lugares más obscuros para
presentar aquellas imágenes en espectáculo, asistiendo propiamente a dramas a
que daban el nombre de iniciación o Misterios y excitaban la curiosidad del
iniciado con el secreto de las ceremonias, no menos que con las pruebas por las
cuales pasaba, en tanto que su atención recorría los diferentes objetos que le
rodeaban: tales eran la variedad de escenas, la belleza de los adornos y las
rápidas transformaciones. Llenábanle de profundo respeto la gravedad y dignidad
de los actores, y despertaban en él la augusta majestad del ceremonial, bien la
esperanza, o el temor, o la tristeza, o el regocijo.
Los
hierofantes, hombres inteligentes que conocían la manera de hacer sentir el
efecto que deseaban, emplearon con tal objeto los medios más oportunos. El celo
del secreto cubría sus ceremonias y acostumbraban celebrar los Misterios en
medio de la noche, haciendo más imponente al iniciado la impresión que recibía,
más duradera la ilusión y mayor su asombro. El recinto escogido para las
ceremonias eran cavernas débilmente alumbradas, y árboles frondosos rodeaban el
exterior de los templos, porque se tenía el propósito
de hacer sentir al alma el temor saludable que suelen inspirar los lugares
melancólicos.
La
palabra Misterias, según Demetrius
Phalerus, era una expresión metafórica y sinónima de la idea del pavor que
ocasionan la obscuridad y el silencio. Siendo la noche la hora en que se
practicaban, recibieron también el nombre de ceremonias nocturnas, y, según
Apuleyo, en dicha hora era también cuando tenían lugar las iniciaciones en los
Misterios de Samotracia y en los de Isis.
Nada
pudo excitar más vivamente la curiosidad del hombre que los Misterios, en los
cuales se enseñaban ciertas verdades que aumentaban su deseo no menos que los
obstáculos que entonces, como ahora, detienen al iniciado, quien sólo por
intervalos puede llegar al fin a conocer el grande objeto de la iniciación.
Hierofantes y legisladores se sirvieron de ella como de un resorte poderoso
para hacer adoptar al pueblo ciertos preceptos que hubiera sido difícil hacerle
aceptar por la fuerza.
Entre
los iniciados era un estímulo la idea de querer imitar a la Divinidad, la cual,
decían, oculta a nuestra vista los resortes con que mueve el Universo,
asegurando que sus alegorías encerraban verdades importantes para más despertar
el deseo de conocerlas. Juraban guardar profundo secreto y castigaban con la
muerte al indiscreto que los revelaba o al no iniciado que encontraban en el
templo, privando, por último, al traidor de toda participación en los Misterios
y del trato de los iniciados.
Al
estímulo del secreto se unía lo difícil de la admisión y los intervalos que
tenían lugar en la sucesión de grados. Los que aspiraban a la iniciación del
Sol en los Misterios de Mithra, en Persia, pasaban por muchas y terribles
pruebas. Empezaban por fáciles ensayos y llegaban por grados a extremos
peligrosos, que amenazaban la vida del candidato. Decía Suidas que nadie podía
obtener el título de iniciado sin haber demostrado por su constancia en tales
pruebas que era hombre virtuoso y estaba exento del influjo de las pasiones.
Llegaban a doce las pruebas principales, aunque otros aseguran que era mayor su
número.
Las
pruebas de la iniciación eleusina eran menos terribles, aunque severas, pues
hacía pasar al aspirante por intervalos en los cuales permanecía como
estacionario, sin poder avanzar, períodos de tiempo que era necesario llenar al
ascender de los Pequeños a los Grandes Misterios, causando cierta
incertidumbre que alarmaba casi siempre a la curiosidad del candidato.
Pitágoras
quiso poseer el secreto de la ciencia sagrada de los Padres Egipcios, y fué
iniciado en los Misterios de este país, pasando por pruebas terribles, que supo
vencer y le hicieron digno de recibir la instrucción a que aspiraba.
Los
esenios, entre los judíos, no admitían al aspirante en sus Misterios sin haber
antes pasado por las pruebas de distintos grados.
Llegaban
por la iniciación a ser hermanos aquellos que antes no eran más que meros
conciudadanos, sujetándose a los nuevos deberes que contraían; como miembros de
una fraternidad religiosa que acercaba más y más a los hombres, y en donde el
pobre y el débil podían acudir por asistencia al rico o poderoso, a quienes
estaban ligados por una verdadera amistad.
En
los Misterios de Orfeo juzgábase el iniciado libre del imperio del mal y
elevado a una existencia superior y feliz; en los de Eleusis decían que sólo
para ellos ostentaba el Sol sus más vivos resplandores; igual felicidad
prometían a los iniciados en los Misterios de Cibeles y de Atis.
En
los Misterios de Mithra era costumbre repetir al iniciado una leyenda sobre la
justicia, recomendando a los hombres una virtud de que daban ejemplo, y era
motivo de duelo en las ceremonias de la iniciación la supuesta muerte del Sol,
celebrando luego su resurrección con las mayores muestras de regocijo; estas
ceremonias se hicieron extensivas a las iniciaciones en los Misterios de
Adonis, que se practicaban en la Fenicia.
Tales
eran, de un modo general, según Servet, los
Misterios o doctrinas primitivas que encontramos esparcidos en fragmentos de
las obras de la antigüedad y que así han llegado hasta nosotros. Ahora, como
entonces, ocupa al hombre el estudio del gran número de teorías referentes a
las leyes de la Naturaleza y sus misterios, teorías anticipadas por los
antiguos, cuyo profundo saber debemos buscar, no en sus obras filosóficas, sino
en los símbolos que empleaban para enseñar las grandes ideas.
Sin
embargo, poco a poco fueron perdiendo los Misterios su importancia primitiva,
hasta desaparecer o, por lo menos, ocultarse.
"Día
vendrá, ¡oh, hijo mío! -dice el Tres veces grande Trimegistus-, en que los
misterios contenidos en los sagrados jeroglíficos egipcios no vendrán a ser más
que ídolos. El mundo entonces tomará
equivocadamente por dioses a los santos emblemas de la ciencia, y acusará
al Egipto de haber adorado a monstruos infernales. Pero aquellos que de
semejante modo nos calumnien adorarán a la Muerte en lugar de adorar a la Vida;
seguirán a la locura en vez de practicar la sabiduría; atacarán al amor y a la
fecundidad; a manera, de reliquias, llenarán sus templos con huesos de hombres
muertos, y en soledad y llanto malograrán a su juventud. Sus vírgenes serán viudas (monjas) antes de ser esposas, y ellas se
consumirán en el dolor porque los hombres habrán despreciado y profanado los
sagrados misterios de Isis.[24]
Cuentan,
por su parte, los clásicos romanos que cuando Cicerón regresó, ya iniciado en
los Misterios de Eleusis, y fué preguntado acerca de sus impresiones respecto
de ellos, hubo de decir que las inefables enseñanzas en ellos recibidas no
podía revelarlas a los profanos; pero que, desde el día feliz en que recibió
sus secretos, había ya adquirido el pleno y personal convencimiento acerca de
la continuidad de la conciencia más allá de la tumba; ES DECIR, QUE HABÍA
MATADO A LA MUERTE MISMA. Así se explican las alabanzas que a la regeneración
espiritual o nuevo nacimiento operado
por los Misterios, consagró después, en unión de tantos otros ilustres romanos,
según enseña el propio historiador César Cantú.
Abundando
en las mismas ideas recibidas en los Misterios, Pablo habla, pues, de "la
muerte y de su mentira" en iguales términos que Cicerón, diciéndonos
clarísimamente en el capítulo XV de su célebre Epístola primera a los de Corinto:
"Mas
alguno preguntará: -¿Cómo resucitarán los muertos? ¿En qué calidad o clase de
cuerpo han ellos de resucitar? -y yo les respondo: -¡Necio!; lo que tú
siembres, si antes no muere, no te reivindicará. Así, cuando siembras, no
siembras ya hecha la planta que ha de ser, sino el grano desnudo, que es
semilla. Mas Dios ha dado su propio cuerpo a cada una de las semillas, pues que
no toda carne es una misma carne: una es la de los hombres, otra la de las aves
y otra la de los peces. Hay, pues, cuerpos celestiales y cuerpos terrestres, y
sus glorias respectivas son muy distintas. Una, en efecto, es la claridad de!
sol, otra la de la luna y otra la de las estrellas, y aun hay diferencia de
estrella a estrella en la claridad. Así también la resurrección de los muertos:
se siembra en corrupción, y se resucitará en incorruptibilidad; se es sembrado
en vileza, y se resucitará en gloria; se es sembrado en flaqueza, y se
resucitará en vigor; se es sembrado cuerpo animal, y se resucitará cuerpo
espiritual; porque si hay cuerpo animal, lo hay también espiritual. Por eso
está escrito: "Fué hecho el Adán primero en el alma viviente, y el postrer
Adán en espíritu vivificante. El primer hombre hecho de la tierra es terreno y
e! segundo hombre, del cielo, es celestial; porque cual es la tierra, así es lo
terreno, y cual es e! cielo, así es lo celestial. Trajimos, pues, lo terreno, y
llevaremos la imagen de lo celestial... He aquí que os digo un misterio: Todos
ciertamente resucitaremos, mas no todos seremos mudados. En un abrir y cerrar
de ojos sonará la final trompeta: los muertos resucitarán incorruptibles, y
nosotros seremos mudados, porque es necesario que esto que es corruptible se
vista de incorruptibilidad, y esto que es inmortal se vista de inmortalidad, y
cuando esto que es inmortal fuese revestido de inmortalidad, se cumplirá la
palabra que está escrita: "Tragada ha sido la muerte en la victoria."
¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh intrusa, tu aguijón?"
y
como si pudiese quedar duda acerca del carácter constructivo o iniciático con
e! que hablaba, e! incomprendido Apóstol, antes de decir todo esto, había
cuidado de preparar el terreno consignando, a guisa de prólogo de tan sublimes
verdades, estas frases del capítulo In, que
se prestan también a las más serias meditaciones acerca de la diferencia
esencial que en punto a tales cuestiones existe siempre entre iniciados y
profanos:
"Yo,
hermanos, no os puedo hablar como a hermanos espirituales, sino como a hombres
carnales, como a verdaderos párvulos de Cristo; porque, habiendo aún envidias y
contiendas entre vosotros, ¿no es así que todavía sois carnales y andáis según
el hombre? Por eso os di a beber leche- y no vianda... Como sabio arquitecto,
eché el cimiento para que otros edifiquen sobre él... ¿No sabéis que sois
templo de Dios, y que el espíritu de Dios mora en vosotros?"
Semejante
lenguaje de Pablo no es otro que el empleado por Jesús hablando de los Misterios iniciáticos o Reino de los
Cielos, como es fácil ver consultando el capítulo XIII del Evangelio de San
Mateo, donde se dice exactamente lo mismo, después de exponer la hermosísima
parábola del sembrador, parábola que, por resultar perfectamente aplicable a la
semilla que queremos sembrar con este libro, nos será permitido reproducir:
"1.
En aquel día saliendo Jesús se sentó en la orilla del mar.[25] - 2. Y se llegaron a él
muchas gentes, por manera que entrando en un barco se sentó en él, quedando
toda la gente en la ribera.[26] 3. Y les habló muchas
cosas por parábolas, diciendo: "He aquí que salió un sembrador a sembrar.
- 4. Y cuando sembraba, cayeron algunas semillas junto al camino y vinieron las
aves del cielo y se las comieron. - 5. Otras cayeron en lugares pedregosos en
donde no tenían mucha tierra, naciendo al punto por lo mismo que no tenían
tierra profunda. - 6. Mas, en saliendo el sol, se secaron y quemaron porque no
tenían raíz. - 7. Otras cayeron entre espinas y, creciendo las espinas,
quedaron ahogadas. - 8. Y otras, cayendo en tierra buena, rindieron, al fin, su
fruto: una a ciento, otra a sesenta y otra a treinta. - 9. El que tenga oreja
para oír, que oiga. - 10. Mas, los discípulos, llegándose a él, le dijeron:
"¿Por qué les hablas por parábolas?" - 11. A lo que el Maestro les
respondió: "Porque a vosotros tan sólo os es dado el saber los misterios
del Reino de los Cielos, cosa que aún no es dado a ellos. - 12. Pues al que
tiene, a ése se le dará y tendrá más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se
le quitará. - 13. Por eso les hablo por parábolas, porque viendo, no ven, y
oyendo, no oyen ni entienden. - 14. Cumpliéndose en ellos la profecía de Isaías
que dice: vuestro oído .oirá, y no entenderéis, y vuestro ojo verá, y no
veréis.[27] - 15. Porque el corazón
de este pueblo se ha hecho más grosero y ha cerrado sus ojos para no ver, y
tapado sus orejas para no oír, y apartado de mí su corazón para no ser
convertidos y sanados.[28] - 16. Mas,
bienaventurados vuestros ojos, porque ya ven, y vuestros oídos, porque ya
oyen.17. Vosotros, pues, oíd la palabra del que siembra. -18. Cualquiera que
escucha la palabra del reino de Dios y no la entiende, viene el malo y arrebata
lo que se sembró en su corazón: éste es el que fué sembrado junto al camino.
-19. Mas el que fué sembrado sobre las piedras, éste es el que oye la palabra,
y por el pronto la recibe con gozo. - 20. Pero no tiene en sí raíz, antes es de
poca duración, y cuando le sobreviene tribulación y persecución por la palabra,
se escandaliza luego. - 21. Y el que fué sembrado entre espinas, éste es el que
oye la palabra, pero los cuidados de este siglo y el engaño de las riquezas
ahogan la palabra y queda infructuosa. - 22. Y el que fué sembrado en tierra
buena, éste es el que oye la palabra y la entiende y lleva fruto: y uno lleva a
ciento, otro a sesenta y otro a treinta."
Llegados
aquí, no podemos menos de preguntarnos: ¿Por qué tamaña coincidencia entre
todas las religiones del mundo?
Y la contestación
no puede ser otra que ésta:
-Porque todas las
religiones, como derivadas de un primitivo Tronco,
guardaban como el más preciado de sus misterios prácticos el de la única
arma que verdaderamente puede matar a la
Intrusa.
El
lazo conector entre Platón y Pablo. - Platón y los más ilustres pensadores
modernos. - Opiniones de Joweu, Erdmann, Hum, Dumast, Ramús, Emerson - y otros.
- El libro de un catedrático español. - Ojeada general acerca de la vida del
gran filósofo. - Sus viajes y persecuciones. - Su Academia, - Los
"Diálogos" platónicos. -Clasificaciones de Hermann y de
Schleiermacher.Unas cuantas ideas acerca de la Justicia, con cargo al
"Fedón" y al "Gorgias". - La buena y la mala oratoria. - La
justicia, único Sendero de Salva. ción. - Verdadero concepto trascendente de la
"mayéutica" platónica _n Platón y San Pablo. - La diosa Hygicia. -
Las revelaciones del Teeteto. - Plutarco y sus "Cuestiones
platónicas". - La metempsicosis pitagórica o el ciclo y camino recorrido
por el espíritu humano entre la TIerra y el Sol - Solsticios y equinoccios
psíquicos. - Cómo y por dónde nacemos a la vida espiritual preparada por la
mayéutica. - La ciencia moderna empieza a tener vislumbres acerca de estas
cosas trascendentes.
Uno
de los mejores pasajes de San Pablo es el relativo a la mayéutica de Platón: aquel en que dice que la criatura humana está
sujeta por los Arcontes o Potestades del Aire -las "Aves" de
Aristófanes- a una verdadera esclavitud en este mundo sublunar, esclavitud de
la que habrá de ser libertada algún día "matando a la muerte misma".
Por eso, añade, "todas las criaturas gimen y están como de parto durante
esta vida, con gemidos inexplicables", esperando su liberación de la
cárcel de esta mal llamada vida, que no es sino un continuo morir y un anhelar
continuo hacia una vida superior, acerca de la cual el hombre menos
evolucionado tiene siempre un vislumbre en esos momentos
"apoteóticos" en los que se siente algo muy por encima de ese mundo
semianimal con el que está ligado por sus necesidades físicas y por sus
pasiones inferiores.
Antes.
sin embargo, de estudiar la mayéutica platónica, hay precisión de decir algo
acerca de Platón, el hombre más representativo de todo el mundo de-Occidente, y
de cuyas ideas derivan todas cuantas constituyen nuestra decantada cultura.
"Platón,
dice el cultísimo catedrático señor Mazorriaga[29], pertenece a la categoría
de esos poquísimos genios cuyas obras brillan con belleza y juventud
inmarcesibles, siendo cada día más estimadas y mayor su influencia, según vamos
capacitándonos para comprenderlas y estimarlas, porque aúnan, en íntimo
consorcio, único hasta hoy, los primores más exquisitos del arte literario con
las inspiraciones más profundas y nobles de la filosofía y de ciencias
numerosas, siendo, además de insuperables cuadros dramáticos, inexhausto!
depósitos de nobilísimas ideas y orientaciones para una cultura total, y lo que
vale aún mucho más, armónica:
"Sin
Platón, no hay ni Aristóteles, ni Carneades, ni Agustín", ha dicho Th.
Gomperz en su Die griechische Denker. "De
Platón acá, todo el pensamiento occidental es Platón", ha añadido H. P.
Blavatsky. Por eso "no se puede entender a Platón sin ser teósofo".
A
Platón, en efecto, al alma del Iniciado
Platón, no se han podido acercar los más sabios helenistas europeos,
quienes, sin darse cuenta, sólo han conseguido caricaturizarle, como aquel
profesor Jowett, catedrático de Oxford y traductor de sus Diálogos, que se atreve a decir, pedante, que el Maestro sigue un
método antifilosófico (antifilosófico, por supuesto, según la lógica
aristotélica, única seguida hasta aquí por los doctos), "pasando
bruscamente de las personas a las ideas y a los números, y de éstos a aquéllas,
soñando con figuras geométricas y perdiéndose en un flujo y reflujo mental,
aunque anticipando a veces grandes verdades, cual inspirado por potestades
divinas" .
"Platón,
añade Mazorriaga, es ,un autor lleno de mitos poéticos y profundos; de
alusiones a personas, obras, instituciones y costumbres desconocidas por
completo para la generalidad. Añádase el aspecto científico de sus Diálogos; su gracia serena, su ironía
terrible, su cortés afabilidad y su no igualada profundidad de concepto, y se
comprenderá por qué el mundo debiera saludar su memoria siempre, como nosotros
lo hacemos, Con aquellas inmortales palabras de Dante a Virgilio, en el canto
II de la Divina Comedia:
¡tu, duca; tu, signore; e tu, maestro!"
Desde los días de aquel mártir de
Ramús, que sacrificó su felicidad y casi su vida por demostrar a las pedantes
Universidades escolásticas que Platón era
el único, y su tan ponderado discípulo Aristóteles, un mero, aunque
talentudo falsificador de las doctrinas salvadoras del Maestro[30], los eruditos europeos se
han dado a traducir los Diálogos de Platón, atendiendo, por supuesto,
siempre más a su letra que a su espíritu, y preparando con ello, quizá, la
venida algún día de otra pléyade de teósofos doctos que se encarguen, a su vez,
de profundizar en semejante espíritu, y de demostrar su origen iniciático y su
derivación consiguiente de Sabiduría Primitiva de las Edades, o Teosofía,
merced a los tan discutidos viajes que el Maestro hiciese en su juventud por
Egipto, Persia e India.
Con
ello, los sabios extranjeros no han hecho sino seguir las huellas de españoles
del medioevo como aquel Constantino Lascaris, profesor de griego de las hijas
de Alfonso V de Aragón, y cuyos manuscritos, junto con el Catálogo de don Juan
Iriarte, y con los demás que yacen en nuestra Biblioteca Nacional y en la de El
Escorial y otras, sólo aguardan hombres cultos y teósofos que se consagren a la
titánica labor de darlos al mundo para la efectiva salvación de los hombres.
Este
genio admirable, "gloria y afrenta al par de la humanidad". como dice
Emerson, señala por sí solo una cumbre tal de iniciática cultura que, como
consigna Edmundo de Erdmann en las páginas 701 y 725 de su Edición de los Diálogos
Platónicos (Berlín, 1840). "si alguien lograse reducir a sistema la
doctrina del Maestro, haría al género humano el más señalado de los
servicios". Razón semejante ha movido al doctísimo Hum para decir, en fin,
respecto del divino griego: La Filosofía
es Platón y Platón es la Filosofía, puesto que ningún sajón ni latino ha podido
añadir una sola idea a sus maravillosas Categorías. Por eso, Emerson (Platon or the Philosopher) le llama a
Platón El hombre representativo por
excelencia. Por eso también el teósofo verdadero, a diferencia de los
científicos al uso, que toman la letra de Platón y no su espíritu que vivifica,
no se contentan con estudiar eruditamente a Platón, sino que, asimilándose en sus doctrinas, hacen lo posible por vivirle[31].
Como dice un autor, la Filosofía
Platónica, en efecto, es el compendio más completo de los sistemas abstrusos de
la India antigua. Aunque han transcurrido veintidós siglos y medio desde la
muerte de Platón, las grandes inteligencias del mundo todavía se ocupan en sus
escritos, porque él era el intérprete del mundo, en el sentido más completo de
la palabra, y su Filosofía, la Filosofía más grande de la era pre-cristiana,
que reflejó fielmente en sus obras, con su expresión metafísica, el
espiritualismo de los filósofos védicos que le precedieron en miles de años.
"Vyâsa,
Jaimini, Kapila, Patanjali y muchos otros transmitieron sus indelebles huellas
a través de los siglos, por conducto de Pitágoras, a Platón y a su escuela. Así
queda confirmada la inferencia de que la sabiduría revelada a Platón y a los sabios
indos fué la misma. ¡Divina y eterna ha de ser la sabiduría que así sobrevive a
la acción del tiempo!
Así,
pues, si a menudo desfiguró la Teología a la antigua Teosofía, la Psicología y
Ciencia modernas han desfigurado a la antigua Filosofía. Ambas se inspiraron,
sin reconocerlo, en la Sabiduría antigua, y la vilipendiaron y rebajaron
siempre que pudieron hacerlo. Por falta de comprensión de los grandes
principios filosóficos y teosóficos, los métodos de la Ciencia moderna, aunque
exactos, han de acabar en la nada. En ninguna materia puede demostrar el origen
y fin de las cosas. En vez de deducir el efecto de su origen primitivo, marcha
en sentido contrario. Enseña que sus especies superiores han evolucionado todas
de otras inferiores que las precedieron. Parte de lo bajo del ciclo, guiada
paso a paso, en el gran laberinto de la Naturaleza, por un hilo de Materia. En
cuanto éste se rompe, pierde el norte y huye temerosa de lo Incomprensible,
confesándose impotente. No procedían así los filósofos antiguos.
Para ellos, como
para nosotros, las especies inferiores
son sólo las imágenes concretas de especies abstractas superiores. El
espíritu, que es inmortal, tiene un principio aritmético, así como el cuerpo lo
tiene geométrico. Ese principio, como reflejo del gran Archeaus Universal,
muévese por sí mismo, y desde el centro se difunde sobre el cuerpo entero del
microcosmo.
¿Es
acaso la triste percepción de esta verdad, cuyo reconocimiento y adopción por
parte de cualquier hombre de Ciencia resultaría ahora mortal, la causa de que
tantos sabios y estudiantes ilustres confiesen la importancia de la Ciencia
Física, aun tratándose del mundo. de la materia?.."
"¡Cuán
grande sería para nosotros el beneficio de los Diálogos platónicos -continúa diciendo Mazorriaga- si con la gracia
serena, la ironía, la cortés afabilidad y la profundidad de conceptos que
campean en ellos nos adiestrasen en conversar, y no en charlar ni en vociferar!
Y es que en la época moderna, agobiados por las exigencias económicas, el afán
insensato del lujo, la lucha brutal por unos ideales que no merecen tal
calificativo y miles de preocupaciones más a causa de la errada orientación en
las ideas fundamentales, directoras de nuestra vida, la hemos desquiciado,
acabando con la vida culta de relación, la conducta afable y cortés, la
fraternidad humana, el Derecho y tantas otras cosas que se creían ya patrimonio
firme y común de todos los pueblos que se llaman civilizados... Pues bien,
estos Diálogos tan artísticos y
dramáticos son la representación más genuina de ese aticismo delicado, sin
dejar su elevación. Platón quiere convencernos, y lo consigue, de que sus
personajes conversan finamente y no disertan como pedantes. Para conseguirlo no
emplea la dialéctica ni aun para los problemas .filosóficos de mayor
profundidad."
Y
no se tome esta última frase en el mero sentido retórico, sino en todo el
alcance trascendente que la palabra "salvación" tiene en las
religiones todas, ya que, según dijo Luciano en su Epigrama XII -ateniéndose
como tantos clásicos a la escuela platónica-: "Las riquezas del alma son
las únicas verdaderas, pues a la mayoría de las restantes les acompaña la
'afición, y por eso, al que logra hacerse superior a las seducciones de los
bienes del mundo debe llamársele rico y hasta opulento, nI? como esotros
desdichados que se consumen calculando el modo de amontonar febrilmente la
riqueza, cual la triste abeja que recoge la miel para otros"[32].
El
divino Platón nació, según unos, en la isla de Egina, y según otros, en Atenas,
en la primavera del año 428 ó 427, antes de nuestra Era. Corría entonces uno de
los períodos más aborrecibles y difíciles para los pueblos griegos, ya en plena
decadencia, gracias a la terrible guerra del Peloponeso, y a la plaga de
sofistas que parecían encargados, como en nuestros propios días, de volverlo
todo del revés haciendo odiosa la verdad y adorable la mentira bajo la máscara
de un falso arte sin ideal ni moralidad, aquellos hombres malditos, ignorantes,
politicastros egoístas y criminales demagogos cuya seudofilosofía se cifraba en
estos tres cánones de perdición, que resaltan en el Diálogo del Gorgias: a) La Verdad verdadera es incognoscible siempre para el hombre; b) aunque la conociésemos
intuitivamente, no la podríamos demostrar, y c) y aunque la demostrásemos, no nos sería de ninguna utilidad, por
todo lo cual, no debemos buscar lo bueno, lo justo, lo armónico, sino lo
agradable, lo cómodo y lo práctico, ni más ni menos que lo que a los seres
irracionales vemos realizar invariablemente.
Recibió Platón, sin embargo, desde sus
más tiernos años aquella educación integral y admirable tantas veces descrita
en sus Diálogos, sobre todo en el Protágoras y en la República y las Leyes, que
distan aún muchísimo de alcanzar esas naciones espejo de ciudadanía moderna como
Inglaterra y Noruega. De semejante educación es base la sofrosine, o sea ese propio dominio integral de nuestras facultades
que nos hace caminar serenos y en paz interior, sean cuales fueren las
circunstancias y los eventos de la fortuna. Su verdadero nombre es Aristóteles; "Platón" es más
bien un apodo, según unos, por la anchura de sus hombros; según otros, por la
de su frente y lo profundo de su inteligencia. Por lo grandioso de su
elocución, recibió, según Teofastro, el sobrenombre de "el divino",
pues, como añade Olimpodoro, "las abejas del Pentélico labraron en su cuna
un dulce panal entre sus labios." .
No
contaba veintiún años de edad cuando fué recibido discípulo por Sócrates,
"el Maestro de la unidad de Dios y la inmortalidad del alma humana, verdades
demostrables, según la escuela de Xenócrates, Spensipo y Crantor, con la misma
exactitud de un teorema de Geometría". Se ignora, sin embargo, si asistió
al momento sublime en que el Maestro bebió la cicuta para expiar con su muerte
el gran crimen de corromper con tales
ideas a la demagógica e ignorante juventud de aquellos atenienses que
persiguieran igualmente a Anaxarco por haberse atrevido a sostener el absurdo de que el Sol era tan grande
como la tercera parte "del Peloponeso". Muerto el Maestro Sócrates,
la tradición hace viajar a Platón por la India. Persia, Caldea, Palestina,
Egipto, Cirenaica, Megara, la Magna Grecia y la isla de Sicilia, donde recibió
enseñanzas complementarias de otros iniciados, y de aquí el panteísmo
trascendente de Diálogos como el de Parménides. Las enseñanzas de las
escuelas de Euclides, Zenón, Teodoro, Parménides, Heráclito y sobre todo de
Pitágoras. completaron, pues, entre otras, el desarrollo de aquella mentalidad
poderosa, que en los restos de esa Fraternidad iniciática pitagórica
conservados por Philolao y Architas de Tarento, pudo al fin recibir la
verdadera luz de la sabiduría primitiva reflejada después en sus obras todas.
Dión
de Siracusa, cuñado del tirano Dionisio el antiguo, llevó a Platón a Sicilia.
Dión creía que, gracias a la filosofía adiestradora en la virtud, que a Platón
caracterizaba, se inflamaría el espíritu del tirano, para la felicidad de su
pueblo; pero acaeció, como era natural, precisamente todo lo contrario, pues el
tirano hizo salir del reino al filósofo, con encargo especial de que se le
matase en alta mar. Polis, el encargado de tal hazaña, se limitó a vender a
Platón como esclavo a los eginenses, cosa equivalente casi a matarle, según el
odio que estos últimos guardaban para con los de Atenas. Aníkeris de Cirene,
sin embargo, le libertó, comprándole, y así pudo Platón, de regreso a su
patria, emprender la magna labor escrituraria que le ha inmortalizado y fundar
la famosa Academia que tantísima
influencia ha ejercido de entonces acá en el mundo entero.
Durante
casi veinte años agrupó en torno suyo Platón a lo más florido de la juventud
griega y aun extranjera. Al cabo de aquéllos fué llevado de nuevo a Sicilia por
el vicioso Dionisio el Joven, para
intentar acaso allí la implantación de algunas de las redentoras ideas
políticas con tanta lucidez expuestas en La
República. Poco tardaron los cortesanos de nuevo en intrigar contra Platón
hasta conseguir, bajo pretexto de honrarle, verle preso en la ciudadela de
Siracusa. Allí, sin embargo, dominó Platón al tirano hasta el punto de
transformarle de "sangrienta fiera en dócil corderillo",
consiguiendo, al fin, que le dejase regresar a su país. Tras él vino asimismo a
Atenas su fiel discípulo Dión de Siracusa.
Tercera
vez fué llevado luego Platón a Sicilia y tercera vez corrió gran peligro su
vida. Regresando a poco y ya definitivamente a Atenas, acaso hubo de
convencerse de las sublimidades de su República
-que algunos creen reflejo fiel de las propias costumbres de la sepultada
Atlántida en la época de su poderío[33], y escribió Las Leyes, "su testamento
político", con ese criterio de guía para esta humanidad gregaria, servil y
cobarde que ya veremos también tras las enseñanzas de San Pablo, uno de los
platónicos más admirables que ha conocido el mundo.
Murió
físicamente Platón en el año 348 o bien en el 347, pero si hay alguien con
derecho no a desaparecer, a cambiar "las viejas vestiduras de la
carne" por las radiantes y fúlgidas del cuerpo glorioso, este alguien es
el divino Platón, el gran adoctrinador de los pueblos occidentales que ahora empiezan nada más a comprenderle.
En
cuanto a los prodigiosos Diálogos
platónicos, y pese a las acerbas críticas de Huit y a las conclusiones
formuladas por autores más recientes en vista de nuevos descubrimientos, la
clasificación de ellos hecha por C. F. Hermann en su Geischichte und System der Platónischen Philosophie (Heidelberg,
1838) satisface bastante al entendimiento por la circunstancia de apoyarse en
el criterio histórico y de seguir paso a paso con aquéllos la accidentada vida
del autor. Partiendo, dice Mazorriaga, de un lógico y progresivo
desenvolvimiento de la mente platónica, establece, en efecto, Hermann los tres
siguientes períodos[34]:
Período primero o socrático, que
abarca hasta la muerte de Sócrates, en el que Platón no parecía sino glosar las
enseñanzas de éste, y hasta el viaje segundo a Megara. Con cargo a semejante
período, tenemos catorce diálogos, a saber. Hipias,
el menor; Ión, Ahibiades 1°, Parménides, Lisis, Laques, Protágoras, Eutidemo,
la Apología, Gritón, Gorgias, Eutifrón, Menón, e Hipias, el mayor.
Segundo período. Desde el viaje de
Platón a Megara hasta su regreso del gran viaje a Italia y a Sicilia, viaje
en el que trabó conocimiento con los restos de los pitagóricos en la Magna
Grecia y adquirió los luminosos fragmentos de Philolao y Architas, que
completaron su iniciación. Platón, en este período, aparece influenciadísimo
por la matemática de Euclides, Teodoreto de Cirene y otros sabios, de aquellos
que, según frase de la época, "de tanto calcular tenían empolvado de tiza
el palacio de Siracusa". A dicho período corresponde el Gratilo, el Tuteto, el Solista, el Político
y Parménides, sustituyendo claramente en estos seis Diálogos la espléndida poesía anterior por una dialéctica de matemáticos
vigores de refutación imposible.
Tercer período, que abarca desde los
cuarenta años de Platón hasta su muerte, a los ochenta años próximamente. Este
período último cuenta con los mejores y más iniciáticos de todos los Diálogos,
a saber: Phedro, Menexeno, el Banquete, Phedon, Philebo, la República, el
Timeo, el Critias y las Leyes. Por supuesto, en dichos nueve Diálogos campean
ya soberanas las enseñanzas pitagóricas y, con la clave que hoy poseemos,
gracias a las doctrinas de Oriente, aportadas por la Teosofía, pueden verse los
antiguos misterios a través del velo que su autor, ligado por el juramento
iniciático, tenía forzosamente que correr.
No
obstante ello, las alusiones son tan transparentes que, en algunos de ellos,
como los cuatro últimos, se nos da la vida entera del pueblo atlante, sepultado
en el mar por tres sucesivas catástrofes, pero vivo aún en el mito, al que
tanta importancia diera por ello el Maestro[35].
Aunque
se haya evidenciado, como pasa en todos, los defectos propios de la clasificación
anterior, ella es adaptable en cierto modo a la reciente de Schleiermacher, que
separa a los Diálogos elementales (Fedro,
Protágoras y Parménides), y los intermedios (Teeteo, el Sofista, el Político, el Fedón y el Filebo), de los fundamentales o constructivos,
alma de toda la enseñanza platónica y de la que son típicos la República, el Timeo y el Critias. La cuestión, en fin,
relativa a la autenticidad de los Diálogos
se sale por completo del marco de este capítulo y puede verse además en los
tratados especiales. Ella, por otra parte, revela que, al igual de lo que
aconteciese con Hermes y otros iniciados, los numerosos discípulos de Platón
tuvieron a grandísima dicha el bautizar algunas de sus obras con cargo a los
inmortales Diálogos Platónicos.
¿Cuál
de estos Diálogos, son, pues, los más
auténticos, y, sobre todo, los más recomendables? La respuesta es tan difícil,
que sólo puede dársela el propio lector una vez que los haya saboreado todos.
El
Fedón y el Gorgias han sido tenidos en toda la antigüedad clásica como el
mejor resumen de la doctrina platónica. El segundo, sobre todo, como dice
Mazorriaga, es un insuperable canto a la Justicia -esa Justicia tan alta y tan
inadmisible en nuestros tristes tiempos de nepotismo y de favoritismo
inconfesable- que establece el apotegma de que (Moral a Nicómaco) "la verdad es preferible a todo en este
mundo, incluso a los deberes
familiares", lema idéntico al del Maharajá de Benarés, que hemos
adoptado los teósofoso Es, además, el Gorgias
"la sublimación moral de la oratoria, considerándola no como fin, en
sí misma, sino como una de las más poderosas armas para el perfeccionamiento
moral y colectivo; la apología más convincente y enérgica del varón justo, y la
refutación de esas teorías brutalmente materialistas y utilitarias todavía tan
en boga para vergüenza de la humanidad; la exaltación, en suma, de la justicia
como sal que evita la corrupción del mundo y de la Verdad y del Orden, para
indagar el verdadero fin de nuestra breve vida sobre la Tierra -el gnóscete ipsum socrático del Alcibíades primero-; el elogio, en fin,
de la Oratoria buena y del orador digno de tal nombre, que emplea su divino don
suasorio para mejorar a sus oyentes, al par que a sí propio se mejora con
ellos, y la condenación, en fin, de la pérfida y corruptora maldad que hoy
solemos conocer bajo tal nombre"...
¡Lástima
grande que los límites que nos hemos trazado en este libro no nos permitan
entrar en el fondo de semejante Diálogo, de
más actualidad en nuestros tiempos que en los viejos del Maestro Platónl La
distinción entre la fe, o mejor dicho, la
buena fe (Pistis) y la ciencia (máthesis)
lleva a la Oratoria al campo del verdadero "jurisconsulto", o sea
de aquel que, según el Derecho Romano, tiene noticia de todas las cosas divinas y humanas, al par que ciencia de lo justo y de lo injusto, con
lo cual se ponen frente a frente las dos concepciones troncales de la vida, a
saber: la socrática basada en el predominio de la inteligencia y las virtudes,
en especial de esa mesura, armónica e integral del hombre recto que se llama sofrosin a (σώφωυ),
y la teoría utilitaria, hija de la sofística, basada en lo más triste de
nuestra naturaleza animal, o sea en el instinto y en la fuerza no encauzados ni
supeditados a la razón ni el Derecho, cosa de la que tan dolorosa experiencia
acabamos de tener con la Gran Guerra.
Diremos,
pues, tan sólo que la cuarta y última parte del Gorgias, consagrada al juicio
de las almas, es una suprema alegoría, influída acaso por el Ritual funerario egipcio, y en la que se
evidencian los resultados felices o fatales que en la vida de ultratumba tienen
la una o la otra orientación aquí abajo de nuestra conducta. Llégase así a esta
conclusión, que debiéramos grabar de un modo indeleble en nuestra conciencia
psicológica:
El cometer injusticias debe ser aún más
cuidadosamente evitado que el ser víctima de ellas, procurando más el ser justo
en público y en privado que el, hipócritamente, parecerlo, porque la injusticia
es de tal naturaleza, que hasta los criminales, para cometerla, precisan
establecer previamente entre sí una como sombra de justicia, o "justicia
de radio corto", sin la cual despojan, porque la justicia -al
tenor del aforismo hindú- es como la
madera de sándalo que perfuma al hacha misma que la corta. Así -concluye
Sócrates sus exhortaciones a Calicles, o sea "al de la vieja y falsa
doctrina egoística"- siguiendo este
camino único es como, después de la muerte, puede lograrse una vida dichosa, o
sea puede "matarse a la muerte", como nos ha dicho ese excelso
discípulo de Platón al que llamamos "el Apóstol de las gentes".
Si,
pues, en el grado humano más ínfimo, o sea el del crimen, aÚn somos justos, con sombra de justicia, para
nosotros mismos y para nuestros compañeros de fechoría, y en el grado más alto
de la escala de perfección "aún peca siete veces al día el justo",
¿cómo dudar de que la justicia es la única ley social, y de que los grados de
la humana perfectibilidad, la única
verdadera categoría social, se mi. den por el radio de nuestra justicia;
radio que en el caso más triste abarca, sin embargo, a nuestras cosas y las de
nuestros cómplices, y en el grado supremo estrecha en un magno abrazo a la
Humanidad entera sin distinción de razas, credo, sexo, casta o color, como
enseña la Teosofía y como está cantada en la magna oda de Schiller, base a su
vez de la Novena Sinfonía de Beethoven, el mártir?
Subiendo
a estas alturas, nuestra torpe pluma no puede ya seguir. Además, lo que pudiera
decirse acerca de la eudemonología, o sea la felicidad deparada al hombre justo
en la otra vida, está asimismo dicho en otro diálogo, el del Filebo, que de este modo viene a
completar al Gorgias, si es que el Gorgias en sí mismo no resultase
completísimo e insustituible[36].
Vengamos ya, pues,
a la mayéutica, tema después tratado
por San Pablo, y con el que comenzamos y cerraremos este capítulo.
Ninguna
de las enseñanzas de Platón ha sido tan mal comprendida por los comentaristas
como la de la llamada mayéutica socrática
expuesta en los diálogos de Platón, especialmente en el Teeteto.
Plutarco,
en la primera de sus Cuestiones
Platónicas o comentarios a la doctrina del Maestro, nos habla extensamente
acerca de dicha mayéutica o "arte de partear las almas que durante su vida
terrestre, y a despecho de las sugestiones del mundo ignaro, están naturalmente
preñadas de verdad", esas almas bienaventuradas de antemano, por cuanto,
como diría el Evangelio, habrán de ser hartas, porque han hambre y sed de
bondad y de justicia.
Sujetos
como estaban lo mismo Platón que Plutarco por el juramento del siglo iniciático
prestado al penetrar en los Misterios, hablan ellos de este asunto de un modo
velado, obscuro, como si, más que declarar la verdad pura contenida en el
simbolismo de la mayéutica, "se
limitasen (Mazorriaga, Platón, nota
145) a inspirar en sus oyentes unos comienzos
de dudas acerca de lo que nos rodea aquí abajo; unos como primeros dolores de parto mental para
hacer renacer a nuestras almas a una
vida superior de la que antaño cayésemos, y acerca de la cual la propia
mayéutica, como ciencia innata no descubierta por los hombres, no era sino una
reminiscencia -y de aquí la etimología de la palabra educación, equivalente a educere, sacar, despertar lo que yace
dormido a través de las vidas físicas sucesivas, en el fondo ignoto de nuestro
inconsciente-. De esta suerte, el Maestro despertaba en aquellas tamañas ideas
que todos hemos recibido de la Naturaleza.
A
semejante arte supremo le llamaba alegóricamente Sócrates, según Platón, el
arte del comadrón psíquico, o parteador de "las almas buenas"; de esas
almas místicas que Y3l:en como en prisiones, aherrojadas en su propio cuerpo
físico, anhelantes siempre, sin embargo, de volar a la mansión de ultratumba, naciendo para una segunda vida en cuerpo
espiritual, a la manera como del claustro materno ya nacimos a esta nuestra
actual vida física.
Porque
todo el ciclo de existencia que conocemos se reduce en verdad a la muerte o expulsión de cada organismo.
que así es segregado de otro organismo padre-madre
al que debemos la respectiva vida, y a la vida, o embarazo, en un segundo organismo que recibe el nombre de madre siempre. Por ejemplo: la célula
espermática formada en el organismo masculino, y viviente en él durante un
período, muere para este organismo
padre en el momento de ser ella sembrada con
la fecundación en otro nuevo organismo femenino. Todo organismo vegetal, animal
o humano es, pues, concebido femeninamente
en un organismo anterior al tenor de las leyes de la nutrición y de la
vida, y es expulsado masculinamente de
aquella vida anterior para vivir una nueva en un organismo subsiguiente o madre, que si femeninamente le recibe, masculinamente
le lanza o deposita en el amplio seno de una segunda madre, la Madre-Tierra, que
nos recibe y sustenta desde la cuna al sepulcro.
Pero
tal serie, cual sucede con todas las demás series según lo que llevamos
analógicamente establecido en anteriores capítulos, no se interrumpe aquí, sino
que nuestra ignorancia, más que nuestros groseros sentidos físicos, no nos
permite ya seguida en toda su olímpica magnitud e increíble sublimidad.
En
efecto, esa misma Madre-Tierra y ese
mismo organismo que ella nos ha formado e incrementado desde el nacimiento
hasta la plenitud de la edad viril, llegada la madurez psíquica que se llama
vejez -salvo los casos más o menos excepcionales de muerte temprana o violenta
en los que el dicho fenómeno se precipita- nos lanza masculinamente al espacio naciendo de la matriz de nuestro propio
organismo, a la misteriosa región de Paersephone,
o la Luna, al tenor de lo que ya vimos respecto a la distinción entre los
diferentes componentes del Hombre en los textos de Plutarco y de otros.
También, en fin, más adelante hay algo -o sean los principios superiores de
Atma-Buddhi-Manas, o Divina tríada del Hombre- que es devuelto masculinamente
desde la Luna al Sol, para cerrar el ciclo inmenso que, al tenor de la
iniciación, cierra ese Vagabundo, "ese Cometa" psíquico y físico de nuestro ser, cuya órbita tiene
su perihelio espiritual y su solsticio en el Sol; su afelio espiritual y su
otro solsticio de invierno en la Tierra, mientras que los dos equinoccios de
primavera y de otoño radican en esa región lunar que es la efectiva puerta de
entrada de la dicha eterna Tríada humana, y también luego la puerta de
salida...
Y
no se repute esto como un mero tropo, sino como una realidad que pasma por su
propia excelsitud. Para las propias ciencias modernas de la astronomía y la
geología, ya el par estelar de la Luna con la Tierra, y esta última desde sus
diversas atmósferas hasta las capas sólidas y fluidas que parecen envolver a su
metálico núcleo, no son sino las capas sucesivas de un gigantesco huevo de dos
yemas, huevo que abarca en sí a la Luna y a la Tierra física, huevo astronómico
de Brahma, que por el estudio comparado de las estrellas dobles, las variables,
las temporarias, de un lado, y de otro por el de los cometas, ha de
evidenciamos en día no lejano algo muy hondo respecto de la generación y la
biología de los mundos.
Dejando,
sin embargo, todo lo que referirse pueda en el problema a la parte cosmogónica,
y limitándonos a la meramente antropológica, que es igual a aquélla, aunque en
radio más reducido (microcosmos) , podemos añadir que, dentro de la polaridad
orgánica existente entre el sistema sexual o polo negativo de nuestro cuerpo físico y el sistema mental o polo positivo del mismo, puede
establecerse una importantísima correlación, no ajena ya del todo a nuestros
conocimientos anatómicofisiológicos, y base, además, de todo el mecanismo
físico, no espiritual, de la mayéutica.
Por
el primer polo, o polo negativo,
nacemos, en efecto, y por el segundo, o polo positivo de la mente, morimos; es
decir, nacemos a la segunda vida, pero naceremos a esta última con una
preparación mayéutica mayor o menor,
según el empleo bueno o malo, justo o injusto, que hayamos hecho aquí abajo de
nuestras facultades superiores de razón, sentimiento y voluntad, dado que toda
deficiencia de ellas tenida aquí, en la Tierra, habrá de ser suplida o
rectificada en los primeros tiempos de la post-mortem,
cosa ya intuída por las religiones mismas con sus infiernos,
"purgatorios" y "cielos", de los que no nos han dado sino
vagas descripciones.
Pero,
¿hay algo en nuestro organismo corpóreo que aludir pueda a una como
"matriz", de donde habremos de desprendernos para volar a aquella
nueva vida?
Sí.
Dicha "matriz" existe. Está formada por esa región de los centros
cerebrales que tiene hacia adelante a la glándula pineal y la epífisis, y hacia
atrás a la hipófisis, constituyendo el conjunto, según no ignoran los
anatómicos, una como miniatura de sistema sexual masculinofemenino. Y es tanta
su importancia y tal su carácter generador,
que hasta la moderna opoterapia obtiene de la glándula del vástago
pituitario un jugo, la Pituitrina, de
un beneficioso empleo heroico en los partos difíciles.
Ahora
bien: la etimología misma de la palabra mayéutica
no es sino la de maya buddhista,
es decir, la de "ilusión", "sombra",
"proyectiva", y el propio arte de la mayéutica o "arte de
partear las almas", no es sino el arte supremo que tiene que emplear el
Instructor o Maestro para hacernos comprender, como lo han comprendido los
míticos de todos los tiempos y países, lo ilusorio,
lo mayávico de aquesta nuestra
vida física, como sombra o proyectiva de extra vida superior y ulterior, para
la que el Maestro nos prepara con sus consejos y enseñanzas, sin perjuicio de
ser nosotros y sólo nosotros, los encargados de poner en práctica luego las
teorías que el Maestro nos enseñó.
Así
se pueden explicar con meridiana claridad, no sólo cuanto llevamos visto con
cargo a los Diálogos platónicos, sino
frases de San Pablo, de tanta oscuridad hasta aquí para los comentaristas,
tales como aquella del capítulo IV de la Epístola
a los Gálatas, en la que el Apóstol dice a sus discípulos: "¡Heme
aquí, hijos míos, que otra vez estoy de parto, hasta que Cristo -el Espíritu o
Yo Supremo del hombre- sea formado en vosotros...!" En efecto: todo
efectivo Maestro ha pasado dos veces por
el laborioso parto que supone la mayéutica: la primera al tiempo de su
iniciación en las dichas Verdades Superiores de la vida de ultratumba, y la
segunda al tiempo de iniciar luego al discípulo en la misma doctrina.
Esta,
y no otra, es también la enseñanza que Platón expone en su Phoedrus acerca de todo lo que el hombre era en otro tiempo y lo
que otra vez podrá volver a ser: "Antes de que el espíritu del hombre
-dice- se encenagase en la sensualidad, y fuese encarnado en la misma, gracias
a la pérdida de sus alas, vivía entre los dioses en el mundo aéreo (o
espiritual), en donde todo es puro y verdadero", y en el Timoeus añade: "Hubo un tiempo en
que la humanidad no se perpetuaba como hoy, sino que vivía como espíritus
puros", sentencia análoga a la de Jesús, cuando dice que los hombres en el
mundo futuro "ni se casan ni son dados en matrimonio, sino que viven como
los Ángeles de Dios en los Cielos".
Las
Escuelas eleáticas de Grecia -Pitágoras, Anaxágoras, Platón, etcétera-, igual
que los antiguos colegios sacerdotales caldeos, enseñaban las doctrinas de la
doble evolución, refiriéndose la transmigración de las almas únicamente a los
progresos del hombre de mundo en mundo después de su muerte en éste. Los
esenios -dice Josefo- creían que las almas eran inmortales y que descendían de
los espacios etéreos para ser unidas a cuerpos de carne. Filón, judeo, dice que
el aire está lleno de estas almas, que desean ya volver a vivir en éstos... El
propio Zohar nos presenta al alma resistiéndose a volver a perder así su
libertad, y diciendo al Señor del Universo: "Yo soy feliz en este mi
mundo, y no deseo descender a ese otro en donde volveré a ser una sierva
expuesta a toda clase de mancillas", a lo que la Deidad afirma el eterno
ciclo de la inmutable Ley de Necesidad, diciéndole: "Contra tu voluntad te
encerrarás en el embrión, y contra tu voluntad has de nacer".
Nada,
en efecto, es inmutable, salvo la Deidad Oculta, y nada de cuanto es finito
puede permanecer estacionario, sino que debe progresar o retroceder, y, por
otra parte, la luz sería incomprensible sin el contraste de la oscuridad que la
pone de manifiesto, ni el bien sería bien sin el mal, ni la virtud personal
misma podría pretender mérito alguno, a menos de haber pasado antes por las
pruebas de la tentación.
Continuemos
en otro capítulo con ese gran platónico que se llamó Saulo o Pablo.
El
"Apóstol de las gentes", según el P. Scio. de San Miguel. - Saulo y
su maestro Gamaliel. - Una opinión del profesor Wider. - Pablo, ciudadano
romano y adorador de "El Dios Desconocido", de los griegos. - Pablo y
el "Velo" religioso mosaico. - Pablo, cabalista. - Las
"Potestades del Aire" y sus luchas contra el candidato a la
Iniciación. - Pablo y "la cárcel" de Platón. - Dualismo cruel del
hombre mientras en la Tierra habita. - El "lenguaje de Sabiduría"
hablado entre los "perfectos". - La promesa de la resurrección. -
Pablo y las doctrinas de Oriente. - El Dios interior nos ha de resucitar. -
Otras enseñanzas iniciáticas del Apóstol. - El encuentro en el camino de
Damasco. - "Apostasía" y "anastasis". - Lo que sobre todo
esto dice la Maestra H. P. B.
Leyendo
con la atención que ellas merecen las sublimes enseñanzas iniciáticas
transcritas en el capítulo anterior, acerca de la verdad, al par que de la
mentira de la muerte física, no podemos menos de preguntamos: ¿Quién es ese
hombre sublime, ese Apóstol de las
gentes, que con tan sabia gallardía se expresa respecto al problema más
hondo que desde luengos siglos avasalla a las mentes de los hombres no
iniciados en la Antigua Sabiduría? ¿Quién es ese eximio cristiano que de tan
prodigiosa manera nos hace retornar la vista hacia los misterios, aparentemente
perdidos, que antes fuesen el alimento espiritual de esos pueblos gigantes que
se han llamado la
Ario-India,
la Persia, el Egipto, la Grecia primitiva, y de otros, aún más antiguos, de los
que la historia vulgar ya no tiene ni memoria siquiera?
Un
libro como el presente, que trata, simbólicamente, del problema de "matar
a la muerte", al tenor de las frases mismas de la citada Epístola primera de
San Pablo a los de Corinto, tiene
que otorgar por fuerza al gran Iniciado de Tarso una atención especial.
Saulo, después Paulo o Pablo, nació de
padres judíos, en Tarso de Cilicia -dice la advertencia general sobre las
epístolas de San Pablo del Padre Scío de San Miguel[38]-. Los naturales de Tarso
gozaban el derecho de ciudadanos de Roma, y Pablo, instruído en las letras
hebreas desde sus más tiernos años, se aplicó luego al estudio de las griegas,
que florecían en su patria con tanto primor como en la misma Atenas. Para
perfeccionarse más en las doctrinas de la ley y en las tradiciones de los
ancianos, pasó a Jerusalén, y siguiendo la escuela de los fariseos, salió
eminente, bajo la dirección y magisterio del célebre Gamaliel, y se mostró
siempre ardiente celador del judaísmo, hasta el tiempo de su maravillosa y
extraordinaria con. versión...
Pasó
de ciudad en ciudad y de provincia en provincia por las regiones principales
del Oriente, fundando iglesias, ordenando obispos y ministros y predicando el
Evangelio o "la Buena Nueva" en todas partes con inmensas fatigas;
pero también con inmenso fruto y con la más rápida y admirable propagación de
la Religión cristiana, como se refiere puntualmente en los Hechos de los Apóstoles, desde su conversión hasta su traslación a
Roma, adonde fué conducido por la apelación que interpuso al César.
Los
dos años que estuvo preso en aquella ciudad, tuvo libertad de predicar e
instruir en la fe a cuantos concurrían a él...
Salió
libre Pablo, por fin, de la acusación contra él lanzada, y emprendió nuevos
viajes para alumbrar también a las naciones del Occidente, que estaban
sepultadas en las tinieblas de la idolatría.
Una
de las principales que ilustró por este tiempo, conforme a lo que ya tenía
prometido, fué nuestra España, la cual, con la visita de tan grande apóstol,
adelantó mucho en la doctrina evangélica que poco antes había recibido. Desde
estas provincias volvió a las de Oriente, y después de haber predicado el
Evangelio en Candía, dejó a su discípulo Tito en aquella isla y partió para
Palestina y luego a Colosa y a Éfeso. Visitó las iglesias de Macedonia, en
especial la de Filipos y también las de Troades y Mileto, las de Antiochia de
Pesidia y las de lconio y Listro...
“...No
contento Pablo en sus dilatadas peregrinaciones con instruir a las gentes de su
tiempo, extendió su celo a los ausentes y a todos los siglos venideros dejando
explicada a los fieles la doctrina evangélica y los misterios del Cristo en
unas catorce cartas, veneradas siempre por toda la Iglesia como dictadas por el
Espíritu Santo para la común edificación... Otros muchos escritos se publicaron
en los primeros siglos, y se atribuyeron a San Pablo, pero la Iglesia sólo ha
tenido por legítimos y canónicos los de sus catorce cartas a los
thesalonicenses, gálatas, corintios, romanos, efesios, filipenses, colosenses,
hebreos y a Filemón, Tito y Timoteo, sus discípulos. En la lectura de estos
documentos hallarán los fieles aquella doctrina que aviva la fe, enciende la
caridad y excita en los corazones dóciles un tierno y fuerte amor al Señor.
Todos los Padres de la Iglesia fueron muy aficionados a los escritos del gran
Apóstol de las gentes, y particularmente San Juan Crisóstomo, en quien se puede
ver lo que aquí se omite".
Por
lo transcrito, inspirado, como es sabido, en la ortodoxia cristiana, se adivina
que lo que el Apóstol de las gentes enseñaba, por encima tanto del ya
desacreditado y grosero paganismo vulgar como del naciente y todavía mal fijado
cristianismo, era sencillamente la Doctrina Secreta tradicional, o Sabiduría
primitiva comunicada en los Misterios Iniciáticos con cargo en la cadena
interminable de Instituciones que vienen desde los tiempos de esplendor de la
Atlántida hasta nuestros días, instituciones contra las que nada pueden en
verdad las envidias y calumnias de los profanos perversos, las de la revelación o doble velo tendido sobre aquellas primievales y eternas enseñanzas,
únicas que pueden traer de nuevo al mundo la Edad de Oro algún día.
Así
se explican tanto los hechos de su vida como todas sus extrañas aserciones, tan
mal entendidas de ordinario.
El
espíritu de Pablo, en efecto, se inflamó en Atenas viendo a la ciudad entregada
a la idolatría. Algunos filósofos epicúreos y
estoicos disputaban con él y se
decían: "¿Qué nos quiere decir este charlatán?" . .. Pablo, puesto en
pie en medio del Areópago, dijo entonces: "Varones atenienses, en todas
las cosas os veo archisupersticiosos, pero, recorriendo vuestros simulacros
religiosos, he visto un ara en la que estaba escrito: "Al Dios Desconocido y sin nombre". Este, pues, que vosotros
adoráis es el que yo os anuncio. El
Dios que hizo al mundo y a cuantas
cosas hay en él, y que, siendo Señor
del cielo y de la tierra, no mora en templos fabricados por la mano del hombre,
puesto que en Él vivimos, somos y nos movemos, como muchos de vuestros poetas
han dicho"... Oyendo esto, unos hacían burla y otros simplemente le decían: "Te oiremos otro día acerca de
esto" (Hechos, XVII, 16-34). Mas
Dionisio el Areopagita creyó y quedó justificado.
Pablo,
por tanto, predicaba la tradicional doctrina de los misterios iniciáticos
griegos y antegriegos respecto del
Dios Desconocido y de su Eterna
Ley... "Ley no escrita con tinta, sino con espíritu de Dios vivo; no en
tablas de piedra, sino en la carne del corazón". Por eso añadía (II
Corintios, c. III): "Hablamos con esperanza y confianza, y no como Moisés,
que ponía un velo sobre su rostro... Aun en el día de hoy cuando los israelitas
(el vulgo) leen a Moisés, el velo sigue puesto en el corazón de ellos, velo que
será quitado cuando se convirtieren al Señor, porque el Señor es Espíritu y allí donde el Espíritu mora, allí hay
libertad. Así, registrando nosotros a cara descubierta la gloria del Señor, de
claridad en claridad, somos transformados en la imagen misma del Espíritu del
Señor". Toda la tarea, pues, del gran Apóstol de las gentes se cifraba en
descorrer este gran Velo Religioso -Velo
de Isis, que nosotros diríamos-
enseñando a Dios "en Espíritu y Verdad", o sea iniciando en altísimos
misterios del Reino de los Cielos[39].
Por
eso el Apóstol se expresa, asimismo, como el más perfecto cabalista y ocultista
oriental hablando concreta y taxativamente
de las sílfides, elementales, aves o
potestades del aire, naturales enemigos del candidato o aspirante a la
iniciación y que tratan de
avasallarle, después que éste ha conseguido remontar por sobre las miserias
humanas que le esclavizan al mundo y a
la carne. Véanse, si no, en la Epístola primera a los de Éfeso (c. V, v. 12),
frases como éstas, que jamás han sido bien interpretadas por los comentaristas,
pero cuyo alcance apreciará por completo el lector que previamente se haya
hecho cargo de lo que en el capítulo II llevamos dicho acerca de las simbólicas
Aves, de Aristófanes: "Porque
nosotros -los Iniciados, los Perfectos, dice- no tenemos ya que luchar contra
la carne y la sangre -es decir, contra las pasiones vulgares- sino contra los arcontes, los gobernadores
de las tinieblas de este mundo; contra los espíritus de maldad en los
aires". Estas ideas se repiten, poco más o menos en diversos pasajes,
tales como en los versículos 11-15 de la Epístola
a los Colosenses, y en la Epístola a
los hebreos (II, 5-8), en la que se dice:
"No
sometió Dios a los Angeles el mundo venidero del que os vengo hablando, y por
eso alguien ha dado testimonio diciendo: "¿Qué cosa es el hombre, Señor,
que así te acuerdas de él, y que habiéndole hecho un poco menor que los
Angeles, le has coronado de honra y de gloria y le has constituído sobre las
obras de sus manos poniendo todas las cosas bajo sus pies?" Para aclarar
aun más esto último añade poco después:
"Cristo
-el Dios Interior- participó de nuestras mismas cosas para destruir con su
muerte al que tenía el imperio de la muerte" (ib. 14-15) , es decir, al
Príncipe de las Potestades del Aire, al jefe de las aves o elementales del repetido
poema griego, cosa, por otra parte, que revela cómo participaba el Apóstol de
la doctrina gnóstica relativa a las emanaciones y que sabía harto bien además
que este Arconte (que tantos puntos
de contacto tiene con el Ilda-Baoth ofita
y el Jehovah hebreo), no era sino
una especie de "Adversario" del Lagos platónico y del Logos de Juan
evangelista, dentro de esa consideración dualista acerca del Bien y del Mal que
todos los pueblos occidentales han heredado del parsismo de los últimos tiempos,
cuando esta gran religión del "Fuego" o más bien de la
"Pureza" había ya perdido sus viejos esplendores atesorados en los Naskas o "libros vascos",
"libros atlantes" y otros que se atribuyen al simbólico Zoroastro.
"Vosotros
-dice asimismo en el capítulo II de la Epístola a los de Éfeso, continuando el
tema de las "Potestades negras"- estabais muertos por vuestros
pecados, en los que andabais en otro tiempo conforme a los hábitos de este
mundo y a la tiranía del Príncipe de las Potestades del aire, que es el espíritu
que ahora reina sobre los hijos de la infidelidad... Mas Dios nos resucitó con
Cristo, sin el que estabais en aquel tiempo... derogando de los preceptos la
ley para formar los dos un hombre nuevo... etc."
Compréndese bien
por esto el que se extienda tanto Pablo acerca del cruel dualismo que entraña
la vida del hombre sobre la Tierra.
"No sé cómo
entenderme, enseña, porque no hago lo bueno que anhelo, sino lo malo que
aborrezco; pero en el mero hecho de que realizo aquello que no quiero, apruebo
la bondad de la Ley, reconociendo que no soy yo ya quien obra aquello, sino el
mismo pecado que obra en mí. Por un lado sé que no mora en mi carne lo bueno,
puesto que, aun notando que el amor a lo bueno está en mí mismo, no alcanzo el
cómo realizarlo. Yo, en efecto, me deleito en la ley divina, según mi hombre
interior (mi Ego o mi Yo, que dirían los emanantistas), pero en mis miembros
todos veo otra ley que contradice a la Ley de mi voluntad y me esclaviza a la
ley del pecado, que está en mis miembros. ¿Quién, pues, desgraciado de mí, me
librará del cuerpo de esta muerte, de la muerte que es este cuerpo? Porque si
bien con el espíritu sirvo a la ley de Dios, con la carne no sirvo sino a la
del pecado" (Rom. VII, 15-25).
Esto, en suma, no
es sino el conocimiento perfecto de los planos de conciencia de los que nos
habla la literatura teosófica[40].
En otras Epístolas
añade con igual espíritu:
"La
ley no es el pecado, pero yo no conocí el pecado hasta que conocí la ley,
porque no conocería que la concupiscencia es tal concupiscencia, si ignorase la
ley que me dice: "No codiciarás". Sin la ley, el pecado no existe, y
cuando, después de haber vivido yo sin ley en otro tiempo, vino a mí el
precepto de la ley, revivió el pecado. Así yo he sido muerto al nacer, y el
mandamiento que parecía dado para vida, fué hallado serme para muerte, porque
desde que nací soy carnal, y la leyes espiritual". (Romanos VII, 7-14).
Pero
el Apóstol de las gentes, conocedor, "como Maestro Arquitecto" que es
(I Corintios, cap. II), de aquella trascendente geometría relativa a nuestra
prisión en la cárcel de nuestra carne, y a nuestra liberación después con la
muerte, dice, aludiendo a nuestro Cristo interior, que yace crucificado en el
fondo de nuestra conciencia:
"En
comparación de la gloria que habrá de manifestarse en nosotros después de la
muerte, nada son nuestros actuales trabajos. La criatura está sometida a su
servidumbre por fuerza y no de grado, pero ella, al fin, será libertada de la
corrupción de su servidumbre a la libertad gloriosa de los hijos de Dios"
(Rom. VIII, 18-21).
Y
luego, aludiendo a la mayéutica de
Platón o arte de nacer a la vida futura, y de la que hablaremos pronto, añade:
"El gran deseo de la criatura es aquella libertad del mañana glorioso,
porque la criatura está sujeta a la vanidad de las cosas de este mundo, no de
su grado o gusto, sino por aquel que la sometió con la esperanza de liberarla
algún día de la servidumbre de la corrupción a la libertad gloriosa de los
hijos de Dios, porque sabemos que todas las criaturas gimen y están de parto
durante su vida... esperando, como nosotros, la redención o liberación de
nuestro cuerpo..., liberación que el mismo Espíritu pide en nosotros con
gemidos y anhelos inexplicables... Así a los que amaron a Dios y son llamados
santos, a esos mismos predestinó, y a los que predestinó llamó, y a los que
llamó justificó, y a los que justificó glorificó"[41]. (Rom. VII, 19-30).
"Así
como Jesucristo resucitó de muerte a vida, así también resucitaremos
nosotros... Nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo, por lo que
también juntamente con Cristo resucitaremos y viviremos... No ofrezcáis, pues,
vuestro cuerpo mortal al pecado, sino a Cristo, como resucitado de entre los
muertos... Porque los gajes del pecado son la muerte, mas la justicia es vida
perdurable en Cristo Nuestro Señor" (Romanos, VI)... "Mientras
estábamos en la carne, la ley del pecado obraba en nuestros miembros para. dar
fruto a la muerte, mas ahora ya estamos emancipados de la ley de la muerte, en
la cual estábamos presos, porque en lugar de servir a la vejez de la letra,
servimos ya en novedad al espíritu", o como dice el texto griego:
"Estamos ya libres de la ley del pecado, habiendo muerto a aquello en que
yacíamos presos" (ib., VII, 5 y 6) .
Luego se remonta a
las alturas iniciáticas, añadiendo con típico lenguaje ocultista e iniciado en
los Misterios:
"Mi
predicación no consistió en palabras del humano saber, sino en demostración de
espíritu y de virtud. Esto, no obstante,
entre los perfectos hablamos sabiduría, mas no sabiduría de este siglo, ni
según los príncipes de este siglo, que han de ser destruídos, sino Sabiduría de
Dios en Misterio o sea Teosofía; la
sabiduría que se halla oculta, y que, para nuestra gloria, está dispuesta por
Dios desde antes de los siglos; sabiduría
que, como secreta, no conoció ninguno de los príncipes de este siglo; sabiduría,
en fin, de la que está escrito: "El ojo no vió, el oído no oyó, ni el
corazón humano alcanzó a saber lo que preparó Dios para aquellos que le aman y
que Él nos lo reveló por su Espíritu, porque el Espíritu lo puede escudriñar
todo, aun hasta las mismas profundidades de Dios, porque nosotros -en la
iniciación, por supuesto- hemos recibido el Espíritu que es de Dios, no el
espíritu de este mundo... Mas el hombre animal no puede percibir las cosas que
son del Espíritu de Dios, sino que le resultan locuras, y no las pueden
entender por cuanto se juzgan por los ojos de la carne y no con los del
espíritu" (I Corintios, cap. II).
Todo
cuanto antecede es un lenguaje puramente iniciático, por eso el profesor A.
Wilder, editor de los Misterios
Eleusinos, de Taylor, ha podido hacer notar, según nos enseña H. P. B., la
analogía que hay entre Jesús y Pablo, al clasificar su doctrina en exotérica y
esotérica, o sea el lenguaje de las parábolas para la multitud, y el de los
Misterios del Reino de los Cielos para sus discípulos[42].
En
los Misterios Eleusinos y en otros,
dice la Maestra, los participantes estaban siempre divididos en dos clases: neófitos y perfectos. Los primeros eran admitidos algunas veces a la
iniciación preliminar: la dramática representación de Ceres o el alma
descendiendo al Hades (la vida material, como caída), pero solamente a los
perfectos les era concedido el aprender y gozar de los Misterios del divino Elysium, la celestial mansión de los
bienaventurados, siendo incuestionable que este Elysium era la misma cosa que "el Reino de los Cielos".
El contradecir esto es, sencillamente, el cerrar los ojos a la verdad. Las
propias frases de Pablo en su Segunda
Epístola a los Corintios (XII, 3 y 4) ha sorprendido a varios hombres de
ciencia bien versados en las descripciones de los místicos ritos de la
iniciación, dados por algunos clásicos. Ellas, en efecto, aluden a la epopteia final iniciática (Misterios Eleusinos, de Taylor), al
decir: "Yo conozco a cierto hombre (si
en el cuerpo o fuera del cuerpo yo no lo
sé, pues sólo Dios lo sabe), el cual fué arrebatado al Paraíso, y oyó cosas
inefables (arreta remata) que no le
es lícito al hombre el repetir". Semejantes palabras han sido consideradas
por los comentaristas como alusión a las beatificas visiones de un vidente iniciado, pero la fraseología es
inequívoca, porque estas cosas, "que no es lícito repetir". están
indicadas en las mismas palabras, y la razón para ello no es otra que la tantas
veces dada por Platón, Proclo, Jámblico, Herodoto y otros clásicos.
"Nosotros hablamos SABIDURÍA solamente entre aquellos que son
PERFECTOS". dice Pablo, o sea "nosotros hablamos de las finales y más
profundas doctrinas esotéricas de los Misterios o de la Sabiduría, únicamente entre aquellos que están iniciados". Así, pues, en lo que se refiere al "hombre
que fué arrebatado al Paraíso" -y que era evidentemente el mismo Pablo,
como afirma Cirilo de Jerusalén-, la palabra cristiana Paraíso ha reemplazado a la "pagana" Elysium. Para completar la prueba, podemos recordar las palabras de
Platón, que nos enseñan que, antes de que un iniciado pudiera ver a los dioses
en su purísima luz, tenía que libertarse de su cuerpo, o sea separar del mismo
a su alma astral (Phoedrus, 64) .
Apúleyo (Asno de Oro, XI) describe de
igual modo su iniciación en los Misterios de Isis. diciendo: "Yo me
aproximé a los confines de la muerte, y habiendo pisado los umbrales de
Proserpina, volví, llevado a través de todos los elementos. Así, yo vi, en
medio de la noche, brillar al Sol con luz esplendorosa. juntamente con todos
los dioses infernales y celestes, y. aproximándome a ellos, les
tributé adoración. Jesús, por tanto, lo mismo que Pitágoras y otros hierofantes
reformadores, dividió sus enseñanzas en exotéricas y esotéricas, dividiendo a
sus discípulos en neófitos hermanos y
perfectos, ,aunque su vida fué
demasiado corta para permitirle establecer una escuela regular que le fuese
propia. ni iniciar a ningún otro apóstol. excepto a Juan, quizá. (Isis sin Velo, tomo II. cap. III).
Siguiendo
luego San Pablo con su tarea de "matar a la muerte", con la plena
certidumbre de una ulterior resurrección. nos dice:
"Sabemos,
que para cuando esta nuestra casa terrestre sea deshecha, tenemos de Dios un
edificio, no hecho por mano humana, y que durará siempre en los cielos. Por eso
gemimos aquí deseando ser revestidos en el cielo de aquella habitación, y
mientras estamos en este tabernáculo actual, gemimos porque no queremos ser despojados
de él, sino revestidos. Mas Dios nos ha dado la prenda del espíritu. y por ello
vivimos siempre confiados, sabiendo que aunque estamos en este cuerpo actual,
vivimos ausentes del Señor, andando por fe y no por visión directa. Tenemos, no
obstante, confianza, y preferimos el ausentarnos, aun en vida, de este cuerpo,
y estar presentes al Señor. Por eso procuramos, ora ausentes, ora presentes, el
serle agradables, porque es necesario que todos seamos manifestados ante el
Tribunal de Cristo para que cada uno reciba según lo bueno o lo malo que
estando en este cuerpo haya hecho" (Epístola II a los Corintios, cap. V,
vs. 1 al 10).
Ciertos
pasajes de San Pablo son gemelos de otros en el Bhagavad Gita, como no podía
menos de suceder tratándose de enseñanzas iniciáticas. Así refleja en diversos
lenguajes toda la amargura con que Arjuna, al ver formadas enfrente de él las
huestes de sus hermanos y amigos, le dice exasperado a Krishna: "¡Govinda,
no quiero pelear!" En efecto, esa misma amargura destila de los versículos
l a 3 del capítulo IX de la Epístola a
los Romanos, cuando en ella se dice: "No miento: digo verdad en
Cristo, según el testimonio de mi conciencia en el Espíritu Santo, que me
asalta grandísima tristeza y que sufro continuo dolor en mi corazón, pues que
por amor de mis hermanos, que son mis deudos según la carne, yo mismo desearía
ser anatematizado por Cristo".
Y
ese holocausto augusto al Dios Interior o Christos
que mora en cada uno de nosotros, y que es la característica del efectivo
"Sacramento Eucarístico", aparece clarísimo también en pasajes como
aquel que dice:
"Por
la misericordia de Dios, os aconsejo, hermanos, que ofrezcáis vuestros cuerpos
a Dios -a vuestro Dios Interior- en hostia viva, santa y agradable, según el
culto racional que le debéis, es decir, no conformándoos con este siglo, sino
reformándoos en espíritu. . . Sabed con templanza, en la medida de vuestra fe
-es decir, sin permitir que el conocimiento se adelante al sentimiento-. Amaos
recíprocamente como hermanos; sed gozosos en la esperanza; sufridos en la
tribulación y perseverantes en vuestras oraciones o nobles' deseos; gozaos con
los que se gozan, y llorad con los que lloran, sintiendo entre vosotros una
misma cosa, como miembros que sois unos de otros, no blasonando de cosas altas,
sino antes bien acomodándoos a las más humildes y no devolviendo mal por mal,
ni dejándoos vencer de lo malo, sino antes bien venciendo al propio mal con el
bien" (Rom., XII).
Semejante
consorcio místico del alma humana con el divino Espíritu que la cobija hace
prorrumpir a Pablo en esta catarata fecunda de sentencias, que parecen
arrancadas de los Upanishads brahmánicos:
-"Un pan[43], un solo cuerpo somos
todos aquellos que participamos de un mismo Pan Eucarístico" (I Cor., X,
17).
-"Ningún
hombre será justificado por las obras de la Ley, porque la misma Ley no es en
sí sino el conocimiento del pecado" (Romanos, III, 20).
-"Los
dones, según la Ley, son como reflejo y sombra de las cosas celestiales. Al
propio Moisés le fué dicho: "Haz todas las cosas según el modelo que en el
Monte Santo se te mostró" (Heb., VIII, 5) .
-"Me
veo estrechado por dos partes. Por un lado, siento deseos de ser desatado de la
carne; mas por otro me es necesario el permanecer aún en la carne para aquí
serviros" (Fil., I, 23 y 24) .
-"Nuestros
padres todos también estuvieron bajo la nube -es decir, la vida terrestre-, y
todos pasaron, sin embargo, la mar" -o sea "todos fueron
glorificados" (I Cor., X, 1)[44].
-"Nosotros,
en esta vida, somos entregados a la muerte a cada paso por Jesús -el Cristo
Interior- para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne
mortal; pero estando ciertos de que resucitó Jesús, también Jesús nos
resucitará" (II Corintios, IV, 11 a 14).
-"Ninguno
oprima ni engañe a su hermano, porque no nos llama Cristo para inmundicia, sino
para justificación, y así el que desprecia a su hermano no desprecia a un
hombre, sino a Dios, que ha puesto en él como en nosotros a su santo
Espíritu".
-"El
Señor dijo que en las tinieblas es donde resplandece la luz. Así, él mismo resplandeció y resplandecerá
en nuestros corazones para nuestra propia iluminación. Tenemos además este
tesoro en frágiles vasos de barro (nuestro cuerpo) para gloria de la virtud de
Dios" (II Cor., IV, 6 y 7) .
-"Cuando
fuí niño -es decir, profano en los Misterios del Reino de los Cielos- pensaba y
sentía como niño y como niño hablaba; mas cuando llegué a hombre di de mano las
cosas infantiles, y os digo: "Ahora vemos estas cosas como en espejo en
aquesta oscuridad -la proyectiva de las dimensiones
ulteriores-, pero luego habremos de verlas cara a cara". Ahora
conocemos sólo en parte, mas entonces CONOCEREMOS" (múltiples pasajes en
todas las Epístolas, y en Hebreos, XI) .
-"Ya
sabéis bien que el día del Señor vendrá cual un ladrón de noche[45], porque cuando más crea
estar el impío en paz y en seguridad le sobrecogerá repentinamente la muerte
como los dolores a la mujer que está encinta, y entonces ya no escapará.
Vosotros, pues, hermanos, no continuéis en tinieblas. para que semejante día no
os sorprenda como ladrón, pues que no en vano sois hijos del día y de la
luz" (Tes., V, 1 al 5) .
-"A
aquel que obra no se le cuenta el jornal por gracia, sino por justicia; mas al
que no obra y cree en .aquel que justifica al impío, su misma fe le será imputada
a justicia también. La promesa de Dios a Abraham no fué por mera ley, sino por
la propia justicia salvadora de la fe" (Rom., IV, 4 al 13).
-"Justificados
por la fe[46]
-fides, confianza, creencia-, tengamos paz con Dios por Cristo nuestro
Señor" (ib., V, 1).
-"Nosotros nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de los Hijos de Dios" (íb., V, 2).
-"Por fe fué
trasladado Henoch para que no viese la muerte, y no fué hallado porque le
trasladó Dios"[47] (Heb., XI, 5).
-"Por fe moró
Abraham como en ajena tierra en la tierra prometida, porque esperaba
inconmovible vivir algún día en la Ciudad Santa, cuyo Arquitecto fundador es
Dios"[48]
(Heb., XI, 9 y 10).
-"Por
fe fueron formados los siglos por la Palabra o Verbo de Dios, para que fuese
así hecho visible lo invisible" (Heb., XI, 3).
-"La
ley no fué puesta para el justo, sino para el injusto" (Tim., I, 9).
-"Es
justa la condenación de quienes hacen el mal para que venga el bien"
(Rom., III, 8).
-"Las
fauces de ellos son como sepulcro abierto. Ellos no conocieron nunca el Sendero
de la Paz" (íb., III, 13 al 17).
-"¡Oh,
hombre! Cuando juzgas a otro te condenas a ti mismo al hacer luego esas mismas
cosas que en tu hermano condenaste" (Romanos, 11, 1).
-"No
os venguéis, porque escrito está que al Señor -la ley o el Karma- es a quien
corresponde sólo la venganza, dado que también está escrito: "¡Yo pagaré y
cobraré!" (Rom., XII, 19).
-"Dice
el Señor: "Dando mis leyes en la mente de los hombres, las escribiré
también sobre su corazón..., y así todos me conocerán, desde el mayor hasta el
menor" (Heb., VIII, 10).
-"Dice
también el Señor: "Este es mi pacto con los hombres: escribiré mis leyes
en sus entendimientos y en sus corazones, y nunca jamás me acordaré de las
antiguas maldades de ellos" (Heb., X, 16).
-"El
primer tabernáculo, el Tabernáculo de Moisés, fué un santuario temporal..., mas
en el santuario segundo -en el de nuestra
Conciencia : una vez al año se ve al Maestro" (Heb., IX, 1 Y 7).
-"Limpiaos
de la vieja levadura para que seáis una levadura nueva para elaborar panes
ácimos de sinceridad y de verdad" (1 Corintios, V, 7).
-"El Señor castiga al que ama y azota a
todo aquel a quien recibe por Hijo" (Heb., XII, 6).
-"No
apaguéis los fulgores del Espíritu, ni despreciéis las profecías. Guardaos de
toda apariencia de mal; examinadlo todo y abrazad lo que creáis bueno"
(Tes., V, 17 a 21).
-"Hay
que buscar la Paz que sobrepuja a todo entendimiento" (Fil., IV, 7).
-"Entregados
somos a la muerte cada día como ovejas para el matadero; mas de todas estas
miserias triunfaremos por Aquel que nos amó" (Rom., VIII, 36).
-"Toda
alma está sometida a las Potestades superiores... -¿Quieres, no obstante, no
tener nada que temer de ellas? -Pues haz sólo lo que es bueno y lo que es
justo" (íb., XIII, 1 a 3) .
-"No
quiero, hermanos, que ignoréis por más tiempo este misterio: que la ceguedad ha
caído en parte a Israel y que ella continuará hasta que vuelva la plenitud de
los tiempos" (Rom., XI, 25).
-"A
mí, que soy el menor de los adeptos, me ha sido dada la gracia de predicar a
las gentes las investigables riquezas del Cristo" (Efesios, III, 8).
-"Tú que
duermes, ¡despiértate y levántate de entre los muertos para que te alumbre
Él" (ib., V, 14).
-"Cristo
está en nosotros como hijo en su propia casa, la cual casa somos nosotros con
tal que nos mantengamos firmes hasta el fin en la confianza y en la
esperanza" (Heb., III, 6).
-"Vosotros sois templo de Dios
vivo, porque Él ha dicho: "Moraré y andaré con vosotros, y vosotros seréis
mi pueblo" (II Cor., VI, 16) .
-"Cristo,
despojando a los Principados y Potestades, os sacó a luz triunfando de ellos en sí mismo" (Colos., II, 15).
-"La
palabra de. Dios es viva y eficaz, y más penetrante que espada de dos filos,
puesto que alcanza a operar la división del alma y del espíritu" (Heb.,
IV, 12).
-"Andad siempre en Espíritu y así
os emanciparéis de los deseos de la carne, porque la carne, a su vez, codicia
contra el Espíritu, siendo entrambas cosas contrarias entre sí. Cuando logréis,
pues, andar guiados por el Espíritu, no estaréis ya bajo el imperio de la ley
(Gál., V, 16 a 18)
-"Despojaos
del hombre viejo que está en vosotros. Renovaos en el Espíritu de vuestro
propio entendimiento y vestíos del hombre nuevo... y no contristéis al Santo
Espíritu de Dios, en el cual estáis ya sellados para ser liberados en el día de
la redención" (Efes., IV, 23 Y 30).
Por
supuesto, cuantas sentencias van transcritas son todas del más puro sabor
iniciático, como corresponde a un heredero directo de las doctrinas cabalistas
de los esenios a las que se habían amalgamado las viejas doctrinas pitagóricas
seguidas en Asia Menor tanto o más que en la propia Grecia de aquel tiempo. El
encuentro de Pablo con su Maestro, en el camino de Damasco, completó con la
nueva levadura cristiana dicho desarrollo iniciático del gran filósofo de Tarso
de Cilicia[49].
Esto fué tanto mejor para el mundo cuanto que, como dice Gibbon en su Historia de la decadencia del Imperio
Romano, en aquella época todas las religiones habían llegado a ser para el
vulgo igualmente verdaderas; para el filósofo, igualmente falsas, y para el
gobernante, igualmente útiles, La razón no estaba lo bastante madura para
regirse por sí misma, y sentía la necesidad de un yugo espiritual. La
multiplicidad de religiones concentradas en Roma favorecía la predisposición a
una creencia que calmara la confusión, Los mil y un pueblos sometidos al cetro
de los Césares anhelaban el retorno a la creencia en el Dios Desconocido, que
tan gallardamente fue recordada por San Pablo a los de Atenas",
Pablo,
pues, como diría un clásico griego, nos salvó de la vieja apostasía, llevándonos paternalmente a las alturas de la anastasis, cosa que merece también una
explicación, pues que la apostasía es
la muerte y la anastasis la vida
nueva, matadora de la muerte misma,
La
condición natural u ordinaria del género humano -dice la Maestra H. P. B.- era
llamada en griego apostasía (αποστασια)
y la condición nueva anastasis (αναστασις),
Con Adán vino la primera, o sea la muerte, y con Cristo viene la segunda, o sea
la resurrección, al enseñar éste "la Noble Senda" que conduce a la
Vida Eterna, de modo igual a como Buddha indicó el mismo sendero hacia el
Nirvana, Para lograr semejante fin sólo existe un medio, según la enseñanza de
entrambos: pobreza, castidad, contemplación, o sea plegaria interna, y
desprecio de todas las pompas, vanidades e ilusorios goces de este mundo,
"Entrad en esta senda y poned fin al pesar, Yo os predico el Sendero que
he hallado para destruir los dardos del dolor, dice el Dharmapada, Vosotros,
por vosotros mismos, debéis hacer el esfuerzo, pues que los Buddhas son únicamente predicadores, Los
manús (pensadores) que entran en el Sendero son libertados de Mara, la gran
Mentira o Ilusión", "Entrad por la puerta estrecha, dice a su vez
Jesús, porque ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la
destrucción, Seguidme, pues"," y luego añade: "Quien oye estos
proverbios y no los practica es como hombre sin juicio" (Mateo, VII y
VIII), Yo, por mí mismo, nada puedo hacer
(Juan, V, 30), "Los cuidados de este mundo y la ilusión de las
riquezas ahogan la palabra" (Mateo, XIII, 22), dice el cristiano:
únicamente rechazando toda ilusión es como el buddhista, a su vez, dice poder
entrar en el Sendero, "Sendero que le conducirá fuera de las inquietas y
turbulentas olas del océano de la vida para arribar a la tranquila Ciudad de la Paz, que es la dicha real y
el augusto reposo del Nirvana".
"Tómese
a Pablo -dice en otro lugar H. P. B.-, léase lo poco de original que de él ha
quedado en los escritos atribuídos a ese hombre valiente, honrado y sincero, y
véase si alguien puede encontrar una palabra en los mismos que demuestre que
Pablo quería dar a entender por la palabra Cristo algo más que el ideal
abstracto de la divinidad personal existente en el hombre. Para Pablo, en
efecto, Cristo no es una persona, sino una idea encarnada. "Si algún
hombre existe en Cristo, él es una nueva creación", él ha renacido, como sucede después de la iniciación, porque el
Señor es Espíritu: el Espíritu del
hombre, Pablo, pues, fué el único apóstol que. alcanzó a comprender las
ideas secretas contenidas en las enseñanzas de Jesús, aunque jamás estuvo en
él. Pero Pablo había sido iniciado y resuelto a inaugurar una amplia reforma
que abrazase a toda la humanidad, colocó sinceramente sus propias doctrinas muy
por encima de la sabiduría de los tiempos; por encima de los antiguos Misterios
y de la final revelación epóptica.
¡Por
eso es Pablo, añadimos nosotros, el Apóstol por antonomasia! ¡EL ÚNICO!. . .
Conclusiones
deducidas de los capítulos anteriores. - Una palabra que no está en los
diccionarios. -. Una lamentable definición de la Real Academia Española. -
¿Quiénes son los "jinas"? - Un pasaje del orientalista Anquetil,
respecto de los magos de Persia. - Los janos, indiatis, jainos o jinas, y su
rebeldía. El simbolismo del humano poder. - ¡Desvanecidos por maya hipnótica!-
Un caso análogo de "jinas" consignado en la Historia de México de Fr.
Diego Durán. - El emperador Moctezuma el viejo quiere enviar una embajada a la
"tierra de sus antepasados". - Se ponen en acción todos los magos del
reino.
- La entrevista con la madre del dios
Huitzilopochtli. - El porqué de nuestra miseria y nuestra ceguera. - ¡Mortales
inmortales! - Los hombres, al volver a saber esta verdad perdida, lloran con
Moctezuma y Tlacaelel nuestra triste caída en la cárcel de esta vida transitoria.
Para
no cansar ya más al lector con cosas relativamente abstrusas y antes de entrar
en un nuevo orden de consideraciones, tendamos una ojeada general a la doctrina
de los siete precedentes capítulos.
En
ellos hemos visto, ante todo, la posibilidad y la necesidad de superar a
nuestra ciencia moderna con el empleo del método teosófico o analógico fundado
en la vieja clave de Hermes Trimegisto, porque este método, aunado con las más
recientes conclusiones de la Hipergeometría, nos puede evidenciar la absoluta
probabilidad de otros seres y otros mundos, hoy invisibles, que existen, sin
embargo, a nuestro lado mismo, aunque ellos no nos sean apreciables de
ordinario, por ser nosotros seres de meras tres dimensiones, y enedimensionados
ellos. Apelando, en fin, a la Historia de la Filosofía, hemos demostrado
también con textos relativos a Pitágoras, Platón, Lucrecio, Plutarco, Orígenes,
San Pablo, Kant, etc., que para la Antigüedad sabia la tal existencia de otros
seres y mundos invisibles era de absoluta realidad, desde el momento en que,
unánimes y contestes, enseñan ellos que por encima de nuestro cuerpo está
nuestra alma, y por encima de entrambas nuestro Supremo Espíritu, viviendo
estos tres elementos fundamentales del verdadero Hombre, aun aquí abajo, tres
vidas distintas: la animal, corpórea o terrestre; la humana, lunar o psíquica, y la divina,
espiritual o solar, con .arreglo al
sublime texto de Plutarco, cual si el verdadero Hombre fuera, como es, en
efecto, un habitante al par del Sol, de
la Luna y de la Tierra, un ser sometido, por tanto, a dos muertes
sucesivas: la muerte física que le priva de su cuerpo material llevándole a los
ámbitos del espacio demarcados por la órbita o esfera de la Luna, y la muerte psíquica, segunda muerte que, en el
caso favorable, quizá poco frecuente, de un completo triunfo del alma o psiquis
sobre los elementos inferiores pasionales, liga definitivamente al alma y al
Espíritu, con arreglo al verdadero significado de la conocidísima fábula de
Psiquis y Heros, de Apuleyo, de la que trataremos en su día, mientras que en el
contrario y más frecuente caso de las almas encenagadas en las pasiones y en el
egoísmo, esta unión puede hasta romperse, acarreando al hombre los más tristes
destinos.
Aquellos
de nuestros lectores que conozcan los anteriores tomos de esta nuestra Biblioteca comprenderán sin esfuerzo que
los siete, capítulos precedentes podrían continuarse con muchos otros relativos
a los clásicos grecolatinos iniciados en los Misterios y aun con otros autores,
tanto orientales como europeos; pero con ello no conseguiríamos sino abusar de
la ansiedad de los que hasta aquí nos han seguido leyendo y que, impacientes,
se habrán preguntado de seguro: "¿Cómo matar a la muerte, al tenor del
titulo del presente libro? Y, además, ¿qué diablo de seres son esos jinas del subtítulo, -cuya palabra
empieza por no estar en los diccionarios?"[50].
Respecto
de la primera pregunta, la contestación es sencilla: a la muerte se la mata así
que se adquiere conciencia de la inmortalidad; se la mata desde el momento en
que, por intuitiva fe y por filosófico estudio como el que vamos haciendo, se
demuestra su gran mentira, puesto que, si desde el punto de mira positivista,
no es ella sino un aniquilamiento de la conciencia y una disociación de los
elementos del organismo hasta entonces vivo en otros organismos inferiores,
acabando en agua, anhídrido carbónico y unos cuantos álcalis, para el que ve
más hondo, al tenor de los principios filosóficos y analógicos, ya ella no es
sino una mera transformación; uno como despojarse el alma lunar del hombre -y
aun de los animales y plantas[51] de las viejas vestiduras
corpóreas, para pasar al mundo inmediatamente superior, al que nosotros hemos
denominado "mundo de los jinas".
En
cuanto a la pregunta segunda, o sea la relativa a quiénes sean estos seres y
cuál su dicho mundo, la cosa, como nueva, resulta un poco compleja, precisando
algunas previas explicaciones que se irán ampliando luego.
De
los varios tomos de esta nuestra Biblioteca
de las Maravillas se desprenden, en efecto, multitud de detalles
filosóficos, legendarios y aun históricos relativos a unos seres invisibles que
existen, al parecer, a nuestro lado mismo, seres de cuarta o ulterior dimensión
a los que, siguiendo la tradición universal, hemos dado en denominar
genéricamente finas. Al intentar hoy
en este honrado tomo un nuevo y más concreto tratado acerca de ellos, es
indispensable, pues, el hacer un resumen de cuanto hemos podido apreciar en
aquellos otros respecto a tan sugestivo asunto; es decir, una concreta
exposición de hechos que más al por
menor pueden verse en sus lugares respectivos y que vendrán así a contestar
cumplidamente a aquella interrogación naturalísima. Semejantes detalles son los
más propios para excitar la dormida curiosidad del más escéptico y aun ponerle
los pelos de punta con el misterioso escalofrío de lo superliminar y lo
sublime.
Enumeremos
con la sencillez de quien se siente muy por encima de todo temor al necio
ridículo, cuantos casos de jinas conocemos. El lector, si se fija, recordará
quizá alguno más de su propia experiencia, y si la encuesta sobre el particular
de los extraños hechos de los jinas se ampliase a cuantos han devorado dudas
científicas, penas morales y acerbos sufrimientos físicos, la lista tomaría las
proporciones gigantescas de lo que confunde, anonada y abruma.
Entre
los millares de casos jinas que
registra la historia merece puesto de honor el siguiente, relativo al Imperio
soberbio de los persas, caso narrado nada menos que por el propio orientalista
Anquetil y persona la menos sospechosa, por tanto, en tales cuestiones.
Este
gran pueblo persa, dice dicho autor, vivió feliz unos millares de años,
gobernado por magos (supervivientes de la catástrofe atlántica), hasta que
trocó, como- luego Israel, el paternal gobierno sabio de sus Jueces o doctos, por el tiránico y
absurdo de sus Reyes guerreros. El
Imperio empezó así por un Darío dominador y acabó por otro Darío vencido: ¡un
Imperio tan soberbio, que, por mano de Jerjes, mandó azotar al mar y cargarle de cadenas cual a esclavo, por el delito de lesa majestad de haber
deshecho con sus olas el puente de barcas construído sobre el Bósforo, para
pasar a dominar a los libres pueblos griegos que aún conservan sus clásicas
instituciones redentoras!
Ciro
habla ya realizado, dice Anquetil, las más épicas hazañas en Asia Menor, Asiría
y Babilonia, y Cambises había ya dominado el Egipcio y la Etiopía, por manera
que el Imperio de los persas se extendía desde la Cirenaica hasta la India, y
desde la Etiopía y la Arabia hasta el, Caspio y el Ara!. ¡Prácticamente creyó
Darío, en su ceguera, que había dominado ya a su despótico capricho al mundo
(Odo conocido!
Pero
los astutos magos, deseosos de vengarse de su soberbia con sus burlas, y
conocedores, de siempre, de ese extraño pueblo jina, que es invisible de ordinario a nuestra vista, pero del que
estamos separados, valga la frase, por el tenue velo de niebla hipergeométrica de la cuarta
dimensión, hubieron de humillar al déspota, diciéndole:
-No
seas necio. En todo cuanto dices de que el mundo entero te rinde vasallaje, no
hay sino la ilusión más crasa. ¡Bien cerca tienes, por ejemplo, un felicísimo
pueblo escita, el de los indiatis o
jaínos, a quienes no sólo no someterás, sino que cuantas veces lo intentes,
se burlarán de ti!
Ciego
de ira Darío ante tamaña posibilidad humillante, destacó en el acto una.
embajada a aquellos adoradores del dios
Jano, intimándoles el vasallaje más estricto. El resultado de la embajada
no se hizo esperar; los emisarios, llenos de recelos respecto a las- mil
extrañas cosas que durante su misión les aconteciesen, cosas como para poner a
prueba al más escéptico en cuanto a posibilidades desconocidas de la
naturaleza, depositaron a los pies del César los objetos que, por toda
contestación, les habían dado para él los cuitados aquellos, es a saber: un
topo, un pez, un pájaro, un poco de amianto y un haz de cinco flechas. Los
adivinos a sueldo del tirano quedaron perplejos ante aquella dudosa prueba del
jaíno vasallaje. sin saber cómo interpretada; pero los magos le sacaron
sarcásticamente de su perplejidad, diciéndole:
-¡Sí! ¡Te
prometen completo vasallaje, para cuando seas dueño del interior de la tierra,
como el topo; de las aguas, como el pez; de los aires, como el ave; cuando
puedas resistir incólume la acción del fuego como los hilos del amianto y
dominar, en fin, tu pensamiento con el conocimiento mágico de la Pentalfa y de la Década o "haz de las cinco flechas" que te envían!
Indignado
Darío dió la orden de que se atacase inmediatamente al rebelde pueblo burlón,
pero sus legiones no sólo no encontraron a nadie, sino que el país mismo que
buscaban se les ocultó cual tenue neblina de la mañana...
Un
segundo caso muy análogo al anterior
e instructivo por demás. es el consignado por el P. Durán en su notabilisima e
inestudiada Historia de México. El
antedicho pueblo jina de Darío
aparece aquí -ya se verá más adelante la razón de ello- como el país originario
de la humanidad o, al menos, de los pueblos mexicanos. El perdido Paraíso
primitivo como si dijéramos.
Veámoslo:
Cuenta dicha Historia de las Indias de Nueva España e
islas de tierra firme, de Fray Diego Durán -hermoso libro escrito a raíz de
la colonización española de tan vasto Imperio- que viéndose el emperador
Moctezuma en la plenitud de sus riquezas y glorias, se creyó poco menos que un
dios. Los magos o sacerdotes del reino, mucho más sabios que él y más ricos,
puesto que dominaban todos sus deseos inferiores, hubieron de decide:
-¡Oh,
nuestro rey y señor! No te envanezcas por nada de cuanto obedece a tus órdenes.
Tus antepasados, los emperadores que tú crees muertos, te superan allá en su
mundo tanto como la luz del Sol supera a la de cualquier luciérnaga...[52]
Entonces
el emperador Moctezuma, con más curiosidad aún que orgullo, determinó enviar
una lucida embajada cargada de presentes a la Tierra de sus mayores, o sea la
bendita Mansión del Amanecer, más
allá de las siete cuevas de Pacaritambo, de donde era fama que procedía el
pueblo azteca y de las que tan laudatoria mención hacen sus viejas tradiciones.
La dificultad, empero, estaba en lograr encontrar los medios y el verdadero
camino para llegar felizmente a tan oscura y misteriosa región, camino que, en
verdad, no parecía conocer ya nadie.
Entonces
el emperador hizo comparecer a su ministro Tlacaelel ante su presencia,
diciéndole:
-Has de saber ¡oh Tlacaelel!, que he
determinado juntar una hueste compuesta por mis más heroicos caudillos, y
enviarlos muy bien aderezados y apercibidos con gran parte de las riquezas que
el Gran Huitzilipochtli se ha servido deparamos para su gloria, y hacer que las
vayan a poner reverentemente a sus augustos pies. Como también tenemos
fidedignas noticias de que la madre misma de nuestro Dios aún vive, podía serle
grato también el saber de aquestas nuestras grandezas y esplendores ganados por
sus descendientes con sus brazos y sus cabezas.
Tlacaelel
respondió.
-Poderoso
Señor. Al hablar tal como has hablado, no se ha movido, no, tu real pecho por
ansias de mundanos negocios, ni por propias determinaciones de tu tan augusto
,corazón, sino porque alguna deidad excelsa así te mueve a emprender aventura
tan inaudita como la que pretendes. Pero no debes ignorar, Señor, que lo que
con tanta decisión has determinado, no es cosa de mera fuerza, ni de destreza o
valentía, ni de aparato alguno de guerra, ni de astuta política, sino cosa de
brujas y de encantadores capaces de descubrirnos previamente con sus artes el
camino que conducirnos pueda a semejantes lugares. Porque has de saber, ¡oh
poderoso príncipe!, que, según cuentan nuestras viejas historias, semejante
camino está cortado desde luengos años ha, y su parte de este lado ciega ya con
grandes jarales, y breñales poblados de monstruos invencibles, médanos y
lagunas sin fondo, y espesísimos carrizales y cañaverales donde perderá la vida
cualquiera que semejante empresa intente temerario. Busca, pues, Señor, como
remedio único contra tamaños imposibles a esa gente sabia que te digo, que
ellos, por sus artes mágicas, podrán quizá salvar todos esos imposibles
humanos, e ir hasta allá trayéndote luego las nuevas que nos son precisas
acerca de semejante región, región de la que se dice por muy cierto que cuando
nuestros abuelos y padres la habitaran antes de venir en larga peregrinación
hasta las lagunas de México, en las que vieron el prodigio del tunal o zarza
ardiendo[53],
era una prodigiosísima y amena mansión donde disfrutaban de la paz y del
descanso, donde todo era feliz más que en el más hermoso de los ensueños, y
donde vivían siglos y siglos sin tornarse viejos ni saber lo que eran
enfermedades, fatigas ni dolores, ni tener, en fin, ninguna de esas
esclavizadoras necesidades físicas que aquí padecemos, pero después que de tal
paraíso salieron nuestros mayores para venir aquí, todo se les volvió espinas y
abrojos; las hierbas les pinchaban; las piedras les herían y los árboles del
camino se les tornaron duros, espinosos e infecundos, conjurándose todo contra
ellos para que no pudieran retornar allá, y así cumpliesen su misión en este
nuestro mundo.
Moctezuma,
oyendo el buen: consejo del sabio Tlacaelel, se acordó del historiador real
Cuahucoatl -literalmente el "Dragón de la Sabiduría", constante
nombre de los adeptos de la Mano Derecha o Magos blancos-, venerable viejo que
nadie sabía contar sus años, e inmediatamente se hizo llevar hasta su retiro en
la montaña, diciéndole, después de haberle saludado reverente:
-Padre
mío; anciano nobilísimo y gloria de tu pueblo: mucho querría saber de ti, si te
dignases decírmelo, qué memoria guardas tú en tu ancianidad santa acerca de la
historia de las Siete Cuevas celestes donde habitan nuestros venerandos
antepasados, y qué lugar es aquel santo lugar donde mora nuestro dios
Huitzilipochtli, y del cual vinieron hasta aquí nuestros padres.
-Poderoso
Moctezuma -respondió solemnemente el anciano-: lo que este, tu servidor, sabe
respecto de tu pregunta, es que nuestros mayores, en efecto, moraron en aquel
feliz e indescriptible lugar que llamaron Aztlán,
sinónimo de pureza o blancura[54].
Allí se conserva todavía un gran cerro en medio del agua, al que llaman Culhua-can, que quiere decir cerro
tortuoso o de las Serpientes. En dicho cerro es donde están las cuevas y donde,
antes de aquí venir, habitaron nuestros mayores dilatados años. Allí, bajo los
nombres de medjins y aztecas[55],
tuvieron grandísimo descanso; allí disfrutaban de gran cantidad de patos de
todo género, garzas, cuervos marinos, gallaretas, gallinas de agua, muchas y
diferentes clases de hermosos pescados, gran frescura de arboledas cuajadas de
frutos y adornadas de pajarillos de cabezas coloradas y amarillas, fuentes
cercadas de sauces, sabinas y enormes alisos. Andaban aquellas gentes en
canoas, y hacían camellones, en los que sembraban maíz, chile, tomates,
nahutlis, freijoles y demás géneros de semillas de las que aquí comemos, y que
ellos trajeron de allí, perdiéndose otras muchas. Mas, después que salieron de
allí a esta tierra firme y perdieron de vista tan deleitoso lugar, todo, todo
se volvió contra ellos: las hierbas les mordían; las piedras les cortaban; los
campos estaban llenos de abrojos, y hallaron grandes jarales y espinos que no
podían pasar, ni asentarse y descansar en ellos. Todo lo hallaron, además,
cuajado de víboras, culebras y demás bichos ponzoñosos; de tigres, leones y
otros animales feroces que les disputaban el suelo y les hacían imposible la
vida. Esto es lo que dejaron dicho nuestros antepasados y esto es cuanto puedo
decirte con cargo a nuestras historias, ¡oh, poderoso Señor!
El
rey respondióle al anciano que tal era la verdad, por cuanto Tlacaelel daba aquella
misma relación. Así, pues, mandó al punto que fuesen por todas las provincias
del Imperio a buscar y llamar a cuantos encantadores y hechiceros pudiesen
hallar. Fueron, pues, traídos ante Moctezuma hasta cantidad de sesenta hombres,
toda gente anciana, conocedora del arte mágico, y una vez reunidos los sesenta,
el emperador les dijo:
-Padres
y ancianos, yo he determinado conocer hacia dónde está el lugar del que
salieron los mexicanos antaño, y saber puntualmente qué tierra es aquélla,
quién la habita, y si es viva aún la madre de nuestro dios Huitzilipochtli. Por
tanto, apercibíos para ir hasta allá con la mejor forma que os sea dable, y
retornar brevemente acá.
Mandó
además sacar gran cantidad de mantas ,de todo género; vestiduras lujosas; oro y
muy valiosas joyas; mucho cacao, algodón, teonacaztli,
rosas de vainillas negras y plumas de mucha hermosura; lo más precioso, en
fin, de su tesoro, y se lo entregó a aquellos hechiceros, dándoles también a
ellos su paga y mucha comida para el camino, para que con el mayor cuidado
cumpliesen con su cometido.
Partieron,
pues, los hechiceros, y llegados a un cerro que se dice Coatepec, que está en
Tulla[56], hicieron sus
invocaciones y círculos mágicos embijándose con aquellos ungüentos que todavía
se usan en tales operaciones...
Una
vez en aquel lugar, invocaron al demonio -a sus respectivos daimones familiares, querrá decir-, y al
que suplicaron les mostrase el verdadero lugar donde sus antepasados vivieron.
El demonio, forzado por aquellos conjuros, les transformó, a unos, en aves; a
otros, en bestias feroces, leones, tigres, adives y gatos espantosos, y los
llevó a ellos y a todo cuanto ellos conducían al lugar habitado por los
antepasados.
Llegados
así a una laguna grande, en medio de la cual estaba el cerro de Culhuacán, y
puestos ya en la orilla, volvieron a tomar la forma de hombres que antes
tenían, y cuenta la historia que viendo ellos a alguna gente que pescaba en la
otra orilla, los llamaron. La gente de tierra, llegóse con canoas,
preguntándoles de dónde eran y a qué venían. Ellos entonces respondieron:
-Nosotros,
señores, somos súbditos del gran emperador Moctezuma, de México, y venimos
mandados por éste para buscar el lugar donde habitaron nuestros antepasados.
Entonces
los de tierra preguntaron que a qué Dios adoraban, y los viajeros contestaron:
-Adoramos
al gran Huitzilipochtli, y, tanto Moctezuma como su consejero Tlacaelel, nos
ordenan buscar a la madre de Huitzilipochtli, llamada Coatlicué, habitante de
las cuevas de Chicomoztoc, pues para ella y para toda su familia traemos ricos
presentes.
Seguidamente
les mandaron aguardar y fueron a decir al ayo de la madre de Huitzilipochtli:
-Venerable
Señor: unas gentes extrañas han aportado a esta ribera y dicen que son
mexicanos y que aquí les envía un gran señor, por nombre Moctezuma, y otro que
llaman Tlacaelel, con ricos presentes.
El
anciano les dijo:
-Que
sean ellos bienvenidos, y traédnoslos acá.
Al punto volvieron
con sus canoas, y metiendo a los viajeros en ellas, los pasaron al cerro de
Culhuacán, el cual cerro dicen que es de una arena muy menuda, que los pies de
los viajeros se hundían en ella sin poder casi avanzar. Llegando así a duras
penas hasta la casita que el viejo tenía al pie del cerro, éstos saludaron al
anciano con grandísima reverencia, y le dijeron:
-Venerable maestro,
henos aquí a tus siervos en el lugar donde es obedecida tu palabra y
reverenciado tu hábito protector.
El viejo, con gran
amor, les replicó:
-Bienvenidos
seáis, hijos míos. ¿Quién es el que os envió acá? ¿Quién es Moctezuma y quién
Tlacaelel Cuauhcoatl? Nunca aquí fueron oídos tales nombres, pues los señores
de esta tierra se llaman Tezacatetl, Acactli, Ocelopán, Ahatl, Xochimitl,
Auxeotl, Tenoch y Victon, y éstos son siete varones, caudillos de gentes
innumerables. A más de ellos, hay cuatro maravillosos ayos, o tutores del gran
Huitzilipochtli, dos de ellos que se llaman Cuauhtloquetzqui y Axolona.
Los
viajeros asombrados, dijeron:
-Señor, todos esos nombres nos suenan a
nosotros como seres muy antiguos, de los que apenas si nos queda memoria en
nuestros ritos sagrados, porque hace ya luengos años que todos ellos han sido
olvidados o muertos.
El
viejo, espantado de cuanto oía, exclamó:
-¡Oh Señor de todo
lo criado!, pues, ¿quién los mató, si aquí están vivos?, porque en este lugar
no se muere nadie, sino que viven siempre. ¿Quiénes son, pues, los que viven
ahora?
Los
enviados respondieron, confusos:
-No viven, señor,
sino sus biznietos y tataranietos, muy ancianos ya todos ellos. Uno de éstos es
el gran sacerdote de Huitzilipochtli, llamado Cuauhcoatl.
El
viejo, no menos sorprendido que ellos, clamó con magna voz:
-¿Es posible que
aún no haya vuelto ya aquí ese hombre, cuando desde que de aquí salió para ir
entre vosotros le está esperando inconsolable, y día tras día, su santa madre?
Con esto el viejo dió la orden de
partida para el palacio real del cerro. Los emisarios, cargados con los
presentes que habían traído, trataron de seguirle, pero les era imposible casi
el dar un solo paso, antes bien, se hundían más y más en la arena, como si
pisasen en un cenagal. Como el buen anciano los viese en tal apuro y
pesadumbre, viendo que no podían caminar, mientras que él lo hacía con tal
presteza que casi parecía no tocar el suelo, les preguntó amoroso: -¿Qué tenéis, oh mexicanos, que tan
torpes y pesados os hace? para así estar, ¿qué coméis en vuestra tierra?
-Señor
-le respondieron los cuitados-, allí comemos cuantas viandas podemos de los
animales que allí se crían, y bebemos pulque-. A lo que el viejo, lleno de
compasión, replicó:
-Esas
comidas y bebidas, al par que vuestras ardientes pasiones, son las que así os
tienen, hijos, tan torpes y pesados. Ellas son las que no os permiten llegar a
ver el lugar donde viven vuestros antepasados, y os acarrean una prematura
muerte, en fin. Sabed además que todas esas riquezas que ahí traéis, para nada
nos sirven acá, donde sólo nos rodean la pobreza y la llaneza.
Y
diciendo esto, el anciano cogió con gran poder las cargas de todos y las subió
por la pendiente del cerro como si fuesen una pluma...
El
capítulo XXVII de la citada obra del P. Durán, aquí parafraseado, se extiende
luego en un relato acerca del encuentro de los embajadores con la madre de
Huitzilipochtli, del que entresacamos lo siguiente:
Una
vez arriba, les salió una mujer, ya de grande edad, tan sucia y negra, que
parecía como cosa del infierno[57], y llorando amargamente
les dijo a los mexicanos:
-Bienvenidos
seáis, hijos míos, porque habéis de saber que después que se fué vuestro dios y
mi hijo Huitzilipochtli deste lugar, estoy en llanto y tristeza esperando su
vuelta, y desde aquel día no me he lavado la cara, ni peinado, ni mudado de
ropa, y este luto y tristeza me durarán hasta que él vuelva.
Viendo
los mensajeros una mujer tan absolutamente descuidada, llenos de temor dijeron:
-El. que acá nos envía es tu siervo el
rey Moctezuma y su coadjutor Tlacaelel Sivacoatl, y sabed que él no es el
primer rey nuestro, sino el quinto. Dichos cuatro reyes, sus antecesores,
pasaron mucha hambre y pobreza y fueron tributarios de otras provincias, pero
ahora ya está la ciudad próspera y libre, y se han abierto caminos por tierra y
mar, y es cabeza de todas las demás, y se han descubierto minas de oro, plata y
piedras preciosas, de todo lo cual os traemos presentes.
Ella
les respondió, ya aplacado su llanto:
-Yo
os agradezco todas vuestras noticias, pero os pregunto si son vivos los viejos
ayos (sacerdotes) que llevó de aquí mi hijo.
-Muertos son,
señora, y nosotros no los conocimos ni queda de ellos otra cosa que su sombra y
casi borrada memoria.
Ella, entonces,
tornando a su llanto, preguntóles:
-¿Quién fué quien
los mató, puesto que acá todos sus compañeros son vivos? - Y luego añadió: ¿Qué
es eso que traéis de comer? Ello os tiene entorpecidos y apegados a la tierra,
y ello es la causa de que no hayáis podido subir hasta acá.
Y
dándoles embajada para su hijo, terminó diciéndoles a los visitantes:
-Noticiad
a mi hijo que ya es cumplido el tiempo de su peregrinación, puesto que ha
aposentado a su gente y sujetado todo a su servicio, y por el mismo orden
gentes extrañas os lo han de quitar todo[58], y él ha de volver a este
nuestro regazo una vez que ha cumplido allá abajo su misión.
Y'
dándoles una manta y un braguero -¿cíngulo de castidad?- para su hijo los
despidió.
Pero no bien
comenzaron los emisarios a descender por el cerro, volvió a llamados la
anciana, diciéndoles:
-Esperad,
que vais a ver cómo en esta tierra nunca envejecen los hombres. ¿Veis a este mi
viejo ayo? Pues en cuanto descienda adonde estáis, veréis qué mozo llega.
El
viejo, en efecto, comenzó a descender, y mientras más bajaba más mozo se iba
volviendo, y no bien volvió a subir tornó a ser tan viejo como antes,
diciéndoles:
-Habéis
de saber, hijos míos, que este cerro tiene la virtud de tornarnos de la edad
que queremos, según subamos por él o de él bajemos. Vosotros no podéis
comprender esto, porque estáis embrutecidos y estragados con las comidas y
bebidas, y con el lujo y riquezas.
Y
para que no se fuesen sin recompensa de lo que habían traído, les hizo traer
todo género de aves marinas que en aquella laguna se crían, todo género de
pescados, legumbres y rosas, mantas de nequen y bragueros, una para Moctezuma y
otra para Tlacaelel.
Los
emisarios, embijándose como a la ida, volviéronse los mismos fieros animales
que antes para poder atravesar el país intermedio, regresaron al cerro de
Catepec, y, tornando allí a su figura racional, caminaron hacia la corte, no
sin advertir que de entre ellos faltaban veinte por lo menos, porque el
demonio, sin duda, los diezmó en pago por su trabajo, por haber andado más de
trescientas leguas en ocho días, y aun más brevemente los hubiera podido
aportar como aquel otro a quien trajo en tres días desde Guatemala, por el
deseo que tenía cierta dama vieja de ver la hermosa cara del mismo, según se
relató en el primer auto de fe que en México celebró la Santa Inquisición...
Maravillado
quedóse Moctezuma de todo aquello, y llamando a Tlacaelel, entrambos ponderaron
la gran fertilidad de aquella santa tierra de sus mayores; la frescura de sus
arboledas, la abundancia sin igual de todo, pues que todas las sementeras se
daban a la vez, y mientras unas se sazonaban, otras estaban en leche, otras en
cierne y otras nacían, por lo que jamás podía conocerse allí la miseria. Al
recuerdo este de semejante tierra de felicidad, rey y ministro comenzaron a
llorar muy amargamente, sintiendo la nostalgia de ella y el ansia sin límites
de algún día volver a habitada, una vez cumplida aquí abajo su humana misión.
Hasta
aquí la deliciosa referencia del santo e ingenuo monje, quien, bajo sus
hábitos, siguió siendo el noble mexicano enamorado de sus tradiciones sagradas
aztecas, que no son sino tradiciones al pueblo jina relativas. Acaso precisamente por ello, nunca fué bien visto
de sus contemporáneos, ni de sus compañeros, escapándose a duras penas de ser
perseguido como relapso.
Pero
este debelador de los jinas de
México, ya que no se vió directamente perseguido, hubo de sufrir por su obra la
aún más temible "persecución del silencio", Por eso ha podido decir
de él un benemérito cronista mexicano, don José F. Ramírez, en la introducción
que pone a la dicha obra: "La Historia, que conserva recuerdos harto
triviales, suele dejar en el olvido hechos y nombres que la posteridad
inútilmente le demanda. Injusta con Fray Diego Durán, le deparó todas las
desventuras que pueden perseguir al que ha consumado una larga y laboriosa vida
en útiles trabajos. Apareciendo en sus obras como uno de los más ardientes
propagadores del Evangelio en el siglo XVI, ignoramos cuáles fueron el teatro y
fruto de sus tareas apostólicas, Diligente investigador y conservador de
antiguas tradiciones y monumentos históricos, trabajó para extraños o para la
polilla, no dejándonos recuerdo alguno, ni de su familia ni de su
persona." Sólo se sabe por el cronista mismo de su provincia, Dávila
Padilla, QUE ERA HIJO DE MÉXICO, que escribió dos libros, uno de historia y otro de
antiguallas de los indios, que vivió muy enfermo y murió en 1588. "Los
escritores posteriores no han hecho más que repetir lo que aquél dijo, y
algunos de ellos con variantes que despojan al desventurado escritor de lo
último que se le podía quitar: su nombre, su patria y la propiedad de sus
escritos"[59].
Y
que estos últimos fueron notabilísimos, lo prueba el aprecio en que ya se
tienen por todos los verdaderos amantes de las glorias mexicanas cuanto de la
imparcialidad que a la historia debe siempre presidir.
La
ciencia, en efecto, tendrá siempre que agradecer al gran dominico el habernos
dado el sencillo panorama de los tiempos de México que precedieron a la
conquista española, con todos los rasgos fidedignos relativos a sus ideas
religiosas, calcadas, como llevamos visto, en este prodigioso mundo jina que empezamos a estudiar, y que,
aun admitido simplemente como hipótesis, podría esclarecer muchas dudas de las
que han asaltado a varios juiciosos historiadores e investigadores de los
riquísimos códices del Anahuac, con
el mártir de Boturini a la cabeza[60].
Como
el espacio de que aquí disponemos no da lugar a más, consignaremos tan sólo los
siguientes puntos de estudio, todos con cargo a la obra de Durán:
a) El
pasaje del Libro IV, de los Reyes, capítulo
17, relativo a pueblos israelitas, trasladados a tierra remota, apartada e
inhabitada, en tiempos de Salmanasar.
b) El
relativo al éxodo mexicano, en perfecto paralelismo con los relatos del Pentateuco de Moisés.
e) Los
mitos mexicanos respecto de los gigantes y de la Torre de Babel, y que el buen
positivista Ramírez atribuye a "imperfectas nociones del cristianismo,
adquiridas acaso por los indios de los primeros tiempos".
d) Los
sacrificios religiosos en la cumbre de las montañas mexicanas, degradación de
la famosa "adoración en los montes de Samaria", tan execrada por la
Biblia.
e) Las
lluvias de celeste alimento, que recuerdan las del maná hebreo.
f) El
relato que le hace un viejo azteca "a la manera de los viejos de
España" (obra citada, pág. 6). Los del centenario de Cholula, y los
relativos a los seis géneros de gentes que hubieron de preceder en su éxodo a
los aztecas, entre los que figuran los calcas
o chalcas, pueblo iniciático o
calcídico que da nombre a infinitas ciudades en la Mongolia, Indo-China, India,
Siria, Asia-Menor, Grecia y aun Marruecos, Italia, España, etc., como hemos
expuesto en diversos lugares de nuestras obras.
Los
jinas en Irlanda y Escocia o Tuatha de Danand. - El pueblo siempre errante.
cantado por los bardos. - La batalla legendaria de Madura y los cuatro pueblos
de este nombre en el mundo. - Las cuatro cosas mágicas del Gaedhil.Los
prehistóricos Caballeros del Grial. - Las cumbres del Connaicue y los Fir-bolgs
perversos. - ¿Eran gentes humanas o sobrehumanas los Tuatha? - Sus glorias, sus
ejércitos, sus triunfos y su misteriosa desaparición. según los cantos ossiánicos.
– Brígida, la diosa de la sabiduría, y su caldera mágica. El enano Gwion y
"la Tierra jina del Descanso". - La catástrofe atlante. - Los Tuatha
y la Edad de Oro. - La inspiración y los jinas. - Detalles concordantes de
griegos y orientales. _ La raza desaparecida de los del color de la luna. -
Ellos nos ven a nosotros, pero nosotros no podemos verlos. - Un pasaje de las
Estancias de Dzyan. - Consideraciones filosóficas e históricas acerca de estos
extremos.
El
capítulo VII de nuestro libro De gentes
del otro mundo -libro que viene a ser el precedente del actual- se consagra
por entero a un pueblo verdaderamente jina,
es decir, a unas gentes mitad legendarias, mitad históricas, de la
primitiva Irlanda, gentes que bien pueden considerarse como el prototipo de la
extraña raza que nos ocupa.
Preferible
sería, pues, que el lector examinase al detalle el referido capítulo, que es,
por decirlo así, un capítulo de nuestra propia historia de España, por
referirse a los habitantes del Gaedhil, es decir, de la Galicia irlandesa
primitiva, formada por esa admirable raza gallega siempre emigradora; raza que
fué en época prehistórica a las Islas Británicas y aun a la Galitzia
centroeuropea; que en la Edad Media colonizó la Península a medida que la
abandonaban los árabes, y que en la edad moderna ha dado el principal núcleo
colonizador de América.
Baste
saber para nuestro objeto que las más antiguas tradiciones irlandesas,
consignadas en los cantos de los bardos o rapsodas nórdicos, hablan de un
pueblo maravilloso, cainita o inca, es decir, de
"sacerdotes-reyes", llamado de los Tuatha de Danand o Tau-hua-de-Diana,
habilísimo en toda clase de artes mágicas, aprendidas en Tebas cuando,
después de largos siglos de permanencia en las verdes colinas de Erinn (la Irlanda antecéltica), fueron
arrojados hacia Oriente por el pueblo de los fir-bolgs (rifeños o atlantes occidentales)[61].
Prototipo
del judío errante, los pueblos jinas de los Tuatha,
en eterno éxodo análogo al de judíos de un lado y mexicanos de otro,
recorrieron ellos todos los países mediterráneos, hasta llegar a la propia
Escandinavia, donde fundaron, además de una
ciudad lunar y otra solar, cuatro grandes ciudades mágicas con los nombres de las cuatro grandes razas
humanas: la aria, la semita, la atlante y la europea posatlántica. De la
Escandinavia, en fin, siguiendo esos sus tristes destinos errabundos que están
a guisa de extrañas reminiscencias gitanescas
en los pechos de todos los hombres como base del espíritu aventurero,
retornaron, primero a Escocia y luego a Irlanda. Al desembarcar en esta isla,
protegidos, como Eneas en Cartago, por una espesa niebla mágica (o Velo de Isis y de (a, cuarta dimensión que
los ocultara), se prepararon para dar a sus eternos enemigos, los Fir-bolgs, o gentes tenebrosas, la célebre
batalla de Madura, batalla cuyo elogio mítico está hecho con sólo apuntar que
hubo y hay una Madura en Irlanda; otra vasca
en nuestro territorio; una tercera junto a Cartago, y que fué patria de
Apuleyo el inmortal autor de la leyenda iniciática y jina de Psiquis y Reros, o
sea del Alma y el Espíritu. Una cuarta población Madura la vemos aún hoy en el
Indostán, y quizá no sea difícil encontrar otras semejantes registrando
historias antiguas.
Vencieron,
decimos, los Tuatha en semejante batalla, y tras mil peripecias, volvieron a
reinar en su amada Irlanda durante cerca de cuatro siglos, dando lugar su
ciencia mágica a leyendas inmortales, como las relativas a los dólmenes y
menhires prehistóricos de Stonehenge; a
las colinas sagradas de los druidas; al Cauldrón de Daagda o Caldera de Pedro
el botero; al "enanito Gwion", precursor de los héroes de Gulliver y
de Carlyle; a la Lanza y Espada sagradas;
al Caudillo de la Mano de Plata, y,
en suma, a todo el complejísimo mito caballeresco del Santo Grial, del Tesoro
nibelungo, de El Kalevala y los Eddas, con
sus Sagas, Veledas y Urvalas nórdicas, y, en fin, al de los Caballeros
andantes. Al cabo de dicho tiempo, los Tuathas, como los mexicanos
verdaderamente iniciados bajo los españoles, desaparecieron de aquellos lugares
al empuje de la invasión de un pueblo ya netamente histórico: el milesiano o
ciclópeo, que tantas huellas ha dejado en los países mediterráneos.
Veamos
ahora un ligero extracto de las hazañas de los Tuatha o jinas irlandeses y su triste desaparición a los ojos de
los mortales al tenor de los variadísimos cantos de los bardos, que cita
profusamente Rold Brash.
Llegados
de nuevo los Tuatha a la verde Erinn,
como va dicho, y saliendo de la niebla mágica que los hacía invisibles a los
ojos de los perversos fir-bolgs, cantan
los bardos que aquéllos presentaron a éstos la terrible batalla de Maythura o Madura, que duró tres días con sus noches -simbólica batalla que no
es sino la del candidato a la iniciación durante los tres días que yace inerte
su cuerpo en el sepulcro iniciático, como es sabido-. "Era, en efecto, tan
grande la excelencia de los Tuatha de
Danand, tan poderosas e innumerables sus huestes -dice el mutilado poema de
Eocaith O'Flinn (folio 18 del Book of
Ballymote) -, que las llanuras se vieron cuajadas de hordas de combatientes
que se extendían hasta las regiones por donde se oculta el Sol al declinar el
día. Sus héroes se inmortalizaron ante Tara
(la capital mágica de Irlanda, cuyas ruinas aún se ven junto a Dublín) ,
por actos de un valor sobrehumano e inaudito. Los tir-bolgs, los perversos de los dardos envenenados y de los
sacrificios humanos, temblaron viendo próxima la extinción de su poderío...
Desde las cumbres del Connai-cue, en
el territorio de Connaught, cayeron sobre éstos, sembrando el espanto por
doquiera[62],
porque conviene saber bien esto: "que
los Tuathas, que no llegaron a Erinn en barco alguno conocido, ni nadie alcanzó
a determinar claramente si eran gentes nacidas de la tierra o descendidas de
los cielos, ni si se trataba de entes diabólicos o de una nueva nación que no
podría en modo alguno ser humana si por sus venas no corría la regia sangre de
Berthach (¿el Adán gaedhélico?) , el
infatigable, el fundador de la Ceinne primitiva" [63].
A
nadie mendigaron paz los Tuatha, ni prestaron jamás el más mínimo vasallaje...
El valeroso ejército de ellos arrolló como un alud al de los Formo-orionzs, entre los gritos de dolor
y de rabia de estos últimos.
"He
aquí los más gloriosos caudillos Tuatha..."
(los describe uno por uno, como a verdaderas gentes cainitas de
irresistible y mágico poder). "He aquí también el desdichado fin de aquel
gran pueblo que desapareció para siempre de la tierra a los ojos de los
mortales cuando las aguas del diluvio lo invadieron todo..."
Llegado
a este punto, el poema de O'Flinn se enlaza fueron otros fragmentarios
publicados en las Transations of Ossianic
Society (volumen 1, pág. 49), donde se describe otra de las batallas, la de
Gabhra, con el terrible encuentro entre Oscar y Cairpre, los respectivos
caudillos, encuentro que parece uno de los pasajes más culminantes de la
Ilíada: el desafío entre Héctor y Aquiles. Cántanse también en estos poemas,
como otros tantos lugares sagrados, las tumbas en que reposan los caudillos
vencidos que cayeron bajo la Espada Mágica
de aquellos "Sigfredos-Tuathas" análogos al héroe humano
inmortalizado por Wágner, y, en fin, se nos habla simbólicamente en estos
términos de la gran catástrofe atlante que arrebató a los Tuatha de la vista de los hombres mortales (Book of Ballymote; fols. 279 y 280):
"...Dagda-Morias, el buen Dios
grande, el divino Fuego, hermano de Ogma (o Ma-go) , el
inventor de la escritura de los ogams-craobs, tuvo por hija a Brígida[64], diosa que fué de la
Poesía, la Elocuencia, la Medicina, la Música, la Astronomía y la Alquimia.
Para beneficiar Brígida a su desdichado hijo Avagg-dolly, enclenque y raquítico -"el hijo de Eva",
como si dijéramos; la pobre y desvalida humanidad física y mortal-, le quiso
enriquecer con dotes intelectuales y morales o mágicas que oscureciesen sus
defectos físicos, y al efecto le preparó una gran Caldera Mágica, donde
"el agua viva de la inspiración" hirvió durante un año y un día
ininterrumpidos, para poder obtener con ella tan sólo tres gotas del bendito
Elixir que da la inmortalidad. Gwion el
chico, hijo del poeta de la Tierra del
Descanso, y, por consiguiente, un
jina, probó de aquella agua con su dedo, adquiriendo el don de la
clarividencia y de la profecía, lo que le permitió huir de la gran catástrofe
que preparaba a los hombres la perversidad de Ceridwin, volando a su patria nativa; pero en el momento mismo de
la hazaña de Gwion el jina, el resto del líquido de la caldera se derramó por
toda la tierra, dando lugar al Diluvio... Desde entonces las gentes jinas de los Tuatha de Danand, dicen los textos citados, desaparecieron de la
Tierra de Erinn para vivir en el encantado Reino de las Hadas (reino de la
imaginación, o de faery), pero ellos
no murieron, porque no podían morir, sino que, por causa del veneno de la
caldera -el pecado de Adán o de los adantes-, siguen viviendo en los rath sepulcrales, en el tarn de la montaña, en los pagos o recintos benditos debajo de las
aguas de los lagos y en todo otro lugar aún no profanado por la planta o los
vicios de los hombres, quienes no les ven por causa del Velo que tienen ante
sus ojos, aunque ellos bien que nos ven a nosotros..."
Por
cierto, que semejante desaparición de los Tuatha cuenta con dos hermosos
precedentes concordantes, uno el de las leyendas iniciáticas de Oriente
contenidas en las Estancias de Dzyan o
.lían, que forman la base de La Doctrina Secreta, de H. P. B., Y otro
el de las leyendas análogas que sirvieron de base a Hesiodo para su Teogonía.
Estas
últimas dicen que "la raza de hombres de la Edad de Oro -la edad de Jano, jina o jaina- vivió como una tribu de dioses sobre la tierra".
Apartados ellos, al fin, de las miserias que sobrevinieron luego a la
humanidad, se durmieron para morir con la dulzura de la niñez tranquila,
convirtiéndolos Zeus en amables genios (o jinas),
quienes, invisibles desde entonces a los ojos humanos, recorren constantemente
la tierra, velando por sus hermanos menores los hombres... Son ellos, pues, los
resplandecientes númenes que en los inefables trigales de la luz recogen las
doradas gavillas con que sustentan e iluminan a los hombres en el Sendero. Sus
fúlgidos pensamientos pueblan la atmósfera mental de los hombres inspirados
(genios y poetas) , porque la inspiración no es sino el acto de sumergirse la
mente en semejantes esplendores inmortales para traducir el lenguaje humano su
excelsa belleza o su recóndita verdad, y su rasgo distintivo es el de dejar
sumergida en divina titilación nuestras almas cual banderas agitadas por el
viento en una marcha triunfal[65].
El
otro precedente, quizá, de la desaparición de la raza Tllatha está constituído por este pasaje del Libro de Dzyan (Estancias antropológicas, números 10, II Y 12), que
dice:
"Así,
de dos en dos, en las siete Zonas, la Tercera Raza dió nacimiento a la Cuarta;
los Suras (o Dioses) se convirtieron en Asuras (no Dioses); la Primera en cada
Zona, era del color de la Luna; la Segunda, amarilla como el oro, la Tercera,
roja, y la Cuarta, de color castaño, que se tornó negra por el pecado...
Crecieron en orgullo los de la Tercera y Cuarta diciendo: "Somos los
reyes; somos los dioses". Tomaron esposas de hermosa apariencia de la raza
de los aún sin mente, o "de cabeza estrecha", engendrando monstruos,
demonios maléficos, hombres machos y hembras y también khados con mentes pobres. Construyeron templos para el cuerpo
humano, rindiendo culto a varones y hembras. Entonces cesó de funcionar su
Tercer Ojo (el ojo de la intuición y de la doble vista). Construyeron enormes
ciudades... labrando sus propias imágenes según su tamaño y semejanza y las
adoraron... Fuegos internos habían ya destruído la tierra de sus padres (la
Lemuria) y el agua amenazaba a la Cuarta Raza (la Atlántida)... Las primeras
grandes aguas vinieron y sumergieron las siete grandes islas... Los buenos
todos fueron salvados, y los malos destruídos... Pocos hombres quedaron:
algunos amarillos, algunos de color castaño y negro, y algunos, rojos. Los del color de la luna -los Tuatha- habían desaparecido para siempre. La
Quinta Raza (el Asia actual), producida del tronco santo, quedó y fué gobernada
por los primeros Reyes Divinos... Las Serpientes (Dragones de la Sabiduría o
Rishis) volvieron a descender e hicieron las paces con los hombres de la Raza
Quinta, a quienes educaron e instruyeron"...
En
cuanto a las respectivas mágicas de Tuathas
y Fir-bolgs, los cantos de los bardos no nos dejan lugar a dudas, pues que
en los Topographial Poems irlandeses
de O'Dugan y de O'Heering se leen hermosas estrofas de los rapsodas o bardos
primitivos, tales como la que sigue:
"¿Quién
se atrevería, ¡oh viajero!, a pasar por estos sagrados sitios vecinos al mar
sin recordar emocionado que huellan nuestras plantas los viejos dominios de la
gloriosa raza de Lughaid?[66]. Este es el verdadero
país de Démond que nos hace olvidar
gustosos y para siempre al viejo país de Ith,
EL BOSQUE DE LOS AMARILLOS AVELLANOS MÁGICOS, este es el verdadero país del
ensueño; LA DULCE COMARCA DE LOS AVELLANOS ESCARLATA, el país de Logha, donde Allican, el hijo de Bice-alms,
el vate más gallardo, fué inmolado como un cordero por Atengus en el Ar-Midir... Yo vi, yo vi, todavía en su más lejana
pujanza el espeso bosque aquel de los rojos avellanos, yo le vi hasta el día en
que él fué talado completamente por el joven y fuerte Liath, el hijo de Laighne, como
vi también todas las glorias de los Fir-bolgs,
con sus amoríos, raptos, robos, destrucciones y estragos infinitos, y con
sus tabletas mágicas escritas con estiletes en el alfabeto de los ogamscraobs[67].
Por
supuesto, el país de los avellanos
amarillos o áureos, el país de Ith, It o Ti, no es sino la ciudad o
Logia de la Buena Ley, el pueblo de los Magos blancos orientales, u hombres solares, desterrados de su país
por los poderosos Magos negros occidentales o fir-bolgs, los de los avellanos escarlata, o sea de las
imitaciones y culto teñido en la inocente sangre de víctimas humanas tales como
Alli-can, Heli, Elias o Elías, es decir, El caballero del Cisne, con todo el alcance que a tan complicado y
universal mito hemos dado en el capítulo Lohengrin
en nuestro W ágner, mitólogo y
ocultista.
Porque,
efectivamente, hay todo un mundo de revelaciones a poco que se comparen las
historias del pueblo mexicano y el occidental europeo con la doctrina
tradicional en Oriente.
Esta
nos dice que la palabra It fué
primero un término mágico, término que Wilford no entendió y cuyo jeroglífico y
sublime significado puede verse en el capítulo X de De gentes del otro mundo. Después fué el nombre de un Rey Divino, a
la manera. del Hércules Tuatha u ógmico, que colmó de beneficios a los hombres.
Parece ser, en efecto, que fueron tales los horrores, angustias y devastaciones
continuadas durante largos años entre los dos pueblos rivales de la Buena y de
la Mala Ley (atlantes y arios) que los pueblos occidentales no pudiendo
resistir más alzaron los brazos al cielo y clamaron: ¡It!
Pero
como la palabra It era una clave
mágica de alcance incalculable[68], el Destino se rindió
ante ella y la lucha acabó, porque del seno del mar apareció un Gran Instructor
o Guía, que salvó a la desolada humanidad, colmándola de beneficios, al tenor
del unánime testimonio histórico de todas las religiones, quienes hablan de
este personaje, llamándole ora Dragón entre
los caldeos; ora el Pez de Liérganes y
el Conde Olinos de nuestras leyendas;
ora Quetzalcoatl entre los primitivos
mexicanos, y Huitzilopochtli y Muisca entre los últimos; ora Moisés entre los hebreos; ora Arjuna entre los arios; ora, en fin, Hércules, el hombre solar, en los países
europeos.
Después,
durante luengos siglos, toda dinastía que se estimase algo, para hacer gala del
divino origen mágico de sus redentores antepasados hubo de tomar este
simbolismo sacro del It como timbre el más preciado de inmarcesible gloria, y
de aquí dinastías tan antiguas como las de los Ti o It chinos, el tzin de los mexicanos, etc.
* * *
...De cuanto precede se derivan
consideraciones trascendentes que no pueden dejarse sin mención.
Es
la primera la de una muy chocante coincidencia entre el caso de los Tuatha "irlandeses, de un lado, y
el de los indiati o jainos parsis y el de "la Tierra de los Antepasados" mexicanos,
de otro.
En
los tres casos, efectivamente, aparecen jugando de un modo histórico pueblos
que no son históricos, puesto que no se hallan, por decirlo así, en nuestros
mapas ideográficos. Unos pueblos, valga la frase, "de cuarta
dimensión" y que como hiperfísicos o "hipervolumétricos" no
tienen más contacto con el mundo de la mísera y doliente humanidad que el de una mera proyectiva, a la manera del
circunstancial y limitado contacto que el hipervolumen tiene con el volumen, el
volumen con la superficie, la superficie con la línea y la línea con el punto.
Por
eso, por la tal consideración geométrica, proyectiva, si los indiati del caso primero tienen el
contacto ya dicho con el pueblo persa, bien pronto lo pierden al hacérseles
invisibles tan luego como aquéllos pretenden sojuzgarlos.
Por
eso también los mexicanos de Moctezuma el Viejo logran establecer un contacto
real con los padres o antecesores
felices de aquel pueblo, los jinas de las siete cuevas de Aztlán, puesto que
con más o menos esfuerzos mágicos los mexicanos llegan a llevarles allí
suntuosos presentes, de cuya miseria se ríen aquéllos. Bien pronto, sin
embargo, semejante contacto entre mexicanos y jinas o antecesores se pierde, o
sea tan luego como regresan los pocos y heroicos embajadores que a tamaño
esfuerzo han podido sobrevivir.
Por
eso, en fin, los Tuatha de Danand o
jinas irlandeses, después de ser arrojados de su país nativo a las comarcas más
remotas, vuelven al cabo de los años a ellas, con un éxodo penoso, y tras de
mil y mil detalles mágicos o hiperfísicos de su sobrehumana ciencia y su no
menos sobrehumano poder, retornan a su país aquel, y en él reinan históricamente casi cuatrocientos años.
Luego, no por ello se mueren, sino que, cediendo el puesto al pueblo histórico
de los milesios griegos, su contacto con este nuestro mundo histórico se pierde
para la ciencia, pero no para la poesía, cuyos vates o adivinos (poetas)
les siguen viendo como ellos nos siguen viendo a nosotros...
Por
muy positivista y estrecho que sea nuestro criterio en estas cosas, y al tenor
de lo que dejamos sentado en los primeros capítulos respecto a las
"posibilidades invisibles" de la Hipergeometría, no nos es lícito ya
cerrar los ojos a estos atisbos históricos, desvirtuados o no por la leyenda, ni
seguir riéndonos de ello con esa misma ignorante sonrisa despectiva con la que
Voltaire se burló, ora de los primeros fósiles descubiertos, creyéndolos
"meras conchas dejadas en las montañas por los peregrinos que. iban a
Santiago de Compostela", ora de los primeros atisbos del sánscrito en
Europa, calificando a esta lengua troncal y sabia de "pura superchería
brahmánica".
No.
El verdadero criterio científico desde hoy, en punto a estas cuestiones, debe
ser radicalmente opuesto al hasta aquí mantenido, pues que debemos decir en
pura ciencia analógica al par que analizadora: ¿Cabe que ese paralelismo entre
el número abstracto o A1gebra y la
forma concreta o Geometría, que constituye la entraña de la Geometría
Analítica, se dé en todo cuanto nos rodea, y que, al lado, por consiguiente, de
los seres de tres dimensiones, como
nosotros, haya seres de cuatro
dimensiones o más, como los
llamados jinas, quienes
alternativamente y a voluntad suya puedan sernos visibles o invisibles, pasando
desde su mundo del hipervolumen al
nuestro del volumen, que es sólo la proyectiva del suyo?
Admitiendo
posibilidad semejante, los casos anteriores tendrían ya explicación. Los jinas, al relacionarse o no, a voluntad
suya, con nosotros, se nos mostrarían amables y se ocultarían de nosotros como
el padre se muestra u oculta al tierno e incauto niño, o como la mosca,
posándose o volando, se muestra o desaparece en el plano de la hormiga. El problema, por tanto, así ya planteado,
revestiría esta otra forma, más noblemente científica: la de buscar por doquier
casos análogos que puedan robustecer por su número y demás circunstancias
históricas las posibilidades anteriormente deducidas de los tres ya expuestos.
Si tales casos no pudieran hallarse, la probabilidad de los ya dichos acaso se
debilitaría; pero si, en cambio, logramos presentar más y más casos análogos,
la tal probabilidad, con arreglo a las leyes de la más elemental lógica,
alcanzaría ya todos los caracteres de la certidumbre[69].
y
esto último es precisamente lo que sucede, dado que los tales casos pueden
multiplicarse hasta lo infinito, como se verá por los siguientes capítulos,
capítulos en los que el testimonio objetivo de la historia se auna
deliciosamente al subjetivo y admirable de las religiones, tan ricas todas
ellas en leyendas con uno u otro nombre acerca de los jinas.
La
segunda consideración trascendente que surge del raro nombre de los Tuathas de Danand es no menos notable.
Si Tua-tha es Tahua o Tauhua, es decir,
"gentes divinas de la Tau, de la
Justicia o de la Crucifixión en la materia", al tenor de la disciplina
interpretativa ocultista que se llama Ternura
o Coordinatoria de los elementos
fonéticos, "Danand" o "Dan-Dan" es todo un hilo de
oro para adivinar la verdadera procedencia oriental de gentes tan prodigiosas,
como igualmente el alcance de sus perdidas doctrinas jinas o jainas.
En
efecto: recurriendo como siempre a las luces de la Maestra H. P. B., tropezamos
con estas revelaciones en los comienzos precisamente de la introducción a La Doctrina Secreta.
"Dan o
Chhan, en la moderna fonética china o
tibetana[70],
es el nombre general que abarca a todas las escuelas esotéricas -o Sociedades
secretas iniciáticas- y a su maravillosa literatura ocultista. Por eso, en los más antiguos libros de esta
clase, la palabra Jana está definida
como "la reforma de uno mismo por medio de la meditación y el
conocimiento"; es decir, "un segundo y efectivo nacimiento interno"[71]. De aquí también, Como
puede verse en la nota de la página 129 de la obra de Edkins titulada Chinese Buddhisme, la palabra Dzan, Djan o Dzyan, que a su vez ha dado nombre al Libro de las Estancias de Dzyan, a cuya comentario se consagra la
presente obra.
Sin
embargo -continúa la Maestra-, las porciones secretas del Dan, Dana o Janna contenidas
en la metafísica del propio Gautama el
Buddha, por inmensas y grandiosas que aparezcan a los que no están
informados respecto a la Religión-Sabiduría
de la Antigüedad, o sea Teosofía, no
constituyen sino una pequeña parte de este gigantesco conjunto. El gran
reformador hindú Gautama[72] limitó, en efecto, sus
enseñanzas públicas -lo mismo que Jesús dice en la parábola del sembrador y
Pablo en sus epístolas, respecta a los misterios del Reino de los Cielos o
mundo jina- al aspecto puramente
moral y fisiológico de la Religión de la Sabiduría; es decir, a la ética y al
hombre únicamente. En cambio, las cosas "invisibles e incorpóreas",
el misterio del Ser fuera de nuestra esfera terrestre, no fueron tratadas en
manera alguna por el gran Maestro en sus enseñanzas públicas, sino que reservó
las verdades ocultas para un círculo selecto de sus discípulos a Arhats, quienes recibían tamaña
iniciación en la famosa Cueva Saptaparma, la Sattapanni de Mahivansa, cerca del
Monte Baibhir, el Webhâra de las manuscritos palíes. Dicha cueva estaba junto a
Rijigriha, la antigua capital de Magadha, y era también la Cueva Cheta de Fa-hian, como justamente, siguiendo. al ingeniero
Beglor, sospechan algunos arqueólogos[73]... Sin embargo, es tan
grandiosa en sí la literatura buddhista, que sólo el Kanjur y el Tanjur de los
buddhistas del Norte constan de 325 o, más bien, 333 volúmenes (108 el primero
y 225 el segundo) , cada uno de los cuales pesa de cuatro a cinco libras, y que
en su canon sagrado o Saddharmâlankâra[74], prescindiendo de sus
comentarios, contiene, dice Spence Hardy (The
Legends and Theories of the Buddhistes, pág. 66), cinco o seis veces él
volumen de la Biblia, la cual, según Max Müller, cuenta sólo tres millones y
pico de letras, contra los 29 millones y pico de ellas que contiene aquél.
Además, "según una tradición conservada por las escuelas buddhistas, tanto
del Norte como del Sur, el canon sagrado buddhista comprendía en su origen de
80 a 84.000 tratados, pero la mayor parte de ellos se perdieron, y sólo han
quedado seis mil", como este último sabio ha dicho en su cátedra.
Perdidos, por supuesto, para los
europeos; pero, ¿quién puede tener seguridad completa de que se hallan
igualmente perdidos para los buddhistas o brahmanes? Teniendo en cuenta la
reverencia de los buddhistas por toda línea escrita sobre Buddha y la Buena
Ley, la pérdida, de 76.000 tratados resulta poco menos que imposible. Estando
bien comprobado que los arhats buddhistas comenzaron su éxodo religioso con el
propósito de propagar la buena fe más allá de Cachemira y de los Himalayas (año
300 antes de nuestra Era...), parece extraño el oír hablar a los orientalistas
de semejante pérdida, como si hubiese sido realmente posible.
Ahora
se comprenderá, pues, perfectamente, que semejante éxodo buddhista hacia estos
remotos países del Pacífico, es hermano gemelo del otro éxodo de los Dana gaedhélicos o Tuatha hacia las
regiones de Occidente, dejando, sobre todo, en el norte y noroeste de España,
Francia, Inglaterra e Irlanda, esos extraños pueblos que aún hoy día no se han
fundido completamente con los demás, guardando unos secretos e inexplicables
pujos de superioridad que no han sabido, sin embargo, identificar con su
excelso origen ario-hindú, que les evitase el caer cuando la catástrofe
atlante.
Fabulosos
o no, en efecto, los éxodos o periplos de los Tuatha de Danand, parece que
ellos fueron cuatro: el primero, de Este a Oeste, o sea de Egipto y Grecia a
Irlanda, según Brash; el segundo, a la inversa, o de Oeste a Este, de Irlanda
al Asia menor, que acaso es al que alude frecuentemente la Eneida de Virgilio, en los relatos de Eneas, que no son sino
leyendas de la época; el tercero, de Asia menor y Grecia, hasta la
Escandinavia, y el cuarto, desde esta gran península a las Islas Británicas y a
algún otro país de Occidente.
El
primer éxodo, desde el Mediterráneo oriental a las costas occidentales de
Europa, o, mejor dicho, a las tierras orientales del Imperio tolteca-atlante,
pues que aún no había sobrevenido la gran catástrofe, supone previamente la
existencia, en lo que hoy son costas orientales del Mediterráneo, de un gran
emporio de civilización, al que aluden los conocidos Diálogos platónicos, diálogos en los que se habla de la resistencia
que el gran pueblo pelasgo-heleno hizo a los pueblos occidentales, fir-bolgs o atlantes. Pero, ¿existió
realmente tal emporio de cultura?
Las recientes excavaciones practicadas
en la isla de Creta (hoy Candia) preparan una revisión total de la historia
mediterránea antes del período clásico. Aunque muchos problemas de ella
permanezcan poco definidos todavía, otros, en cambio, se aclaran hasta la
saciedad, tales como la existencia de un gran Imperio cuyo centro era Creta, y
cuyo comercio e influencia política se extendía desde el Norte del Adriático
hasta Tell-el-Aimara, y Sicilia hasta Siria, en la época del esplendor de
Tebas, o sea hacia la 8ª. dinastía egipcia. Como todo el comercio marítimo
entre Europa, Asia y Africa estaba, además, en manos de los cretenses, se puede
inferir de la leyenda de Theseo, que los minoarios dominaban en todas las islas
griegas y en las costas de Atica.
Alargaríamos,
sin embargo, excesivamente este capítulo si insistiéramos en más citas
referentes a la existencia, frente a las postrimerías del poderío atlante, de
aquel grupo de naciones ya de sangre verdaderamente aria, que se sucedieron
durante muchos siglos por todo el contorno del Mediterráneo de entonces,
naciones protocaldeas, acadias y semitas, porque equivaldría a dar en estos
renglones un difícil y largo curso de prehistoria aria. Los arios, en efecto,
no son de ayer, sino de hace un millón de años, y los primitivos indos,
caldeos, parsis y celtas, ya habían creado, engrandecido y perdido más de un
imperio en Asia y en Eurana, antes del último hundimiento atlante de la isla de
Poseidón, 9.000 años a. de J. C., Y al que se refiere el diálogo de Solón con
los sacerdotes de Sais, que llevamos transcrito.
Las
crecientes y continuas oleadas de ellos de Oriente a Occidente, en flujo y
reflujo con la de los atlantes, operadas en sentido contrario, fueron el
argumento histórico de dilatados siglos; y a una de ellas en concreto, o mejor
dicho, al conjunto de todas ellas en abstracto o simbólicamente, es al que se
refiere la tradición del primer éxodo de los Tuathas, desde Grecia hasta
Irlanda, con tanta ligereza rechazado como histórico por Rold Brash; estos Tuathas, de los que, aun en pleno
desierto sahariano, han dejado también su nombre legendario en el Oasis del Tuath, no lejos de la
misteriosa Sekelmesa marroquí,
emporio que ya era un montón de ruinas informes en los días de Cartago y de
Roma.
La
misma meseta tripolitana de Yebel-Gurán ofrece alguna analogía en su segundo
nombre con algunos nombres de irlandeses.
Este
primer éxodo, en suma, no fué exclusivo de Irlanda, sino totalmente nórdico y
atlántico, y está compendiado en una leyenda universal: la de Hércules. Cedamos
nuevamente la palabra sobre ella al propio Rold Brash, en la parte que se
refiere a las regiones boreales y occidentales, ya que harto conocida es esta
leyenda entre los pueblos mediterráneos, desde el Asia menor hasta la Península
Ibérica.
Los
bardos de Irlanda atribuyen la invención de los Ogams (escritura ógmica) a
Ogma, cuya genealogía se halla consignada en el Códice de Lecain (fol. 280, p.
b. c. 3), con estas frases: "Dagda el Grande, Dealbaoth, Breas, Dana y
Ogma", el Adorador del Sol, era
el quinto hijo de Ealadan, hijo de Dealbaoth, hijo de Neid, hijo de Judai, hijo
de Allai, hijo de Thait, hijo de Tabairn". He aquí a Breas, el poderoso;
Dan, el poeta; Dagda, el del fuego del Gran Dios; Ogma, el de las letras y la
elocuencia; Ogma es también apellidado Ogma Grianeus y Ogma Grian-Aineach, al
cual el doctor O'Curry considera como of
the sun like face (M. S. Mat., Iriser
History, página 243) . Esta deidad ocupa en la mitología de Gaedhil un
lugar parecido al de Apolo en el Panteón griego. El último fué el dios de la
poesía, la elocuencia y la música, todas las cuales se atribuyen a Ogma, pues
que Apolo ha sido identificado con el Sol asimismo. Vossius diserta acerca de
la personalidad de Apolo, y encuentra que es la personificación del Gran
Luminar. Los epítetos aplicados a Ogma de "el amado del Sol",
"el adorador del Sol", etc., se derivan de Crian [75],
que en lengua gaedhélica se suele aplicar al Sol, a la luz y a aquellas raíces
que entran en la composición de multitud de palabras, tales como griannar, sunny, warm, grianan, griandoc,
sun dial, etc., todas referentes al solo con él relacionadas, como el
monumento de Inveresk en la Escocia del Sur, y tantísimos otros monumentos solares como hay esparcidos por todo el
ámbito del mundo.
Los
misteriosos "todas" en las Montañas Azules. - Unos émulos del Zeus
griego. - La triste ignorancia en que se halla el Occidente respecto de ellos.
- Un pueblo que ni se casa, ni se reproduce, ni envejece. - Sus periódicas
asambleas secretas y sus inaccesibles templos. - El relato de un brahmán
iniciado. Bebedores de leche pura como "Gautama, el conductor de la
Vaca". - Swamis, Lohengrines, Gymnósofos y demás Maestros en la Historia.
- Una digresión sobre "El conde de Montecristo", de Dumas, y el
misterioso conde de Saint-Germain. - Los dikshatas. - El primitivo jainismo. -
Los Tirtankaras jaínos. - El país de Kalkas y el alfabeto calcídico, zenzárico,
matemático o jaíno. - Una exploración acerca de estos temas por el campo de la
Historia y de la Filología.
Los
tres misteriosos pueblos jinas de
Irlanda, Persia y México, indicados en los capítulos anteriores y emplazados en
los dudosos confines de la Historia con la leyenda, tienen su concordante en
otros mil no menos notables, especialmente en la India y en el Thibet. Como
seres realmente superiores al hombre ordinario, gozan ellos, al parecer, de
tales facultades hiperfísicas y tan asombroso dominio de las leyes naturales aún
desconocidas, o "poderes", que les es factible realizar cuantos
fenómenos mágicos o hiperdimensionales se cuentan como "milagros" en
las creencias y tradiciones de todos los países.
Pero
como nuestro testimonio en este punto pudiera ser discutible, pasemos a
transcribir algo de lo mucho que sobre ello nos enseña la siempre admirable H.
P. B., despreciando de paso las calumnias que precisamente por tales cosas han
lanzado contra ella hombres seudodoctos y con frecuencia de mala fe[76].
“Hace
apenas cincuenta años -dice la Maestra en Isis
sin Velo que, al penetrar dos denodados oficiales ingleses que estaban
cazando tigres, en los Montes Azules (Nilghiri), del Indostán meridional,
descubrieron una extraña raza perfectamente distinta en sus formas y lenguaje
de todos los demás pueblos hindúes. Acerca de semejante hecho se hicieron
conjeturas más o menos absurdas, y los misioneros, siempre al acecho para
relacionar todas las cosas humanas con la Biblia,
fueron tan lejos, que hasta llegaron a sugerir la idea de que este pueblo
era una de las perdidas tribus de Israel, apoyando su ridícula hipótesis en que
tenían blanca la tez y fuertemente pronunciadas sus facciones hebreas, cosa
esta última perfectamente errónea. Los todas,
que así se denomina a esta raza, son en efecto los más hermosos de los
hombres, con la majestad y típica belleza del Zeus griego.
Aunque
durante el tiempo transcurrido desde entonces se han construido diversas
ciudades en aquellas montañas, y la civilización europea ha invadido por
completo el país, se sabe hoy, respecto de los todas, lo mismo que se sabía al principio. Entre los estúpidos
temores que en efecto circulan acerca de dicho pueblo, los más absurdos son los
que se refieren al número de sus individuos y a que practican la poliandria. La
opinión general es la de que, debido a esta última costumbre, su número ha
quedado reducido a muy pocos centenares de familias y que la raza se extingue
con rapidez; pero nosotros, que hemos tenido las mejores oportunidades para
adquirir amplios conocimientos acerca de ellos, podemos negar rotundamente
ambos asertos, y estamos dispuestos a demostrar que jamás ha visto nadie a
niños suyos, sino a hijos de los badagas,
una tribu de la comarca completamente distinta de los todas en raza, color, lenguaje, etc. Estos mismos badagas son los más fieles
"adoradores" de aquel extraordinario pueblo, y decimos adoradores, porque los badagas visten, alimentan, sirven y
positivamente consideran a cada toda como
a una divinidad. De estatura gigantesca; blancos como los europeos, con cabello
y barba largos y rizados, oscuros de ordinario, a los que, desde su nacimiento,
no ha tocado navaja alguna[77], y hermosos, en fin, como
una estatua de Fidias o de Praxíteles, los todas
al decir de muchos viajeros que han logrado tener de ellos alguna
vislumbre, "yacen sumidos todo el día en la indolencia...; jamás hacen uso
del agua; son extremadamente ascéticos, pero sucios; desprecian las joyas;
nunca llevan más que una gran túnica negra tejida de lana y con una franja de
color en su borde inferior; no beben sino leche pura; poseen rebaños, pero ni
comen su carne ni hacen trabajar a sus animales; no venden ni compran nada; no
usan armas de clase alguna, ni siquiera un mal bastón, y los badagas proveen a su alimento y vestido.
Desesperación de los propios misioneros, ni quieren aprender a leer ni profesan
ninguna clase de religión, fuera del culto de sí mismos como Señores de la
Creación", al decir de trabajos publicados, tales como los Esbozos hindúes, la Enciclopedia Nueva de Appleton, etc.
Nosotros,
por nuestra parte, procuraremos corregir o rectificar algunas de estas
opiniones, en cuanto nos lo permita lo que hemos aprendido sobre el particular
de labios de un muy santo y respetado personaje, un venerable Gurú-brahmán a
quien hemos tenido la dicha de tratar.
-Jamás
nadie ha visto reunidos a la vez a más de cinco o seis todas -nos dijo-, pues que ellos rehuyeron el comunicarse con los
extranjeros; ni viajero alguno ha sido introducido nunca en el seno de sus
largas, aplastadas y peculiares chozas, desprovistas, al parecer, de toda
ventana ni chimenea. Nadie, por otra parte, ha presenciado en ocasión ninguna
el entierro de ningún toda, ni visto
ancianos entre ellos. El cólera y demás epidemias nunca les atacan, cuando en
torno de ellos hacen estragos sus contagios. Finalmente, aunque el país está
infestado de tigres y serpientes venenosas, jamás les han atacado a ellos; no
obstante que no llevan, bajo ningún pretexto, la menor arma defensiva.
Los
todas no se casan, y parecen cortos
en número porque a nadie se les ha presentado la menor posibilidad para
contarlos. Desde el momento en que su soledad fué profanada por la avalancha de
la civilización -lo cual fué debido quizá a su propia indiferencia-, empezaron
los todas a marcharse a otros puntos
tan desconocidos y más inaccesibles que lo que los Montes Nilghiri lo habían
sido anteriormente. En realidad, ellos no constituyen una raza, es decir, no
son nacidos de madres todas, sino
gentes elegidas desde su infancia para ser dedicados a ciertos fines religiosos
especiales. Se les reconoce desde su nacimiento por poseer una complexión
particular, amén de ciertos otros signos, y a semejantes niños excepcionales se
les asigna el nombre de todas. Los todas, cada tres años, deben dirigirse a
cierto sitio secreto, por un determinado período de tiempo, en donde tienen una
especie de asamblea. Su "suciedad" no es más que una máscara, tal
como la que el sanyan emplea para
presentarse en público en obediencia a sus votos. La mayor parte de sus rebaños
la destinan a usos sagrados, y aunque el suelo de los templos en donde
verifican sus ceremonias no ha sido nunca hollado por un pie profano, se sabe
que dichos templos rivalizan con las más espléndidas pagodas conocidas de los
europeos. La tribu de los badagas constituye
el núcleo de sus servidores, quienes los adoran como a semidioses, pues que a
ello le dan derecho su nacimiento y sus misteriosos poderes.
El
lector puede tener seguridad, además, de que lo que esté en pugna con lo poco
que llevamos dicho acerca de los todas es
completamente falso. Ningún misionero, por astuto que sea, los cogerá en sus
redes, ni tampoco les hará traición ningún badaga
aunque le despedacen, porque los todas
constituyen, en efecto, un pueblo que lleva a cabo en la Tierra un
elevadísimo designio, cuyo secreto es inviolable. Además, no son ellos la única
tribu misteriosa que existe en la India. Algunas de ellas han sido por nosotros
citadas en anteriores capítulos; -pero, ¡cuántas otras, además, hay en aquel
país que no han sido nunca mencionadas porque se desconocen, y, sin embargo,
existen!".
En
efecto, la Maestra nos ha hablado también de otras tribus hindúes, análogamente
misteriosas, en su preciosa obra Por las
grutas y selvas del Indostán, que hemos tenido el atrevimiento de comentar.
Los
individuos de dichas prodigiosas tribus que habitan en las grutas de las
célebres montañas de Bhadrinath, son los llamados también swamis -de swan, cisne o
ave sagrada, tan frecuente en todas las leyendas iniciáticas, tales como la del
Caballero del Cisne, Helias o Lohengrin, de la que sacara gran partido
Wágner para uno de sus dramas musicales-. Dichos extraños seres son monjes
ascetas que jamás se casan, renunciando no pocos de ellos a las ventajas de la
asociación monástica, y viviendo terriblemente solitarios, con un grado tal de
pureza que resulta casi increíble respecto al resto de la humanidad. Estos
últimos son los célebres jinas, gymnósofw
o gimnosofistas, de la Tartaria,
mencionados con honores casi divinos por los escritores clásicos de Grecia y
Roma, en especial Pitágoras, Empédocles y Demócrito, apareciendo, muy de tarde
en tarde, en el drama de la Historia, en los momentos supremos en los que es
necesaria su intervención, al modo de los Caballeros
del Grial del Monsalvat mítico, que nos muestra el Parsifal wagneriano como herederos directos de todas las glorias
caballerescas de Tristanes, Lanzarotes, Arthus, Lohengrines y demás héroes de
la Tabla Redonda primitiva,
reprodu<;ida luego en el medioevo.
Es
más: no hay un hecho culminante en la historia del mundo que no esté presidido,
impulsado y guiado, entre cortinas, por decirlo así, por uno o varios de estos
seres, que una vez se llaman Melchisedec,
para constituir la base religiosa entera del pueblo hebreo con su acción
protectora augusta sobre los patriarcas Abraham e Isaac, como puede verse
sabiendo leer entre líneas el Génesis; otra
vez, llamándose Oanes, Dagón o Proteo, inician en los más altos
conocimientos redentores a parsis y caldeos, recién salvados de la catástrofe
atlante; otra vez, "viniendo de remotos países de Oriente" con el
nombre de Quetzal-coatl ("el
Dragón luminoso"), se constituyen en efectivos salvadores de los pueblos
mexicanos, y bajo el de Manco Capac o Manú
Capac, alzan sobre las doctrinas del Popul-Vuh
la prodigiosa civilización inca, y varias, en fin, traen, bajo los
múltiples nombres de Harí.-culas o Hércules, Ogam o "Mago", lana o Saturno, Hermes, Orfeo, Cadmo, Hermanos Arbales, Odin, Hermann, Conde
Olinos, Veleda, Aurinia,Wotan, Loge, Teut, Arminio, etc., etc., la ola
fecunda de Oriente a las yertas playas religiosas y morales de los más
apartados países europeos.
Y
una vez es Apolonio de Tyana, el hombre adorado como un dios por Caracalla y
Alejandro Severo, apareciendo en las más extrañas circunstancias al emperador
Aurelio, persuadiéndole a levantar el -cerco de su ciudad natal (Dion Casio, XXVII y XXVIII, 2;
Lampridio, Adriano, XXIX, 2; Flavio
Vopisco, Aurelio, y otros libros de
la Biblioteca Ulpiana); y otra vez es
el sublime Maestro de Saulo, apareciéndosele a éste en el camino de Damasco (Actos de los Apóstoles, IX, 1-9) ; Y
otra es Simeón Ben-Iochai, dando al mundo el verdadero Zohar, o "Libro del esplendor"; y otra vez es el
desconocido Maestro de Mahoma, ora fuese el griego Djebr-er-Rumi, ora el
misterioso árabe Jesar, el hombre-solar, ora
el persa Salmán o Solimán (Joaquín García Bravo, El Corán, sura XVI, versículo 105, nota) ; y otras muchas, en fin,
son "los grandes hombres de los grandes y -críticos momentos", los
hombres inexplicables, misteriosos, taumatúrgicos, al modo del conde de
Saint-Germain, apareciéndose múltiples veces, en los pródromos de la revolución
francesa, a su bondadosísima admiradora la condesa de Adhemar (Bibliot. de las Marav., tomo V,
comentario al cap. II), Y dando lugar con ello a tres de las -obras maestras de
la moderna literatura: las novelas celebérrimas de Alejandro Dumas, padre, El Conde de Montecristo y Memorias de un médico, y Zanoni, la obra del gran cabalista
Bulwer Lytton.
A
guisa de nota, que resultaría excesivamente larga, séanos permitida. pues, una
digresión relativa a este último particular, que, como más próximo a nosotros,
puede ser mejor abarcado por los lectores. He aquí, en sumario, los
"hechos de autos".
Si
abrís la escéptica y positivista Enciclopedia
de Pierre Larousse por la palabra Saint-Germain
(conde de), os encontraréis definido el célebre personaje, poco más o
menos, en estos términos: Fué un célebre aventurero,
muerto en Eckernfoerde (Suecia) en 1784; su nombre y patria son
desconocidos; quizá era de origen judío-portugués,según su delator el duque de
Choiseul, quien pretendió hacerle hijo natural de María Ana de Neubourg, la
viuda de Carlos II el Hechizado, tomada
por Víctor Hugo para heroína de su Gil
BIas de Santillana. El conde fué presentado en 1750 o 60 por el mariscal de
Belle-Isle a la célebre favorita del rey, madame de Pompadour... En los
círculos aristocráticos de París, y aun fuera, corrieron bien pronto acerca de
él las más peregrinas leyendas. Se
creía que tenía el don de rejuvenecerse, que había nacido en Jerusalén, y que
contaba de edad unos dos o tres mil años, hablando con el más puro acento
nacional todos los idiomas, representando una fortuna prodigiosa que le
permitía vivir con el fausto de un nabab de la India, y regalar como simples
bagatelas las más preciadas joyas a sus amigos, dado que conocía a fondo el
arte de hacer el oro alquímico, como todas las demás artes y ciencias...
Mezclado en todos los asuntos diplomáticos de la época, paseó, extraña e
inopinadamente, por Inglaterra, Rusia, Italia, Alemania, etc. En Prusia y demás
países germanos fué uno de los familiares más misteriosos de los príncipes
Orlov, del margrave Carlos Alejandro de Anspach, del langrave Carlos de Hesse.
excepcional ocultista. Jugó el más importante papel en la gran revolución rusa
de 1762... Sus relaciones con la Francmasonería fueron ciertas y notables. .. A
la desaparición del conde, su protector, más bien discípulo, Carlos de Hesse,
quemó todos sus papeles v se negó a dar de él indicación ninguna... Cagliostro
tenía a gran honor llamarse también su discípulo[78]. Las hazañas, finalmente,
están relatadas con canon histórico por aquella condesa, y exomada_ con las
galas de la imaginación creadora, aunque "rebajadas de talla", en las
dos novelas dichas y en algunas otras, aparte de los minuciosos trabajos de la Biblioteca Thilorier, de Trary, de la
baronesa de Oberkirch, de Beugnot, de La Borde, etc., para Cagliostro, y los de
Oettingel' Bulau y muchos otros, para Saint-Germain.
Saint-Germain,
según las Memorias de aquella dama
contemporánea de Luis XV, y que vivió hasta 1823, se aparece después de muchos
años en que se le tenía por muerto, completamente joven, como antaño, a su
amiga la condesa, que ya había envejecido; le predice todo cuanto amenaza al
desgraciado Luis XVI, si no se adelanta con reformas a la próxima catástrofe
revolucionaria, en la que hubo éste de perder hasta la vida; le señala con el
dedo a los más estúpidos ministros, cuyas iras desafía haciéndose invisible e imprendible, y cuando, desoídos sus
consejos-profecías, ya nada puede hacerse contra los Hados desencadenados sobre
Francia, todavía se le muestra a la ilustre dama, según su promesa, otras cinco
veces, en los momentos de mayor angustia para ella y para el país, o sea horas
antes de morir el rey, la reina, el duque de Enghien y el de Berry, y a la
caída de Napoleón, y la hace presentir para el día de su muerte su sexta y
última visita, esa visita de la Intrusa, que en el mito asturiano se conoce por
la Huestia o Santa Compaña... ¡La Compañía exaltadora y gloriosa de cuantos
maestros y amigos nuestros nos han precedido en el mundo de los jinas, o mundo de la "cuarta
dimensión", en que el Maestro Saint-Germain vivía como tal, y siempre
joven, hacía luengos siglos, como "siempre jóvenes" hemos visto y
veremos a los demás personajes jinas del
histórico al par que legendario cinematógrafo de este libro!...
En
efecto, la reina María Antonieta escribía a la condesa, a la vista ya de la
temible revolución: "¿Quién es ese personaje tan por encima de lo
conocido, que viene interesándose por mí desde hace tantos años, sin darse a
conocer, sin recibir una recompensa, y diciéndome la verdad siempre? Desde mi
llegada a Francia, y en todos los acontecimientos importantes de mi vida, un
protector misterioso me ha prevenido fielmente de cuanto tenía que
temer..." y la propia condesa, hablando de aquellas apariciones anunciadas
y regulares del Maestro, ponía en labios de éste la frase típica de amargura
con que el mundo de los felices jinas, la
"Iglesia triunfante", que diría el Derecho canónico, se lamenta de la
loca ceguera de los hombres: "A los Hijos
de la Verdad se les combate doquiera como a seres peligrosísimos. ¡La
Humanidad sólo recibe bien a quien la engaña, pierde y sacrifica!"; y ésta
es la ceguera real y efectiva, la ceguera de la falta de
intuición, del don de ver la Verdad, Velo
de Isis, que nos hace no ver a tamaño mundo, que se halla a nuestro lado
protegiéndonos todo lo que merecemos por nuestro karma y un poco más sin
duda..."
Más
que un "Hijo de la Verdad", Saint Germain era uno de los mayores
Maestros de ella que han conocido los tiempos: un toda efectivo. El músico, rival de Paganini en el violín; el
filólogo y poliglota, dotado del don de lenguas de la Pentecostés; el
prodigioso alquimista, para quien todas las mayores riquezas no eran sino
bagatelas despreciables; el consejero de sabios y de reyes; el ente sobrehumano
que en sus trances de hasta dos y
tres días parecía verlo todo en el pasado como en el porvenir; el que leía
pliegos cerrados sin tocarlos, y podía escribir dos documentos a la vez, uno
con cada mano; el ser poderoso, en fin, que aparecía como el rayo y desaparecía
con el rayo mismo, sería un jina, un
personaje perfecto y rigurosamente histórico, si nosotros, los hombres perversos
de esta triste edad, en lugar de calculadas mentiras explotadoras, tuviésemos
alguna cosa digna de ser llamada "Historia". A pesar de ello, el
Maestro en cuestión no puede ser arrancado del marco histórico, pese al interés
del siglo XIX en borrarle de la memoria de su época, porque sobre las citadas Memorias históricas de m.adame Adhemar,
hoy aparentemente perdidas, cayó luego, del modo más extraño, la conocida obra
del fundador de la novela moderna, Alejandro Dumas.
¿Qué
agregar ya, pues, a esto último, cuando todos, en nuestras mocedades, nos hemos
embobado y absorbido hasta perder la noción de nosotros mismos en las aventuras
pasmosas del infeliz marinero Edmundo Dantés, protagonista de la obra de Dumas,
transformado, supone el novelista, por el arte semimágico del misterioso abate
Faria, en la proteica y brujesca figura jina
del Conde de Montecristo?
Porque
ha llegado la hora de decirlo con toda claridad y sin temor de verse
desmentido. Dumas hizo, a su modo, una parodia literaria de la vida[79] de Saint-Germain, dado
que, en medio de los aterradores escepticismos, "bien" de mediados
del siglo XIX, era preciso que así se hiciese, como es preciso que la luz del
día llegue alguna vez hasta las mazmorras más tristes, Por otra parte, como
Alejandro Dumas, al fin, era el hijo de su. tiempo, hubo de ver cumplido una
vez más, en su inspirada obra, el aforismo oriental relativo a que la madera de
sándalo es tan admirable que hasta perfuma al hacha que la destroza, y en tal
obra, por tanto, el novelista tenía que superarse y se superó a sí mismo.
Cumpliéndose,
en efecto, como tantas otras veces, esa ley de herencia relativa a las familias
célebres cuyos individuos aparecen agrupados por un karma colectivo de gloria o
de crimen -la familia de los 32 Bach gloriosos; la familia del centenar de los
Borgias envenenadores, etc.-, el apellido, ya que no la familia Dumas, empezó, acaso, a sobresalir en el
siglo xv a XVI con el seráfico poeta capuchino Marcial; siguió luego, a mediados del XVI, con aquel Gabriel Oliver Benoit, que tanto dió que
hacer a causa de la colosal herencia de su hermano Benito, uno de esos misteriosos directores de la Compañía Inglesa
de Indias que ligó los destinos de la India al carro triunfal de Inglaterra,
para que así Europa conociese a aquel sagrado país. Un nuevo Dumas, Guillermo Mathieu, de clara e
instructiva elocuencia, se hace glorioso al final del siglo XVIII al lado de
Lafayette, luchando por la independencia de Norteamérica, combatiendo luego
contra los girondinos y defendiendo, en fin, a Luis XVI contra Vergniaud; y
otro Dumas, el padre ya del novelista e hijo natural de un marqués, y
llamándose como él, Alejandro Davy de la
Pailleterie Dumas, hace de verdadero Horacio
Cocles en la guerra del Tirol, y como general acompaña en Egipto a Napoleón...
Con tales antecedentes ocultos, ¿qué de extraño tiene que por herencia, y pese
a las amarguras de su mísera y obscura juventud, llegase a ser nuestro héroe,
en cantidad y aun en calidad, el monstruo
de la novela contemporánea? ¿Qué
de extraño también que, con las Memorias dichas
de la condesa de Adhemar a la vista -puesto que ellas existieron en los
Archivos del Estado de las Tullerías hasta su incendio en 1871, meses después
de la muerte del novelista-, éste trazase el plan de su mejor novela sobre la
vida del conde incomprendido y de Cagliostro, su falso discípulo? La fortaleza
de If y su abate Faria, novelescos, se nos antojan la de la Bastilla y la de
San Leone, en las que Cagliostro fuera preso; en el más lóbrego calabozo de
aquélla tiene lugar, en efecto, la iniciación ocultista de aquel pobre y
honrado marinero mártir Edmundo Dantés, tanto, que la novela El Conde de Montecristo como La República, de Platón, y como el Persiles y Sigismunda, de Cervantes,
casi comienza en una cárcel -¡la triste cárcel de nuestra vida corpórea, cárcel
tras la cual, como vamos viendo en estas páginas, el hombre bueno injustamente
perseguido sale, al fin, para recibir en recompensa los tesoros inauditos de
esa "isla de misterio", que no está sólo, como la de Montecristo, en
las costas de Italia, sino en todos los lugares del mundo a la vez!-, cárcel en
la que entra pobre y atormentado, para salir de ella como omnipotente soberano
que-realiza, gracias a su nueva condición, los más aparentes imposibles...
Por
eso, el verdadero nombre de la tal novela bien podría ser el de Karma, porque es ella el momento más
grande que a la terrible ley de Justicia de las Esferas nos ofrece la moderna
literatura. Karma, en el desastroso
fin de los tres asesinos de Dantés
-Villefort, Danglás y Caderouse-, quienes, a vuelta de ilusorias felicidades
trágicamente desvanecidas, vienen a recoger, gota a gota, idénticas amarguras
de las que sembraron con sus espinas el antes risueño camino del héroe; Karma, en el premio recogido por la
protectora familia del armador Morrel; Karma,
en fin, del propio autor, quien, así como había en cierto modo degradado un
tanto con su ficción la excelsa e incomprendida figura jina del Adepto Saint-Germain -aunque dejándola todavía harto
hermosa y atrayente en Monte,cristo-, pudo así ver quizá en sus últimos
días, cuando le abrumaban las deudas y los derroches casi tanto como las
glorias de sus Tres mosqueteros y su Conde, que alguien, quizá el propio
Maquet, deslizándose como astuta serpiente guiada por la conocida mano de
cierta institución necromante, volvió arteramente del revés toda la obra, en su
lamentable y repugnante apostilla que lleva el título de La mano del muerto, y en la que literalmente se ha hecho negro de
lo blanco y blanco de lo negro, como si se hubiese escrito, no por Dumas,
padre, o Dumas, hijo, bajo lamentables apremios del negocio editorial, sino por
el mayor enemigo que existir pudo del. novelista y del protagonista de su obra
-el maravilloso Saint-GermainMontecristo-,
cuya noble figura iniciática quedaba falsificada así.
Terminada
ya esta digresión de historia moderna, volvamos a nuestros jinas asiáticos y a lo que sobre ellos nos dice en otros lugares la
admirable H. P. B. en su citada obra Por
las grutas y selvas del lndostán.
Los
dikshatas o verdaderos yoquis
iniciados de otra de las regiones hindúes -nos enseña- evitan cuanto pueden el
mostrarse en público, recluídos, como casi siempre lo están, y consagrados a
perpetuo estudio, no presentándose -como
Saint-Germain y los demás citados- sino
cuando tienen una misión especial que cumplir en el mundo. De esta excelsa
clase son algunos de los más grandes lamas
buddhistas, dominando todas las leyes del llamado "magnetismo",
ya conocido y practicado desde tiempo inmemorial, en la propia China y en el
Thibet, la Magia o Ciencia Suprema, con la típica denominación de Ciencia Gina, Jina o Jaina.
Por
eso, los más sabios de entre los partidarios de la antiquísima religión jina o jaina consideran, tanto al brahmanismo cuanto al buddhismo, como
meras y "modernas" desviaciones del Jainismo, y siendo hasta el propio Gautama el Buddha un mero
discípulo del gran Gurú o Maestro de los jaínos, por lo cual cuidan de
establecer una profunda distinción entre la actual religión jaína de la India y
el Jainismo o Cainismo troncal y primitivo, o sea la Religión Sabiduría originaria, o de la Edad de Oro del mundo,
llamada tan apropiadamente "Ciencia de los dioses", o Teosofía. (Ob.
cit., pág. 57.)
Véanse
los párrafos que a tan pasmosa enseñanza consagra la Maestra:
"Hemos
tenido cierta vez la dicha -expresa en uno de sus comentarios a la Estancia XII
del libro de Dzyan o Jinan- de ver un
viejo manuscrito perteneciente a la colección llamada Tongo Shakty-Sangye Songa, exotéricamente conocida por el nombre de
"Anales de los treinta y cinco Buddhas de Confesión". Estos
personajes, aunque llamados Buddhas en
la religión buddhista del Norte, pueden llamarse igualmente Rishis, Avatara, Mahatmas, o
"Grandes Almas", propiedad universal y común a todas las creencias
religiosas; sabios históricos, al menos para los ocultistas, y que constituyen
en la Tierra la más excelsa de las jerarquías. Gautama Buddha hace el número veintisiete de estos 35, o más bien, de
estos 150 "Reyes Divinos", verdaderas encarnaciones celestes o
avataras menores de "Hijos de la Sabiduría", que no pertenecen ya a
este planeta, y que han vivido aquí, sin embargo, en épocas arcaicas,
perteneciendo 11 de ellos a la Raza
Atlante y los demás a la actual de los Arios... No está lejano, por cierto, el
día en que los simbologistas modernos comprueben la exactitud de estos asertos
y se convenzan de que el propio Woden, u Odin, el Dios más elevado de la
mitología germana y escandinava, es uno de estos inefables Buddhas, ser tan
primitivo, en verdad, como que data de los días en que la naturaleza tropical
se extendía por ese continente polar hoy cubierto de hielos perpetuos, gracias
al cambio de dirección del eje terrestre. .. A partir, en efecto, de la Raza
Lemuriana. predecesora de la Atlante y de la Aria, cada gran vástago del gran
tronco de la Humanidad ha tenido a su frente. como guía y maestro, a uno 'de
estos seres de las "Divinas Dinastías", y cuyo recuerdo perdura
siempre, más o menos, en la Historia, envuelto en la pérula protectora del
mito."
y
no sólo perdura el tal recuerdo, sino que, en ciertos países excepcionalmente
privilegiados del planeta subsisten aquellos Maestros aun hoy día, en lugares a
los que no suele tener acceso el europeo, porque están más celosamente
guardados de lo que puede creerse, tanto por obstáculos naturales como por
otros obstáculos de índole psíquica,
sobre los cuales no podemos detenemos: la Maya
Oriental o poder de inhibición que en los tales lugares ellos ejercen sobre
las mentes de los más conspicuos viajeros, haciéndoles ver a su antojo
dificultades, peligros y cosas que realmente no existen.[80]
Tal
sucede con el relativo a los sabios del país de Kalkas, respecto de los cuales
la Maestra nos dice:
"Lo
que el común de las gentes conoce actualmente acerca del Shamanismo es muy
poco, y aun este poco ha sido adulterado, lo mismo que el resto de las
religiones no cristianas. Suele llamársele "el paganismo de la
Mogolia" sin razón alguna, puesto que es una de las más antiguas
religiones de la India, a saber: el culto del espíritu, la creencia en la
inmortalidad de las almas y en que éstas, allende la muerte, siguen presentando
las mismas características de los hombres a quienes animaran aquí en la Tierra,
aunque sus cuerpos hayan perdido por la muerte su forma objetiva, cambiando el
hombre su naturaleza física por la espiritual.
Dicha creencia, en su forma actual, es un retoño de la primitiva teurgia y
una fusión práctica del mundo visible con el invisible. Cuando un extranjero
naturalizado en el país desea entrar en comunicación con sus invisibles
hermanos, tiene que asimilarse su naturaleza, esto es, debe encontrar a estos
seres andando la mitad del camino que de ellos les separa, y enriquecido
entonces por ellos con una abundante provisión de esencia espiritual, dótales
él, a su vez, con una parte de su naturaleza física, para colocarles de esta
suerte en condiciones de poderse mostrar algunas veces en una forma
semiobjetiva, de la que de ordinario carecen. Semejante proceso es un cambio
temporal de naturalezas, llamado comúnmente teurgia. La gente vulgar llama
hechiceros a los shamanos, porque se dice que evocan a los
"espíritus" de los muertos con el fin de ejercer la nigromancia, pero
el verdadero shamanismo -cuyos rasgos más salientes prevalecieron en la India
en tiempos de Megasthenes (300 años antes de J. C.) no puede ser juzgado por
sus degeneradas ramificaciones en Siberia, del mismo modo que la religión de
Gautama-Buddha no puede ser confundida con el fetichismo de algunos que se
dicen sus secuaces en Siam y Birmania. Actualmente tienen su asiento en las
principales lamaserías de Mogolia y del Thibet, y allí el shamanismo, si es que
de este modo podemos llamarle, se practica en el sentido más amplio de
comunicación que es permitido entre el hombre y el "espíritu". La
religión de los lamas, en efecto, ha conservado fielmente la primitiva ciencia
de la Magia, y lleva a cabo actualmente hechos tan maravillosos como los que
producía en los días de Kublai-Khan y de sus barones. El Aum-mani padma-hum, la mística palabra de la Trinidad sánscrita de
"¡Oh, Joya en el Loto!", la antiquísima forma atlante del místico rey
Srong-Chtsans-Gampo, opera hoy sus portentosas maravillas de igual modo que en
el siglo VII, y Avalokita-Iswara, el más elevado de los tres Boddhisattvas y
santo patrón del Thibet, proyecta claramente su luminosa "sombra"
ante los ojos de los fieles en la lamasería de Dga-Gdan, fundada por él, donde la resplandeciente figura de
Song-Kapa, separándose de los vívidos rayos del Sol bajo la forma de una
nubecilla de fuego, platica amorosa con una numerosísima comunidad de lamas, a
veces de millares. La Voz que misteriosa desciende entonces de lo alto es a la
manera del más dulce susurro producido por la brisa en el follaje, y pronto
-dicen los thibetanos- la hermosa aparición se desvanece entre los árboles del
bosque sagrado."
Se
dice asimismo que en Dharma-Khian ("claustro materno", o "lugar
originario" de cuantas influencias han partido sucesivamente desde allí
hacia el mundo) se hace comparecer en ciertos días a los espíritus perversos e
inferiores, forzándoles a que den
cuenta de sus fechorías, oblígándoles después los adeptos lamas a que reparen
los daños que ellos han causado con su maldad a los mortales. A esta ceremonia
es a la que el abate Huc llama inocentemente "la de los diablos o malos
espíritus". Si a los escépticos de los países europeos se les permitiese
el consultar las relaciones impresas diariamente en Morú[81] y en la "Ciudad de los Espíritus",
acerca de las comunicaciones que tienen lugar entre los lamas y el mundo
invisible, se sentirían ciertamente mucho más interesados por los fenómenos que
por modo tan ostentoso describen los periódicos espiritistas. En Buddha-Ila, o
mejor dicho, Foht-Ila o Montaña de Buddha, en la más importante de las
lamaserías que existen por millares en el país, se ve flotar en el aire, sin
apoyo alguno, el cetro de Boddhisgat regulando todos los actos de la
comunidad...
En
Sikkin, otra de las lamaserías, cierto número de lamas producen meipos o "milagros" por medio
de sus poderes mágicos. Gegen Chutuktu, el difunto patriarca de Mogolia, que
residía en el verdadero paraíso de Urga, era la décimosexta encarnación de
Buddha y, por lo tanto, era un Boddhisattva. Gozaba él, en efecto, de la
reputación de poseer poderes que eran asombrosos aun ante los ojos de los
taumaturgos de aquel país, maravilloso por excelencia. No se suponga, desde
luego, nunca que semejantes poderes mágicos puedan lograrse sin trabajo. Las
vidas de la mayor parte de estos santos hombres -a quienes tan errónea como
absurdamente se les supone vagabundos, perezosos, tramposos y mendigos, y de
quienes se dice que pasan su existencia explotando la inocente credulidad de
sus víctimas- son ellas mismas un milagro. Milagro. sí, porque ellos son la
demostración viviente de lo que puede llegar a alcanzar una voluntad firme y
una perfecta pureza de vida y de intención, y del grado de supernatural
ascetismo a que puede ser sometido un cuerpo humano, que llega, sin embargo, a
alcanzar así una avanzada edad. Ningún ermitaño cristiano ha soñado jamás en un
tal refinamiento de disciplina monástica, y la aérea habitación de un Simeón Stylita parecería una niñería ante las
invenciones del faquir y del buddhista para poner a prueba la voluntad.
Pero
el estudio teórico de la Magia es una cosa, y la posibilidad de practicarla es
otra por completo distinta. En Brar-s
Pungs, el colegio mogol en donde más de 300 magos enseñan a casi doble número de discípulos desde los doce a
los veinte años, estos últimos tienen que esperar aún muchos más años para
conseguir la iniciación final, y ni uno solo entre ciento alcanzan la más
elevada meta. En fin: entre los muchos millares de lamas que casi ocupan por
completo una ciudad de edificios sueltos agrupados en torno del Colegio, apenas
si un dos por ciento llega a conseguir ser obrador de maravillas. Puede uno
aprenderse de memoria, línea tras línea, los 108 volúmenes de Kadjur (el gran Canon Buddhista, que contiene 1.038 tratados, entre ellos muchos
referentes a la Magia), Y no ser, sin embargo, más que un muy pobre mago
práctico. Sólo existe, en verdad, un método capaz de conducir con toda
seguridad a la meta, y su particular estudio ha sido indicado también por más
de un escritor hermético. Uno de estos últimos, el alquimista árabe Abipili, se
expresa respecto del particular en estos términos: "Te advierto que
quienquiera que fueres, oh tú que deseas sondar los arcanos de la Naturaleza,
que si no hallas dentro de ti aquello que
buscas tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu
propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? EN TI SE HALLA OCULTO
EL TESORO DE LOS TESOROS: ¡OH HOMBRE, CONÓCETE A TI MISMO!"...
En
los claustros de Dshashi-lumbo y Sidzang, es donde se cultivan basta su último
grado de perfección estos mágicos poderes inherentes a todo hombre. ¿Quién en
la India no ha oído hablar de Banda-Chan-Rambut, el Hu-tuktu de la capital del Alto Thibet? Su fraternidad de Khe-lan
fué celebérrima en todo el país, y uno de sus "hermanos" más famosos
era un Phe-hing (un inglés) que a
principios de este siglo llegó de Occidente. Dice la tradición que hablaba
todas las lenguas, incluso la thibetana, y que conocía todas las artes Y las
ciencias. Su santidad y los fenómenos que producía :tieron lugar a que a los
pocos años de residencia allí se le proclamase un shaberon. Su memoria vive actualmente entre los thibetanos; pero su
verdadero nombre es un secreto que sólo los shaberones conocen."
Si
se estudiasen a fondo las viejas tradiciones chinas, tan ligadas desde el
origen a las thibetanas y a las atlantes, se verían comprobados los anteriores
asertos de la Maestra.
En
efecto: la secta Tao-Kiao o Taose, según
Schott, denomina Sian o Shin-Sian a aquellos anacoretas que por
sus ascéticas costumbres, o bien mediante ciertos elixires y hechizos, han obtenido
la posesión de dones maravillosos, entre ellos el de prolongar grandemente la
vida humana. Lo que Marco Polo afirma que se verificaba en el siglo XIII, se
halla corroborado en nuestros días. Existen alli -dice- ciertas personas
llamadas Chughi (yoquis) o brahmanes,
cuya vida puede llegar hasta los 150 ó 200 años. Comen muy poco, y esto, arroz
y leche. Hacen también uso de cierto brebaje, compuesto, dice, de azufre y
mercurio, que toman dos veces por mes, y añade que el mercurius vitae de Paracelso era un compuesto de antimonio y
mercurio. (Libro de Marco Polo, vol.,
II, págs. 130 y 352; y coronel Jule, vol.
II, pág. 353.) Pero lo que Paracelso y otros místicos y alquimistas entendían
por mercurius vitae, era "el
espíritu viviente de la plata", su aura.
Ninguna clase de mercurio puede jamás devolver al cuerpo una salud
perfecta. Lo que los yoquis antiguos usaban, como hoy los lamas y talapoines,
era un jugo lechoso de cierta planta medicinal, con una pequeña dosis de
azufre, y deben, en verdad, estar en posesión de algunos secretos maravillosos,
desde el momento en que los hemos visto curar en pocos días las más peligrosas
heridas, así como volver a su - estado natural a huesos rotos, logrando tales
resultados en un número de horas equivalente al de los días que .la cirugía
ordinaria necesita para obtener el mismo resultado. Una fiebre maligna que la
autora contrajo en Rangoon, le fué curada en algunas horas con el zumo de una
'planta llamada kukushan, aunque
millares de naturales del país mueren de fiebre por no conocerla. También hemos
oído hablar de cierta agua llamada ab-i-ha-yat,
que la superstición popular cree que es invisible para todo ojo mortal,
excepto para el del santo sannyasi, y es más que probable que los talapoines
rehusen hoy el enseñar tales secretos a misioneros y académicos egoístas, que
luego los empleen en hacer dinero, no en beneficiar a la Humanidad con ello.
El
inca Garcilaso de la Vega y sus "Comentarios reales de los ineas", -
Un contraste histórico entre "los Hijos del Sol" y los demás pueblos
sudamericanos, - El relato de un Amauta inca. - Gentes solares, cainitas,
quírites o incas del viejo continente. - Shamanos o jinas y sus discípulos
incas. - Los dos reformadores, el Manú y su Coya, en el lago sagrado de
Titicaca, - La religión natural de los incas y su culto simbólico del Sol y de
la Luna.Pachacamac, el Logos Demiúrgico inca. - El Dios Desconocido. - Runas y
Llamas. - Las reencarnaciones. - Lazos fonéticos entre los incas y los pueblos
del viejo continente. - Los incas fueron arios y no semitas. - Pruebas
históricas de este aserto. - El culto de Vesta. - La fiesta del Sol. - Las
cronologías de los quipos. - La proverbial caballerosidad aria de los incas. -
"Caso diplomático" que hoy envidiaríamos. - Altísima moralidad de
aquellos "Hijos de la Luz". - El templo de Cuzco. - Cámaras
iniciáticas del Sol, la Luna, Venus y las Pléyades, estas últimas como centro
del Universo, al tenor de lo que admite también nuestra Astronomía. - Las cuatro
clases de lenguas del Imperio inca. - Su iniciática sabiduría.
Los
bondadosos lectores habrán de perdonarnos este aserto, que acaso se les antoje
demasiado fuerte e injustificado: los
fundadores del Imperio inca del Perú fueron los jinas.
Pero,
antes de rechazar por temeraria semejante aserdón, bueno será que nos acompañen
por esta breve excursión histórica, apoyada en una de las más hermosas obras de
la época: los Comentarios reales de los
Incas, o Historia general del Perú, escrita
en el siglo XVI por el célebre inca Garcilaso de la Vega[82].
Pocos
contrastes históricos son más notables, en efecto, que el que presentara
América del Sur entre el egregio pueblo inca y los demás de aquel vasto
continente a la llegada de los conquistadores. Y este contraste, por otra parte,
es el que en el capítulo anterior nos ha trazado la Maestra H. P. B. entre el
pueblo jina de los todas y el pueblo
inferior de los badagas, que los
considera como a verdaderos "hijos del Sol" o dioses, honrándose con
proveer a sus necesidades materiales, ni más ni menos que acaeciera con los
incas. De aquí la inmensa distancia entre unos y otros, que Garcilaso nos
describe en estos términos:
"Residiendo
mi madre en el Cozco, su patria, venían a visitarla los pocos parientes que
habían escapado con vida de las crueldades de Atahualpa, en las cuales visitas
solían tratar del origen de nuestros reyes, de sus leyes y de sus enseñanzas.
... Acaeció, pues, que siendo yo de diez y siete años, le dije al pariente más
anciano: "Tío, ¿qué noticias tienes tú del origen de nuestros reyes?"
Y él me contestó: "Guarda en tu corazón cuanto vaya decirte: Sabrás que en
los siglos antiguos, toda esta región de tierra que ves eran unos grandes
montes breñales, y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras, sin religión,
ni policía, ni pueblos, sin cultivar la tierra ni cubrir sus carnes, habitando
las cuevas, comiendo como bestias yerbas del campo, raíces de árboles, frutas y
carne humana. Entonces, nuestro padre el Sol hubo lástima de ellos, y envió del
cielo a la tierra un hijo y una hija de los suyos, para que los doctrinasen en
el _ verdadero conocimiento, y les diesen preceptos y leyes en que viviesen
como hombres en razón y urbanidad, habitasen en casas, tuviesen pueblos,
cultivasen las plantas, criasen ganados y viviesen de la tierra como hombres
racionales y no como bestias. Con esta orden y mandato puso nuestro padre el
Sol estos dos hijos suyos en la laguna Ti-ti-ca-ca,
y les dió una barra de oro, de media vara de largo y dos dedos de grueso,
diciéndoles que allí donde aquella barra se les hundiese con un solo golpe que
con ella diesen en la tierra, allí quería nuestro padre el Sol que hiciesen su
asiento y corte. Así, cuando hayáis reducido esas gentes a nuestro servicio,
les dijo, las mantendréis en razón}' justicia, a la imagen y semejanza mía, que
a todo el mundo hago bien, cuidando de dar una vuelta cada día al mundo, para
proveer y socorrer a toda la tierra... Ellos, entonces. salieron de Titicaca,
tratando en vano de hincar aquí y allá la barra de oro, hasta llegar a
Pacarec-Tampu o "Posada del Amanecer", en el valle del Cozco -o
Cuzco-, que estaba hecho una montaña brava, llamada Huanacanti, y como allí
hundiesen con gran facilidad su barra, hasta perderse, dijo nuestro Inca a su
hermana y mujer: "Este es el valle indicado por nuestro padre el Sol;
vayamos, pues, cada uno de su lado a convocar y doctrinar a esta gente; tú
hacia el Norte, y yo hacia el Mediodía". Los moradores, viendo aquellas
dos personas vestidas y adornadas con los rostros, palabras y ornamentos de
nuestro padre el Sol, les obedecieron como a reyes, refiriendo doquiera las
maravillas que de ellos habían visto y oído... Así se creó nuestra ciudad,
dividida en dos mitades: la del rey fué Hanan Cozco, o alto, y la de la reina,
Hurin Cozco, o bajo, no para que los unos tuviesen preeminencias sobre los
otros, sino para que todos fuesen iguales como hermanos, hijos del mismo padre
y de la misma madre; unos como hermanos
mayores, y como hermanos menores los
otros. Nuestro Inca enseñó a los hombres, y nuestra Coya a las mujeres... Los
indios, así reducidos a la civilización, fueron atrayendo a otros. Estos
silvestres acudían en gran número a ver las maravillas de nuestros primeros
padres, y certificándose en ellas, se quedaban en su servicio y obediencia,
formando más de cien pueblos... Cuántos años ha que el Sol envió estos sus
primeros hijos, no te lo sabré decir, que ellos son tantos que no los ha podido
guardar en la memoria. Nuestros primeros Incas vinieron en los primeros siglos
del mundo, de los cuales descienden los demás reyes que hemos tenido, y de
estos mismos descendemos todos nosotros. Nuestro Inca se llamó Manco-Capac -el Manú Capac-, y nuestra Coya, Mama
Oello Huaco. Fueron" hermanos[83], hijos del Sol y de la
Luna... Por no hacerte llorar, no he recitado esta obra con lágrimas de sangre,
por el dolor de ver a nuestros Incas acabados y nuestro Imperio perdido."
La
narración anterior tiene un sabor eminentemente platónico e iniciático.
Recuerda los pasajes de Timeo y del Critias, cuando el sacerdote salta de
Isis le revela a Solón la verdadera tradición de la Atlántida con aquellas
palabras memorables de "¡Oh Solón, Solón: vosotros los griegos sois unos
niños, e ignoráis como tales la historia gloriosa de vuestros antepasados!....[84]
Con
dicha narración. en efecto, el hermano del último Inca Huayna Capac inicia al
joven inca Garcilaso de la Vega en los míticos orígenes de aquel gran. pueblo incaico, cainita, o de
"sacerdotesreyes", que ha tenido en el viejo continente sus similares
en esos curus, kaurios, quírites y
demás hombres de la raza solar, o "hijos del Sol", que figuran en
todas las teogonías, tales como la del Mahabharata,
los Vedas, el Código del Manú, los libros sagrados
parsis y caldeo-semitas, el panteón de Hesiodo y de Homero, las Doce Tablas romanas, y, en fin, los
Eddas escandinavos, base de todas las obras de Wágner, en las que kyries, la lanza sagrada, es símbolo del
rayo solar físico que fecunda a la Tierra, y también de ese divino Rayo Espiritual que, emanado del Logos,
o Sol Central, constituye nuestro Supremo Espíritu, o Dios Interior de nuestra
conciencia, según muy al por menor se detalla en varios capítulos de los tomos
I y II de esta nuestra Biblioteca.
Por
eso no son de extrañar las infinitas conexiones que la doctrina y los hechos de
los primeros Incas guardan con toda la iniciación oriental como vamos a
puntualizar, empezando por decir que el propio César Can tú liga a éstos con
ciertas tribus mogoles, o shamanas antiguas,
lo que equivale a establecer que en eso de la inopinada presentación del Manú del Norte, o Manco Capac, y de su
compañera (Coya o Iaco), se dió acaso la extrañísima
circunstancia que acaba de hacernos notar H. P. B. en el capítulo anterior,
relativa al fenómeno "teúrgico" de esos seres puros o shamanos, que,
prestando su cuerpo físico como hostia santa y vehículo material, vienen a
servir así en el mundo de los hombres como divinos instrumentos de la
protectora acción de los jinas, o
seres superiores, tutela y guía de la Humanidad desde que existe.
No
es de extrañar por ello que estos dos reformadores aparezcan en la simbólica al
par que real laguna de Ti-ti-ca-ca, o
lago sagrado de ese dios It, o Dios-Término, el dios, también de la frontera
entre finas y hombres, a que se
refiere el capítulo X de De gentes del otro mundo; ni que, a guisa
de la "Varita de los siete nudos", que los Maestros orientales o
shamanos dan como talismán a sus discípulos cuando los lanzan a cumplir su
misión redentora al mundo[85], llevaran aquéllos la
barra de oro -símbolo también del rayo solar o "lanza"- indicadora de
la ciudad o centro iniciático
incásico que, como todos los manús "conductores de hombres", estaban
encargados de fundar; ni en fin, que se les diese el especial encargo de
reducir a aquellas desdichadas gentes atlantes que sobrevivieron a la gran
catástrofe, a las sencillas creencias primitivas, sin sacrificios humanos,
idolatrías y demás horrores y miserias que dice Garcilaso en el párrafo
transcrito. Con ello no se hizo, en efecto, otra cosa que restaurar el culto caldeo,
o kaicas mogólico del Sol, de la
Luna; en suma, la Religión de la Naturaleza, por otro nombre "Ciencia de
los dioses" o Teosofía. Los dos "barrios" famosos, el
"alto" y el "bajo", en que, simbólica, al par que
efectivamente, hubo de dividirse la ciudad, no fué sino el restablecimiento de
los dos cultos del Sol (Hanan, Irán) y
de la Luna (Hurin, Turin), prototipo
de todas las fuerzas animadoras del Cosmos, bajo la acción suprema de ese Dios
Desconocido y sin Nombre, que lo mismo en Gades y en Grecia (San Pablo, Hechos, XVII) que entre los arios y los
Incas, tuvo y tendrá eternamente su templo druídico en la majestuosa bóveda de
los cielos que cubre y protege a nuestro mísero planeta, Divinidad Abstracta a
la que el Inca-cronista que nos guía en este trabajo consagra estos sugestivos
párrafos:
"Los
reyes Incas y sus Amautas o filósofos rastrearon con lumbre natural al
verdadero Dios, al cual llamaron Pachacamac, nombre compuesto de pacha, universo, y de camac, participio de presente del verbo cama, animar, significando, por tanto,
"el que anima al universo", o sea el que hace con el universo lo que
el alma con el cuerpo. Por eso sólo se reverenciaba al Pachacamac, al Sol y al
Rey, pero mientras que al Sol le nombraban a cada paso, no nombraban a Pachacamac
ni le hacían templos ni sacrificios, sino que le adoraban mentalmente en su
corazón, teniéndole por el Dios Desconocido, tanto que si a mí, que soy indio
cristiano católico por la infinita misericordia, me preguntasen cómo se llama
Dios en mi lengua, diría que Pachacamac...[86]. Tuviéronle en más
veneración que al Sol; no le ofrecieron sacrificios ni le hicieron templos,
salvo el famoso y riquísimo del valle de Pachacamac, dedicado a este Dios
Desconocido e Invisible. Así, Incas y Amautas (filósofos), imitando a los
caldeos, dispusieron que no se adorase sino a este Supremo Señor; al Sol, por
el bien que nos hace, y a su hermana la Luna, y a las estrellas, en fin."
"Tuvieron
los Incas Amautas la creencia de que el hombre era un compuesto de cuerpo y
alma, y que mientras ésta era espíritu inmortal, el cuerpo estaba formado de
tierra, y así le llamaban allpacamasca, que
quiere decir "tierra animada". Al hombre, pues, para diferenciarle de
los brutos, le llamaron runa, o sea
"hombre dotado de razón", y a las bestias las denominaron llama. Creían en otra vida, después de
la presente, con penas para los malos y descanso para los buenos. Así, dividían
el universo en tres mundos: el cielo o hanan
pacha, equivalente a "mundo muy alto"; el mundo de la generación
y de la corrupción, o hurin pacha, y
el mundo inferior, ucu pacha, o sea
el centro de la Tierra, el infierno, la casa del demonio o cupaypa huacin [87]. De manera que, tras esta
vida presente, los buenos gozaban todo contento, descanso y regalo, y los malos
penas, entermedades y trabajos. Tuvieron asimismo los Incas la resurrección
universal, no para gloria ni pena, sino para volver a vivir esta vida temporal.
jamás tuvieron sacrificios humanos, ni aun por causa de las enfermedades de sus
reyes, pues que a éstas las consideraban como mensajeras del Padre Sol, que por
ellas les llamaba a descansar en su seno."
Los
fundadores, pues, del vastísimo Imperio inca o del Dios Sol (Sayri-tupac o Sri-tupan), tenían infalsificables características arias, pese a
cuanto pueda inferirse en contrario de las palabras de historiadores, como el
P. José de Acosta, en su célebre Historia
natural y moral de las Indias occidentales, por el eterno afán, ya notado
por H. P. B. en el capítulo anterior, de relacionar todas las cosas con la Biblia
mosáica, empeño infantil, después de todo, por cuanto en último término, puede
probarse que la raza hebrea no es sino un vástago ario, torcido desde sus
orígenes por su materialismo característico y, como tal, expulsado de la Ariana
hacia Ur de la Caldea, como harto lo indican los nombres de A-braham (el
no-brahmán "o el ex-brahmán") Sri,
Sarai o Sahara, la
"Sara-svati", hindú, etcétera, etc. Tales características son
numerosísimas, por lo cual sólo mencionaremos las más salientes.
El
semita nace en un Jardín del Edén; "el ario nace siempre en una
"cueva sagrada", que harto sagrada es esa humana cueva o matriz, santuario de la generación y de la vida, y por eso
las tradiciones más antiguas de los incas, como arios, arrancan de las Siete
Cuevas de Pacaret-Tampu, "la
Mansión del Amanecer" u Oriente, de donde salen los cuatro (más bien
siete) hermanos Ayar, nombre que no
puede ser más ario, y descienden al
mundo de los mortales, que no otra cosa quiere decir el bajar al Cozco o Cuzco, palabra que, si por un lado proviene de la vasca
"tierra", por otro también significa "ombligo", porque
mediante el cordón umbilical yace el feto arraigado
en la entraña o "tierra" materna durante los nueve meses del
embarazo, existencia intra-uterina de la que morimos para nacer en este mundo,
como morimos más tarde en la tierra para nacer a otros mundos superiores.
Dichos hermanos arios se muestran por
vez primera a los hombres "después del Diluvio" o catástrofe atlante
en Ti-huacan, literalmente "el
reino del dios It" [88], y son también llamados,
como después sus sucesores, ln-ti-chu-rin,
"hijos del Sol", y jefes de los ku-ra-cas o sacerdotes (curus,
curas, que diríamos hoy en típico castellano), mientras que a las mujeres
ilustres y ya de sangre real se las llamó pallas,
con el típico nombre helénico de Pallas,Atenea,
equivalente al de Minerva calcídica o
iniciática, Diana, Selene, o en suma,
Isis o Io.
Los
semitas, dado su abyecto culto al sexo, disfrazado con los más frívolos
pretextos, jamás conocieron ese culto de Vesta,
Hestia o la Madre-Tierra, que de
India y Persia pasó a Grecia y Roma. “Tuvieron los Incas -dice el cronista-
vírgenes muy hermosas, conforme a las que hubo en Roma en el templo de Vesta, y
casi guardaban los mismos estatutos que ellas”, y por eso, igual en México que
en el Perú, los más suntuosos edificios eran los de las vestales o
conservadoras del Divino Fuego ario, las druidesas o sacerdotisas del más puro,
sabio y primitivo de todos los cultos: el culto a Higyeia o la Madre Naturaleza
[89].
Si
no hay, por otra parte, nada más ario que la numeración decimal que los árabes
aprendieran de los hindúes, aquí, entre los incas, vemos sabiamente aplicado el
principio, no ya en sus célebres contadores o quipos, con los que llevaban su historia, cronología, tradiciones,
etc., sino hasta en su sabia organización militar por decurias, 'Como los romanos (Garcilaso), hasta llegar a la centena
de millar, 'fue" les sobraba para sus organizaciones militares. ¿Cuándo,
en fin, conocieron esas hordas semitas que en la Biblia, y por consejo de su
sanguinario Dios, vemos entrando a saco y pasando a cuchillo a todos sus
moradores, "hasta el que mea en la pared" (o sean los perros) , una
moderación, una bondad, una caballerosidad tan genuinamente arias como las que
revelan estos típicos pasajes del pueblo
único entre los pueblos de Sud-América, el primitivo Tiahuanaco de la Ciudad del Sol, remoto "abuelo" de la
civilización inca, que llegó aún más lejos que éste, pues que cubrió toda la
Patagonia y Tierra del Fuego, amén de zonas continentales, sumergidas cuando la
catástrofe, y de la que son misteriosos restos las ruinas y estatuas de la
frontera Isla de Pascua?
"El
pueblo de Cacyaviri, gobernado por varios caciques, así que supo la llegada del
ejército inca, se reunieron en su cerro sagrado dispuestos a resistir. El Inca
les envió entonces embajadores, diciéndoles que él no iba a quitarles sus vidas
ni haciendas sino a hacerles los beneficios que el Sol le mandaba les hiciese.
Viendo al cabo de mucho tiempo y de recados como éste que los incas sitiadores
no les acometían, lo atribuyeron a cobardía, y haciéndose más atrevidos. cada
día salieron muchas veces del fuerte para provocarles; y fué común fama luego,
que un día, los que así salieron, vieron con espanto que se volvían solas contra
ellos cuantas armas lanzaban contra los incas, matándolos[90]. Entonces, niños,
mujeres, guerreros y curacas fueron a prosternarse ante el Inca. Éste los
recibió sentado en una silla, rodeado de su gente de guerra, y habiendo oído a
los curacas, mandó que les desatasen las manos y les quitasen del cuello las
sogas que ellos mismos, en señal de humildad, se habían puesto, con lo que les
dió a entender que les perdonaba la vida y les daba la libertad, a fin de que,
dejando sus ídolos, adorasen al Sol, que tal merced les hacía, para que de allí
en adelante viviesen en la razón y en la ley natural, disfrutando de sus
tierras y vasallos. Deseoso, además, de que llevasen mayor seguridad del perdón
y testimonio de la mansedumbre del Inca, éste les mandó a los curacas que, en
nombre de todos los callas[91],
le diesen ósculos de paz en la rodilla derecha, para que viesen que, pues les
permitía tocar a su persona, era porque ya les tenía por suyos. La cual merced
fué inestimable para todos ellos, porque estaba prohibido, como sacrilegio, el
tocar al Inca, no siendo de sangre rea1."
Otro
caso, aún más hermoso, nos refiere el mismo autor respecto de los pueblos del
otro lado de la Cordillera. "Los naturales de Cuchuma -dice-, al saber que
se acercaba el Inca, hicieron un fuerte donde se metieron con sus mujeres e
hijos. Los incas los cercaron, y. por guardar las órdenes de su rey, no
quisieron combatir el fuerte, que era harto flaco, y les ofrecieron paz y
amistad, que ellos no quisieron recibir. En tal porfía estuvieron unos y otros
más de cincuenta días, en los cuales se ofrecieron muchas ocasiones en que los
incas pudieran hacer mucho daño a los contrarios; mas, por guardar su antigua
costumbre. dejaron que les apretase el hambre. No pudiendo sufrirla, al fin,
los niños, no sólo eran éstos recogidos y alimentados, sino que les daban
también para que comiesen sus padres. Todo lo cual visto por los contrarios, y
que no recibían socorro, acordaron rendirse sin partido alguno, pareciéndoles
que los que habían sido tan clementes cuando ellos eran rebeldes y contrarios,
lo serían mucho más cuando les viesen humillados y rendidos, como así fué,
porque los incas les dieron de comer y les desengañaron diciéndoles que no
procuraban ganar tierras para tiranizadas, sino para hacer el bien a sus
moradores, como les mandaba su Padre el Sol". (Ibíd., II, cap.
VIII)[92].
Y
así, por mucho que se busque, acaso no se encuentre en toda la historia europea
un caso tan gallardo, tan sensato y tolerante, como el que entraña este
sucedido, que el inca-cronista nos relata de esta manera:
"Cuando
a los de Chayanta les llegó el mensaje del Inca para que se les sometiesen,
unos decían que era muy justo que se recibiese al hijo del Sol por señor y se
guardasen sus leyes; pues se debía creer que, siendo ordenadas por el Sol,
serían justas, suaves y provechosas, todas en favor de los vasallos y ninguna
en interés del Inca. Otros opusieron que no tenían necesidad de rey ni de
nuevas leyes, que las que tenían eran muy buenas, pues las habían guardado sus
antepasados, y que les bastaban sus dioses, sin tomar nueva religión y nuevas
costumbres. Se acordó, por tanto, decide a aquél que, entretanto que les
enseñaban las leyes, el Inca y su ejército entrasen en la provincia, con
palabra que les diese de salirse y dejados libres si les contentaban sus
leyes... El Inca aceptó las condiciones y fué recibido con veneración y acato,
mas no con fiesta y regocijo, y así estuvieron, entre el temor y la esperanza,
hasta que los consejeros ancianos que tenía el Inca, en presencia del príncipe
heredero que asistió a la enseñanza, les manifestaron las leyes, así las de su
religión como las del gobierno de su república, hasta que las entendiesen; y
viendo que todas eran en honra y provecho del país, las aceptaron con grandes
fiestas." (Ibíd., II, cap. 20.)
Cosas
semejantes, y otras aún más admirables que también nos relata el cronista,
prueban que tenemos a la vista, si no un pueblo jina, porque el jina está por encima del sexo, sí un pueblo
vercladeramente protegido en su infancia post-atlante por jinas -efectivos que transparentan sus protecciones a la manera de
los "todas" con los "badagas" de la India, que vimos en el
anterior capitulo. lJn pueblo verdaderamente humano, en suma, que al practicar
así el bien, no podía menos de recibir, como reciben siempre los buenos, la
augusta protección de esos seres hiperfísicos o de "cuarta dimensión"
que nos guían solícitos, y entre los cuales más de una vez están nuestros
muertos queridos. De ello hay además una referencia hermosísima relativa, ya
que no a los incas, a los mexicanos. cuyas doctrinas, como derivadas del mismo
origen, establecían semejante lazo entre los hombres buenos y sus jinas
protectores.
De
aquí las virtudes de aquel pueblo, de las que daremos esta sola prueba:
En
el capítulo XLI de la obra de Garcilaso, bajo el título de Niegan los indios haber cometido delito alguno inca de la sangre real, se
nos dice:
"No
se halla, o ellos lo niegan, que hayan castigado a ninguno de los Incas, porque
nunca, decían los- indios, hicieron delito alguno que mereciese castigo público
ni ejemplar, porque la doctrina de sus padres, el ejemplo de sus mayores y la
voz común de que eran hijos del Sol, nacidos
para enseñar y hacer bien a los demás, los tenían tan refrenados y
ajustados, que más eran dechado de la república que escándalo de ella. Cierto
que les faltaban las ocasiones que suelen ser causas del delinquir, como pasión
de mujeres, codicia de hacienda o deseo de venganza...[93], pero también se puede
afirmar que nunca se vió indio castigado por haber ofendido en su persona,
honra o hacienda a ningún inca, porque no se halló tal duda de que los tenían
por dioses, como tampoco se halló haber sido castigado inca alguno por delitos.
No quieren ni que se piense siquiera que ningún indio haya hecho jamás ofensa a
los Incas, ni los Incas a ellos, antes se escandalizan de que se lo pregunten
los españoles; y de aquí ha nacido entre los historiadores el error de decir
que tenían hecha una ley de que no muriese inca alguno por ningún crimen,
porque fuera de gran escándalo para los indios una tal ley que dijeran les
daban licencia para que realizasen cuantos males quisieran y que hacían una ley
para sí y otra para los otros." Antes bien, a semejante ser lo degradaran
y relajaran de la sangre real y lo castigaran con más severidad y rigor, porque
siendo inca, se habría hecho anca, que es tirano, traidor y
fementido... El preciarse el inca de ser hijo del Sol era lo que más les
obligaba a ser buenos, por aventajarse a los demás, así en la bondad como en la
sangre, para que creyesen los indios que lo uno y lo otro les venía de
herencia, y así lo creyeron con tanta certidumbre, según la opinión de ellos,
que cuando 'algún español hablaba loando alguna cosa de las que los reyes o
algún pariente de ellos hubiese hecho, respondían los indios: "No te
espantes, pues que eran Incas"; y si, por el contrario, vituperaban alguna
cosa mal hecha decían: "No creas que inca alguno hizo tal, y si lo hizo,
no era inca, sino algún bastardo echadizo, como dijeron de Atahualpa, por la
traición que hizo a su hermano Huáscar."
Pero
donde más se marca el carácter del pueblo inca es en su célebre Templo del Sol
del Cuzco, templo que es fama estaba todo recubierto de gruesas plancha1¡ de
oro y plata (los metales del Sol y de la Luna), que, excitando desde el primer
instante las codicias de los conquistadores, fué causa de su rápida
destrucción.
Si
el pueblo inca, en efecto, fuese semita, como se ha pretendido por todos los
cronistas, con el P. Acosta a la cabeza, las características de su templo
serían más o menos las del célebre templo de Jerusalén. Mas, lejos de ser así,
todos sus rasgos son más primitivos y más relacionados con los de la remota
antigüedad egipcia y asiática, y por ello aquellos siete templos del Sol y de
los planetas que se alzaron en la Heliópolis
o incásica "Ciudad del Sol" del Alto Nilo, como en la Baalbek del
Líbano, etc., estaban, por decirlo así, agrupados en un solo edificio, aunque
en cámaras diferentes. según el propio Garcilaso nos indica. Había, pues, amén
de la "Cámara del Sol" (Inti), cuyas
paredes, forradas de oro, mostraban en caracteres iniciáticos la verdadera
situación de la galería en 'la qué yacían sepultados los tesoros jinas del Imperio, otra "Cámara de
la Luna" (Quilla), revestida de
alto abajo de planchas de plata; otra "Cámara o logia del Planeta
Venus" (Chasda), y una cuarta
"Cámara de las Pléyades o Cabrillas (Coyllur),
y una quinta cámara, verdadero Sancta-Sanctorum" (Huata) de aquella caldea y aria iniciación. Las otras dos
"Cámaras del Rayo y del Arco-Iris" (Illapa), completaban aquel verdadero septenario de templos
astronómicos, consagrados todos a la Teosofía, o sea a la primitiva y única
Religión de la Naturaleza (Garcilaso, ob. cit., I. 2, capítulos XXVI y XXVII.)
Por supuesto que con ello los incas, inspirados por sus jinas protectores, no hicieron sino establecer práctica e
iniciática veneración hacia esos cuatro soles de la doctrina cosmogónica
primitiva del atlante Asuramaya, el primero de los astrónomos: el Sol físico y
visible, el Sol ecuatorial, el Sol polar y el Sol central o Logos Demiúrgico,
todos invisibles, pero cuyos respectivos "cuerpos" o tatuas, que dice la lengua sánscrita,
eran: el sistema planetario; el grupo de soles vecinos que, como Sirio, alpha
del Centauro, la 61 del Cisne, etc., vienen a constituir, valga la frase, la
familia del Sol nuestro;- la Galaxia entera
o gran conjunto de los cien millones de soles que integran en la nebulosa de la
Vía Láctea, en cuyo seno vivimos, y cuyo centro, según Madler, es precisamente las Pléyades, y, en fin,
el conjunto todo de esas lejanas nebulosas, de las que forma parte, como una de
tantas, esta Vía Láctea, las dos nebulosas o Nubes de Magallanes, tan semejantes a esta última, las de Orión, los Lebreles, la Lira y mil
otras que, demarcando el más gigantesco de los anillos o "serpientes"
del Cosmos, contornean en círculo máximo nuestro cielo, cortando aparentemente
la Vía Láctea hacia las constelaciones de Casiopea
y del Sagitario[94].
Para
mayor prueba de semejante iniciación caldaica, tenemos, entre otros, detalles
como los que, sin comprenderlos, o acaso comprendiéndolos demasiado, nos da en
su obra citada aquel Rabindranath-Tagore del pueblo conquistado, Garcilaso el
poeta, hablándonos del Acatanta o
egipcio "escarabajo sagrado", es decir, del Espíritu Planetario
(Kabir o Viracocha) que mueve por los ámbitos del sistema planetario, a esa
pelota de cieno que llamamos la Tierra, diciéndonos que, según los Incas, el
alma, durante el sueño, no dormía, sino que viajaba por los espacios (el mundo
astral de los orientales), y hablándonos finalmente de las cuatro clases de
lenguajes usados en el imperio, a saber: a),
el de las comarcas conquistadas, que cuidaban muy bien de respetar aunque
haciendo obligatorio el quiehúa o
lengua oficial del Imperio; b), esta
misma lengua inca u oficial; e), "un
lenguaje iniciático hablado sólo entre los de sangre inca o real", y d), el lenguaje de los números, empleado
también en sus quipos, y que no era otro que el lenguaje sagrado o calcídico
llamado zenzar o "idioma
numérico", que es clave de todos los demás que han hablado los hombres
desde que el mundo es mundo, y que se transparenta cabalísticamente hasta en
las palabras hebreas fundamentales de Elohim,
Jehovah, Adán, Caín, Enoch, Abraham, Sara, etc., que juegan en el texto
bíblico, como nos enseña H. P. B. en sus magistrales obras.
¿Qué
le faltó, pues, a aquel gran pueblo, para poder ser colocado sin desdoro en la
Historia de la Humanidad al lado de otros colosos como el asirio, el
babilónico, el persa, etc.? Nada, absolutamente nada. Verdaderos y leales hasta
el heroísmo, ellos no manchaban con vanos juramentos el nombre de Pachacamac,
su divinidad más excelsa; ellos, según los cronistas, con sus sabios repartos
temporales de
tierras,
que acaso resolverían hoy nuestra pavorosa cuestión social, "nunca
tuvieron pobres", según dicen los mismos cronistas; ellos hicieron casi
todas sus conquistas más con el ejemplo de su persuasión que con las armas,
como llevamos visto; ellos dictaron a aquellos pueblos inferiores leyes
sapientísimas, como no las hay hoy, y las hicieron cumplir con ese suave, pero
inflexible, rigor con que hoy las cumple la sabia Inglaterra, maestra de las
libertades constitucionales; ellos hicieron práctica, rápida y gratuita la
justicia, no un espantajo lamentable, como lo es hoy en más de un pueblo;
ellos, con sus "Torres de posición" del Cuzco, y otros artefactos, en
la actualidad perdidos, hicieron Astronomía y predijeron los eclipses; ellos
tuvieron la más completa farmacopea con sus yerbas; ellos tuvieron de su país
planos en relieve tan buenos como los mejores nuestros, y heredaron sus
sacerdotes de esotros cíclopes del viejo pueblo solar de Tiahuanaco secretos
como los de mover las enormes moles que aún se admiran en sus ruinas, moles tamañas
como pequeñas casas[95], porque dominaban cuantas
ciencias derivan de la Geometría, como lo prueban sus caminos, sus
canalizaciones para riegos, sus postas, sus telégrafos de señales, y tantas
otras que perecieron con ellos. Todo esto sin contar infinitos elementos más de
cultura, como "sus flautas en cuarteto", las poesías de sus haravicus y actores, las ciencias
filosóficas de sus amautas; y, ¡lo
que vale más que todo, como símbolo de grandeza de un pueblo!, no hacían estima particular del oro ni de las piedras preciosas, porque,
satisfechas todas sus dulces necesidades, no sentían esos absurdos pujos de
vanidad, codicia y egoísmo que, tras el oro, mal disfrazamos nosotros, pudiendo
decir con los nibelungos del poema musical de Wágner El oro del Rhin, que ¡sólo les servía para juguetes!, según la
frase de Mimo al perverso Alberico, quien, como nosotros, hizo del oro
instrumento de magia negra para oprimir a sus hermanos infelices...
Gracias
a todo esto, ya un tanto decaído, quizá, en víspera de la conquista española,
pudo estampar en sus Comentarios Reales el
inca Garcilaso estas palabras definitivas acerca de aquel gran pueblo del que
fuese él mismo un último y degenerado vástago: "Extremándose así los
Incas, tanto en la enseñanza de la filosofía moral como en la guarda de sus
leyes y costumbres, llegaron a desvelarse hasta un grado tal en ello, que
ningún encarecimiento podría puntualizado, ya que, además, la experiencia
continuada de ellos les hada pasar siempre adelante, perfeccionándolo de día en
día, y de bien en mejor", e "hicieron así tan grandes cosas, añade
Pedro Cieza de León en su Crónica (capítulo
38), que pocos o ninguno en el mundo llegaron a aventajarles en buen
gobierno", siendo gran maravilla, dice por su parte el P. Acosta, el que
hubiese tanto orden y razón entre aquellas gentes, que en fábulas dulces y
compendiosas, supieron encerrar todas sus leyes y tradiciones, como vamos a
ver.
El
Imperio inca empieza a revelársenos ahora. - El doctor Squier en las ruinas de
Pisac. - Exploraciones de Hiram Bingham en Machu Pichu por cuenta de la
Universidad de Yale. - Abolengos caldeos o calcídicos del Imperio y de la
lengua quichúa. - Las huacas. - El Viracocha inca. - Un precursor del Parsifal wagneriano. - El "inca que
llora sangre" y su primogénito. - Este último tiene una salvadora visión
jina. - ¿La Vaca pentápoda del Viracoroa? - El caso del jina Hancohuallu..-
Welsungos, lobos o divinos rebeldes ineas. - Un verdadero Narada inca. - Concordancias
europeas: "el Camarada vestido de blanco", en las trincheras durante
la Gran Guerra. - Un relato de los mexicanos a Cortés. - La sabia legislación
de los incas y su desprecio hacia las riquezas. - La aristo-democracia de los
que se sacrifican. - Cómo educaban los incas a su príncipe y cómo realizaban el
ideal de justicia. - La mina de aquel feliz Imperio. - La gente "que no
fué vista".
El
día en que se haga un estudio desapasionado y teosófico del maravilloso Imperio
de los incas será un gran día para la humanidad, porque habrán de esclarecerse
cosas e instituciones que aun hoy, en medio de nuestra decantada cultura,
constituirían un gran progreso social.
La
base para semejantes estudios está echada ya, gracias a los esfuerzos
arqueológicos iniciados en Norteamérica, que empiezan a suministramos no pocas
sorpresas.
En
efecto, si queremos los llamados "testimonios positivos" por los
materialistas, ahí tenemos, como documento vivo de tamañas grandezas, las
investigaciones del doctor Squier en las ruinas de Pisac, y otro bien reciente,
que se titula Por las tierras
maravillosas del Perú. Viaje realizado en 1912 por la expedición peruana, bajo
los auspicios de la Universidad de Yale y la Sociedad Nacional de Geografía, por
Hiram Bingham, viaje publicado, con 244 soberbias ilustraciones, por el Magazine of the National Geographic Society (Memorial
hall, Washington D. C., volumen XXIV, núm. 4, abril de 1913), que tengo a la
vista. Dicho sabio norteamericano exploró la comarca, desde 1906 a 1911,
descubriendo y excavando en 1912 las ruinas de la gloriosa ciudad inca del río
Urubamba, llamada Machu Pichu, uno de
esos últimos baluartes de la raza, jamás hollados por la planta de los
conquistadores, según nos relatara la Maestra, con escándalo de no pocos
seudodoctos, al hablar en su Isis sin
Velo de los inauditos y ocultos tesoros de los incas. Es hoy la tal ciudad,
con sus bastiones escalonados, su acrópolis, sus fuentes, templos, palacios y
escalinatas de granito, "el más asombroso grupo de ruinas descubiertas
desde la conquista", en el gran cañón del Urubamba, la parte, quizá, más
inaccesible de los Andes (Ritisuyu, o
"la Montaña Nevada"), a orillas de un espantoso precipicio que vuela
200 pies sobre el río, y a 60 millas al norte del Cuzco.
Es,
pues, la revelación del doctor Hiram Bingham un testimonio que agregar a
esotros elocuentísimos de la jinesca grandeza
inca, conocidos por los nombres de Calca,
Rumicalca, Hurancalca, Ollantay, ciudades de evidente abolengo calcídico, caldeo, celta o kalkamogol -ya que todas esta palabras
tienen el mismo abolengo iniciático en el lenguaje secreto, matemático o calcídico, originario de la Mogolia y el
Thibet- no menos que sus compañeras de los ríos Urubamba y Apurimac, que se
llaman Uru-bamba (la ciudad del
fuego), Ayu-bamba (la del aire, por
ser Vayu, aire, en sánscrito), Ruancarama o Jian-karama ("el sendero de los Jinas"), Abancay o Albancay ("la blanca"), Ferro-bamba ("la ciudad del hierro", metal conocido,
aunque no empleado por ellos), Anta o
Atlanta (típico nombre de nuestras huacas, navetas, torres o cámaras sepulcrales europeas)[96]"
Ianama ("¿la
ciudad de la muerte?") , Punta ("la
quinta ciudad" o "la del cinco"), Pisac (participio de presente del verbo Pisa, o "sapio", acaso), pampa ca-huam (o "llanura de los dioses"), Yucay o Io-cay, delicioso retiro de la Corte, a orillas del río y junto a Calcas, y alguna otra que puede verse en
el croquis de la región, que nos da dicha expedición científica americana.
Y
si no temiésemos forzar aún más las correlaciones sanscritánicas de semejantes
nombres, que se les antojarán -y, acaso, con razón harto violentas a nuestros
filólogos positivistas, todavía podríamos añadir a semejante léxico palabras
como las de Viracocha, el Viraj,
Varón Divino, Kabir o Logos de los hindúes; Inca"
que es Caín (sacerdote-rey) por ley de la temura cabalística; APacheta o culto de las alturas salvadas
de la catástrofe de las aguas (apas, en
sánscrito, aguas); runa, hombre y
pensamiento o "letra"; Xacsahuam
o Xexahuen, valle y ciudadela
sagrada del Cuzco, que nos recuerda a esotra ciudad sagrada marroquí que ha
sido conquistada también por España en nuestros días; Palla, la mujer de sangre real o "hija de Palas", que
dirían los griegos; chita, el chit sánscrito, radical de nuestra
palabra chitón, para imponer silencio;
uchu, el famoso acchu o "rayo de sol" y "piedra" que tanto
juega en la prehistoria de Occidente; mama,
madre o antecesora en tantos pueblos asiáticos; pacha, animador, alentador, guía, y muchas más, dadas ya en el
curso de este estudio.
Finalmente,
la palabra Viracocha es todo un mundo
de revelaciones "jinas".
Años
después de la conquista aún pudo ver Garcilaso la momia del Inca de este
nombre, con otras cuatro, conservadas al estilo egipcio, y relatamos tan
heroicas hazañas de este gran rey, tenido en su juventud por un
"enemigo" por su padre mismo. ¡Un verdadero misterio psicológico, que
bien pudo servir de tipo a Wágner para trazar la figura sublime de su héroe
Parsifal, el mozuelo abobado y estúpido que llegó a conquistar la Lanza Santa y
salvar al Grial!
El
inca Ialmar Huacac ("el que llora sangre") tenía un primogénito
incorregible, dice, a quien tuvo que desheredar y echar de la Corte, haciéndole
guardar el ganado del Sol, con otros pastores, en la solitaria comarca de
Chita. Cierto día, sin embargo, se presentó el joven inopinadamente ante su
padre, el rey, diciéndole que venía "de parte de otro Inca o Señor más
grande que él", para salvar al pueblo de una gran catástrofe.
"Sabrás, señor -relató el príncipe-, que estando recostado a mediodía, y
no sabré decir si dormido o despierto, debajo de una gran peña (o caverna) , se
me puso delante un hombre extraño (un Jina, como cuantos nosotros llevamos
vistos en los capítulos de De gentes del
otro mundo), en hábito y figura diferente de la nuestra, porque tenía
barbas de más de un palmo, y el vestido, largo y suelto, le cubría hasta los
pies, conduciendo, además, un animal desconocido (la consabida vaca pentápoda
de dichos capítulos). El anciano me dijo: "Sobrino, yo soy Hijo del Sol y
hermano del Inca Manco Capac y de la Coya Mama Oello Huaco, su mujer y hermana,
y me llamo Viracocha Inca. Vengo a ti de parte del Sol, nuestro padre, para que
des aviso al rey de cómo las provincias de Chinchasuyo y otras están reuniendo
muchas gentes para derribarle de su trono y destruir nuestra imperial ciudad
del Cuzco. Dile, pues, que se aperciba, y a ti, por tu parte, te digo que no
temas adversidad alguna, pues que en todas te socorreré como a mi carne. No
dejes, por tanto, de acometer cualquier hazaña que convenga a la majestad de tu
sangre y grandeza de tu Imperio, que te ampararé." - En efecto, sigue el
relato Garcilaso, los sublevados, cual torrente devastador, asolaron de allí a
poco todo el Imperio, haciendo al rey desamparar el templo, y la catástrofe
anunciada por aquel Saint-Germain de América habría sobrevenido (como sobrevino
años más tarde por los españoles), si el gallardo Parsifal andino, atendiendo a
los consejos y fiado en la jinesca protección de aquel Kabir, no hubiese asumido el poder real, y deshecho en sangriento
choque a sus enemigos, tomando, finalmente, después, el augusto nombre de su
protector Viracocha, y reinando
largos años feliz bajo su égida. . .
¿Qué
pensar, pues, en buena filosofía, de estas repeticiones
históricas que tienden el puente entre este nuestro mísero mundo y el mundo
excelso de nuestros protectores LOS JINAS? No cabe, en efecto, otra cosa que
admirar una vez más la universalidad con que la tradición de estas "gentes
del otro mundo" se halla repartida por la Historia Universal, a poco que
en ella se profundice, descartando el pobrísimo criterio positivista con que
hasta aquí hemos seguido esta disciplina científica.
Séanos
permitido insistir en particular tan importantísimo que se relaciona además con
otro personaje no menos importante en la historia oculta de aquellos pueblos:
el famoso jina Hancohuallu.
"Tres
meses después del sueño del desterrado príncipe -dice Garcilaso al narrar lo
antedicho (II, LIII) -, vino la nueva del levantamiento de los Hancohuallu y
otras naciones circunvecinas, que veían al inca Yahuar Huacac tan poco belicoso
y tan mucho acobardado con el mal agüero de su nombre de "el que llora
sangre", y embarazado además con la áspera condición de su hijo, quien,
desde el suceso del sueño, había tomado el nombre de Vira cacha Inca, por la
fantasma de este nombre que había visto. Los autores de tal levantamiento
fueron tres indios curacas o jefes de tres grandes provincias de la nación
Chanca, hermanos y deudos del gran Hancohuallu, que fué su general. Confuso el
inca, y temiendo que el vaticinio de la fantasma se cumpliese, abandonó a la
capital del Cozco, retirándose hacia
Collasuyu. Todos los de la ciudad huyeron con él. Entonces, el príncipe
Viracocha, con algunos pastores que consigo tenía, salió en persecución de su
padre, y alcanzándole en la angostura de Muyna le arrancó cuantos vasallos
quisieron recibir la muerte en defensa de su ciudad sagrada, antes que veda en
manos de sus enemigos. Todos los hombres de sangre real y casi todos los
vasallos siguieron al príncipe, por manera que al lado de su padre sólo
quedaron los inútiles..."
Y
después de describir la ya dicha batalla, en la que el formidable poder del
rebelde invasor Hancohuallu quedó por completo abatido, sigue diciéndonos
Garcilaso (III, XXVI) :
"Sucedió,
años más tarde, que, andando el inca por la provincia de los Chinchas, le
llevaron nuevas de un caso extraño, que le causó mucha pena y dolor, y fué que
el bravo Hancohuallu, rey que había sido de los Chancas, aunque había gozado
diez y nueve años del suave gobierno de los incas, y aunque de sus Estados y
jurisdicción no le habían quitado nada, sino que era tan gran señor como lo
fuera antes, con todo eso, no podía su ánimo altivo y generoso sufrir ser
súbdito y vasallo de otro, habiendo sido señor de tantos vasallos. Como, por
otra parte, veía que el gobierno de los incas era tan bueno que bien merecía la
sumisión a él, quiso más procurar su libertad desechando cuanto poseía, que,
sin ella, gozar de otros mayores Estados, para lo cual habló a algunos indios
suyos y les descubrió su pecho, diciéndoles cómo deseaba desamparar su tierra
natural y señorío propio, salir del vasallaje de los incas y de todo su
Imperio, buscando nuevas tierras. Para conseguir este deseo les rogó que se
hablasen unos con otros y que, lo más disimuladamente que pudiesen, se fuesen
saliendo poco a poco de la jurisdicción del inca con sus mujeres e hijos, como
les fuera dable, que él, al efecto, les proporcionaría pasaporte, reuniéndose
luego todos en tierras comarcanas; porque tratar de nuevo levantamiento era
disparate y locura, ya que les faltaba poder para resistir al inca, y aunque le
tuviesen, sería el mostrarse ingrato y desconocido hacia quien tantas mercedes
le había hecho, pues él se contentaba buscando su libertad con la menor ofensa
que pudiese hacer a un príncipe tan bueno como Viracocha Inca. Con estas
palabras los persuadió el bravo y generoso Hancohuallu, y en breve espacio
salieron de su tierra más de ocho mil indios de guerra, sin contar mujeres y
niños, con los cuales se fué el altivo Hancohuallu, haciéndose camino por
tierras ajenas hasta llegar a Tarma y Pumpu, que están a sesenta leguas de su
tierra, donde tuvo algunos reencuentros, y aunque pudiera con facilidad sujetar
aquellas naciones y poblar en ellas, no quiso, pasando adelante, donde la
expansión del Imperio inca no pudiese llegar tan presto, siquiera mientras él
viviese. Con este acuerdo se arrimó hacia las grandes montañas de los Antis,
con propósito de entrarse por ellas, como lo hizo, habiéndose alejado casi
doscientas leguas de su tierra. Mas donde entró y donde pobló, nadie lo sabe
decir, fuera de que entraron por un gran río abajo y poblaron en las riberas de
unos grandes y hermosos lagos, donde se dice que hicieron tan grandes hazañas
que más parecen fábulas compuestas en loor de sus parientes los Chancas que una
historia verdadera, aunque del ánimo y valor del gran Hancohuallu muy grandes
cosas se pueden creer. El inca recibió gran pena de la huida de Hancohuallu, y
quisiera haber podido evitarla, mas ya que no le fué posible, se consoló
pensando que ello no había sido por su causa."
Los
curiosísimos párrafos transcritos del inca Garcilaso de la Vega nos presentan,
pues, en las figuras de Viracocha y de Hancohuallu, a dos personajes por demás
extraños. El primero es un prototipo de rebeldes o welsungos, que diría Wágner, un "hijo de la loba" o de la
gran Humanidad rebelde y jina, como
Sigmundo, Sigfrido, Marte, Remo y Rómulo, Anubis; de esa vulgaridad que choca
con las vulgaridades ambientes de los "perros" o "vividores y
sumisos" que, dentro del humano egoísmo, tanto abundan, por desgracia, con
daño y detrimento de los buenos. Por eso, en su juventud, le vemos desterrado
por su padre de la Corte, como el Narada hindú lo fuera del cielo por Brahmâ[97], el Mercurio griego lo
fuera por Júpiter, Sigmundo por Wotan, y tantos otros en los demás panteones
religiosos, sin perjuicio luego de tener que recurrir a ellos en los momentos
difíciles que vienen seguidamente por tal destierro, como acaeciera con el
joven príncipe inca.
Es
decir, que lo que nos parece "pura historia inca", se sale, como
siempre, de los moldes históricos para entrar en los de la leyenda y el mito,
según vamos viendo en tantos otros pueblos, y es un Kabir, un Viracocha, un
ser superior, un anciano de blanca barba, un jina, en fin, el que en la soledad, junto a la cueva iniciática
de siempre y entre "pastores" o iniciados, se le aparece cuando el sol está en la plenitud de su
carrera, para anunciarle al joven una gran catástrofe para su pueblo, que él
está llamado a evitar, oficiando a su vez
de "hombre salvador, redentor o jina",
para tomar después, como sucede siempre en la trasmisión de la
"palabra o misión sagrada", el propio nombre que su maestro. ¿Cómo,
pues, nos asombramos, una vez más, de
las supuestas "casualidades" y "coincidencias" de pueblo a
pueblo, viendo al Viracocha iniciador
y al Viracocha iniciado realizar la misión augusta de salvar a su pueblo de la
tempestad guerrera que sobre él se cernía, como aún en nuestros propios días ha
corrido, con más o menos verosimilitud, entre los pobres soldados de las
trincheras de Occidente?
Véase
uno de tantos relatos más o menos jinescos
que han corrido entre los soldados y que la revista escocesa Vida y Obras nos refiere en estos
términos:
"El Camarada vestido de blanco. -
Extrañas narraciones llegaban a nosotros en las trincheras. A lo largo de la
línea de 300 millas que hay desde Suiza hasta
el mar, corrían ciertos rumores, cuyo orig-en y veracidad ignorábamos nosotros.
Iban y venían con rapidez, y recuerdo el momento en que mi compañero Jorge
Casay, dirigiéndome una mirada extraña con sus ojos azules, me preguntó si yo
había visto al Amigo de los heridos, y entonces me refirió todo lo que sabía
respecto al particular.
"Me
dijo que, después de muchos violentos combates, se había visto un hombre
vestido de blanco inclinándose sobre los heridos. Las balas le cercaban, las
granadas caían a su alrededor, pero nada tenía poder para tocarle. Él era, o un
héroe superior a todos los héroes, o algo más grande todavía. Este misterioso
personaje, a quien los franceses llaman el Camarada vestido de blanco, parecía
estar en todas partes a la vez: en
Nancy, en la Argona, en Sojssons, en Ipres, en dondequiera que hubiese hombres
hablando de él con voz apagada. Algunos, sin embargo, sonreían diciendo que las
trincheras hacían efecto en los nervios de los hombres. Yo, que con frecuencia
era descuidado en mi conversación, exclamaba que para creer tenía que ver, y
que necesitaba la ayuda de un cuchillo germánico que me hiciera: caer en tierra
herido.
“Al
día siguiente los acontecimientos se sucedieron con gran viveza en este pedazo
del frente. Nuestros grandes cañones rugieron desde el amanecer hasta la noche,
y comenzaron de nuevo a la mañana. Al mediodía recibimos orden de tomar las
trincheras de nuestro frente. Éstas se hallaban a 200 yardas de nosotros, y no
bien habíamos partido, comprendimos que nuestros gruesos cañones habían fallado
en la preparación. Se necesitaba un corazón de acero para marchar adelante, pero
ningún hombre vaciló. Habíamos avanzado 150
yardas cuando comprendimos que íbamos mal. Nuestro capitán nos ordenó ponernos
a cubierto, y entonces precisamente fui herido en ambas piernas.
"Por
misericordia divina caí dentro de un hoyo. Supongo que me desvanecí, porque
cuando abrí los ojos me encontré solo. Mi dolor era horrible, pero no me
atrevía a moverme, porque los alemanes no me viesen, pues estaba a 50 yardas de
distancia, y no esperaba a que se apiadasen de mí. Sentí alegría cuando comenzó
a anochecer. Había junto a mí algunos hombres que se habrían considerado en
peligro en la obscuridad, si hubiesen pensado que un camarada estaba vivo
todavía.
"Cayó
la noche, y bien pronto oí unas pisadas, no furtivas, sino firmes y reposadas,
como si ni la obscuridad ni la muerte pudiesen alterar el sosiego de aquellos
pies. Tan lejos estaba yo de sospechar quién fuese el que se acercaba, que aun
cuando percibí la claridad de lo blanco en la obscuridad, me figuré que era un
labriego en camisa, y hasta se me ocurrió si sería una mujer demente. Mas de
improviso, con un ligero estremecimiento, que no sé si fué de alegría o de
terror, caí en la cuenta de que se trataba del Camarada vestido de blanco, y en
aquel mismo instante los fusiles alemanes comenzaron a disparar. Las balas
podían apenas errar tal blanco, pues él levantó sus brazos como en súplica, y
luego los retrajo, permaneciendo al modo de una de esas cruces que tan
frecuentemente se ven en las orillas de los caminos de Francia. Entonces habló;
sus palabras parecían familiares; pero todo lo que yo recuerdo fué el
principio:
"-Si
tú has conocido.
"Y
el fin:
"-Pero
ahora ellos están ocultos a tus ojos.
"Entonces se
inclinó, me cogió en sus brazos -a mí, que soy el hombre más corpulento de mi
regimiento- y me trasportó como a un niño.
"Yo
debí desvanecerme de nuevo, pues volví a la conciencia en una cueva pequeña
junto a un arroyo, cuando el Camarada de blanco estaba lavando mis heridas y
vendándolas. Acaso parecerá una necedad lo que voy a decir: pero yo, que sufría
un terrible dolor, me sentía más feliz en aquel momento de lo que lo había sido
en toda mi vida. Yo no puedo explicarlo, pero me parecía como si en todos mis
días hubiese estado esperando por éste, sin darme cuenta de ello. Mientras
aquellas manos me tocaban y aquellos ojos me miraban compadecidos, yo no
parecía cuidarme ya de la enfermedad ni de la salud, de la vida ni de la
muerte. Y mientras él me limpiaba rápidamente de todo vestigio de sangre y de
cieno, sentía yo como si toda mi naturaleza fuese lavada, como si toda suciedad
e inmundicia de pecado fuese borrada, como si me convirtiese de nuevo en un
niño.
"Supongo que
me quedé dormido, porque cuando desperté, este sentimiento se había disipado.
"Yo
era un hombre y deseaba saber lo que podía hacer por mi amigo para ayudarle y
servirle. Él estaba mirando hacia el arroyo, y sus manos estaban juntas, como
si orase; y entonces vi que él también estaba herido. Creí ver como una herida
desgarrada en su mano, y conforme oraba, se formó una gota de sangre, que cayó
a tierra. Lancé un grito. sin poderlo remediar, porque aquella herida me
pareció más horrorosa que las que yo había visto en esta amarga guerra.
"-Estáis
herido también -dije con timidez.
"Quizá
me oyó, quizá lo adivinó en mi semblante; pero contestó gentilmente:
"-Esa
es una antigua herida, pero me ha molestado hace poco.
"Y entonces
noté con pena que la misma cruel marca aparecía en su pie. Os causará
admiración el que yo no hubiese caído antes en la cuenta; yo mismo me admiro.
Pero tan sólo cuando yo vi su pie, le conocí: "El Cristo vivo." Yo se
lo había oído decir al capellán unas semanas antes, pero ahora comprendí que Él
había venido hacia mí -hacia mí, que le había distanciado de mi vida en la
ardiente fiebre de mi juventud-. Yo ansiaba hablarle y darle las gracias. pero
me faltaban las palabras.
"Y
entonces Él se levantó y me dijo:
"-Quédate
aquí hoy junto al agua; yo vendré por ti mañana; tengo alguna labor para que
hagas por mi.
"En
un momento se marchó; y mientras le espero, escribo esto para no perder la
memoria de ello. Me siento débil y solo, y mi dolor aumenta. Pero tengo su
promesa; yo sé que él ha de venir mañana por mi."
Y
si esto decimos del Inca Viracocha, otro tanto puede decirse también de
Hancohuallu, esa especie de Moisés de los pueblos de Chancas, entre los que
viviera al modo como la Maestra H. P. B. nos pinta a los todas viviendo entre
los badagas, y de los que sacó a sus
elegidos, "alejándose por tierras solitarias casi doscientas leguas,
entrando y poblando donde nadie sabe, y donde realizaron, se dice, tales
hazañas, que más parecen fábulas que cosa cierta", como corresponde a
todos los conductores de pueblos o "Manús de la Historia", los
Xisthruros, los Noés, los Manco Capac, los Quetzalcoatl, los Hancohualul, cosa que era corriente
también entre cuantos pueblos grandes nacieron al calor del Popool-Vuh, en
América, como demostrarse puede.
En
la primera carta de Cortés (párrafos 21 y 29) relata, en efecto, lo que le dijo
Moctezuma en una de las entrevistas: "Por nuestros libros sabemos que,
aunque habitamos estas regiones, no somos indígenas, sino que procedemos de
otras tierras muy distantes. Sabemos también que el caudillo que condujo a
nuestros antepasados regresó al cabo de algún tiempo a su país nativo, y tornó
a venir para volverse a llevar a los que se habían quedado aquí; pero ya los
encontró unidos con las hijas de los naturales, teniendo numerosa prole y
viviendo en una ciudad construida por sus manos; de manera que, desoída su voz,
tuvo que tornarse solo. Nosotros, añadía, hemos estado siempre en la
inteligencia de que sus descendientes vendrían alguna vez a tomar posesión de
este país, y supuesto que venís de las regiones donde nace el Sol, y me decís
que hace mucho tiempo que tenéis noticias nuestras, no dudo de que el rey que
os envía debe ser nuestro señor natural."
A
estas tradiciones, pues, a la superioridad de armas y caballos -desconocidos en
México- y a la providencial intervención de doña Marina, no menos que al
heroísmo invencible de aquel puñado de valientes, se debió la epopeya de la
conquista de México.
¿A
qué se debe si no -añadiremos- ese precioso detalle que a Garcilaso el
historiador se le escapa, de pasada, relativo a que el fantasma del gran
Viracocha iba conduciendo un animal extraño, "desconocido", o sea la
famosa Vaca pentápoda, que comparte con el Ave Garuna (Ave Fénix griega o Ave
del Li-Sao chino) y con el Caballo Dodecápedo persa la suprema e indescifrable
curiosidad mítica? Ese complemento
esencial e incomprensible de todo chela, sadhu o discípulo del Ocultismo
universal, es un rasgo perfectamente
escita o ario del pueblo incásico.
"Los
escitas -dice el historiador Anquetil- descienden de Gaumar o Gomar ("el
Hombre de la Vara", o sea el jina), hijo
de Jafet, o de Ia-phetus, el también jina o hijo de Io, la Primitiva
Sabiduría." "En cuanto a los celtas -añade-, ellos no eran sino
escitas establecidos en Europa"..., e igual pudo decir, dadas las
toponimias incaicas transcritas anteriormente, acerca de los celtas, kalcas o incas establecidos en América con su Manú respectivo. La característica, en fin, de las gentes escíticas
era, como nadie ignora, su más profundo desprecio hacia las riquezas, junto con
una gran tendencia a la templanza y el más ferviente amor a la justicia.
Esto
último ya quedó evidenciado antes; pero por si alguna duda hubiese, ahí están
los largos capítulos que Garcilaso consagra a la sapientísima legislación inca,
legislación que si la admitiesen los pueblos europeos acaso se ahorrarían
muchas lágrimas derivadas del insostenible contraste actual entre el lujo y la
miseria, que jamás se diera entre los incas ni entre sus similares del antiguo
mundo. Entresaquemos algunos ejemplos de ello.
Es
el primero el relativo al Derecho penal, tan absurdo y tan semítico que
padecemos: un Derecho penal que, con las confiscaciones -secretos motivos
además de tantos supuestos delitos- "viste, como el vengativo Jehovah, las
culpas de los padres sobre los hijos hasta la quinta generación".
"Nunca
tuvieron los incas -dice Garcilaso- pena pecuniaria ni confiscación de bienes,
porque decían que castigar en la hacienda y dejar vivos a los delincuentes no
era quitar los malos de la república, sino dejar a los malhechores con más
libertad para que hiciesen mayores males. Si algún curaca (gobernador) se rebelaba,
delito más grave para los incas, o hacía otro delito que mereciese la pena de
muerte, aunque se la diesen, no quitaban el estado a su sucesor, sino que se lo
dejaban a éste, representándole así la culpa y la pena de su padre para que se
guardase de otro tanto. Lo mismo practicaban en la guerra, pues nunca
descomponían los capitanes naturales de las provincias, sino dejábanles con los
oficios y dábanles otros de sangre real por superiores... Así acaeció muchas
veces que los delincuentes, acusados de su propia conciencia, venían a acusarse
ante la justicia de sus propios delitos, porque, a más de creer que su alma se
condenaba con ellos, tenían por muy averiguado que, por su causa y la de otros
tales, venían a la república todo género de males, como enfermedades, muertes,
malos años y otra cualquiera desgracia común o particular... En cada pueblo
había un juez, el cual era obligado a ejecutar la ley en oyendo a las partes
dentro de cinco días, porque los incas entendieron no les estaba bien seguir su
justicia fuera de su tierra, ni en muchos tribunales, por los gastos que se
hacen y las molestias que se padecen; que muchas veces monta más esto que lo
que van a pedir, por lo cual dejan perecer su justicia, principalmente si
pleitean contra ricos y poderosos, los cuales con su pujanza ahogan la justicia
de los pobres... Cada mes, además, daban cuenta los jueces ordinarios a los
superiores de sus pleitos, hasta llegar así a los visorreyes y al Inca, por
medio de los quipos. Todo ello aparte de las visitas que este último giraba con
frecuencia a cada una de las comarcas. Había además tucuyricocs o veedores, y
cualquier autoridad que hallasen incursa en justicia era castigada más
rigurosamente que cualquiera otro, porque decían que no se podía sufrir que hiciese
maldad el que había sido escogido para hacer justicia, ni que hiciese delitos
el que estaba puesto para castigarlos y a quien habían elegido el Sol y su Inca
para que fuese mejor que todos sus súbditos."
Esta
verdadera aristo-democracia es algo que acaso no podría encontrarse ni en los
mejores tiempos de la Grecia, porque no cabe duda. alguna de que el Gobierno
mejor es siempre el de los mejores
efectivos, que ES
EL DE LOS QUE SE SACRIFICAN.
Véase
otra muestra de semejantes sacrificios de esa aristocracia jina o "toda" de
los reyes incas. Hablando Garcilaso (III, LIII) de cómo eran armados caballeros
los mozos de sangre real, habilitándolos para tomar estado e ir a la guerra,
consagra después otro capítulo (el LV) a demostrar "cómo el príncipe
heredero, al entrar en la probación, era tratado con mayor rigor que todos los
otros", diciendo:
"El
iniciador les hacía cada día un parlamento. Traíales a la memoria la
descendencia del Sol; las hazañas hechas, así en paz como en guerra, por sus
reyes pasados, y por otros famosos varones de la misma sangre real; el ánimo y
esfuerzo que debían tener para aumentar su bienhechor imperio; la paciencia y
sufrimiento en los trabajos para mostrar su generosidad; la clemencia, piedad y
mansedumbre con los pobres y demás súbditos; la rectitud en la justicia; el no
consentir que a nadie se hiciese agravio, y la liberalidad y magnificencia para
con todos como verdaderos hijos del Sol. En
suma, la persuasión a todo lo que en su moral filosófica alcanzaron que
convenía a gente que se preciaba de ser divina y haber descendido del cielo... Hacíanles,
además, dormir en el suelo, comer mal y poco, andar descalzos y otras mil
probaciones, en las que entraba también, cuando era de edad adecuada, el
primogénito del Inca, legítimo heredero del Imperio. Es de saber, en efecto,
que, por lo menos, le examinaban con el mismo rigor que a cualquier otro, y le
trataban peor, diciendo que, pues había de ser más tarde rey, era justo que en
cualquier cosa que hubiere de hacer se aventajase a todos, porque si por
achaques de la fortuna viniese a ser menos, se aventajase, sin embargo, a
cualquiera en la adversidad, lo mismo en el obrar como en el sentir. Así, todo
el tiempo que duraba el noviciado, que era de una luna nueva a otra, andaba el
príncipe vestido del más pobre y vil hábito que se podría imaginar, hecho de
andrajos vilísimos, y con él aparecía en público cuantas veces era menester,
para que en adelante, cuando se viese poderoso rey, no menospreciase a los
pobres, sino que se acordase haber sido uno de ellos y les hiciese caridad,
para merecer el nombre de Huachacuyac, que daban a sus reyes, y que quiere
decir amador y bienhechor de los pobres."
Esto
de la pobreza, además, era entre los felices incas cosa nada más que relativa,
por cuanto, como demuestra Garcilaso (III, IX), el rey, en caso necesario, daba
de vestir, etc., a sus vasallos. No había así mendicidad alguna en todo el
reino, dicha que para sí quisieran los más orgullosos pueblos modernos, cuyos
fastuosos lujos de los pocos están cimentados en la más repugnante de las
miserias de los muchos. Así es que el noble idealismo semirrevolucionario de un
Henry George moderno nada tendría que hacer allí en un pueblo como aquél, que
hacía continuos, justos y maravillosos repartos de tierra, ¡de esa Tierra que
pertenece a todos sus hijos, como la cárcel pertenece al prisionero!
Las
tierras incas, dice "Sócrates" en su Civiliçao dos Incas, separada la parte del culto y la del Estado,
eran divididas entre los jefes de familia, conforme a las necesidades de cada
uno y el número de los habitantes de los distritos. Hacíanse nuevos lotes para
los recién casados, los cuales eran aumentados a proporción del crecimiento de
la familia La tierra del pueblo se labraba y regaba siempre antes que la del
Inca, y antes también eran labradas por los de cada pueblo -donoso ejemplo de
solidaridad social- las tierras de las viudas, los huérfanos y los ausentes.
Por otra parte, como el trabajo prestado por el pueblo en las otras tierras del
Sol y del Inca era como un impuesto, los productos de las del pueblo eran
aplicados íntegros para la manutención de la familia, mientras que el producto
de aquellas otras tierras era destinado casi por entero a obras de interés
colectivo, tales como vías públicas, puentes, fortificaciones, drenajes,
pósitos, correos, etc., en las que tanto sobresaliesen los incas, hasta el
punto de que nosotros, los españoles, hubimos de copiar no pocas cosas de
ellos..., ¿Qué más, si al propio enfermo se le consideraba como huésped del Sol (por cuanto la
enfermedad era el camino de irse con él algún día), y se le sostenía y
medicinaba como tal huésped por el Estado? También eran tenidos como
"huéspedes del Sol" cuantos pasaban de cuarenta y cinco años, después
de haber dedicado, a la consolidación de su persona, veinte y veinticinco años
al trabajo individual y colectivo, en el más ideal de los sistemas primitivos
de jubilaciones, retiros y seguros, Conviene, en fin, leer al Padre José de
Acosta respecto de los años "sabático" y "de jubileo".
La
enseñanza incaica tenía, como todas las de las regiones del pasado, incluso el
Cristianismo, una parte exotérica, pública o humana, y otra parte esotérica, privada, iniciática o jina, de la cual, si bien no se tienen
detalles directos por los historiadores, por lo mismo que era secreta, sí puede
colegirse cuál fuera leyendo entre líneas no pocas de las noticias que ellos
nos suministran,
Una
de ellas es la rapidez increíble y verdaderamente jina con que se ocultó, más que desapareció, la iniciación inca a
la llegada de los conquistadores, tanto, que un hombre de sangre real, como
Garcilaso, heredero directo del trono por su madre Isabel, si en éste hubiesen
podido heredar las hembras, y que nació ocho años después de la conquista,
apenas si pudo recoger de labios de su tío las vagas indicaciones ocultistas o jinas de su citada obra, Cual ocurre
siempre en estos casos -caída de los pitagóricos, de los templarios y de otras
sociedades secretas-, la iniciación inca se ocultó ipso tacto así que pusieron en el país su planta los
conquistadores. Sepultóse también por toneladas el oro del templo del Cuzco y
el de otros muchos, y se creó, como sucede siempre que se peca contra la Magia,
o sea "contra el Espíritu Santo", el más terrible de los karmas
colectivos, tal, que aún hoy, por desgracia, perdura[98], a partir de esa
verdadera tragedia griega de los Atridas, que tuvo por principales personajes a
Huáscar, Atahualpa, Pizarro y Almagro.
Otro
rasgo plenamente jina es el que
estampa Garcilaso (III, XVIII) cuando, al hablar de la batalla de Xaxahuana entre los chancas y los incas
-en el lugar mismo en que fué después la decisiva entre Pizarro y Lagasca-, el
Viracocha anima a estos últimos diciéndoles "que, a pesar de ser aquéllos
mucho más numerosos, él les daría la victoria contra ellos, y de ellos les
haría señor, porque le enviaría gente
que, sin que fuese vista, le ayudase". En efecto, no sólo en la
guerra, sino en todos los momentos, la relación secreta entre el Hierofante o
Sumo Sacerdote y el Inca o Rey equivalía a otro auxilio "invisible y
continuo" como el que, en tiempos de pasado esplendor, mediase entre el Sungado y el Mikado japonés. o entre el Colegio Sacerdotal romano y los primeros
reyes iniciados (Rómulo, Numa, etc.), ó bien entre los shamanos, thibetanos y
chinos, con los hombres superiores y reyes, como ya viéramos en el capítulo IX,
y como podríamos ampliar si aquí trajésemos las extensas consideraciones que
hemos consignado en numerosas páginas del tomo IV de esta Biblioteca. Sus
ritos, por supuesto, eran secretos, como los de los druídas, y cuadraban a la
perfecta superioridad de las gentes solares
o incas sobre todas las demás de aquel continente, superioridad que en
Astronomía les permitió predecir los "eclipses de Sol y de Luna, conocer
los movimientos de los planetas, saber que la Tierra es redonda y gira en torno
del Astro-rey, determinar con toda exactitud las estaciones y el año trópico,
dividido como entre nosotros en doce meses, y aun contar, gracias a secretos
iniciáticos aún desconocidos por nuestra ciencia europea, otro grandes ciclos
solares, a la manera de los años solares heliacales,
de que también nos ha hablado Platón.
Tras
de la Astronomía, venía en la escala de la iniciación la Poesía y la Música,
acerca de las que Garcilaso nos da algunos pasajes muy hermosos, todo ello sin
contar con la Geometría y el arte de la Construcción, en las que por fuerza
tenían que ser peritísimos, dado lo prodigioso de sus obras, que fueron
admiración de los propios conquistadores.
Breves
palabras acerca del monoteísmo judaico. - Los ángeles o jinas en el Génesis. - Los querubines del Paraíso y
el "Fuego Encantado" wagneriano. - Los "Elohim" creadores.
- El "Pozo de las Aguas de la Vida". - Sara y los ángeles contra
Sodoma. - El patriarca Enoch, Henoch, Jano o Jaino y la Biblia. - Caín, el
prototipo de la raza jina. - El simbolismo del Pentateuco y el P. Scío de San Miguel. - La euthanasia jina, según
diversos intérpretes católico-romanos. - Los hijos de Anak, el jina. - Equivalencias
ocultistas del nombre de Henoch o "el Vidente-Iniciador". - El Henoch
hebreo y el Hermes egipcio. - El "Enoichion" griego. - El Enoch de la
Cábala. - El Enoch o Avatar de los hindúes y su Cruz. - Enoch-Helios o "El
Caballero del Cisne". - La Ramases o "ciudad de Rama", hebrea. -
Grandezas "jinas" del profeta Samuel. - El caso de Jonathás. -
Significado del dicho de Josefo.
Como
quiera que el asunto de los jinas se hace más y más sugestivo, abramos capítulo
aparte a los jinas de los pueblos judío y cristiano, cuyos respectivos libros
religiosos tanto han contribuido a cimentar toda la ideología de los pueblos
occidentales, pueblos que, pese a sus guerras y egoísmos, se creen colocados
hoya la cabeza de una civilización... de
naipes, "como jamás ha conocido el mundo".
Desde
luego, insistimos para ello en los derechos de nuestra acostumbrada libertad
científica, sin la cual, y dentro del mayor respeto a los cultos de entrambos
pueblos, toda investigación resultaría imposible. Además, como dice el Talmud:
"Todas las opiniones sinceras que se emiten a propósito de un punto de
doctrina, son palabras de Dios vivo."
Es
muy frecuente en los autores que se ocupan de religiones comparadas el hablar
del monoteísmo esencial de la religión judaica y su odio eterno hacia todo
cuanto pueda trascender a un mundo superliminal o jina. Los ilustrados fariseos, los escépticos saduceos. diríanse
siempre contrarios a poblar el mundo del más allá de esa pléyade inmensa de los
330 millones de devas o "dioses" del panteón hindú, como le poblara
también el tan artístico pueblo griego con sus dioses consentes y selectos, sus
semidioses y sus héroes.
Pero
esto no es más que un craso error nacido de que los libros mosaicos, o
"Biblia", que han llegado hasta nosotros, si bien reflejan con mayor
o menar fidelidad las doctrinas exotéricas o populares groseras de los tiempos
del gran reformador Moisés, están hechos con cargo a dichas leyendas antiguas
por Esdras, después de la cautividad, y cuando ya "el pueblo
escogido", como hoy sus herederos directos los pueblos europeos, se había
hecho incrédulo y materialista.
El
primitivo pueblo hebreo o semita no fué así, porque todavía conservaba, aunque
materializadas, muchas de las doctrinas arias o "samaritanas"
recibidas de los caldeos, ya que el propio patriarca A-braham ("el no-brahman")
, el marido de Sahara (la Sara-svati hindú) , vino de Ur de la Caldea o
"Tierra del Fuego"; es decir, de las colonias "parsis",
donde el Fuego Espiritual se adoraba.
Así las Intervenciones angélicas o jinas son frecuentísimas, contra lo que
se cree, en el Antiguo Testamento. La
primera de esta intervenciones es la de los querubines de fuego que, con sus
espadas flamígeras, impidieron el retorno de la primera pareja humana al
Paraíso del Deleite, en castigo por haber
adquirido la razón al comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal[99].
Por
cierto que el fuego de estos querubines no puede ser más real ni más simbólico.
Sí;
el Paraíso del supremo deleite espiritual está fuera y por encima de la mera
razón; el frío e inerte raciocinio animal del hombre no puede abarcarle, porque
su Fuego, que es Luz de luces, sólo puede ser percibido y atravesado por la
Mística, la ciencia del Supremo Amor, que es superior al conocimiento. Por eso,
a la walkyria Brunhilda, en el drama wagneriano -drama inspirado en las
primitivas tradiciones escandinavas o de los protosemitas nórdicos-, la piedad
de su irritado padre Wotan al sumergirla en el ensueño de su encanto, la rodea
en su roca de un Fuego Sagrado, cuyo muro no puede ser franqueado sino por un
héroe como Sigfredo, prototipo de la Mente Espiritual[100].
En
las subsiguientes intervenciones de seres superiores en los negocios del
hombre, se advierte en la Biblia el detalle de que en los primeros tiempos
antediluvianos, poco después, es Dios mismo los Elohim o Dioses, la hueste
colectiva de creadores, como llevamos dicho), el que alterna y conversa con los
hombres, presentándose al modo como en otras leyendas se presentan los jinas. En cambio, pasada esta época, y a
Aquél se limita a dirigirse al hombre, ora velando su Faz con fuegos, nubes y
sueños; ora delegando sus órdenes en el ministerio de los ángeles, y más tarde
meramente en los profetas o héroes. Márcanse así claramente dos o tres períodos
que los paganos, como los orientales, llamarían, respectivamente, las Edades de
oro, plata y cobre, bien superiores en esto como en todo a la presente y
tristísima Edad de hierro o Kaliyuga, donde el hombre no sólo no ve nada
superior a él, sino que casi no se ve a sí mismo.
En
esa edad de plata, pues, que al diluvio, o catástrofe atlante, subsigue, vemos
a los ángeles o semidioses descender
entre los mortales, y sería largo hacer de ello detalladas referencias.
Consignemos, pues, las más principales sólo:
La
primera es la del Pozo del Viviente o
de la vida (Gén., XVI), en la que el
ángel detiene a la fugitiva Agar y le profetiza su numerosa descendencia. Este
pozo, con sus similares, juega gran papel en diversos pasajes bíblicos, y es,
por supuesto, no un pozo material, sino el símbolo de las puras aguas de la
Sabiduría oculta. Por eso la frase del v. 19, cap XXI del Génesis, cuando "Dios abrió
los ojos de Agar en el desierto para que viese el pozo de agua...", y
de aquí también la discordia entre Abraham y Abimelech (o el Melcha) el pagano Abí), a causa del dicho pozo de Bersabee.
Otro pozo vemos figurar, ya seco o sin
las aguas de la sabiduría, en la tragedia de Joseph (o Io-sapho, "la sabiduría de Io o primitiva") con sus
hermanos, cuando éstos pretendieron matarle, y por consejo de Rubén -el hombre
rojo atlante que diría Basaldúa- le esconden en dicho pozo o cisterna, ya seca, de donde le sacan luego para venderle a
unos mercaderes egipcios. Otro pozo es
el en que Eliezer (Helias-zar o
"el hombre de Dios") encuentra a Rebeca, la nieta de Melcha, y se la lleva por esposa a Isaac, el hijo de su Señor (ib. XXIV). Pozos, en fin, de análogo carácter fueron los cegados por los palestinos
(ib. XXVI) por envidia a las prosperidades conseguidas por los israelitas, y
por cierto que, al par que los palestinos cegaban estos simbólicos "pozos
de agua viva" o de la sabiduría, los israelitas abrieron otros no menos
simbólicos con sus crecientes doctrinas de corrupción, y cuyos nombres, en el
mismo texto, son Calumnia, Enemistades,
Anchura (Ancho camino o Mal sendero),
etc., hasta cavar el último, o sea el
de la Abundancia, después de habérseles aparecido y adoctrinado el Señor
(ib. XXVI) .
La
segunda intervención superliminal, o jina
de la Biblia, es aquella de cuando bajan tres ángeles disfrazados de peregrinos,
como el Wotan wagneriano cuando recorría la tierra y conversaba con los
perversos[101],
y después de profetizar a Sara que tendría un hijo, pasan a destruir a las
vecinas ciudades de la Pentápolis, hospedándose en casa de Lot, destrucción
"por el fuego" en la que algunos teósofos ven un eco, más que de la
sumersión de la Atlántida, de la anterior destrucción de la Lemuria por los
fuegos volcánicos, según se lee en La
Doctrina Secreta.
Pero
nada de ello es tan sublime y sugestivo como los breves veZrsículos del Génesis consagrados al patriarca hebreo
del "mundo de los jinas", el maravilloso Enoch, Henoch, Jaino o Jano, cuya
excelsa personalidad jamás ha sido bien interpretada por los comentaristas,
quienes, por no ponerse al nivel debido, "han tenido ojos para ver, y no
han visto", porque les ha faltado para esto, como para todo, la divina
"luz de Oriente", única capaz de guiar a la humanidad ilustrada por
estos tan consoladores derroteros.
Hagamos,
pues, una glosa adecuada de los pasajes de referencia, seguros de que el lector
ha de sentir que algo nuevo, y por encima de lo vulgar, se abre ante sus ojos.
"Vivió
Henoch -dice el texto hebreo- sesenta y cinco años. y engendró a Mathusalem, y
anduvo Henóch con Dios -es decir, practicó la suprema vida del justo-, y vivió
otros trescientos años, engendrando hijos e hijas, y todos los días de Henoch
fueron trescientos Sesenta y cinco años, y desapareció, Porque se le llevó
Dios."
Con
estas sencillas, pero simbólicas palabras, nos habla el capítulo V del Génesis (v. 21 al 24) de la primera euthanasia humana, o sea del apoteótico
tránsito al mundo de los jinas de
aquel justo, biznieto de Cain-an (permutación
del egregio nombre inca de Caín), que en el capítulo IV vemos ser
descendiente, no de Seth, sino del propio y divino
Caín[102],
Viniendo luego a los comentaristas católicos de! hermoso pasaje Jina, nos sale el primero e! eruditísimo
P. Scio de San Miguel, quien nos dice en la correspondiente nota: "Aunque
algunos rabinos no admiten el tránsito de Henoch sino en e! sentido de la
muerte natural, no pocos de entre ellos coinciden con la creencia cristiana de
que Henoch fué arrebatado por Dios en verdadera euthanasia, viviendo desde entonces en esotro mundo -al que
nosotros denominamos de los jinas-, mundo
desde el cual, judíos y cristianos opinan bajará algún día para conversión y
salvación de los hombres, o bien para constituir, en unión del profeta Elías
-otro transfigurado, como pronto veremos- aquellos dos testigos de las maldades
del Antecristo de que habla el Apocalipsis
(XI, 3 Y 4), a quienes éste hará finalmente morir." El Eclesiástico -añade aquel intérprete
bíblico- consigna claramente que Henoch resultó grato a los ojos del Señor y
fué trasladado al Paraíso -o mundo de los jinas-
para llevar a los hombres hacia el camino recto, así que se arrepientan de
sus muchas culpas, y San Pablo afirma que, "gracias a su inmensa fe,
Henoch fué traspuesto (o llevado en euthanasia a más excelso mundo), para que no viese la muerte, y que no
fué hallado porque Dios mismo le traspuso, porque antes de semejante traslación
tuvo así testimonio indudable de haber agradado al Señor durante su recta vida
sobre la tierra".
Estas
típicas frases del Iniciado cristiano en el capítulo XI de la Epístola a los Hebreos, no son, como él
mismo dice, sino el fruto de "esa fe que es la substancia misma de las
cosas que se esperan y la esencia de las cosas que no se nos muestran a
nuestros ojos físicos, pero merced a la cual hallaron la verdad los antiguos,
aquellos que, a lo largo de su vida de justos, alcanzaron los bienes eternos,
llegando a hacer visible lo invisible... después de sufrir escarnios, azotes,
cárceles y cadenas, y de ser apedreados, maltratados, probados y hasta muertos
de espada, tras de andar de acá para allá, mal cubiertos por groseras pieles,
desamparados, angustiados, afligidos, y andando fuera de un mundo que de ellos
no era digno, descarriados por los desiertos, montes y cavernas de la
tierra".
En
cuanto al mundo especial donde seres tales como Henoch y Elías fueron trasladados,
opinan doctores de la Iglesia tan poco idealistas como Agustín e Ireneo, que él
no es sino un paraíso terrestre, donde viven en un nuevo cuerpo -el segundo
cuerpo espiritual del que habla San Pablo-, que no está sujeto como el cuerpo
físico a las miserias del envejecimiento, la corrupción, ni la muerte. Hasta
ciertos Padres griegos, 'muy intuitivos y dotados de vigorosa imaginación
creadora, como Teodoreto y San Juan Crisóstomo, llegaron a afirmar, según
enseña aquel intérprete católico, que "se puede aun llegar a saber el
lugar de felicidad al que dichos elegidos fueron trasladados", cosa
-añadiremos nosotros- que es precisamente el objeto de este libro, al
pretender, como por él pretendemos, inquirir acerca de la posibilidad y hasta
la inmediata vecindad de este mundo
de los llamados jinas, al terrestre
mundo en que se agitan las tristes y mortales pasiones de los hombres.
Para ello,
vengamos, como siempre, a las enseñanzas de la Maestra, que nos dice:
"Enoch,
el Patriarca que no ha muerto aún, y
que según la cábala y el ritual de la Francmasonería es el primer poseedor del
"Nombre inefable", figura también en el Libro de los Números (X, 29 Y 31) con el nombre de ANAK. En dicho
libro vemos, en efecto, que el propio Moisés, el profeta guiado e inspirado por el Señor, se inclina reverente
ante el sacerdote Hobab el madianita, hijo de Raquel, diciéndole: "No nos
abandones, y, pues que tenemos que acampar EN EL DESIERTO,
sírvenos de guía." Más adelante también, cuando Moisés envió espías a la
tierra de Canaán, éstos trajeron como prueba de la sabiduría (cabalísticamente
hablando) y de la bondad del país un
racimo de uvas de tal tamaño, que tenían que conducirle dos hombres en una
pértiga. Estos espías añadieron: "Allí hemos visto también a los hijos de
ANAK, gigantes que proceden de los gigantes." Los madianitas, lo mismo que
los canaanitas y hamitas, eran tenidos por "Hijos de las serpientes",
es decir, por hombres sapientísimos.
Khanoch,
Manoch o Enoch, esotéricamente significa, en efecto, el Vidente, el Iniciador,
el Maestro del Ojo Abierto, así como el Enos del Génesis (IV, 26) significa "el Hijo del Hombre", y la
historia que, según De Mirville (Pneumatologie,
III, 70), refiere Josefo acerca de haber ocultado Enoch sus preciosos
rollos o libros bajo los pilares de
Mercurio o Seth, es la misma que
se cuenta de Hermes, el "Padre de la Sabiduría", quien también ocultó
sus Libros Iniciáticos bajo dos columnas, donde luego aparecieron escritos.
Josefo, en efecto, a pesar de sus constantes esfuerzos en pro de la inmerecida
glorificación de Israel, a quien quiere atribuir la exclusiva de aquéllos, hace
verdadera historia, y habla de dichas columnas como existentes aún en su
tiempo, y añade que éstas fueron erigidas por Seth, no el supuesto hijo de
Adán, ni por el Hermes, Teth, Set, Thoth, Tat, Sat o Sat-an egipcio, sino por
los "Hijos del Dragón o del Dios-Serpiente", nombre bajo el cual eran
conocidos los Hierofantes antediluvianos de la Atlántida, el Egipto y
Babilonia. Además, Enrichion griego,
que significa "Ojo Interno", intuición o videncia trascendente y
también en hebrero "el Iniciador", "el Instructor" de las
gentes, con ayuda de los puntos masoréticos. Es, asimismo, el título genérico
de multitud de profetas, tanto hebreos como paganos. Así, Isdubar, el Heabani,
astrólogo caldeo, es arrebatado al Cielo por su protector el Dios Hea, e
igualmente el profeta Elías es llevado "vivo" también al Cielo por su
protector Jehovah, pues que Elías en la lengua hebrea significa Elihu o
"el Dios Jah", Semejante plácida muerte o euthanasia tiene, en efecto, un profundo sentido esotérico, pues
que simboliza la "muerte" de un Adepto que ha alcanzado el grado y
poder de purificación necesario que le permite "morir" en el cuerpo
físico y seguir viviendo con vida
consciente en su cuerpo astral. La expresión de Pablo (Hebreos, XI, 5) de que "él no vería la muerte" (ut non videret mortem) tiene, pues, un
sentido, no sobrenatural, pero sí
esotérico, y aunque semejante significado secreto es siempre el mismo, las
variaciones de dicho tema son infinitas. En cuanto a la desdichadísima
interpretación que se da a algunas alusiones bíblicas respecto de la edad de
Enoch, "que igualará a la del mundo", compartiendo con Jesús y Elías
la dicha y los hombres del último Advenimiento, y de la destrucción del
Antecristo, significa, en verdad, la correlación de Enoch con el año solar de trescientos sesenta y cinco
días, y esotéricamente, por otro lado, el hecho de que algunos de los Grandes
Adeptos volverán en la Séptima Raza, una vez desvanecido todo error, para
proclamar como Shistas o santos "Hijos de Luz" que son ellos, el
advenimiento de la Verdad, por tantos siglos obscurecida."
"En
otro de los aspectos, Enoch -continúa-, el patriarca celeste y padre de
Methmelad, es también el Primer Adán o el Microprosopus.
El Enoch espiritual, que no murió, sino que fué arrebatado por Dios, es el
símbolo también de la humanidad, tan eterna en el espíritu como en la carne; si
bien esta última perece siempre para siempre renacer. La muerte, en efecto, es
tan sólo un nuevo nacimiento, pues que el espíritu es inmortal, y, por tanto,
la humanidad no puede morir jamás, y el Destructor
se convierte en Creador, Tipo, en
fin, Enoch del hombre, espiritual y terrestre a la vez, ocupa por eso el centro
de la Cruz Astronómica, base geométrica de todo el simbolismo religioso de los avatares hindúes: la manifestación de la
deidad o del Creador en su criatura el Hombre, es decir, de Dios en la
humanidad y de la humanidad en Dios como Espíritu. Así se forma el símbolo de
la Mundana Cruz de los Cielos, repetida
en la tierra por el hombre dual y hasta por las corolas de ciertas plantas, con
arreglo a la clave de Hermes, de que lo que está arriba es como lo que está
abajo. La figura, pues, del místico simbolismo de Libra-Hermes-Henoch permanece
así en el centro o punto de unión de la Cruz del hombre dual, del hombre físico
reemplazando al "espiritual". La posición de una de sus manos
señalando al cielo está equilibrada por la otra indicando a la tierra, es
decir: infinitas generaciones arriba e infinitas generaciones abajo; un hombre
de polvo que retorna al polvo y un hombre-espíritu que renace en espíritu; una
humanidad finita, Hija del Dios Infinito.
Vengamos
ahora a la historia de un célebre libro que lleva el nombre del gran patriarca
jina.
Orígenes
dice que Enoch -Co-en, Ca.-in o ]a-in- dejó escritos numerosos tratados
de Astrología y otras ciencias ocultas, y que tales manuscritos fueron salvados
del Diluvio -la catástrofe atlante, lepetimos- juntamente con otros preciados
secretos. Tertuliano, San Agustín y San Jerónimo, dice el sabio don Benito F.
Alonso en su Galicia prehistórica, hablan
de estos escritos, que Pico de la Mirándola decía poseer.
¿Qué
es el Libro de Enoch, del cual el San
Juan del Cuarto Evangelio y el del Apocalípsis ha hecho tantas citas?
Sencillamente un libro de Iniciación, que,
entre velos y alegorías, da el programa de ciertos Antiguos Misterios de los
Templos interiores. "El autor de
los Sacred Mysteries among the Mayas and
Quichés sugiere, con acierto, la idea de que las llamadas "visiones de
Enoch" no son sino las experiencias de éste en los Misterios Iniciáticos
de que participó, aunque, a renglón seguido, comete el gran error de creer que
el libro fué escrito al principio de la Era Cristiana, siendo así que judas, en
su Epístola (v. 14), hace citas del Libro
de Enoch, y por tanto, según observa el arzobispo Laurencio, traductor de
la versión etíope de este libro, no podía ser posterior, ni siquiera
contemporáneo de los autores del Nuevo
Testamento."
Tal es la opinión
de la Maestra, quien añade esta hermosa página de historia:
"Cuando
Ludolf, llamado por nuestros eruditos nada menos que "el padre de la
literatura etíope", examinó los diversos manuscritos etíopes relativos al Libro de Enoch presentados por el
viajero Pereise a la Biblioteca Mazarina, declaró rotundamente que no podía
haber ningún Libro de Enoch. Sin
embargo, como todos saben, pronto quedó por tierra tan dogmática afirmación,
pues que Bruce y Ruppel encontraron dicho libro en Abisinia, y trayéndolo a
Europa unos años después, dieron margen a que el propio obispo Laurencio )0
tradujese. Bruce, por supuesto, despreciaba su contenido y se burlaba de él,
como todos los demás hombres de ciencia, declarando, dice De Mirville (Pneumatologie, p. 73), ¡que era una
obra gnóstica referente a Gigantes
antropófagos y tocada de grandísima semejanza nada menos que con el Apocalipsis!
No
fué ésta, sin embargo, "la opinión de mejores críticos que después
vivieron". Así, el doctor Ganneberg llegó "hasta colocar el Libro de Enoch en el mismo y preferente
lugar que el Libro tercero de los
Macabeos, o sea a la cabeza de la lista de aquellos libros cuya autoridad
se halla más cerca de las obras canónicas", que dijo el católico marqués
de Mirville en su citada obra.
Como
de costumbre, todos tienen razón, en parte, y en parte se equivocan todos. El
aceptar a Enoch como una persona viva, como un carácter bíblico, es lo mismo
que aceptar a Adán como el primer hombre, pues que Enoch es un término genérico
aplicado a ciertos individuos de todos los tiempos y en todas las razas y
naciones, y de aquí el hecho de qut' los antiguos talmudistas, doctores del
Midrashismo, no estén de acuerdo en sus opiniones acerca de Hanokh, el Hijo de
Yered, pues que, mientras que unos dicen que era un gran santo amado de Dios, y
"que fué arrebatado vivo al cielo", es decir, que alcanzó el Nirvana
o Mukti aquí en la Tierra, cual Buddha y tantos más, para otros talmudistas no
era sino un perverso brujo, cosa, en fin, que corrobora que todo Hanokh o Vidente era un Adepto de la
Sabiduría Secreta, sin ninguna especificación acerca del carácter (de la
Diestra o de la Siniestra) del portador de semejante título."
"Para
los judíos, el Libro de Enoch, sigue
diciendo la Maestra, es tan canónico como el Pentateuco. La edad de entrambos no puede determinarse con
exactitud, pero el Génesis de Enoch es,
con mucho, anterior a los libros de Moisés, según nos enseña el doctor Jost y
Donaldión. El Pentateuco, tal como
hoy le conocemos, es posterior a la cautividad de Babilonia, o sea de hacia el
año 150 (antes de J. C.). Guillermo Postel ha presentado aquel libro al mundo y
explicado sus alegorías hasta donde le ha sido posible explicarlo y
comprenderlo. El Libro de Enoch, en
fin, es un compendio de la historia de las razas Tercera, Cuarta y Quinta. Unas
poquísimas profecías de nuestra época actual y un largo resumen retrospectivo,
introspectivo y profético de sucesos universales y completamente históricos, etnológicos, geológicos,
astronómicos y psíquicos, amén de un poco de Teogonía de los anales
antediluvianos. Citado él diferentes veces en Pistis, Sophia y en el midrashin más antiguo del Zohar, Orígenes y
Clemente de Alejandría le tenían en muy alta estima, y le mencionan como una
obra de antigüedad venerable. Sus visiones, desde el capítulo 18 al 50, son
todas descripciones de los Misterios de la liniciación, una de las cuales es la
del Valle Ardiendo de los Angeles Caídos, y quizá tuvo mucha razón San Agustín
al decir que la Iglesia rechazaba el Libro
de Enoch de entre los canónicos a causa de su enorme antigüedad, ob nimian antiquitatem (La Ciudad de Dios, XV
y XXIII.) ¡No cabían, en efecto, los sucesos que en él se mencionan en el
estrecho marco de los cinco mil cuatro años antes de J. C. que aquélla
pretendía asignar al mundo!
El
sabio M. de Sacy (Annales de Philosophie,
pág. 393), nos dice: "El Libro
de Enoch asigna al año solar 364 días, y parece conocer además períodos de
tres, cinco y ocho años, seguidos de cuatro
días suplementarios que, en su sistema, parecen ser los de los equinoccios
y solsticios." Estos "absurdos" -añade De Mirville- acaso datan
de algún imaginario sistema que pudo haber existido antes de que el orden de la naturaleza hubiese sido alterado en la
época del Diluvio Universal, cosa que es precisamente la enseñada por la
Doctrina Secreta, pues el propio ángel Uriel dice a Enoch: "¡Todas las
cosas, oh Enoch, te las he revelado! Tú ves ya al Sol, a la Luna, y a los que conducen las estrellas del cielo, los
cuales hacen que se repitan todas sus operaciones y estaciones. En los días de los pecadores, los años se
acortarán y la Luna cambiará sus leyes..." (capítulo LXXIX, traducción
de Laurencio). En aquellos días, años antes del Gran Diluvio que barrió a los
atlantes y cambió la faz de toda la tierra, al cambiar la inclinación de su
eje, la naturaleza geológica, astronómica y cósmicamente, no podía ya ser la
misma, porque, como dice el Libro, "Noé
gritó con amargura tres veces, diciendo:
¡Oyeme,
óyeme, óyeme! La Tierra trabaja con violencia, y seguramente voy a perecer con
ella" (capítulo LXIV).
Habían llegado, en
efecto, los tiempos en que se cumpliese el de decreto de la Ley Natural
Evolutiva, de que la Cuarta Raza fuese destruida para dejar el puesto a otra
mejor que ella, pues que el Manvántara había llegado a su punto de vuelta al
cumplirse las tres y media Rondas de las
Siete, y la gigantesca Humanidad física había descendido hasta el punto más
bajo de su grosera materialidad, y de aquí aquel apocalíptico versículo acerca
de aquella Raza, "aquellos gigantes que conocían todos los misterios de
los ángeles, todos los poderes secretos y opresores del Mal y de la
brujería".
En
el capítulo VIII del Pirkah, de
Midrash, R. Eliezar atribuye a Enoch lo que tantos otros autores atribuyen a
Hermes Trimegisto, pues que los dos son idénticos en su sentido esotérico, y
añade que "Hanokh comunicó a Noé la ciencia del cálculo de las
estaciones". Este Hanokh y su "Sabiduría" pertenecen, en dicho
caso, al ciclo de la Cuarta Raza Atlante, y Noé al de la Quinta, por lo cual
pudo decir el Tohan que "Hanokh
tenía un libro idéntico al Libro de la Generación de Adán, es decir, del
Misterio de la Sabiduría". En tal sentido representan Hanokh y Noé las dos
Razas-Raíces anterior y presente. En otro sentido, la desaparición de Enoch,
"que se fué con Dios y no existió ya más porque Dios se lo llevó", es
una alegoría relativa a la desaparición de entre los hombres del Conocimiento
Sagrado y Secreto, llevado consigo por el "Dios colectivo de los
Java-Aleim, los altos Hierofantes, las Cabezas de los Colegios de Sacerdotes
Iniciados". En suma, que los Enoch o Enoichions se confinaron
estrictamente al recinto de los Colegios Secretos de los Profetas entre los
judíos, y de los Templos entre los gentiles. Enoch, en fin, termina H. P. B.,
interpretado, por otra parte, con la sola ayuda de la clave simbólica, es el
tipo de la doble naturaleza espiritual y física del hombre. Por ello ocupa el
centro de la Cruz Astronómica o Estrella de Seis puntas, que Eliphas Levi tomó
de una obra secreta. En el ángulo superior del Triángulo superior está el
Aguila; en el inferior izquierdo, el León; en el derecho, el Toro, mientras que
sobre el Toro y el León, o sea a los dos lados del Aguila, está la faz de Enoch
o del Hombre. Ahora bien: las figuras del Triángulo superior, omitiendo la
Primera, por ser de meros Chahayas o Sombras, representan a las Cuatro Razas
anteriores, mientras que Enos o Enoch está colocado entre la Cuarta y la Quinta
Razas, por representar la Sabiduría Secreta de entrambas. Ellas son también los
cuatro Animales de Ezequiel y del A pocalípsis. En el Doble triángulo del
Ardhanari hindú se nos presenta una representación mucho mejor, pues que en él
están simbolizadas tan sólo las tres Razas históricas para nosotros, que son:
la Tercera o Andrógina, simbolizada por Ardha-nari; la Cuarta, representada por
el poderoso León, y la Quinta o Aria, por su símbolo más sagrado hasta hoy: la
Vaca o Toro."
El
Enoch hebreo es, por otra parte, añadimos nosotros, ese Enos o Senius de los
antiquísimos Cantos etruscos de los
Hermanos Arhales, de los primeros días de Roma, "el renovador de la
verdadera Religión de la Naturaleza", cuyo triunfo solar o jina se
celebraba con grandes fiestas patriciales o iniciáticas. Por eso, la leyenda
romana del Brabante, como tantas otras, le presenta, no en "carro de
fuego", sino conducido por "un Cisne" (Swan, Chohan, etc.) , para socorrer con sus protecciones jinas a
todos los desvalidos representados por la EIsa del Lohengrin. Este Caballero Helias,
a su vez, es el nexo místico, al par que histórico, que enlaza a los
venerandos nombres de EIías y de Enoch, como se ve en el hermoso libro de
Bonilla San Martín El mito de Psiquis.
Más
o menos, todos los profetas de Israel están relacionados, en efecto, con ese
tronco mágico de HeJi, Helios o Eliu (el Sol), como pertenecientes,
efectivamente, a una dinastía solar o elegida, o jina, verdadera primogénita de la Humanidad. Así vemos, por
ejemplo, a Samuel (o Samael, el Angel triunfador de la muerte) interviniendo en
todos aquellos interesantes sucesos bíblicos que establecen en el pueblo hebreo
la transición entre el gobierno paternal y libre de los Jueces y el despótico
de los Reyes.
"Hubo
un hombre ephrateo de Rama Thain-Sophin, del monte Ephraím, cuyo nombre era
Elcana, hijo de Eliú, hijo de Tho-hu, hijo de Soph", dice el texto bíblico
al damos la genealogía del profeta Samuel, con cuyas simbólicas palabras nos
viene a dar todas las características raciales de este verdadero ario solar, es
a saber: Rama-Thain, la ciudad de Rama,
Ra, Ar o el Sol, o sea la Rameses egipcia, de donde partieron los israelitas;
el santo monte de los Ephoros, equivalente
al Monte Moriah, el Monte-Santo o Montsalvat
de otras teogonías, tantas veces aludido en nuestros estudios ocultistas[103]. El Cana o Alcaina, el
simbólico hijo de Helias, Helios o Eliú, el nieto de Hieroham, verdadero "tronco hierosimilitano-caldeo"; el
biznieto de Tho-Hu, Hu Thot o el
egipcio dios Thot-Hermes, el de la Oculta "Sabiduría iniciática", y
el tataranieto, en fin, de Ain-SuPh o
Ain-Soph, el Obscuro e Inefable
"Anciano de los Días".
Con
Anna (las Aguas) , la primera mujer de dicho santo hombre, como con Sarah,
Rebeca y demás "mujeres fuertes" bíblicas, símbolo de otras tantas
diosas luni-solares del paganismo, se repite la eterna leyenda de la
esterilidad física vencida a fuerza de oraciones, que consiguen al fin la
sucesión apetecida, con caracteres bastante parecidos a los de la leyenda árabe
del nacimiento de Abdallah, abuelo del profeta Mahoma[104]. Anna, en efecto,
promete al Señor consagrarle el hijo que tuviese, cosa que realiza llevándole
al templo y presentándole al Sumo Sacerdote Helí, cuyos hijos, por el
contrario, eran el prototipo de la disipación y la codicia.
Creció
así Samuel en el agrado de Dios y de los hombres, ministrando en el templo al
Señor delante de Helí, y el Señor se le manifestó en Siló, Lila o Lais, como a verdadero profeta de
Israel, pudiendo así lograr para su pueblo múltiples victorias sobre sus
enemigos los impíos filisteos, gracias a los mágicos prodigios que operaba. por
su intercesión; ungir y dirigir al rey Saúl, como antes se lo había
profetizado; conducir a su pueblo a Gálgala, es decir, "a la altura o
monte de la verdadera fe"; producir lluvias y desencadenar o aplacar
tempestades; destituir a Saúl por sus errores ungiendo rey en su lugar a David,
a quien protege mágicamente contra las injustas persecuciones de aquél, y
aparecerse, en fin, después de muerto al réprobo Saúl -quien le evocara
mediante la célebre pitonisa de Endor (1, Reyes,
XXVIII) - anunciándole su muerte para el siguiente día.
Pero
antes de dejar de ocupamos del profeta Samuel y del rey Saúl, el lector nos
perdonará que recordemos aquí un incidente extraño referido en el capítulo XIV
y relativo a Jonathás, el hijo de Saúl, por la relación que el pasaje entraña
con aquel otro de la leyenda irlandesa relativo al melifluo Cauldrón de Dagda o "Caldera de
Pedro el Botero", que diríamos en España, y al modo como, mojando un dedo
en sus mieles el enanito Gwión, pudo adquirir con sólo dos gotas la Sabiduría,
mientras que el resto del líquido se volvía veneno y rompiendo la caldera
vertía el contenido nefasto, provocando éste al repartirse por el mundo el
Diluvio Universal (De gentes del otro
mundo, cap. VII).
Dicho
capítulo bíblico nos relata cómo Jonathás dijo a su escudero:
"Escondámonos de los nuestros, y escalando los inaccesibles peñascos de
Machmas sorprendamos por allí a los filisteos". Así lo hicieron con
enormes dificultades, deslizándose por el precipicio de entre los dos picos de Boses y de Sene, o "del abismo cenagoso y del punzante espino", como
rezan las etimologías de los dos émulos de Scila y el Caribdis de la Odisea, y cayendo amo y criado sobre los
enemigos hicieron en ellos increíbles destrozos, viendo lo cual los israelitas,
a quienes tenía escondidos en las cuevas del monte su propio miedo, salieron
entonces a completar la matanza, y el propio Saúl, para que nada les distrajese
a los suyos de tamaño estrago en las filas enemigas, les dijo: "Maldito
sea quien vuelva a probar bocado hasta que mi venganza sobre mis enemigos sea
definitiva".
Pero
Jonathás, ignorante de semejante orden, habiendo llegado a un extraño bosque
cuyo ámbito manaba literalmente mieles, alargó la punta de su traza y mojándola
en un panal de miel la llevó a su boca, "aclarándosele, entonces, dice el
texto, sus ojos"; es decir, adquiriendo como Gwión el don de la
clarividencia y hasta. de la profecía. Terminada la carnicería de filisteos, el
Señor no dlÓ respuesta aquel día a sus sacerdotes -indignado, sin duda, contra
Jonathás de igual modo que contra Adán y Eva, al temer que llegasen ellos a
igualarse a los dioses, probando también, después de haber mmido del Árbol de
la Ciencia del Bien y del Mal, del Árbol de la Vida (Génesis, 111, 22) -. Preocupado con ello el rey Saúl, convocó a
los principales del pueblo para averiguar por parte de quién había venido el
pecado causante de las iras del Señor, añadiendo que, aunque éste fuese el
propio Jonathás, le haría morir. Echadas, pues, suertes adivinatorias (las
célebres Sortes Sacerdotarum o Juicio
de Dios por los dados, tan características de la Magia Negra), entre el pueblo,
de un lado, y el rey y su hijo, de otro, la suerte acusó primero a éstos y
finalmente al hijo. El dolorido rey, ni más ni menos que en tantas otras
tragedias griegas, hebreas y ulteriores, se decide a inmolar a Jonathás, pero
el pueblo agradecido se amotinó y logró salvarle.
En resumen de todo
esto, y aun de lo que vendrá en el próximo capítulo, nos le hace la Maestra con
estas, palabras:
"El dicho de
Josefo de que (Antiquities, IX, 2)
está escrito en los libros sagrados que Elías y Enoch desaparecieron, pero
"de tal modo que nadie supo que habían muerto", significa
sencillamente que habían muerto en sus
personalidades, como aún hoy día mueren para el mundo los yoguis hindúes y
hasta algunos monjes cristianos. Ellos, en efecto, desaparecieron de la vista
de los hombres y murieron en el plano terrestre hasta para ellos mismos. Esto
parece un modo figurado de hablar; pero es, sin embargo, literalmente verdadero.”
La
misión profética de Ellas. - Los Helias, Helios, Eliu o Elías de las teogonías
antiguas. - Sus resurrecciones de muertos. - Juicios de Dios y Fuegos
Encantados. - El Maestro es arrebatado en "carro de fuego" al mundo
de los jinas. - Eliseo pasa en seco el Jordán, como tantos otros
"dioses". - Simeón Ben Iocai y su Zohar
o Libro del Esplendor. - Más prodigios de Elías y de Eliseo. - El mundo de
los "protectores invisibles" hebreo. - El Libro de Tobias. - El famoso "pez" de las aguas del
Tigris, o sea la leyenda hebrea de Dagón. - Recuerdos de Las mil y una noches. - El Génesis
es ley jina o superhumana, y el Deuteronomio
ley humana o segunda ley. - El Libro
de Job y sus enseñanzas jinas. - El eterno tema jina de "La
justificación". - La leyenda europea de Helias, Elías, "El Caballero
del Cisne" o "Lohengrin"."El Santo Grial" es el mundo
de los jinas, eternos protectores de la humanidad.
Después
de habernos ocupado tan extensamente de la transfiguración del patriarca Enoch
y de su maravilloso libro, continuemos nuestra investigación acerca de otros
excelsos personajes bíblicos que se nos muestran también transfigurados al modo
jina, y muy especialmente el sublime profeta Elías el Thesbita, cuya historia se halla incidentalmente referida
en el Libro III de los Reyes.
El
profeta Elías aparece en el capítulo XVII del Libro Primero y Segundo de Samuel, es decir, del gran Adepto
hebreo, que fué el nexo entre el régimen primitivo de los Jueces y el
degenerado de los Reyes[105], como "uno de los
moradores de Galaad", o sea "de la altura física y moral, adonde no llegan las ciegas pasiones de los
hombres". Por eso los comentaristas, como Scío, dicen de él que la misión
profética de Elías y el primer acto de su elevado ministerio cerca del impío
Achab, rey de Israel, tiene un carácter muy extraño. La misma Escritura nos le
presenta en escena de repente cual otro Melchisedech -o sacerdote cainita de
los melchas o bárbaros occidentales,
al tenor de la frase oriental-. En efecto: nada se nos dice acerca de su
familia ni de su tribu, ni menos de dónde venía al presentarse al rey, ni cómo
se le desarrolló su vocación profética o fué llamado a ella, sino que el Señor
le saca repentinamente de la obscuridad, haciéndole ir a la corte de un rey
impío, para anunciarle los juicios e iras de aquél y el terrible azote kármico
con el que va a castigar a su pueblo. Elías, por su parte -añade el
comentarista-, no declara la causa de esto al rey, ni le da en rostro con
delito alguno, dejándole en duda hasta sobre la duración de aquel castigo, que
no había de cesar sino al mágico conjuro de su palabra excelsa. Luego, el
Maestro de Israel desaparece durante tres años y medio, cuando pueblo y rey
habían ya tenido tiempo suficiente de experimentar los tristes efectos de la
plaga anunciada por aquél. El mismo nombre de este Profeta de profetas, primero
de la serie de los terribles conminadores del pueblo de la "dura
cerviz", tan semejante en todo a nuestros cultos pueblos occidentales, trasciende a "fortaleza", a
"soberanía", al tenor de su etimología hebrea, o más bien universal,
de "Helios", el Sol[106].
Luego
de conminar EIías al rey con la amenaza de que durante dichos tres años y medio
no llovería sobre la tierra, recibe la orden de retirarse "hacia
Oriente" y de ocultarse a las miradas profanas en el torrente de Carith,
junto a aquella Samaria tan célebre por su primitivo culto caldeo o astrológico
de "las alturas", que tantos odios despertaba siempre entre los
groseros y sanguinarios adoradores del implacable ]ehovah. Allí, en aquellas
vecindades del divino ]ordán, es fama, según la Escritura, que unos cuervos le
traían alimento por la mañana y por la tarde, y que el Maestro bebía las
cristalinas linfas del arroyuelo, hasta que la sequía general agotó sus aguas,
obligándole a pasar a Sarephta o Sarphta, de los sidonios -¿el país de las
serpientes?-, donde una pobre viuda, por inspiración divina, le dió albergue en
su casa, después de asombrarse de los prodigios que a la llegada del profeta le
acaeciesen, tales como el de la multiplicación de la harina y el aceite de un
modo semejante a los milagros evangélicos. El mayor de estos milagros fué el de
la resurrección de "el hijo de la viuda", por un procedimiento
descrito muy al por menor en el capítulo XVII, y que recuerda a los
procedimientos orientales de resurrección de muertos, a los que alude el
coronel Olcott al ocuparse de estas cuestiones en su Historia auténtica de la Sociedad Teosófica, procedimientos de los
que ya hemos hablado en "Páginas ocultistas", capítulo XI[107].
Años
más tarde, el Maestro sale al encuentro de Abdías, emisario del rey, para ver
de procurar agua y yerba fresca para sus caballos, porque la sequía y el hambre
seguían haciendo estragos en Samaria. Abdías queda aterrado, a pesar de que ya
conocía y amaba a los profetas de Dios, puesto que él mismo, cuando las
terribles persecuciones decretadas contra aquéllos por la reina Jetzabel, había
ocultado a un centenar de ellos en cuevas iniciáticas, alimentándolos. Avisado
Achab por Abdías, sale al encuentro del profeta, quien le conmina para que
convoque en el monte Carmelo a cuantos "falsos profetas de Baal y de los
bosques sagrados se sentaban en la mesa de Jetzabel", y allí, ante todo el
pueblo, se haga juicio de Dios entre sus falsos sacrificios y los
santos holocaustos de los siervos del Señor. En efecto, cada partido hace su
montón de leña seca, coloca sobre ella los despojos de las víctimas y evoca al
Fuego Celeste para que, en señal de aprobación, baje y los consuma. Los falsos profetas
de la corte y de los bosques. recurren, en vano, a todas sus negras artes, sin
lograr encender la pira[108], mientras que Elías,
después de haber mojado la leña y el suelo todo, y de haber evocado al Señor,
hace descender un divino Fuego que lo consume todo, hasta las propias piedras
del ara del sacrificio, con un espanto igual al que más adelante se ve en la
Biblia al tratar de la scenopegia de
los Macabeos[109].
No hay que añadir que allí mismo fueron muertos los cuatrocientos cincuenta
falsos profetas (450 es número rosa-cruz).
La
reina Jetzabel, temiendo que el Santo Elías le conminase por sus crímenes,
decreta la prisión y la muerte de éste; pero el Señor, que eternamente le
protege, revelándosele en sueños, le conduce desde el desierto vecino hasta la CUEVA
del monte Horeb, célebre antes por haber servido de REFUGIO
a Moisés, al recabar para su pueblo las Tablas de la Ley. Luego le ordena que
vuelva hacia Damasco, donde unge por reyes a Hazael y a Jehú, y por su profeta,
sucesor o discípulo, al joven Eliseo,
quien, despidiéndose de los suyos, le sigue sin vacilar. También, en otra
ocasión, muerto ya Achab, su sucesor Ochozías, viéndose aquejado de cruel
enfermedad envió mensajeros a los sacerdotes de Baal para consultarles sobre
ella en Ascalón. Noticioso el profeta de ello, e indignado porque así se olvide
el rey de los verdaderos profetas de su reino, le declara que su enfermedad le
será fatal, y entonces el rey manda prenderle; pero los cien hombres,
destacados dos veces contra el profeta, fueron instantáneamente muertos por el
fuego del cielo.
Por
último, llegados Maestro y discípulo de Gólgota a Bethel y a Jericó, retiro de
muchos otros profetas del Señor, aquél invitó a éste a que se quedase allí,
pues que ya presentía que Dios iba a disponer de él, dando por terminada su
misión cerca de los hombres. El fiel discípulo Eliseo se niega a abandonarle en
el trance supremo, y entonces, llegando Elías y Eliseo, el Maestro dobló su
manto, golpeó con él las aguas del río jordán y las aguas se dividieron a uno y
otro lado, dejándoles, como antaño a los israelitas fugitivos de Egipto, un
paso en seco, por el que cruzaron entrambos, como en el Puente del Arco Iris, por donde, en El Oro del Rhin, pasan los dioses a la Walhalla; y cuando hubieron
pasado, dijo Elías a Elíseo, lleno de paternal ternura: "Antes de que yo
sea apartado para siempre de tu lado, pídeme lo que quieras que te conceda:' Y
Elíseo, lleno de fervor santo, respondióle: "Pido que sea duplicado en mí
tu espíritu:' "Difícil cosa es, en verdad, la que has pedido -replicóle el
Maestro-; no obstante esto, te digo que, según que tengas o no la dicha de
verme al ser arrebatado de tu lado, así tendrás o dejarás de tener lo que has
pedido..."
Luego
el texto bíblico nos narra con vivos colores (Libro IV de los Reyes, cap. II, v. 11) la escena del tránsito de
Elías al mundo superior, y las nuevas señales que acreditan la sucesión de él
en su discípulo Elíseo, en estos términos:
"Mientras
que Maestro y discípulo caminaban juntos y conversaban, he aquí que entre ambos
se interpuso fúlgido carro de fuego, y así Elías, arrebatado por el ígneo
torbellino, ascendió hasta los cielos. Y Eliseo le veía y gritaba: «¡Padre mío,
padre mío!. .. ¡Carro de Israel y conductor suyo! . . . .» y ya no le vió más,
por lo que, lleno de dolor, rasgó sus vestiduras. Alzó, pues, Elíseo el manto
que había dejado caer Elías, y, volviéndose, se paró en la ribera del Jordán;
con él hirió las aguas, como antes había hecho el Maestro; pero las aguas no se
dividieron. Entonces, invocándole, viólas separarse dejándole el paso franco.
Observado esto por los hijos de los profetas, que estaban al otro lado, hacia
Jericó, exclamaron: «El espíritu de Elías cobija ahora a Eliseo»; por lo que,
postrándose de hinojos, le veneraron, diciéndole: «He aquí cincuenta hombres
fuertes que pueden ir en busca de tu amo, no sea que le haya arrebatado el
Espíritu del Señor, echándole en algún valle o monte»; a lo que Eliseo
respondió: «No; no lo enviéis». Ellos, porfiando, le hicieron condescender y
enviaron los cincuenta hombres; le buscaron inútilmente durante tres días, sin
hallarle . .. Luego de obrar varios prodigios pasó al monte Carmelo, y desde
allí se volvió a Samaria".
Llegados
aquí, recordemos por vía de digresión a otro personaje rabínico, también arrebatado
al mundo jina en medio de mágico fuego, o sea a Simeón Ben-Iochai, el
compilador del Zohar, la más
admirable de todas las obras cabalísticas, años antes de la era cristiana,
según unos, y después de la destrucción del templo de Jerusalén, según otros;
obra que, su hijo el rabino Eleazar, y Alba, secretario de éste, hubieron de
completar, según nos enseña Isis sin
Velo.
Como
era cosa sabida entre su pueblo que Simeón estaba en posesión no sólo de la
Cábala, sino de la Mercaba, que le
aseguraba la posesión de la "Palabra Sagrada", su misma vida corrió
peligro, y por ello vióse obligado el anciano a huir al desierto, en donde por
espacio de doce años habitó en una CUEVA rodeado de fieles discípulos, muriendo
finalmente en medio de todo género de portentos [110]. Muchas son, en efecto,
las maravillas que se recuerda tuvieron lugar a su muerte, o mejor dicho a su
tránsito, puesto que él no murió como los demás hombres, sino que desapareció
súbitamente en medio de una deslumbradora luz que llenó de gloria todo el
ámbito de la caverna, y que le arrebató a un mundo mejor, mientras que su
cuerpo quedó inerte. Cuando luego esta luz se vió reemplazada por la obscuridad
de aquel antro, dice Ginsburg, "es cuando pudieron darse cuenta los
discípulos de que aquella brillante lámpara de Israel se acababa de
extinguir". Sus biógrafos añaden que durante su entierro se oyeron
conciertos de voces procedentes de los cielos, y cuando su cuerpo fué
descendido a la profunda fosa para él abierta, salió de ella una llama, mientras
que una potentísima y augusta voz hizo resonar en el aire estas palabras:
"¡Este es quien hará temblar a la tierra y conmoverse a los reinos!".
Volvamos
a Eliseo, otro de los personajes solares judíos.
Uno de los dichos
prodigios con los que Eliseo acreditó su nueva misión "bajo el doble
espíritu de su maestro Elías", fué el hacer dulces y potables las aguas de
Jericó, que eran salobres e impotables desde que Josué había pronunciado contra
la ciudad un terrible anatema, que de este modo vino a levantar el santo.
Las
hazañas proféticas o jinas de Eliseo
no les van en zaga a las de su Maestro; así, cuando aterrados los reyes de
Israel, Judá y Edom, fueron a consultarle, el profeta llamó a un hábil tañedor
de arpa, que con las dulzuras de su instrumento aquietase los alborotados
ánimos de los regios consultantes, y facilitase con sus mantrams musicales la revelación del profeta (IV, Reyes, nI) . En otra ocasión multiplica
enormemente la mísera porción de aceite de una viuda amenazada de cárcel por
sus acreedores. En otras transforma una planta venenosa en alimenticia, para
dar de comer con ella a sus adeptos; multiplica, como luego Jesús, los panes de
una ofrenda; libra al general Naaman de los horrores de la lepra, con sólo
hacerle bañar en el Jordán siete veces; profetiza la muerte del rey Benadad,
después de haber anunciado también la milagrosa salvación del pueblo reducido a
los " horrores del hambre, hasta el punto de que las madres se comían a
sus hijos, etc., etc.
Pero
lo que más choca en esta interesante biografía que salpica aquí y allí a todo
el Libro IV de los Reyes, es el
pasaje referido en el capítulo VI, cuando los sirios, indignados contra el
profeta, trataron de matarle porque les adivinaba a distancia todos sus
pensamientos y maniobras contra Israel. El relato en cuestión es el siguiente:
"Y dijo el rey de Siria a los suyos: cid en busca de Eliseo y
prendédmele». A lo que ellos respondieron: «Mira que se halla en Dothan» [111]. Envió, pues, el rey
allá caballos y carros con todas las fuerzas de su ejército, que, llegando de
noche, cercaron la ciudad. Y levantándose al amanecer el criado de aquel varón
de Dios, salió afuera, y como viese todo aquel gran ejército con sus carros y
caballos, dióle aviso de ello diciendo: «¡Ay, ay, ay, señor! ¿Qué haremos?». Mas
él respondió: «Nada temas, porque son muchos más con nosotros que con ellos». Y
habiendo hecho oración Eliseo, dijo: «¡Señor, abre los ojos de éste para que
vea!». Y abrió el Señor los ojos del criado y vió; y he aquí el monte entero
lleno de caballos y de carros de fuego alrededor de Eliseo. Mas los enemigos
descendieron a él, y Eliseo hizo oración al Señor, diciendo: «Hiere, te ruego,
de ceguedad a esta gente". E hiriólos el Señor para que no viesen, según
la palabra de Eliseo. Entonces Eliseo les dijo: «No es éste el camino, ni ésta
es la ciudad. Seguidme todos, y os mostraré al varón que buscáis»; con lo que
los llevó a Samaria. y luego que hubieron entrado en Samaria, dijo Eliseo:
«Señor, abre los ojos de éstos, para que vean». Y abrióles el Señor los ojos, y
vieron que se encontraban en medio de Samaria. y el rey de Israel, cuando los
vió, dijo a Eliseo: «¿Los heriré, Padre mío?». Y él respondió: «No los hieras,
porque no los has hecho prisioneros con tu espada ni con tu arco; antes, pon
delante de ellos pan y agua para que coman y beban y se vuelvan a su
señor". Y pusiéronles de comer en gran abundancia, y comieron y bebieron,
y dejóles ir y se marcharon a su señor, y los ladrones de Siria no vinieron más
a la tierras de Israel".
En
justicia, ningún cristiano ni judío puede dudar acerca de "las
protecciones invisibles" de que se habla en la literatura teosófica, desde
el momento en que admite, y tiene por canónicos, libros como el de Tobías; que es todo un poema del más
puro sabor arcaico acerca de estas protecciones invisibles o jinas.
Seguros
estamos por esto de que el lector no nos tomará a mal que le recordemos lo más
saliente de tan hermoso libro:
"Tobías
-dice Scío en el preámbulo del mismo-, aunque viviendo entre cismáticos e
idólatras, estuvo siempre unido de corazón con sus hermanos del reino de
Judá... Aunque justo, se vió envuelto en la desgracia y fué llevado cautivo a
Nínive, con su mujer y su hijo único, por Salmanasar, el rey asirio..., quien
le colmó de honores y de bienes; pero Tobías empleaba constantemente éstos en
alivio de sus hermanos cautivos... Sennacherib, el sucesor de Salmanasar, le
despojó de todo, y el Señor, además, para probarle cual a Job, le hirióde cruel
ceguera... La historia de Tobías ofrece utilísimas reflexiones para inflamar a
los hombres en el amor a la virtud, por su piedad hacia sus hermanos
espirituales y su conformidad resignada en las adversidades...”.
En
efecto, el texto bíblico nos cuenta que" al mismo tiempo que acaecían
todas estas desgracias a Tobías, le sobrevenían también a su pariente Raquel,
que habitaba en Rages, ciudad de los medos, otra semejante con su hija Sara, a
la que un demonio llamado Asmodeo [112] le había ido matando
sucesivamente en la noche de bodas a siete maridos, por lo que esta pobre familia
yacía sumida asimismo en la desolación.
Tobías,
pues, deseando ya morir, quiso enviar antes a su hijo a la dicha ciudad de
Rages a cobrarle ciertos dineros que había prestado a uno de sus moradores.
Púsose el joven Tobías inmediatamente en camino, y a poco se le incorporó,
ofreciéndose a acompañarle, un gallardo mancebo, que no era sino el propio
arcángel Rafael, uno de los Siete Espíritus de Presencia ante el trono del
Señor, sin revelar, por supuesto, su verdadera naturaleza angélica.
Llegados
ambos viajeros al Tigris, he aquí que asaltó a Tobías un enorme pez, pronto a
devorarle. El arcángel, tranquilizando al joven en sus naturales terrores a la
vista de aquel monstruo, le dijo que se lanzase valientemente contra él, y
cogiéndole por las agallas le destripase para arrancarle el corazón, el hígado
y la hiel, que en manos de Tobías habían de constituir salvador as medicinas [113]. Con la carne,
convenientemente salada, tuvieron, además, para el resto del camino. "Si
pusieres sobre las brasas -le dice el arcángel- un pedazo del corazón y del
hígado del pez, verás que su humo ahuyenta todo género de demonios; la hiel
puede servirte para ungir los ojos de tu padre, quitándole las cataratas de
ellos. . . Prepárate, pues, para cuando lleguemos a la ciudad donde mora
Raquel, pariente tuyo, que tiene una sola hija llamada Sara, a quien conviene
tomes por mujer, después de haber ahuyentado de ella, con aquellas medicinas y
con la oración, los demonios que le llevan muertos ya a sus siete
maridos".
Llegados
a Rages entrambos, todo sucedió como el arcángel había dicho. Raquel los
recibió con grandísimo contento; los colmó de obsequios, y, recibida la
pretensión del joven, le opuso la gran desgracia que aquejaba a su hija: pero
el arcángel tranquilizóle diciendo: "No temas el darle tu hija a éste,
porque a él, que teme a Dios, es a quien le es debida tu hija por mujer, y por
esta razón no ha podido tenerla otro".
Acabado
el banquete e introducidos los consortes en la cámara nupcial, quemó Tobías las
entrañas del pez, como aquél le había dicho, y con su esposa se puso en
oración, al par que el arcángel apresaba al demonio obsesor, llevándosele a
Tebaida para que no dañase más a nadie. Grande fué la sorpresa de los padres
cuando, preparada hasta la sepultura del nuevo marido, como los otros siete,
los vieron salir sanos y salvos al siguiente día.
Finalmente,
tras los festejos de boda y. el cobro de los dineros prestados, regresaron los
dos esposos y el arcángel al lado del viejo Tobías, a quien curaron las
cataratas untándole con la hiel en los ojos, bendiciendo todos a Dios, que les
había deparado tamaña felicidad, tras de probarle, como a Job, con tal cúmulo
de adversidades. El arcángel, revelándose en toda su celeste naturaleza, se
despidió de ellos, dejándoles asombrados, no sólo por los dones de él
recibidos, sino de que un ser de tan elevada naturaleza hubiese comido y bebido
aparentemente con ellos, "cuando -dice el texto- los ángeles usan de un
manjar invisible y de una bebida -el Soma- que tampoco puede ser vista de los
hombres...".
Hasta
aquí el lindísimo relato bíblico-babilónico.
No obstante la
indiscutible belleza de este arcadiano, feliz y antiguo Libro de Tobías, dechado de las costumbres patriarcales de aquellos
tiempos de ensueño jina en que los
ángeles convivían con los hombres [114], el lector conspicuo que
recuerde la sublimidad de los cuentos de Las
mil y una noches, no podrá menos de reconocer la inmensa superioridad que
llevan éstos a aquél, como si estuviesen ellos más cerca de la verdad
primitiva.
En
dichas leyendas orientales, en efecto, cual en la incomparable Historia de Camaralzamán y la princesa de
Bagdad y en otras muchas, no hay necesidad para la trama del drama de que
un buen hombre tenga que cobrar unos dineros en lejano pueblo de las montañas
de Ecbatana -dinero, sexo y semitismo han sido siempre la misma cosa-; ni de
describir al por menor intimidades nupciales; ni de matar sucesivamente a siete
maridos; ni de hablar de la procreación como supremo fin del matrimonio,
olvidando el tan importante o más del mutuo auxilio entre los cónyuges; ni de
hablar de soldadas, recelos, etc., sino que el prólogo mismo del amoroso drama
idealista del eterno príncipe con la eterna princesa tiene lugar en el excelso
mundo del ensueño o mundo jina, de la
manera que refiere el sugestivo "cuento", o sea mediante hadas y
genios invisibles que les hacen enamorarse uno de otro en sueños del modo más
dulce y más puro...
Siguiendo
nuestro tema de la diferencia esencial entre los hombres de aquí abajo y sus
"protectores" los jinas, diremos
que casi no hay un rincón en el Antiguo
Testamento en el que a ellos no se aluda.
Tal
sucede con el pasaje en que "los hijos de Dios", es decir, de los Elohim o de los finas, conocen a las hijas de los hombres, determinándose la
terrible catástrofe atlante o del Diluvio (Génesis,
VI 1). Entonces acaba el imperio de la Primera
Ley, o sea la Ley Natural y Paradisíaca ("Sabiduría de los
dioses" o Teosofía) , y viene el Deuteronomio
o Ley Segunda y más interior, la
terrible e imperfecta ley escrita, tormento de los grandes hombres, por las
limitaciones de ella, y férrea tutela de los pequeños. Esta opinión es más
lógica que la que entrañan las palabras de Scío de San Miguel en su
introducción al Deuteronomio, cuando
dice: "El libro quinto y último del Pentateuco
se llama entre los hebreos el libro de Estas
san las palabras, pues que es la frase con la que el texto original da
principio. Los griegos y latinos le llaman Deuteronomio,
que quiere decir "segunda Ley", no porque sean nuevas las cosas
que Moisés ordena aquí a su pueblo, sino porque habiendo faltado ya todos
aquellos que habían sido alistados para las armas y que habían oído la ley dada
en el monte Sinaí, se había formado un segundo pueblo con sus hijos, a quien
Moisés tuvo que intimar de nuevo la ley. En esta segunda promulgación hace Dios
una nueva alianza con Israel [115], y Moisés, cercano ya el
término de su vida, les reitera y encarece aquellos mismos avisos que les deja
como expresión de su última voluntad. Al efecto, para que se mantuviera siempre
en pie la memoria y observancia de los divinos mandamientos, encarga a los
reyes (XVII, 18) que tan luego como entren en posesión de la corona se hagan
escribir el Deuteronomio; también
ordena (XXVII, 2) que éste sea grabado en piedras, y, por último, que se lea al
pueblo todos los años sabáticos.
Moisés,
congregando a todo Israel en las llanuras de Moab, le pone a la vista los
prodigios que el Señor había obrado en su favor desde que en el monte Sinaí
había sido establecida la primera alianza, y repite la ley con nuevas
ilustraciones, pronunciando terribles amenazas contra sus transgresores y
prometiendo toda suerte de felicidades a quienes la guarden fielmente. En un
cántico que profiere antes de morir, pinta con los más vivos colores las
misericordias que había usado Dios con su pueblo, y la infidelidad de éste con
él, vaticina su ulterior ingratitud y el rigor de sus castigos consiguientes.
Por último, le garantiza su misericordia así que, arrepentido, se convierta a
él...; da la bendición a las doce tribus; sube al monte Nebo, desde donde
contempla la tierra prometida, y muere, o se hace jina.
Esta
"tierra prometida", si bien en la realidad histórica puede ser la de Canaán, en la simbólica y más excelsa,
dentro de la múltiple significación de todo, libro iniciático, no es sino la de
los Campos Elíseos (de Helios, del
Solo de Elías) o "Mundo de los jinas", "la tierra que mana leche
y miel", según la repetidísima expresión bíblica.
Pero
para retornar a esta "Tierra feliz" de los cantos también de los
bardos nórdicos o druidas, de la cual en un tiempo hemos caído, hay necesidad
de sufrir cuantas amarguras y dolores supone su excelsa reconquista, y este
drama terrible de la fe, el amor y la paciencia del héroe humano, que, según la
frase evangélica, "reconquista los cielos por la violencia", está
consignado desde la antigüedad más remota en este libro caldeo gemelo del de
Enoch que lleva por nombre Libro de Job, el
paciente sublime [116].
El
Libro de Job, nos dice la Maestra, es
una representación completa de la iniciación antigua y de los pueblos que
precedían a la magna ceremonia. El neófito en él se ve despojado de todo, hasta
de sus hijos, y afligido por una enfermedad impura. Su esposa le angustia
burlándosele de la confianza que él pone en un Dios que así le trata, y sus
tres amigos, Eliphaz, Bildad y Zophaz, le atormentan juzgándole un impío
seguramente merecedor de tal castigo... Job, entonces, clama por un Campeón, un Libertador, "porque él sabe que éste es eterno y va a
redimirle de la esclavitud de la tierra, restaurando su piel", o sea su cuerpo, con lo cual Job no se refiere, como
pretenden los astutos comentaristas cristianos, a ningún Mesías, sino a su
propio espíritu inmortal y eterno, que, con la muerte, le ha de libertad de su
corruptible cuerpo terreno para revestirle de una nueva envoltura espiritual.
En los Misterios de Eleusis, como en el Libro de los Muertos egipcio,
y en tOdas cuantas obras tratan de iniciación, este "eterno ser"
tiene un nombre: el Nous y el Angoeide o
Huevo de Oro, entre los neoplatónicos; el Aggra, entre los buddhistas; el Feruer, entre los parsis; el luminoso Atman de los hindúes, etc. Todos estos
"Libertadores", "Campeones", "Metatronos", no son
sino el efectivo libertador de nuestra alma, o sea el Espíritu inmortal nuestro,
representado entre los parsis, según Kerz Porter (Persia, tomo I, láminas 17 y 41), por una figura alada que se
cierne en el aire sobre el cuerpo del difunto. De semejante redentor que impide
que nuestra alma sea arrastrada hacia abajo por nuestro cuerpo, es de quien
Job, triunfante, dice en los textos caldeos: "El es mi Libertador",
e! restaurador de! gastado cuerpo del hombre, a quien ha de dotar de su segunda
vestidura de éter.
Cuando
los tres impertinentes e injustos amigos de Job pretendían aplastarle con
argumentos capciosos o vulgares, y él pedía que se le juzgase por sus actos
concretos y no de otro modo (esto es, cuando, como dirían los poemas de Wágner,
entona el Tema de la Justificación), he aquí que aparece
el cuarto amigo: Elihú, el hijo de Barache! el buzita, de la raza de Ram, que
instantáneamente confunde a
los
tres acusadores de Job, porque, como hierofante que es, les dijo: "Los
grandes hombres no siempre son sabios. .. Un espíritu existe en el interior de
cada hombre. Este Dios ha hablado al hombre más de una vez; pero el hombre no
ha sido capaz de oír su voz. En sueños, en visiones nocturnas, Él suele abrir
los oídos del hombre sellando así su instrucción", y dirigiéndose luego a
Job, como el hierofante al neófito, le dice: "¡Oh Job, óyeme: conserva tu paz interior, que yo te mostraré la SABIDURÍA;
yo te daré LA
GRAN AYUDA!".
¿De
dónde, en efecto, sino de este mundo superior que parece estar, como se ve, a
nuestro lado mismo, vienen siempre las ayudas, en los momentos supremos del paroxismo
del dolor humano y en los que, como decía Wágner en Lohengrin, el hombre o la
humanidad, que ya no puede sufrir más, entonan el Tema de la Justificación?...
Job,
por permisión divina, se ve atormentado, despojado, enfermo, bajo la cruel
acción de esos seres malignos que Aristófanes llamó "las negras
Aves"; San Pablo, "las crueles Potestades del Aire"; la Iglesia,
"los demonios"; la Teosofía y la Kábala, "los elementales y
elementarios", etc. Pero como 10b es justo y entona el Tema de su propia justificación frente a
tales rigores del destino, vence al fin con el sagrado y mágico 1 t de su crucifixión en la llagada
carne, y Jehovah permite que a él se lleguen los "ángeles curadores"
o jinas, cuyo clásico caudillo en otros libros, como el de Tobías, es el
arcángel Rafael.
La
infanta Isomberta -es decir, el prototipo isíaco de la pobre humanidad-,
calumniada por su suegra por haber dado a luz en un solo parto siete divinos
infantes, a los que el Destino anunciara las más felices esperanzas, según la
conocida leyenda occidental estudiada por el sabio Bonilla San Martín, en su Mito de Psiquis, va a ser sacrificada, como la Ifigenia griega y como tantas otras;
pero he aquí que del mundo de los jinas llega en el momento supremo un
Libertador: el Caballero del Cisne, hombre-jina a quien, en la versión
moderna o wagneriana del Lohengrin no
se le puede preguntar -como tampoco al Brillante
del mito español [117]- por su patria -el país
del Santo Grial- ni por su nombre -que, como de jina, es nombre de
misterio...-. La Isomberta de la vieja versión del mito, como la Elsa de la
versión moderna, son así remediadas en sus cuitas, gracias a la protección de
ese mundo oculto, mundo que vuelve a encerrarse en su misterio una vez que su
protectora acción se ha cumplido.
Los
primeros romanos, cercados en su capital por los galos y amenazados más tarde
por Aníbal; los hispano-góticos del medioevo, cercados en los riscos de
Covadonga por los mahometanos; los franceses de Clodoveo, amenazados por las
hordas de Atila, y los de nuestros propios días, cañoneada ya París por sus
invasores teutones, entonaron también el Tema
de la Justificación, diciendo:
"¡It!", desde la cruz de sus dolores, y los enemigos, por verdadero
prodigio, fueron alejados para no volver. . .
¿A
qué seguir, si la historia de cada
mito, la vida de cada hombre, cada nación, y aun la humanidad entera, están
llenas de semejantes casos?
Diríase,
además, como que en ese oculto mundo jina
se lleva muy al por menor y con supremo esmero la cuenta estricta de las
justicias e injusticias de este mundo nuestro, para imponerle las
rectificaciones, sanciones y orientaciones que en cada momento son precisas
para la curvilínea marcha de la Historia, y digo curvilínea porque en ella,
meditando un poco, se ven claramente las dos fuerzas determinantes de tales ciclos o curvas, a saber: la jina del Bien, que emana de ellos,
apoyándose en los pocos justos que siempre hay en cada tiempo y país; la elementaria o del Mal, prevalida en su
inferioridad respecto de aquella otra, por el desdichado apoyo que les
prestamos con nuestras insaciables pasiones egoístas. Esta es, y no otra, la
batalla continua de la vida, en la que siempre se respeta nuestra libertad para
el bien como para el mal, y en la que se forman los héroes o superhombres; los
seres intermediarios entre este nuestro mundo de la vulgaridad animal y el
excelso de los genios o jinas.
"Hay
en lontananza -canta Lohengrin al darse a conocer a la estupefacta asamblea en
el supremo momento de la despedida- un mundo inaccesible, un lugar sagrado
llamado Montsalvat. Allí se eleva un Templo
Indestructible, cuyo brillo y esplendores no tienen rivales en la Tierra.
En sus muros, como en efectiva Sancta-Sanctorum,
se conserva celosamente un Vaso augusto que los ángeles o dhyanis (¿jinas?)
entregaron a la piadosa guarda de los hombres más puros. Una Paloma (Hamsa o
Cisne protector) , cruzando el espacio, acude cada año a renovar sus
esplendores. .. ¡Es el SANTO
GRIAL! El tesoro que infunde inextinguible ardor en los
caballeros que le custodian. Quien alcanza la gloria de servirle, queda ipso facto investido de un poder
subrehumano (el Poder Mágico), y seguro ya de su victoria, tiene en su potente
mano la suerte de los malvados. Aun cuando haya de trasladarse a lejanas
comarcas para proteger la virtud escarnecida y el derecho menospreciado, su poder subsiste y su fuerza es sagrada
todo el tiempo que su alto título y excelsa condición sean ignorados por todos (secreto
iniciático) . Tan sublime y maravilloso
Misterio no debe, no, ofrecerse a la mirada de los mortales. Por eso ninguno de
los nuestros elude la severa ley y, al descubrirse su incógnita primera, ha de
partir. ¡He aquí, pues, que yo descorro el Velo antes de irme! . .. ¡Parsifal es mi padre y el Santo Grial mi
patria! ¡Yo SOY
LOHENGRIN!
Por
supuesto que el Santo Grial y el Mundo de los Jinas son una cosa misma, como lo
comprenderá acabadamente quien dé una mirada retrospectiva a los anteriores
capítulos en armonía con otras enseñanzas de diversos pasajes de esta Biblioteca.
Estado
de Galilea a la aparición de Juan el Bautista. - Juan y Elías, un solo
personaje ocultista o jina. - Juan-Elías entre cristianos y musulmanes. - Las
fraternidades eremíticas de Siria y Palestina. - Esenios, terapeutas,
ebionitas, nazarenos y demás ascetas del Líbano y del Jordán y su mundo jina. -
Abolengos caldeo-buddhistas de todos ellos, según las propias etimologías de
sus nombres respectivos. - Todos ellos separaban en la Religión "la letra
que mata del espíritu que vivifica", - Los bautistas, sabeanos y
cristianos de San Juan. - Enseñanzas gnósticas sobre algunos de estos
particulares misteriosos, - Los nazarenos eran como teurgistas caldeos. -
Siria, Galilea y . Palestina en la época de Jesús y en nuestros días. - Las
escuelas pitagóricas y las enseñanzas del Evangelio, según H. p, B, - La
genuina pureza aria del Nuevo Testamento.
- Cuatro momentos distintos de la vida de Jesús. - La Transfiguración de
Jesús en el Tabor. - Su Resurrección y su Ascensión. - La Pentecostés,
Historiando H. P.
B. el estado de toda la Galilea a la aparición de Juan el Bautista [119], nos ,dice en Isis sin Velo:
"De
todos los personajes del pasado, cuyo recuerdo venía como las visiones de una
noche agitada a despertar y conmover al pueblo israelita, el mayor, sin duda,
era el de Elías el profeta. Entre los hebreos, aquel gigante que vivió en las
asperezas del monte Carmelo, teniendo por toda compañía la vecindad de las
bestias feroces, y de donde salía como el rayo para hundir y levantar reyes, se
había convertido, por una serie de transformaciones sucesivas, en una especie
de ser sobrehumano, unas veces visible, otras invisible, a quien respetaba
hasta la misma muerte. Creíase generalmente, además, que Elías iba a venir de
nuevo, a fin de restaurar el reino de Israel. La vida austera (o jina) que había hecho en el desierto;
los terribles recuerdos que había dejado y que aún perduran en Oriente; aquella
sombría imagen que aun en nuestros tiempos atemoriza [120], influía vivamente en
los ánimos y marcaba con su sello a todas las concepciones populares.
Cualquiera que aspirase a ejercer gran influencia sobre el pueblo, trataba de
imitar a Elías, y como la vida solitaria había sido el rasgo característico de
aquel profeta, habíase adquirido la costumbre de no considerar al "hombre
de Dios" sino como un eremita. Creíase que todos los santos personajes
habían tenido sus días de penitencia, de vida agreste, de ásperas austeridades.
La penitencia en el desierto llegó a ser de este modo la condición indispensable
y el preludio de altos destinos. La vida anacorética, tan opuesta al viejo
espíritu judaico, alcanzaba así gran boga en Judea en tiempos de Juan. Los
esenios o terapeutas se hallaban agrupados cerca del país de Juan, sobre las
márgenes orientales del Mar Muerto... Los maestros de la juventud eran también,
en ocasiones, una especie de anacoretas bastante parecidos a los gurus del brahmanismo. ¿Se dejaba quizá
sentir en esto la influencia, más o menos remota, de los muni buddhistas? ¿Habían llegado hasta Judea, como llegaron
indudablemente a Siria y a Babilonia, algunos de aquellos monjes que recorrían
en todas direcciones la tierra?... Desde hacía algún tiempo Babilonia había
llegado a ser un verdadero foco de buddhismo. Budasp (el Boddhisatua) tenía
reputación de ser un sabio caldeo a quien se le consideraba como un fundador
del propio sabeísmo baptista, que
caracterizaba a los nazarenos [121].
Los
nazarenos eran conocidos como bautistas, sabeanos y cristianos de San Juan. Su
creencia era que el Mesías no era el Hijo de Dios, sino sencillamente un
profeta que quiso seguir a Juan. Orígenes (vol. II, página 150) observa que
"existen algunos que dicen de Juan el Bautista que él era el ungido (Christus) "... Cuando las
concepciones metafísicas de los gnósticos, que veían en Jesús el Logos y el
ungido, empezaron a ganar terreno, los primitivos cristianos se separaron de
los nazarenos, los cuales acusaban a Jesús de pervertir las doctrinas de Juan y
de cambiar por otro el bautismo en el Jordán (Codex Nazaraenus, II, pág. 109).
"Atacados
por los últimos profetas, y maldecidos por el Sanhedrin, los nazars o nazarenos eran confundidos con
otros de aquel nombre, aquellos que, según aseas (IX, 10), "se apartaron
para su vergüenza", y eran perseguidos en secreto, si no declaradamente,
por la sinagoga ortodoxa. Se ve claro, ciertamente, por qué Jesús era tratado
con tal desprecio por parte de los profetas de su tiempo como "el
Galileo". Nathaniel pregunta: "¿Puede venir algo bueno de
Nalareth?" (Juan, 1, 46), al
principio mismo de la carrera de Jesús, porque sabe que es un nazar. ¿No indica esto claramente que ni
aun los más antiguos nazars pertenecían
realmente a la nación hebrea. sino que eran más bien una especie de teurgistas
caldeos?
"Jesús,
en rigor, no puede ser llamado efectivo esenio, ni tampoco nazareno o de la
antigua secta de Nazaria. Lo que en efecto era,
puede encontrarse en el Codex
Nazaraenus, aun en las injustas acusaciones de los gnósticos bardesánicos.
"Jesús es el Nebu, el falso
Mesías, el destructor de la antigua religión ortodoxa", dice el expresado Codex" (Norberg: Onomasticón, 74). Es el fundador de la
secta de los nuevos nazars, y como
claramente lo implican las palabras, uno que sigue la doctrina buddhista. En
hebreo, la palabra naba significa
"el que habla por inspiración de Nebo", el dios de la Sabiduría; pero
Nebo es también Mercurio, y Mercurio es Buddha en el monograma hindú
de los planetas. Además, los talmudistas nos presentan a Jesús como inspirado
por el genio de Mercurio (Alfonso de Spire: Fortalicium
Fidei, 11, 2). "Este es Elías, que
había de venir", dice Mateo hablando de Juan Bautista (XI, 14). haciendo
así entrar una antigua tradición cabalista en el molde de la evidencia. Pero
cuando, dirigiéndose al Bautista mismo. le preguntan (Juan, 1, 16) : "¿Eres tú Elías?", él dice "no lo
soy".
Conviene,
por tanto, tender una ojeada por el estado religioso de Siria y Galilea en la
época de Jesús.
Las
tres sectas reinantes en la época de Jesús eran los fariseos. los saduceos y
los esenios. Estos últimos creían que el alma
es la que honra a Dios, y no la inmolación de las víctimas. Sus prácticas
religiosas tenían por base la renunciación, la abstinencia y la castidad.
Fieles a la tradición de los grandes profetas judíos, fundaban la religión
sobre la pureza del corazón y de la conducta, sobre la abnegación y el amor al
prójimo; ponían un poco de iluminismo en sus deseos de santidad, y pensaban que
la religión debe ser tolerante y humana, sin detenerse en los límites del
judaísmo. Se inspiraban sobre todo, en este pasaje de Isaías: "Vosotros
ayunáis -dice el Eterno- a capricho de vuestra voluntad, pero sin perdonar a
vuestros enemigos; ayunáis, pero os entregáis a vuestras disputas v al odio.
¿Decís ser muy agradable al Señor el estar con la cara compungida, bajar la
cabeza y cubrirse de ceniza y cilicio? No; lo que yo os pido es que os
desliguéis de las ataduras del vicio; que libertéis a los oprimidos, deis
hospitalidad a los indigentes, consoléis a los afligidos, vistáis a los
desnudos y pongáis en fuga al espíritu del mal que en vosotros mora."
"En
cuanto a los esenios -dice el gran historiador judío-, atribuyen todas las
cosas a la Providencia divina, y a ella se confían. Creen que las almas son
inmortales; estiman que tenemos que trabajar con todas nuestras fuerzas para
que reine la justicia: se contentan con enviar sus ofrendas al templo sin ir a
él a ofrecer sacrificios. Sus costumbres son irreprochables, y el cultivo de la
tierra su ocupación única. Su virtud es tan admirable, que superan grandemente
a los griegos y a otras naciones, porque de ella hacen su principal estudio.
Poseen sus bienes en común, sin que los ricos tengan mayor parte que los
pobres. No tienen mujeres ni servidores, porque están persuadidos de que las
mujeres son un obstáculo al reposo de la vida, y el tener criados lo consideran
como una ofensa a la Naturaleza, que hace iguales a todos los hombres. Se
ayudan unos a otros, y los más distinguidos de entre ellos reciben todo cuanto
se recoge del trabajo para el sustento por igual de todos." (Antigüedades judaicas, libro XVIII,
capítulo II.)
"Jerusalén
era entonces -dice Renán en su Vida de
Jesús-, poco más o menos, lo que es hoy en día: una ciudad de pedantería,
de acrimonia, de disputas, de odios y nimiedades de ingenio. El fanatismo era
allí extremado; muy frecuentes las sediciones religiosas. Los fariseos
imperaban en ella; el estudio de la Ley, llevado hasta las más insignificantes
minucias y casuísmos, constituía la enseñanza única. Aquella cultura,
exclusivamente teológica y canónica, no contribuía en nada a ilustrar los
entendimientos. Tenía algo de la estéril doctrina del faquir musulmán, de esa
ciencia fútil que se agita en derredor de una mezquita, disipación considerable
de tiempo y de dialéctica vana del todo. La misma educación teológica del clero
moderno, aunque árida, no puede dar una idea de aquélla. .. La ciencia del
doctor judío, soler o escriba, era puramente bárbara, absurda,
sin compensaciones y desprovista de todo elemento moral, como puede juzgarse
por el Talmud mismo. Para colmo de la
desgracia, llenaba de un ridículo orgullo a todo el que se empeñaba en
abrazarla. Orgulloso del pretendido saber, que tanto trabajo le costara, el
escriba judío sentía por la cultura griega el mismo desprecio que el sabio
musulmán de nuestros días experimenta por la cultura europea, y que el antiguo
teólogo católico tenía por el saber de las gentes del mundo. Siendo propio de
esas culturas escolásticas el alejar al espíritu de todo lo delicado.... aquel
odioso mundo no podía menos de oprimir gravemente a las almas sensibles y
delicadas del Norte, y el desprecio por ello de los hierosimilitanos hacia los
galileos hacía aún mayor el abismo que los separaba." En cuanto a
Nazareth, añade: "La ciudad santa de Jesús es un pueblecito situado en un
repliegue del terreno que forma la ancha meseta derivada de las montañas que
limitan al Norte la llanura del Esdrelón. No le mencionan siquiera el Antiguo Testamento, ni Josefo, ni el Talmud. Su población actual es de unas
tres a cuatro mil almas, y acaso no haya variado mucho desde entonces. Fría en
invierno y de muy saludable clima. Sus alrededores son deliciosos, y en ningún
país del mundo se hallaría un lugar más a propósito para formar y dar pábulo a
los ensueños de la más absoluta ventura, pues que aquel pintoresco pueblo es
acaso el único punto de Palestina en el que el alma se siente aliviada del
opresivo afán que experimenta en medio de aquella desolación sin rival. En el
siglo VI Antonino Mártir hizo un cuadro encantador de la fertilidad de sus
alrededores, comparándolos con el Paraíso. Todavía algunos de los valles del
Oeste justifican esta pretensión. El horizonte de la ciudad es reducido, pero
cuando se asciende un poco hasta la meseta superior, barrida por continuas
brisas. la perspectiva se agranda hasta hacerse espléndida. Al Oeste se
extienden las hermosas líneas del Carmelo, terminadas por una abrupta punta que
parece sumergirse en el mar. En seguida se desarrollan la doble cima que domina
a Mageddo; las montañas del país de Sichem, con sus lugares santos de la época
patriarcal; el monte Gelboé; el pequeño y pintoresco grupo al cual van siempre
unidos.
los recuerdos, risueños o terribles, de
Sulem y de Endor, y, en fin. el Tabor, con su bella forma esferoidal, que los
antiguos comparaban a un seno. El valle del Jordán y las elevadas llanuras de
la Perea, que forman una línea continuada hacia el Este, se entrevén por una
depresión montañosa entre Sulem y el Tabor. Al Norte. las montañas de Safed se
inclinan hacia el mar, ocultando a San Juan de Acre, pero dejan que la mirada
se pierda en el golfo de Khaffa. Más allá, por el Norte y casi entre los
flancos del Hermón. se descubre la Cesárea de Felipe, en tierra de gentiles, y
por la parte del Sur, detrás de aquellas montañas, ya menos rientes. de
Samaria, se adivina la triste Judea, disecada por los vientos abrasadores, de
muerte y de destrucción... Tal fué el horizonte de Jesús y de sus primeras
predicaciones."
Nazareth
es, más o menos, toda Palestina, en sus tradiciones religiosas, su vivir casto
y retirado, característico: esenio, ebionita. terapeuta y nazareno [122], es decir, jina, si por la vaga palabra en cuestión
hemos de entender esencialmente algo de lo que quería significar nuestro Fray
Luis de León con aquello de
“¡Qué
descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han
sido!"
Munk, en su obra Palestina, afirma, en efecto, según H. P. B., que en ella existían
cuatro mil esenios refugiados en sus desiertos, teniendo sus libros místicos y
vaticinando lo futuro. En cuanto al Líbano, en él vivían los nabatheanos (los
adoradores del dios Nebo, o Nabia, los
dotados del don profético), cuyo libro más famoso, según Maimónides (Doctor D.
Chwobolm, Die Saabier und der Saabismus, II,
pág. 458), es el traducido al árabe por Ibn Wahohijah, y que ha llegado hasta
nosotros con el título de Agricultura de
los Nabatheanos, Existen también multitud de tribus que viven diseminadas más allá del Jordán, y asimismo entre
los descendientes de los samaritanos en Damasco, Gaza y Shechem (hoy Naplosa),
quienes, a pesar de dieciocho siglos de persecuciones, han conservado la fe de
sus padres en. su primitiva sencillez; y en ellas es donde hay que buscar las
tradiciones cristianas primitivas de aquellos que, como dice Eusebio, habían
conocido personalmente a Jesús. .. Después de la muerte de éste, los primeros
cristianos, ya fueran ebionitas, nazarenos, gnósticos, etc., estuvieron
reunidos allí, y en oposición a la Sinagoga, cuanto a los tiránicos tecnicismos
de los fariseos, hasta que el grupo primitivo se dividió en dos ramas
distintas: los cristianos cabalistas de la escuela tanaim de la India y los cristianos cabalistas de la Gnosis de
Platón. La primera estaba representada por los secuaces de Pedro y de Juan, el
autor del Apocalipsis, y la segunda
por la cristiandad de Pablo, que, mezclándose al final del siglo 11 con la
filosofía platónica, absorbieron más tarde a las propias sectas gnósticas,
cuyos símbolos y mal comprendido misticismo fueron a parar a la Iglesia de
Roma.
Durante
la primera época de su vida, Jesús tenía frecuente comunicación con los esenios
de la escuela pitagórica, conocidos bajo el nombre de koinobi (o cain-nobi). Renán cometió una gran ligereza al asegurar,
tan dogmática e imprudentemente, que Jesús hasta ignoraba los nombres de
Buddha, Zoroastro y Platón; que jamás había leído un libro griego ni buddhista,
aunque poseía más de un elemento que, sin él mismo saberlo, procedía del
buddhismo, parsismo y helenismo, cosa que equivale 'casi a admitir un milagro y
a conceder demasiado a la casualidad o la coincidencia. Abusa grandemente,
además, de la inmunidad quien, pretendiendo, como Renán, escribir hechos
históricos, deduce aquellas consecuencias que le son simpáticas de premisas
hipotéticas, llamándolas historia luego.
Por eso, el autor de la Vida de Jesús no
tiene bajo sus pies ni una pulgada más de terreno firme que cualquier otro
compilador de leyendas concernientes a la problemática historia del profeta
nazareno. Además, mientras que Renán no dispone de un hecho siquiera que
demuestre que Jesús jamás estudió los dogmas metafísicos del buddhismo y del
parsismo, ni oyó jamás hablar siquiera de Platón, sus contradictores tienen las
mejores razones del mundo para pensar lo contrario, cuando ellos encuentran:
primero, que todas sus sentencias están concebidas en un espíritu pitagórico,
cuando no son repeticiones literales; segundo, que su código de ética coincide
con el buddhista; tercero, que su vida y modo de actuar son siempre los de un
esenio; cuarto, que su manera alegórica de expresarse, sus parábolas y sus
hábitos son los de un Iniciado griego, parsi o caldeo, los de "un
Perfecto" ,que diría Pablo; quinto, que es, en fin, una bien pobre
alabanza al Ser Supremo la de querer reducir su Verdad a la mera de los cuatro Evangelios, los cuales, además de
contradecirse con frecuencia, no presentan una sola sentencia, frase o
narración cuyo paralelo no pueda encontrarse en alguna doctrina o filosofía más
antigua. Seguramente que el Todopoderoso pudiera haber hecho descender con
Cristo -su primera y única encarnación en
la Tierra- algo más original, y que hubiese establecido una línea divisoria
entre Él mismo y la veintena o cosa así de dioses paganos encarnados que
nacieron todos de vírgenes, que todos fueron salvadores, y como tales han sido
muertos o se han sacrificado por la humanidad. Todos estos pasajes están
tomados de Isis sin Velo, donde la
Maestra termina diciendo:
"Sobre
el primer extremo de los indicados, y a pesar de la escasez actual de antiguas
obras filosóficas, véanse, si no, estas sentencias de Sexto el pitagórico, y de
otros paganos, y compárense con sus homólogas de los Evangelios, que van indicadas entre paréntesis: "1. No poseas
otros tesoros sino aquellos de los cuales nadie te podrá privar (Mateo, VI, 9). 2. Es preferible cortar
o quemar el miembro infeccionado que no el que éste infeccione al resto en otro
estado o vida (Marcos, I, 43). 3.
Vosotros mismos albergáis en vuestros cuerpos algo divino; conducíos, pues,
como si fueseis templo vivo de Dios (1, Corintios.
111, 16). 4. El mayor honor que puede tributarse a Dios es el tratar de
imitar sus perfecciones (Mateo, V, 45
Y 48). 5. Lo que yo no quisiera que me hiciesen los hombres -dice Confucio en
las obras de Max Müller-, tampoco yo debo hacerlo a éstos (pasajes de varios
sitios de los Evangelios). 6. La Luna
-dice el Código del Manú- brilla de igual modo sobre la casa del justo que
sobre la del malvado (Mateo, V, 45).
7. Aquellos que dan, reciben -sigue diciendo el Código del Manú- y a aquellos
que rehusan dar, les será quitado cuanto tienen (Mateo, XIII, 12). 8. Según el refrán hindú, sólo el puro de
espíritu es quien puede ver a Dios (Mateo,
V, 8)".
Ninguna
de las transfiguraciones y eutanasias consignadas en el Antiguo Testamento son comparables, en riqueza de detalles ni en
viveza de colorido, a las que los Evangelios nos refieren de Jesús, porque en
ello, como en todo, la aria pureza del Nuevo
Testamento va siempre mucho más allá que el semitismo, casi siempre
positivista y a ras de tierra, del Antiguo.
Además,
en las descripciones que los evangelistas nos hacen de la vida de Jesús, se
aprecian claramente cuatro momentos distintos, o mundos, por lo menos, a saber: a)
El de la vida ordinaria o exterior del Justo entre los hombres, conviviendo
con publicanos y pecadores, amén de con los "pescadores", sus
discípulos, ni más ni menos que acontece con todos los humanos, y al tenor de
la hermosa sentencia que dice (Mateo, IX,
12): "los sanos no tienen necesidad de médico, sino de enfermos". b) El de la Vida Interior del Justo,
cuando, alejándose del "mundanal ruido", que dijo nuestro clásico, se
retiraba "en soledad y silencio al último rincón de tu aposento" (Mateo, VI, 5-13) a orar y comunicarse
con el Padre, o sea con ese Dios Interior o Yo Superior (Atma Buddhi-Manas, de los orientales) que todos llevamos dentro,
o, en otros términos, cuando después de haber ayudado a sus hermanos menores,
los hombres del "valle hondo y oscuro, con soledad y llanto", se consagraba
a la meditación o a la yoga, que los
orientales dirían, o sea a procurarse la unión del alma humana -siempre
anhelante de subir, de retornar a su celeste origen- con el Espíritu Divino que
la cobija, unión, por otra parte, simbolizada por el eterno mito de Psiquis,
tantas veces citado en anteriores libros. e)
El de todo ese extraño y obscuro período que en los Evangelios media entre
la muerte y resurrección del justo y su gloriosa ascensión a los cielos,
período en el que, si no nos equivocamos, vive Jesús una vida periespiritual, que diría un discípulo
de Allan Kardec; una vida intermedia y en cuerpo espiritual, que diría San
Pablo (Corintios, I, XIV), o en doble
etéreo, que añadiría un teósofo. En semejante "cuerpo sutil y
glorioso", que, más o menos, recuerda al que parecen revestir todas las
apariciones post-mortem que la
historia, la leyenda y el fenómeno espiritista registran, Jesús acompaña, ora
invisiblemente, ora visible, a sus discípulos; se presenta y convence al
incrédulo positivista de Santo Tomás; se muestra en el cerrado cenáculo de
aquéllos, atravesando las paredes, para prometerles la iluminación jina de Pentecostés, con sus lenguas de fuego, o sea el "don
pineal o del tercer ojo", descrito por nosotros en las páginas 373 y
siguientes de De gentes del otro mundo, y
realiza, en fin, "cosas de cuarta dimensión", perfectamente
imposibles para nosotros los pigmeos, que nos debatimos todavía durante esta
nuestra vida física en las tinieblas o "sombras de sombras" de la
dimensión tercera. d) El del mundo superliminal e inmediatamente
superior a este último "mundo
etéreo" de la dicha convivencia post-mortem
del Maestro con sus discípulos, caracterizado porque ya en él, a diferencia
de lo que les aconteciese en el anterior, los discípulos pierden la conciencia
física que en este último estado tenían, razón por la cual, "presas de un
sueño invencible", apenas si pueden darse cuenta de la transfiguración que
sobre la cumbre del monte Tabor, y ante ellos mismos, se opera en el cuerpo y
el semblante de Jesús, al convivir "con aquellos que se fueron sin
irse", es decir, con Henoch, con Moisés y con Elías, los antes
transfigurados, al tenor de cuanto llevamos visto. e) Finalmente, y por encima de todos los dichos cuatro estados
anteriores, la propia Ascensión del Señor a los cielos nos dibuja un quinto e
inefable estado celeste, para el que, al faltarnos las ideas, no pueden menos
de faltamos también las palabras, pero que, igual que en el Cristianismo, tiene
su nombre correspondiente en las otras religiones: Devachán, entre los brahmanes; Swarga,
entre los buddhistas; Amenti, entre
los egipcios, etc., etc.
El
pasaje de Lucas (IX, 18-27) que sirve como de prólogo al sublime momento de la
Transfiguración de Jesús, se presta a las más profundas y consoladoras
meditaciones, si substituímos, con arreglo a la enseñanza evangélica, "su
letra que mata por su espíritu que vivifica".
En
efecto, vemos en dicho pasaje que Jesús, queriendo sondar en las respectivas
psiquis de sus aún poco evolucionados discípulos acerca del juicio que iban
formando de su persona y de sus enseñanzas, los llevó aparte después de haber
realizado el milagro de la multiplicación de los panes y los peces -símbolo de
la multiplicación del pan del alma o de la ciencia más que del grosero pan de
los cuerpos, que "siempre nos es dado por añadidura" -, y les
preguntó de manos a boca que quién decía el vulgo que era él. A lo cual
respondieron unánimes, como lo hubieran hecho cualesquiera otros creyentes en
las vidas anteriores, que unos decían que era Juan el Bautista; otros, que era
Elías, y otros, que algún otro de los muchos profetas del Señor en los tiempos
pretéritos, añadiendo Pedro aquella confesión solemne de "Tú eres Cristo,
hijo de Dios vivo," Al oír esto el Maestro, no pudiendo desmentir lo que
era pura realidad, como miembro que era de la gran Fraternidad Blanca, cuyos
adeptos, como dice H, P. B., tienen todos biografías humanas tan análogas que
fácilmente pueden ser tomados unos por otros, les amenazó severamente,
ordenándoles que no dijesen nada acerca de ello a las gentes, añadiendo estas
frases que los comentaristas cristianos refieren siempre a la propia vida de
Jesús, pero que, en espíritu, dado que todo hombre es, según los gnósticos, un Chrestos sufriente en este mundo antes
de ser un Christos triunfante en el
otro, bien puede asegurarse que aluden asimismo a todos nosotros y a nuestras
tribulaciones y esperanzas a lo largo del Sendero Iniciático o Jina. Sendero
que supone toda nuestra vida, desde la cuna hasta el sepulcro, cuna también, a
su vez, de nuestro nacimiento a dicha segunda vida espiritual: "Es
necesario que todo [123]
hijo del hombre padezca muchas cosas, y que sea desechado de los ancianos (los tenidos en el mundo por prudentes,
sensatos y discretos) y de los príncipes, de los sacerdotes (u hombres constituidos en autoridad
mundana) y de los escribas (o sea de
los tenidos por sabios en el mundo), y que sea entregado a la muerte (es decir, que la muerte haga de él al fin
su presa, porque a ella nos ha entregado el Karma o Destino), y que
resucite al tercer día. .. Mas, añádoos, en verdad, que algunos no gustarán la
muerte hasta que vean por sí mismos el reino de Dios..."
Estas
últimas palabras de resurrección al tercer día después de muertos, son la ley
general de la vida ordinaria de todo hijo de hombre. Una excepción a dicha
regla general parece entrañar la promesa de que algunos de éstos -siempre en el
sentido, por supuesto, de nuestra interpretación simbólica del texto de San
Lucas no gustarán de la muerte hasta que vean por sí mismos el reino de Dios.
La
emocionante y sublime escena de la Transfiguración de Jesús, sobre la cual,
como sobre la Ascensión, los que se tienen por cristianos jamás han meditado lo
bastante, aparece descrita por Lucas (IX, 18-37) en los términos siguientes:
"Y aconteció que estando Jesús orando, preguntó luego a sus discípulos:
"¿Quién dicen las gentes que soy yo?" Y ellos le respondieron:
"Unos dicen que eres Juan el Bautista -Ioagnes,
Ra o el Cordero de Dios-; otros dicen que eres Elías, y otros muchos que en
ti ha resucitado alguno de los antiguos profetas." A lo que Jesús añadió:
"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"; respondiendo Simón Pedro:
"¡Tú, el Cristo de Dios eres'" Él, entonces, les conminó para que no
dijesen nada a nadie acerca de todo aquello, diciéndoles: "Es necesario
que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas y que sea desechado de los ancianos
y de los príncipes, de los sacerdotes y de los escribas, y que sea entregado a
la muerte y que resucite al tercero día." Y añadía a todos: "Quien
desee venir en pos de mí -o como si dijera a esotro mundo superior del reino de
Dios, cuyo Tesoro no puede ser revelado ni dado a los cerdos-, niéguese a sí
mismo, tome día tras día su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar su alma
-el egoísta-, la perderá, y el que por amor a mí quiera perder su alma -el
altruista-, ése la salvará. Porque, ¿qué aprovecha a un hombre el granjearse
todo lo del mundo, si se daña y pierde a sí mismo? Pues quien se afrentase de
mí y de mis palabras, se afrentará de él el Hijo del Hombre, cuando viniere con
toda su majestad y la del Padre y de sus santos ángeles. Mas dígoos, en verdad,
que algunos hay aquí que no gustarán de la muerte hasta que vean por sí mismos
el reino de Dios..."
Y
después de este pasaje, que tomado a la letra se refiere sólo a Jesús, pero que
tomado simbólicamente o "en espíritu" se refiere, en efecto, a todos
los hombres, como más adelante veremos, continúa el texto con la escena de la
transfiguración diciendo:
"Y
aconteció, como ocho días después de estas palabras -y como si el hecho,
añadimos nosotros, viniese a ser una corroboración práctica y tangible de
ellas-, que tomando Jesús a sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, subió a un
monte para orar. Y al par que hacía el Maestro su oración, se cambió e hizo
otra la figura de su rostro y sus vestiduras se tornaron blancas y
resplandecientes. Y he aquí que con Jesús hablaban dos varones. Y éstos eran
Moisés y Elías, que aparecieron llenos de majestad y que le hablaban de su
salida o de Jerusalén. Más Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, y,
despertando, vieron la gloria de Jesús y de los dos varones que con él estaban.
Y cuando éstos se apartaron de él, dijo Pedro a Jesús, no sabiendo lo que se
decía: "Maestro, bueno es que nos estemos aquí: hagamos tres tiendas, una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Y mientras que Pedro decía
esto, vino una gran nube que los envolvió, causándoles gran pánico. Y de la
nube salió una voz que decía: "¡Éste es mi Hijo amado! ¡A él escuchad!"
Y cuando la voz cesó, hallaron ya solo a Jesús. Y ellos callaron y a nadie
dijeron cosa alguna de lo que habían visto y oído..."
Este
texto de Lucas, con ligeras variantes, aparece reproducido en Mateo (XVI y
XVII) y en Marcos (VIII y IX). Luego, tras el relato evangélico de la
crucifixión viene el de la resurrección y la segunda "vida" de Jesús
con sus discípulos, donde se dice:
"He
hablado, ¡oh Theóphilo!, en mi primer discurso (o Evangelio) - dice Lucas al
comenzar a narrar Los hechos de los
Apóstoles-, de cuantas cosas comenzó a hacer y enseñar Jesús, hasta el día
en que, después de haber instruído por el Espíritu Santo a los Apóstoles que
había escogido, fué recibido arriba. A ellos se les mostró vivo después de su
pasión, con muchas pruebas, apareciéndoseles por cuarenta días y hablándoles
del reino de Dios. Y comiendo con ellos les mandó que no se fuesen de
Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, que dijo: "Juan
bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo, no mucho
después de estos días." Entonces, los que se habían congregado le
preguntaban si en dicho tiempo iba a restaurar el reino de Israel, y Jesús les
contestó: "A vosotros no os toca el saber los tiempos que puso el Padre
con su propio poder, mas recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros para que me seáis testigos en Jerusalén y en toda la Judea y
Samaria hasta las extremidades de la Tierra." Y mientras esto decía, se
fué elevando y le recibió una nube que le ocultó a los ojos de ellos. Y cuando
ellos estaban mirando al cielo, según que subía, he aquí que le recibían dos
varones con vestiduras blancas, los cuales, al par, dijeron: "¿Qué estáis
mirando, varones galileos? Este Jesús que así asciende al cielo ante vuestra
vista, volverá de igual modo." Entonces, desde aquel monte de las Olivas
donde se hallaban, se volvieron a Jerusalén.
En
este pasaje hubo de inspirarse el inmortal Fray Luis de León para aquella
incomparable Oda a la Ascensión del
Señor, con la que, pese a lo conocida que es, queremos honrar estas
nuestras modestísimas páginas jinas, y
que dice:
¿Y
dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto,
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién
concierto al viento fiero airado?
Estando tú cubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay!, nube envidiosa:
aun de este breve gozo, ¿qué t_ quejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ¡ay!, nos
dejas!
Otro
texto evangélico, por último, encuadra perfectamente con el espíritu de esta
nuestra obra, puesto que dice:
"Y
cuando se cumplían los días de la Pentecostés, todos los discípulos estaban
congregados. Y vino de improviso del cielo un estruendo como de viento
impetuoso conmoviendo el recinto. Y se les aparecieron unas lenguas dispersas,
como de fuego, que fueron reposando una en cada uno de ellos. Y así, todos
fueron llenos de Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en varias lenguas, según
el dictado del Santo Espíritu. Había entonces en Jerusalén varones religiosos
de cuantas naciones hay debajo del cielo. Y noticiosos del caso, acudieron en
gran número, quedando pasmados porque oían hablar a los discípulos cada uno en
su propia lengua. Y estaban todos atónitos y se maravillaban diciendo:
"¿Cómo es que siendo galileos los que hablan los oímos hablar cada uno de
nosotros en nuestra propia lengua? ¿Qué quiere decir esto?" Mas otros se
burlaban y decían: "¡Están llenos de mosto!" Mas Pedro, en compañía
de los once, puesto en pie, alzó su voz diciéndoles: "Varones que habitáis
en Jerusalén, oídme: No es que estemos embriagados, sino que se cumple lo que
fué dicho por el profeta Joel: Y acontecerá en los postreros días, dice el
Señor, que yo derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros
hijos y vuestras hijas, y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros ancianos
soñarán sueños, porque ciertamente en aquellos días derramaré de mi espíritu
sobre mis siervos y siervas, y profetizarán, y daré maravillas arriba, en el
cielo, y señales abajo, en la tierra..." (Hechos, II, 1-19.)
Por
lo transcrito, que muy bien podría ampliarse, se ve cuántos pasajes del Evangelio se rozan con nuestro
"mundo de los jinas". Si algo faltase, queda también el problema de
los "lagos de predicación", que habrá de ser objeto del siguiente
capítulo.
El
Fuego y el Agua en las Teogonías. - La estática y la dinámica del Agua, o sean
los dos conceptos filosóficos de "lago" y "río". -
Ampliación del concepto de "lago" en ley de teosófica analogía. - El
lago y el río en la Tierra dan la base masculino-femenina para el sagrado
jeroglífico de IO. - Las dos líneas sinuosas simbólicas de Acuario, inicial
jeroglífica de la letra M, que. a su vez, lo es del gran nombre femenino en
todas las Teogonías. - La "lacustre" cadena que liga filosóficamente
a la fuente y al mar. - "Lago" es "inercia",
"muerte", "descanso" y demás conceptos analógicos, como
"río" es el concepto contrario. - Papel que "el lago" ha
representado siempre en el mundo del Espíritu y en los Misterios iniciáticos. -
Papel constante del "lago" en las divinas predicaciones de Jesús. -
Los primeros discípulos son todos "pescadores".-La barca-símbolo de
nuestro cuerpo en el proceloso mar de la vida.-El lago de Jenesareth,
Jainesareth o Jina.-La fe en la p:llabra del Maestro. - Un pasaje
"jina" de Ernesto Renán. - La Galilea de entonces y la de ahora. - La
iniciática región superior del Líbano, según la princesa de Belgiojoso y sus
metualís "jinas" adoradores del Fuego. - Idea general de los
"Misterios de los Lagos Iniciáticos", hasta donde es posible colegir
por los textos que poseemos.
De
intento hemos dejado pasar en silencio en el capítulo que antecede todo lo
relativo a los momentos más augustos de las predicaciones de Jesús en el lago
de Genesareth. o "lago de los jinas". por su inmensa relación con
"los Misterios del Reino de los Cielos". para poderlo tratar aparte
aquí con todo el detenimiento que merece.
Después
del Sol y su fuego, o sean sus vibraciones fecundas despertadoras de la vida en
todos los ámbitos del planeta el agua, el
elemento femenino terrestre. "la gran Madre o Vaca nutridora" es la
base misma de la vida, simbolizada en todas las teogonías con mil nombres lunares: Io, Maya, Isis, Diana, Lucina,
Ataecina, Calquihuitl y tantos más que en otro lugar pueden verse. [124]
Pero
el agua, el elemento fluido
sustentador de la vida, se nos presenta en la tierra bajo dos aspectos
contrapuestos, mejor o peor definidos: el dinámico de sus corrientes y el
estático de su siempre aparente paralización.
Y decimos "aparente", porque nunca es más activa el agua que cuando
se nos muestra en su fingida calma de la tranquila fuente, el tranquilo lago o el
mar, pese a las borrascas de su superficie y a sus corrientes poderosas,
siempre en sus fondos tranquilos.
Fijándonos,
pues, sólo en este su engañoso estado de lacustre
calma, advertimos, por de pronto, que el verdadero concepto de lago es susceptible filosóficamente de
una ampliación de concepto por demás curiosa e instructiva.
En
efecto. Desde la fuente más modesta que allá en nevada e inaccesible altura da
nacimiento a uno de esos colosos fluviales que se llaman el Ienisei y el
Ganges, en Asia; el Volga y el Danubio, en Europa; el Niger, el Congo y el
Nilo, en África; el Mississipí y el Amazonas, en América, se puede pasar, por
una gradación insensible, hasta el mayor de los mares, que es el Océano
Pacífico, mediante el concepto típico de lago,
concepto que estáticamente es el contrapuesto al concepto dinámico de río. Las aguas, en el primero, duermen;
en el segundo se deslizan activas; en aquél han invadido extensiones mayores o
menores de tierra, tendiendo constantemente hacia la forma circular en su superficie
y a la hemisférica en su fondo, con arreglo a la conocida ley de máximos que
hacen del círculo la mayor figura isoperímetra, y de la esfera, el mayor
volumen entre los sólidos de igual superficie; en éste, en el río, en cambio,
la tierra ha parecido quererle cortar su irresistible empuje, inmovilizándole
como lago; pero él ha logrado saltar virilmente tales barreras, y, propendiendo
a la línea recta como mínimo de las distancias, corre y corre hacia niveles
inferiores, en los que, caso desfavorable, se ve obligado a formar lagos que detienen o templan por lo
menos su marcha, acabando siempre, en caso favorable, por detenerse y perderse
en ese "Lago de lagos" que se llama mar [125].
Así,
las aguas que se muestran en la superficie de la tierra nos ofrecen la más
admirable alternativa de paralización y de marcha, de inercia y movimiento, de
ahorro y de trabajo, de pralaya y de manvántara, de aparente muerte y
aparente vida; y torno a decir "aparente", porque allí donde las
aguas se nos antojan más muertas o estancadas, allí es donde por ley de
correlación de fuerza dan lugar a más prodigiosa vida, como si el anterior
movimiento "fluvial" de ellas se hubiese transformado alquímicamente,
gracias a un eterno catabolismo, en el prodigioso movimiento vital e interno
que suponen los millones y millones de pequeñas vidas o seres que el agua
engendra al estancarse de un modo "lacustre", para correr rauda, ya
como savia, sangre o linfa -"agua", siempre, al fin- en los infinitos
"arroyos" y "ríos" de los vasos circulatorios de estos
seres, vasos encargados de llevar a todas partes el impulso y el aliento
animador o "alma" que mantiene sus vidas... ¡Un río estancado en
lago, y productor de tantos billones de billones de ríos como seres nacen de
él, ¿qué digo como seres?.., como vasos, fibras, nervios, etc., etc., puedan
desarrollar tales micro-bios!...
Semejante sublimidad natural no es para
cantada aquí por nuestra torpe pluma. La gallardísima de un Eliseo Reclus sería
también pobre ante la maravilla singular de un flúido que se dice robado antaño
por la Tierra a su madre la Luna cuando el primer Diluvio de las Teogonías, que
señaló para aquélla el día de su nacimiento y para esta el de su muerte, pues
que hubo de quedar desde entonces a hoy seca, muda, dislocada, despojada y
fría, según ahora nos la muestran los más potentes reflectores.
Nuestro
ánimo aquí no es, además, el de cantar semejantes misterios vitales, sino el de
preparar así la referencia a un hecho, aún más excelso si cabe, a saber: el del
papel que el lago ha jugado siempre
en la génesis vital de ese otro mundo superior; el mundo del Espíritu y sus
venerandas Iniciaciones, dentro de esa ley cósmica
o de armonía que establece el más perfecto paralelismo de grandeza entre lo
físico o terrestre, lo anímico o lunar, y lo espiritual, solar o divino, al tenor de la conocida distinción de Plutarco que en los
primeros capítulos establecimos.
Empecemos
para ello por el Cristianismo, como religión que nos es más conocida.
Es
muy de notar ciertamente en el Evangelio el
hecho de que en los momentos más admirables de la predicación de Jesús juegan
el lago y el mar un papel extraño e importantísimo, a la manera de como le
juegan también en todos los Misterios Iniciáticos de la antigüedad, de los que,
como diría Pablo, la propia vida de Jesús era sólo misterio y figura. [126]
Para
convencerse de ello, no hay sino echar una ojeada a la vida del Maestro:
El
Evangelio, en efecto, nos dice que al
empezar Jesús su predicación, fué a Cafarnaún, ciudad marítima de la Galilea, de la que el propio Isaías había
dicho: "Pueblo que estaba en las tinieblas, vió una gran luz, y luz les
nació a cuantos en sombra de muerte moraban en la tierra" (Mat., VI, 16). Yendo entonces el
Maestro por la ribera del mar del lago, tomó
como discípulos primeros a los pescadores
Pedro y Andrés, "para hacerlos pescadores
de hombres" (ibid., 19). Subiendo luego a una de las simbólicas
alturas o montes de aquella adoración
caldea tan censurada por el cretino positivismo judío, predicó sus divinas
bienaventuranzas, suma y pináculo de la más celeste doctrina. Descendiendo
después del "monte", o sea de la altura doctrinal, obró física.
compasión con los hombres, curando por
aquellas playas a infinitos enfermos, es decir, perdonándoles sus pecados
en gracia a su fe (ibid., VIII).
Seguidamente penetró en una barca con
sus discípulos -barca-símbolo de nuestro propio cuerpo en el proceloso mar de la vida-, sobreviniendo la tempestad "mientras que Él dormía", hasta
el punto de que aquéllos exclamaron, como exclamamos todos: "¡Señor,
sálvanos, que perecemos!" A esto el Maestro les arguyó igual que
diariamente desde nuestro corazón a nosotros: "¿Por qué teméis, hombres de
poca fe?", y levantándose al punto mandó al mar y a los vientos que se calmasen, siguiéndose una gran bonanza,
por lo que los hombres, maravillados, decían: "¿Quién es éste a quien así
obedecen los vientos y la mar?" Pasando, en fin, "a la otra parte del lago", dos endemoniados le salieron
de los sepulcros, y cuando estos malos espíritus, por orden de Él, se fueron a
internar en la manada de cerdos, todos los de la ciudad, temiendo el brillo de
la verdad eterna, clamaron rogándole que saliese de sus términos (ibid., VIII).
De
nuevo vuelve Jesús a tomar el barco, y
ya en tierras de su ciudad continúa sus milagros y predicaciones, no pocas de
éstas, tales como la de la parábola del sembrador (ibid., XIII), pronunciada simbólicamente desde una nave también. Otra vez (ibid., XIV, 13), cuando el Bautista fué degollado, Jesús se retira
en un barco "a un lugar desierto
y apartado", es decir, al mundo jina,
donde opera con la multitud el milagro de los cinco panes y dos peces,
de los que comieron nada menos que cinco
mil hombres, sin contar mujeres y niños, sobrando además doce cestos llenos de pedazos (ibid., XIV, 15-21).[127],
En
subsiguientes pasajes vemos que el Maestro embarca a los discípulos en la navecilla, ordenándoles pasasen a la otra ribera del lago de Genesareth
o jainesareth -el simbólico lago jina, que diríamos nosotros-, al que les
llevaba ya solos, como elegidos o discípulos, mientras que Él despedía a la
gente -la gente profana y se retiraba solo a orar en el monte. Sobrevínoles,
pues, la noche a los discípulos en
medio de las ondas, como era natural al perder de vista la luz de su Maestro, y el viento -como todos los vientos que los elementos desencadenan
siempre contra los buenos y sus nobles obras- les era contrario. "Mas a la
cuarta vigilia de la noche vino Jesús
hacia ellos, andando sobre el mar. Cuando
así le vieron llegar hasta ellos sin sumergirse en las olas, se turbaron,
"temiendo fuese un fantasma", y llenos de miedo comenzaron a darle
grandes voces. Jesús les habló al mismo tiempo, diciéndoles: "¡Tened buen
ánimo y nada temáis!", y Pedro, entonces, le dijo lleno de fe: "¡Señor,
si eres tú verdaderamente, mándame que vaya a ti sobre las aguas!" A lo
que el Maestro le contesta: "¡Ven!" Y bajando Pedro del barco
-continúa el texto-, andaba también sobre
las aguas, para llegar a Jesús; mas viendo el viento recio, tuvo miedo. y
como empezase a hundirse, clamó diciendo: "¡Valedme, Señor'" Jesús
entonces. extendió su mano, trabó de él, y le dijo: "¿Por qué dudaste,
hombre de poca fe?" [128] Luego que entraron en el
barco cesó el viento, y los que dentro estaban adoraron a Jesús, diciéndole:
"¡Verdaderamente, Hijo de Dios eres!" Y habiendo pasado a la otra parte del lago, fueron a la
tierra de Genesar -]ainesar, ]ainazar, o
región de los jinas, que nosotros
diríamos asimismo-. donde los hombres de aquel lugar, así que le reconocieron
enviaron por toda aquella tierra y le presentaron a todos cuantos padecían
algún mal, y le rogaban que les permitiese tocar tan sólo a la orla de su
vestido." (ibid., XIV, 22-36).
Quien
con Renán o con Strauss se haya tomado la molestia de estudiar a fondo los sinópticos, o sean los primitivos Evangelios de Mateo, Marcos y aun Lucas,
amén de muchos otros de los setenta y dos llamados "apócrifos", no
dudará de que ellos, ante todo, se han inspirado en las más arcaicas
tradiciones galileas para dar adecuado marco a las poéticas descripciones de la
vida de Jesús. Por eso aquel autor ha podido decir con pluma inimitable:
"La antigua palabra "paraíso", que el hebreo, como todas las
lenguas de Oriente, había tomado de la Persia, y que en un principio sirvió
para designar los parques de los reyes aqueménidas, resumía en aquella época el
sueño de todos, la quimérica aspiración universal. ¡El Paraíso!... ¡El jardín
delicioso donde se continuaría para siempre una vida llena de encantos
inefables! ¿Cuánto tiempo duró aquella embriaguez? Se ignora. Durante el curso
de aquella mágica aparición, nadie midió el tiempo, como nadie mide la duración
de un éxtasis. El vuelo de horas las dejó en suspenso: una semana fué como un
siglo. Pero, ya durase años o meses, aquel ensueño fué tan hermoso, que,
después de él, la humanidad ha continuado viviendo de su recuerdo, y todavía es
su debilitado perfume nuestra única y suprema consolación. Nunca al pecho
humano dilató un gozo tan puro ni tan inmenso. En aquel esfuerzo, el más
vigoroso que haya hecho la humanidad para elevarse sobre el barro de nuestro
planeta, hubo un momento en que olvidó los lazos de plomo que la ligan a la
tierra y las angustias de la vida. ¡Feliz el que entonces pudo ver la luz de
aquella divina aurora y participar siquiera por un día de aquella ilusión-
mágica y sin igual! Pero ¡más dichoso todavía -nos diría Jesús- el que, libre
de toda ilusión, reproduce en sí mismo la aparición celeste, y sin ensueños
milenarios, sin paraíso quimérico, sin otro móvil que la rectitud de su
voluntad y la poesía de su alma, sepa crear de nuevo, y por sí solo, el
verdadero Reino de Dios en su propio corazón!... "
Sigue
luego Renán trazando el marco jina de la Galilea de entonces, al recibir la
doctrina iniciática del Divino Maestro, diciendo: «El hermoso clima de Galilea
convertía la existencia de aquellos honrados pescadores en delicioso y perpetuo
encanto. Todos eran ignorantes en extremo, débiles de espíritu y creyentes de
espectros y apariciones. Sencillos, buenos, dichosos, blandamente mecidos por
las cristalinas ondas de un mar en miniatura, o bien arrullados por el oleaje
mientras dormitaban sobre el césped de sus risueños bordes, aquellas familias
de pescadores preludiaban, a no dudarlo, el Reino de Dios... Difícil es, en
efecto, el figurarse el encanto, la embriaguez de una vida que de ese modo se
desliza a la faz del cielo; el robusto y dulce entusiasmo que infunde en el
alma el continuo contacto con la Naturaleza, y los sueños de aquellas noches
pasadas bajo la inmensidad de la azulada bóveda al trémulo fulgor de las
estrellas. En otra noche semejante fué cuando Jacob, apoyada la cabeza sobre
una piedra, leyó en los astros la promesa de una posteridad innumerable, y vió
la escala misteriosa por la cual iban y venían los Elohim!- entre los cielos y la tierra. En la época de Jesús, el
cielo continuaba abierto, y la tierra no había sido profanada. Las nubes se
entreabrían aún sobre el hijo del hombre, y los ángeles subían y bajaban,
sirviéndole de mensajeros. Las visiones del Reino de Dios se 'hallaban en todas
partes, puesto que el hombre las abrigaba en su propio corazón. La mirada
tranquila y dulce de aquellas almas sencillas contemplaba el universo en su
origen ideal; quizá el mundo mismo descubría sus misterios a la conciencia
divinamente lúcida de aquellos seres dichosos, cuya pureza de corazón les hizo
merecedores un día de ver a Dios... Aquello era el advenimiento a la tierra del
consuelo universal: «!.Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos
es el "reino de los cielos; bienaventurados los que lloran, porque ellos
"serán consolados; bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la
tierra; bienaventurados los que tienen hambre y sed de "justicia, porque
ellos serán saciados; bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia; bienaventurados "los limpios de corazón, porque ellos verán
a Dios; bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de
ellos "es el reino de los cielos!..."
Y
para contraste con aquella Galilea feliz, he aquí, en fin, según el mismo
Renán, el cuadro de la Galilea de hoy arrastrando penosamente el karma de su
escepticismo y su dureza. [129]
"En
aquel país, cuya vegetación era tan rica antaño que a Josefo le pareció casi
milagrosa; en aquel país, donde la Naturaleza, según este historiador, había
reunido las plantas de los climas fríos, las producciones de las zonas
ardientes y los árboles de las latitudes templadas, cargados todo el año de
flores y de frutos; en aquel país, en fin, que antes parecía un edén, ahora se
calcula con veinticuatro horas de anticipación el sitio donde podrá encontrar
el viajero un asiento de césped y un árbol cuya sombra proteja su desayuno. El
lago está convertido en un desierto. Una sola barca, medio desvencijada, surca
hoy aquellas linfas silenciosas, tan llenas de vida y de alegría en otro
tiempo. Sólo las aguas son todavía puras y transparentes. Las riberas, formadas
de rocas o de menudos guijarros, se parecen más bien a las de un mar en
miniatura que a las de un lago como el de Hulch. Son limpias, nada fangosas, y
el tenue y cadencioso movimiento de las olas las bate siempre en el mismo
sitio. Vemos aquí y allá pequeños promontorios cubiertos de laureles de
Alejandría, de tamariscos y de espinosos alcaparros. Próximos a la salida del
jordán, junto a Tiberiades, y en la orilla formada por la llanura de
Genesareth, hay dos sitios poblados de embriagadores jardines, contra cuya
alfombra de yerbas y de flores va a expirar el apacible oleaje de las aguas. El
arroyo de Ain-Tabiga forma un pequeño estuario lleno de lindísimas conchas.
Nubes de pájaros acuáticos cubren el lago. El horizonte ofusca la vista a
fuerza de ser luminoso. Las aguas, profundamente encajonadas entre rocas
abrasadoras, son de un hermoso azul celeste, y cuando se las observa desde la
cumbre de las montañas de Safed, diríase que ocupan el fondo de una copa de
oro. Al Norte, los barrancos nevosos del Hermón, destacando sus líneas blancas
sobre el cielo; al Este, las elevadas y nudosas mesetas de la Gaulonítida y de
la Perex, siempre áridas y envueltas en una atmósfera de fuego, forman una
montaña compacta, o, por mejor decir, un inmenso y altísimo terraplén, que, a
partir de Cesárea de Filipo, se prolonga indefinidamente hacia el Sur. El calor
es ahora muy sofocante en las orillas del lago, el cual está a doscientos
metros bajo el nivel del Mediterráneo, y, por consiguiente, participa de las
condiciones tórridas del Mar Muerto. Este ardor excesivo se hallaba antaño
templado por una vegetación exuberante... Sin duda allí, como en la campiña de Roma,
hubo algún cambio de clima debido a causas históricas. El Islamismo, y sobre
todo las Cruzadas, fueron los que asolaron como un viento de muerte la comarca
favorita de Jesús. Aquella hermosa tierra de Genesareth estaba muy lejos de
sospechar que su futuro destino había de salir del cerebro de quien tan
prácticamente la paseaba. Peligroso compatriota, Jesús ha sido un personaje
fatal para el país que tuvo el formidable honor de producirle. Codiciada la
Galilea por dos. fanatismos rivales, y habiendo llegado a ser para todos un
vivo objeto de amor o de odio, debía alcanzar por premio de su gloria el triste
privilegio de ser transformada en un desierto."
He
aquí otra descripción, debida a la princesa de Belgiojoso, acerca del
misterioso anfiteatro del Líbano, ese recinto sagrado e iniciático de donde
salen los tres ríos, Oronte, Jordán y Lita:
"Cuatro
horas de camino a través de la planicie árida y abrasadora que separa el
Ante-Líbano del Líbano, nos llevaron al otro día hacia Balbeck. El viaje fué
penosísimo, dado que caminábamos bajo los rayos verticales del sol del
mediodía, reflejados doquiera por los desnudos peñascos de las dos cadenas
montañosas entre las que pasábamos y sobre el suelo rojizo, sin que un solo
árbol se presentase a nuestra vista. No sé qué hubiera dado entonces por
distinguir, cerca o lejos, esa, tinta dudosa del suelo que indica el paso a lo
largo de las tierras, y alguna vez que otra, la proximidad de una corriente de
agua viva a grandes profundidades. Pero no, no había que pensar en ello. No
sabéis bien, lectores, cuán importante es el no permitirse semejantes fantaseos
cuando tan ínfimas probabilidades se tienen de verlos realizados. Representaos,
si gustáis, un cristalino arroyo, una verde pradera y una fresca sombra,
mientras que camináis sobre áridos pedruscos y respiráis materialmente fuego, y
el solos envuelve como en una atmósfera de plomo, propia de los mismos
condenados de Dante, y al punto os veréis abandonados de todo vuestro valor,
exhaustos de toda energía moral y de toda fuerza física. Una angustia suprema
se apoderará de vosotros, a la que se agregará una impaciencia sin límites, que
acabará poniéndoos al borde de la desesperación... Las proximidades de Balbeck,
como las de Damas, aparecen, en cambio, fertilizadas por riquísimas corrientes
de agua, que corren entre las delicias de un bosquecillo bellísimo, por encima
de cuyos taludes se desarrolla el camino. No podíamos, materialmente, ir más
allá, y dejando para mejor hora la visita a las ruinas, tomamos, encantados,
plena posesión de aquel pequeño paraíso, atando nuestros caballos a los árboles
y tendiéndonos sobre la yerba para repararnos de nuestras fatigas. Súbito,
escuchamos la gritería de dos deformes negros, que nos hicieron saber que
estábamos en un territorio reservado, perteneciente al cónsul inglés de
Damas... Bien pronto, sin embargo, llegaron a nosotros los jardineros de la
orilla opuesta, unos metualis adoradores
del fuego... [130],
gentes más numerosas de lo que se cree, odiadas igualmente por los musulmanes y
por los cristianos, acusados por unos y otros de practicar ritos impíos, y que
pasaban las noches cantando, danzando, comiendo y bebiendo. El tinte violáceo
que nuestra hermosa jardinera mostraba en tomo de los ojos y de las uñas,
parecióme testimoniar en favor de un origen todavía más meridional y sombrío
que el de los árabes y que no se armonizaba bien con el tinte poco brillante de
sus cabellos..."
Finalmente,
tras una larga descripción de las penalidades sufridas hasta llegar al lugar de
los famosos cedros, la princesa de Belgiojoso dice así: "El gran macizo de
los cedros después que habíamos alcanzado hasta la región de las nieves
perpetuas de Siria, se elevaba allá lejos en medio del sombrío valle,
mostrándosenos, desde la altura a que nos encontrábamos, como uno de esos
montículos que los topos elevan en sus trabajos subterráneos. Era un
espectáculo incomparable que yo no sabré describir. He atravesado, en efecto,
varias veces los Alpes; he recorrido el Pirineo, las montañas de Gales y los
acantilados del norte de Irlanda, páginas en donde la grandeza del Creador está
impresa en caracteres imborrables; pero hay algo de regular, de razonable, por
decirlo así, en los más imponentes panoramas de la Naturaleza de Europa que
permite predecir con bastante seguridad cómo terminarán las líneas de
perspectiva que se desarrollan delante del observador. Pero en Siria, y sobre
todo en el Líbano, las cosas no suceden así. Pensamos que, arrancando de las
profundidades para elevarse hacia las nubes, quedan bruscamente truncados como
por la mano del capricho. El valle más verde y sonriente se cambia
repentinamente en un desfiladero' desolado y sombrío. Negras rocas entreabren
súbitas sus fauces, y descubren ante la mirada del atónito viajero los más
ricos vergeles y los más deliciosos jardines. El fondo de los valles, en fin,
es pedregoso mientras que son verdes y lozanas las altas cumbres. Nada, pues,
de suaves transiciones ni de manifestación de leyes razonables. ¡Todo allí es
bizarro, inesperado, absurdo y lo más adecuado para confundir a la vez a
nuestra razón y a nuestra humana ciencia!"
Terminada
la digresión relativa a la Galilea, volvamos al misterio que encierran, a
nuestro juicio, los pasajes citados, cuyas
escenas acaecen en "el lago" siempre. Para ello, como para todo
lo relacionado con los orígenes de las religiones, hay que volver los ojos a la
luz de Oriente.
En
Oriente se enseña constantemente que todo texto religioso, además de su sentido
literal o material, "el de la letra que mata", tiene otros siete
sentidos, entre ellos el histórico, o de tradición universal, con arreglo a lo
de que "el espíritu vivifica". Gracias a dicha clave histórica tradicional, venimos, en efecto, a colegir el alto
sentido de las "lacustres" predicaciones del Nazareno.
Temerosísimas
son, desde luego, las alusiones veladas de Herodoto al célebre lago iniciático de Byblos -la ciudad de
la primitiva biblioteca siria que ha dado el nombre a esos eternos instrumentos
de solitaria iniciación, a quienes por eso llamaron biblos o "libros" lOs latinos-. En tal lago los
sacerdotes verificaban durante la noche exhibiciones de la vida y sufrimientos
del dios Baco, o Dionisos -el Sol-. "En las terribles escenas de tales
momentos -dice H. P. B. (D. S., II,
170) - se daba la verdadera iniciación de los Misterios parsis de Mythra -el
Toro y la Vaca sagrada, es decir, los de Osiris-Isis, egipcios- y se
representaba la muerte del neófito antes de que, así regenerado en su cuerpo
material por su cuerpo espiritual, naciese a la nueva vida de la iniciación o
"de la gracia" a través de las aguas lustrales purificadoras de
bautismos como aquel con que Juan en el desierto iniciaba a sus discípulos...
Una parte de esta ceremonia -añade- aún se conserva y practica en la iniciación
masónica cuando el neófito yace muerto en su féretro, como el Gran Maestro
Hiram Abiff, y como él es levantado por el enérgico impulso de la garra del
Maestro..." La ceremonia hindú llamada del Aratti es también conocida como "la representación iniciática
de los Misterios del Lago", los misterios
de ese "lago" que no falta nunca en ninguno de los templos de
Oriente, con el de Amrita shara, o
"Lago de la Inmortalidad", a la cabeza, como la Maestra H. P. B. nos
enseña en Por las grutas y selvas del
Indostán.
Como
que todo, en religión y en ciencia, depende de la manera de ser interpretado.
Ved, si no, ese increíble fanatismo con el que tras horas y aun días de espera
bajo el sol de justicia del trópico, se lanzan en montón revuelto hombres,
mujeres y niños en las ondas del lago sagrado en la madrugada del día de la
fiesta mayor del frontero templo, momento en el que es fama que -cual el ángel
de la Piscina probática del Evangelio- el
Espíritu de Dios purifica de tal modo las aguas que al punto quedan libres de
sus enfermedades los felices que logran bañarse los primeros en ellas. Esto,
por supuesto, ocasiona todos los años millares de víctimas.
Tomado
esto al pie de la letra, resultará absurdo acaso, no obstante la propiedad
depuradora y hasta medicamentosa del baño, en especial para las desdichadas
gentes que no se distinguen precisamente por su limpieza. Pero tomándolo, por
el contrario, en su alto sentido simbólico, es todo un hilo de Ariadna que nos
permite guiamos en el laberinto de una investigación de excepcional
importancia.
Por
de pronto, este último sentido se transparenta en las propias frases de Jesús,
cuando cura con su solo mandato de "¡Levántate y anda!" al desdichado
paralítico que llevaba tantos años esperando al borde de la piscina a que una
mano compasiva le lanzase. Además, al curarle así, cuida de agregar: "Vete
y no peques más; tus anteriores pecados te han sido ya perdonados" [131], prueba de que su lepra
física no era sino el reflejo de su lepra espiritual, cuya base, como la de
todo pecado, no es sino la ignorancia.
¿Cómo,
en efecto, se destruye esta ignorancia? Con un solo medio: el del estudio; pero
como el conocimiento que el estudio proporciona es en si un arma de dos filos,
empleable, cual todas, igual para mal que para bien, la ignorancia nativa e
integral del hombre sólo puede ser destruída por la salvadora doctrina que se
enseña en los "Misterios iniciáticos del
lago". Así, el pobre mortal que se bañase en estas aguas, al punto quedaba curado de todas
sus dolencias psíquicas, primitivo origen o etiología
de todos los males físicos.
Y
¿cómo no habían de operar dichas psíquicas curaciones los "lagos
sagrados", cuando sobre la tranquila diafanidad de sus aguas se
verificaban de noche las escenas dramáticas que caracterizaban a las
iniciaciones aquellas en todos los países?
Es
verdad que el mundo profano no tiene de ello datos históricos; pero puede
procurárselos a base de la tradición, que es una de las fuentes de la Historia,
y más aún a base de la Filología comparada. Esta última, en efecto, nos
presenta en las palabras concordadas con las de "piscina", o lugar
"de peces", es decir, "lago o charco", todo cuanto nos es
necesario para nuestro intento.
Por
de contado, en el sánscrito, como lengua originaria del griego y del latín -más
que su hermana mayor, como creen los filólogos occidentales-, tenemos para el
lago la palabra lankara, primitivo
nombre también de la isla de Ceilán y alusiva a las entidades espirituales o lhas que se manifestaban en el lago
purante la celebración nocturna de los Misterios. Lankara, así, equivale a "la letra de los lhas, o espíritus manifestados en la Tierra", porque la
terminación kara es común al nombre
de todas las letras de dicha lengua, a-kara,
la A; pa-kara, la P, etc., y su mismo jeroglífico o forma
actual de la L es el de T, la dicha
"ave" o espíritu. Esta "ave jeroglífica", idéntica a las
que los niños empiezan empleando en sus vacilantes dibujos, entra también en la séptima y casi impronunciable vocal ru o Iru
de dicha lengua sabia; y aun la forma actual de nuestra ele es el símbolo, por su palo largo,
del templo; por su travesaño horizontal, del lago, y por el palo pequeño, de
aquella "ave" del jeroglífico originario.
Otro
documento histórico es el de las Torres
del Silencio, de los parsis, primitivos anfiteatros y templos, en cuyas
graderías se colocaba el público iniciado para presenciar los Misterios, y en
cuyo centro, "piscina" o "pista acuática", éstos se
verificaban[132].
El curso de los tiempos y la caída o pérdida de dichos Misterios, introdujo en
el tal templo profundas modificaciones; y así, entre los pueblos europeos, éste
pasó, poco a poco, a la naumaquia romana, recurriéndose a falta de las escenas
"astrales y etéreas" operadas en las aguas del lago o pista, a las ya
falsificadas o juglarescas que nos ha transmitido la historia del pueblo-rey, y
que ha terminado en nuestros actuales circos, como la doctrina iniciática misma
de aquéllos, pasando desde el "lago pagano" al templo cristiano, y ya
en éste, a los -célebres "autos sacramentales" del medioevo, padres,
en fin, de todo nuestro teatro moderno. En cuanto a los parsis posteriores -de
igual manera que acaeciese con las pirámides egipcias, los templos y demás
lugares "iniciadores en los misterios de la misma muerte", - y que
fueron pasando a efectivos cementerios-, hicieron de las Torres del Silencio cementerios también, donde los buitres ofician
de sepultureros, según la gráfica descripción que nos hace de ellos la Maestra
en Por las grutas y selvas del Indostán.
Estos
antecedentes orientales explican asimismo la propia etimología de la palabra pista. A Júpiter (Calepinus, Septem linguarum), 'Como Hierofante
supremo, se le denomina Júpiter Pi-stio, el
"iniciador en el lago", el "salvado de las aguas", ni más
ni menos que al Moisés judío, al Dagón u Oanes caldeo, al Quetralcoatl mexicano,
al Olinos ibero, y a los demás excelsos Maestros o Jinas salvadores que
llevamos vistos. Los nombres de Diana-Pista
y Ceres-Pista equivalen también,
literalmente, a los Misterios del lago de
Diana o de Ceres; y a todos los iniciadores del pueblo romano, que solían
venir de Egipto, Siria, Persia o India, se les denominó pistaceum o pistatium, como
hoy mismo se llama pistacos a los
grandes sacerdotes de los indios americanos... Esta pista, en fin, que encontramos -ahora, por extrañísima coincidencia
es, a la vez, la pista de los tales
pistacos, y la etimología admirable del entero significado castellano de
tal palabra, equivale, pues, en punto a
Misterios Iniciáticos y en todo lo demás de la vida misma, a
"reminiscencia, resto, cabo suelto, rastro o huella delatora de algo que
antes fuera y ya no existe, pero que ha dejado estampada de un modo o de otro
la imborrable señal de su paso".
Otro
documento "lacustre" más nos lo proporciona, como antes vimos, la
voluminosa historia de los reyes Incas, y otros muchos podrían señalarse aquí y
allá en las "lacustres" tradiciones de todos los pueblos, porque no
en vano, así como las aldeas prehistóricas de este nombre permitían a sus
moradores el -aislarse durante su sueño de las fieras de la selva exterior, del
mismo modo los Maestros en los Misterios Iniciáticos podían operar las escenas
de éstos sobre las aguas sin peligro de que el público de la orilla pudiese
inconscientemente perturbadas.
Con
todos estos datos, datos que puede ampliar la lectura atenta de numerosos
pasajes de esta Biblioteca, nuestra
imaginación profana puede reconstituir, más o menos, la imponente escena de los
Misterios Iniciáticos, comunes, en una feliz edad que ha de volver algún día, a
todos los pueblos de la Tierra, muchos siglos antes de las diversas religiones
que a la catástrofe de la Atlántida subsiguieron.
El
Corán y la Biblia mosaica. - El hombre, como pensador, es superior a los
ángeles. - Sólo viven los que mueren en el Señor. - El paraíso del justo. - Las
"huríes" o vírgenes walkyrias. -
El "Kauther" o divino Lago de Inmortalidad. - El "Araf" o
Velo de Isis. - El "Libro de la Verdad Evidente" y su Sendero de
liberación. - La resurrección o "Gran Acontecimiento". - Se ha
entendido groseramente el Corán, creyendo
que estimula al "guerrero de sangre" y no al "guerrero del
ideal", - La leyenda de Harut y Marut. - La iniciación de "Los siete
durmientes de la Caverna". - Cómo fué iniciado Moisés. - Las tres
preguntas famosas y el Sigilo de los Iniciados. - Los arcanos de la Sabiduría.
- El maestro Dhul Karnein (el Apolo Karneios o de los cuernos de luz) y el Velo
de Isis. - Los maestros del Profeta. - El Ultramar de la vida. - Las gentes
criminales de Iadjudj y Madjudj. _ El gran muro que protege a la pobre
humanidad contra los asaltos de "los invisibles", - El peso de las
almas, - Recuerdos árabes-españoles.
No
hay necesidad de penetrar en esa encantadora selva del Kunhol Acbar (El tesoro de la antigüedad) o historia universal del
pueblo árabe escrita por Alí Mustafá ben Hamed ben Abdul Moka, para que nos
salgan al paso los "jinas" mahometanos. Basta para ello crl atento
estudio del Corán, ese hermoso libro
que en el fondo no es sino una glosa, una compilación de tradiciones mosaicas,
una obra, en fin, paralela a esa otra que Esdras realizase al retornar el
pueblo judío de su cautividad en Babilonia y que constituye la Biblia, según ha llegado hasta nosotros.
En
efecto, toda la obra del Profeta Mahoma se apoya en la certeza de una vida
ulterior en verdadero paraíso jina, del que antaño cayéramos, y que volverá a
ser otorgado como premio al justo y a sus penalidades en la tierra. Véanse sino
estos hechos y sentencias, entresacados casi al azar de las admirables e
inestudiadas suras coránicas, empezando por las de la sura II, que parece
arrancada de las propias Estancias de
Dzyan, relativas al hombre como Pensador o Manú, al hombre que, caído hoy y
todo, es, sin embargo, y por causa de su mente, superior a los mismos ángeles,
al tenor del dicho de San Pablo.
Cuando
Alah [133],
en su infinita sabiduría, decidió establecer al hombre en la Tierra para que
fuese en ella su símbolo y su divina semejanza, los ángeles o genios, a una,
sintieron la mayor y más inexplicable de las extrañezas:
-¿Cómo
-se decían- vais a establecer, Señor, por vicario vuestro en esa Tierra a un
minúsculo, a un despreciable ser, que en ella no hará otra cosa que derramar
sangre inocente y cometer todo género de desórdenes, mientras que nos vais a
dejar aquí a nosotros que continuamente celebramos .tus alabanzas y te
glorificamos, proclamando sin cesar tu santidad?
-Yo
sé bien aquello mismo que vosotros ignoráis -les respondió el Señor.
Dios,
sin hacer caso alguno de semejante extrañeza de los ángeles, trajo al primer
hombre a la Tierra y le dió una mente adecuada para que pudiese tener
"ideas o pensamientos, reflejo directo de aquella infinita Mente suya con
la que ha creado al Universo. Con dicha mente, que del Señor bendito recibiera,
Adán aprendió bien pronto a distinguir y nombrar a cuantos seres vivos
pululaban inquietos sobre la faz de la Tierra. Luego, Alah hizo bajar a ésta a
los ángeles para que se diesen cuenta de la maravilla que acababa así de
producir, y mostrándoles a Adán les dijo a dichos hermosos moradores del Cielo:
-Aquí
tenéis todo cuanto en la Tierra vive y alienta. Vosotros, que tan por encima de
Adán os creéis, porque el cuerpo de éste está amasado de roja arcilla, mientras
que el vuestro es etéreo y glorioso[134], ¿podríais nombrarme uno
siquiera de estos seres que en torno de Adán estáis viendo y que le rinden
homenaje como a su soberano?
-¡Alabado
sea tu nombre, Señor! ¿Cómo quieres que podamos hacer tal cosa, si nosotros no
poseemos más ciencia que la que tú has infiltrado en nuestra naturaleza al
crearnos? ¿Cómo pretendes que demos nombre a las cosas cuando nos es imposible
el conocerte puesto que carecemos de mente?
-Verdad
es cuanto decís -respondió Alah-, pero ahora vais a ver de lo que es capaz este
Adán a quien despreciabais hace poco.
y llamando el Señor
a Adán, le ordenó sin tardanza:
-Dinos, uno por
uno, los nombres de todos estos seres y para lo que sirven.
Adán,
obediente al mandato del Señor, fué enumerando todos los seres que
sucesivamente desfilaban ante su vista, con cuantas particularidades les
caracterizaban.
Y
cuando Adán lo hubo hecho así, con el más inaudito asombro por parte de la
cohorte angélica, que no era capaz de tanto, el Señor replicó a estos últimos:
-¿No os dije ya
"que yo sé lo que no sabéis vosotros?
Y, seguidamente,
Dios hizo a todos los ángeles que adorasen a Adán porque tenía mente, es decir,
una Divina chispa de aquella infinita Mente Divina con la que ha sido creado el
Universo...
Esta
Divina Mente, causa de nuestra titánica caída, es, pues, la que nos hizo
descender del paraíso jina o de la Edad de Oro, al tenor también de la sura XX,
versículo 121, donde se consigna: "Dijo Alah al primer hombre y a los
suyos una vez formados: -Descended todos del Paraíso, hombres y demonios,
enemigos ya los unos. de los otros, para estar en perpetua guerra. Semejante
estado de dolor y de lucha, empero, no será eterno, sino que habrá de cesar
algún día. -El hombre entonces dice a Alah: -Señor, cuando yo haya muerto,
¿saldré vivo de mi propio cuerpo, por tu gran poder? -A ,lo que el Profeta
responde: -Juro por Alah que reuniremos a todos los hombres y también a todos
los demonios, y, arrodillados, los colocaremos en torno a la gehena de
purificación" (XIX, 67-69). Cómo podéis, pues, ser ingratos para con Alah,
vosotros que estabais muertos y que recibisteis nueva vida de Él? ¿Cómo podéis
ser ingratos cuando sabéis que Él os hará morir para que reviváis de nuevo?
(II, 26). A los que han muerto en la senda del Señor no digáis que están
muertos, porque ellos están vivos, aunque vosotros no lo comprendáis... En el
sucederse continuo de los días y las noches; en el ir y venir de las naves
trayendo y llevando cosas útiles; en el agua que Alah hace descender del cielo
y correr luego por la tierra, dando vida a lo que yacía muerto; en las
variaciones del viento y de las nubes que prestan servicio entre el Cielo y la
Tierra; en todo, en fin, hay advertencias sabias para aquellos que quieren
entender (II, 149 Y 159). El día en que Alah os llame de vuestras tumbas y le
respondáis alabándole, os parecerá que no habéis permanecido sino un instante
en ella (XVII, 54). Cada cual tiene, en efecto, una plaza en el Paraíso, plaza
hacia la cual se vuelve para orar, y toda alma tiene su guardián que la vigila.
Vosotros, pues, obrad el bien a porfía y dondequiera que estéis, que el Señor,
que es omnipotente, algún día os reunirá allí (II, 143, LXXXVI, 4). Por eso,
cuando leáis el libro de la verdad evidente (el Corán) nosotros -sigue diciendo el Profeta- levantaremos un velo
entre vosotros y los que no creen en la vida futura (XVII, 47). Aquellos que
ansían la paz de Alah, que son constantes en la adversidad, que cumplen con
exactitud la oración, que dan los bienes que nosotros les hemos dispensado y
que borran sus faltas con buenas obras, entrarán en los jardines del Edén (Campos
Eliseos) con sus esposas e hijos que hayan sido justos. Allí recibirán continua
comunicación con los luminosos (devas,
ángeles o jinas) , que entrarán por todas las puertas, es decir, que convivirán
con ellos (III, 22 a 35).
-Algunos
dicen: "Sólo los judíos o los cristianos entrarán en el Paraíso",
pero esto no es sino una ilusión suya. Si ellos son sinceros, acabarán
confesando que de tan erróneo aserto no pueden presentar las pruebas. Los
judíos dicen que los cristianos, al asegurar aquello, no se apoyan en nada, e
igual dicen los cristianos de los judíos, y, sin embargo, unos y otros leen las
Escrituras Santas. Los idólatras, los que no conocen nada, emplean también un
lenguaje semejante; pero yo os aseguro que únicamente el que se haya entregado
por completo a Dios y haya practicado el bien, ése será el que hallará su
recompensa cerca del Señor. Ni le alcanzará el temor ni el dolor volverá a ver
(11, 105 a 107).
-Porque
en verdad os digo que aquellos que siguen la religión judía, y los cristianos,
y los sabios, y todos cuantos creen en Dios y en la otra vida y hayan obrado el
bien aquí abajo serán recompensados por el Señor, poniéndoles por encima de
todo temor (II, 53) .
-El
amor a los placeres, los montones de oro y plata, los caballos escogidos, los rebaños,
los campos fértiles, todo esto es lo que parece hermoso a los ojos de los
hombres, pero ellos, en verdad, no son sino goces pasajeros de este mundo. El
retiro hermoso por excelencia está junto a Alah. ¿Cuál puede anunciarse, en
efecto, que resulte mejor? El justo hallará allí jardines regados por aguas
cristalinas, donde permanecerá eternamente al lado de mujeres exentas de toda
mancha. ¡Tal es la suerte reservada a los creyentes!... ¡Tú, oh Señor, haces
entrar la noche en el día y el día en la noche! ¡Tú haces salir la vida de la
muerte y la muerte de la vida! (sura III) . Para Ti es más preciosa la tinta
del sabio que la sangre del mártir.
-He
aquí, os digo, el cuadro del Paraíso que ha sido prometido a los hombres
piadosos: arroyos cuya agua no se malea nunca; arroyos de leche, cuyo gusto no
se altera jamás; arroyos de vino, delirio de los que lo beban, y arroyos de
miel pura, toda clase de frutos y el perdón de los pecados. ¿Será así también
para el que, condenado a la mansión del fuego, tenga que beber agua hirviendo
que le abrasará las entrañas? (sura XLVII). Los que prefieren la vida de aquí
abajo a la vida futura; los que alejan a los hombres de la senda de Alah y
procuran hacerla tortuosa, están en un extravío bien distante de la Verdad (XIV,
3).
-Los
que temen la majestad de Dios, tendrán dos jardines: ambos ornados de bosques;
en ambos, dos fuentes vivas; en ambos, dos especies de cada fruto. Allí
descansarán reclinados en alfombras cuyo forro será de brocado. Los frutos de
los dos jardines estarán al alcance de quien quiera cogerlos. Allí habrá
vírgenes de modesta mirada, que no han sido tocadas jamás por hombre ni por genio alguno. Se parecen al jacinto y
al coral. Además de estos dos jardines, habrá allí otros dos. Dos jardines
cubiertos de verdura, donde brotarán dos fuentes. Allí habrá también frutas,
palmeras y granados. Habrá allí buenas y hermosas mujeres. Mujeres vírgenes, de
grandes ojos negros, encerradas en pabellones. Jamás las ha tocado hombre ni
genio. Sus esposos descansarán sobre cojines verdes y magníficas alfombras.
¿Cuál de los beneficios de Dios negaréis? Bendito sea el nombre del Señor,
lleno de majestad y generosidad (Sura XVI, 33, y LV, 46 al 78) . Él ha creado
para los escogidos el Kauther, el
divino lago del Paraíso de la Inmortalidad (CVIII). Un velo o muralla espeso
(Velo de Isis) le separa a ese excelso mundo de las moradas inferiores. Este
velo se llama Araf (VII).
-Esto
es lo que dice el Libro de la Verdad evidente, y a cada época corresponde su
libro sagrado. Alah borra y mantiene en él lo que le conviene, pero la Secreta
Matriz del Libro permanece en Su Mano siempre (XIII. 38). Todo hombre tiene
seres superiores que se suceden sin cesar, colocados ante él y detrás de él, y
que por él velan por orden del Señor. Alah no cambiará lo que ha concedido a
los hombres mientras que ellos no sean los primeros en cambiar en mal lo que
poseen de bien... Todo, en efecto, remonta hacia Alah (sendero evolutivo), y a
él llega en un día de diez mil años; pero las gradas todas del Sendero (Escala
de Jacob) son tales, que un "resplandeciente" (deva, jina o ángel)
necesita un día (o ciclo) de cincuenta mil años para llegar hasta el trono de
Alah (XXXII, 4; LXX, 4). Soporta, pues, con paciencia las necias palabras de
los incrédulos, y sepárate convenientemente de ellos. Concédeles bondadosa
tregua que yo solo me basto para luchar y confundir a cuantos gozan de este
mundo desordenadamente (LXXIII, 10-11). A fin de que reflexionen, Alah les
habla por parábolas, pero las obras de tales incrédulos son semejantes a
cenizas, de las que se apodera el viento impetuoso. Sidjill, el Ángel de la Vida, escribe su libro correspondiente.
Este libro será mostrado a los hombres en el día de su resurrección, para que,
abierto ante sus ojos, pueda hacer por sí mismo su cuenta, porque nosotros, al
efecto, hemos atado al cuello de cada hombre un ave inmortal (su conciencia o
Espíritu) (XXI, 104) . Esto último es un eco nórdico del "Cisne" o
"swan".
La
paradisíaca doctrina de un más allá resplandeciente está glosada, en fin, en
metro poético semejante al de los psalmos hebreos en la célebre sura de El Acontecimiento (la resurrección) ,
que dice así:
"Cuando
el Acontecimiento se realice, -no se
hallará una sola alma que ponga en duda su venida. -El acontecimiento
descenderá a los malvados y elevará a los virtuosos. -Cuando tiemble la tierra
con violento temblor, -las montañas volarán en pedazos- y se tornarán como el
polvo disperso por todas partes; -cuando vosotros, los hombres, estéis
divididos en tres tropas, -entonces habrá hombres de la derecha (¡oh los
hombres de la derecha!) - y hombres de la izquierda (¡oh hombres de la
izquierda!) -y los últimos serán los primeros. -Estos serán los más inmediatos
a Alah; -habitarán en el jardín de las Delicias; -habrá un gran número de éstos
entre los antiguos. -y. sólo un pequeño número de entre los modernos
-descansarán en asientos ornados de oro y de pedrerías, -reclinados y colocados
unos enfrente de otros. -En torno de ellos circularán jóvenes eternamente
jóvenes -con cubiletes, garrafas y copas llenas de una límpida bebida- que no
les producirá ni dolor de cabeza ni aturdimiento. -Con frutos que escogerán a
su gusto -y carne de esos pájaros que les gustan tanto, -tendrán bellezas de
grandes ojos negros, bellezas semejantes a las perlas cuidadosamente ocultas.
-Tal será la recompensa de sus obras. -No se oirán ni palabras frívolas ni
dichos que conduzcan al pecado. -Sólo se oirán allí las palabras: ¡Paz, paz!
-Los hombres de la derecha (¡oh los felices hombres de la derecha!)
-permanecerán entre los árboles de loto sin espinas -y bananos cargados de
frutos desde la cima hasta abajo,
-bajo
sombras que se extenderán a lo lejos, -cerca de un agua corriente, -en medio de
frutos en abundancia, -que nadie cortará y a los que todos se podrán acercar.
-y descansarán en elevados lechos. -Nosotros, en una creación aparte, hemos
creado las bellezas del Paraíso. -Hemos conservado su virginidad. -Queridas de
sus esposos y de un ángel igual al suyo -serán destinadas a los hombres de la
derecha. -Habrá un gran número entre los antiguos y un gran número entre los
modernos". (Sura LVI, vs. 1 al 39 y 76-77).
He
aquí los principales pasajes en los que el Profeta de Alah nos habla del más
allá, con, doctrina consoladora semejante en un todo a la de los demás libros
religiosos de otros países, si bien con un carácter, por de cirio así, más
gráfico, más positivista y adecuado a las sensuales imaginaciones del pueblo
para el que se dieran; pero, aun en esto, el sectarismo de sus enemigos los cristianos
ha exagerado un poco.
La
perpetua virginidad de las huríes coránicas, repetida en diferentes suras, y
las tan gráficas expresiones de esos paraísos hebreos de "tierras que
manaban leche, miel y ambrosía", lo que hacen es demostramos el parentesco
íntimo del pueblo árabe, no sólo con el hebreo, sino con todos los pueblos
primitivos occidentales, irlandeses y nórdicos, en los que al guerrero,
entiéndase bien, no al guerrero de sangre
y de batalla, sino al guerrero del Ideal, es decir, al Justo, se le promete
eterna bienaventuranza, estimulado aquí abajo en sus luchas por divinas
vírgenes Walkyrias, que, montadas en
sus caballos albos, como el Santiago de las leyendas medioevales, les estimulan
y defienden en las luchas por el Ideal, No
es culpa, no, de tales tradiciones, ni de reformadores religiosos como Mahoma,
el que todas estas cosas se hayan echado por el lado carnal y no por el mítico,
simbólico o ideal con que fueron ellas dadas; y para disipar tales errores,
gustosos repetiríamos, si ello no nos llevase demasiado lejos, pasajes como el
de las páginas 355 a la 362 de El tesoro
de los lagos de Somiedo, respecto de los misterios del sexo, y el capítulo
XII del tomo III, en lo relativo al verdadero concepto nórdico, occidental,
oriental y árabe de la hurí, dama
caballeresca o walkyria, con la que no cabe unión sexual alguna, porque, al
tenor del divino pasaje evangélico (Mateo, XXII, 25-30), allí ya no se vive como hombres y mujeres,
sino como ángeles (o jinas) en el
cielo [135].
Pero
aunque todas estas cosas hayan de esclarecerse después de la muerte, cabe
saberlas antes por iniciación, como la famosa de los Siete durmientes de la caverna que en la sura XVIII se consigna
de este sugestivo modo:
Siete
jóvenes de una de las tribus más distinguidas de las que rodeaban al templo de
la Caba, se sintieron hastiados de las vanidades y de la maldad del mundo, y
decidieron retirarse a una recóndita caverna, exclamando: "¡Señor, Señor,
concédenos toda tu misericordia para que encontremos el Sendero de la rectitud;
otórganos el extraordinario signo del Al-Rakim!"
Conviene
advertir que el Al-Rakim no es, como alguien ha creído, el nombre del perro que
acompañaba a los siete ilustres jóvenes, sino el Rakama, o sea la tablilla sagrada cubierta con los signos
mágicos de la verdad y de la iniciación. Entonces el Señor los hirió a todos de
sordera, es decir, los dejó inertes y adormecidos durante cierto tiempo, y los
despertó luego para ver quién de ellos podía contar mejor, o sea dar mejor
cargo del tiempo así transcurrido y de las cosas que les habían pasado allí.
Como
eran siete jóvenes creyentes en Alah y seguidores de la línea recta, fueron
conducidos luego a la presencia del emperador Decio; pero ellos, fortificados
en sus corazones con las cosas inauditas que en la caverna habían visto, se
levantaron gallardamente ante el príncipe, diciéndole: "Nuestro Señor es
el dueño de los Cielos y de la Tierra. No invocaremos jamás otro nombre que su
divino Nombre, porque, de lo contrario, cometeríamos el mayor de los crímenes.
Nuestros conciudadanos adoran a otras falsas divinidades. ¿Quién puede forjar
tales mentiras con cargo a Alah? Si vosotros dejaseis a un lado a semejantes
ídolos, y os retiraseis también a una caverna, Alah os concedería su Gracia y
dispondría todas vuestras cosas para bien".
Porque
en efecto, los jóvenes habían visto al Sol, cuando salía, dar en el lado
derecho de la caverna, y en el izquierdo cuando se ocultaba, y esto es uno de
los signos de A1ah [136]. Ellos, mientras tanto,
dormían y creían que velaban, y su perro yacía acostado con las patas tendidas
a la puerta de la caverna. Si tú, oh creyente, los hubieras visto en semejante
estado, te habrías alejado más que de prisa: de aquel lugar, transido de
espanto.
Cuando
el Señor, al fin, los despertó de nuevo a esta vida, uno de ellos preguntó a
sus compañeros:
-¿Cuánto
tiempo hemos llevado así aquí?
Y
otro de ellos respondió:
-A
mí me parece que un día tan sólo. ¡Quizá unas pocas horas! -El Señor es, en verdad, quien sabe sólo el
tiempo que hemos pasado aquí. ¿No habéis oído hablar de aquel buen hombre que,
cruzando cierto día junto a una ciudad derruída y abandonada, dela que no se
conservaba ni el nombre, exclamó: "¿Cómo hará Mah revivir a esta ciudad
muerta?" El Señor, en aquel instante, hizo morir al que tal decía, y así
lo tuvo durante cien años, hasta que luego le resucitó y le preguntó:
"¿Cuánto tiempo has permanecido aquí?'-' "Un día, ¡quizá unas pocas
horas tan sólo?" -respondió el viajero-. "No -le replicó el Señor-;
has estado aquí cien años; sí; mira a tu alimento y a tu bebida; verás que no
se ha corrompido todavía; pero, en cambio, mira a tu asno, del que no quedan ya más que cuatro huesos que se desmoronan. Verás,
no obstante, ahora, cómo hacemos de él un signo o prueba para los hombres,
recogiendo la osamenta y cubriéndola de carne..." Al ver este prodigio, el
buen hombre exclamó: "¡Reconozco que Alah es omnipotente!" [137].
El
más anciano y cauto de los siete durmientes se apresuró entonces a decir a sus
compañeros:
-Enviad
prontamente a alguno para que nos traiga alimentos de la villa próxima, pero
que no diga a nadie nuestro retiro ni lo que en él nos ha pasada, porque si los
habitantes de aquélla lo conociesen, nos obligarían a adoptar sus creencias
idolátricas o nos lapidarían. .. ¡Desde el momento en que entramos en la cueva,
ya no podremos ser felices jamás al uso mundano!
Entonces,
los siete compañeros ocultaron con rocas la entrada exterior de la caverna, y
alzaron sobre la cumbre una mezquita, que secretamente se comunicaba con ella
(recuerdo de la disposición del templo egipcio de la Esfinge), y dijeron:
-El
Señor es sólo quien conoce la verdad. Cuando los hombres vengan por esta
mezquita y recuerden la leyenda de los Siete Durmientes, disputarán entre sí,
porque no sabrán a qué atenerse. Uno dirá "los durmientes eran tres, y su
perro el cuarto"; otros porfiarán diciendo: "no eran sino cinco y su
perro el sexto". Se escudriñará así el misterio, pero sólo un número muy
pequeño de elegidos será el que lo sabrá. No disputen, pues, los hombres sobre
ese punto, ni pidan sobre ello a ningún cristiano su opinión, porque nada
sabrá... En efecto, como dice el versículo 24 de la sura XVIII, el tiempo que
permanecieron los siete jóvenes y su perro en la caverna fué el de trescientos
nueve años, día tras día.
En
dicha sura XVIII (vs. 59 al 81) se nos da asimismo un precioso relato acerca de
la iniciación de Moisés, en la caverna también. Veámoslo:
Un
día dijo Moisés a su servidor Josué, el hijo de Nun: "Te aseguro que no
cesaré de caminar hasta que llegue por mi pie a la confluencia de los dos
mares, aunque sepa que tenga que caminar más de veinticinco años".
Partieron,
pues, llevando un pescado para su alimento [138]; al fin de un penoso e
inacabable caminar día tras día, llegaron entrambos a la confluencia de los dos
mares, o sea del mar de Moisés, que es el mar de la ciencia exterior (exotérica
o vulgar), y el mar de Dhul Karnein, que es el océano sin orillas de la ciencia
interior o iniciática, por encima de cuanto puedan imaginar los hombres [139].
Cuando Moisés y su
servidor, el hijo de Nun, hubieron llegado a la confluencia de los dos mares,
aquél ordenó a éste:
-Hemos ya pasado
demasiadas fatigas en el viaje. Sírvenos, pues, de comer.
Josué,
obediente, cogió su marmita con agua y puso en ella, para que se cociese, el
pescado que llevaban como alimento. Pero, no bien el agua empezó a hervir,
cuando el pez, que llevaba mucho tiempo muerto, revivió, y saltó presuroso de
la marmita, escapando a unirse con sus congéneres de la confluencia de
entrambos mares que tenían enfrente.
-Este
es el signo que yo esperaba -exclamó gozoso Moisés-. Aquí es donde se me ha
dicho que había de encontrar a Aquel a quien busco, como al imán el hierro,
desde hace tanto tiempo.
En
efecto, apartándose un poco a un lado, y por especial disposición del Señor, se
encontró Moisés con uno de los mayores servidores de éste, hombre de suprema
ciencia e insuperable virtud que desde luengos tiempos le aguardaba.
-¿Permites que te
siga? -dijo Moisés al Desconocido, luego que, lleno de veneración, se hubo
prosternado largo rato ante él.
-Si lo deseas,
puedes hacerlo.-replicó el Sabio
desconocido-; pero mucho me temo que no has de tener la paciencia bastante
para permanecer conmigo. ¿Podrás, en efecto, soportar en silencio muchas cosas
cuyo verdadero sentido no comprendas a primera vista? [140].
-Si el Señor quiere
-insinuó humildemente Moisés-, me hallarás
perseverante siempre, y yo jamás te desobedeceré.
-Pues
bien -terminó el Desconocido Maestro-: si estás decidido a seguirme, no me
interrogues acerca de nada de que yo no te
haya hablado primero.
En
el acto se pusieron en marcha Maestro y discípulo. Aquél embarcó en una
barquita, haciendo a éste que le siguiese; pero, ya lejos de la orilla, la echó
a pique. Moisés, entonces, no pudo menos de preguntar:
-Maestro,
¿me puedes decir por qué ejecutas tan extraña acción? -Veo con dolor -replicó
éste- que, efectivamente, careces de la debida paciencia para permanecer
conmigo.
-¡Oh Maestro!, no me vituperes ni me impongas, te ruego, obligaciones demasiado difíciles
de soportar.
Un
poco más allá, en el camino, encontraron los viajeros a un joven de mal
aspecto, a quien, en el acto, el Desconocido se echó sobre él y le mató.
Moisés, al ver aquello, no pudo menos de exclamar:
-¡Oh
Maestro, al así matar a un hombre inocente que no ha matado a nadie, temo que
hayas cometido una acción detestable a los ojos de Dios y de los hombres! ¿O
es, por el contrario, que hay algo que justificarlo pueda?
-¡Ya te dije que carecías de la suficiente
paciencia para ser mi discípulo! -contestóle, disgustado, el Maestro.
-¡Perdonadme una
vez más, que será la última! -murmuró Moisés humildemente.
Siguieron,
pues, caminando entrambos hasta que llegaron a las puertas de una ciudad, cuyos
habitantes se negaron a recibirles,
al tenor de las leyes de la hospitalidad hacia todo viajero. El Desconocido
advirtió a Moisés que los muros de la ciudad amenazaban ruina, y éste, sin
poderse contener, prorrumpió en estas frases:
-Aunque réprobos,
oh Maestro, ¿cómo consientes que siga así el muro de la ciudad, y caiga algún
día sobre ellos?
El Desconocido paró
en firme la marcha diciéndole severamente a Moisés:
-¡Ha
ocurrido igual que te pronostiqué!
Como ya me llevas preguntado tres veces, en contra de lo convenido, aquí mismo
habré de dejarte; pero no quiero que juzgues mal de mí por lo que llevo hecho
si no te contesto a tu insana
curiosidad. .. Sábete, pues, que hundí el barco, porque si de allí a pocas
horas le hubieran tenido sus dueños y se hubieran hecho con él a la mar,
habrían caído irremisiblemente en manos de los piratas que merodeaban por aquel
sitio, y los hubieran ahorcado. En cuanto al joven, le maté porque él habla
antes matado injustamente a otro, y se disponía a matar a un segundo y un
tercero, y el ir a parar de un modo fatal a manos del verdugo le habría causado
mucho mayores sufrimientos, aparte de la inmensa vergüenza que sobre toda su
familia, que son creyentes sinceros, habría caído al así expiar sus delitos. Dios, en recompensa, les dará a los
padres un hijo mil veces mejor que el que han perdido. Por lo que respecta, en
fin, a la muralla, te diré tan sólo que apoyada en ella está la casa de unos
pobres huérfanos, y bajo su suelo yace un gran tesoro escondido por su padre, y
que el Señor no piensa devolverle hasta que, entrada ya la pubertad, se
aseguren más en la virtud. .. Si los de la ciudad hubiesen sabido 10 del muro
ruinoso, le habrían derruido en seguida para rehacerle, y entonces el tesoro
depositado entre él y la casa habría sido para otros, o bien les habría
anticipado unos años a los huérfanos la riqueza que con ello les aguarda, y ellos, entonces,
habrían cambiado, débiles, la senda de la virtud por la del vicio. .. He aquí,
pues -concluyó el sabio, al par que desaparecía como tenue humo a los ojos de su discípulo-, las cosas cuya
explicación no has sabido esperar con la paciencia debida...
.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
-¡He
aquí, pues, también -exclama el Señor Omnipotente- cómo yo tengo siempre
arcanos de insondable sabiduría, cuando parece que con mi diestra descargo todo
mi Poder sobre los mortales, quienes creen recibir así un gran daño en lo que,
a la larga, no es, las más de las veces, sino un grandísimo, un inapreciable
beneficio!
Para terminar estas sugestivas materias jinas e iniciáticas,
transcribamos el pasaje coránico relativo al Velo de Isis y a Dhul Karnein, el
Adepto árabe, maestro acaso de Mahoma, al par que Djebr-er-Rumi, Salmam, Yesar y otros.
Versículos
82 al 110 de la sura XVIII:
Cuando
las gentes, ¡Oh Profeta de Alah!, te interroguen acerca de la verdadera
historia de Dhul Karnein [141], o "el Iniciado de
los dos cuernos de luz", diles
lo siguiente:
Viendo
el Señor la gran ciencia y virtud de Dhul Karnein, le consolidó en los poderes
que en la tierra había adquirido, y le dió cuantos medios eran necesarios para
que realizase a voluntad todos sus deseos, como hombre que inspiraba absoluta
confianza de que de tales poderes jamás llegaría a abusar. Caminó, pues, Dhul
Karnein hasta que hubo llegado a los extremos países de Occidente, donde vió
ponerse el sol tras unas aguas cenagosas, junto a las cuales halló establecido
a un pueblo. El Señor, cuando aquél llegó a la vista del expresado pueblo, le
dijo a Dhul Karnein:
-Puedes,
según tu arbitrio, castigar a ese pueblo por sus infinitos crímenes, o bien
tratarle con plena generosidad...
-No,
no les castigaré por lo que lleven hasta aquí hecho -contestó Dhul Karnein-,
pues eso sólo a ti te está reservado, ¡oh Señor, que conoces hasta los más
secretos pliegues de los corazones de los hombres y su innata debilidad. A
quien, de entre ellos, haya obrado y obre el bien, le daré recompensa y órdenes
las más fáciles de ejecutar. Otra vez Dhul Karnein siguió la ruta opuesta a la
primera, encaminándose en derechura hacia las regiones de donde nace el sol [142], y el Señor le dijo:
-He
aquí un pueblo de justos a quienes les hemos dejado en descubierto, expuestos a
recibir todo género de malas acciones por parte de aquel otro pueblo impío de
Occidente que antes te he hecho ver, y al que he sometido a tu completo
arbitrio.
-¡Señor:
ciertamente, yo conozco a cuantos residen en él, porque hermanos míos son todos
ellos desde hace siglos de siglos! -respondió palpitante de amor hacia ellos el
sabio Dhul Karnein.
Este,
en fin, siguió su ruta otro día, y llegó a dos diques, a cuyo pie habitaba un
tercer pueblo, que apenas si entendía idioma alguno que se le hablase. Los
otros pueblos le dijeron llenos de congoja:
-He
aquí, ¡oh Dhul Karnein!, las gentes malvadas de Yadjudj y de Mandjudj, eternos
perturbadores de la Tierra con sus crímenes [143]. (Serías tú tan bueno
con nosotros que, mediante una recompensa, levantases una gran barrera y nos
aislases así para siempre de ellos?
-El
poder que me concede mi Dios -respondióles el sabio-, es para mí la mayor, la
única recompensa. Ayudadme, pues, todos con celo, y yo levantaré para siempre
una barrera infranqueable entre ellos y vosotros. Traedme en seguida grandes
moles de hierro, cuantas sean precisas para colmar este valle que separa a
vuestra montaña de su montaña. Soplaré al punto un gran fuego. Traedme, además,
mucho bronce para que lo eche encima y lo funda.
Hízolo
en el acto Dhul Karnein como lo había dicho, por obra y gracia del poder de
Alah el Misericordioso, y desde aquel momento ninguno de los de la hueste
nefanda de Yadjudj y Madjudj pudieron escalar ni perforar aquel gran muro. Sus
acciones, desde entonces, fueron vanas, y no tendrán ningún peso en favor de
ellos en el día de la resurrección [144].
He
aquí la consabida muralla jina entre los dos mundos de que tantas pruebas hemos
visto en el Corán, si bien a estos
seres, siguiendo el equivocado concepto bíblico-semita o vulgar, se les
considera genios malos y no buenos.
Mahoma,
como bardo nórdico. - El Paraíso de los mahometanos, la Walhalla de los
nórdicos, la Tierra de Befinn de los bardos y los Campos Elíseos de los
paganos. - Hermosos pasajes del Telémaco,
de Fenelón. - El tránsito de esta vida a otra forzosamente inferior o
superior. - El problema de la felicidad en este pobre mundo. - Las tres
distintas "felicidades" del bueno, del malo y del tibio. - Opiniones
de un ilustre polígrafo extremeño. - La felicidad, como todo lo del mundo, no
puede existir sin el contraste de la lucha. - El verdadero destino del hombre
es la felicidad "jina" y otras aún superiores que nos son
desconocidas. - "¡Creced, multiplicaos y sed felices"'. - La
imaginación, como única realidad trascendente, es la clave de toda felicidad o
desgracia humanas. - La felicidad estriba sólo en el esfuerzo y en la muerte
del deseo. - Tres distintos tipos de "felices" aquí abajo, según
varios poetas. - Nuestro ángel o "jina interior" y su trabajo oculto
a lo largo de esta vida. - "El momento-cumbre" y la edad de los
Cristos. "¿Sed,
quid indignor?"
Los
pasajes coránicos transcritos en el capítulo anterior demuestran que Mahoma fué
un verdadero rapsoda al estilo de Homero, de Hesíodo y de los bardos nórdicos
Su misma descripción del Paraíso jina, deparado a los justos una vez que han
dado feliz cima a sus penalidades en la Tierra, no es sino un eco fiel de
aquella Mansión de la Dicha, o Walhalla de
los Eddas escandinavos, o de aquella Tierra
de Befinn que los bardos irlandeses del Gaedhil nos cantan como verdaderas Mansiones Solares o Campos Eliseos, al tenor de la consabida etimología jina de Helios,
Helias, Elías o Eliu: EL SOL.
Las
O'Logans transations, de Irlanda,
describen dicho encantado país jina en
estos términos, que recuerdan a los del Corán:
"¡Oh
Befinn, Befinn querido, ven conmigo
al maravilloso país mío!; allí, donde el cabello de las mujeres es rubio como
el oro, y sus cuerpos, de la pureza de la nieve virginal; allí, donde las
preocupaciones y las congojas humanas jamás hallaron asiento... Blancos como
perlas son los dientes de ellas y negras sus pestañas. La vista se extiende sin
límites por las llanuras donde nuestros inmortales gozan de deleites infinitos,
con el color de las rosas en sus mejillas juveniles... Las praderas aquellas
están eternamente cubiertas de flores multicolores, esmaltando, graciosas, el
fresco césped, como las motitas que salpican el huevo de mirlo... Nuestras
hermosas llanuras de Junisfail (¿la Piedra de la juventud?) no son sino desiertos
tristísimos comparadas con tales llanuras elíseas. Aunque alegre y embriagadora
sea la hidromiel de Junisfail, es infinitamente más embriagadora la ambrosía de
aquel sublime país, porque él es el único digno de alabanza en todo el mundo:
la tierra bendita donde nadie muere jamás ni cae en decrepitud. .. Dulces y
cristalinas corrientes de agua se entrecruzan en aquella comarca deleitosa,
donde se ven los más perfumados bosques y se bebe el mejor vino. Sus habitantes
son hermosos todos y sin imperfección alguna... El amor no envuelve jamás
sombra de pecado ni de vicio, ni el dolor ni la maldad tienen allí su
asiento... Los que en semejante región vivimos podemos ver a la gente en todas
partes, aunque pretenda ocultarse; pero por nada ni por nadie podemos ser
vistos de los hombres: la nube, el Velo de la transgresión de Adán, es la que a
vosotros, los mortales, os impide vernos. .. IOh mujer infeliz: si alguna vez
vinieses a este mi país dichoso, tendrás en tu cabeza cabellos de oro, comerás
frescas viandas, beberás vino hidromiel, "leche recién ordeñada y pálida
cerveza! Allí, en fin, reposarías en sus brazos tú, ¡oh Befinn!..."
y
en otro lugar de aquélla se lee:
"... El
viernes (día de Venus) hice una visita a la divina morada de Creide: ¡a la casa
feliz de Creide, del lado Nordeste de la Montaña, venciendo dificultades
increíbles! . . . Allí he pasado cuatro días y medio de una semana deliciosa;
allí he vivido en la dulce compañía de hombres y mujeres, todos en la más
lozana juventud; de druidas santos y de celestes músicos, servidos regiamente
por toda clase de pajes y doncellas, porque allí estaba Romaine para cuidar de
todo cuanto concierne a los siervos de la rubia Creide, la de áureos cabellos.
Allí he dormido sobre mullidos lechos de pluma, entre abrigados cobertores.
Allí he bebido néctares deliciosos en limpias tinas..."
Y
en el Poema de Lomna, el Enoch irlandés, se añade, en fin:
"¡Oh Lomna,
Lomna!... Tú no fuiste muerto por los hombres, por esos hombres de las malas
gentes de Luighne; tú no fuiste muerto por un jabalí ni por otra fiera alguna,
ni has muerto por una caída, ni tampoco en tu lecho... ¿Vives, pues, todavía,
oh tú, Lomna maravilloso? ¿Vives tú allí donde sólo los inmortales
residen?.."
Esta
Tierra de Befinn, cuya etimología
extraña corre parejas con la del Lomna inmortal y la de la vetusta Creide, no
es sino aquella Mansión de las Maravillas
de la Naturaleza, la Tierra del
Descanso, debajo del cielo que sostuvo Atlante con sus hombros, que el
héroe bárdico Rusismundo llegó a habitar después de sus luchas; tierra a la que
llegan todos los héroes caballerescos al ser "osirificados" o
coronados, como Clareo, el amante de Florisea, en la gran novela etíope y
bizantina que a través de los siglos acaba dando lugar a Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de Cervantes [145], porque, a bien decir,
el mito escandinavo o protosemita nórdico, el mito grecorromano, el irlandés,
el coránico y el bíblico son uno mismo, cambiando sólo los nombres y los
tiempos.
Es
más: héroes caballerescos de esta clase, tales como Amadís de Gaula
(simbólicamente, "el amador de la altura",
o sea el galo, el gálata, el galaico, el samaritano, etc., que todos estos
nombres son idénticos) y el gran Raimbaud de Vaqueiras (simbólicamente, el
vaqueiro astur, el búddhico "Conductor de la Vaca", que aparece como
amante de la divina Beatrice, a la manera de Dante y de Petrarca, en la página
118 de la Hiddru tradition in Masonery), no
son sino los prototipos simbólico-caballerescos del héroe humano en lucha con
el Destino o "Luz Astral", y camino del mundo jina desde el día en
que nace (si no antes) hasta el día de su muerte, que es el de su iniciático
triunfo. Como tales prototipos, tienen su representación, día por día y pueblo por
pueblo, en algún héroe chico o grande, en algún genio o jina humano, que por su triunfo ha
venido a constituirse así, después de muerto, es decir, después de pasar a
aquel mundo, en el "hombre representativo", numen o guía, ora de una
simple familia, ora de una comarca, una región, una raza o una época, ya que en
la matemática seriación de las unidades humanas de los diferentes órdenes todos
somos héroes: grandes, pequeños o ínfimos, puesto que a todos, aquí abajo, nos
es obligatoria la lucha como, única razón
de nuestra existencia en este mundo dual, verdadera zona intermedia que
pertenece a la vez al submundo (Hades,
Hella, Infierno o "lugar inferior") de los elementales, y al supramundo
(Campos Elíseos, Cielo, Devachán, Amenti, Paraíso, etc.) de los jinas. Tal
es el hermoso simbolismo pitagórico de los dos círculos secantes: el de arriba,
o supramundo, y el de abajo, o submundo, dando lugar en su zona de
fntersección a una tercera y doble región, que es nuestro mundo [146].
Por eso, cuando en cualquier obra de
índole más o menos ocultista se quiere salir de este nuestro transitorio y
prosaico mundo, se tropieza en seguida y a la vez, como diría el vizconde de
Figaniere, con el submundo y el supramundo, que le son simétricos,
simbólicamente hablando, y que, por su conjunto, constituyen lo que solemos
llamar "el otro mundo": ese mundo doble que forzosamente tienen que
recorrer los héroes, como los recorriera Ulises. Los ejemplos de tales viajes
"iniciáticos" no acabarían nunca.
Fenelón,
por ejemplo, en sus Aventuras de
Telémaco, el hijo de Ulises, nos describe el viaje de éste por el otro
mundo en los siguientes términos: "Angustiado Telémaco por ciertos sueños
en los que creía ver ya muerto a su adorado padre, se dispuso a bajar al reino
de las sombras por un lugar célebre, poco lejos del campamento. Alejóse Telémaco
de él sin que nadie lo notase, caminando a la luz de la Luna e invocando a
aquella poderosa deidad que siendo Selene en el cielo, era al par casta Diana
en la tierra y Hécate formidable en los abismos. Temblábale la tierra bajo su
planta; fulguraban en vivos relámpagos los cielos y le palpitaba el corazón,
bañándose su cuerpo en un frío sudor de muerte... Dos cretenses que le habían
acompañado hasta cierta distancia, se quedaron más muertos que vivos,- rogando
por él en un templo. Espada en mano, apenas dió algunos pasos nuestro héroe
comenzó a vislumbrar una vaga luz, cual la que suele alumbrar nuestras noches.
Reparó entonces en unas pálidas sombras que revoloteaban en derredor suyo y a
las que ahuyentaba con su espada. Luego le cerró el paso un cenagoso río, cuyas
impuras ondas describen a la continua angustiosos remolinos. Allí, en aquellas
márgenes pantanosas, vagaban los innumerables espectros de cuantos muertos
habían quedado aquí sin sepultura, y que para pasar a la otra orilla imploraban
en vano la misericordia del despiadado Caronte, el dios infernal cuya vejez
eterna es siempre melancólica y odiosa.
Y
luego, describiendo ya el reino de Plutón, como antecámara del otro mundo, el
sabio arzobispo francés sigue diciendo: "En torno del trono de ébano del
rey de los infiernos revoloteaban fatídicos los congojosos desvelos; las
crueles desconfianzas; las venganzas, cubiertas de heridas, y destilando sangre
los injustos odios. La roedora avaricia se devoraba a sí misma, y el despecho
se desgarraba las carnes con sus propias manos. Allí estaban, en fin, la loca
soberbia que lo arruina todo; la traición, siempre alimentada de sangre y sin
poder gozar. sin embargo, jamás del fruto de sus perfidias; la envidia,
esparciendo en torno de sí mortal veneno, y destrozándose a sí misma cuando
dañar no puede; la impiedad, que se labra un abismo sin fondo, en el cual ha de
precipitarse sin esperanza; las visiones macabras, los horribles fantasmas de
los muertos, espanto de los vivos; las aterradoras pesadillas y los crueles
desvelos que causan tanta angustia como los más horrorosos ensueños. Todas,
todas estas y otras imágenes funestas ceñían al fiero Plutón y llenaban su
fatídico palacio...
Allí
los condenados no han menester más castigo de sus delitos que el espectáculo de
sus delitos mismos. Animado secretamente Telémaco por la diosa Minerva, entró
valerosamente en aquel abismo. Allí se encontró con una multitud de hombres que
yacían castigados por haber procurado las riquezas con crueldades, engaños y
traiciones. Reparó que entre ellos se hallaban muchos sacrílegos hipócritas
que, fingiendo tener amor a la religión, se habían prevalido, sin embargo, de
ella, como del más excelente pretexto para satisfacer su soberbia, burlando la
sencillez de los crédulos. Estos, que así se habían servido para el mal hasta
de la propia virtud, que es la mayor dádiva que pueden hacernos los dioses,
eran castigados como los más delincuentes entre todos los hombres. Los hijos
que habían degollado a sus padres; las esposas que habían bañado sus manos en
la sangre de sus maridos; los traidores que habían traicionado a su patria y
violado todos los juramentos, padecían allí harto menores penas que los
hipócritas y simoníacos. Así lo habían querido los tres jueces del infierno,
porque decían que los tales no se contentan con ser malos, como el resto de los
impíos, sino que, además, pretenden pasar por buenos, y hacen, con su falsa
virtud, que los hombres no se atrevan a creer en la verdadera. Los dioses, de
los que tan impía y solapadamente se han burlado en el mundo, y a quienes han
hecho despreciables en la opinión de los otros, ahora se vengan con todo su
poder de todos los insultos que así se les han inferido".
Después
de recorrer de este mundo las mansiones inferiores, el héroe Telémaco pasa a los
Campos Elíseos, que Fenelón describe, a su vez, así:
"Reyes
y héroes estaban en los fragantes bosquecillo s de los Campos Elíseos, sentados
sobre céspedes siempre verdes y floridos. Mil arroyuelos de puras linfas
regaban aquellos amenos sitios, manteniendo en ellos la más deliciosa frescura.
Multitud de avecillas canoras agitaban con sus armonías aquel encantado
ambiente de los bienaventurados. Allí se veían juntas las más hermosas flores
de la primavera con los más sabrosos frutos otoñales. Allí jamás sopló con su
frío aliento el Aquilón tempestuoso, ni se experimentaron jamás los ardores de
la canícula. Ni la guerra, siempre sedienta de sangre; ni la envidia cruel, que
muerde con su diente envenenado; ni el temor, ni los celos, ni las
desconfianzas, ni los demás vanos deseos se acercaron nunca a aquella santa
mansión de la paz. Allí ni tiene fin el día, ni espacio las tinieblas
nocturnas, y en torno del cuerpo de los justos, sus moradores, se difunde una
purísima y apacible luz que con sus rayos le ciñe a guisa de ropaje, no una luz
semejante a esotra que ilumina los ojos de los tristes mortales, y que es más
bien tiniebla tan sólo, sino una celestial emanación de gloria que parece
empaparlo todo, penetrando sutilmente hasta por los cuerpos más densos, cual
por el cristal penetran sin perderse los rayos solares. Una luz, en fin, que no
sólo no deslumbra, sino que, al contrario, fortifica los ojos e infunde en lo
más íntimo del alma un no sé qué de inefable serenidad. Una luz que sirve al
par de alimento a aquellos hombres dichosos sobre toda ponderación; que en
ellos entra; que sale de ellos irradiando; luz, en suma, que hace ver, sentir y
respirar la más indescriptible y más inagotable de las alegrías. Los
bienaventurados moradores de los Campos Elíseos se. hallan así sumergidos en
aquel piélago venturoso, cual lo están en el mar los peces, y no desean poseer
otra cosa alguna, pues que con semejante luz están llenos, así el mundo como
los humanos corazones. Por eso, ellos ni sienten ya deseos ni buscan vanas
delicias o absurdas riquezas, pues la plétora de su felicidad tiene su
manantial perenne en ellos mismos, en el interior de su propio ser, sin
necesitar de otro alimento, sin entrar en ellos la pobreza, las enfermedades,
las aflicciones, los remordimientos, enojos, disgustos, discordias, ni aun
siquiera la esperanza misma, fuente casi siempre de temores. La muerte propia
ya no les amenaza con su guadaña. Las montañas de Tracia, cubiertas de
perpetuas nieves, podrían ser arrancadas de sus sólidos asientos, antes de que
los justos moradores del Elíseo se alteren por el asunto más mínimo. Sólo, sí,
se compadecen, pero con piedad dulce y tranquila, que en nada altera la
serenidad de su estado, de las infinitas miserias que oprimen a los hombres en
su peregrinación por la tierra. Sus rostros irradian una juventud eterna; una
dicha eterna y una gloria divina. Su alegría no es desordenada, sino apacible,
noble, majestuosa; un sublime gozo trascendente de la verdad y de la virtud.
Tienen, sin intercadencias, en todos los instantes, aquel júbilo mismo que
experimenta una madre cuando vuelve a ver al hijo que tenía por muerto; huellan
gozosos las regaladas delicias y se acuerdan con placer de aquellos
melancólicos y breves años, en los que, para ser buenos, hubieron menester el
pelear contra sí propios y contra el avasallador torrente de los hombres malos,
sin dejar de admirar un punto el auxilio y favor de los dioses, que los
llevaban como por la mano a lo largo del sendero de la virtud, entre tantos y
tan graves peligros. Se ven felices y saben además que habrán de serlo siempre.
Cantan en loor de los dioses, y todos juntos no son sino una voz, un solo
pensamiento, un solo corazón y una felicidad tan sólo, que en aquellas unidas
almas parece el flujo y reflujo del mar, viendo correr los siglos con más
rapidez que entre los mortales las horas, y, no obstante, mil y mil siglos
sucesivos no disminuyen lo más mínimo su dicha, siempre entera y siempre nueva.
No llevan, no, las falsas diademas con las que les exornó el mundo, sino que
los mismos dioses les han coronado con sus propias manos con guirnaldas
floridas, inmarcesibles...
No
encontrando Telémaco a su padre entre aquellos reyes de los Campos Elíseos,
buscó para ver si por lo menos descubrían sus ojos a su abuelo, el divino
Laertes. Cuando así inútilmente le buscaba, se vino hacia él un venerable y
majestuoso anciano. No era la vejez de éste como la de los demás hombres, a los
que oprime el peso de los años, sino que se veían en él juntas todas las
bellezas de la juventud amada con cuanto la ancianidad tiene de grave y de
sereno, porque en los viejos más decrépitos renace la. belleza no bien pisan
los Campos Elíseos. Llegóse, pues, el anciano hasta Telémaco, como a persona a
quien mucho amase, dejándole suspenso: "Hijo mío -dijo al joven el viejo-,
te perdono el que así me desconozcas. Yo soy Arcesio, el padre de Laertes, tu
abuelo. Pasé de aquella a esta vida un poco antes de que mi nieto Ulises, tu
padre, partiese para el sitio de Troya. En aquel tiempo eras tú muy niño;
estabas en los brazos de la nodriza, y desde entonces deposité en ti grandes
esperanzas, que, en verdad, no han resultado vanas, pues que te veo aquí abajo
que vienes a buscar a tu padre, y los propios dioses te favorecerán en tu
empresa... Deja, pues, de buscar a Ulises acá, en los Elíseos Campos. Él vive
aún y es aguardado en Itaca. También, aunque oprimido por los años, vive
Laertes, aguardando a que su hijo le cierre los ojos, porque los hombres pasan
allí como las flores que se abren hermosas por la mañana y a la tarde ya están
agostadas y pisoteadas por los pasajeros. Como el agua de un torrente, huye sin
detenerse el linaje humano. Tú mismo,. hijo mío, que al presente disfrutas de
una juventud tan viva, verás trocada insensiblemente tu frescura, belleza,
salud, fuerza y alegría, desvaneciéndose, como un sueño que deja tan sólo
amarguísima memoria. La enemiga y desvalida vejez arrugará tu rostro, agobiará
tu cuerpo, enflaquecerá tus trémulos miembros, secará, en fin, la fuente de los
consuelos de tu corazón, disgustándote de lo presente, atemorizándote con lo
futuro, y quitándote el sentido para todo, menos para el dolor. Este tiempo
viene con grandísima velocidad, al par que se ahuyenta el fingido presente.
'Gobiérnate, pues, con la vista siempre puesta en lo venidero, y con pureza de
vida y amor a la justicia prevente un lugar mañana en esta morada excelsa de la
eterna paz..." Hablando así Arcesio, sus palabras penetraban hasta lo más
íntimo de su corazón, esculpiéndose en él para siempre como en bronce entallado
por la mano de genial artista. Eran ellas como llama sutil que se encendía en
las entrañas del joven con no sé qué clase de soberano incendio, que le
consumía en uno como dolor dulce, un inefable deliquio, mezclado con un místico
tormento, capaz de arrebatar hasta la misma vida.
Estos
sublimes conceptos del arzobispo de Cambray merecen el más serio estudio en
orden a la felicidad falsa de la tierra y a la verdadera felicidad jina del
cielo.
Al
llegar, en efecto, el hombre a la época en que ya puede alcanzar a comprender
cuanto le rodea, no habrá uno que no pare su atención y se pregunte a sí mismo:
¿Qué es la vida? ¿Cuál es el lugar que me toca en este mundo? ¿Por ventura,
estas dotes que me hacen superior a todos los animales, estarán destinadas a
perecer?
Desde
el monarca más poderoso hasta el obrero más humilde, la mente humana divaga en
el círculo de tales preguntas. Y no se diga que la limitada inteligencia de
algunos les priva de semejante idea, pues el espíritu de conservación y el
anhelo de inmortalidad a todos nos domina. El morir es fuerza, pero el ansia de
vivir es un instinto invencible.
Nacido
el hombre para ser educado, en su educación consiste la bonanza o la desdicha
de su vida. Tierno arbolito que se doblega a la voluntad del jardinero que le
cuida, en la pericia de éste, del educador, estriba todo, sin negar por ello la
diversidad nativa de las inclinaciones y temperamentos.
Como
dice Rousseau, la primera voz del recién nacido es un gemido, una prisión su
primera envoltura. Ningún ser más desvalido que él, ni más desventurado;
ninguno más torpe, endeble y necesitado de amparo, y ninguno más nacido para
vivir en sociedad, por tanto.
Con
lágrimas venimos; con lágrimas mediamos en nuestra carrera, y con lágrimas, en
fin, solemos despedimos de la tierra. Colocados en un punto casi imperceptible
del espacio, juguetes de nuestras pasiones y esclavos de nuestras dolencias,
somos arrastrados de continuo como una pluma que se lleva el viento.
Y,
sin embargo, existe en el hombre una facultad poderosa que, abstrayéndole de
esta lacrimosa vida, encuentra inesperados recursos, propios para hacerla, no
sólo tolerable, sino hasta lisonjera. La poca felicidad de que gozamos aquí
abajo, más se la debemos, en efecto, a nuestra creadora imaginación que a los
hechos verdaderos. Cimentados están en su propia mente, ese insondable seno de
nuestra alma que no puede expresar ningún vocablo, los goces más excelsos y
expansivos que disfrutar podemos. .. Mas, ¡oh condición mísera de la naturaleza
humanal, para lograr tamaños goces, también es preciso antes sufrir.
En
la infancia, cuando la razón yace en capullo, los goces y padecimientos del
nuevo ser son meramente físicos. Acariciado por todos los que mira, el niño se
considera con derecho a exigirlo todo. Como sus armas sean las lágrimas, usa de
ellas como el mejor guerrero, y así, retozando en su casa como el corderillo al
lado de su madre en pleno campo, pasa el niño una vida bastante cercana todavía
a la de los animales, aunque tranquila.
Mas
la hora de la razón y de la responsabilidad suena al fin, y el hombre entra de
lleno en el mundo, y entra encontrando precisamente en esta difícil época un
gran vado en su corazón. .. Inquieto se revuelve; alza su vista al azulado
cielo, presintiendo en sí ya un
gran
misterio, del que nada, en verdad, alcanza a comprender; siente inundarse de
tristeza su alterado pecho, y busca fuera de sí propio ya la satisfacción
integral de su afán, que no es sino la ley natural de la conservación de la
especie humana, cifrada en la ley imperiosa del amor entre los sexos. El amor
le embarga entonces sus facultades todas; el amor le arrastra por entre
peligros sin cuento, y el amor, en fin, ese mismo que tan puro se le presenta
en el primer momento, acaba a veces sumiéndole en mísera corrupción. Poco
diestro todavía el ya joven en el arte de pensar, se siente arrastrado por la
pasión y su tiranía...
Pero
una ley superior aun a la pasión misma ataja bien pronto su locura. En vano
intenta el joven soslayar su fallo, pues que allí mismo, donde la Naturaleza
puso el deleite, le colocó también el hastío, cual si la vida humana estuviese
obligada a caminar siempre entre la flor y la espina, no siéndonos dable el
coger la primera sin clavarnos dolorosamente la senda. únicamente nos está
permitido en el dilema el buscar flores con la mayor hermosura posible, y al
par también con las menores espinas. Tales flores no son, empero. aquellas que
aparecen a primera vista más galanas y radiantes, con perfume tan intenso que
embriagan al pronto, aunque al final fastidien; ni tampoco aquellas que por
todas partes brindan el ser cogidas, sino otras flores más modestas, sencillas,
suaves: las tranquilas virtudes, que cimentadas en un trabajo moderado y
adornadas de un sentimiento exquisito, realzan, por encima de todo lo mortal.
la excelsa condición trascendente del hombre.
El
encontrar tan bellísimas flores debe ser el noble afán de todo hombre sensato.
Sus espinas acaban también tornándose en flores nuevas, y los eternos goces que
ellas deparan, de tal modo superan a los padecimientos sufridos para
conseguidas, que llegan a borrarse. al fin, estos últimos.
El género humano ha sido criado para
ser feliz., no para ser desgraciado, y el imaginar que el natural destino de la
humanidad es el vivir martirizada, es, a más de una impiedad absurda, una atroz
impostura; porque no cabe pensar ni un momento que
las preciosas facultades con las que contamos para adquirir las virtudes dichas
nos hayan sido dadas por la Naturaleza para que las dejemos inactivas o, lo que
es peor, para que las apliquemos locamente para nuestro tormento y nuestra
ruina, siendo una gran fortuna el que verdad tan consoladora sea axiomática,
casi instintiva, como todas aquellas que llevan en sí el sello de la Naturaleza
misma... Pobre, y aun algo más, es, pues, la sentencia que se pone en boca de
Dios, una vez que hubo creado a la primera pareja humana: Crescite et multiplicamini et implevit terram, se dice que dijo; yo
más bien habría puesto: ¡Creced,
multiplicaos y SED
FELICES!
A
primera vista no parece sino que el hombre es feliz en tanto que goza, de modo
que si le fuera posible una sucesión dilatada de placeres, sin que ninguna
desazón o pesar viniera a perturbarlos, se contemplaría feliz en el grado más
eminente. Y es tan universal la coincidencia en este punto, que todas las
religiones están de acuerdo en proclamar la existencia de un paraíso o gloria,
donde el justo, después de muerto, goza sin intermisión de la dicha más fecunda
y perdurable que la imaginación puede concebir.
Hay,
sin embargo, un gran escollo en este punto, a saber: que es sobrado culpable
que quien antes no se ve aquejado de alguna dolencia o atormentado por alguna
aflicción, no puede verse libre de ella, como no puede disfrutar del placer de
descansar quien no está fatigado, del de comer quien está inapetente, del de
beber quien no tiene sed. Y del propio modo no puede sentir los placeres que
resultan de contentar las pasiones, ya sean sensitivas, ya afectivas, ya
intelectuales, quien antes no se vea apremiado por estas pasiones mismas. En
resumen: no hay placer sino al satisfacer algún deseo. Y: como los deseos no
son sino la expresión de las necesidades, se deduce que es imposible el placer
sin que le preceda la correspondiente necesidad de cuya satisfacción el placer
resulta, o, en otros términos, que no nos es dable el gozar sin que anden
alternados la necesidad, el anhelo determinante del malestar y el placer que
por el subsiguiente bienestar se origina, o en fin: no hay gozar allí donde no anden siempre alternados el mal con el bien.
¿Quién
será, pues, el hombre más infeliz? Aquel, sin duda, que, encontrándose con
muchas y muy grandes necesidades, carezca totalmente de medios para
satisfacerlas. ¿Quién el más feliz? Aquel que cuente con más completos medios
de satisfacer sus multiplicados deseos. ¿Será tan feliz, en fin, el hombre que,
teniendo pocas necesidades, esté, sin embargo, provisto de todos los medios
para satisfacerlas, como aquel otro que teniendo muchas necesidades pueda
también proveer a todas ellas? Sin duda, la felicidad del uno y del otro puede
tenerse por completa; pero, pues goza más quien más deseos contenta, puede
también asegurarse que será una felicidad más rica en placeres la del segundo
que la del primero.
Tales
son las cuestiones que el gran polígrafo extremeño D. Julián de Luna y de la
Peña [147]
se propone al comienzo de su Tratado de
la Felicidad, obra por desgracia inconcluída e inédita, y hay que convenir
que en aquellas cuestiones se plantea un problema trascendente, que roza de un
modo directo con el misterio de ultratumba.
Hay,
en efecto, en el complejo problema de la felicidad una concepción infantil,
egoísta o estática, y otra concepción superior, eminentemente viril, dinámica y
altruísta, correspondiéndose, a bien decir, la una con lo que llamar podríamos
el ideal de la bestia humana, y la otra con el del jina que, más o menos, llevamos también todos dentro. Nuestra mayor
o menor racionalidad estriba en cómo ponderamos la una con la otra; y nuestro
destino de ultratumba es más que probable que esté cifrado también en el
triunfo definitivo que se haya logrado, al fin, de la segunda sobre la primera.
Porque
es indudable, dentro de la lógica e innata idea de nuestra responsabilidad
moral, que el hombre es el autor de su propio destino. Los defectos, como
alguien ha dicho, se heredan, pero también las virtudes, y cada hombre posee en
sí mismo, por herencia de :Questros antepasados, un capital de salud, de
felicidad y de éxito, con el que podemos siempre y en todo caso hacer algo
útil. "Todos los hombres -dice Gibbon- reciben además dos clases de
educación: la que les dan los demás y la mucho más importante que cada cual se
da a sí mismo". A la demanda de la frase célebre de Mazarino, que pedía
sólo un hombre que tuviese lo que se llama "buena suerte", el gran
Sáinte-Beuve respondía en carta a Madame Loines: "La fortuna entra
ciertamente por mucho en las cosas humanas, pero entra por muchísimo más la
conducta" porque, como añade Fogazzaro en El Santo: "Entre los pensamientos de cada hombre existe una especie
de jerarquía. Ciertas nociones dominan en él y gobiernan su vida: el deber
religioso, el moral, el civil, etc. De tales deberes tiene el hombre, más o
menos, el concepto que le fué enseñado por sus preceptores. Pero esta jerarquía
de ideas fundamentales e imperiosas no es el hombre todo. Por bajo de ella hay
multitud de otras ideas que se agitan y modifican bajo las impresiones y
experiencias de la vida, y más profundo aún existe otra región de su alma, su
inconsciente, donde ciertas facultades ocultas realizan un trabajo "oculto
también -el trabajo del jina- y donde
se producen los místicos contactos con Dios".
En
cuanto a la manera de fomentar semejante trabajo oculto de nuestro ángel o jina interior para elevamos a superior vida, he aquí la doctrina
que en La Voz del Silencio nos
expresa la Maestra H. P. B.:
"Una
vida casta, una mente despejada, un corazón puro, un intelecto ansioso de
conocimientos, una percepción espiritual clara, un cariño fraternal hacia toda
la humanidad, una buena disposición para recibir y dar consejos e
instrucciones, un sufrimiento animoso de la injusticia personal, una
declaración esforzada de principios, una defensa valerosa de aquellos que son
injustamente atacados., una devoción perseverante hacia el ideal de progreso y
perfección de la humanidad, que la Ciencia Sagrada describe:. estos son los
escalones de oro por los cuales el principiante puede alcanzar el Templo de la
Sabiduría Divina. o. Acudiendo así en auxilio de las leyes de la Naturaleza y trabajando en armonía con ella, la propia Naturaleza nos mirará como uno
de sus colaboradores o Creadores y
nos prestará obediencia". La pacienzuda labor precisa para ello es, en
efecto, la única que labrarnos puede un más alto Destino, porque sólo a fuerza
de paciencia es como el ínfimo gusano de seda convierte en raso para
principescas vestiduras la pobre hoja de morera que le nutre.
Por
desgracia, este mundo es de lucha, porque, como parte integrante que es a la
vez del submundo y del supramundo, nos obliga a todos los hombres a debatirnos
entre el impulso salvador hacia ideales redentores futuros, el lastre ancestral
o kármico de los vicios, y esa inercia o ley de vulgaridad egoísta que hace de
la pereza animal una tercera fuerza. Las tres referidas realidades están, como
hemos demostrado en otra parte, simbolizadas en el juego del tresillo: la una,
por el jugador que, asistido de los necesarios "triunfos" o
"estuches", aspira a triunfar, o sea a "llevarse la
jugada", pasando en su día, repetimos, al triunfante mundo de los jinas;
la otra es la dolorosa realidad contraria, representada por el que, asistido de
ciertos "triunfos", también aspira a derrotar al héroe o
"jugador", a la manera como nuestras pasiones nos derrotan; la
tercera realidad, en fin, es la de aquellos desgraciados "tibios” que no
llevan la contra a nada, porque para ellos lo importante es pasar el rato del
modo más escéptico, perezoso y egoísta.
¿Lo dudáis, lectores? Pues ved aquí
tres distintas concepciones de la felicidad terrestre, correspondiéndose
estrictamente con tres diferentes clases de hombres: la del ignorante, la del
"equilibrado" y la del rebelde. Las tres se deben a muy gallardos
poetas.
La
primera es la del personaje de Gabriel y Galán titulado El Sibarita, cuya plena felicidad se describe así en el gráfico
lenguaje de los rústicos extremeños:
¡A mí n'ámas me gusta
que dali gustu al cuerpo!
Si yo juera bien rico,
jacía n'ámas eso:
jechalmi güenas siestas
embajo de los fresnos,
jartalmi de gaspachos
con güevos y poleos,
cascalmi güenos fritis
con bolas y pimientos,
mercal un güen caballo,
tenel un jornalero
que tó me lo jiciera
pa estalmi yo bien quieto,
andal bien jateao,
jechal cá instanti medio,
fumal de doci perras
yandalmi de paseo
lo mesmo que los curas,
lo mesmo que los médicos. .
.
Si
yo juera bien rico.
jacía n'ámas eso,
¡que a mí n'ámas me gusta
que dali gustu al cuerpo!
El segundo ejemplo de felicidad lo
tenemos en estas otras do poesías; la una es de Iriarte, y dice así:
Las cosas que hacen feliz,
amigo Marcial, la vida,
son: el caudal heredado,
no adquirido con fatiga;
tierra al cultivo no ingrata;
hogar con lumbre continua:
ningún pleito; poca corte;
la mente siempre tranquila;
decentes fuerzas; salud;
prudencia, pero sencilla;
igualdad en los amigos;
mesa, sin arte, exquisita;
noche, libre de tristezas;
sin exceso en la bebida;
mujer casta, alegre, y sueño
que acorte la noche fría;
contentarse con su suerte,
sin aspirar a más dicha;
finalmente, no temer
ni anhelar el postrer día.
La
otra es del capellán Rey Soto, y continúa:
Dame, Señor, para que en ella muera,
una de esas casonas aldeanas,
con portón blasonado, con ventanas
de poyos y magnífica escalera;
con negros y altos techos de madera,
arcones perfumados de manzanas,
balaustres de piedra en las solanas,
con hórreo al Pie, y palomar y era.
Dame un huerto con pródigos frutales
y sangrientos de rosas los rosales,
donde cante una fuente alegre y sola;
un libro de poemas, un tintero,
papel, café, cigarros, un frailero
y un perro que a mis pies mueva la cola.
La
tercera y más alta de las felicidades, en fin, es la del rebelde, la del que
anhela algo superior, la del titán humano, en suma, que se subleva heroico, si es preciso, hasta contra el Destino
mismo. Semejante felicidad, que ya precisa la justificación de otra vida
más alta que aquesta miserable vida, está cantada por Carlos Navarro, en los
siguientes términos:
Destruir para siempre las cadenas;
tomar la negra noche en claro día;
derramar esperanza a manos llenas;
convertir el dolor en alegría.
Trocar los odios fieros en amores;
dar inefable bien por mal profundo;
sembrar las rutas de olorosas flores,
gozar del Paraíso en este mundo.
Alzar el pensamiento a las estrellas
y difundir la lumbre, como ellas.
Hacer la eterna paz; matar la guerra;
anular privilegios y egoísmos.
Repartir la fecunda y ancha tierra,
y ser los dueños de nosotros mismos.
He
aquí tres tipos distintos de ideal de felicidad, tres tipos muy humanos, cada
cual a su manera; y, lo que es bien triste, todos los hombres, salvo una
excelsa minoría, que es por ello gloria y ornato de la humanidad, suelen
recorrer a lo largo de su vida dicha escala de aspiraciones, en sentido inverso
a como las llevamos dadas anteriormente. Por eso ha podido decir el prefacio a
la traducción francesa de la Historia de
Felipe II, por Watson, esta verdad dolorosísima:
"En
la juventud, en esa dichosa edad de las ilusiones en la que el entusiasmo hacia
la virtud eleva el alma por encima de todas las cosas, se cree firmemente en la
virtud misma, y se siente tanta indignación como asombro cuando se la ve
escarnecida en. el mundo. El joven. a la vista de la maldad que osa
menospreciar una por una todas las virtudes, se encuentra siempre en situación
violenta; se agita en vanos esfuerzos, en votos estériles hacia el bien, y
sufre cruelmente cuando ve que la desvergüenza y la perversidad están adueñadas
del mundo... Pero, más tarde, cuando los años van calmando su imaginación,
anquilosando su corazón ardiente y apagando los juveniles fulgores de su mente
ansiosa; cuando el joven ha adquirido por sí la triste convicción de que se
irrita en vano contra algo más fuerte que él y que resulta fatalmente
inconmovible; cuando ve que todos los hombres se parecen en su despotismo, en
su orgullo y en su hipócrita codicia, llevando la dulzura hasta la bajeza, el
interés personal hasta la demencia, y hasta la estupidez la total ignorancia de
sus fueros y derechos, siente la tentación de echarlo todo a rodar y volverse
escéptico, guardando para sí sus principios redentores y diciendo con el
clásico: "¿Sed quid indignor? - Ridere sabius est..."
Este
terrible momento en que la mal llamada realidad
riñe- con el ideal la suprema batalla, es, por decirlo así, el momento cumbre, el decisivo de cada
vida, al que se conoce vulgarmente por "la edad de los cristos", pues
que él se presenta inevitablemente en la plena virilidad, o sea entre los
veintiocho y los cuarenta años, como razón suprema de nuestra vida terrestre
misma. Si el hombre es entonces derrotado, ya no será en adelante sino un
cadáver de Hombre, un alma muerta de las que, al tratar de Plutarco, hemos
hablado en el capítulo V. Su felicidad, en lo que le reste de vida física, ya
no podrá ser sino francamente grosera y escéptica, o gazmoñamente hipócrita,
que es peor aún, pues, como dice El
Emilio, de Rousseau (volumen IV de sus obras completas), "no hay más
esclavo que el que realiza el mal, porque lo realiza siempre a pesar suyo, y la
verdadera libertad, lejos de estribar en esta o en la otra forma de gobierno,
radica en el propio corazón del hombre que merece tal nombre de libre,
llevándola éste doquiera consigo, mientras que al hombre vil le sigue siempre
la servidumbre". "El día de la esclavitud moral -añade Homero, Odisea, 17- despoja al mortal de la
mitad de sus virtudes, porque las mismas mudanzas de la fortuna no son sino
sucesos que templan los vigores del carácter, haciendo verdaderamente grande al
hombre que ni se envanece con la fortuna próspera, ni con la adversa se abate
(Tito Livio, libro 45, c. VIII), y hasta el propio dolor tiene sus
delicias", como no ignora ningún místico.
Esta
felicidad, como dice Hans Sanchs a Walter al hablarle (véase Los maestros cantores, de Wágner) de los
verdaderos Cantos de Maestro, no está
apoyada sino en las Reglas del Supremo
Arte, el ARTE
DEL "HONESTE VIVERE", del Derecho romano, el vivir no sólo
para uno propio, sino para la Humanidad, y con el altruísmo del SACRIFICIO.
"El
libro del Velo de Isis". - Hechos extraños que se repiten. - Las mil y una
noches primitivas y el Pancha-tantra hindú - Ediciones del gran libro. - El
libro de Cama y Dymna. - La imaginación creadora discurre por los mismos cauces
desde que el mundo es mundo. - La busca de la verdad histórica en las fábulas y
en los niños. - Las "agadas" de una edad más feliz. -
Nieve que pasa a cieno. -
Schahriar-Zacarías. - El viejo tributo de las cien doncellas. - Dinarzada y
Scheherezada, o lo humano y lo jina. - Los redentores cargando con el brma de
los perversos. - El comerciante honrado y los tres ancianos jinas. - Otro
recuerdo de la Vaca pentápoda. - El pescador y el jina sepultado en el fondo
del mar con sus misterios. - Alah-djin, "el
jina de Dios". - El "Vellocino de Oro" de Sindbad el marino. -
La "Fuente de Oro" de Ctesias, de Gnido. - Seif Almuluk y el Hada de
la Matemática. - Ahmed Y el hada parsi Banú, con iU encantado mundo. - El
príncipe Alahman y el rey de los jinas. - Las aves de Unus-Ahur. - Contenido de
todos estos relatos fabulosos y simbólico del gran libro.
Cuantas
cosas maravillosas hayan podido chocarnos en el decurso de los capítulos
anteriores las vemos repetidas, y aún ampliadas, en ese gran libro iniciático
que llamamos Las mil y una noches, o
"Libro del Velo de Isis", al
tenor de su jeroglífico 1001, "mil y una", y de su "noche o Velo" [148]. Esto acaso no pruebe
nada para los positivistas escépticos que aún van quedando, rezagados ya del
creciente renaCimiento espiritualista de la post-guerra,
y quienes nos dirán autoritariamente que ello no prueba sino que son
"ensueños de la imaginación, tan felizmente combinados, que gozan del
envidiable privilegio de sugestionar por igual con su belleza a los grandes
como a los chicos". Para el crítico serio, sin embargo, semejantes
repeticiones de hechos extraños, inexplicables, producidas en puntos
inmensamente alejados unos de otros en tiempo y en espacio, toman los
caracteres que asigna la lógica a la tradición o constante testimonio de los
siglos. Muchos menos testimonios contestes de hechos han bastado, en efecto,
para tener por indudables no pocas de nuestras cosas reputadas como
científicas.
Además,
ello nos llevaría a tropezar de manos a boca con un descubrimiento pasmoso: el
de que la activa o creadora imaginación del hombre, que
aquellos ciegos confunden intencionalmente con la pasiva y alocada fantasía, corre siempre por los mismos cauces desde
que el mundo es mundo, como respondiendo, por tanto, a leyes inmutables, que no
son sino las entrevistas leyes del mundo de los jinas. Para que el lector
pueda apreciar, pues, en todo cuanto valen semejantes concomitancias, no estará
de más el que haga con nosotros una excursión ligera por el tiempo de aquellos
preciosos "cuentos de niños", que no son sino "altísimas
verdades de viejos" en su incomprendido simbolismo de fábulas efectivas.
Está tan maleada, por desgracia, nuestra presente humanidad, y la historia tan
llena de errores (no digamos patrañas, porque,
al tenor de la etimología, "patraña" es "cosa de los
padres" o santa tradición), que siempre nos sería lícito, por vía de
asepsia moral, el buscar la Verdad en esas poderosas fuentes de Belleza
prístina que se llaman "las fábulas" y "los niños".
Concordando
con estos asertos, nos dice por eso la maestra H. P. B. que "en medio de
los fantásticos desatinos de Las mil y
una noches, mucho podría encontrarse digno de atención si lo relacionásemos
con el desenvolvimiento de alguna verdad histórica. La Odisea, de Homero, por ejemplo, sobrepuja en aparente falta de
sentido común a todos los dichos cuentos juntos, y, a pesar de ello, está
probado que algunos de sus mitos son mucho más que la creación imaginativa
etcétera, etcétera, cual si fuese una ley de la imaginación humana el tener que
caer siempre poco o mucho en semejante monumento de las edades, sin poder salir
apenas una vez de su letra, y, por de contado, nunca jamás de su divino
espíritu. Véase Ponos, la genial obra
de Melitón Martín, una de las fábulas modernas que más semejanza ofrecen con el
antiguo estilo.
Por
de pronto, el problema del sexo, al que antes aludíamos, aparece vigoroso ya en
la Introducción del libro. Los dos
hermanos sultanes descubren la infidelidad de sus sultanas respectivas, a
quienes decapitan, y, exasperados, creen que todas las demás mujeres son
infieles también por ley de su naturaleza, merced a lo cual Schahriar o Zacarías -el mudo sacrificador del
templo de Israel, que en el relato evangélico se da por esposo de Isabel, prima
de María- se decide a sacrificar, como el famoso monstruo irlandés y gallego
del Tributo de las cien doncellas, todas
las noches a una mujer, después que ha compartido con ella su regio lecho. Tras
tan horrenda carnicería, que tiene aterrado a todo el Imperio, aparece una
heroína, Scheherezada, la hija del
visir, quien como la Judith de Holofernes, o la Iseo del mito tristánico, se
decide a libertar a su pueblo de semejante oprobio y resueltamente se ofrece en
holocausto al monstruo, compartiendo su lecho [149].
Viene
aquí entonces el símbolo de la acción de la Magia en el mundo y en la vida. La jina Scheherezada se hace despertar por
su humana hermana Dinarzada "antes del amanecer"
(hora de la iniciación), y ésta le ruega que le cuente uno de aquellos divinos
cuentos que debía a sus profundos estudios. Scheherezada aprovecha esa hora
augusta que precede al alba, y en la que el hombre comienza a salir del mundo
misterioso del sueño, penetrando en el de los ensueños más dulces, ensueños jinas que acaso son la única verdad de
nuestra existencia, y comienza su relato con la historia del comerciante y el
ogro, que no es sino el símbolo del triste destino de la humanidad post-atlante
destinada a desaparecer, como destinado estaba a morir el pobre comerciante del
cuento bajo la espada del genio del malo magia
negra (y como destinada estaba también a morir la pobre Scheherezada), si
en aquel momento no se hubiesen presentado tres extraños personajes, dignos de
especial mención.
Estos
tres personajes son tres típicos "viejos" o jinas, quienes se
presentan para salvar al pobre comerciante en el momento supremo en que, fiel a
la palabra que había dado al ogro de volver al año justo para que le
sacrificase por el horrendo delito de haber comido dátiles (los misterios de
los "dáctilos", o conocimiento cabalístico mal adquirido), iba a caer
bajo la implacable cuchilla del ogro. El primero de aquellos jinas, como el
shadú o "conductor de la vaca
pentápoda" que figura en los relatos jinas de Olcott y de Blavatsky. a
los que hiciéramos referencia en De
gentes del otro mundo, pág. 9, conducía a una cierva, cierva que no era sino su estéril mujer, transformada así
por una maga en castigo a que ella, para vengarse de una esclava de su marido
que le había dado un hijo, los había transformado a ella en vaca, y al hijo en ternera. No hay por qué añadir que semejantes vaca y ternera no son
sino la primitiva religión jina reflejada en la célebre vaca de Gautama el Buddha, o sean los dos cultos solar y lunar, de
los que hemos hablado tantas veces.
El
segundo jina llevaba dos perros negrísimos, quienes, a su vez. no eran sino dos
pésimos hermanos suyos (u hombres) que, envidiosos de su prosperidad e ingratos
a anteriores beneficios, habían tratado de sepultade en el mar ("como lo
fuera la Atlántida") a él y a su jaina
esposa, la cual, para castigados, los había metamorfoseado en perros
malditos. En cuanto al tercero de los jinas salvadores del buen hombre, su
historia era tal y tan sublimemente misteriosa (como efectiva historia mágica)
que el libro la tiene que callar...
Viene
luego en Las mil y una noches otra
historia celebérrima: la del pescador [150], aquel otro desdichado padre de familia que logra pescar del fondo
de los mares la cajita misteriosa en la que el genio de la magia tradicional
yacía aprisionado bajo el sello de Salomón. Abierta esta "caja de
Pandora", el genio le va a matar para vengarse, decía, de los desaires que
había recibido de la humanidad, porque queriendo él libertarla de sus miserias,
ésta le había continuamente despreciado. Pero el astuto pescador se da trazas,
con el engaño de cierta pregunteja al estilo de las célebres de Wotan a Mimo en
el primer acto del Sigfredo wagneriano,
a volverle a encerrar en su caja; y encerrando con él toda
"esperanza" de ulterior liberación. Con este motivo, el genio relata
al pescador unas lindas historietas: la del Médico
Durbán, la de El marido y el
papagayo, la de El visir castigado, sobre
cuyo alcance jina no podemos detenernos, como tampoco sobre el echado de las
redes al agua y la pesca de los cuatro pececitos de colores, simbolismo de las
cuatro razas humanas extinguidas antes de esta nuestra quinta raza, y del Príncipe de las Islas Negras, de lo que
hemos sacado el debido partido en otro lugar [151]. Baste indicar aquí que
toda la leyenda del pescador es jina desde el momento en que el genio le lleva
a éste a echar sus redes en cierto secreto lago,
oculto en el más pintoresco jardín que puede darse, y que, "no
obstante encontrarse del otro lado de la montaña que dominaba a la capital,
ninguno de los nacidos en ella le había visto jamás, como tampoco a las cuatro
clases de peces del lago, los blancos, los azules, los rojos y los
amarillos", representaciones respectivas de las cuatro grandes razas
troncales antecesoras de nuestra quinta raza aria. También, por ser jina,
coincide el resto del relato con tantos otros que llevamos consignados en capítulos
anteriores, como cuando el sultán, maravillado por los prodigios que había
visto realizar a los peces, se lanza solo, de noche y con gran secreto, a
recorrer "el desconocido Sendero de la llanura", hasta dar, al cabo
de mucho esfuerzo, con el palacio atlante del Príncipe de las Islas Negras, o
del Pecado, recorriendo en sólo un día, y por modo jina, un itinerario en el que, al regresar al modo humano, necesitó
emplear tres largos meses.
Seguir
detallando más en estas sugestivas leyendas iniciáticas de Las mil y una noches, resultaría difícil, porque ni aun se sabría
escoger bien. Nuestro objeto aquí se limita, pues, a echar una rápida ojeada jina por la sublime obra, contando con
el conocimiento que todo hombre ilustrado debe tener de ella.
¿Quién,
por ejemplo, no recuerda la leyenda de Aladín
o Alahdjin, el jina bueno,
"el jina de Alah"? Ella sola bastaría para probar el intento de este
capítulo.
En
efecto: un ser puro, un niño (que
niños se llama en el lenguaje iniciático a todos los que empiezan a recorrer el
Sendero), hijo de "un sastre", quiere decir de un santo hombre
conocedor de "los shastras", o versículos sagrados védicos, conoce a
un hechicero, quien trata de utilizarle en el proyecto de robar cierta lámpara
maravillosa (la del Conocimiento iniciático), escondida allá en las grutas de
lejanísimas montañas. Llegados al sitio, tras el penoso viaje, el niño, por la
virtud del anillo del mago, levanta una gran losa blanca y penetra, animoso, en
el subterráneo, donde, a vuelta de mil prodigios, como los que el coronel
Olcott nos narra en otro lugar (De gentes
del otro mundo, capítulo 1), Y referentes a otro niño de Bombay que también
logra bajar de igual modo al mundo de los jinas, se ve rodeado de un verdadero
Paraíso, a la manera de los que anteriormente van descritos. Allí ve "al
pájaro que habla" (como le viese y oyese el Sigfredo de Wágner bajo el
tilo), "a la fuente que mana oro" y "al árbol que canta" [152]. Por fin roba la lámpara
maravillosa, y por ella conoce las perversas intenciones del hechicero, a
quien, astuto, logra dejar encerrado en el subterráneo, mientras que él,
gracias a la lámpara y al anillo, logra mágicamente cuantas riquezas pueden
apetecerse en este mundo...
¿Quién
no recuerda, asimismo, las aventuras de Sindbad
el marino? El Ave-roc que le lleva raudo por la región
de los aires hasta hacerle conquistar un verdadero Vellocino de Oro, no es sino la famosa Ave-Fénix de los griegos; el Pájaro GARUNA
de los parsis, el Ave-Li del gran
poema chino del Li-sao (Grutas, pág.
210), y en la que el poeta precristiano visita las recónditas soledades
iniciáticas del Tibet, tornando luego a este bajo mundo de los hombres, tan
rico de bienes como de espíritu, porque es sabido que la miseria física de
éstos no es sino el karma, reflejo o consecuencia de su miseria moral, y por
eso, como dice el Evangelio, "debemos tan sólo buscar el Reino de Dios y
su Justicia (mundo jina del Ideal), que lo demás nos será dado por
añadidura", Si las riquezas físicas viniesen, en efecto, siempre a la par
que las morales, y no después (ora en este mundo, ora en el de los jinas),
seríamos virtuosos..., por egoísmo, es decir, careceríamos de toda virtud
efectiva y basada en la renunciación del sacrificio.
Y,
cuento tras cuento del gran libro, en todos aparecen los nombres jinas, sus jardines encantados, sus
tesoros inauditos y su perfecta liberación enedimensional
de esta nuestra triste cárcel de materia física, impenetrable para nosotros
como tal, pero perfectamente penetrable para ellos, como seres hiperfísicos, y
desde la que pueden establecer sus espirituales protecciones sobre los justos, de quienes es tal mundo.
Tal
es el relato del cuento del heroico príncipe Seif Almuluk con la hija del Rey
de los Genios, pues es una de las leyendas orientales que hacen mayor
alusión al espiritual consorcio posible de jinas y hombres, pese a la barrera
natural que se alza entre estas dos razas de seres. En tal sentido, es
interesantísima y de valor inapreciable. Compendiémosla en pocas palabras.
Seif
y Said eran dos amigos inseparables, hijos, el uno del rey de Egipto, y el otro
de su visir. Ambos habían sido concebidos por modo casi milagroso, de madres
estériles, gracias a los consejos del rey Salomón, quien había deparado para el
príncipe su anillo -el oro del pensamiento- y una cajita misteriosa, encerrando
un vestido hecho con alas de mariposa -la imaginación-, y para el hijo del
visir una fuerte espada y un fuerte venablo [153]. Abierta por el príncipe
la cajita, ve retratado en el velo del vestido -velo de Isis- la imagen de una
beldad sin par en el mundo: la del hada Badial lamal, hija de Nahual, hijo de
Charuc, primer rey de los genios creyentes que moran en la Isla de Babel, en el
jardín de Irem o Irán. El joven se lanzó, en unión de Said, a buscar al hada
por todo el ámbito del mundo, sin hallar quien de ella le diese razón en parte
alguna, pasando cuantas amarguras y pruebas son de rigor en tales casos [154], Antes tuvo que redimir
de su esclavitud a la dama Daulet-Chatun [155], su hermana de leche, y
una vez que hubo alcanzado la suprema felicidad de conocer al hada de sus
amores, se riñó gran contienda entre los buenos y los malos genios (los nilo lohitas, los rojo-azules), por si un mortal, por grande que fuese, podía enlazar
con un hada sus destinos, pero gracias a Daulet-Chatun, o sea a la ninfa de la
Matemática, el enlace es admitido por el "
Rey
de los Genios[156],
y Seif-Almuluk se une a Badial Iamal, y su hermana Said con la admirable
Daulet-Chatun, para que el recto espíritu de la justicia que a la Matemática
trascendente preside pueda asesorar en los destinos del Mundo. Otra prueba más,
en fin, del carácter simbólico matemático de Daulet-Chatun nos la da la leyenda
al decir que el espíritu del mal genio que la tenía encantada en el palacio negro, entre el cielo y la
tierra, era inalcanzable para todo mortal, pues yacía escondido en el pecho de
un ave misteriosa -la Unidad-Una, alma del Mundo-, ave que, a su vez, estaba
encerrada en siete cajitas -las siete decenas
del sistema septesimal, propio de todos los símbolos de Oriente-; estas siete
cajitas en siete cajas -las siete
centenas-, y éstas, finalmente, en un sepulcro de mármol - el millar septesimal[157].
En
el príncipe Ahmed y el hada sublime vienen, como siempre, los
jinas, la peri o parsi-Banú, a saber:
Tres
príncipes, hermanos, se enamoran de la misma princesa, y, para fallar su
pleito,. el sultán los envió a los tres por el mundo, para que volviesen al
cabo del año con alguna cosa extraña y rara. El que aportase la cosa más
preciosa recibiría en galardón la mano de la princesa. Al cabo del año cada
cual volvió con su preciosidad, es a saber: el segundo hermano, con una
alfombra -¿aeroplano?-, con la que bastaba colocarse sobre ella y pronunciar
cierto conjuro, para ser arrebatado por los aires y llegar al sitio que se
quisiera; traía el hermano mayor. un espejo mágico, adquirido en Persia, en el
que bastaba mirar para ver las cosas más remotas en el espacio o en el tiempo;
y el tercero, que era Ahmed, una manzana, como las famosas de la Freya
escandinava, o las no menos célebres del jardín de las Hespérides,
"Cogidas en el valle del Sogda [158], uno de los cuatro ríos
del Paraíso, que bastaba dada a oler a cualquier enfermo para que al punto
recobrase la salud. Los tres hermanos, al finalizar el año, se reunieron en una
ciudad muy distante aún de la corte y se comunicaron sus adquisiciones
respectivas; pero cuál no sería su dolor cuando, al ensayar el espejo mágico
del mayor, vieron con él que agonizaba por momentos la princesa tan codiciada
por los tres. Al punto vuelan los hermanos, rápidos como el rayo, en la
alfombra del segundo, y gracias a la manzana del tercero logran restituir la
salud a la princesa.
Perplejo
el sultán porque sin cualquiera de las tres cosas su hija habría muerto, remite
el otorgar su mano a la prueba del arco, tan común entre todos los pueblos
antiguos. La princesa casaría con aquel que arrojase más lejos su flecha[159]. La del primer hermano
va lejísimos, pero la sobrepuja aún el segundo. La del tercero, sin embargo, va
tan lejos que llega a perderse en lontananza, sin que nadie alcanzase a
encontrarla. El sultán concede, pues, la princesa al segundo, y mientras el
primero se retira a un cenobio, el tercero, creyéndose injustamente preterido,
se aleja de la corte, errante, a la ventura.
Aquí
llega una nueva historia de los consabidos subterráneos de los jinas. El príncipe Ahmed, en efecto, a
vuelta de mil penalidades por todo lo descubierto de la tierra, marchando siempre adelante, como marcharse debe
por el camino de la perfección, cayó exhausto, al fin, junto a unas enhiestas y
retiradas rocas, a cuyo pie vió caída la flecha de su esfuerzo. Ella había dado
ciertamente en el blanco, pues que había abierto de par en par una estrecha
puerta de hierro sin cerradura en -lo más raso de aquellas rocas, ocultas a las
miradas del mundo... Penetra el príncipe lleno de resolución a lo largo de
aquellos maravillosos subterráneos, y, sin detenerse en sus riquezas infinitas,
descubre al Hada de su Amor, a la incomparable PariBanu, a cuyo lado conoce, por vez primera, el verdadero Amor trascendente
que inspirar no puede ninguna mujer en el mundo, y pasa una existencia feliz al
lado de su Adorada.
La
voz del deber y de la sangre recuerda al fin al príncipe que ha dejado a su
padre y a sus gentes en este bajo mundo, y recaba del hada permiso para
volverlos a ver, a condición, sin embargo, de que no hable al sultán de su
casamiento ni del retiro en que ambos viven tan ricos y felices. Poco a poco
menudean las visitas del príncipe al reino de su padre, hasta que la envidia
cortesana, intrigada por un fausto como el del príncipe de tan ignorado origen,
apeló a la necromancia y -violó el secreto del retiro de los dos superhumanos
amantes. El padre comienza entonces a pedir a su hijo verdaderos imposibles,
que mágicamente, sin embargo, son realizados al instante por los genios
servidores de la inmortal pareja, y, por fin, solicita nada menos que el
conocer a uno de estos genios, a su rey Schaibar o Kabir, hermano del hada, quien cae entonces sobre el reino y
realiza sobre todos los necromantes delincuentes aquellos -sultán, visir,
cortesanos, etc.- una justicia cual la de la Atlántida o su émula Sodoma.
El príncipe Zeyn Alasnam y el Rey de
los Genios es otro de los mejores pasajes jinas
del gran libro. Dicha leyenda del príncipe Zeyn Alasnam, o bien del príncipe Man-Mah-Djin (el djin bueno),
correctamente leído a la inversa, como corresponde a todos los nombres arios
leídos al modo semita, ha circulado profusamente por España en uno de los más
hermosísimos pliegos de cordel, bajo el título de "El Príncipe Selim de
Balsora y el Anillo Prodigioso". El príncipe, hijo de un gran Rey
Iniciado, descubre, por un viejo pergamino legado por su padre, un subterráneo
inmenso, donde, aparte de las preciosidades consabidas en los subterráneos de
esta clase, apareció una rotonda con ocho estatuas maravillosas, verdaderas
musas de aquel encantado recinto, y un pedestal vacante consagrado para una
novena estatua, que, por consejo de un venerable anciano que se le ha aparecido
en sueños, ha de conquistar el joven yéndose a tierra de Egipto, la cuna, en
unión de Persia, de toda la magia de Occidente.
De
la capital de dicho país pasa el joven, guiado por un Mentor compañero de su
padre, a La isla de los genios, isla
sagrada idéntica a la "Isla blanca", no pocas veces descrita por H.
P. Blavatsky, pero no sin antes haber pasado por las infinitas pruebas que son
de rigor para todos los neófitos del ocultismo. En la isla le recibe el Rey de
los Genios, quien le entrega cierto espejo mágico con el cual tiene que
recorrer el mundo hasta encontrar una compañera digna de él, cosa que conocerá
mirando siempre en el espejo, porque si el espejo -que no es otro sino el de la
conciencia- se empañase, sería prueba de que el camino seguido era falso, y
recto cuando el espejo no se empañase.
Tras mil peripecias peligrosas, halla
al fin la deseada joven, ante la cual no se empañó el espejo mágico, y
celebrados los desposorios con ella, el Rey de los Genios le exige que se la
entregue en pago de sus buenos servicios y que regrese a Balsora, en cuyo
subterráneo encantado hallará la novena estatua que le falta. Cúmplelo así,
aunque con terrible sacrificio, el joven, y al regresar a su reino y al
subterráneo halla con sorpresa indecible a su amada como una novena estatua,
coronando el pedestal vacío.
El
simbolismo de esta leyenda es uno de los más diáfanos que existir puedan acerca
del proceso iniciático, a lo largo del cual, y a costa de penalidades, el alma
del hombre logra descubrir a su "Osiris", Solo Espíritu Supremo, con
el que se desposa místicamente, al fin, cuando el crisol del dolor le ha
purificado por completo de todas sus pasiones animales, realizando así el ideal
supremo de esa evolución humana que conduce al mundo de los superhombres.
El príncipe Uns Almulud y Ward fil
Akman, la hija del visir, es leyenda que encierra el mismo
simbolismo que las anteriores, aun que aparecen en ella algunas
particularidades que conviene puntualizar.
La
más característica es la relativa al alcázar construído por el padre de la
doncella, el visir de Schamech. Laneck, sobre el inaccesible Monte Thakla -el
monte Huérfano, el retiro Solitario-, en una isla en medio del Mar Cano o Mar
Polar, ni más ni menos que la isla Blanca de que nos habla H. P. Blavatsky como
el más excelso retiro de la Gran Logia de Iniciados que gobierna al mundo. El'
príncipe, para llegar hasta allí, da antes cima a los consabidos imposibles,
entre ellos, como Pan y - Apolo, el domesticar con el habla -la Palabra Sagrada- a los animales que pretenden cortarle el
paso. Un ermitaño le ayuda a tejer la red o tela,
con la que puede aquél subir finalmente al castillo.
Otro
detalle es la multitud de aves que rodean a la dama en el castillo y que hablan
prodigios como la de -Sigfredo, anunciando al príncipe Uns o Unus -el único- las glorias de Ward o Ahur-Aura,
su amada, que yace en el castillo inaccesible, como Brunhilda en su roca
rodeada de llamas.
Juega en el relato
la capital Ispahan, que tan estrecho parentesco, pese a nuestra filología de topos, guarda con el de España.
La multitud de
versos con los que se ameniza el relato son agregados posteriores de grato
sabor árabe.
Para
terminar, pues, esta tan rápida ojeada sobre la primera obra novelesca del
mundo en tiempo y en mérito, digamos dos palabras acerca del cuento más
genuinamente jina que contiene, a saber: el del príncipe Camaral-zamán y la
princesa Badura, donde hombres, hadas y genios conviven.
El
príncipe Camaral-zamán, por resistirse a contraer un matrimonio de Estado, fué
encerrado por su padre, como el Segismundo de Calderón, en solitaria torre. El
hada Mainuma le sorprende durmiendo, y admirada de tan sobrehumana belleza,
comunicó su asombro a un genio amigo, quien le dijo:
-Por
bello que el príncipe persa sea, infinitamente más bella es mi princesa Badura,
quien, por análogas resistencias hacia cuantos matrimonios de conveniencia
quieren sus padres imponerle, también vive, lejos de toda mirada humana,
confinada en estrecho destierro.
-Eres
un insensato, hermano genio, si pretendes hacerme creer que tu princesa es la
mitad de hermosa, siquiera, que mi príncipe.
Con
esto, trabaron una terrible discusión la gentil hada y el genio testarudo. Para
zanjarla de una vez, convinieron en ponerlos uno al lado de la otra, durante su
sueño; pero la discusión tomó caracteres gravísimos, porque, aun viéndolos
juntos, dormidos, hada y genio se mantuvieron en sus trece respecto de aquellas
bellezas-tipo.
-Adjudiquemos
entonces el premio de la hermosura al que de ellos tenga mayor belleza moral;
es decir, al que, despierto, se muestre más tierno y amoroso, ya que no existe
en el mundo belleza comparable a la inmarcesible belleza del corazón -
convinieron entrambos entes invisibles.
Y
ya, no sólo los reunían cuando bajo mágico beleño dormían uno al lado del otro
los dos príncipes, sino que los despertaban alternativamente; pero fueron tales
las pruebas de supremo amor que uno a otro joven se dieron, del modo más casto,
que la duda quedó en pie, como al principio. Inútil es añadir que lo mismo él
que ella despiertos ya y cada uno en su reino, que distaban entre sí miles de
leguas, confesaron el maravilloso suceso a sus padres respectivos; pero el
problema que a entrambos amantes se les presentaba parecía insoluble. ¿Cómo
encontrar, en efecto, para la princesa, el enamorado príncipe de su ensoñado amor?
Aquí
la serie de aventuras, iniciáticas todas, y todas a la usanza de las leyendas,
que el lector puede hallar admirablemente descritas en el texto en cuestión,
hasta el día en que, tras mil penalidades y conflictos, los dos amantes
pudieron verse el uno en los brazos del otro y ser felicísimos. Nuestro
propósito al recordar la hermosa leyenda oriental, no va más adelante, pues que
se limita sólo a puntualizar uno de los hechos más extraños e inexplicables,
que preceden siempre al verdadero amor y que se condensa en el famoso dicho
castellano de que "casamiento y mortaja, del cielo bajan"; es decir,
que dependen en absoluto del misterioso juego del Destino, que llama casualidad
el vulgo.
¿Por
qué desconocida ley orgánica suele iniciarse la pubertad, en uno y otro sexo,
con ensueños premonitorios, de emotividad inenarrable, cual si en ellos
jugasen, digámoslo así, hadas y genios, al modo de los famosos íncubos y súcubos de la literatura
eclesiástica medioeval? ¿Por qué y cómo, ya en la realidad, el herir de ese
instantáneo dardo de Cupido, el dios
niño, loco y ciego, decidiendo en un instante el porvenir entero de los con tal
flecha heridos?
Henos,
pues, aquí, otra vez y siempre ante el problema del amor, el eterno problema, y
en el que más que en ningún otro actúan en nuestro mundo los seres invisibles
del submundo y del supramundo, que diría el gran teósofo portugués vizconde de
Figaniere. El Amor, que es más grande que la Muerte, pues que la mata 9ando
vida, es el nervio todo del inmenso poema en prosa de los parsis primitivos;
pero el Amor con mayúscula, ese amor que, arrancando del santo hogar ario en el
que el brahmin o pater familiae es
sacerdote en unión de la mujer, el hijo, la hija y el extranjero protegido, se
llega a elevar por encima del sexo mismo, en símbolos y emblemas ya
trascendentes de un mundo superior o jina, que nos aguarda piadoso para después
de ese solemne día en que, dejando aquí la carne, que es la hija y la madre del
sexo, se nos descorra con la muerte
el casto misterio de Las mil y una
noches, o sea, bien traducido, EL VELO DE ISIS.
El
Don Quijote de la Mancha y los Libros
de Caballería. - Destrucción de los Misterios atlantes y arios. -
Hércules-Alcides. - El gran encantador Merlín, el jina. - El Baladro de Merlín.
- Los doce trabajos de Hércules y la Tabla Redonda. - El doce en los Misterios.
- "Yo soy Merlín, aquél que las historias...". - Arthus-Suthra, Uter
y Pendragón. - La isla Avalloria o "de los ancianos". - Un pasaje de
Gibbon. - Opiniones de Hume, Clemencín, Aribau y otros. - "El hilo de
Oro". - El Kama-loca gaelés. - El cuervo de Arthus y la Ciudad del Dite. -
El Rey Pescador y su Grial Santo. - Los eternos "lobos con piel de
oveja". - Viejas "patrañas" verdaderas. - Las crónicas de
Turpín, Carlo-Magno, Orlando y los Doce Pares. - El Telesín de Rusticiano de
Pisa. El nieto bretón de Eneas. - Amadís y su Peña Pobre. - Tirante el Blanco,
el Caballero del Febo, Partinuplés y demás héroes caballerescos. - La conquista
jina de "el ultramar de la vida". - Salidos, Galateas y demás gentes
de la pastoril "Arcadio-jina". - La "Jerusalén libertada",
del Tasso. - Los "Cuatro hijos de Aymón". - Godofredo de Bouillon y
la Magia siríaca. - Circes y héroes. - La "fuente de la risa". - Los
cruzados y los jinas. - Los caballeros del Temple y el Viejo de la Montaña.
Quien
con las luces teosóficas estudie a fondo la incomprendida y calumniada
literatura caballeresca que el doctor Daniel Huet atribuye a árabes e hindúes,
verá bien pronto que ella es simbólica, iniciática o jina. La célebre sátira de
Cervantes en su Don Quijote, lejos de
destruirla, como parece, la depura y sublima, cuando se sabe leer entre líneas,
y toda la Edad Media debió sus luces, en medio de la general ignorancia, a la
corriente de idealismo, caballerosidad, heroísmo y ciencia trascendente que
ella aportó al mundo de los bárbaros, aunque el mundo, ciego, no siempre
llegase a comprenderla.
Por
desgracia, un tema tan amplio mal va a poderse desarrollar en un mero capítulo.
Quédese ello para un libro, aunque se den aquí las tónicas oportunas del mismo;
tónicas iniciáticas, es decir abstrusas, intuitivas y hasta cierto punto
secretas; tónicas que el lector por sí mismo es el único llamado a desenvolver,
a guisa también de "caballero andante del Ideal", en demanda de su
efectiva salvación jina tras las
negruras de esta miserable vida física, que no es sino tránsito, duda, dualidad
y lucha [160].
Roma,
por Julio César, había destruido en las Galias ese culto iniciático-jina o de
los Misterios Atlantes y Arios, del
que tan por extenso nos hablan Ragon en su Ortodoxie
Maçonnique, y Blavatsky en el tomo nI de su Doctrina Secreta; pero como el demonio de ella en Gales, Escocia y
aun Irlanda era casi nominal, no bien se desmoronó el Imperio, llegaron las
invasiones normandas y se recrudecieron las luchas de los pictos y escotos
contra los galoceltas, caledones o bretones, es decir, contra los herederos de
esos Tuatha de Danand galaicos, de los que nos hemos ocupado en diversos lugares
[161], y se hubo de resucitar
la misma tradición primitiva de las hazañas simbólicas de Al-cide, Hércules o "el Señor", es decir, de los atlantes
de la Buena Ley o jinas, que se
salvaron de la gran catástrofe, en lucha contra los secuaces de la Mala Magia,
que en ésta perecieron.
Es,
en efecto, una ley en la evolución del mito la de que las hazañas recientes de
un héroe se encapsulen, digámoslo así, en las de otro más antiguo, como se ve
en las de Napoleón imitando a César, César a Alejandro, Alejandro a Dario, a
Sesostris, etc., dentro de la eterna repetición cíclica de la Historia
entrevista por Vico. El nuevo Hércules o Arjuna galocelta del año 514 se llamó
ARTHUS, y su Instructor, el Krishna nórdico que le animase en sus luchas, fué
Merlín,
"...aquel que las historias
cuentan que tuvo como padre al diablo
(mentira autorizada por los tiempos),
príncipe de la Mágica y Monarca
y archivo de la Ciencia Zoroástrica,
émulo a las edades y a los
siglos..."
En efecto, del mismo modo que Jehovah
se le aparece a Moisés y Jesús a Pablo, o sea como el Maestro iniciador se
aparece al fin al discípulo antes de que éste inicie su labor redentora,
Merlín, el Archidruida o Pontífice, surge
un día de su sepulcro ante los asombrados ojos de Arthus, y del mismo modo que
antes lo había hecho con el Pendragón Vortigerno en el lago seco iniciátíco, le
lanza a Arthus el terrible Baladro (Threno
o Profecía) de la serpiente blanca y de la roja, arrolladas en la Tau, formando
el eterno caduceo de Mercurio, y le habla del formidable Jabalí de Cornuallis,
del León de Justicia [162], y, en fin, de la
necesidad que tiene Arthus, como "pendragón" o caudillo también de
los siburos, bretones, caledonios, tuathas y demás pueblos primitivos
occidentales, de emprender valeroso la difícil conquista del Santo Grial, el Monte Santo de la Iniciación, que,
como hemos demostrado en el capítulo "Parsifal", de nuestro Wágner, mitólogo y ocultista, no es
ningún "plato", "copa", "joya" ni "piedra
física", como dieron después en decir los necromantes falsificadores del
augusto mito ario-atlante, con cargo a uno de los sesenta y ocho Evangelios
apócrifos, al hablar de la lanza de Longinos y de las predicaciones de Josef de
Arimatea, para estímulo de todos aquellos héroes de la Tabla Redonda, Galoz,
Booth, Don Galván, Perceval o Parsifal, etc., etc., encargados de su conquista.
Según
el mitógrafo español don Buenaventura Carlos Aribau, en sus Libros de Caballerías (Revista Crítica de
Historia y Literatura, página 326 y siguientes); Pellicer, en una de sus
notas al Quijote, sostiene que
Ambrosio Merlín fué un célebre inglés, tenido por encantador y mago o profeta,
que floreció por los años 480, y de quien la grosera malicia de algunos,
recordando las apocalípticas supersticiones acerca también del Anticristo, se
decía que fué hijo de una princesa loca y de un feroz demonio íncubo, quien
transmitió a su hijo toda su prodigiosa ciencia. Feijoo, en su Teatro Crítico (II, disc. 5), aún daba
más pelos y señales de la tal madre de Merlín, diciendo que fue una religiosa
del monasterio de Cacumerlin. En cuanto a su Baladro, también se narran en él muy minuciosamente los lazos
santos que ligaran al viejo instructor Merlín con sus tres principales
discípulos: alero, Pendragón y Arthus, o sea "los hombres nacidos
de mujer", los "dioses" y los "héroes" [163].
Merlín,
pues, era un efectivo Maestro o jina, y como tal, guarda conexiones con los
héroes de todas las teogonías. Es, por de pronto, el Hércules ógmico, del que
ya hemos hablado a propósito de los Tuathas, y por eso inspira con sus doce
trabajos solares las doce victorias
de su discípulo Arthus, o Suthra, "hilo de oro
conector", o Verbo, entre su
excelsitud y la bajeza del mundo. Arthus, a su vez, crea sus doce discípulos, que son otros tantos
héroes de la eucarística Mesa, o Tabla Redonda, en representación de los
respectivos doce meses del año, o sean los doce hercúleos "trabajos de
vida" que actualmente realiza en la Tierra el Sol, cosa también
representada de igual modo iniciático en los doce patriarcas antediluvianos; en
los doce hijos de Jacob, patriarca de
Israel; en los doce apóstoles,
discípulos de Jesús; en los doce puntos pitagóricos; en los doce hijos de Ida y de Adyti; en las Doce tablas de la ley romana (que son
las mismas del Decálogo, con más otras dos secretas), y, en fin, en los doce
dioses mayores, o signos del Zodíaco, uno
de los cuales es el Hombre.
Y
de igual modo que la grosera tradición relativa a la apoteosis jina de Hércules
(como la de Enoch, Elías, Simeón ben Yocai, etc., que llevamos descritas) le
hace víctima del fuego devorador y pasional, originado al vestir la terrible
túnica de su esposa Deyanira, la tradición caballeresca de Merlín nos le
presenta a éste encerrado y encantado en su tumba, como castigo a su debilidad
con su esposa Bibiana, quien, por halagos,
le arrancó, en prueba de amor, la Palabra Sagrada que podía encadenarle, ni más
ni menos que al asceta Kandú la ninfa Pranlocha, según se lee en los Puranas védicos. Desde entonces, Merlín
yace en la terrible ciudad del Dite o
Daythia del submundo, como yacen en
el tarn, en el dolmen, en el valle iniciático o en la montaña sagrada los
gaedhélicos Tuatha; yace, añade la tradición, "transformado en cuervo", es decir, sumido en las
tinieblas, o "noche" del humano ciclo de caída, o
"kali-yuga" , en espera del cisne,
el Lohengrin humano o "Caballero andante del Ideal", que ha de
venir a desencantarle, o sea a sacar
de nuevo la salvadora Magia blanca a la luz del día para traer otra vez la Edad
de Oro a la Tierra. No hay que decir con esto si la leyenda simbólica de Merlín
no está enlazada con todas las grandes leyendas iniciáticas, desde la del
sacrificio de Daksha, el Prometeo encadenado y el "cuervo-cisne
apolíneo" de Cástor y Pólux (noche y día, invierno y verano, contrarios
complementarios, en fin, en la Naturaleza) , hasta la Divina Comedia, el Paraíso
Perdido, las leyendas lohengrinescas de la infanta Isomberta o Isis, la de
las dos aves; blanca y negra, de Odin (Hugín y Munín) , el cuervo-cisne de los
templarios y de los piratas Wikingos escandinavos, y todas las demás, que son
consecuencia de la primitiva leyenda jina del Gautama y su "Vaca", y
la primitiva leyenda egipcia de Osiris-Isis-Horus-Tiphón,
la terrible Tetracys pitagórica, por la que temían jurar hasta los
dioses...
El
anciano Merlín, el joven verbo Arthus, los doce patriarcales caballeros de la Redonda Mesa eucarística del Grial, mesa
actualmente en poder del "Rey Pescador", "Ictius"
(personaje que no hay para qué señalar con el dedo despertando sectarias
suspicacias), son todos una teogonía medioeval y jina, que puede ponerse sin desdoro al lado de cualquiera otra de
las antiguas en su séptuple significado astronómico,
numérico, geométrico, filológico, biológico, artístico e histórico. Por desgracia, la eterna
necedad humana, ayudada por los "lobos con piel de oveja" o
"mercaderes del Templo", la hizo fracasar, como acaso logren
realizado también con el presente movimiento teosófico.
Y
como se trataba de teogonías secretas, sólo se podía llegar a ellas por
iniciación. De aquí todo el conocido ritual caballeresco (transcripción de
otros más antiguos y que ha venido a parar hasta la moderna francmasonería),
con sus cuatro grandes épocas: la teosófico-iniciática y secreta del siglo XI;
la guerrera y mundana de las Cruzadas; la albigense, y la ya decadente y
literaria que ha llegado hasta nosotros informando con sus principios, tanto o
más que el propio Cristianismo, a toda la vida moderna, con sus "leyes de
caballerosidad y de educación", "códigos del honor, la dignidad y la
galantería", "palabras de caballeros", y tantas otras que
parecen haber encontrado, como Merlín, su tumba en la sima materialista de la
Gran Guerra y en lo que después se nos quiere traer...
Así
durante la terrible noche de la Edad Media (noche de la que no hemos salido aún
quizá) brillaron soberanas las "patrañas viejas y las olvidadas hazañas de
nuestros padres -o jinas-, contenidas
en los tres libros del esforzado y virtuoso caballero Amadís, hijo del rey Perión (o Pelión) de Gaula y de la reina
Elisena", como reza la portada
del Amadís de Gaula, "corregido
y enmendado por el honrado y virtuoso caballero Garci-Ordóñez de Montalbo,
regidor de la noble villa de Medina del Campo", y por eso ha podido
asegurar Clemencín (Comentarios al
Quijote, cap. VI) que la cuna de los libros "caballerescos españoles
lo ha sido Portugal"; como la de los franceses lo han sido la Bretaña y
Normandía; la de los ingleses, Gales y Cornualia; la de los normandos,
Escandinavia, y la de todos ellos, en fin, la leyenda ario-atlante de ese ser amado de Isis o Amadís, que se pierde en las tinieblas de la prehistoria, libro
ibero y nórdico occidental con el nombre de Hércules, el Arjuna del Mahabharata, que también pasase a
América con el nombre de Quetzalcoatl.
¡Qué
de libros no han derivado, en efecto, del Baladro,
de Merlín (480) , Y de las no bieI; conocidas y "apócrifas" Crónicas del Arzobispo Turpín (800); de
la jinesca y anónima Historia de
Carlo-Magno, de Orlando y de los Doce Pares (1110); del Telesín y Marquín galeses (las Shekinales y
el Melquisedec cabalistas) ,
traducidas en 1120 por el "jina" Rusticiano de Pisa; de las Historias bretonas de Brutos,. el nieto de
Eneas, hasta Calevastro o Kale-d'astro,
prínciPe de Gales, muerto el año 700, traducidas al latín por Maese
Eustaquio en 1115, y la gemela Historia
latina de los bretones Merlín, Arthus, Lancelote, Issota, Tristán y Perceval, del
benedictino galés Godofredo d,e Monmouth en 1138, todos a base, por decido así,
del Dolophatos, o Novela de los Siete sabios de Grecia, y
del libro hindú de Los Siete con..
sejeros de Send-bad, traducido al francés por Heriberto Leclerc.
Amadís en
la Peña Pobre llamándose "BeItenebros" o el "hijo", el
"sumido en las tinieblas de la duda y de la desesperación", no es
sino el Segismundo, el welsungo de
Wágner, que, pudiendo llamarse Friedmundo,
"boca de par", y Frohwalt, "el
que se agita en la alegría o el éxtasis", toma el nombre de Wehwalt, "el que aquí abajo yace en
el dolor de la vida física", para ascender luego a los cielos del Ideal (o
de su señora Auri-ana) tras sus
torturas. Tirante el Blanco, Lanzarote, como
El Caballero del Febo o Solisdán, Partinuplés o Partéríope (el hijo de las Musas del
Partenón), Perceforest, Amadls de Grecia,
Roldán, Oliveros, Guy de Borgoña, Ricarte de Normandía, Baldovinos o
"Val-bovino", Reinaldos,
Lisuarte, Olivante de Laura, Florismarte de Hircania, Belianís, Tablante
"de Rico-Monte", Rugel o Rigel
de Grecia, Esplandián, Pierres y su Magalona
(o "maga Elena"),
Cirolingio de Tracia, Durandarte, el Cid
y, en fin, la copiosa serie de los Palmerines
de Oliva y de Inglaterra, Primaleón, Platir, Polendos, Don Duardo, etc., no
son sino otros tantos "héroes solares", más o menos históricos, que
en sus crónicas y países respectivos resucitarán, más o menos
"superhombres u hombres del Ideal", la nunca muerta leyenda del
primitivo Hércules (el sabio, el
griego, el egipcio y el hindú), como se resucitará siempre que en las grandes
angustias de los pueblos éstos clamen al Destino, entonando, como la EIsa del Lohengrin, el tema del supremo dolor,
llamado también por Wágner en sus obras EL TEMA DE LA JUSTIFICACIÓN [164].
Todo
esto sin contar, alIado de los libros jinas
o caballerescos, esos otros tan afines a ellos y nacidos de su decadencia
que se consagraron también, en prosa y verso, a cantar las delicias jinas o
paradisíacas de la feliz Arcadia, tierra
de Ultramar (el ultramar de la Vida, el "reino de Sobradisa", el
"Jardín de Flores", o sea el otro mundo) , con sus Salicios,
Nemorosos, Filebos, Darineles, Galateas, Filis y Dianas, en los que tanto
sobresaliese -y él harto sabía por qué- el inca Garcilaso, del que hablásemos
en anteriores capítulos al tratar de sus antecesores incas. Bien lo comprendió
así el genial Cervantes, cuando de su valeroso caballero Don Quijote vencido, y
de su escudero Sancho, quiso hacer en los últimos capítulos "dos nuevos
pastores de la soñada Arcadia del Descanso post-vitae",
cual si el héroe manchego presintiese ya vecina su muerte física, tras el
natural cansancio de todo caballero andante que, a lo largo del Sendero de
Liberación, ha recorrido las cuatro partes del mundo en busca de aventuras de
todo género en las que poder mostrarse superhombre, jina o justo...
Los
libros de caballería, con todas sus degeneraciones de los últimos tiempos, que
acabaron por desacreditarlos, son, pues, eternos. Lejos de haber muerto, como
erróneamente se dice, bajo la sátira del manco
de Lepanto, viven hoy de nuevo, con su Grial y todo, e inmortalizados,
además, por la más sublime de las músicas descriptivas en esas inmortales obras
del coloso de Bayreuth, que se llaman Lohengrin,
Tannhauser, Tristán e Iseo, Parsifal y El anillo del Nibelungo, a todos los
cuales hemos consagrado un modesto pero adecuado comentario en el tomo nI de
esta Biblioteca.
Por
otra parte, en la rápida exposición que vamos haciendo en este capítulo, no
sería perdonable el que omitiésemos algunos pasajes, jinas también, aunque de
contraria índole, de las Cruzadas, el imponente hecho histórico que puso al
Occidente en comunicación con el Oriente y preparó, además, el descubrimiento
de América.
Pasando
por alto las maravillas que se cuenta precedieron a la elección del gran
caudillo Godofredo, primer rey cruzado de Jerusalén; las hechicerías de la
madre del sultán Kerbogá y de los mágicos de Judea; los casos de Guillermo de Tiro, Bernardo el Tesorero, el pontífice
Adhemar, penetremos un poco en ese otro "libro de caballerías con más o
menos historia", llamado La
Jerusalén Libertada, del Tasso.
En
ella vemos, ante todo, la figura de Godofredo de Bouillon, el caudillo de los
cruzados, que llega con sus tropas hasta las proximidades de Sión. Alarmado
Aladino, el rey de Judea, llama al mago Ismeno para que se prepare a combatir
con sus artes necromantes a los soldados de la Cruz, a la manera de aquel
terrible Mangis de quien se habla en la Crónica caballeresca de Los Cuatro Hijos de Aymón, en el sitio
del castillo de Montalbán. testigo de las tristezas de Carlo Magno. En la
excitación que reina entre los infieles contra los cristianos, son acusados
falsamente los dos jóvenes Sofronia y Olindo, que se habían entregado como
víctimas propiciatorias al furor de aquéllos. Clorinda, la gentil amazona, los
salva, y se precipita luego en personal combate contra el sin par Tancredo, la
flor y nata de los caballeros de Occidente que van a rescatar de manos de los
infieles el sepulcro del Señor; pero es vencida por aquel nuevo Bayardo de los
francos. Plutón, el dios de los infiernos, reúne entonces a todas sus negras
huestes astrales de harpías, gorgonas, hidras, esfinges y demás caterva, contra
los cristianos, y el mago Hidraot, por su mandato, despliega también sus malas
artes contra éstos, preparándoles la más temible de las celadas con los
encantos irresistibles de Armida, su sobrina, para que ella, con la sugestión
del paraíso de los mentidos deleites amorosos, siembre el germen de todas las
malas pasiones, sobre todo de la discordia, en el pecho de los caudillos
cruzados coligados. Godofredo, entre tanto, movido acaso por celestiales
avisos, envía operarios al bosque sagrado inmediato, oculto entre dos valles
por cima de Jerusalén, para talarle, acabar con el encanto que le hacía
inadorable a los mortales, y, con sus maderas, construir las torres y demás
máquinas de guerra que habían de abatir los muros de la ciudad sagrada.
Para
evitar este peligro, el mago Ismeno puebla la selva de toda clase de encantos,
misterios y terrores. El Tasso nos la describe, diciendo que sus inextricables
marañas esparcen una sombra funesta y letal, por lo que jamás el pastor conduce
a ella su ganado, ni el peregrino la huella con su pie, porque en ella se
reúnen las brujas con sus amantes nocturnos, celebrando en cuerpos informes y
espantosos las más criminales orgías y sacrificios sangrientos. Puede decirse
que en que sea o no talado dicho antro arbóreo cifra todo el éxito o desgracia
del asalto de los cristianos, a quienes el propio Arcángel Miguel protege y
alienta. Un anciano eremita revela también al caudillo franco las maquinaciones
seductoras de Armida, de las que ha hecho víctima al gran Reynaldos de Montalbán.
Sobreviene, en efecto, una escena de lucha en el pecho de éste, entre su pasión
y su deber guerrero, inflamado por las persuasiones de dos cruzados a quienes
ha conducido un anciano eremita, en la que de tal modo triunfa la heroica
virtud del cruzado, que Armida, en el exceso de su dolor y de su rabia, al
verse vencida, destruye con su conjuro todo su fantástico palacio y se eleva en
los aires. De allí a poco, Jerusalén, la ciudad santa, cae bajo el ímpetu de
los sitiadores, quienes van a prosternarse gozosos ante el sepulcro de Jesús...
Esto,
como se ve, no son sino glosas más o menos desnaturalizadas de las otras
hazañas caballerescas, pero "necromantemente trasladadas del otro mundo a
éste" por el poeta italiano.
El
Tasso, después de narrar las aventuras que en la barca encantada acaecen a los
dos guerreros Ubaldo y el danés, que van a libertar a Reynaldos del funesto
encanto en que le tienen sumido las malas artes de Armida, describe así su
llegada a través de mil peligros y molestias al retiro donde mora aquella nueva
Circe con su amante: "Los dos caballeros prosiguen veloces su camino; mas,
de repente, se encuentran con una hueste formidable de fieras cual jamás viera
en sus orillas el Nilo, ni el seno de Africa, las selvas de Hircania o los confines
del Imperio atlante. Este formidable ejército, lejos de poder resistirles, se
puso en fuga a la sola vista de la varilla mágica que les diera el anciano
ermitaño y al oir su débil silbido. Llegan así sin resistencia hasta la falda
del monte cubierto de nieve, y traspuesta esta final barrera, se ven en medio
de una vasta llanura, de transparente y nunca visto cielo, respirando un aire
puro y embalsamado, sin que ni aun la marcha del sol comunique, como sucede en
otros movimientos, reposo en sus alientos, y sin que alternen como en otras
partes el calor con las escarchas, ni las nubes con el tiempo sereno. sino que
su cielo se viste siempre de purísimos resplandores y rechaza lejos de sí el
calor y los fríos; los prados están eternamente tapizados de yerbas, y éstas de
flores que conservan siempre su fragancia como los árboles sus sombras; el
palacio de la encantadora, sentado en medio de un lago, se enseñorea desde allí
sobre montes y mares. Cansados los dos guerreros de la larga y penosa subida,
caminaban por aquella senda de flores, cuando descubrieron de improviso una
fuente que les convidaba a humedecer en ella sus sedientos labios en sus
cristales, que manan en grueso chorro de la peña, salpicando las yerbas con su
nevada espuma y, reuniéndose luego sus aguas, desaguan por un canal bajo
perennes y transparentes sombras.
"-He
aquí la fuente de la risa -exclaman éstos-; he aquí el río funesto para los que
beben sus aguas. Tengamos, pues, a raya nuestros deseos y seamos prudentes
hasta la exageración, cerrando los oídos al dulce y pérfido canto de las falsas
Sirenas de los placeres prohibidos". Y diciendo esto llegaron adonde el
río forma más abajo un lago delicioso.
En
la orilla de este lago había una mesa cubierta de los más apetitosos manjares.
Dos graciosas y lascivas jóvenes retozaban sobre la superficie de las aguas,
ora bañando en sus ondas sus semblantes radiosos, ora nadando, ora
zambulléndose, para aparecer de nuevo más y más hermosas...
Viene
aquí la tentación a la manera de las gopís con Krishna, o de Parsifal con
Kundry, diciendo las sirenas a los bizarros jóvenes cruzados: "-Oh
venturosos peregrinos que habéis logrado penetrar hasta aquí con vuestro
esfuerzo. Sabed que esta morada de delicias es el puerto del mundo; aquí podéis
encontrar un remedio a todos vuestros pesares y disfrutaréis de cuantos bienes
gozaron antaño los humanos en la feliz edad que se llamó de oro. Abandonad,
pues, con confianza esas armas que tan útiles os han sido hasta aquí. Colgadlas
de esos árboles frondosos. pues que de aquí en adelante habéis de ser guerreros
del amor tan sólo". Reynaldos va luego a la selva a destruir sus encantos,
regresando vencedor.
A
pesar de las múltiples manos pecadoras que han pasado por la historia de las
Cruzadas, despojándolas de la mayor parte de sus hechos maravillosos, todavía
saltan aquí y allá algunos que cabrían perfectamente en nuestros modernos
libros espiritistas. En la imposibilidad de dados todos, apuntemos sólo los
siguientes (Historia de las Cruzadas, de
Michaud y Poujoulat):
Bernardo
el Tesorero, al describimos en su Crónica
la segunda y tercera cruzada, nos dice: "Antes de hablaras más del
ejército cruzado, quiero referiros un suceso maravilloso que pasó, y fué que
los de retaguardia encontraron a una vieja hechicera, esclava de un tirio de
Nazareth, que iba montada sobre una burra. Los soldados la prendieron y
sometieron a tormento, hasta que les hubo dicho quién era y qué venía a buscar
allí. La vieja respondió que iba siguiendo en derredor del campamento para
hechizarlo con sus sortilegios. Añadió que ya los había rodeado dos noches
consecutivas, y que si hubiese alcanzado a hacerlo la tercera hubiesen quedado
todos tan ligados que no habría escapado ni uno solo. Entonces los arqueros la
echaron a la hoguera, de la que tornó a salir como si tal cosa, por lo que un
hombre de armas le dió un hachazo". (Dom
Martenne, colección. tít. V, y Muratori, Rerum Italicum scriptores, tít. VII, pág. 659, edic. 1725).
Durante
el sitio de Archas por los cruzados pereció, rodeado de maravillosas
circunstancias, Anselmo de Ribaumont, conde de Buchair, de quien los cronistas
ponderan su talento, piedad y valor. "Un día -dice el cronista Raimundo de
Agiles- Anselmo vió entrar en su tienda al joven AngeIram, hijo del conde de
San Pablo, que había muerto en el sitio de Marrah, -¿Cómo puede ser, hijo mío,
que vos viváis -dijo Anselmo-, siendo así que yo mismo os he visto morir en el
campo de batalla? -Debéis saber -respondióle el joven que los que combaten por
Jesucristo no mueren jamás. -Pero, ¿de dónde procede -replicó Anselmo- esa
desconocida brillantez que os rodea? Entonces Angelram, levantando los ojos al
cielo, señaló en el espacio hacia un palacio de cristal y de diamantes,
diciendo: -De allí es de donde procede la radiante luz que os ha maravillado;
allí está mi habitación, y allí también se os prepara otra más hermosa todavía
para vos, que vendréis a ocuparla bien pronto. Adiós; mañana mismo nos
veremos". "Diciendo estas palabras -añade el historiador- Angelram
tornóse al cielo, y Anselmo, vivamente impresionado con semejante aparición,
hizo llamar al día siguiente a varios eclesiásticos; recibió con fervor los
sacramentos y, aun cuando disfrutaba de excelente salud, se despidió de sus
amigos hasta la eternidad. En efecto, al cabo de pocas horas los sitiados
hicieron una salida, y Anselmo corrió, espada en mano, contra ellos; pero
recibió una pedrada en la frente que al punto le envió al cielo a habitar aquel
bello palacio que le mostraba la aparición". En este pasaje del cronista
cruzado se inspiró luego el Tasso para su bellísimo "Sueño de
Godofredo" (libro XIV de la Jerusalén
libertada). La Biblioteca de las
Cruzadas (tomo 1) conserva también una muy curiosa carta de Anselmo de
-Ribaumont. Durante dicho sitio de Archas, en fin, empezó a suscitarse también
entre los guerreros de la Cruz la polémica relativa a la Santa Lanza, que tanto
les enardeciese en el sitio de Antioquia, y que acabó con la prueba del fuego,
en la cual Pedro Bartolomé de Marsella cruzó por medio de una hoguera, como los
sacerdotes brahmanes lo practican a veces en las grandes ceremonias y sin que
recibiese daño alguno, pero no sin que, entusiasmados sus fanáticos
partidarios, cayesen sobre él como un santo, para repartirse sus vestiduras,
con lo que le acarrearon la muerte, cesando desde entonces la Santa Lanza en
sus prodigios. (Historia de las Cruzadas, por Michaud y Poujoulat,
libro III) .
Vengamos,
finalmente, a unas gentes misteriosas del Líbano, eterno objeto de las iras de
todos los cronistas eclesiásticos [165].
"Entre
los pueblos que estuvieron en relaciones con las colonia_ cristianas -dicen
Michaud y Poujoulat-, la historia no puede olvidar a los asesinos o ismaelitas,
cuya secta era oriunda de las montañas de la Persia poco tiempo antes de la
primera cruzada. Se apoderaron de una parte del Líbano y fundaron una colonia
más arriba de Trípoli y de Tortosa. Esta colonia estaba gobernada por un jefe,
que los francos llamaban el Viejo o
el Señor de la Montaña. Establecido en Massiat, reinaba sobre unos veinte
castillos o pequeñas ciudades, o sea unos sesenta mil súbditos. Su autoridad no
tenía límites, y, según creencia de los ismaelitas, podía distribuir a sus
servidores las delicias del Paraíso. Los ismaelitas del Señor de la Montaña estaban
divididos en tres clases o categorías... La superior de dichas clases se
fortificaba desde su infancia por medio de todo género de ejercicios; aprendía
los idiomas y recibía una gran cultura, para que pudiesen ir a todos los países
a ejecutar las órdenes de su jefe. En sus orgías empleaban el haschisch o jugo del cáñamo índico, de
donde viene su sobrenombre de aschischinos
o asesinos. En medio de las ilusiones de semejante bebida, el jefe podía
disponer a su antojo de ciegos instrumentos de su voluntad, por lo que hasta
los reyes vecinos eran tributarios suyos. Así que el Viejo de la Montaña había designado a un príncipe a la venganza de
sus discípulos, éstos, disfrazados de mercaderes, de frailes o de peregrinos,
se introducían cerca de la víctima; la seguían como la sombra al cuerpo; esperaban
la ocasión con una paciencia inaudita, y cuando llegaba el momento oportuno,
desgraciado del príncipe o del hombre poderoso cuya muerte se les había
confiado... Más de una vez las violencias ordenadas por el Viejo de la Montaña sirvieron para vengar la causa de los
cristianos. Así, Mandud, sultán de Mosul, fué asesinado en Damasco por los
ismaelitas al regresar de una guerra cruel hecha a los francos en la Galilea;
Bursaki, otro jefe musulmán, que había mandado varios ejércitos sobre el
territorio de Edeso y de Antioquía, cayó muerto por los sectarios del Señor de la Montaña. Esta muerte,
cometida en medio de una mezquita, llenó de terror a muchos países del Oriente.
Los cristianos no supieron, sin embargo, sacar partido de tales circunstancias
(Michaud, 1. V) .
Pero
los historiadores de estos iniciados del Líbano, verdaderos esenios que
inspiraron a Rugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer la fundación de la que
luego fuera la temible Orden del Temple, o hacen silencio sobre ellos, o los
calumnian. Pero estos últimos son más eternos que sus propios calumniadores, y,
en una forma u otra, la Gran Fraternidad sufí de aquellos Hermanos de la Pureza, o Adeptos blancos, subsiste aún hoy día en
el corazón de los desiertos, sin que tenga nada que temer, como antaño otros,
de las necromancias de los funestos ascetas de la Tebaida. Las encrespadas olas
pasionales de la loca Europa van a morir apagando sus rigores en aquellas
arenas impenetrables y sagradas, de donde otra vez tornarán a la luz del día
con sus Misterios Iniciáticos, de los. que fueron un pobre y perdido eco los de
la antigua Masonería y otras instituciones similares, en sus primeros años de
esplendor.
Porque
no hay que olvidarlo: el Viejo de la Montaña, juez de cristianos, moros y
turcos, no era sino un gran adepto del Líbano, uno de esos Silenciosos
Vigilantes que guardan las fronteras de este nuestro mundo con el casto mundo
de los jinas o superhombres que aquí abajo han triunfado ya de su carne
perecedera...
Don
Quijote y Sancho, como hombres representativos de dos opuestos mundos.El
simbolismo de los dos círculos del infra y el supramundo. - ta zona intermedia
de la humana vulgaridad. - El anhelado retorno a la Tierra de la Edad de Oro. -
Ideales "blancos" y realidades "negras". - El gran pecado
de Cervantes y de Shakespeare. - El vate iluminado y el místico iluminador. -
Cervantes, ¿padre o padrastro de Don Quijote? - La tercera parte que le falta a
la obra, con la triunfal ascensión de Nuestro Señor Don Quijote a los Cielos. -
¡Drama, pero no tragedia! - El "tate tate, folloncicos" resultará
inútil algún día para que el futuro Epimeteo del Titán manchego escriba la
tercera parte de la historia de éste y le liberte. - El eterno símil de la
madera de sándalo y del hacha que la corta. - Mérito y desgracia de los Libros
de Caballería. - Los endriagos, vestigios y demás caterva de entes que pululan
en estos libros, existen de un modo efectivo. - El mundo astral y el físico. -
Luchadores silenciosos. - Las Dulcineas verdaderas. - Cómo y cuán caro paga la
Humanidad sus errores en tal materia. - Los Sanchos eternos. - La cena de las
burlas. - Proyección del mundo jina en el mundo humano que opera la
imaginación. - Ejemplos. - Lo enseñado por el arte y lo positivo que nos cerca.
- Don Quijote y San Francisco de Asís. - Los dioses de ayer son hoy nuestros
demonios.
Hemos
dicho en el capítulo anterior que la célebre Sátira de Cervantes en su Don Quijote, lejos de destruir la
incomprendida literatura caballeresca o jina,
la eleva y depura. En efecto, los dos protagonistas del mismo, o sean el
caballero Don Quijote de la Mancha, antes ingenioso
hidalgo, y su escudero Sancho Panza, el
hombre de los prácticos y positivistas vivires, no son dos hombres cualesquiera,
sino dos hombres representativos, el
uno del Reino del Ideal y de la Justicia,
a que aspiramos, y el otro de la triste cárcel platónica de la llamada Realidad, en cuyas mallas de ilusión
vivimos.
Y
dondequiera que van estos dos hombres, allí están representados los dos
respectivos mundos, el semianimal de
Sancho y el jina de su señor. Es más:
no hay, puede decirse, una sola línea de la excelsa obra donde dichos dos
mundos no se presenten en contraste y lucha, lucha y contraste del que podemos
dar un adecuado simbolismo matemático-biológico, que no es para desdeñarlo.
Cuando
superponemos dos círculos iguales, blanco el uno y negro el otro, haciendo
coincidir sus centros, prácticamente los dos círculos no son sino uno; pero si
empezamos a separarlos, se demarcan en seguida tres zonas distintas, una
creciente blanca, otra creciente negra y una zona común a ambos, y
decreciente o gris. La primera
simboliza al mundo jina del ideal, o
supramundo; la segunda, al submundo de una llamada realidad animal; la tercera es, en fin, el mundo propiamente dicho,
la zona gris intermedia en nuestro derredor. El símil de dichos dos círculos (o
esferas si hablamos en geometría de
tres dimensiones) se ve constantemente realizado en la Naturaleza, ora en la
cariocinesis celular, por la que de una sola
célula se hacen dos, separándose con
estricta sujeción al simbolismo; ora en todos los demás crecimientos naturales:
el del tronco arbóreo bifurcado en ramas, el de los hijos separándose de su
hogar natal o célula social llamada familia, el de las ideas y los partidos
saliendo casi siempre de una misma idea-tronco con dos tendencias diferentes,
que acaban siendo tan opuestas y enemigas como lo blanco de lo negro.
Tales
eran, antes de comenzar la peregrina historia,
el sosegado hidalgo Alonso Quijano el
Bueno y Sancho Panza, su vecino.
Dos hombres grises, vulgares, superpuestos, con toda la típica vulgaridad de su
aldea manchega. Pero un día hubo de caer sobre la fértil tierra de la psiquis
de aquél una semilla jina, redentora,
idealista, semilla venida de muy lejos, como suelen venir todas, es a saber, de
la famosa literatura caballeresca, madre de soñadores y poetas, mal avenidos
con la vulgaridad sanchopancesca de la vida, escuela de caballeros de ese Santo
Grial de la virtud y de su natural recompensa o compensación en éste o en otro mundo y, al punto, el soso hidalgo
"de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo
corredor..., hombre de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran
madrugador y amigo de la caza", se siente transfigurado y, como el símil
del círculo blanco, comienza a separarse de su pristina y negra animalidad de ocioso que vegeta como tantos en la anónima
aldea, lanzándose impávido por el mundo como un nuevo redentor caballeresco,
contra "los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar,
sinrazones que enmendar, abusos que mejorar y deudas que satisfacer...".
¡Si
le valiese, el mundo, restituído a la Edad de Oro, de la que tan sublime elogio
jina hace en su discurso a los cabreros,
aquel discurso que empieza: "¡Dichosa edad y siglos dichosos. . .!",
vería establecerse como por ensalmo aquel reinado ansiado de la Verdad sin
velos que una vez imperó en el mundo con el Paraíso
bíblico; la Era de Jano-Saturno romana;
los Campos Elíseos, o de Ignisfail, ógmicos; la Walhalla,
nórdica; el Edén, coránico; el Devachán, o Reino de los Angeles, ario;
el Amenti, egipcio; el Reino del Padre, cristiano; el Summer land, espiritista, etc., reinado
al que han aspirado siempre, con esa certidumbre infalsificable de la Luz Interior, los místicos de todos los
tiempos!
Pero
¡ay! que el símil de los dos círculos o las dos esferas superpuestas no es, por
desgracia, un mero símil, sino una verdad tan grande como trágica: la de que la
Ley Natural o Karma nos obliga, al salir evolutivamente del mundo negro de la
vulgaridad animal para dirigimos hacia el blanco mundo trascendente o jina, a pasar un tiempo de transición o
de crucifixión intermedio entre aquélla, de la que gradualmente nos alejamos, y
éste, al que tratamos de volar en alas del Ideal divino. No ya animales, ni
ángeles todavía -nos grita desde el fondo de nuestro corazón la Ley-, sino
seres de la transición, seres crucificados en la Cruz de las dos tendencias,
vieja y nueva: HOMBRES,
en suma.
Por
eso nacemos llorando, como quien se ve precipitado de un cielo a un abismo; por
eso llorando y luchando vivimos, sin que sobre el alma ni sobre la materia,
como pensara Espronceda, y es un eterno batallar nuestra vida, entre nuevos ideales blancos que pugnan por venir a
la vida, y viejas realidades negras que
no quieren aún irse... ¿Qué de dolores secretos no sufrirá la ostra antes de
desprenderse evolutivamente de su valva, o la crisálida hasta verse
histolíticamente despojada de su larval capullo, o la semilla antes de romperse
para la germinación? ¿Qué de dolores no simbolizan también entre nosotros todas
las emancipaciones, sean de hombres, sean de pueblos, sean de ideología, sean
de revolución? No todo alumbramiento, sin embargo, es con sangre, pues que son
incruentos los alumbramientos del
agua, y de aquí que las revoluciones sangrientas y dolorosas sean evitables en
un principio por una evolución incruenta y dulce...
Y
en este punto concreto, crítico, que caracteriza a la vida del hombre entre el animal
y el jina, estriba, a nuestro juicio, el mérito principal de la estupenda obra
de Cervantes. Vedla desde los mismos comienzos de ésta; desde su Prólogo, en el
que, después de aludir a la cárcel platónica
en que dice nació su libro, lanza una efectiva invocación jina al "perdido
y anhelado paraíso", cuando proclama que "el sosiego, el lugar
apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de
las fuentes, la quietud -jina- del
espíritu, son gran parte para que las musas más estériles se muestren fecundas
y ofrezcan partos al mundo que le colmen de contento y maravilla" .
Pero
Cervantes, bardo de los tiempos modernos, ruiseñor sin par al cerrar la
horrible noche de la decadencia española después de haber sido España la
soberana que lució en dos mundos, pecó, como
todos los bardos, porque, siendo un inmenso poeta, no se atrevió a dar un paso
más proclamándose místico, y aterrorizado ante su propia concepción de hombre
crucificado por sus semejantes -concepción que crea los Buddhas, los San
Franciscos de Asís y los Cristos-, se declaró en derrota; opuso a la realidad
de la ilusión quijotesco caballeresca la ilusión de la realidad sanchopanzuna; tuvo por loco al propio
hijo que le habían dado las musas; temió, como hombre escarmentado que pide, al
modo de Jesús en el Huerto, que le aparte el ángel, si es posible, la copa de
hieles y acíbares, y se declaró, ¡oh, dolor!, "no padre, sino padrastro de
Don Quijote", y le trató, en efecto, como tal padrastro, haciéndole caer bajo
las estacas yangüesas, las pedreas presidiarias de aquellos mismos a quienes
libertara, las burlas macabras de los duques, los desprecios soberbios de
canónigos, curas y bachilleres, que le trajeron en jaula y le tapiaron el
aposento de sus meditaciones y le quemaron sus libros... Tal como hacía
Cervantes hicieron también los bardos gaedhélicos, rúnicos y griegos, pues
después de cantar lo único digno de ser cantado, la Edad de Oro perdida y el
Grial de su caballeresca reconquista jina, cuidaban de establecer un falso
divorcio entre la Verdad y la Belleza, añadiendo "que ellos cantaban unas
cosas en las que no creían", ni más ni menos que el desvergonzado
Mefistófeles del Fausto cuida de
terminar su asombrosa endecha de la "serenata a Margarita", soltando,
para borrarla, una escéptica carcajada que nos deja fríos. . .
Así,
debiendo el sublime manco escribir un drama -el
drama de la crucifixión del Ideal y también de la ascensión del Ideal a los
Cielos-, escribió una tragedia, porque no supo emanciparse -¡tampoco se emancipara
Shakespeare, su alma gemela!- de esa maldición semítico-griega de la tragedia
clásica, género filosóficamente imperfecto, digo, porque la tragedia no es sino
la mitad de un drama cortado precisamente en su nudo, como hiciera Alejandro en
Gordio, cuando no supo desatarle por esa cuarta
dimensión mística que permite desatar todos los nudos de los dramas humanos
sin tocar a los dos cabos de su
ciclo.
Así
también, la obra bipartita cervantiana es una obra archihumana, una obra-límite, en la que la figura del protagonista
Don Quijote queda totalmente destruída por la de Sancho, su contraprotagonista,
o, si se quiere, su complemento negativo. Fáltale, pues, una tercera parte
-parte que habrá de ser escrita algún día-, en la que el caballero Don Quijote,
el héroe del Evangelio humano de la
tierra, después de perseguido, crucificado, muerto y sepultado, como Jesús, el Divino Héroe de la Verdad Verdadera, suba
también a los Cielos y habite en ellos por el derecho propio de su caballeresca
y "violenta conquista", que éste dice.
¿Fué
la primera voz de su conciencia la que le inspiró a Cervantes ese temor que
muestra al final de su obra, cuando ya ha hecho ser a su héroe enemigo de
Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje, pues, conocedor de
su necedad, las abomina, renegando así de sus cuerdas-locuras idealistas; temor, decimos, de que algún día venga
"el escritor fingido y tordesillesco que se atreva a escribir las hazañas
de mi valeroso caballero, imposibilitado de hacer la tercera jornada", es
decir, que escriba la tercera parte de las aventuras del hidalgo manchego bajo
el título de Cómo Don Quijote subió a los
cielos y bajó después de nuevo a realizar en la tierra su ideal divino?
¿Fué
solamente su justa ira contra el plagiario de la primera parte del Quijote la que, por el contrario, le
moviera a expresarse así? Si lo primero, por maravillosamente escrita que esté
la obra, Cervantes no tuvo disculpa; es más, todo el mérito inconmensurable de
ella está expresado por aquel proverbio hindú de la madera de sándalo que
perfuma el hacha que la corta. Cervantes, irónico, escéptico y archidesengañado
de todos los ideales del mundo, habría sido el hacha cortadora, y la madera
de sándalo los libros mismos de Caballería que, cortados y todo. hiciesen inmortal
su libro.
Porque
los libros de esta índole, según hemos creído haber demostrado en el precedente
capítulo, no eran, pese a la opinión corriente, para que se los tratase así.
Cierto que, tomados al pie de la letra -"de
la letra que mata"-, parecer podían una sarta de desatinos, y una sarta
efectiva de desatinos fueron no pocos de ellos, sobre todo los últimos. Cierto
que EN EL
mundo físico no hay fantasmas, ni
endriagos, ni vestigios, ni caballeros que socorren a otros en el acto a distancia de miles de
leguas, ni encantamientos, ni sierpes bramadoras en hirvientes lagos de azufre,
etc., etc.; pero en el mundo de lo astral
o de lo pasional, ¡vaya si existen!
El
joven gallardo, altruísta, lleno de elevados anhelos hacia el Ideal de un
porvenir en bien de sus semejantes; el joven que le. yendo la historia de los
grandes genios o jinas, sus
predecesores, quiere legítimamente emularlos con aquel "¡Yo también soy
pintor!" del clásico Maestro del medioevo, y que en lo mejor de su
carrera, cuando menos lo piensa, cae bajo la garra de una pasión funesta, de un
ideal falso que acaso le lleve hasta el crimen, ¿no puede decirse que ha caído
en un encantamiento fatal, que habrá
de aherrojarle quizá por todo el tiempo que le reste de vida? El hombre maduro
que tras una lucha titánica por realizar un ideal redentor llega a verle al fin
realizado, o a echar, por lo menos, firmísimas bases para la realización
futura, ¿podría contar el número de los fantasmas tentadores o pavorosos, los
endriagos perversos, los vestigios tremebundos a quienes antes ha vencido? ¿Se
atrevería nadie tampoco a contar el número de los hombres -caballeros andantes
o no de un ideal- a quienes otro caballero
andante, también separado de él, no ya por miles de leguas terrestres, sino
aun por ese abismo que el tiempo abre entre los que ya murieron y los que aún
viven, socorre y salva al otro en forma
del libro que dejara escrito? ¿Y qué más sierpe bramadora tampoco que ese
Proteo de la tentación en todos los órdenes, que "nos cerca como león
buscando a quien devorar", según la frase evangélica?...
El
mundo astral y de la pasión es infinitamente más grande, más sagrado y más real
que el cretino mundo físico de esos hombres escépticos que "nacen, crecen,
se reproducen y mueren", al tenor de esa Historia Natural impía que se
atrevió a colocar entre los irracionales al ser dotado de razón, de
responsabilidad y de libre arbitrio; y en ese tan vasto como ignorado mundo hay
luchadores silenciosos más valientes que el Cid, más conquistadores que
Sesostris, Daría, Alejandro, Cortés o Pizarra, como hay y habrá siempre
escritores venerandos capaces de levantar todo un mundo con la punta de su
pluma, porque esa pluma es la palanca misma que reclamara Arquímedes, y cuyo
fulero ansiado es la roca viva de una fe sincera en ese Cristo Interior o Atma
de nuestra conciencia, conciencia que es consubstancia con la Conciencia
Universal del Cosmos, o Anima-Mundi; y los libros de Caballería, los primeros
al menos, como antes indicáramos, son como todos los libros religiosos, libros de lo astral, del supramundo jina, no libros de lo físico.
El
mal estuvo, como siempre, en su divulgación entre gentes incapaces de entender,
ni menos de desentrañar sus simbolismos, porque su lenguaje iba de alma a alma,
no de oído a oído. Su texto, como tantos otros textos religiosos, eran parábolas, no hechos; imágenes, no cosas tangibles.
Sus héroes no eran iniciadores en guerras humanas, sino discípulos, chatriyas, de un ideal, y sus
respectivas damas no eran tales damas
de carne y hueso. Don Quijote mismo, apenas si en su juventud viera una vez a
Duleinea, en la que encarnó, sin embargo, el Ideal de su Alma, Ideal que, como
todas las almas, al tenor de la frase evangélica, carece de sexo. Es más: hasta
la Helena de Troya, como la Helena de Apolonio de Tyalla, o Como la Iseo de
Tristán, no eran tales mujeres históricas, como trata de hacernos creer nuestra
triste necromancia, sino Mujeres símbolos. [166]
Tomad,
pues, los libros caballerescos como lo que realmente son, como fábulas, es
decir, como Verdades astrales disfrazadas
con el velo de la mentira física, y
la luz se hará en vuestras mentes respecto de problema tan esencial, y en el
que tanto se ha calumniado a los antiguos. El secreto del Templo Caballeresco
Ario se reveló en mala hora con ellos, y el movimiento, antes ahogado en sangre
de albigenses y de trovadores, ahogado quedó también con la sátira de Cervantes
en el más espantoso de los ridículos.
Pero,
¡ay! que tamañas profanaciones las suele pagar demasiado caras la humanidad.
Ved, si no, las lágrimas y las humillaciones que a la noble España le ha
costado, como a ninguna otra nación en el mundo. Muerto y sepultado Nuestro
Señor Don Quijote, que diría Navarro Ledesma, los bajos escuderos quedaron en
el mundo, y "con todo ello comió y sigue comiendo la Sobrina, brindó y
sigue brindando el Ama, y Sancho Panza mostró y sigue mostrando su mal
disimulado regocijo", por obra y gracia del testamento, sellado, como
todos, por la muerte del testador inmortal, eterno. La patria de Don Quijote cayó
presa de todos los Sanchos y los Sansones Carrascos, que "se hicieron
pastores", como el Señor soñara en sus últimos días; pero pastores de esos
que devoran al ganado que encomendara a su custodia el Divino Pastor, el
"Pastor Santo" que a los cielos viera subir la oda de Fray Luis el
salmantino, y los detentadores, en, fin, de la nación inmortal que sellase con
el cretino "tate, tate, folloncicos" la tumba de Don Quijote para que
no resucitase ni al tercero ni al billonésimo día, hoy no tienen ideales,
porque llaman aún con desprecio "quijotes", "locos" e
"ilusos" a cuantos caballeros andantes del Ideal nos preocupamos de
lo de tejas arriba, y a quienes nos dejarían morir de hambre a ser posible,
olvidando que "no sólo de pan vive el hombre"; que al que, venciendo endriagos y vestigios de mil calañas, "busca el Reino de Dios y su
Justicia, lo demás le es dado siempre por añadidura", y que hasta el
propio Jesús, cuando tuvo hambre -y se negó, sin embargo, a
complacer al tentador, quien le pedía que transformase las piedras en pan y,
suicida, se echase del Templo abajo, y postrado, en fin, le adorase a cambio
del dominio sobre todos los ilusorios
reinos de la Tierra-, a la postre los propios ángeles o jinas le sirvieron a la mesa...
Sí,
quijotes eternos del más incorregible quijotismo,
sin mezcla sanchopancesca alguna, tenemos que ser siempre, pese a todas las
palizas yangüesas, a todas las pedreas, quemas y vencimientos. Una preciosa
fábula de Las mil y una noches viene a damos sobre ello la
enseñanza definitiva. ¿Recordáis, en efecto, aquella famosa cena del baramécida
al astuto barbero, y en la que el anfitrión obsequiaba más y más a su huésped
con manjares imaginativos v bebidas
no menos ilusorias que no se veían por parte alguna? Pues cual le acaeció a la
postre al barbero del cuento, la "cena aquella de las burlas" acabó
de veras y bien de veras. Además, conviene anotar que el regio baramécida no le
mentía a su barberil convidado...; ¡era simplemente que los alimentos y las
bebidas aquellas eran astrales, no físicos, y este cuitado mal podía
tomados si, desprovisto de la visión astral o sentido trascendente de la
"doble vista" intuitiva, no los
veía!
Tal
nos sucede eternamente a lo largo del sendero de la vida, olvidando que la
llamada realidad transitoria de aquí abajo es mera proyectiva geométrica de las quijotescas realidades de allá
arriba, del encantado mundo jina, como la superficie lo es del volumen, la
línea de la superficie y el punto de la línea, y que cuanto hoy poseemos no es
sino una cristalización, un "caso particular" de infinitos momentos
imaginativos. ¿Acaso la estatua que alzamos en una plaza no es la realización
de los múltiples proyectos del
escultor o de otros? ¿Acaso las soñadas utopías de hoy no han de ser, y siempre parcial o limitadamente, las
realidades del mañana? Hubo, en verdad, una Grecia histórica; pero hay hoy, y
ha habido desde entonces, tantos millones de Grecias como de áticos artistas. No olvidemos, en fin, que si una
fruta real puede servirnos una sola vez de
alimento físico, la misma fruta, magistralmente trasladada al lienzo por el
arte, es infinitamente más real, porque es más durable y puede estamos
alimentando espiritualmente con su belleza siglos y siglos...
El
gran respeto que, a pesar de su sátira cruel, le inspiraban a Cervantes los
libros de caballería -sobre todo los merecedores de tal nombre, no los que
vinieron después-, lo revela el mismo escrutinio que el cura y el barbero
hicieron de los libros de Don Quijote en el capitulo VI de la parte primera.
Allí se excluyen de la hoguera purificadora el Amadís de Gaula, como único en su arte; El jardín de flores, de Antonio de Torquemada; el Palmerín de Inglaterra, merecedor de que
se le destinase para su guarda nada menos que la caja en que hizo guardar
Alejandro las obras del poeta Hornero; el Espejo
de caballerías y Don Belianís de Grecia: la Historia del famoso caballero Tirante el Blanco, "tesoro de
contento y mina de pasatiempos"; La
Diana, de Jorge de Montemayor; Los
diez libros de Fortuna de Amor, "único en su género"; El pastor de Filida, de Luis Gálvez de
Montalvo; La Araucana, de Ercilla; La Austriada, de Juan Rufo; Las lágrimas de Angélica, de Soto, y El Monserrate, de Virués el valenciano;
libros estos últimos más o menos tocados de gustos caballerescos.
Por
otra parte, el Quijote está
influenciado también, no ya sólo por la literatura caballeresca, sino por las
propias Mil y una noches, tronco
oriental de esta última literatura. Sabido es, en efecto, que dichos cuentos
hindú-persas corrían por doquiera, traducidos al castellano en los
"pliegos de cordel", que Cervantes conocía a maravilla. Así, por
ejemplo, la genial aventura de Clavileño, ese aeroplano singular, émulo de los que aparecen en aquel libro
"robando de las terrazas de los palacios a las gentiles princesas, que
eran arrebatadas y conducidas por los aires a lugares remotos", cual hoy
en cinta cinematográfica, está inspirada en tales cuentos, e igual acontece en
pasajes como el del capítulo L de la parte primera, cuando a través de la misma
influencia oriental que se aprecia en la fábula de Apuleyo con su mito de
Psiquis y Eros, nos describe el tránsito jina de éste hacia el otro mundo en
estos hermosísimos términos: "¿Hay mayor ventura que ver como si dijéramos
que aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a
borbollones y que andan nadando y cruzando por él muchos dragones, culebras y
lagartos y otros muchos géneros de animales feroces y espantables -los animales
pavorosos de lo astral, que diría un ocultista-, y que del medio del lago sale
una voz tristísima que dice: "¡Oh tú, caballero, quienquiera que seas, que
el temeroso lago estás mirando: si quieres alcanzar el bien que debajo destas
negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en
mitad de su negro y encendido licor, porque si así no lo haces no serás digno
de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos
de las siete Fadas que debajo desta negrura yacen", y apenas el caballero
ha acabado de oír la voz temerosa, cuando sin entrar más en cuentas consigo,
sin pararse a considerar el peligro a que se pone y aun sin despojarse de la
pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja
en mitad del bullente lago, y cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se
halla entre unos floridos campos con quien los Elíseos no tienen que ver
ninguna cosa? Allí le parece que el cielo es más transparente y que el sol luce
con claridad más nueva; ofrécese a sus ojos una apacible floresta de tan verdes
y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura y entretiene
los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados
pajarillos que por los intrincados ramos van cruzando. Aquí descubre un
arroyuelo, cuyas frescas aguas, que líquidos cristales parecen, corren sobre
menudas arenas y blancas pedrezuelas, que oro cernido y puras perlas semejan...
Acullá, de improviso, se le descubre un fuerte castillo o vistoso alcázar,
cuyas murallas son de macizo oro; las almenas, de diamantes; las puertas, de
jacintos; finalmente, él es de tan admirable compostura, que con ser la materia
de que está formado no menos que de diamantes, de carbuncos, de rubíes, de
perlas, de oro y de esmeraldas, es de más estimación su hechura. ¿Y hay más que
ver, después de haber visto esto, que ver salir por la puerta del castillo un
buen número de doncellas -cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese
ahora a decirlos como las historias nos los cuentan, sería nunca acabar-, y
tomar luego por la mano la que parecía principal de todas al atrevido caballero
que se arrojó en el firviente lago, y llevarle sin hablar palabra dentro del
rico alcázar o castillo, y hacerle desnudar como su madre le parió, y bañarle
con templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungüentos y vestirle una
camisa de cendal delgadísimo, toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella
y echarle un mantón sobre los hombros, que por lo menos dicen que suele valer
una ciudad y aun más? ¿Qué es ver, pues, cuando nos cuentan que tras todo esto
le llevan a otra sala, donde halla puestas las mesas con tanto concierto que
queda suspenso y admirado? ¿Qué el verle echar agua a manos, toda de ámbar y de
olorosas flores destilada? ¿Qué el hacerle sentar sobre una silla de marfil?
¿Qué el verle servir todas las doncellas, guardando un maravilloso silencio?
¿Qué el traerle tanta diferencia de manjares tan sabrosamente guisados, que no
sabe el apetito a cuál ha de alargar la mano? ¿Cuál será oír la música que en
tanto come suena, sin saberse quién la canta ni adónde? ¿Y después de la comida
acabada y las mesas alzadas quedarse el caballero recostado sobre la silla, y
quizá mondándose los dientes como es costumbre, entrar a deshora por la puerta
de la sala otra mucho más hermosa doncella que ninguna de las primeras, y
sentarse al lado del caballero, y comenzar a darle cuenta de qué castillo es
aquél y cómo ella está encantada en él, con otras cosas que suspenden al
caballero y admiran a los leyentes que van leyendo su historia?...",
Por
lo transcrito, se ve que la influencia de Las
mil y una noches en el Don Quijote es
notoria y continua.
El
mismo texto del Quijote es el de un
libro más de caballería, y sin duda el mejor de todos, porque el cuadro, con
las terribles sombras realistas de Sancho y las de los demás personajes, fieles
reflejos de la España de entonces, proyecta sobre el Héroe el contraste de una
luz vivísima que cautiva al lector, maravillado además por las preciosidades
literarias del estilo. Por eso, los contemporáneos del Manco de Lepanto
pudieron anublarle, ora con la persecución de dicho y de hecho, ora con la más
terrible conspiración .del silencio, y aun prendarse luego de la corteza del libro. riendo los fracasos
del héroe, admirando el buen sentido
práctico de quienes se burlaban una y cien veces de sus locos lirismos,
celebrando su juicioso y cristiano fin con todos los sacramentos y
proponiéndose en su corazón, como resumen de la enseñanza libada en el texto,
encender "al pobre diablo" de Sancho una buena vela de conducta, al
par, o, mejor, antes, que la otra vela a "su Señor", aunque de
resultas de ello los ideales quijotescos de Amor y de Justicia puros y sin
mancha del Héroe quedasen relegados por siempre a la categoría de locuras y se pusiesen las Normas de los normales vivires no en las de la
Única normalidad DE
LOS GENIOS DE CADA ÉPOCA, sino en la vulgaridad de cuantos Sanchos en el mundo han sido.
¿Qué
importaba todo esto, si, a la vuelta de más o menos siglos, había de operarse
el cambio y se. sabría leer entre líneas en la entraña misma de la formidable
sátira quijotesca y se llegaría a adorar solamente a nuestro Santo Sellar Don Quijote, el Uno-Único, el
Incomprendido, que si murió fué para resucitar en los pechos idealistas de
sus millones de lectores en todo el mundo, y si sufrió persecuciones sin tasa
por la Justicia fué para enseñarnos una vez más a amada con el desprendimiento
evangélico de cuantos aceptan valerosos su cruz, seguros de que por tamaña
crucifixión han de alcanzar el Reino de los Cielos jinas?
Quien
tan acabadamente y con tan perfecto realismo supo pintar este mundo, en el que
lo vulgar y lo sublime chocan a la continua, por ese solo hecho y en natural
contraste, nos dejó pintado también el supermundo jina, que tal es la ley del
Arte Mágico: la de hacer florecer en rosas los estiércoles, hacer brotar del
helado invierno de la ignorancia las savias de la primavera fecunda y lograr,
en fin, con la pintura del dolor y la esterilidad del genio aquí abajo, hacemos
presentir la suprema felicidad de otra vida ampliamente compensadora, y en la
que, siguiendo el dicho de San Pablo, salgamos de la cárcel de barro de esta
vida ilusoria a las realidades hipergeométricas
de la Eterna Luz... ¡Esta es aquella "inacabable aventura de Don
Belianís de Grecia", a la que en su locura "tantas veces quiso dalle
fin al pie de la letra nuestro hidalgo", ignorando que tal triunfo no se
logra sino con la apoteosis gloriosa que subsigue a toda honrada vida!
Así,
cuando Don Quijote habla u obra, el mundo de la imaginación -el mundo jina de
allá arriba, por la imaginación proyectado aquí abajo- tiende un dulcísimo Velo
de Maya sobre los abrojos y miserias materiales. Si no, vedlo:
Viajad
por la yerta y trágica Castilla desde el amanecer al anochecer de un día
calurosísimo de julio, cual lo hiciera el hidalgo manchego en su primera
salida; cruzad por entre secos rastrojos y ardientes barbechos sin tropezar con
una fuente en las hondonadas, donde languidecen cuatro secas matas de juncos,
amén de algún enhiesto chopo de hoja pobre, trémula y sin sombra; llegad al
anochecer a un mal ventorro, donde sólo hay "ocasiones para no dormir en
todo un año, cuanto más en una noche", a la morada de un truhán panzudo y
ladronzuelo, refugio de dos pingajos femeninos, pasto de sucios arrieros, encrucijada
de caminos sin fin entre lejanas aldeas polvorientas; comed en aquélla por toda
comida unos tasajos "de mal remojado y peor cocido bacalao, y bebed en
desbocado jarro un vinillo más cristiano que moro", y decidme luego que
todo esto de por sí no es una realidad bien triste, karma, quizá, de un pasado
funesto... ¡Tal es el efectivo marco de la primera salida de nuestro bravo
caballero!
Pero
introducid, guiados por la experta mano del Príncipe de los genios, la cuarta
dimensión jina en todo esto, quiero
decir, seguid imaginativamente esos mismos lugares con el texto inmortal leído
a fondo, y todo lo veréis cambiar por arte de efectiva magia: ¡esa Magia real
que es patrimonio de los vates o
poetas!
Con
esa doble vista intuitivo-imaginativa del que sabe profundizar en estas cosas,
veréis apuntar el alba en el sereno cielo de la aldea manchega; abrirse las
carcomidas puertas del corralón que mira al campo y salir por ellas una figura
extraterrestre por lo desacostumbrada, montada en un jamelgo matalón y enteco,
más viejo casi que su amo, contrahecha figura ésta y a la que no se le ve la
cara bajo el morrión oriniento y la celada. de cartones de tienda, reforzados
por detrás con travesaños de hierro o de alambre, y al que tampoco se le ve la
ropa, oculta bajo unos arreos que, acaso, sirvieron en la conquista cristiana
de Sevilla o de Toledo, siglos hada... ¡Es nuestro flamante héroe, camino sin
camino de las más soñadas aventuras!
Vedle
luego con su lanzón y tras su adarga que de las manos no suelta, no parar
mientes en unas tierras que no son, por su monotonía, sino mar o desierto, y
alzar como todos los místicos su vista hacia los cielos -los cielos tras los
cuales mora su ideal inasequible-, clamando en verdadero éxtasis: "¿Quién
duda sin que en los venideros tiempos...?", para acabar con todo aquello
de la salida triunfal del rubicundo Apolo, tan parecida en orden místico a
aquella su primera salida, y con la invocación jina del ansiado futuro que sepa
hacer justicia a sus anhelos y hazañas por mano mágica de nobles encantadores,
y también con la invocación verdaderamente a lo San Francisco, "no del
hermano lobo o la hermana piedra", sino del buen Rocinante, compañero
eterno suyo en todos sus caminos y carreras [167], antes que de su propia Dama, o sea del Ideal, su Supremo
Espíritu,. ni más ni menos que aquel célebre yogui de la leyenda brahmánica que
no quiso entrar en el conquistado Devachán sin que le acompañase su perro, el
único compañero y amigo de sus tristezas pasadas, y a quien quería asociar en
su triunfo.
Vedle,
en fin, a nuestro héroe llegar cansado y hambriento, no al ventucho que antes
viésemos, sino a su "soberbio castillo", como los celebérrimos del
Penjab en la India, "con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata,
sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos adherentes con
que semejantes castillos se pintan", castillo entre cuyas almenas un enano
-vulgo "apacentador de puercos" - da con un gigantesco cuerno, que
conmueve sonoramente los ámbitos vecinos, la señal alegre de la llegada del
novel caballero, quien es recibido con pompa por el alcaide de la fortaleza y
agasajado por las damas-rameras, como Lanzarote del Lago, "cuando de
Bretaña vino". Come luego sabrosas truchas, que no bacalao; bebe por una
caña horadada néctar del Olimpo, que no vino pardillo; al son de la concertada
música del silbato de un castrador de puercos, y archisatisfecho de aquel
banquete de abadejo y de pan duro, se dispone a velar sus armas, apadrinado por
el castellano-truhán, de quien recibe "una gran pescozada iniciática"
y un gentil espaldarazo, mientras que las buenas "mozas del partido"
le calzan la espuela y le ciñen la espada, entre requiebros y cumplidos...
Todo
esto y mucho más es la vestidura jina de la primera aventura del Héroe,
Quit('.dla, y veréis cómo desaparece todo encanto, y el castillo gallardo se
transforma de nuevo en ventorro polvoriento y ruin; el alcaide hospitalario, en
maleante de los de la playa de Sanlúcar; las doncellas, en pendonas; el
Rocinante, en jamelgo fláccido; volviendo a amarillear secos los rastrojos y a
caldearse insoportablemente los barbechos rojizos, porque se ha cegado la
fuente de las maravillas imaginativas, y tras el vestido de floridos céspedes
literarios, así arrancado, vuelve a aparecer el esqueleto puro del realismo
positivista", ¿No pasa esto siempre en el mundo, verdadero "don Juan
Pérez de Montalbán", de la célebre sátira castellana, que viene así a
quedar en simple Juan Pérez! ¿No es
siempre vulgar y humildísimo el origen de las cosas que luego suelen deslumbrarnos?
Pues todo ello no es sino mero efecto de perspectiva al pasar del mundo jina al
mundo de la realidad animalo viceversa, y de aquí la acertada frase de Carlos
Federico Amiel, cuando afirma ser los paisajes "meros estados del
alma" del que los contempla, ora alegres, ora indiferentes, ora tristes.
y
es tan indeleble el infalsificable sello jina que el genio pone en las cosas
más vulgares, que ya no podemos retornar a los lugares aquellos sin recordar la
primera salida del Héroe, ni ver molinos de viento sin rememorar otra de sus
más célebres aventuras. ni contemplar una toboseña tinaja sin que nos venga a
las mientes la patria de Dulcinea, ni ver retablos de ferias sin remembrar a
Ginesillo de Para pilla...; cosas éstas de la asociación de la idea real con la
artística, admirablemente explotadas por Wágner, con los llamados leit motiv musicales de sus dramas
-motivos análogos a los pictóricos y a los de las demás bellas artes-, y en los
que la idea jina o imaginaria y la nota real de los mismos vienen a ser tan
inseparables, que por la una deducimos la otra, con el más hermoso, quizá, de
los lenguajes del símbolo.
Y
era cosa, para más comprobar cuanto llevamos dicho, de recorrer uno por uno los
más salientes pasajes jinas del libro, recordando, por ejemplo, aquella bajada
de Don Quijote, émulo de Orfeo y de Perseo, al simpático infierno o "lugar
inferior" de la cueva de Montesinos, "donde le anocheció y amaneció y
tornó a anochecer y a amanecer tres veces", entre procesiones de fantasmas
que recuerdan a la Huestia, o Santa compaña asturiana, y vivires jinas, no poco parecidos a los de
estotro mundo de los hombres, mientras que en el reloj de éstos habían
transcurrido tres horas a lo sumo. No menos digna de recordación jina
resultaría asimismo la otra procesión de encantadores y la peroración de
Merlín, urdida por el avispado caletre del secretario de los duques, la muerte y resurrección de la malferida
amante Altisidora, la transformación de Dulcinea en rústica aldeana por la
expedita vía de los encantamientos, aquel volar sin tasa del leñífero pero
alígero Clavileño, etcétera, etcétera, moneda falsa todo ello del efectivo
mundo de los jinas, pero cuya existencia como tal moneda falsa presupone
indeclinablemente la existencia previa de aquellas mismas cosas que falsea o
ridiculiza.
"Los
dioses de nuestros padres son nuestros demonios", se ha dicho muchas
veces, y aquí podría repetirse: A una época iniciática, a base del Baladro de
Merlín y demás supervivencias del mito universal de Hércules-Alcide, sucede otra
archiignorante, degradada, hija de los terrores del milenio, y que, con fe
risueña y plácida de niños, toma al pie de la letra lo que sólo es verdad en lo
astral y en lo simbólico, cayendo en una perversión de gustos sin segundo, que,
creyéndola efectiva espada física, preferían la mental "espada" de Roldán, partiendo en dos la dura roca
de la ignorancia que obstruye al candidato la Senda del Conocimiento, a la
física espada de cualquiera de los héroes de la historia: un Viriato o un
Horacio Codes. Por este plano inclinado, pues, no se subía ya a la altura del
Ideal iniciático, sino que se caía más y más hacia el abismo de una milagrería
sin fin, fuera de todas las leyes naturales y de todos los fueros del simple
buen sentido.
Una
tercera época tenía que sobrevenir, y sobrevino en efecto. Una época crítica
que prefiriese burlarse, para sanearlas con las frescas auras del ridículo, de
unas creencias, absurdas ya desde el momento en que las claves iniciáticas de
ellas se habían perdido, envenenando con la mera letra que mata las mentes de
aquellos seres a quienes hubiera podido salvar el olvidado espíritu de las
mismas, que es el solo que vivifica. En tal sentido, la formidable sátira
cervantina prestó un inmenso servicio, como lo presta todo lo que destruye los
cadáveres, es decir, los cuerpos, antes activos y vivos de los que ha huído ya
el espíritu que les daba aliento, aunque por ley también de natural reacción
pudiese dar lugar ella, como dió, en efecto, para que se cayese en el extremo
contrario de un escepticismo y un desconfiar sanchopancesco que, por falta de
ideales, nos ha traído al borde de la ruina intelectual, moral y física.
La
reciente Exposición de Arte prehistórico español. - Orientaciones equivocadas.
- El fósil-tradición y el fósil hueso. - Transgresiones de la ley del Espacio y
la del Tiempo. - La Humanidad despertó para el Arte muy antes de la llamada
época paleolítica. - La Edad Terciaria, que la precediese, conoció la gran
cultura de la Atlántida. - Los paleolíticos europeos vinieron a Europa de
fuera. - Eran ellos atlantes y post-atlantes en plena decadencia. - Enseñanzas
de H. P. B. - ¡Hombres primitivos, unos
consumados artistas! - Ya los hipogeos jaínos de India y Egipto primitivos
estaban en su auge al comenzar el arte paleolítico de Europa. - Los jaínos
excavando como gigantes y labrando como joyeros sus pasmosas criptas,
conviviendo con los negroides paleolíticos, como nuestra civilización actual
convive con otros pueblos africanos atrasadísimos. - Elefanta, Karli, etc. -
Esculturas rupestres. - Cómo la Ciencia-Religión atlante se hizo secreta. - El neófito, tras su iniciación, nada de la
cueva como de una segunda matriz. -
Las pruebas de la tierra, el agua, el aire, el fuego y la mujer. - Es imposible
apartarse de la idea de la continuidad religiosa, si se quiere juzgar bien de
las pinturas trogloditas. - Los bisontes de
Altamira no son sino un simbolismo más de la Ternera sagrada de Parvadi, o sea
de nuestra Madre Tierra, que era redonda para los iniciados antiguos, igual que
para nosotros. - Las pruebas de este aserto, multiplicables indefinidamente,
están en nuestro libro De gentes del otro
mundo. Desdoblamiento astral del candidato en la gruta. - Yuxtaposición
inextricable de muchas de dichas pinturas. - ¿Pinturas inconscientes, o
pinturas de lo astral7 - Enlace de
todas estas cosas con mil detalles de nuestra Biblioteca. - Los ogam craobs, las runas, la Peña-Tú, etc., etc. -
Cómo tras todo esto el intuitivo puede adivinar la proximidad del debatido
mundo de los jinas.
Los
problemas que venimos estudiando han adquirido gran actualidad con la reciente Exposición de Arte prehistórico español, ordenada
por la Sociedad española de Amigos del Arte. Mas, por desgracia, como sucede
siempre por nuestro triste karma europeo, las orientaciones que se empieza a
imprimir a tan obscuros problemas van, a nuestro juicio, mal encaminadas, hasta
el punto de que juzgamos necesario dar la voz de alarma, sin perjuicio de que
les concedamos más detenido estudio otro día.
Desde
luego, se ha tomado una base falsa para alzar la futura ciencia de la
paleontología humana: la de limitar el problema a Europa, mejor dicho, a España
y Aquitania francesa, como si estas dos zonas fuesen las únicas en el mundo de la prehistoria; es decir, casi como si
ellas hubieran sido la cuna de la
humanidad paleolítica o su capitalidad al
menos. Por otra parte, e imbuídos los investigadores por el nefasto prejuicio
positivista, buscan, ciegos, el fósil-hueso
-perdónesenos el pleonasmo-; buscan, ciegos, decimos, por cerrar
voluntariamente los ojos ante el fósil-tradición
y el fósil-historia, que son
también "restos" y restos siempre
vivos. Con ello, pues, se cometen a la vez dos gravísimas faltas: la
primera, contra la ley del Espacio, que
afecta a todo el planeta, no a España
y Aquitania tan sólo, con cada hecho terrestre, histórico o prehistórico; la
segunda transgresión, contra la ley del
Tiempo, que es ley de no interrumpida continuidad a lo largo de los siglos,
y más en lo religioso, en lo mítico, y en lo mágico, como es todo esto; ley
harto demostrada por la arqueología, quien halla siempre el templo cristiano
sobre las ruinas de mezquitas y sinagogas; éstas y aquél sobre lugares
santificados antaño por el templo ibérico, el dolmen, el rath, el menhir, etc.,
por aquello mismo que ya indicara San Agustín cuando dijo que "el
Cristianismo -y en general toda religión- es una forma nueva de una Religión
eterna". ¡Eterna en el espacio, en el tiempo y en la conciencia! ¡Eterna
en la continuidad, verdadero hilo de Ariadna que nos permite remontarnos con
pie seguro desde lo reciente hasta lo antiguo y desde lo antiguo a lo
prehistórico!
No
censuramos la noble conducta de los investigadores, que, extraviados en el
punto de partida mismo de su investigación, la comienzan por el hueso o la pintura que encuentran. Es una loable marcha analítica; pero ellos,
si son sinceros, tendrán que convenir en que no tienen derecho a hacer las
prematuras síntesis que ya diseñan, sin contar previamente con los otros fósiles vivos que arriba apuntamos y sin
partir lógicamente del hecho histórico-religioso conocido al prehistórico
desconocido, como vamos a intentarlo nosotros. Además, empiezan siempre
sentando un primer aserto absolutamente gratuito:
el que reflejan las mismas palabras de entrada del catálogo-guía de aquella
Exposición, donde se dice: "Por el propósito de ofrecer reunido, aunque en
copias, el Arte prehistórico español y no
la arqueología prehistórica, nada se expone de las primeras edades, a
saber: la pre-chellense, chellense,
acheuliense y munsteriense, todas las más antiguas del paleolítico, el
llamado
PALEOLÍTICO INFERIOR. El hombre del paleolítico superior o
más reciente, de la raza llamada - de Cro-Magnon y de la propia especie
"Homo sapiens" del hombre del día, despertó a la inspiración
artística desde un principio y en forma que hace pocos años nadie podía
sospechar. Ese primer despertar de la Humanidad para el Arte en cuanto a lo
pictórico..."
A
fuer de hombres de estudio no podemos pasar por estas últimas frases. No. La Humanidad no despertó para el Arte ni
en el paleolítico superior ni en esos períodos siquiera del inferior, todos de
la Edad Cuaternaria, por la sencilla razón de que muchos siglos antes de la
edad de los glaciares, o sea en los
tres períodos eoceno, mioceno y plioceno de la Edad Terciaria, ya existió la
civilización de la Atlántida, cuya catástrofe final, relacionada con grandes
cambios del polo terrestre u otros fenómenos astronómicos, terminó precisamente
con esta edad paradisíaca) de la que la tradición religiosa universal nos
habla, dando comienzo a la triste y fría Edad Cuaternaria. Es verdad que el
fósil-hueso no lo ha demostrado
todavía; pero el fósil-tradición lo
tiene archidemostradísimo, y en semejante discrepancia fundamental se impone al
menos el suspender el juicio.
La
maestra H. P. B., en la sección V, parte III del tomo II de La Doctrina
Secreta) nos plantea el problema en estos términos:
"Al
estudiar los problemas de la prehistoria, surge la pregunta relativa a quiénes
eran esos hombres paleolíticos de la época cuaternaria europea. ¿Eran, acaso,
aborígenes, o producto de alguna inmigración que se remonta al pasado
desconocido? Esto último es la única hipótesis sostenible, ya que todos los
hombres de ciencia están de acuerdo en eliminar a Europa de la categoría de
"cuna posible de la Humanidad". ¿De dónde, pues, emanaron las
diversas corrientes sucesivas de estos hombres primitivos? Los primeros hombres
paleolíticos de Europa -acerca de cuyo origen nada nos dice la Etnología, y
cuyas mismas características nos son tan imperfectamente conocidas- eran de
troncos puramente atlantes y áfrico-atlantes. Como dice Southall (Epoch of the Mammouth), "los
cazadores paleolíticos del valle del Somme no tuvieron origen en aquel clima
inhospitalario, sino que vinieron a Europa desde más apacibles climas." La
Europa, en la época cuaternaria, era muy diferente de la Europa de hoy, pues
que se hallaba entonces en mero proceso de formación y estaba unida a la que
ahora es África septentrional por un brazo de tierra que se extendía a través
del presente estrecho de Gibraltar, constituyendo el África del Norte, por
decirlo así, una prolongación de la España actual, al paso que un vasto mar
llenaba la gran depresión sahariana. De la dilatadísima Atlántida, cuya masa
principal se hundió en la Edad Miocena, sólo quedaron las dos grandes islas de
Ruta y Daitya, con algunas otras pequeñas. Así, el tronco humano, genuinamente atlante, del cual eran en
parte descendientes directos los hombres de gran estatura de las cavernas
cuaternarias, inmigraron en Europa mucho antes del período glacial, o sea en
épocas tan remotas como la pliocena y aun la miocena de la Edad Terciaria. Los
pedernales miocenos, labrados, de Thenay, y los rastros del hombre plioceno descubiertos
por Capellini en Italia, lo atestiguan. Dichos colonos eran degenerada progenie
de la que fuera antaño gloriosa raza de los atlantes, raza cuyo ciclo había
empezado a decaer desde el período eoceno en adelante. La conexión que con los
atlantes tuvieron los antepasados de los hombres que habitaron las cavernas
paleolíticas se atestigua por la exhumación en Europa de cráneos fósiles que se
asemejan mucho al tipo caribe de mexicanos y peruanos; ¡un misterio,
verdaderamente, para cuantos rehúsan sancionar la "hipótesis" de un
continente atlante anterior que sirviese de puente a través de lo que es ahora
mar! ¿Qué debemos pensar también del hecho de que mientras De Quatrefages
señala a esa "raza magnífica": los hombres de elevada estatura de las
cavernas de Cro-Magnon y guanches de Canarias, como representantes de un tipo,
Virchow relaciona de un modo semejante a estos últimos hombres con los vascos?
Por su parte, Retzius prueba asimismo la relación de las tribus aborígenes
americanas dolicocéfalas con estos mismos guanches. De este modo se van
estableciendo más y más conexiones.
"En
lo que respecta a las tribus africanas -otro retoño atlante modificado por el
clima, etc.-, ellas hubieron de penetrar en Europa por la hoy zona
hispano-marroquí que hacía del Mediterráneo un gran mar interior (como
actualmente el Caspio). Muchos de estos europeos, hombres de las cavernas, eran
razas hermosas, cual la de Cro-Magnon; pero, como era de esperar, el progreso no existió casi en todo ese
vasto período, atribuído por la ciencia a la edad de la piedra labrada [168]. El impulso cíclico descendente de ellos pesaba enormemente sobre los
troncos así trasplantados: los "íncubos" del karma atlante gravitaban
sobre ellos. Finalmente, el hombre paleolítico dejó su puesto a su sucesor,
desapareciendo casi por completo de la escena. En cuanto a la habilidad
artística desplegada por los antiguos hombres de las cavernas, hace de la
famosa hipótesis que los considera como aproximaciones del pithecanthropus alalus, un absurdo tal que no necesita de ningún
Huxley ni de ningún Schmidt para evidenciado. Su misma habilidad en grabar no
es sino una vislumbre de la vieja cultura atlante que, por atavismo, reaparece
en ellos. No hay que olvidar, en fin (Atlantis,
págs. 237-264), que Donnelly considera a la civilización europea moderna
como otro Renacimiento Atlante análogo,
a distancia de luengos siglos. El profesor André Lefevre (Philosophie Historical and Critical, parte 2ª. pág. 504) se
pregunta, respecto de todo esto: ¿Se operó el paso de la época paleolítica a la
neolítica por una transición imperceptible, o fué ella debida a una invasión de
celtas braquicéfalos? No hay que olvidar que a la sazón el lecho del Océano se
ha levantado: está completamente formada Europa, con sus típicas fauna y flora
y domesticado el perro; empieza la época pastoril, entrándose en aquellos
períodos de la piedra pulimentada y el bronce, que hubieron de sucederse con
intervalos irregulares, cada vez más confusos y de más corta duración, que se
enlazan unos con otros por medio de emigraciones y fusiones étnicas. Las
primitivas poblaciones europeas interrumpen su evolución especial y, sin
perecer, son absorbidas por otras razas, por decido así, por las olas de
sucesivas inmigraciones que venían del África, acaso de una Atlántida perdida
-cosa ya imposible por la distancia de tantos milenios como habían pasado desde
la catástrofe-, y, en fin, de la prolífera Asia. De una parte vinieron los
iberos; de otra, los pelasgos, ligures, sicanios, etruscos, etcétera, precursores
todos de la gran invasión aria.
"Cuando
se hacen declaraciones como las que preceden, los sabios se apresuran a exigir
pruebas históricas, en lugar de legendarias, en apoyo de tales asertos.
¿Es posible el hallar tales pruebas? Sí, seguramente, porque es tal su
abundancia, que resultan abrumadoras para todo pensador exento de prejuicios.
Una vez que el estudiante de ocultismo se apodera del hilo conductor, puede
encontrar tales testimonios por sí mismo. Presentamos hechos y mostramos caminos. Que el viajero los siga, ya que cuanto
va dicho es muy suficiente para este siglo."
Estas
pruebas históricas, en efecto, existen, porque vivos están aún los monumentos
que las constituyen. Empecemos por ellos.
Los
viajeros que, como Fergusson, han recorrido la India llenos de la consabida
vanidad europea que a todo lo joven -hombre o pueblo- caracteriza, no han
podido menos de quedarse pasmados ante el número, la riqueza y la antigüedad de
los templos-hipogeos que visitaran; algunos, como los de Elefanta y Karli, verdaderas
"capillas sixtinas del arte troglodita y rupestre" más prodigioso,
con mucho mayor razón que nuestra pobre covacha de Altamira. Allí, en Karli,
pudieron ver, por ejemplo, no ya "pinturas rupestres", sino
"esculturas rupestres" colosales y templos subterráneos, labrados, a
guisa de topos, "por innumerables generaciones" de hombres
postatlantes, pero anteriores a nuestros degenerados negroides paleolíticos, gentes que, a lo sumo, convivieran con
aquéllas, como hoy sus antecesores del
África austral, con flechas y armas de piedra por todo equipo, conviven en el
mismo planeta con Nueva York, Berlín, París y Londres, intransitables de
automóviles.
A
la manera como las casas ricas están exornadas de estatuas y de buenos cuadros,
las de la clase media sólo de cuadros mediocres, y las de los campesinos con
meras y aborrecibles estampas multicolores, o sin adorno alguno, todo lo que
era opulencia en aquellos pueblos, era miseria a la sazón entre los
paleolíticos europeos. La iniciación religiosa de los unos se operaba en
aquellos regios hipogeos inacabables de Ellora, de Karli, de Nagon-Back, de
Elefanta, o en esotros hipogeos artificiales de las Pirámides, sucesores de los
del Alto Nilo que ahora empezamos no más que a medio conocer. La especie de
iniciación ñániga, bhilísea [169] y de otros pueblos
bandidos, que por las muestras debió operarse en el adytia de nuestras covachas
con incultos cazadores paleolíticos -nietos degenerados de la civilización
atlante, que no abuelos de la oriental ni de la egipcia- siempre fuera pobre de
ideología como de medios, y está dada su clave con sólo examinar las pinturas
recién descubiertas que nos lo patentizan.
Un
examen comparativo de las grutas que ostentan pinturas paleolíticas nos
demuestra que todo en ellas estaba dispuesto como para una iniciación. Desde
luego, la situación de ellas era siempre lo más retirada e inaccesible que se
podía encontrar, ora en los peñascos del picacho ora cabe las oquedades del
cerrete sagrado -pirámide natural, luego imitada por la pirámide egipcia-, ora
en el seno de la druídica selva misteriosa, llena de terrores supersticiosos,
acaso por eso mismo. El sitio, además, solía ser sublime y pintoresco, cual lo
suelen ser hoy todavía los de nuestras ermitas, revestidas algunas del
prestigio milagroso de que las propias catedrales y basílicas carecen. A su
secreto iniciático no se podía llegar tan fácilmente por el profano: los mismos
apocalípticos terrores de la superstición popular los defendían. En cuanto al
origen de semejante secreto, se nos dice en las tradiciones de La Doctrina Secreta que "durante la
primera edad de la Atlántida el conocimiento religioso (vidya, gnana, gnosis)
era propiedad de todos; pero al multiplicarse rápidamente el género humano, se
multiplicaron también las idiosincrasias del cuerpo y de la mente, los que se
debilitaron. En las mentes menos cultivadas y sanas arraigaron exageraciones
naturalistas y sus consiguientes supersticiones. De los deseos y pasiones hasta
entonces desconocidos nació el egoísmo, por lo que a menudo abusaron los
hombres de su poder y sabiduría [170], hasta que, por último,
fué preciso limitar el número de los conocedore.
Así empezó la Iniciación. Cada país impuso un sistema especial religioso
acomodado a su capacidad intelectual y a sus necesidades espirituales; pero
como los sabios prescindían del culto a simples formas, restringieron a muy
pocos el verdadero conocimiento. La necesidad de encubrir la verdad para
resguardarla de posibles profanaciones se dejó sentir más y más en cada
generación, y así, el velo, tenue al principio, fué haciéndose cada vez más
denso a medida que cobraba mayores bríos el egoísmo personal, hasta que, por
fin, se convirtió en Misterio. Estableciéronse los Misterios iniciáticos en
todos los países, y se procuró al mismo tiempo evitar toda contienda y error,
permitiendo que en las mentes de las masas profanas arraigasen creencias
exotéricas inofensivas, adaptadas en un principio a las inteligencias vulgares,
como rosados cuentos infantiles..."
Y
el sitio reputado por mejor para la iniciación paleolítica, como para tantas
otras ulteriores, hasta llegar a la misma edad presente, lo fué la cueva, antro o gruta. Ella estaba lo más alejada del profano, lo más inadvertida
para él y más inaccesible. Su casto ocultamiento en las piadosas entrañas de la
Madre Tierra la ponía a cubierto de los agentes destructores naturales: sol,
lluvia, viento, vegetación y rigores de temperatura, pues sabido es que en el
seno de la gruta o mina la temperatura es más constante, la acción
metamorfoseadora vegetal no tiene acceso, y todo hace de ella un verdadero
retiro de los mundanales ruidos, que diría el clásico. Por otra parte, el
antro, cueva o gruta respondía del modo más admirable a la divina ley de
analogía que al Cosmos rige. En efecto; si todos hemos sido concebidos y hemos
nacido en humana matriz, natural era
que quien entraba profano en la gruta para luego salir iniciado de ella, naciese a la nueva vida superior de la
iniciación de otra matriz o cueva, de la Madre Tierra, y así se le
llamase "neo-fito", nuevamente nacido; tanto que los brahmanes de
Oriente, fieles conservadores de este rito tradicional eterno, cuando han sido
iniciados en el templo. hiPogeo de su culto, se denominan a sí propios desde
entonces dwija, o "dos veces
nacidos", cosa respecto a la que hay infinidad de alusiones en las propias
Epístolas de San Pablo, iniciado también, como es sabido.
Por
esto mismo, y en lo que permitía la Naturaleza o el Arte, el hipogeo originario
oriental y egipcio primitivo (o de los tiempos terciarios), igual que el
posterior hipogeo troglodita de los hombres paleolíticos, contaba con dos
partes bien distintas: la primera, o de entrada para el profano, era estrecha.
angustiosamente estrecha [171], cual lo es
originariamente la entrada o "vulva" femenina, y en esto precisamente
consistía la prueba primera de la fortaleza de cuerpo y de espíritu del
candidato, quien, aprisionado del modo
más congojosísimo entre aquellas angosturas, sufría así la prueba de la tierra,
prueba seguida bien pronto (Schuré, Los
Grandes Iniciados; H. P. B., Isis sin
Velo, etc.) de la prueba del agua, puesto que en ninguna de tales grutas
solía faltar el lago subterráneo, lago en cuyas aguas, supiese nadar o no,
tenía que lanzarse intrépidamente el candidato, cosa conservada también por
todo el mito caballeresco, y recordada, en fin, por Cervantes en aquellas
frases del capítulo L, parte primera, relativas al caballero que para dar
comienzo a su gran aventura tenía que echarse de cabeza a un lago pavoroso:
"¿Hay
mayor contento que ver como si dijéramos que aquí ahora se muestra delante de
nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones [172], y andan nadando y
cruzando por él muchas serpientes y dragones con otros animales feroces
espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice:
"¡Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando,
si quieres alcanzar "el bien que tras estas negras aguas se encubre,
muestra el valor de "tu fuerte pecho y arrójate en mitad de ellas!...,
etc.?" Prueba que, una vez vencida por el candidato, le permitía llegar a
los elíseos campos jinas de la iniciación que venía luego, tras otros no menos
pavorosos rigores.
Tras
las pruebas de la tierra y del agua, venía la del aire, a la que novelescamente
alude -porque otra cosa no podía hacer- nuestra Maestra H. P. B., en el
capítulo X de Por las grutas y selvas del
lndostán, al describirnos sus aventuras y las del coronel Olcott en el
hipogeo de Bagh. especie de antro troglodítico, entre los ríos Vagrey y lima,
el más adecuado para una prueba semejante, pues que de él nos dice la
escritora:
"Al
modo de los demás hipogeos de la India, las cavernas de Bagh están talladas en
el talud de la roca, cual si hubiese hecho gala con ello de cuanto es capaz la
tenacidad del hombre. Diríase que sus arquitectos-ascetas no se propusieron más
fin que el de exasperar a los infelices mortales que contemplasen las para
ellos casi inaccesibles moradas. Tanto que, para remontar hasta allí, tuvimos
que empezar subiendo setenta y dos como escalones labrados en la roca. Pero,
¡cuán recompensados nos vimos luego que llegamos a la cima!
Larga
hilera de obscuras bocanas cuadradas, de unos seis pies de lado, se abrían
misteriosas ante nuestros ojos, y, una vez dentro, quedamos sobrecogidos ante
la sombría grandiosidad del solitario templo. Tras la cuadrada plataforma de la
entrada se alzaba un pórtico, en el que se veía la imagen del elefante de
Ganesha, y otra desmochada, imposible de identificar. Encendidas las antorchas,
penetramos resueltamente más adentro. Un frío y húmedo hálito de tumba nos
envolvía; el eco de nuestras palabras se prolongaba más y más por el ámbito de
aquellas profundidades, hasta transformadas en extraños aullidos. Estremecidos,
comenzamos a comunicarnos en voz baja nuestras impresiones, mientras que los
portaantorchas se prosternaban, exclamando: "¡Devil ¡Devi!...", al
comenzar su ferviente puja u oración
en honor de la invisible diosa de las cuevas."
y
después de describimos la grandiosidad de aquella nave central, de 84 pies de
largo por 16 de anchura, especie de prehistórica Mezquita de Córdoba, H. P. B.
continúa: "Fronteriza con la entrada se abre otra puerta que conduce a una
estancia ovalada, con diosas y dioses tallados y de gran estatura. Más dentro
viene una tercera estancia, tallada en la viva roca, y a la que está prohibida
la entrada a todo profano no iniciado en los misterios de aquel verdadero Adytum (o camarín secreto). En torno de
dicha estancia se abren hasta veinte celdillas, en una de las cuales el coronel
Olcott halló un pasadizo secreto, por donde, por su angustiosísima estrechez,
penetró a duras penas, y donde los supersticiosos portaantorchas se negaron a
subir, aterrorizados. Una piedra movible, perfectamente disimulada en el muro
de viva roca, nos permitió seguir el pasadizo secreto hasta remontar así, de
cavidad en cavidad, hasta una cámara de aire tan enrarecido y mefítico que
perdí el sentido, y tuvieron que sacarme, mal que bien, a punto de perecer. .
."
"Semejantes
cámaras de irrespirable atmósfera de anhídrido carbónico, como aquella que nos
refiere la Maestra, no faltan casi nunca en tales cuevas, aunque sólo sea por
el fenómeno natural. ¡Son tan naturales e históricas todas estas cosas! Una de
tales cámaras es la célebre "Oreja de Dionisio" italiana, Pero el que
ello se deba a causas naturales no quiere decir que semejante circunstancia no
fuese aprovechada, como la de la tierra y la del agua, para la tremebunda
prueba que nos ocupa, y acaso en ella, o en otra subsiguiente, "la del
fuego", el candidato perdía al fin el sentido, quedando en la adecuada
situación de colapso y de pérdida de conciencia, al punto utilizada en la
ceremonia ulterior, que era quizá la de más peligro psíquico, y que está descrita por un célebre viajero en hermoso
pasaje de Isis sin Velo, relativo a
"Las actuales iniciaciones entre los drusos del Líbano", que nos
describe con vivos colores el capítulo VII, tomo II de dicha obra y en el
capítulo "Kultur und liebe" de nuestro Árbol de las Hespérides,
Y
aquí entra quizá toda la parte relativa a las debatidas "pinturas
rupestres", sobre la que- tan a ciegas caminan, como de costumbre,
nuestros doctos, por apartarse de la idea de continuidad religiosa, que debiera
ser básica en semejantes investigaciones, En efecto, no hay sino examinar imparcialmente
los célebres "bisontes" de la cueva de Altamira para convencerse de
que tales animales no significan nada
de lo que aquellos doctos han creído ser "representaciones de magia de
caza", ni tampoco uno como emboutement
hechiceril, o "trampa para cazar espíritus" [173], según la peregrina
frase de cierto profesor extranjero y sacerdote católico, muy bienquisto de los
altos poderes con ocasión de otra de estas cosas; profesor tan bienquisto que
se le acaba de otorgar, de Real orden, una cátedra universitaria, mientras que
se les niega a hombres como nosotros, "¡por ser buddhistasl" -dicen-.
¡La fértil fantasía de esos sabios, que rechazan precisamente como fantástico
todo cuanto no
cuadra
a sus propios y sectarios prejuicios, les ha llevado a pensar que los primitivos
paleolíticos y neolíticos soñaban así, por procedimientos mágicos de dentro de
las cuevas, con "hechizar", "sugestionar" cándidamente a
aquellos animales de su época para que tuvieran a bien el ser cazados! . . .
No.
El "bisonte" de Altamira, ni es tal bisonte ni representa magia de
caza alguna; como que es sencillamente uno de tantos símbolos arcaicos de la
sagrada Vaca religiosa, símbolo que luego pasó al jainismo, al parsismo, al
brahmanismo, al judaísmo y al mahometismo; la
Vaca nutridora, la diosa Isis, en fin, o sea la Luna; mejor dicho, la
ternera sagrada, su hija, es decir, la Madre Tierra que nos sustenta a
todos con su ubérrima fecundidad de virgen impoluta, y aun, si se quiere, una
variante anticipada del hipo-cántaro aristofanesco,
aquel ser mitad caballo, mitad escarabajo que con su bolita de basura y todo
-¡la bola de basura de la Tierral- admiramos en la comedia La Paz del clásico griego...
Para
convencerse de ello no hay sino contemplar la enorme, la simbólica y redondeada
giba que llevan las pinturas de todos esos animales sagrados. Al modo mismo que
los pueblos greco-latinos representaron al gigante Atlas -es decir, al símbolo
de la raza atlante, precursora de la aria- llevando el globo terráqueo sobre
sus espaldas, los paleolíticos representaron la esférica masa del globo
terráqueo cargando sobre los lomos o espaldas de la dicha Vaca. Con ello nos daban simbólicamente dos cosas, a cual más
sugestiva: Una, la redondez de la Tierra, que era uno de los secretos del
santuario, secreto por cuya revelación se vieron castigados en Grecia
Anaximandro, Esquilo y quizá Sócrates mismo. Otra, la del carácter
"animal" de la Tierra misma, como uno de tantos "seres
vivos" de la gran familia celeste, esa excelsa "familia" que
tenía otros doce animales sagrados en el Zodíaco -Aries, el cordero; Tauro, el
toro; etc.-, y cien más en las restantes constelaciones del cielo: la
Serpiente, el Lobo, el Centauro, el Cisne. . .
Si
para corroboración de estos asertos fuésemos a consignar cuantos millares de
testimonios nos aporta el estudio de las religiones comparadas, tendríamos que
empezar reproduciendo aquí el texto entero de nuestro libro De gentes del otro mundo, todo él a la Sagrada Vaca consagrado, y cuyo resumen, en lo que afecta al
detalle que nos ocupa, está dado en el párrafo que dice: "Hay que repetido
una y mil veces. La contraposición entre la idea religiosa de los primitivos
arios, que se dice eran de raza solar, y los arios degenerados (brahmanes y
semitas, tanto asiáticos como europeos) , que son la raza lunar o inferior y la de la despreciable raza terrestre (mlechas o "esclavos de sus
pasiones") , estriba precisamente en todo lo relativo a la VACA SAGRADA;
fuente extraña de altas revelaciones, para los primeros, y blanco luego de todo
odio y de todo sacrificio cruento de la misma Vaca, para los segundos,"
Quien
ignore esto, ignora de hecho la historia entera religiosa. Si no, que aquilate
y apure estas sintéticas referencias: 1ª-, el dios jano-Saturno, greco-romano,
baja a la tierra desterrado por su hijo Io-pithar,
o júpiter, y con la domesticación del toro y de la Vaca, que unce a su
arado Triptolemo, enseña a los hombres la agricultura; 2ª-, estos misterios de
jano-Saturno son los mismos Misterios parsis del Toro de Mithra, de nuestros Taurobolios
emeritenses y antes de aquella especie de "corrida de toros" con
la que, según el Timeo de Platón,
terminaban sus asambleas religioso-políticas los diez reyes de la Atlántida;
3ª.-, los mismos Misterios eran igualmente los del sagrado Buey Apis, egipcio, tanto que el "bisonte" altamirano no
es sino un sucesor, o, si se quiere,
un precursor del Buey Apis mismo;
4ª.-, el divino Siddharta Sakya-Muni, cuando se retiró al desierto antes de
lanzarse a la predicación, vivió alejado del mundo durante dos años, según la
leyenda sustentada "de la leche de la vaca"; es decir, que se inició
en los Misterios de ella; 5ª.-, es tan sagrada la Vaca religiosa entre los
brahmanes, que todo pecado, por enorme que sea, puede ser lavado, purificándose
el pecador con los cinco productos de ella; 6ª.-, igual concepto de absoluta
purificación por la Vaca se ve en la sura II del Corán, casi por entero consagrada a aquélla; 7ª-, el sacrificio de
la Vaca y la Ternera -en odio simbólico, por supuesto, a las arias religiones
de la V ACA- constituye la base fundamental de todo el ceremonial religioso que
leemos en el Pentateuco, muy
especialmente el relativo a la iniciación de los levitas o sacerdotes (Éxodo, XXIX, y Números, XIX) ; 8ª.-, ese mismo
sacrificio se conserva hoy en todos los pueblos tocados de semitismo, como el
marroquí, y ese mismo constituye la raigambre ocultista de nuestras bárbaras e
inabolibles corridas de toros; 9ª.-, vemos, en fin, alusiones más o menos
directas a la Vaca y a la Ternera sagrada en cuantas etimologías vaqueiras van consignadas en los dos
tomos primeros de esta Biblioteca, e
igualmente en la Vaca astral de los sadhus o saduceos indostanos; en el Boyero celeste de nuestra Astronomía; en
la Vaca a que se alude tan extrañamente en múltiples pasajes de Las mil y una noches; en el Toro de San Marcos y la Vaca del Portal de Belén; en las Vacas del Sol y Bueyes de Gerión, culto
iniciático atlante que se dijo robado por Hércules; en la Ternera de Paruadi; en las Vacas
de Faraón; en el Bos griego,
latino e ibero; en la Ka-ba del Corán; en la Vaca del Manava-Dharma-Sha5tra; en el Buey delMaha-Deva; en el Becerro
de Oro de Aarón; en el Toro de Ormud,
y, en fin, dondequiera que haya una religión, es decir, dondequiera que
haya hombres... ¡Tal es, pues, nuestro amable bisonte de Altamira; un respetable buey ;\pis más de cuantos en el
mundo han sido, pese a los escrúpulos de nuestros paleontólogos del hueso-fósil de Cantabria o de Aquitania,
no del hueso-tradición, que no pueden
roer todavía, por lo visto!
Volvamos
a la interrumpida iniciación troglodita de nuestros viejos paleolíticos.
Dejamos
a nuestro neófito desmayado y sin sentido, por efecto de las terribles pruebas
de la tierra, el agua, el aire y el fuego, pasando por alto otra relativa a la mujer, prueba no menos tremebunda. Desdoblado, en términos técnicos sea
dicho, el candidato, como se desdobla su cuerpo astral del físico con el
cloroformo y otros hipnóticos, su astral o
su doble era conducido a la parte más
honda y secreta de la iniciática caverna, al camarín o adytia donde hoy
encontramos las pinturas. Allí se le daba por magia una de esas escenas de
videncia astral, que quien, como yo, las ha tenido, no llega a olvidarlas
nunca, porque son el más fiel trasunto del Walhalla nórdico, el Amenti egipcio,
el Devachán hindú, el Cielo de Indra, el Paraílio de Mahoma, en plena luz astral y, ¡por supuesto!, sin
postizos sensualismos. Semejantes escenas de magia, por otra parte, quedaban de
tal manera impresas en el cerebro físico del candidato, que, para no perderlas,
más de una vez hubo de intentar el reproducirlas allí mismo... ¡Por eso las
rocas que ostentan hoy tales apuntes pictóricos
o estilizados, al modo de los que toman "sobre el terreno" todos los
artistas, se nos presentan con esa yuxtaposición sucesiva y caótica, ese trazar
y borrar concatenado que se practica, por ejemplo, en las pizarras de examen
por los alumnos! ¿Quién no ha visto, efectivamente, en tales pizarras el
gráfico, verbigracia, del teorema de Pitágoras, sobre la esfumada ecuación de
segundo "grado, y bajo una o cien fórmulas sucesivamente trazadas y luego
mal borradas por los alumnos que han ido desfilando ante ellas? Pues eso mismo,
ínterin no viene una explicación mejor, es lo que nos parecen a nosotros esos
espléndidos lienzos de roca, como el clásico de la Caverna de San Román de
Candamo, donde, sobre las ancas de un ciervo, pongo por caso, cae la cabeza de
un bovino, que a su vez se ve medio borrado por otros y otros, hasta hacer de
la rocosa superficie una como pizarra de examen, un verdadero palimpsesto, como
aquel que hiciera descubrir tras una escritura monacal del medioevo nada menos
que el célebre Breviario visigótico de Anniano o Código de Alarico.
Además,
en semejantes superficies de las pinturas trogloditas, por ejemplo, en la de la
Cueva de San Román, de Candamo, bien pudo cumplirse una de las leyes del
inconsciente o el semiconsciente humano.
¿Cuántas veces todos nosotros, sentados en el banco del paseo solitario o cabe
el peñasco de la playa, no hemos dibujado al azar sobre la arena, con la punta
del bastón o del paraguas, caprichos, extravagancias, nonadas de aquellas cosas
que precisamente preocupan nuestra imaginación, es a saber: el estudiante de
matemáticas, sus gráficos geométricos; el enamorado, el nombre de la amada,
enlazado con el suyo propio en los más caprichosos arabescos; el dibujante, sus
apuntes, que tanto tienen siempre de "rupestres" o de
"trogloditas", y el distraído, en fin, los más absurdos trazos
"rectos, curvos, sinuosos y de absurda concepción de quien, entre tanto,
sueña? ¿Por qué, pues, no ha podido acontecer lo mismo con el candidato a la
iniciación en los largos momentos angustiosos y aburridos que preceden a todo
examen? Lo que el desocupado dibuja sobre el mármol del café, y el chiquillo
sobre el blanco muro del edificio, a quien afea con sus toscos y elementarios mamarrachos, o el grosero,
en fin, sobre ciertos sitios que excusado es nombrar, bien puede corresponderse
hoy con aquellas pinturas primievales con las que, "en magia de
caza", soñaba inconsciente el troglodita con cacerías como las de sus
anhelos, llenas de peripecias emocionantes, sin que tratase de realizar con
ello, nunca, el embrutement, la
sugestión necromante de futuros animales a los que cazar después.
Cabras, renos, ciervos, rebecos, caballos,
osos, aves, peces, etc., pudieron así mezclarse con signos de contabilidad, con
diseños de elementales de lo astral,
que decimos los teósofos y cabalistas, con damas en danza prehistórica, aún
conservada en la llamada "danza prima" de Asturias y de infinitos
otros pueblos, con toda clase de estilizaciones y pinturas, en fin, desde las
que, con un estudio serio de pictografías comparadas se pasa insensiblemente a
las runas en puntos y rayas u ogam craobs
escandinavas e irlandesas (los tectiformes de los actuales paleontólogos);
a las tarjas de primitiva
contabilidad por quinquenas y veintenas (dedos de las manos y pies), que
llevamos estudiadas en tantos lugares de esta Biblioteca; a los célebres itinerarios gráficos de la peregrinación
azteca que aparecen en los códices mexicanos del Anahuac, y, para no cansar
más, a los dioses mexicanos, con documentos tan elocuentes como el de la
célebre Peña-Tú, que digan lo que
quieran nuestros equivocados aunque bien intencionados doctos, no es sino un sol como los soles-dioses de México,
una representación del divino Fuego primitivo, con las líneas sinuosas debajo
como en todo el simbolismo primitivo, desde el signo Piscis astronómico, el nombre de María, el Mar, Isis, Maya o
la Ilusión, hasta la mismísima letra eme de todos los alfabetos. que no es
tampoco sino otro de los simbolismos del Agua,
la contraparte femenina, la Luna, etc.,
etc....¡Casi es seguro, afirmamos, que dicha Peña- Tú, por algo así llamada, no es sino el dios Tu baal o Túbal, el mismo al que nuestra tradición histórica hace primer poblador, u "hombre
guía" de España!
Por
otra parte, en cacerías y danzas como las aludidas, no hay por qué no ver un
efectivo precedente, por ejemplo, de las astrales correrías de Diana por los
bosques celestes o jinas del mito
mediterráneo, aquellas cacerías sin fin, aquellas bacanales en las que la diosa se enamoraba de sus elegidos y mataba
a sus contradictores y émulos, los Endimión. los Narcisos, los Pastores} en cadena de mitos tras mitos,
verdaderamente inacabable.
Por
todo esto y mucho más, que cabría en un grueso libro, pero no en el breve
capítulo presente, hay derecho a esperar que nuestros sabios, dando de lado a
su consabido e injusto prejuicio al fósil-tradición,
que sólo pueden mostrarle nuestros estudios teosóficos de religiones
comparadas, entren de lleno en el estudio oriental, donde tienen las claves
indispensables para formar un juicio completo acerca de lo que ignoran y buscan
con tan pésima orientación como buenos deseos.
Leibnitz
y su sistema "teosófico" de investigación histórica. - Los fundadores
de la Ciudad Eterna trajeron consigo una gran civilización oriental o aria.
Esta civilización fué típicamente jina. - Alba-longa, la blanca ciudad de los
lagos iniciáticos, y Numitor, su rey. - Gentes quirites, solares o jainas,
según los clásicos. - Jano y su Janiculo patricio. - Los himnos de los Hermanos
Arvales. - A la edad de oro de Jano-Saturno sucede la de plata de Numitor . -
la de cobre de Amulio. - Cuándo y por qué el cerrado templo de Jano se abría. -
Rea, Rafa o Aretia y Marte-Wotan. - Los gemelos Remo y Rómulo amamantados por
la loba del Aventino, bajo la higuera de Rama o Ruma. - Fástulo, el Rey-Pastor
educador, y Acca-Laurentia, la Gran Nodriza o la Madre-Tierra. - Conexiones sin
fin con el mito wagneriano de los Eddas. - Akas, Accadia, el país de la Luna, y
sus inacabables derivaciones. - Los la. rarios de los calcas. - Las aves del
Palatino. - Cómo la magia blanca ario-latina se vió sustituida por la necromancia
de Roma. - Cancellieri y su obra Las
siete cosas fatales de la Roma antigua. - Augures y arúspices. - La
"formosa juvenca" o Ternera de Parvadi-Isis. - Roma tuvo siempre un
nombre secreto. - Nous-Eneas-Júpiter-Gra-Bovi, el conductor de la Vaca. - Las
sibilas y sus libros ante la historia y la filosofía.
Leibnitz,
ese Iniciado occidental que nos dió el Cálculo infinitesimal, la mejor teoría
de las ideas innatas aportadas por nuestro Ego superior de sus vidas
anteriores, y su pasmosa Monadología, fué
el primero, según Cantú, a quien se le ocurrió buscar la historia en el estudio
comparado o "teosófico" de las lenguas. Siguiendo, pues, la huella de
tal maestro, natural es que, para rastrear lo que en la historia de Grecia y
Roma haya quedado respecto de los jinas, debe apelarse al estudio de palabras y
tradiciones grecolatinas que, cual joyas preciadas, se conservan.
"Es
un hecho innegable -dice Pastor y Alvira en su Historia del Derecho romano- que en el idioma común y en el
lenguaje jurídico romano se hallan a cada paso reminiscencias de una gran
civilización muy anterior a Roma, y que los fundadores de esta ciudad debieron
forzosamente llevar consigo. El estudio de semejante civilización debe ser la
base de la historia jurídica romana, puesto que contiene los gérmenes de sus
instituciones... Suele presentarse a los fundadores de la Ciudad Eterna como
unos hombres aventureros, criminales, en estado de completa barbarie, sin tener
idea de la religión ni de la sociedad política, y que, dotados, sin embargo, de
un talento sui géneris, concibieron
momentáneamente un gobierno perfecto; improvisaron su religión; establecieron
jerarquías; en una palabra, que, como genios extraordinarios, comenzaron por
donde acaban las sociedades cultas. El resultado de este concepto tan
inverosímil es que se ignora la verdadera base de la Historia, y se pierde la
afición hacia un 'estudio que se inicia con tan repugnantes hipótesis... La
crítica moderna ha excogitado un nuevo procedimiento para conocer los tiempos
prehistóricos con el análisis de los idiomas, sobre todo del sánscrito, que
está llamado a producir inmensos resultados en la ciencia, y que parece
demostrar que las razas indogermánicas se separaron un día de la patria común,
o sea de la región occidental del centro del Asia, estableciéndose unas en la
India y otras en Europa, siendo una de estas razas la antepasada común de
griegos e itálicos, quienes más tarde constituyeron pueblos distintos.
Pero
es que esa civilización indogermánica troncal a que el finado catedrático de la
Universidad de Madrid alude, fué en sus orígenes, como la civilización inca y
todas las otras, una civilización típicamente jina, según revelan sus más
conocidas tradiciones, por ejemplo: la relativa a la Ciudad Eterna, que vamos a
inquirir.
Cuentan,
en efecto, los clásicos [174] que en Alba-lanka (que no Albalonga) , o sea en
"la ciudad blanca de los lagos" oscos, vascos o tosca nos, reinaba el gran Numitor (cuyo nombre, como el de Numa, segundo de los reyes romanos sus
sucesores, es una alusión clarísima a su iniciática espiritualidad, al provenir
él de la consabida palabra nous, noumeno,
numen o espíritu). Durante este
espiritual reinado, como durante el de sus obscuros antecesores, imperaba
exclusiva en todo el territorio del Lacio
(otra alusión a los lagos
iniciáticos, de los que hablamos en anterior capítulo) la primitiva
religión de Jano o Jaino, es decir, la áurea, solar, quiritaria y superhumana
religión de los jinas [175], cosa conservada
opacamente por la tradición actual, cuando dice que durante la Edad de Oro del
Lacio y de la Liguria (otra alusión a
los lagos, con su puerto de Luna y todo) , el rey divino lana o Saturno (IAO, Baco, Jehovah) imperó sobre aquellas santas gentes,
tribus arias todas, aunque de muy diversas épocas y orígenes. Entonces, como en
igual época del pueblo hebreo, podía decirse que convivían felices jinas y hombres.
Mas
como nada es durable en este bajo mundo de dualidad y de lucha, a la edad de
oro aquella sucedió la de plata, y luego la de cobre, representadas por la raza
de A-man-l-io o Amulio, enemiga de
los hombres, al tenor de su partícula a privativa,
especie de raza de Las aves de
Aristófanes, que, interponiéndose entre jinas y hombres como se interpone entre
nosotros y el rayo de sol la nube, implantó una nueva religión de antropolatría
o adoración de héroes divinizados: Júpiter, Neptuno, Plutón, etc., que es la
que, más o menos, fué luego sustituída por el cristianismo. Sin embargo, la
religión primitiva de Jano o Saturno quedó, digámoslo así, latente e
iniciática, a la manera de todas las Sociedades iniciáticas cuando se ven
perseguidas, y buena prueba de ello era la existencia en 106 tiempos ya
históricos del Templo de Jano, cerrado durante las ilusorias delicias de la paz
(que permitía los obscenos extravíos de la nueva religión antropolátrica), pero
cuyas puertas sagradas se abrían siempre que los peligros de las guerras
aconsejaban a los cautos romanos el volver los ojos hacia su única y sublime
Religión Primitiva. En fin, según el simbolismo de la leyenda que comentamos, Rea (Are, en bustrófodo) , la hija
lanzada de la corte y sucesora de Numitor, y privada de su corona por Amulio,
vagó por los bosques con el aditamento expresivo de silvana o "de las selvas", llamándose desde entonces Rea-Sylvia. Este mismo nombre de Rea o Ra-ía, elocuente testimonio de la aria o solar estirpe de la desterrada, no es en sí sino el femenino
de Ares, Aries, Ra, el cordero de
Rama, o sea Marte; por eso se la
puede considerar en su errática vida por los bosques como la primitiva Marta, la esposa del dios Marte, el
Wotan de las leyendas nórdicas y yucatecas, viajero también como welsungo o lobo por todo el ámbito de la tierra, "en demanda -como diría
Wágner en su Sigfredo y su Walkyria- de un orden nuevo y superior
al absurdo orden establecido". (Wágner,
mitólogo, capítulos de Sigfredo y
La Walkyria).
De
la unión, pues, de Marta y Marte, o sea de Ares y Rea, no podía
nacer sino una rebelde y gloriosísima raza de lobos o welsungos. Por eso se dice que los dos niños Remo y Rómulo (más bien quizá, por cambio, valga la palabra, de masoras o de vocales, Rama y Rámulus), abandonados por su madre a su triste destino junto a la higuera Ruminal de la orilla del Tíber,
fueron amamantados por una loba, loba de
la que ellos fueron los lobeznos, que
otra institución iniciática más moderna diría.
Pero
en este breve párrafo último hay oculto todo un mundo, cuyas tónicas
principales no se pueden omitir, porque originan los paralelos más sublimes que
es dable imaginar.
En
efécto, Rea da a luz a sus dos niños bajo la higuera Ruminal o de Rama, como
Maya da a luz al Buddha bajo el árbol Bodhi
o de la Sabiduría Solar, Ar o Ra, y como junto a la caverna de Fafner,
y bajo el tilo sagrado, da a luz al
héroe Sigfredo Siglinda la welsunga, o, en fin, como la Isomberta (Isis-Bertha) de la leyenda del Brabante (Bonilla San
Martín, El mito de Psiquis) da a luz
a sus siete hijos. .. Los niños, así abandonados en frágil barquilla a las
aguas del Tíber, como el niño Sargón de la leyenda caldea; el niño Moisés, de
la leyenda hebrea; el niño Quetzalcoatl, de la mexicana, fueron salvados,
igualmente que estos últimos, por un ermitaño,
haciendo verdadero el romance que empieza:
¡Conde OUnos, conde Olinos,
fué niño, y pasó la mar!...;
y
este ermitaño, Iniciador o Maestro, los crió ocultamente y los educó para que
algún día hiciesen la reconquista del trono de sus mayores, o sea
restableciesen la primitiva religión de J ano o de los jinas... ¡Estos son los
hechos obscuros u ocultos bajo simbolismo, y a los que alude, al historiar a
Roma, el capítulo XI, párrafo 1º., del iniciado y juicioso Tito Livio!
Además,
el salvador de los dos infantes era, según la tradición, un pastor (¡siempre los reyes pastores!)
que se llamó Fáustulo, por alusión al
las sagrado iniciático: o sea la
parte de Derecho divino contrapuesta al Derecho humano o jus; y la esposa de Fáustulo, que ayudara a criarlos, fué la
célebre Acca Laurentia, cuyo solo
nombre es otro mundo de verdades filológicas, que hombres como Macrobio y
Plutarco nos pueden ayudar a esclarecer.
Acca Laurentia, Larentina o
"del sagrado lahar", para
el vulgo de los diccionarios es "una cortesana de Rómulo o Anco Marcio,
esposa hermosísima de un guardián del templo de Hércules, a quien el dios
castigó obligándola a que se entregase al primer hombre que viniese a
solicitarla", ni más ni menos (¡siempre el paralelo con el mito
nórdico-wagneriano!) que como Wotan castiga a su predilecta hija Brunhilda, la walkyria, dejándola sobre
una roca, desposeída de todas sus antiguas dotes divinas, a merced del primero
que la descubriese. Este feliz mortal, en efecto, fué el Sigfredo para
Brunhilda, y para Acca Larentina fué "el prototipo de la Tierra", o Tarrucio. Como representación celeste,
además de la Gran Madre o Isis, tenía los consabidos doce hijos o patriarcas, diez
los de su matrimonio con fáustulo o Fauno
Lupercio, y otros dos, los dos;
niños Remo y Rómulo, por ella adoptados, es decir, hijos de otra madre, como el
José y el Benjamín hebreos, quienes, aunque hijos. de Jacob, Iaco o Iao, como
los otros diez, tenían por madre a Raquel,
la Rea bíblica, y no a Lais, lsis o Lya.
Acca-larentina, pues,
no es sino Isis, Tellura, Opis, Ceres, Der, Flora, Faula, Fauna o Favola,
prototipo, según Plutarco, de la terrestre fecundidad. Por eso las fiestas accalias o psrentatio se celebraban en diciembre, próximas al solsticio de
invierno, en el que parece morir el Sol, ni más ni menos que los cristianos
celebran por dichos días la fiesta de la Virgen
de la O o IO. Todo lo cual, por supuesto, no es sino la transcripción
latina de Akka, la Gran Madreen
sánscrito, la diosa de los Lha, lares
o espíritus de aquí abajo; la Ak o
"diosa blanca" en turco; la Aka-bolzüb
del templo lunar de Chichen-Ytza (Yucatán); la Aka tibetana, madre de uno dé los dialectos burmanos más antiguos;
la Akalkat calcídica del Decán,
gemela de la Calchihuitl maya; la Aka-mat-su-mit-su-su-ke, o Psiquis
japonesa; la Akamir eslava o tesalia;
la Akanichthas, diosa de los más
altos genios que limitan al mundo de la forma o piso 22º. del cielo de Indra; la
soberana, en fin, de cuantas entidades de esta índole atesoran los Panteones
arcaicos con cargo a esa palabra que las resume todas: el A kasha o Éter supremo de los hindúes...
La
lingüística comparada nos da un sinnúmero de palabras relacionadas con Acca larentina, o la Gran Madre de los Lhas (espíritus) . Es la primera y más
notable la de Acalis o A-kalia en el panteón griego; en su
genuina representación lunar o isiaca
fué la amada de Apolo (el Sol), de
quien tuvo a Philandros ("la que
amó a la humanidad andrógina" o bisexuada de la segunda Raza Raíz, que
dirían los hindúes) y a Philaris o Philâria ("la que amó a 'la
humanidad aria" o Raza Quinta actual), entrambos hijos veneradísimos en
Delphos, por haber sido amamantados por una cabra
(la eterna Vaca hindú y buddhista). En otra versión simbólica A-kalia es hija de Minos o Manú y de
Latona (la Luna) y madre de Cidón, el Gran Señor de los sidonios o heteos, amén
de otros hijos, tales como Anfiteusis,
Garuna o Garamas el africano, y Mileto, pareja que, alimentada también
por una loba como la de Remo y Rómulo, fundan igualmente la famosa ciudad (o
escuela ocultista), a la que más tarde perteneciese el gran Thales de Mileto,
creador, puede decirse, de toda la ciencia greco-latina, con lo cual, dicho sea
de paso, queda establecida la filiación mineana o troyana del Pueblo,-Rey. Otra
A-kalia es en Creta (la isla de
Minos) la madre de Oaxuos u Oxus, el río que con el Iaxurtes demarcan la parte principal del
glorioso país que fuera cuna del pueblo ario, porque Oosras representa al Sol Supremo u oculto, por encima de Surya, el Sol físico, y es a la vez
"toro" y "rayo de luz".
Viene
en seguida la palabra Acadia, corrupción
de Arcadia o Argalia, el país de la Luna o Arya,
que aún es el prototipo de la felicidad jina, que también en el siglo IX
diese nombre a los países del Canadá, cuando los descubrió Eriven o Eurico el
Rojo, normando, todo con arreglo a su etimología de "país
encontrado", o más bien paradisíaco, "país que hay que buscar y
encontrar". Y de Acadia, Acádica, la
primitiva forma de la escritura cuneiforme o ninivita; Acadina, la celebrada fuente consagrada a los hermanos pánicos,
deidades antegriegas de la isla de ese nombre, equivalentes a las de los
gemelos Cástor y Pólux, Remo y Rómulo, y sus homólogos; Acathra o Acadira, antiquísimo
reino trasgangético al sur de China, y otro tibetano de la Sérica que peleó
contra Alejandro; Acae, isla de Circe
o de los jinas y salvadores encantos (Odisea)
que Ulises no quiso seguir disfrutando, porque aún tenía pendientes en este
pobre mundo humano los deberes de su hogar; Arcaico,
hombre citado por San Pablo, y Acaya,
reino tan célebre en los fastos del Cristianismo; Akali, sacerdote hindú de Akal,
o el Dios Supremo, encargado de los libros de Nanak (la Venus persa) y también hombre de una de las más extrañas
tribus argentinas del Anucán; AcamaPixtli
(el dios de la atadura de cañas, o sea la decena, IO), primer rey de los
aztecas; A camas, hijo de Teseo y de
Fedra, quien con su hermano Demophon (otro Rómulo) fué al sitio de Troya y
acompañó a Ganimedes para buscar a Helena, y también un hijo de Antenor, quien
con Eneas, el jina, comandó a la escuadra troyana, y, en fin, otros hijos
respectivamente de Ensor o En-soph, y de Asio
o Drío de Merión; Acanta, ninfa
predilecta o esposa de Apolo, que, cual todo
lo referente al mundo jina yace hoy oculta, "encantada" o
"transformada en planta"; Acamec,
nombre alquímico de la parte más fina de la plata fundida; Acamoth, la Sophía o
"sabiduría" gnóstica; Acantium,
capital arcadia tanto del
primitivo Peloponeso como de la Palestina antigua, y Acantia, la diosa lunar inspirador a del corintio Acanto, y diosa yucateca; Acacos, hijo de Licaon (Linceo) y padre putativo de Mercurio, nombre que también
designa a la purísima flor nívea simbólica, que, según Calepino, significa
"contra los ladrones"; Acal, nieto
de Dédalo (Minos), inventor de la escuadra y el compás, y que precipitado por
su tío desde la torre en que yacía preso (¡siempre el mito del cisne!) fué
transformado en ave por su abuelo; Acabe,
Acaburos y Acabitos, montes o
ciudades de India, Egipto, Rodas y Cirenaica; Akakesios, otro nombre de la primitiva capital de Arcadia, al Norte
de la gran Megalópolis, célebre por la estatua colosal de Hermes, por el templo
de Pan o del Dios Desconocido y sin Nombre, y por asignarse como lugar del
nacimiento de Mercurio; Acamatos, el
dios de Hygyeia, el que posee la
eterna salud jina y que conserva en estado acamático
los miembros de sus secuaces o "guerreros"; Acaristías-dike, famosísima acción jurídica en Grecia, fundada en
causas de ingratitud, como aquella que los ciegos hombres de las religiones
vulgares o dogmáticas cometen a la continua contra la primitiva y única
Religión de la Sabiduría Tina; Acasis o
Acacalis, la hija de Minos amada por
Apolo; Akation, barquilla o ballena
del Conde Olinos, de Dagón, de Quetzalcoatl, de Jonás y de todos los homónimos
de jano-Hércules; Acalista, notable
himno nocturno de la Iglesia griega en honor de María; Acca, finísima tela de seda hindú, simbolismo del Velo de Isis; Accabe, Accabicon, Accad, Akkar o Arjad, Acci, Acco, Accain, etc.,
toponimias de montes y ciudades respectivas de España, Babilonia, Sippara y Mar
Muerto; y, en fin, para no agotar las que se leen en la Enciclopedia Espasa (de donde las hemos tomado, pero deshaciendo su jesuítica
o antiteosófica interpretación), las cuatro celebérrimas palabras de Academo, Academia, Accadia y Acasto, acerca de las cuales nos
conviene decir algo más.
Los
clásicos, en efecto, nos narran que cuando los inevitables gemelos o dioscuros Cástor y Pólux invadieron al Atica
para libertar a Helena del poder de Teseo, le hubieron de descubrir el sitio o
camino (piedra cúbica, piedra iniciática) por donde subirse puede a la
conquista humana de la "Tierra de los Jinas", razón por la cual en el
bajo mundo de los mortales dejaron éstos a la Academia o "Jardín de Academo",
como senda o lazo de unión entre jinas y hombres. Por eso la Academia quedó
desde entonces como mansión de Atenea, Palas, Minerva o "de la ciencia
lunar de la tierra para la de allá arriba", como gimnasio o "lugar de educación jina, que no de educación meramente tísica, en tiempos del maestro Hiparco de Bitinia, donde hombres
como el divino Platón enseñaron, por
encima del Liceo, los misterios luni-solares de Prometeo, Hermes, Heracles,
las M usas, Heros, Hephaestos y sus doce olivos
sagrados o Dioses Mayores".
En cuanto a Acasto, el cazador hijo de Pelias, los clásicos nos refieren una
leyenda que es una variante de la del jina José, o IO-JaPh, judío, desvirtuadísima por la necromancia del paganismo de
los últimos tiempos, pero que deja transparentarse, no obstante, todo el gran
crimen cometido por el mundo atlante y por sus sucesores contra la Verdad
primitiva de Accalarentina, que en
este mito es ya Asti-damia, o Hipólita, "la sepultada bajo las
losas del sepulcro", pero que más o menos pronto habrá de resucitar.
Finalmente, la palabra Accadia, Acquadia o
Ecadia, diremos -para no prolongar
más este fuerte pasaje, que alude esencialmente a la antigua raza de los
sumerios babilónicos, casta sacerdotal primitiva del pueblo ario-, que aparece
más o menos con las palabras transcritas en todos los rincones del planeta, proclamando la supremacía, que en vano se
pretendió ocultar, de los buenos jinas sobre los malos hombres.
Sigamos, pues, con la leyenda sublime
de la fundación de Roma. Llegados a la pubertad los dos gemelos solares Remo y
Rómulo (émulos de esotros griegos de Cástor y Pólux, representativos de la
Noche y el Día), deciden, dicen los clásicos, el fundar una ciudad allí donde,
de niños, fueran abandonados, o sea en el convencional lenguaje iniciático,
crear un larario, un nuevo culto. Al efecto, con el arado de reja de cobre
(calcas, el metal caldeo o calcidio, sucedáneo del oro y de la plata) , y con
la yunta del toro blanco y de la vaca roja sin mancilla (alusión respectiva a
las razas originarias de la Isla Sagrada y de la Atlántida, si es que entrambas
no eran blancas), abren el surco o círculo mágico" delimitador de la
futura ciudad, y en el sagrado Palatino, o monte de Palas Atenea (Minerva o
Isis) depositan como fieles arios un poco de aquella tierra de sus manes o
mundos mayores que les acompañaban en todas sus cometarias erraticidades
emigratorias, y téngase en cuenta que no eran sólo los romanos en aportarlas,
sino también los albanos, ramaces, celios, hiceres, encomendis y demás gentes
solares (al tenor de "sus nombres de blancura y de luz"), pueblos
distintos, aunque dd mismo tronco, que, constituyendo al comenzar el populi
romani quiritisque, pasaron así a sintetizarse en el populus romanus quiritium
o ÚNICO, con sus cuatro castas arias y todo, de sacerdotes o arúspices,
guerreros o patricios, comerciantes o libertos, clientes, etc., y sudras o
esclavos. Por eso Virgilio canta en su Eneida (VIII, 318), y Ovidio en sus
Fastos (I, 579), la compleja ascendencia romana de latinos, troyanos, griegos,
sabinos y etruscos, gentes todas solares o quiritarias (curus, del Mahabarata y
de tantas toponimias en los más apartados rincones del mundo) que tuviesen muchos
siglos antes esa civilización jina, áurea o primitiva, a la que el texto de
Pastor Alvira aludiera al principio.
Pero
-cuenta la leyenda- las aves del
Palatino, o sea el negro espectro de la mala Magia, hubo de surgir al punto,
como acontece siempre en toda Magia troncal antes de separarse en los dos
Senderos de la Diestra y de la Siniestra. Los cuervos, las aves con las. negras alas de la noche, vuelan por
encima de Remo como por encima de
Sigfredo en El ocaso de los dioses wagneriano,
y bajo este fatídico anuncio, Rómulo-Hagen
tiñe su traidora espada con la sangre del primer fratricidio, ni más ni
menos que en la leyenda hebrea, verdaderamente trastrocada, de Caín y Abel, que
ya puntualizamos en anterior capítulo. El hecho ocurría, según indicios de los
clásicos, en la famosa luna de abril de 753, antes de nuestra Era: la luna sagrada de Bairán, en Oriente; la
luna de los grandes sacrificios del año entre
druidas y mexicas; la luna pascual del
Cordero hebreo, y del Cordero cristiano también, símbolo todo
ello de ese gran deicidio cometido por la humanidad al substituir la primitiva Religión de la Naturaleza (Sabiduría de
las Edades, Ciencia cainita o Jina, en una palabra, Teosofía) por los demás
cultos dogmáticos, vulgares o exotéricos: el
fas, por el jus.
Vióse,
pues, perdido ya en la Ciudad Eterna el culto solar de los viejos quírites con
el triunfo de la necromancia de Rómulo sobre la buena Magia de Rama o Remo; aquél se refugió en la
Iniciación de los Misterios mayores y menores, siglos después conocidos por
Augusto también, y la feliz doctrina que los dos hermanos aprendiesen de niños
bajo la férula tutelar de Fausto o Fauno (la
Naturaleza) y de Acca, su
"mujer", su contraparte femenina, en la feliz Accadia o Arcadia de los
jinas y sus Campos Elíseos, de Helios, o
del Sol, fué substituída por las
necromancias de los arúspices, los sacrificios de animales y aun los
sacrificios humanos (salus populi,
suprema lex est), que aun en el Código de las XII Tablas se establece.
Desde entonces. igual que la Verdad en
la fábula de Lichtwehr, Acca, la
Buena Madre isiaca o jina, yace oculta en el desierto, en el valle remoto, en
el lugar inaccesible para los hombres profanadores, con todas sus enseñanzas,
que habrán de volver algún día a reinar entre los hombres, cuando éstos, dando
de lado a sus supersticiones, prejuicios, necromancias y egoísmos, se convenzan
de que la Religión Primitiva, como el jorobadito de la leyenda de Los siete barberos, de Las mil
y una noches, a quien se creía muerto por "un parsi, un judío, un cristiano y un mahometano", no está sino dormida.
Sí;
hay que decido una vez más, ¡Y SIEMPRE! Sobre la Primitiva Religión-Sabiduría
Jina hase tendido desde antes de la catástrofe atlante el más tupido, el más
piadoso, al par que el más cruel de los velos. La simbólica estatua de la Diosa
Isis -la que es, fué, y será ha sido desde entonces, no sólo
"velada", sino "re-velada" o "vuelta a velar" del
modo más artero, a cada nueva religión y a cada nuevo dogma antropomórfico con
el que se ha ocultado la sola, LA ÚNICA RELIGIÓN DE LA NATURALEZA,
que fué la de nuestros primeros padres en el elíseo paraíso jina de la Edad de
Oro, y habrá de ser, al fin, la Religión única de nuestros hijos y de nuestros
nietos...
Cancellieri,
en su extraña obra Las siete cosas fatales
de la Roma Antigua, de la Roma eterna,
lo ha dicho con fúlgida claridad: "El Velo de Helena o de Iliona (el Velo de Maya, Ilusión, Ilus o "deno"), constituía la
mayor de las siete prendas sagradas que aseguraban la existencia y la
prosperidad de la Roma Antigua", y el Velo cubría y sigue cubriendo hasta
al nombre mismo de la Ciudad central de Italia, centro a su vez del lago mediterráneo, que es centro, en
fin, de la Eurasia, o sea de la mitad
occidental del Viejo Mundo. Sólo se
puede colegir que este nombre secreto de Roma, relacionado más de lo que
pudiera ensoñarse con su nombre bustrófodo o contrario de AMOR
(Buddha, en sánscrito), era un nombre
genuina y sublimemente "jina", pues como dice, sin quizá saberlo
bien, el propio César Cantú (Historia
Universal, libro III, cap. 23): "Los augures -yo diría arúspices- eran tenidos por superiores
hasta a los dioses mismos (cosa instituída también por el brahmán, cuando dice:
"Yo soy Él", y por San Pablo, cuando asegura que "hasta los
mismos ángeles o "dioses" habrán de ser juzgados por nosotros los
Hombres", que aun hoy pueden evocados, con riesgo siempre enorme, por la
Teurgia). Cuando fueron consultados por el Senado romano con arreglo al
estricto rito antiguo, conservado aún en la reforma de Numa Pompilio,
accedieron a que, para el ensanche del viejo recinto del templo de Jano se
fuesen proscribiendo, uno después de otro, los altares que lo impedían; pero no quisieron bajo ningún concepto, el
retirar los de los dioses Término -el It tan econocido- y juventus, o sea Juvenca, la Ternero de Isis, por ser entrambas divinidades excelsas
pertenecientes a la religión de los genios (JINAS),
creencia que, según hemos visto, era la de los antiguos moradores de la
península itálica". Por supuesto, y como siempre, no había tal
"ensanche físico del Templo", sino el "ensanche moral"
-léase estrechamiento de la vieja Religión- en aras del nuevo y antropolátrico
culto. Terminus o lt era la humana Fuerza Trascendente o Espiritual
que, con el "Tema de su Justificación", venció a la necromancia
atlante, y Flora o luvenca era la femenina Fuerza Mental o fuerza jina.
El
tal nombre secreto de Roma, como mantram mágico,
sólo era proferido en voz baja por el Pontífice en el acto del Gran Sacrificio.
También era sacerdotal, aunque no tanto, el de Flora, que se celebraba cuando
las fiestas Florales, y que dió lugar
al nombre de la ciudad de Florencia. El civil o vulgar de Roma, según el propio
Cantú, venía del griego Ρώμη, fuerza, o más bien del de Ruma, que en lenguaje latino-etrusco
equivale a teta, y que ha conservado,
con cargo a su abolengo oriental, el caló
o lengua de los zíngaros (gitanos)
, más bien que en recuerdo de Remo y Rómulo, amamantados bajo la higuera Ruminal, en recuerdo de la letra griega
e o theta, que, como ya vimos, es el
anagrama de Jano o de lo. El propio Guillermo Schlegel, acordándose del
Πουδασασσύρες
de Homero, acepta la etimología, aunque aplicándola a las colinas romanas,
"tetas" también, como en varios lenguajes se dice de los cerros
redondeados o graníticos. No conviene olvidar, además, que hay quizá siete Romas simbólicas, unas debajo de
otras, a la manera de las siete Troyas descubiertas por el doctor Schliemann; y
que tras la Roma republicana y de los Césares está la de Rómulo, Numa, Tulo
Hostilio y Anco-Marcio; pero aún más hondo pueden evidenciarse etimológicamente
la Roma vasco-española, heterosca o etrusca; luego, la PARSI; después, la caldaica o sabea, y, por fin, la jaína y
la atlante. Por eso, los
"guerreros sabinos equivalen a los grandes chatryias prebrahmánicos, substituídos por el sacerdote o
hierofante etrusco, acompañado por otro patriciado guerrero al estilo parsi,
que destronó todos esos cultos arcaicos del Capitolio, y fué, a su vez,
kármicamente destronado por los plebeyos.
En
cuanto a los himnos de la Fraternidad
jina de los Arvales, merecerían capítulo aparte por su arcaico e
incomprensible texto, la desesperación de los mejores latinistas. Quintiliano
dudaba ya en su tiempo de que los entendiesen ni aun los mismos sacerdotes
sabios que los cantaban, cual pasa hoy en la Iglesia Romana con el sentido
iniciático de algunos de sus himnos, tales como el Dies Irae. Varrón (De lingua
latina) nos da un fragmento de ellos, el que empieza Choroiauloidos Ero, y que, según el arreglo de Grotefend, canta a
la Edad de Oro de Ceres, la Buena
Madre, nombre místico de Jana o la
Luna, y a su reino como el mejor de todos los de la Tierra, sin que se haya
alcanzado aún a interpretar aquel de la Orthographia
de Terencio Scauro, que empieza "Cume Poinas", y alude a un
sagrado Monte, que no es otro sino el
consabido del Grial, o Monte Santo, a
nuestro modesto juicio. En cuanto a los fragmentos que se descubrieron en la
sacristía de San Pedro en 1778, unos empiezan con la expresiva frase de “Enos lases juvata", cuyas palabras
Enos lases han sido interpretadas por
Hermann, por "Nos lares", cuando en realidad se refieren a Enos, Eneas o Jano (del verbo eno, enas,
enam, "salir del agua nadando"), como Lha, o jefe de los lares, espíritus naturales o, "jinas",
prototipo, por tanto, que dirían los ofitas y las gnósticos, de Ennoea, enoia o. la inteligencia (nous). El "Júpiter
Gra Bobi”, o "conductor de la vaca" es, en fin, un recuerdo
saliobuddhista, bien entendida no. del Buddha Gautama de Kapilavastu, sino de otro alguno de las Buddhas o
Tirtankaras jaínos, de las que hemos hecho mención en tantos lugares de esta Biblioteca. Bobe o bue, en efecto, según Calepino, es un "animale noto", taurus o bos.
Y
ya que del Cume-Poinas, o Monte
Santo, hemos hablado, natural es que consagremos unas líneas a ese célebre
personaje cumeano, que se llamó la
Sibila de Cumas, aludida genéricamente par el más extraño de los himnos
eclesiásticos romanos: el Dies Irae, prueba
clara de que sabía de ella hasta San Jerónimo mismo...
Sibyla o
Sibulla, como enseñan las
Enciclopedias, es mero diminutivo de Sabus
o Sabius, o acaso más bien del
parsi so-sios, genitivo de Zeus. Constantes intérpretes de la
voluntad de las dioses, según la universal tradición mediterránea, equivalen a
las valas, o profetisas nórdicas, y
también a las druidesas galas y a las
pitonisas hebreas. De naturaleza
intermediaria entre los hombres y los dioses, participan del necromante y
mediumnístico carácter sacerdotal, psiquista e inferior asignado al simbolismo
ya dicho de las aves del célebre
poema de Aristófanes, pese a la inmensa autoridad que todos estos pueblos
occidentales de levadura ario-atlante le han asignado unánimemente. La primera
representante de esta dilatada dinastía ocultista fué, según Pausanias, la de
Samos, y según otras, la Sibila de Delphos o Sibila pítica (de Apolo, el Sol). Según el paganismo decadente que
siguió muchos siglos después de olvidado el jainismo o cainismo primitivo, era
ella hija de Júpiter y de la gran Lamia, vengadora y terrible hija de Neptuno,
esposo de Apolo (el Sol) y con
cuantos caracteres se asignan, por consiguiente, a Io (la Luna).
Cuantas
sibilas ha conocido la historia ostentan los mismos caracteres, siendo muy
notable, entre ellas, la Troyana a Eritrea ("la sibila morena",
"la Isis negra"), que vivió luego en Samos, Claras, Delos y Delfos,
gozando de la eterna compañía de Hermes-Mercurio. y de las ninfas, según reza
el epitafio del bosque sagrado de Apolo. Smintheo. Vivían las sibilas bajo la
acción secreta sacerdotal, como instrumentos dóciles de los Colegios de éstas (Manteion), y sufriendo el llamado frenesí mántico, especie de acceso
histérico.-epileptiforme o "trance" espiritista. Sus oráculos,
oscuros, complicados y casi siempre en versos sentenciosos, tenían el
discutible valor de toda comunicación medianímica entre este y el otro mundo,
valor en triste hora asignado como substituto peligrosísimo a esa camunicación
directa y única que establecer deben
con lo Desconocido la virtud y la ciencia, sin intermediario sacerdotal alguno.
Otras sibilas, o "sabias mujeres", célebres en los fastos históricos,
fueron, a más de la Erythreia y la Delphica, la de Eudor, mencionada en el
bíblico Libro de los Reyes; la frigia
de Ancyra (Gergis); la Helespontina o
troyana; la de Eubea; la BEOCIA, designada por Elieno con el nombre de
Bacis- de "bazo", "yo
hablo", aludiendo a que parecía dar sus oráculos por el ombligo (órgano
astral) , al modo de los ventrílocuos, Chresmoi
Sibulliacoi, como también se solía llamarlos-. La colonia calcídica de Eubea
en Italia creó, en fin, en la región vecina al dormido Vesubio y en los rientes
campos del actual golfo de Nápoles aquella celebérrima Sibila de Cumas, alma de
toda la historia romana hasta el Imperio, y aun de la historia eclesiástica que
se desarrolló después.
En
efecto, a la Sibila Cumeana, cantada ya por Virgilio, y cuya existencia
milenaria y mágica ya estaba en el año setecientos
de sus días en los tiempos del troyano Eneas cuando éste arribara con sus
naves a las playas del Lacio, se la consideraba recibiendo su inspiración
mántica bajo los vapores sulfúreos de la gruta del Averno, por donde entrara,
según Fenelón, el héroe Telémaco para buscar a su padre Ulises en los Campos
jinas, Ulíseos o Elíseos, no lejos del laberinto astral-jina que Dédalo alzó en
honor de Apolo, el .inspirador sibilino de aquella mujer-espectro, temible melanchrene, que diría Aristóteles. Los
otros nombres de la sibila cumeana, tales como los de Herófila, Demópea,
Femónea, Deiphobea, Amaltea, Nebia, Cimeriana, etc., merecerían por sí un
capítulo especial en este libro, ya que este último nombre, por ejemplo, alude
a la raza liliputiense y jina de los míticos cimerianos, verdaderos nibelungos
de sus galerías, hombres-hormigas, en fin, de los que han quedado indelebles
huellas aun en las propias pinturas
rupestres, tan equivocadamente empezadas a estudiar hoy por los científicos
de nuestros días.
Cicerón,
en su discurso noveno contra Verres, nos habla de ella y de sus libros vendidos
al rey Tarquino, y que el Senado romano custodió en urna de pórfido como el
tesoro más preciado, hasta que fueron quemados por orden de Syla, por encerrar
los secretos de la falsa religión establecida. El abate Martigny nos habla de
otros antiquísimos restos de doctrina sibilina, formada, dice, en el año 138,
con traducciones y "agadas" bíblicas [176]. Taciano y su discípulo
Teofrasto de Antioquía, en el proemio de los 80 versos sibilinos, conservados
en su A ulycus A utolicus, según las
enciclopedias, no ve en tales Oráculos
sibilinos sino la forma grecorromana de los Libros de Profedas hebreos [177].
Y
nada más lógico, porque la más remota filiación de cuantas colecciones
profético-didácticas corren por el mundo con el nombre de Oráculos sibilinos, se halla, como insinúa la Maestra H. P. R, en
el antiquísimo Libro etíope-atlante de
Henoch o Enoch, libro
"jaino", del que ya nos hemos ocupado en anterior capítulo. Con ello,
además, se comprende que M. Alexandre haya podido llenar varias páginas de
bibliografía enciclopédica con oráculos sibilino-espiritistas antiguos,
medioevales, y demás "agadas" fabricadas por cristianos y judíos.
La
Magia Blanca y la Negra repartiéndose el imperio del mundo. - Iniciados y
sacerdotes. - A la Teogonia primitiva sucedió la adoración de los hombres
divinizados, a veces perversos. - Sófocles, Epifanio y Cedreno. - Los titanes
contra Saturno. - Jehovah-Jove, dios inferior de la generación. - ¡Las almas
carecen de sexo!- Persia y el paganismo. - El "Chronicon alejandrino".
- Cómo naciera el mito de Júpiter. - Correlaciones entre el mito nórdico, el
griego y el persa. - Ocultación de la primitiva Sabiduria jina. -
Osiris-Tiphon.- Los jinas se hicieron invisibles para los hombres adánicos. -
Saturno-Israel. - Loa hombres divinos o "reyes-pastores". - El
reparto de la tierra entre los tres hijos de Saturno. - El paraiso-jina de
entonces o "Jardín de las Hespérides". - Héspero-Hércules, después de
haber guiado a los hombres vuela al mundo de los jinas. - Maravillas jino-tartesias,
según los clásicos. - Testimonio de San Agustin. - Sumisos y rebeldes. - Los
titanes ibéricos. - Hércules es un titán jina.La radical tan en la toponimia
universal. - Nisa. - La saeta mágica de Hércules y la brújula. - Los famosos
"bueyes del sol" fueron los primitivos navios o "esciphos".
- El mito de Hércules encierra en sí toda la historia primitiva.
Para
hacerse perfecto cargo de cómo pudo pasar la Religión Natural o Primitiva Sabiduría jina hasta el
degradado estado religioso conocido con el nombre de Paganismo y Mosaísmo, es
preciso que nos remontemos a las últimas épocas de la Atlántida, cuando, como
en tomos anteriores llevamos dicho, la dicha Sabiduría se dividió en los dos
Senderos de la Diestra, o Magia Blanca, y de la Siniestra, o Magia Negra, que, desde
entonces, como la Inercia y el Movimiento, se reparten el imperio del mundo.
En
efecto, los partidarios de este último sendero de perdición crearon un
sacerdocio con el exclusivo objeto de aplicar las altas Verdades primitivas a
sus particulares egoísmos, cual a "lobos con piel de oveja", según la
divina frase evangélica, en daño de las clases menos evolucionadas que les
seguían. Los otros, los Iniciados, en cambio, hicieron cada vez más secretas o
esotéricas aquellas Verdades, creando los Misterios. Los unos, desde entonces, dividen para vencer, mientras que los
otros unen para resistir al tenor del
único Dogma Humano, que es el de la universal FRATERNIDAD"
proclamada por esos Seres Superiores o Hermanos Mayores de las Razas que se han
llamado Melchisedec, Rama, Krishna, Zoroastro, Hermes, Odín, Arjuna, Hércules,
Orfeo, Sanconiaton, Moisés" Sinto, Confucio, Buddha, Jesús, etc., o sean
los Tirtankaras de los jainos; ""Buddhas de la Confesión", según
consta en los Anales tibetanos y mogoles.
Dada,
pues, la creciente y necesaria ocultación de aquellas Verdades, el campo
histórico, único que conocemos (y pésimamente, por cierto), quedó, como era
natural, aparentemente por aquellos. A la Teogonía
de los dioses y semidioses substituyó la de los héroes, quienes, lejos de
ser considerados como discípulos y continuadores de la obra redentora de
aquéllos, han sido eumerizados más y más, hasta ser objeto de un culto grosero [178]. Para complemento de la
nefasta obra a muchos "héroes del mal" se les reputó como seres divinos,
precipitando la caída, y a los viejos Maestros, en fin, se les cambió el
nombre, haciendo de sus simbolismos trascendentales "cosas reales y
tangibles"; quiero decir, cosas humanas, en lugar de superhumanas o
divinas. Es cuando la Virgen Astrea, o
Justicia de las Edades de Oro y de Plata, huyendo de la maldad de los hombres,
hubo de retirarse al "mundo de los jinas", y ese Tercer Ojo de
Dagma" del Cíclope o de la glándula pineal con el que dicho mundo es
visible, cesó de funcionar, quedando sólo sus primitivas videncias como
"intuición genial o jina", no sin que ese mismo y perverso mundo
inferior en el que yacemos, como
verdaderos ciegos de aquel supremo Ojo, le siga denigrando desde entonces
con el equivocado epíteto de "fantasías". Los titanes inferiores así sublevados, según reza el mito"
lograron desterrar a Saturno o Jano de la Tierra, Tierra feliz entonces y desde
entonces, desgraciada, con el dolor, la enfermedad y la muerte como triste
herencia del Pandaura o Pandora.
Atlas,
o sea la Mala Magia atlante, se sublevó así, según la Mitologia grecorromana,
contra Jano-Saturno, desterrándole del cielo, del cielo humano se entiende, y
entronizando en su lugar a Júpiter, Io-pitar "el padre de Io", en
nominativo, y en genitivo lové o lod-eve, es decir, el emblema jehovático
de lo masculino y de lo femenino, o símbolo, no ya de la Emanación y del Dios
Desconocido y sin Nombre de los tartesios y demás primitivos, sino de la
Generación, acto augusto al que debemos la vida física, pero puramente animal o
inferior, como claramente indica el Evangelio, al decir (Mateo, XXII) que
"en el otro mundo no se vive ya como hombres y mujeres, sino como ángeles
en el cielo", dado que allí la evolución animal o del sexo queda
absolutamente abolida o trascendida.
Persia,
por el larguísimo tiempo que en ella imperaron los magos, antes de pasar al
estado guerrero o militarista con que se nos presenta en la historia antigua,
es acaso el país que mejor conserva estas tradiciones de las postrimerías
atlantes, pudiendo, por consiguiente, sus leyendas explicar muchos puntos
obscuros del paganismo mediterráneo que conocemos. Un historiador español, cuya
obra está casi perdida, el doctor Francisco Javier Manuel de la Huerta y Vega,
en su España primitiva o Historia de sus reyes y monarcas desde su
población hasta Cristo [179],
nos da acerca de esto los detalles más peregrinos e imprevistos.
Dicho
sabio, al cantar las antiquísimas glorias atlante-hispanas de nuestra
Península, nos hace el historial de Saturno y de los primeros reyes de Asiria,
Asur o Asura diciendo, con cargo al
folio 85 del Cronicón Alexandrinus:
"Saturno
tuvo por hijo a Pico, al cual sus padres, por el planeta de su nacimiento,
llamaron Júpiter. Tuvo también Saturno otro hijo llamado Nino y una hija
llamada Hera o luna, a la cual, por gracia, llamaron Némesis conyugal, porque quería lo bueno y lo justo. De ésta, Pico
o Júpiter tuvo un hijo, al cual, por la celeridad y agudeza de ingenio, llamó
Belo. Pero Saturno, dejando a Pico-Júpiter rey de Asiria y con él a su mujer
Rhea o Semíramis, acompañado de muchas tropas y de otros generosos varones,
pasó a Occidente".
Y
añade luego: "Pico o Júpiter vivió 120 años y tuvo muchos hijos e hijas,
de mujeres hermosísimas, a saber: Fauno, al que Júpiter llamó por el planeta
Mercurio; a Hércules, y después a Perseo, de Dánae, mujer hermosa, hija de
Acrisio Argivo, de la cual Eurípides, en su tragedia, dice que fué echada en
una arquilla al mar; pero Brucio, el historiador, dice que ella fué encerrada
en una torre que daba al mar, y que con mucho oro fué inducida por Pico o
Júpiter para que se precipitase en aquél, de donde se apresuró a salvarla y
robarla, pues era hermosísima".
En
el párrafo copiado nos encontramos de buenas a primeras con unas cuantas cosas
interesantes. Por de pronto, aquí vemos a un rey asirio e hijo de otro rey,
eumerizado hasta hacerle a su muerte Señor de Cielos y Tierra, desposado con
Hera, Jana o Juno, como el Wotan nórdico wagneriano está desposado con la
terrible Frika o Frigia, la también Némesis conyugal, enemiga
irreconciliable de la raza de los welsungos, rebeldes o jinas, como se ve en La Walkyria. De este monstruoso
matrimonio nació Bdo, que es a quiennuestros historiadores reputan como primero
de los reyes asiriobabilonios. También se ve al primitivo Hermes egipcio o Herman, el
Señor-Hombre transformado en Mercurio, o, como si dijéramos, "el dios de
la curia", no ya el Dios Desconocido primitivo. En cuanto al robo de Dánae
o Diana, la Luna argiva o de los
argonautas, es por un lado, la paráfrasis parsi de la Sita o Tais del Ramayana, y el precedente para la
leyenda grecotroyana del robo de Helena. Finalmente, acaso por error de
transcripciones, el tal Pico no es sino nuestro legendario Picio, prototipo de la fealdad verdaderamente monstruosa de un rey
o dios tan impúdicamente perverso
como el Júpiter del Olimpo grecolatino. Sin embargo, entiéndase bien, estas
nuestras interpretaciones teosóficas estaban harto lejos del pensamiento de
Huerta y Vega, inclinado, como era natural en su época e ideas, más bien a interpretar
a la inversa todos estos mitos, o sea haciendo "buenos" a los
personajes malos, y recíprocamente [180].
En
cuanto al hecho de la ocultación de la Sabiduría primitiva, está él muy bien
narrado por Huerta y Vega, respecto de otro país tan ligado en la remota
antigüedad con la Persia, o sea el Egipto, confirmándolo con las
correspondientes citas de los clásicos, altamente significativas, como todas
las suyas, puesto que dice:
"Los
sacerdotes egipcios y muchos poetas dicen que, habiéndose juntado muchos dioses
en Egipto, vino también allí de repente Typhon, acérrimo titán gigante y muy
enemigo de los dioses, de cuyo temor poseídos ellos se convirtieron en otra
figura: Mercurio, en Ibis; Apolo, en el ave Treicia (cuervo), que es la grulla;
Diana, en gato; Júpiter, en carnero; Baco o Pan, en cabrón; Juno, en vaca;
Venus, en pez, por lo cual enseñan que los egipcios no permiten que aquellos
animales sean violados, porque se llaman imágenes de los dioses. En el mismo
tiempo dicen que Pan se arrojó al río y mudó la parte posterior de su cuerpo en
macho cabrío, y así huyó de Typhon, cuyo pensamiento, admirándole Júpiter,
colocó su efigie entre los astros", (Higinio, 1. 2, Astronomía). (Ovidio, 1. 5, Metam.).
Después
de derrotados los gigantes por los dioses, la Tierra, indignada más agriamente.
se mezcló al Tártaro y parió en Sicilia a Typhon que constaba de dos
naturalezas: fiera y humana" (Apol. 1, 1).
“Typhon,
con las colas de sus víboras, detuvo a Júpiter, y, quitándole las armas, le
cortó los nervios de pies y manos, y poniéndole en sus hombro le llevó a
Cilicia, donde le encerró en la cueva Corycia, y del mismo modo colocó allí los
nervios cortados, ocultos en una piel de oso, y puso por guarda a una serpiente
llamada Delphin que era medio mujer, medio fiera. Entre tanto. Mercurio y
Pan" hurtando los nervios, se los restituyeron a Júpiter". (Apol. 1.
1) .
Esta
serpiente Typhon, por último, es la serpiente Phiston o Pitón, de la
que Nigidio escribe: "El Capricornio alcanzó honores inmortales en el
tiempo en que Python tenía su cueva en el monte Tauro, y poseía el Egipto,
pensando resistir a los dioses, a los cuales aconsejó, porque ni querían dejar
la Tierra ni exponerse a la crueldad de Pitón, y así, cada uno a su arbitrio,
mudó su figura en la que quiso: de bestia, ave, pez o ganado..."
(Germánico César, in Aratios). "Huyendo,
en fin, Typhon de Júpiter, se refugió en el monte Nysa; pero viendo que éste
aún le perseguía, se refugió en la Thracia, y trabada allí la batalla arrojó,
en su defensa. montes enteros, que fueron desechos por los rayos de Júpiter; y
porque en aquel monte se derramó mucha sangre, se le llamó Hemus o Bal-kan". (Apolonio). "Júpiter lanzó también
encima del titán Encelado al monte Etna"[181].
En
las anteriores citas clásicas, que podrían multiplicarse hasta lo
infinito" resalta el hecho originario de la idolatría o paganismo; es a
saber: el adorar el símbolo (gato, perro, ave, etc.) como la cosa en sí y, no como sublime medio representativo de las
verdades abstractas o trascendentes que ellos atesoraban: algo así como si se
confundiese en patológica metonimia colectiva el continente por el
contenido" la materia por la idea, la letra, en fin, que mata, por el
espíritu que vivifica. al tenor de la profecía del tres veces grande Hermes
Trimegisto, cuando dijo que llegaría un día en que los sagrados símbolos
matemáticos del pasado serían tomados como ídolos, degradando así los Misterios
de Isis. Otra cosa que claramente resalta es la de que ni los dioses (jinas)
querían dejar definitivamente la Tierra, ni podían ya convivir como antaño con
aquella humanidad pervertida y caída, por lo cual optaron por mudar de figura, es decir, retrayéndose de
manifestarse, ocultándose bajo el velo iniciático de la Diosa, en espera de
mejores días, cuya aurora presentimos ya en nuestro tiempo al comenzar a
traducir semejantes símbolos augusto [182].
Continuando
con Saturno-Jano y los ataques de que fuera víctima por parte de los Titanes
para destronarle, consignemos que tampoco pasó inadvertida para la perspicacia
de Huerta y Vega la conexión degradada del Saturno grecorromano y persa con el Ievo, Jove, Iod-He-ve o Jehovah, o Sabaoth hebreo, puesto que
más adelante dice: "A Saturno le llamaron los fenicios o sidonios Israel, según expresa Porphyrius (Apud Eusebium, de Preparatione, libro
I, cap. X), y a todos los compañeros de Illo
o Hylo, que es Saturno, se les
llamó Elolium, como dice de Sanchoniaton el citado Eusebio [183]. Además, los tres
patriarcas hijos de Noé (Enos o Saturno), llamados Sem, Cham y Jafet (o
Iaphoetus) son los tres respectivos de Saturno, Neptuno, Plutón y Júpiter.
Todos ellos reyes de Nínive y de Asiria, muy anteriores a Relo, a los que se
refiere Diodoro, con sucesos astutamente omitidos, como siempre que juega su
papel el falsificador Eusebio de Cesárea.
Por
cierto que el reparto que de la tierra hiciesen dichos tres hijos de
Noé-Saturno está referido en el Critias, de
Platón, en estos términos:
"Cuando los dioses se repartieron
la Tierra, tuvieron en cuenta la diversidad de regiones, porque no sería justo
el pensar que los dioses ignorasen lo que conviene a cada uno de ellos, y se
pusiesen a disputar para despojarse los unos a los otros. La justicia presidió,
por tanto, a semejante reparto, dando a cada uno la comarca que le era más
agradable, y en ella se establecieron, llevándose consigo los animales que les
pertenecían, del mismo modo que los pastores su ganado, no haciéndose
violencias personales, como los pastores, que conducen a palos a sus ganados,
sino tratando al hombre cual animal dócil y dirigiéndole desde lo alto de la
proa como con una especie de timón,
es decir, con la persuasión que ejercían sobre sus almas, al tenor de sus vidas
respectivas, pues esta y no otra es la manera como conducen a la especie humana
toda. Así, las diversas comarcas pertenecieron a sus respectivos dioses, y
fueron gobernadas por ellos".
En
el citado "reparto" de la Tierra entre los tres hijos de Saturno,
nuestra España, como península vecina al mar de la gran catástrofe, hubo de
corresponderle a Neptuno o Poseidonio, que diera también nombre a la última
isla del inmenso continente sumergido, frontera a "las columnas de
Hércules", y el nombre de Poseidonis (del que po!' corrupción acaso se
formó el de los sidonios o
protofenicios) fué conservado por esos españoles de Libia tan relacionados,
paleontológicamente, con los hombres de Cro-Magnón de nuestros antropólogos.
Desbaratados, según Trogo Pompeyo (libro 44) los titanes enemigos de los dioses
(o sea los titanes buenos, sublevados,
a su vez, contra Júpiter) , se dice que "fueron precipitados al negro
Tártaro", cuando en realidad fueron llamados los errantes o peregrinos
(cometas), porque no hicieron, según Sanchoniaton (Huerta y Vega), sino
retirarse al paraíso occidental de los llanos artesios, 00 sea ese iniciático Jardín de las Hespérides, que, sepultado
y todo frente a Tánger, aún es un jardín submarino, cuya riqueza, en flora
acuática, ha llamado grandemente la atención a telegrafistas nuestros, como mi
sabio amigo don Luis Brunet, al hacer los sondeos preliminares para el tendido
del cable transatlántico que une a la península con las islas Canarias o
Atlantes, las también llamadas Islas
Afortunadas, quizá por análogas causas [184].
Hesiodo
y Homero, entre los antiguos, y el vidente Verdaguer, entre los modernos, han
cantado con plectro de oro las singulares bellezas de este paraíso de los
jinas, centro iniciático donde los titanes, gloriosos partidarios de la
Religión primitiva, hubieron de refugiarse, quizá durante siglos, en el rincón
occidental del mundo y último resto de la perdida Atlántida, donde, custodiados
por el Dragón de la Sabiduría (Lucifer, el
Portador de Luz o Phosphoros), se
conservaban "las manzanas de oro que daban la ciencia, el elixir de vida y
la eterna juventud", fruta del bien
y del mal, manzanas de Freya y de Eva, que también pueden dar la muerte con
la perversidad necromante de los que desde entonces acá han empleado los dones
celestes iniciáticos en contra de los supremos intereses de la Humanidad. Por
eso, en la dedicatoria de La Atlántida, el
santo de "Mossén Xinto" se entristece por no poder ofrecer ya flor ni
fruto del sagrado naranjo, sino
"sólo unas hojas de ese árbol", hermosísimas, sin embargo, y a las
que acompañan como flor de divina inspiración las delicias de ese canto II en
que describe el iniciático "Huerto"; del IV, en el que, así como
Wotan hace de una de las ramas de ese "Arbol del Mundo" la sagrada
"Lanza quiritaria de los Pactos", el Hércules hespérico planta cerca
de Gades otra virgen rama, antes de partir en dos con su maza, martillo o tau los montes del istmo libio-ibero
para abrir el estrecho y alzar las columnas de su nombre, y, en fin, del draga o "árbol de la mala
magia" de su rival Gerión, que en el canto VII "llora sangre"
sobre su tumba, mientras que en Gades retoña el huerto con todas las delicias que aún se recuerdan de los tartesios
y de su rey y fundador Gadir o Gadírico, por otro nombre Emmelo, sucesor, según
La Atlántida, de Platón, de Neptuno o
Bósphoro (el conductor de la Vaca) y de Clitones, la hija de Atlas, prototipo este
último de la sepultada raza que aún "sostiene el mundo sobre sus
hombros" [185].
Y
buena prueba de las delicias de aquellos paraísos jinas, turdetanos y tartesios son las mismas palabras de los
clásicos. Así, el juicioso Polibio, al cantar las maravillas del palacio de
Menelao, no sabe comparadas con las de los régulos tartesios, "que en
medio del atrio (cual vimos de los incas) tenían vasos de plata y oro llenos de
ese vino de cebada" o cerveza, que
también viéramos en los gallegos paraísos
de los Tuatha de la verde Erín; Tito Livio los llama también régulos, porque
dependían, como los de toda la comarca del Miño, Duero y Tajo, de los
emperadores de la Atlántida (libro XXVII, cap. XXX) ; Diodoro Sículo (v. 2)
hace el elogio del rico A urison, potentísimo
rey ibero; el historiador hebreo josepho Gerionides (Ministerio, 1541), en su
obra publicada en Venecia, formula sus escrúpulos acerca de que el robo que
hizo Herodes de la mujer del rey de los hispanos cuando aquí vino desterrado,
recuerda no poco a lo que con el rey de Egipto aconteciese a Abraham y a su
esposa Sahara. Finalmente, San Agustín (De
Civil. Dei) libro VIII) canta a su modo aquel paraíso diciendo:
"Antes
de que se hallasen en España las venas de plata y oro, las guerras no existían,
y muchos de sus hijos del país se consagraron al estudio de la Filosofía. Los
pueblos vivieron seguros y quietos con santísimas costumbres; cada pueblo se
regía por el Magistrado, nombrado cada año por los varones de más excelsa
erudición y piedad. Las cosas todas se regulaban por lo bueno y por lo justo,
no por el número de leyes, aunque se dice que hubo algunas escritas y de
grandísima antigüedad, sobre todo entre los turdetanos. Los ciudadanos no
tenían entre sí pleitos ni controversias, y si algunas había eran de la
emulación en la virtud, la naturaleza de Dios, la razón y las buenas
costumbres. Los hombres eruditos, en determinados días, controvertían
públicamente de estas cosas, y también asistían mujeres a tales
certámenes".
El
resumen de cuanto venimos diciendo es que toda la historia clásico-latina de
España, menospreciada hoy como fábula por desaprensivas gentes que tienen el
don funesto de esterilizarlo todo, es que en toda la zona occidental de Europa,
antes de llegarse a los tiempos que llamamos históricos, acaecieron colosales
luchas religiosas como triste herencia de la Atlántida, las cuales están
simbolizadas en las luchas de los Titanes, ora contra Urano, primero, ora
contra Saturno, su hijo, ora, en fin, contra Júpiter, venciendo al primero y
siendo vencidos por el último y aun por el segundo. Aquellos "hijos del
dios Término" (el dios It o Ti, cap. X de De gentes del otro mundo) para los cultos vulgares equivalían y
siguen equivaliendo a asuras, welsungos,
philis-theos, daimontes, tuathas y demás enemigos de los dioses exotéricos,
de los dioses-hombres, nacidos de mujer, de los que tan pródigo se mostró desde
el primer momento el antropomórfico o idolátrico paganismo. Pero ellos, en
verdad, representaban la espiritualidad, el deber, el sacrificio, la Ciencia-Religión
primitiva o jina, frente a las
pasiones inferiores del hombre, cada una de las cuales, loh, ceguedad humana!,
tenía un dios, un animal, un altar y un culto. Desterradas las nobles gentes
jinas en Persia e India, primero, en el Mediterráneo oriental y en Egipto
después, como más o menos llevamos apuntado, aún perduraron largos lustros en
Occidente, a la manera del Sol, su imagen y su cuna (que diría Plutarco), quien cuarldo se oculta en aquellos
países, aún sigue alumbrando algunas horas después en éstos, mientras Véspero (el planeta Venus en su
elongación a la izquierda del Sol) todavía perdura entre tanto en aquéllos,
recordándoles ¡;'elancólico el Sol que ya no luce para ellos y sí para los
otros. . .
y
tan inmensa y decisiva fué esta influencia. que de Titanes y Titania derivan
todos los más viejos nombres ibéricos: Lusitania,
Carpetania, Turdetania, Aquitania, Britania, Mauritania, Tingitania, Edetania,
]acetania, Suesetania, Igeditania, Auritania, Contestania, Iliberitania y
otras más. Pero como los tales rebeldes Titanes provenían de sangre
ario-atlante de la Buena Ley, y habían venido de Oriente a la Atlántida en los
dos días postreros de ésta, antes los vemos en los Tanis de Egipto, rechazando según Anquetil los ataques más
furiosos, y en los atenienses, cuyos heroísmos relatara el sacerdote de Sais, o
Issa, a Solón, y que Platón nos ha
transmitido en sus Diálogos. El mismo
Libro de los Números (cap. XIII), los
Psalmas (LXXVII) e Isalas (cap. XIX), nos hablan de tales Titamin, Tsoan, Zoan o Chohan, nombres a su vez que sirven de
puente para entroncar todas estas rebeldías
con las más viejas aún y ya cosmogónicas que se leen en las Estancias de Dzyan, comentadas por la
Maestra H. P. B.[186].
El
prototipo de los verdaderos titanes o jinas
fué Hércules, personaje que parece establecer el lazo entre la prehistoria
y la historia, la verdad pura y el mito que la oculta. Es el más divino de los
héroes y el más heroico de los hombres, y puede asegurarse que en todo país y
en todo rinconcito del mundo tiene un nombre, habiendo ya nosotros apuntado
algunos de ellos en capítulos anteriores. A la cabeza de los testimonios
grecolatinos sobre él están los de Hesiodo (Theogonía,
v. 983), Justino (libro XLIV) y Cedreno (Annales,
folio 16), quienes nos le presentan, según ya vimos, entre las gentes del
Gaedhil y de la Galia como un mago (og-ma)
y "como el primero que enseñó la Filosofía en su tiempo, por lo que sus
contemporáneos le colocaron en el número de los dioses". Sigue luego el de
Diodoro de Sicilia, quien, sin violar el secreto iniciático sobre el que tenía
que guardar silencio, nos da simbólicamente las líneas generales de la vida del
Adepto de este nombre, quien, con el verdadero de Hari-Kulas (de Hari, Sol,
y Kulas; familia) figura en el
Rajistán hindú (su país originario), y con el de Hari-Mukh (el Sol manifestado) aún da nombre a una de las altas
cimas al norte de Kashmir o Cachemira, en recuerdo también del antiquísimo Hari-Mukh egipcio. He aquí, en resumen,
lo que nos enseña Diodoro (libro IV) , y que Huerta y Vega nos transcribe:
"Se
dice que Ammón fuérey de Libia, y se casó con Rhea, hija de Uranio [187] y hermana de Saturno y
de los demás titanes; que, visitando el reino, se enamoró de una doncella muy
hermosa, llamada Amalthea, y engendró
en ella un hijo, insigne en la hermosura y fortaleza del cuerpo. A Amalthea la
hizo señora de la costa vecina, que en la figura era semejante al cuerno de un
buey, por lo cual se llamó Cuerno Occidental; y porque aquella región era
fertilísima en viñas y otros árboles fructíferos, y estaba regida por una
mujer, la llamaron Cuerno de Amalthea. Ammón,
recelándose de Rhea, llevó al niño a la ciudad de Nisa, alejada de aquellos
sitios, y para criarle oculto, eligió una isla rodeada por el río Tritón,
cercada por todas partes de precipicios, y con una sola entrada muy difícil,
que llaman Puertas de Nisa. En ella
dió el niño, para que lo criase, a Nisa, hija
de Aristeo, y a éste le dió el
gobierno de la ciudad, para que, como varón sabio y erudito, evitase las
asechanzas de su madrastra Rhea, y la custodia del niño la entregó a su hija
Minerva, que, poco antes, había engendrado junto al río Tritón, por lo cual fué
llamada Tritonia [188]."
Diodoro
prosigue: "Que educado en Nysa e instruído en la enseñanza, no sólo fué
excelente en la hermosura y el valor, sino también por la invención de muchas
cosas útiles a la vida humana". Entonces reinaba en Creta o Idea júpiter
segundo o Lisanias. Este, dejando en la isla a sus hijos, pasó a la Arcadia, en
donde un tirano llamado Lycaon se alimentaba de carne humana. Derrotado éste,
se retiró a los montes, desde donde prosiguió infestando el país con muertes y
latrocinios. De una hija de este Lycaon, llamada Calixta, tuvo nuestro Lisanias
un hijo llamado Arcas, del que tomó nombre la Arcadia.
Cuando
Dionysio era un mancebo, enseñó a exprimir la uva y también a utilizar los
demás frutos, según los terrenos. Airada Rhea de la virtud de Dionysio, intentó
varias veces el quitarle la vida, pero, no habiéndolo logrado, se divorció de
Ammón, pasó al bando de los titanes, sus hermanos, y se Casó con Saturno.
Unidos los titanes con Saturno, dieron. la batalla a júpiter Ammón, y
habiéndole vencido, se vió precisado a pasar fugitivo a Creta, en donde
reinaban los Curetas, Allí se casó con Creta, hija del rey, y habiendo por ella
heredado el trono, llamó a la isla Idea, Creta, del nombre de su mujer [189].
La
saeta de Hércules, continúa diciendo Huerta y
Vega, no es sino la aguja magnética con la que se guió en sus expediciones
marítimas, y de aquí el nombre clásico
de ella, como piedra de Hércules o Heracles, piedra mágica, piedra magnesiana, etc., según Belonio (Observationes, II, 16) ; Cabeo (Philosophia Magnética, I, 6) ; Bunon (Ad Cluver, III, 30) ; Salmuth (Comentarios a Pancirol, I, 4) , y otros
que pueden verse en Solórzano (De jure
indiarum, I, 12), y en Pellicer (Lectiones Solemnes Aparato histórico, 11,
13). El escipho (esquife) es no un vaso para beber, sino la nave consabida
de sus expediciones increíbles. (Macrobio, Saturnalia,
V, 21, y Atheneo).
"Más
de esto diré poco -añade-, de las antigüedades griegas, es a saber: que
Hércules fué llevado en un vaso a la isla Erythrea de España, cosa que dicen
Panyasis, ilustre escritor de los griegos, Pherecides, de Siria, maestro de
Pitágoras y de Thales de Mileto, y cuyas palabras omito porque son más
propias de la fábula que de la historia. Mi sentir es que Hércules atravesó el
mar en un navío que tenía por nombre Escypho.
De la misma suerte el Cántaro, el
Carchesio y la Cymba, afirmamos ser
nombres de navíos".
"Los bueyes del Sol, de
Homero, que pacían en siete partes, son navíos que estaban surtos en siete
playas de Trinacria. Los caballos de Aquiles, llamados Xantho y Balio, concebidos del Zéphiro y apacentados en el Océano, son navíos; los cuatro caballos de Héctor,
alimentados de trigo y vino,
demuestran ser navíos de víveres. Las yeguas de Diomedes, que pastaban de la
Thracia al Peloponeso y comían carne
humana, fueron armadas de piratas, como ya reconoció Eusthacio. Igual los
caballos de Rheso de Thracia y las
tres mil yeguas de Erichtonio, de Homero, El caballo Pegaso, de Belerophonte, navío fué, según lo indicó Palephato"
(De non Credenda Fabulae Narration). Julio
Pólux, en fin, en su Onomástica (lib.
I, cap. In), dice: "Hay unas naves líbicas que se llaman carneros y
cabritos, porque:: de sus pieles estaban forradas. Tal debió ser también el Toro que robó a Europa... En cuanto a
los curetes, son cretenses que
acompañaron a Hércules. Su verdadera patria fué más bien la Arcania"
(Hornero, Ilíada, 1, ver: 525;
Apolodorus, lib. 1, pág. 29; Plinio, lib. 4, capítulo 1; Strab., lib. 10).
"La Tartesia fué la nueva morada de los curetes, cuyo antiquísimo rey
Gargoris fué el primero que halló el arte de cultivar la miel" (Justino,
libro 44) .
"Después
que murió Hércules en España, se" deshizo su ejército, compuesto de muchas
naciones. Los persas, medos y armenios,
que pasaron Africa en navíos, ocuparon los lugares cercanos a nuestro mar; pero
los persas fueron más adentro del Océano" (Salustio, De Bello Ingurtha, capítulo XVIII; Plinio, lib. 3, cap. XI;
Estrabón, lib. 17; Ptolomeo, lib. 4, y Mela, lib. 3) . "Los persas o
ario-hindúes que le acompañaron fueron los pharusios", añaden las notas
del poema de Verdaguer, y Salustio confiesa paladinamente que aprendió en los libros
púnicos de Hiempsal, rey de Numidia, todo lo relativo a los arios de Hércules
cuando pasaron por Africa y en las costas del Mediterráneo acampaban bajo los
cascos de los navíos vueltos al revés, y de aquí los edificios rústicos de los
númidas llamados mapalia. Las navetas de las islas mediterráneas
recuerdan aún esta forma, como el hórreo asturiano recuerda al templo griego y
a la cabaña lacustre.
Finalmente,
quien desee hacerse perfecto cargo de todo lo que en lo humano (o sea en clave histórica) representa Hércules, que
lea el hermosísimo pasaje de Luciano, copiado en la página 208 y siguiente de De gentes del otro mundo, páginas en las
que damos una idea general de cómo en la remota antigüedad el mito de Hércules
está conexionado con todo el mundo primitivo, porque acaso él no es sino el
divino Shama o Shamana, el jina o "rey colectivo de todos los seres vivientes
de aquí abajo, que recorrió el mundo entero instruyendo a los hombres en sus
deberes respectivos, a cuyo efecto descendió desde su retiro de los montes Chaisagha (el monte de las saghas, urvalas o sibilas cainitas), y marchó primero hacia el Noroeste hasta la
confluencia del Altock y del Sindh, donde edificó a Tapasya (¿la ciudad de la Devoción?) , y dirigiéndose luego al NO
restableció las antiguas leyes y construyó sobre el Oxus a esa celebérrima
ciudad de Bamián, cuyas ruinas y estatuas son aún hoy el asombro del
viajero" como nos enseña Wilford (Assiatic
Researches, tomo VI, página 521) .
De
ser cierto esto, tendríamos la más preciosa de las pruebas para enlazar todos
estos capítulos de la historia humana primitiva con el capítulo VIII de esta
obra, primero del consagrado al estudio de los jinas, y en donde, al tenor de las luminosísimas indicaciones de la
Maestra H. P. B., ya vimos a los Lhas
Espíritus o Shamanos, viviendo en
un mundo jina, hoy para nosotros inasequible, pero que están siempre
dispuestos, como Maestros de la Sabiduría, a venir, tutelares, hacia nosotros,
siempre que, por el esfuerzo de nuestras virtudes y estudios, estemos
dispuestos a recorrer heroicos como Hércules
la mitad del camino o Sendero que
nos separa de ellos.
Kalkas
y el alfabeto numérico o calcídico. - De Subiaco a Roma, de Roma a Eubea y de
Eubea a Kalkas. - El pueblo maestro de los atlantes, según Bailly. - Las
ciudades calddicas de la Mogolia, Indochina, Sitia, Celesina, Lycia, Bitinia,
Tracia, Macedonia, Etolia, Eubea. Sicilia, Pisa. - Io o la Minerva calcídica. -
Las "aves" de Chalchis en la literatura universal. - Los pueblos del
bronce, "kalkas" o "celtas". - El calcídico monumental,
según Vitrubio y otros. - El calcídico de la hospitalidad primitiva. - Kalkas Y
los Kabires. - Los augures de Kalkas. - Las Sibilas calcídicas. - Los "cánnenes"
árabes y la poesía eclesiástica. - Calx-calcis o "piedra del
cálculo". – La "Chalchihuitl-cueye" o Minerva calcídica
mexicana. - El alfabeto tibetano. La primitiva numeración etrusca. -
Jeroglíficos numéricos o calcidios. - La quinquena, la veintena y la decena o
10. - Los "ogams" calcídicos. - Bibliografía del Gaedhil.
Cuando
en los capítulos VIII, IX y X hablamos de los jinas en Persia, México e
Irlanda, pasamos, gracias a preciosas indicaciones de la Maestra H. P. B., a
los originarios jinas de Asia, llámense ellos todas, shamanos o de otros varios modos, y cuyo centro o
capitalidad es la célebre región mogola, de Kalkas,
precedente notabilísimo de toda la historia primitiva de Grecia y de Roma.
Pero
este nombre de. Kalkas o Chalkas, a su vez, es una clave preciosa
que, bien manejada, puede suministrarnos las más extrañas indicaciones acerca
de un alfabeto primitivo, iniciático, numéríco, calcídico o jina, a base tanto de los restos del Gaedhil cuanto de
los principales alfabetos arcaicos. Esta curiosísima investigación acaso no
resulte, ni con mucho, clara y perfecta; pero otra cosa no puede hacerse hoy en
el estado de nuestros conocimientos. Con ello, y de pasada, habrán de quedar
comprobadas "científicamente" además algunas verdades fundamentales
de la Religión de los Estados o Doctrina Secreta, aparentemente perdidas para
el mundo.
Ninguna
de tales verdades troncales de la primitiva Sabiduría es desconocida, en
efecto, para sus actuales poseedores, los grandes iniciados del Tibet y de la
Mogolia, esos verdaderos pueblos Calcas,
Chalcas o Calcidios, de que
nuestra geografía y nuestra historia no de. jan de tener algún recuerdo,
gracias a los restos, esparcidos por todo el mundo, de sus antiquísimos y hoy
perdidos Misterios Iniciáticos, a base siempre de la Matemática, o sea del lenguaje propia y genuinamente calcidio,
lenguaje de los iniciados, lengua zend-zar
o "zendo real", padre del
sánscrito y abuelo de las demás
lenguas sabias: zendo, griego, latín, lituano, etc.
Dice,en
efecto, la magistral obra de Isaac Taylor, The
Alphabet, en su página 70, que "los copistas de Subiaco, Roma y
Venecia, en el siglo xv, usaron, recién inventada la imprenta, tipos latinos
tomados de las minúsculas de los siglos X y XI, tipos que provenían, por
cierto, de las letras iniciales de la época de Augusto, las que a su vez habían
sido empleadas tres siglos antes de J. C. en la Tumba de Escipión y en Los
tesoros del Vaticano, remontándose así hasta el siglo v antes de nuestra
Era. El primitivo alfabeto romano deriva, además, de una forma local del griego
en Boeothia y Eubea, hacia el siglo VI antes de J. C., ya que estos pueblos
hubieron de introducirle por Chalcis, de
Sicilia, y por Neapolis y Cumae en la Italia central. Este alfabeto calcidio,
por otra parte, es una variante de otro griego arcaico que remonta ya a mucho
antes del siglo IX, o sea unos mil años antes de J. C.". Finalmente, dicho
alfabeto, hijo de los alfabetos troncales de hirakana y katakana siberianos,
procede de la Mogolia, porque, como dice el propio historiador César Can tú:
"Bailly, el gran astrónomo orientalista, colocó el origen de las ciencias
todas en cierto pueblo antiquísimo del lago Baikal, a los 50 grados de latitud,
el de Khalkhas, desde donde ellas
pasaron a los atlantes; de la Atlántida, a los etíopes, y muchos siglos más
tarde a las cuatro naciones más antiguas del mundo: India, Persia, Caldea y
Egipto".
Hay,
pues, que averiguar, ante todo, qué ciudad fuera Calcis o Chalcis y qué
clase de alfabeto es el llamado Alfabeto
calcidio.
Si
hojeamos las enciclopedias, tales como la Enciclopedia
ilustrada, de Espasa, y a pesar de su índole sectaria, y los buenos atlas
antiguos, como el de Henri Kiepert, nos veremos sorprendidos por más de una
veintena, quizá, de ciudades. y regiones de este nombre.
La
más antigua de estas últimas es el célebre país, ya dicho, de Khalkhas, en la Mogolia, en los
contrafuertes meridionales de ese laberinto de altísimas montañas que termina
por el Oeste con los montes Altai, por el Norte con el Sayansk, y por el Este
con las cordilleras siberianas de jablokoi y las chinas de King-Gan y de la
Mandchuria. Por encima del país de Khalkhas,
o sea hacia el Norte, nacen los colosales ríos siberianos del Obi, el
Ienisei, el Lena y el Kerulen y extiende sus aguas heladas el Baikal, el lago
de montaña más grande del mundo. A los pies del dicho país de Khalkhas se desarrolla un verdadero
Mediterráneo desecado; el desierto de Chamo o de Gobi; y de dicho territorio
procede, como enseñan los brahamanes, el alfabeto numérico e iniciático,
enseñado por aquellos Reyes Divinos de los primeros días de la Humanidad,
lenguaje que es padre del sánscrito y abuelo por tanto de todas las lenguas
indo-europeas, devanagari, zendo, caldeo, arameo, griego, latín, lituano, viejo
alemán, etc., etc., como ya hemos dicho.
La
Maestra H. P. Blavatsky, que penetró en estos países por el único punto de
acceso a ellos, que es la famosa puerta de la Dzungaria o de la Zingaria, al
norte de los Montes Celestes que separan a esta región del Turquestán, nos
describe admirablemente, en la introducción de La Doctrina Secreta, las pasadas glorias de esta zona, antaño
pobladísima y hoy desierta, por donde ha pasado todo un período geológico de
catástrofes cósmicas y catástrofes guerreras.
Por
consecuencia de estas terribles guerras, histórica y simbólicamente cantadas en
las epopeyas del Mahabharata y el Ramayana, de allí salieron hacia el año
2400 antes de J. C. las primeras emigraciones célticas, quienes vinieron a
infiltrar de este modo su sangre aria y su mayor espiritualidad en el viejo y corrompido
tronco atlante, tronco que, después de la inmersión de la isla tolteca
Poseidonis, o pequeña y última Atlántida de Platón, acaecida unos seis mil y
pico de años antes de esta fecha, aún conservaba florecientes los vástagos
atlantes no toltecas de los protosemitas nórdicos, cuya historia está atesorada
en las mil fábulas de las leyendas escandinavas, de los Eddas, que Wágner glosó
en sus poemas musicales, es a saber: los acadios, vascos y pelasgos
mediterráneos y los pueblos escítico-turanios de la inmensa región que
partiendo de las llanuras galas y germanas, continúa con las estepas rusas y
siberianas hasta el estrecho de Behring.
Una
de las características de aquel pueblo, celta, braquicéfalo y solar, que
penetró como una cuña en Europa, dejando remansados al Norte los dolicocéfalos
escandinavos, de ojos azules y tez blanca, y al Sur los dolicocéfalos iberos,
de ojos negros y tez morena, era el conocimiento del bronce, que por ellos se
llamó chalchas o kalkos en griego, y aún hoy decimos calcopirita o pirita de cobre al sulfuro de cobre, cuyo hermoso
color amarillo recuerda de lejos al del oro. Toda la civilización de la
llamada. Edad del bronce se debe a
este glorioso y guerrero pueblo celta o calca,
que, uniéndose en nuestra Península con el pueblo ibero, formó el típico
pueblo celtíbero o español, de pelo y ojos castaños, tez trigueña o morena
clara, estatura mediana y cualidades superiores para la emigración, la
sobriedad y la lucha por la vida, cual corresponde a una raza compleja.
La
Teogonía de Hesiodo tiene altísimas alusiones hacia este pueblo, que en sus
místicos orígenes tibetanos conoció al Ave Fénix, al Ave de los dioses Garuna o Cinieudis,
el Ave china del Li-Sao, perdido eco de los primitivos hombres alados del Banquete, de Platón, cuya grandeza llegó hasta
excitar la envidia de los dioses, quienes, para castigados, los separaron en
sexos, cuyas dos mitades, varón y mujer, se buscan y unen siempre,
defraudándose constantemente por la Naturaleza, que hace nacer el tres o el hijo, de esta unión ilusoria, perpetuándose así la Humanidad
sobre la Tierra para acabar dominando en ella.
La
misma Ilíada habla de esta divina ave
-el Ave de la Selva o de Sigfredo, que Wágner diría-, que, horrorizada ante la
guerra de Troya, se ocultó entre las ramas de un abeto, el árbol sagrado de los
ogams o de la numeración, como veremos pronto. La propia diosa Minerva, Io, Isis o la Luna, se llamó Calcidia o Calcídica en todo el Mediterráneo, y por eso Augusto cuidó de
erigirle en honor de su metalúrgico abolengo
redentor un templo todo de bronce. En bronces sagrados también, de los que aún
quedan admirables ejemplares en nuestros Museos, se entallaron primorosamente
las leyes fundamentales de los Municipios, especie de Cartas Magnas de todos los derechos, bajo la égida o salvaguardia protectora de la primitiva diosa calcídica o Io.
En
todos los templos de Io o Isis, es decir, de la Minerva Calcídica, se enseñaban los Misterios iniciáticos
importados del remoto país tibetano de Khalkhas,
centro eterno de la gran Logia Blanca que reina secretamente en el mundo, y
de aquí que en los primitivos templos hubiese un recóndito retiro, adythia, o Sala Calcídica, recinto sagrado e inviolable de grandes
dimensiones, donde se dijo luego que se reunían los dioses en misteriosos
ágapes u orgías, a las que quiso
aludir, sin duda, Platón en el Banquete.
Todavía,
en nuestra perfecta ignorancia acerca de los tales Misterios, conservamos un
eco perdido de ellos en el crucero, o planta transversal de las iglesias más
gloriosas, tales como San Pablo de Roma, en vez de la primitiva forma de nave -la nave o Arca salvadora del
Diluvio o catástrofe atlante, en la que arribaron a los actuales continentes
todos los Noés, Quetzalcoatles, Xixuthros y Deucaliones-. Y por eso también,
como lugar sagrado en el hogar, se llamó Calcídico
al corredor interior que separaba de las demás en la casa griega las
habitaciones consagradas a los huéspedes, como puede verse en Vitrubio, en
Procopio (De Aedificationem), en
Becchi (Del calcidio e della cripta di
Eumachia), y en los demás tratados de construcción donde se haga historia
de este crucero o efectiva y
simbólica Tau de los deberes que la
hospitalidad imponía entre los hombres, hasta el punto de ser sagrado en todas
las naciones de ario abolengo el peregrino, una vez que con él compartíamos
hospitalarios el pan, la sal, el fuego y el techo.
Una
de las ramas celtas o calcas más
importantes de cuantas irradiaron del Khalkhas
tibetano por todo el ámbito del mundo, se estableció en el famosísimo Valle
de Bikara (¿valle de los Kabira o Kabires?), entre el Líbano y el
Ante-Líbano. .
Ya en otra ocasión
hemos comentado la excepcional importancia ocultista de este histórico valle o
anfiteatro, en cuyo centro se alzó en tiempos la Ciudad Solar de Baalbek o
Heliópolis, en la divisoria exacta de
las aguas del Orontes y el Lita. La primitiva Chalcis de la Celesiria que aquéllos fundaron un poco más abajo en
este último río, que luego vierte sus aguas en el Mediterráneo, entre Sidón y
Tiro, venía así a constituir la mitad del camino entre Baalbek y Damasco, y
quedaba a igual distancia casi de Sidón y de Biblos, aunque separada de ellos
por lo más fragoso del Líbano. De aquí que en todo tiempo haya sido este caleidio sitio una comarca iniciática,
como tuvieron ocasión de comprobar los cruzados al conocer en ellos al célebre
Viejo de la Montaña, y tomar de sus mágicas ceremonias la base originaria para
la temible Orden del Temple, que durante unos lustros fué la dueña y señora de
la Europa entera, como es sabido.
A
esta celeste Chalcis del Lita
correspondió junto al Orontes, muchas leguas más abajo, al sudeste de
Antioquía, la segunda Chalcis siria,
a la cuarta parte del camino de caravanas que va desde esta histórica ciudad
seléucida hasta la arruinada Tadmor o Palmyra, o sea en la entrada misma del
desierto de Cedrosia, antecámara de la Arabia Desierta, y a la tercera parte de
la senda de caravanas que va hacia la Hierapolis del alto Éufrates.
La
concatenada serie de Chalcis no se
detiene aquí, sino que va demarcando ciudades, valga la frase, el contorno todo
del Mediterráneo. Así encontramos solamente en los mapas de Kiepert (Atlas antiquus) a la Chalcia o Chalcé caldea de la montuosa Lycia, la regada por el Xaanthus, a
quien Spa llama Kharkia; al Calchedon o
falso Chalcedon de Bitinia frente a
Chrysopolis y a Bizancio, o sea en la entrada misma del Bósforo; a la divina
península Chalcídica de Tracia, que,
merced a sus lagos del Norte, sería una isla, a no ser por el montuoso
alzamiento volcánico de Thesalónica que separa los golfos Thermaicus y
Strymonicus; a la Calcis de la
Etolia, guardando con la frontera Patrás (la ciudad de los padres o patris) la entrada del golfo de Corinto;
a la Calcis de la Triphylia
arcadiense, verdadera Venecia por su emplazamiento lacustre en el golfo
Cyparis; a la poderosa Chalcis de
Eubea, guardando la entrada sur del golfo Eubea frente a la Beocia, en los
campos Lelantios; a la pavorosa Chalcisdel
Epiro en lo más fragoso e inaccesible de los montes de la Athamnia, o sea
también de Athos, como Chaleis o Chalcitis es la región actual de Laos,
la más inaccesible de la Indochina, y, en fin, a la Calci de Pisa, entre el río Amo y el monte Pisano, y ciudad que,
como consagrada a Minerva Calcidica, la
diosa del olivo, produce aun hoy el mejor aceite de toda la región de los
Itúsculos, o sea Toscana.
La más gloriosa, sin embargo, de las Chalcis griegas y la madre de ,las
italianas, y aun de las españolas disfrazadas con los nombres de Urda, Uxda y
otro análogos, es la Chalcis de la
Eubea.
Esta Chalcis, que aún conserva su nombre
primitivo, a pesar de haberse llamado después Eubea, Stimfelos, Halicarne e
Hipocalcis, era una de las tres llaves de Grecia. Su fundación, muy anterior a
la guerra de Troya, se debió a Pandoro o Pan-dauro,
hijo de Erecteo, y su nombre se atribuye, acaso erróneamente, a una de las
doce hijas de Asopo y Metona. Situada en el punto más angosto del estrecho de
Euripo, está unida al continente por un puente desde el año 411 a. de J. C., Y
en 506 se coligó con Tebas y Esparta para restaurar la aristocracia en Atenas.
Su nombre, como todos los de los celtas, está relacionado con el de bronce,
según dijimos, por lo cual se tiene a sus habitantes por haber sido los
primeros que conocieron el cobre en Grecia, y también el bronce, una vez que
las naves fenicias trajeron el estaño de las Casitésides. Sus colonias se
extendieron por todo el Mediterráneo; por la Calcídica macedónica, por la
Campania entera (Cumas), por la
Italia meridional (Regio) y por la
Sicilia (Catania, Naxos, Leontini y Tauromenium). En la ciudad se rendía culto
a Apolo, y en ella murió Aristóteles.
Y
es tan primitivamente mágico y jina -decimos-
el nombre de Calcis o Chalcis, que por su sabiduría así se
llamaron también los augures, tales como los hijos de Thestor que acompañaron a
los griegos al sitio de Troya (Calepinus, Septem
linguarum), según se lee en el libro II de la Eneida, y a los betilos o piedras mágicas sonoras de que nos habla
Blavatsky, se los llamó Chalcophonos, y
el mejor traductor y comentarista latino del Timeo, de Platón, lo fué el filósofo neoplatónico del siglo IV, que
se ocultó quizá bajo el pseudónimo de Calcidio,
según el comentario impreso en Leiden en 1617 por Meuricus. Nuestra
Historia Natural, en fin, siguiendo a Plinio (libro X, c. 8; XXXII, c. 3, y
XXXVII, c. 11), denomina con los nombres de Calcídico
y Calcídica a un ave nocturna; a
un pez, a una familia de lacértidos y a otra de himenópteros con más de 2.000
especies.
Fué
y es tan universal, en efecto, el nombre misterioso y matemático-simbólico de
Calcis, repetimos, que las glorias de las Calcis
latinas no desdijeron de las de las Chalcis
griegas y sirias, hasta el punto de que si en éstas hubo una Casandra
macedónica y unos iniciados heliopolitanos, base de todos cuantos esenios,
terapeutas, ebionitas, nazarenos y gnósticos vinieron después, en la Campania
etrusca floreció una Cumas calcídica, célebre por su Sybilla, la pitonisa amada de Apolo que dió al rey Tarquino tres de
sus libros proféticos, después de quemar los otros seis, libros que,
custodiados bajo -el Capitolio en urnas de pórfido, preservaron de toda
destrucción a la Roma, comprometida más de una vez por galos y cartagineses
cuanto por las discordias civiles. En un rapto de locura inexplicable a no
intervenir la Magia Negra que perdió al fin a la ciudad de los Césares, fueron
quemados estos libros por orden del Senado, por contener los secretos de la
religión establecida. -¿Qué secretos eran éstos?- Nada menos que los del
lenguaje zend-zárico, o sea el alfabeto numérico o calcídico, sobre el que hay
mundos que investigar, invocano antes, como los buenos dorios primitivos a la
Minerva Calcídica, aquella de cuyos cenáculos iniciáticos cantó Arnobio (libro
IV): “Scribuntur Dii vestir in tricliniis
caelestibus atque in Chalcidicis aureis coenitare”, y cuyas logias o
cármenes calcídicos, precursores de nuestros árabes cármenes granadinos, han hecho decir a Calepinus (apud Stat, Libro V, Sil. 3, V. 182): “Carmen Chalcidium sunt versus Sybillinim a
Cumana Sybilla conditi...” aquellos versos divinos, que tuvo a mucha honra
el invocar siglos después la Iglesia para su pavorosa elegía del Dies irae, que dice:
Dies
irae, dies illa
Solvet
saeculum, in favilla:
Testes
David cum sibylla.
¡Aquella
poesía sabia, en fin, origen y término de toda ciencia humana, que también
profesaron de un modo iniciático y sublime nuestros grandes polígrafos árabes,
en sus celebérrimos cármenes andaluces!
No
se crea, en fin, que con lo dicho se ha agotado el tema de las toponimias y
correlaciones jino-calcídicas, sino que continuar con ellas sería abusar quizá.
Por ello hacemos punto y pasamos a otro tema anexo, no menos sugestivo.
El
lector tocado del triste achaque de positivismo escéptico, o sea sin intuición
y sin imaginación, que se haya enterado de las páginas anteriores, acaso habrá
pensado frente a la multitud de Chalcis,
o Calcis, en ellas indicadas, y cuyo
catálogo se podría aumentar, que ellas deben su nombre meramente a la misma
raíz que la palabra latina calx, calcis, o cal, o mejor dicho, carbonato
de cal, es decir, mármol, y que, por tanto, semejantes nombres son la mera
indicación de otros tantos lugares ricos en mármoles, como los de la citada
península griega de la Chalcídica.
Si
ello así fuese –y aquí tenemos la historia de siempre, el eterno pleito entre
el cretinismo tímido de la mera razón y el angélico vuelo de la intuición y de
la imaginación creadora-, todavía caeríamos, como siempre, del lado de la
Magia, o Ciencia de los jinas. En
efecto, si a eso vamos, hasta el hecho de la extraordinaria abundancia de
flósculos de calcio que hoy nos revela la espectrografía solar, en pasmoso
reticulado, bajo las llamaradas de la fotosfera del Sol, acaso, no fue
desconocida del antiguo sacerdocio iniciado, como no lo fueron las mismas
manchas del sol, ni el notable fenómeno mágico de la dobler refracción de los
romboedros del espato de Islandia,
fenómeno que si hoy se explica matemáticamente es porque se apela –y
perdónesenos la aparente petición de principio- al conocimiento calcídico, o sea a la Matemática; al cálculo, como palabra derivada de
aquella radical latina de Kcalx-calcis, o
más bien de calculi, el betilo, gema o pedrezuela caliza, que, colocada en los agujeros de los antiguos ábacos (o contadores, al estilo de
nuestros rosarios, de las tarjas
andaluzas y demás procedimientos gráficos), servían a los primitivos hombres
para la contabilidad.
Las
mismas raíces latinas aludidas de calx-calcis
y de calculi no son latinas, sino
atlantes; es decir, de los vascos, iberos y protoamericanos, o toltecas, que a los
atlantes sucedieron, toda vez que en los códices mayas, según demostramos en
anterior estudio, existe la personificación que podríamos decir del cálculo y
de la Matemática en la diosa Chalchihuitl,
o Chalchihuitl-cueye, literalmente
la diosa de la enagua azul (Chavero, México a través de los siglos), o sea
Isis, Io, Maya, María, la Luna, la Minerva
Calcídica, en fin, la diosa de aquellos jonios,
jannos o jaínos, fundadores de
todas las colonias calcídicas, con cuantas equivalencias, que pasan de ciento,
hemos asignado a la Luna en nuestra obra De
gentes del otro mundo, porque es harto sorprendente, en verdad, el que los
mexicanos post-atlantes -arios ya, sin duda, como dice Blavatsky, arios de
aquellos descendientes de Arjuna, cuando éste pasó a colonizar el Patala, es
decir, América, según la epopeya del Mahabharata-,
empleasen, para designar las pedrezuelas de contabilidad que aún hoy pueden
verse pintadas en sus códices, la palabra chalchihuitl,
o kalki-huitl, tan análoga a la
latina calculi, sin que el pueblo
etrusco-romano y el pueblo maya se conociesen ni tuviesen un secreto lazo de
unión como el que indudablemente enlazó a todos los pueblos del tronco
calcidio.
A
semejante alfabeto tibetano de Khalkhas o
calcidio, que pasó de la Mogolia a
Europa, como ya vimos, se refiere, entre otros autores, el tomo VI del Diccionario de Geografía Universal, de
Antonio Vegas, en su artículo Thibet, cuando
dice: "El alfabeto que se usa en el Tibet es muy superior al mismo
alfabeto chino, porque sólo comprende un corto número de signos movibles, cuya
combinación expresa todos los sonidos f articulaciones."
Por eso se le debe mirar como el más antiguo prototipo de los alfabetos
conocidos y está compuesto de los mismos elementos que los antiquísimos
caracteres brahmánicos, cosa muy natural, dado que es el efectivo alfabeto jina.
Estos
primitivos caracteres, antes que fueran
letras, fueron números, pero, para demostrado, tenemos que dejar en
suspenso las ideas iniciadas en este capítulo, consagrando otras previas a las
representaciones numéricas o símbolos escriturarios de los números, símbolos
que luego pasaron a ser letra al inventarse la escritura.
Semejante
tesis necesitaría para su completo desarrollo todo un grueso volumen. Nosotros
aquí habremos de limitamos a una exposición sucinta que, no obstante, resultará
demasiado extensa y pesada quizá para muchos de nuestros lectores, ya que, como
dice e1 sello de Olao Magno, nada nuevo puede ser perfecto.
Por
de pronto, la misma numeración etruscorromana que nos es tan conocida y que fué
la única en Europa durante casi toda la Edad Media, antes de que los árabes nos
transmitiesen de la India nuestros actuales signos de numeración escrita, nos
demuestra que con los jeroglíficos de siete
de sus letras pudieron representar todos los números. Así, como es sabido,
la I, vale uno; la V, cinco; la doble W, o sea la X, diez; la L, cincuenta; la C, ciento; la
D, quinientos, y la M, mil, y análogamente podemos decir de los
demás sistemas, tales como el alfabeto griego o el alefato hebreo. Pero esta
misma numeración etrusca no es sino un primitivo sistema de jeroglíficos
atlantes, en el que los cuatro dedos, índice al meñique de la izquierda puesta
con la palma hacia afuera, representan del 1 al 4; el 5 no es sino la mano
entera y abierta, en la que al separarse el pulgar de los demás dedos juntos
hace la típica forma de V, a la que sucesivamente se pueden ir agregando los
respectivos dedos meñique al índice de la mano derecha hasta componer la forma
primitiva del 9, que es la de VIIII, mientras que el 10 es ya la germana doble
VV en esta forma, o bien en la latina, más artística de la X, es decir, de las
dos manos abiertas.
Sucesivas
agregaciones de dedos y manos nos conducen así hasta el 50, decena de cinco unidades o más bien centena de cinco decenas, si vale la
frase; merced a que una de las primitivas formas atlantes de numeración -de las
que aún existen supervivencias en Occidente- fué la de la quinquena, "decena de cinco", o sea primera unidad de
orden superior de aquellos primitivos sistemas, sistemas que, en lugar de tomar
por base numeral el diez -o sea el
jeroglífico de 10, cuyas variantes sin fin hemos estudiado ya en nuestro libro De gentes del otro mundo-, tomaron los
dedos de la mano derecha sola, o sea el cinco.
Por
eso, antes de seguir con nuestra exposición numérica del 50 para arriba,
tenemos que detenernos en este particular ancestral. que es importantísimo.
Todos
los indicios hacen suponer que el más arcaico, y, por otra parte, el más
natural y espontáneo de- los sistemas de representación numérica es el material
gráfico, por decirlo así, o sea el que al contar da una representación
figurativa y especial a cada número, mediante una raya o un punto. Así vemos
que, aun hoy, las; personas de mentalidad más pobre y menos adecuada por tanto
para los esfuerzos de abstracción y de imaginación que las operaciones
aritméticas suponen, cuentan por los
dedos, o por el rosario, cual contaron sin duda los infantiles pueblos
primitivos. Frecuentísimo es, por otra parte, el contar de este modo en las tarjas andaluzas, en los cómputos
electorales, en los marcadores, en los contadores de ropa, etc., etc., como más
al por menor puede verse en la genialísima obra de don Eduardo Benot titulada Aritmética Universal, y aun en los
trabajos de Picatoste.
Natural es, por otra parte, que se haga
así, y que las series numerales de cuantos objetos se van presentando ante
nuestra contabilidad los vayamos simbolizando por otras tantas rayas o puntos.
El sistema gaedhélico o de Dhelos, que diría un poeta, y el sistema
llamado del ogam o del Mago, que el poeta también leería al
modo bustrólodo, o sea invirtiendo
sencillamente las letras, queda evidenciado con esto. La importancia, sin
embargo, de "dichos dos sistemas, que fueron empleados por la primitiva
Magia, requiere que nos detengamos largamente en ellos, empezando por hacer
historia acerca de la llamada escritura
ógmica u ogámica, que tanto
preocupa hoya todas las Academias del mundo. Digamos, ante todo, que aunque
suele llamarse 6gmicos a los
simbolismos arcaicos que se ven en infinidad de rocas y monumentos repartidos
por el mundo, y ogámicos a los
simbolismos que aparecen en los Códices irlandeses del Gaedhil, en el fondo,
estos últimos no son sino aspectos locales de una escritura y una numeración
que fueron universales en la llamada Edad
de piedra, o sea en la olvidada y remota época atlante.
Es
muy curioso el saber cómo se empezaron estos estudios.
En
el Journal 01 the Royal Asiatic Society de
julio de 1903 apareció una notabilísima Memoria de J. H. Rivett-Carnac, C. I.
E. F. S. A., late I. C. S. y coronel edecán honorario de Sus Majestades
británicas, considerando por primera vez en la Europa sabia, como obra del
pensamiento inteligente de los hombres prehistóricos, ciertas señales u
oquedades hemisféricas que en Bretaña y Normandía francesas se conocían como pierres a coupoles, o rocas con
cazoletas y que el autor había podido comprobar en diferentes partes del mundo,
tales como las que había dado a conocer Sir James Simpson en el Túmulo de Clava
de Inverness-shire y en el Obelisco de Argyle-shire, y antes por Canon
Greenwell, F. R. S., como posibles simbolismos religiosos arcaicos, por el
duque Algernon de Northumberland, y que en opinión de M. Emile Cartailhac, en
su obra La France préhistorique d'apres
les Monuments (1889), habían tenido sin disputa una significación positiva
para los hombres de la Edad de piedra y para sus descendientes o sucesores
inmediatos. Su misterioso simbolismo era comprendido por una gran parte de
Europa, que después de la edad del bronce se perdió completamente.
Hermoso
es el tema que pone al frente de su Memoria Rivett Carnac con estas palabras de
la Excursión, de Wordsworth:
"Among the rocks and stones
methinks Isce:
More thian the
heedles impress that belongs
To Lonely Nature's
casual work-they bear
A semblanu strange
of power intelligent
And of design not
wholly voorn away."
Como
el mismo autor dice citando la obra Ih
King, del doctor Legge, para este último "el uso de cuerdas anudadas
(quipos de los incas) ha sido empleado desde la antigüedad más remota para
conservar los recuerdos de las cosas y de los hechos".
Las
inscripciones de esta clase de Cliff (Kumaon) y Mahadeo de la India que pueden
verse en aquella célebre Memoria de Rivett, son análogas a las que encontró en
Nazpur el profesor Stephens, de Copenhague, comentándolas con el atinado juicio
de que en la península indostánica está la clave de más de un misterio
fundamental de la prehistoria, justificando así el alto interés que para el
profesor Douglas, de la Sociedad Asiática de Bengala, tienen estos caracteres,
ligados muy estrechamente con los diagramas del llamado "Libro de los
Cambios", uno de los antiquísimos libros de la China que tanto han
preocupado también al gran cultivador de los estudios precaldeos en Europa
Terriere de la Couperie, cuyos trabajos pueden verse comentados sabiamente en
la introducción del Diccionario
Vasco-Caldaico-Castellano del profesor español doctor Fernández y González, hijo del ilustre políglota
y catedrático don Francisco. Inscripciones análogas también se citan por el
autor de la "Memoria en América del Norte y del Sur y en Australia",
concordando con ellas las halladas en los pasos de los Alpes y descritas por el
doctor Magni, del Museo Arqueológico Italiano, y por último las vistas por el
mismo Rivett sobre el lomo de los berracos de piedra de Ávila y Segovia,
existentes algunas de ellas en nuestro Museo Arqueológico, y acompañando a
veces a no pocas inscripciones romanas.
Precisamente
con anterioridad a la publicación de la Memoria citada y guiados por una
intuición semejante habíamos dado a conocer en España el spécimen de dichas "cazoletas" encontrado en la Sierra de
Santa Cruz (Cáceres), por nota en un informe a la Real Academia de la Historia,
y aun antes, en 1897 (Boletín de la R. A.
de la Historia correspondiente a marzo de dicho año, tomo XXXII, pág. 179),
habíamos tenido la fortuna de descubrir la clásica "Losa sepulcral de
Solana de Cabañas" (Cáceres), que donamos al Museo Arqueológico y en la
que además del guerrero, espada, mitra o gorro, carro de combate y escudo que
hay tallados en ella, dentro y en torno de este último hay la inscripción
ógmica: .. ... .. ... . que según el P. Fita, en dicho Boletín (junio de 1902) es idéntica a la que se lee en el Templo de
Esculapio, en la Argentina. La lápida de Solana fué clasificada por el eminente
doctor Hübner como uno de los más curiosos documentos de la prehistoria
española. Otros dos documentos de la época, aunque desprovistos de caracteres
ógmicos, son la Venus prehistórica de Santa Ana y el Berraco de Botija, de
figura semejante este último a los "toros" del Museo, a los famosos
de Guisando y al de la Torre de Hércules del Convento de las Dominicas de
Segovia descrito por don Vicente Paredes, de Plasencia, y, como tantos otros
tesoros históricos, dado a luz en la Revista
de Extremadura e incluí do en la hermosa Obi a de M. Pierre París, El Arte primitivo en España. El
simbolismo verdadero de estos berracos hay que buscado, por supuesto, en las
doctrinas védicas acerca de los Avatares.
Además
de las obras citadas por Rivett-Carnac en su Memoria, merecen consultarse
también las siguientes: Antiquités
Troyennes, por el doctor Henry Schliemann, traduite de l' Allemand par
Alexandre Rizos Rangabe; Rapport sur les
fouilles de Troie (LeipzigParís, 1874), y las Pierres a eoupules et a sculptures hiéroglyphiques du Chablais, por
L. Lacquot (extrait du 4eme. Congres
préhistorique de France, 1908; Simpson: On
archaic sculpturing of cups and concentric rings (Proceed. of Soco ant. of.
Scotland, tomo VI, 1867); Aymard, Sur les pierres a bassins de la Haute Loire (Soc.
agricole du Puy, tomo XXII, 1859); el marqués de Nadaillac, Les premiers hommes, cte. (tomo 1, pág.
288); Paul Vionnet, Les Monuments
préhistoriques de la Suisse; Desor, Les
pierres a ecuelles (Génova, 1878); el doctor Magni, Cazoletas de Como (Bol. de la R. A. de la H. de 1906); Sacaze, Le eulte des pierres (Bull. Soco d'Anthropologie,
1879); Mestorf, Materiaux pour l'histoire
de l'homme (1878), en cuya pág. 277, según Bertrand, de quien tomamos
tantas citas, aún se hacen sobre ellas en ciertas comarcas de Suecia ofrendas a
los pequeños, es decir, a las almas de los muertos. Todo sin contar con la
bibliografía de Rolt Brash, antes dada, y en la que hay también curiosas referencias
al alfabeto llamado Ogam, o Beth-luis nion, por Ch. O'Connor y O'
Flaherty.
Posteriormente
a la publicación de nuestros ¿Atlantes
extremeños? hemos visto algunos caracteres ógmicos semejantes a los ya
descritos en toda la crestería de la Sierra de Santa Cruz (Cáceres), formada
por los picos de San Gregorio, Los Cuchillos, las Callejas, la Cueva del Fraile
y el Risco Cabrero (dimensiones 12 X 4 X 2 metros); en Villamesías, donde aún
se ve un monolito de más de tres metros, sirviendo de pontezuelo en la
población; en el atrio de la iglesia de Santa Ana, donde siete cazoletas
aparecen, digámoslo así, superpuestas a un ábaco anterior de 20 a 25 puntos.
Otros sillares con signos ógmicos, desprovistos al parecer de importancia,
hemos encontrado también en Salva tierra, Ruanes y algún otro pueblo de los
emplazados hacia el interior del triángulo formado por Cáceres, Trujillo y
Montánchez, característico por cierto, por
la gran abundancia de restos iberorromanos, que hemos descrito en nuestros
artículos relativos a las inscripciones allí encontradas (Bol. de la R. A. de la H., tomo V al IX). Otra prueba de que el
llamado pueblo ibero, que por un lado confina con su sucesor el iberorromano,
no está lejos por otro de los obscuros pueblos que tallasen las inscripciones
ógmicas.
Los
Ogams, Ogam-Craobh o Braneh-Ogams, reciben precisamente estos
nombres por ser una primitiva escritura, profusamente repartida por los
monumentos prehistóricos de Irlanda, Escocia y Gales, que imita en sus
caracteres la distribución de las ramas de los árboles. la de los tallos de la
palmera o la de las hojas de la caña y del maíz. En ellos, además, cada letra,
simple, compuesta, diptongo o triptongo, tiene respectivamente el nombre de una
planta o árbol, según la tabla de equivalencias que puede verse en la página 10
de El tesoro de los lagos de Somiedo.
Los
ogams corren a lo largo de las
aristas o caras de muchos cipos. con sus talladitos transversales, cortos y
largos, al modo de nuestros vulgares rayeros para contabilidad o de las tarjas andaluzas. De ordinario
compónense de una variadísima combinación de rayitas o tallados que arrancan
todos de una línea o arista central, real o imaginaria, al modo de la línea
horizontal de donde penden todas. las letras sánscritas, o de la vertical de
las letras mogolas. Los numerosos renglones de los folios de Ballymote y demás
códices de que vamos a ocupamos son, pues, en su infinita variedad, Ogams primitivos, y de su figura podemos
tener una idea por la del folio que reproducimos en el capitulo VII de De gentes del otro mundo.
La
primera noticia que se tuvo de la escritura ogámica
irlandesa data del encuentro del Book
0f Leinster, Ms., donde, a modo de la "Tabla de Roseta" para el
jeroglffico egipcio, aparece un pasaje con la escala literal ogámica completa
que desde entonces se emplea por los autores, incluso el que nos ocupa. Códice
tan curioso se encuentra hoy en la Biblioteca del Colegio de la Trinidad, en
Dublfn. El doctor O'Curry dice que fué compilado por Finn Mac Gorroan, obispo
de Kildare, fallecido en 1160. La última noticia de la referida escritura ha
sido encontrada en el Book 0f Ballymote, Ms.,
hallado en la Biblioteca de la Real Academia de Irlanda, compuesto de 502
páginas, y compilado por Ballymote Co.
Sligo, hacia 1370, en casa de Tomaltach Og Mac Donogh, lord de Coraun, en
tiempos en que Turlogh Og, hijo de Hugh O'Connor (folio 62 b) reinaba en
Connaught. El Ms. parece ser una compilación hecha por diferentes personás,
tales como Salomón O'Droma y Manus O'Duigenann (O'Curry's Lectures, pág. 188). Es, pues, el tal códice una
colección de diversos tratados de historia, mitología, genealogía, hagiología y otros asuntos, que datan de
fuentes tan antiquísimas como desconocidas. En semejantes copias de otros
tratados arcaicos se han encontrado también una gramática antigua y largas
explicaciones acerca de la escritura ogámica del Gaedhil. Tales tratados
contienen una clave apenas usada en la traducción de inscripciones.
consistente, como dice Brash, en una gran variedad de cifras matrices, de donde
han ido derivando caracteres hasta aquí tenidos por originales.
Según
Rolt Brash, la invención de semejante escritura arcaica es atribuida por la
leyenda a uno de los Enviados, Instructores o Maestras, uno de los
"learned men" de los Tuatha de
Danand, denominado To-Og-ma, jefe
de una tribu de hombres de esa raza roja, maya, egipcia, vasca, etc., de que se
ocupa la preciosa obra del argentino señor Basaldúa, La Raza Roja en la Prehistoria Universal, raza a la que hacen
referencia más o menos expresa los mitos mexicanos e irlandeses.
Estos
dos libros de Leinster y de Ballymote no son las únicas fuentes de la rica y
dulce literatura legendaria ogámica de los bardos irlandeses. Hay muchas otras,
entre las que conviene consignar las siguientes, con arreglo a los datos de
dicho sabio:
a) El
Book 0f Luan o Lai-can, Ms. de 600 págs., compiladas, se dice, en 1416, por Gilla o Xila-Mor-Mac-Fir-Bis, y hallado en la biblioteca de la Royal Irish
Academy. En dicho códice se encuentran, dice Rolt-Brash, una copia del poema
atribuído a Ur-Aceipt-Na-nEges, el
primero de los bardos, y un tratado gramatical atribuído a Cenn-Faclad el Instructor, fallecido en 677. Esta gramática está
compilada sobre los documentos de Amhergín
y Feir-Ceirtne, antiquísimos
poetas-filósofos precristianos, y que merced a esa misteriosa asociación de
ideas que debe mediar entre los hombres antiguos esparcidos en las regiones más
distantes de la tierra ¡en las edades primeras, nos recuerdan, el segundo, a Rif-Ceirtne, a aquellos Ceirtnes del Rif libio atlante que
figuran en los viejos periplos, quizá americanos, de Hannon y de Scillax, tan
discutidos por Costa y demás arqueólogos, y el primero, o sea Amerghin, al desconocido autor también
de los antiquísimos libros japoneses de Amerghin,
anteriores a los alfabetos, e Hirakana
y Katakana, y asimismo a otro
caudillo análogo, especie de Quetzalcoatl de Centro-América, que ha dado
nombre, no sólo a varias montañas, ríos y pueblos de dicho país y del Brasil,
sino también al propio continente americano, cuyo nombre jamás se ha debido a
ningún Américo Vespucio, según tiene demostrada la crítica, 'y aun a la raza Aimara, tan poco conocida. Una extensa
discusión filosófica exigirían también esos nombres de aglutinación
monosilábica tan orientales y tan americanos a la vez, como el de To-Ogma, Ta-hua o Tu-ha-ta de Danand; Fin-Mac o
Cam-Gor-man, Salomón el Droma; el Manú O' Duigenan, Gilla-Isa-Mor-Mac-Fir-Bis, que tratado al modo
semita, nos da el Xila de las famosas
inscripciones roqueñas de Norte América, también cuajadas de Ogams, el Isis, Sais y Lais semiegipcio
de tantos y tantos cantos, cultos y leyendas; el Rom inicial de aquella legendaria Roma-kapura o Roma secreta
de los Misterios etruscos, cuya revelación era castigada con la muerte; el Mac de Kam o reino; el Fir o Ril del abolengo libio-ibero de las
gentes del Gaedhil, etc. Sea de esto lo que fuere, es lo cierto que el Book 0f Lecan contiene ogam, en los cuales se ha encontrado el
valor y la equivalencia de ellos con sendas letras del idioma primitivo de
Irlanda, valor que, por de contado, es el mismo que el que se asigna en la
clave alfabética del Book 0f Ballymote.
b) El
códice del Leabhar-Gabbata (¿Patala?), que,
según Rolt Brash, es un notabilísimo trabajo compilado por Frian Michael O'Clery, con cargo a datos arcaicos, en 1627. También
O'Clery y sus eruditos auxiliares coleccionaron gran número de Ms. gaedhélicos
de enorme antigüedad.
c) El
Book 0f lnvasions, que es parte de la
colección anterior y se custodiaba por lord Ashburnhan. De él existen dos
copias, una en el Colegio de la Trinidad, en Dublín, y otra en la Royal Irish
Academy.
d) El
Book 0f the rOctar Gael O Las Aventuras de los Siete hermanos
campeones en Oriente, especie de crónica de los mágicos Tuatha o Ta-hua de Danand, y que son en las tradiciones irlandesas igual que
los Siete Otares u Hottares (sacerdotes-reyes o Incas de
las leyendas mayas), quienes fueron en los orígenes del pueblo muisca o mexicano a las Siete Posadas o Mansiones de Pacaritambo, en Oriente, literalmente "la Posada
que amanece".
e) El
códice de El Destino de los hijos de
Tuirin (¿turanios?) , verdaderos israelitas, siempre nómadas y fugitivos,
raza cainita de los Tuatha de Danand, hacedora
de cien prodigios mágicos que no databan en verdad, según la crítica histórica,
sino de sus profundísimos conocimientos en ciencias, artes e industrias,
algunas de estas últimas tan terribles como la de las armas envenenadas de Cuthullind y de la serpiente de Lochnania, de la fortaleza de Mananan. De ellas nos ocuparemos luego.
f) El
Book 0f Lismore, con su famoso Diálogo de los Sabios, especie, quizá,
de Banquete, de Platón.
Bastan
los indicados. Para completar tamaña bibliografía, hay que guiarse por Rolt
Brash, quien nos da otras muchas referencias interesantísimas para el estudio
de los ogams, según el sumario que
damos en el capítulo VII de De gentes del
otro mundo.
Las
dos civilizaciones complementarias, atlante y celta. - Oscilación pendular de
la Historia. - Los llamados "tiempos adelónicos" por los griegos. -
"Bosphoros y Kalkas". - La ciencia de unos y otros. - Postulado
necesario para comprender bien la Doctrina Arcaica. - Los cinco
"Continentes". - Los bardos de Irlanda, según Rolt Brash. - El Apolo
ógmico. - La Minerva druida. - Hércules galo. -El alfabeto. calcídico llevado
por toda Europa desde Oriente. - Enseñanzas de Luciano, César y Séneca. -
Contenido matemático y fonético de los jeroglíficos de los Tuatha de Danand
gaedhélicos, y su relación con Oriente y con México. - La quinquena, la decena
y la veintena en ellos. - Restos de estas numeraciones conservados aún en
nuestro folklore o demopedia. -
Retornan aquí los famosos welsungos,
lobos o rebeldes del mito nórdico- y del romano. - Las gentes del Gaedhil
tuvieron símbolos por lo menos para los cien primeros números. - Tránsito
fonético-escriturario de los números a las letras. - Piazzi Smith y "las
medidas de la Gran Pirámide egipcia". - "Muisca o Mox", el dios
de la Música. - Otras conexiones mitopeicas trascendentales. - Enseñanzas de la
Maestra H. P. B. acerca de estos asuntos.
En
el capítulo anterior hemos diseñado el vastísimo panorama de dos civilizaciones
complementarias, continuación una de otra, a saber: la atlante, conocida apenas por nuestra ciencia bajo la designación
de Edad de Piedra, y la celta, o de
la Edad del Bronce. Entrambas
responden a una verdadera oscilación pendular de la Historia, o sea:
a) De Oriente a Occidente, o
de la Lemuria del Océano indico, del sur
de Asia, a la Atlántida, contando, por supuesto, con que el originario país
de Kalkas constituyó la parte más septentrional de dicho continente terciario
que la ciencia europea ha descubierto por los estudios de Darwin, Lamarck y
Rusell Wallace. (Tiempos adelónicos, que dijeron los griegos.)
b) De Occidente a Oriente, o de la
Atlántida a la Ariana. (Tiempos míticos de los griegos, o sea
de la llamada Edad de Piedra por la ciencia occidental o de la Prehistoria.)
Estos tiempos abarcan desde la decadencia del esplendor de la Atlántida, hace
unos 800 y 200 mil años, hasta el paso de la gran Logia Atlante (Bos-phoro, el
paso del Culto Sagrado de Io o Minerva Calcídica a través de toda
Europa, hasta Persia, la Ariana o Ariadna
y Egipto) .
c) De Oriente a Occidente, tiempos
históricos, o sea desde la Ario-India o Turkestán a Europa, por los pueblos
llamados kalkas o celtas, unos dos o tres mil años antes de J. C.
Estudiar,
pues, el pueblo celta y sus iniciaciones sagradas o druídicas equivale a
investigar acerca de esta última corriente, ya histórica, de las emigraciones
arias, que no han cesado desde entonces casi hasta nuestros días.
Pero
como la ciencia oriental de los celtas o de la Edad del Bronce está
inextricablemente ligada con la occidental de la Edad de Piedra, la separación
es difícil. Por eso ha dado lugar a la eterna controversia de si es más antigua
la una o la otra, controversia que queda zanjada si se consideran atentamente
los tres extremos que acabamos de fijar, y que resumimos en este postulado
importantísimo: La ciencia atlante es más
antigua que la de los celtas venidos de la Ario-India; pero la ciencia atlante
u occidental, a su vez derivó de la de los reyes divinos de la primitiva
Lemuria, de hace unos cinco millones de años, y el país jina de Kalkas (de
donde muchos cientos de años después la volvieron a tomar los celtas), perteneció y aun presidió a toda la
evolución histórica de la Lemuria, porque fué el último resto del llamado
Continente hiperbóreo o Segundo de las enseñanzas de la Primitiva Sabiduría,
cuando la Humanidad carecía todavía de cuerpo físico y de sexo, como carecen
los verdaderos kalkas, shamanos o jinas [190].
En
cuanto a la escritura de los ogams, Rolt Brash, en su célebre obra The ogams inscribeb monumentsin the British
Island, nos dice:
"Los
bardos de Irlanda atribuyen la invención de los ogams a Ogma, cuya genealogía se halla consignada en el Códice de
Lecann (fol. 280, p. b., capítulo 3) con estas frases: "Dagda el Grande,
Dealbaoth, Breas, Dana y Ogma. El
Adorador del Sol era el quinto hijo de Elatán, hijo de Dealbaoth, hijo de
Neid, hijo de Judai, hijo de Allai, hijo de Thait, hijo de Tabairn... He aquí a
Breas, el poderoso; Dan, el poeta; Dagda, el fuego de! Gran Dios; Ogma Grianeus
y Ogma Grian-Aineach, al cual el doctor O'Curry considera como of the sun like face, o de cara
rutilante como un sol." (M. S. Mat. Iriser History, pág.
243) . Este dios, pues, ocupa en la mitología del Gaedhil un lugar
parecido al de Apolo en el panteón griego. Él fué el último dios de la poesía,
la elocuencia y la música, todas las cuales se atribuyen a Ogma. Apolo ha sido
identificado con el Sol asimismo. Vossius diserta acerca de la personalidad de
Apolo y encuentra que es la personificación del Gran Luminar. Los epítetos
aplicados a Ogma de el Amado del Sol, el
Adorador del Sol, etc., se derivan de Grian,
y Grian es el Grial famoso de otras leyendas nórdicas,
o sea el Sol, e! Sacro Vril o Viril, cuya conquista ha sido tema de tantos
poemas, hasta llegar al Parsifal de
Wágner, Grial que no sólo es el Sol,
sino que en lengua gaedhélica se aplica como radical de muchas palabras, tales
como griannar, sunny, warm, grianan,
griandoc, sun dial, etc., todas referentes al Sol, como el monumento de
Inveresk, en la Escocia del Sur, con la inscripción de Camdem (vol. In, pág. 31) , que reza: "Appollini Granno, Q. Lusius
Sabinianus, proc. Ang. V. S. S.
L. V. M."
"Nosotros
mismos, añade en otro pasaje, hemos visto inscripciones de los bretones
romanizados con nombres de deidades del país de BUS conquistadores, tales como
Minerva, Belasama, Mercurio, Teutates, Júpiter, Dolichenus y Marte Braciaco. En
Castle-Hill, en el Valle de Antonino, se ha hallado una inscripción consagrada
a los dioses de los campos y a las deidades bretonas por los galos romanizados.
La inscripción de Inveresk se ha encontrado en conexión con el país de los brigantis, raza celta que actualmente no
existe en él. Tenemos, en fin, otra pieza de convicción en la que el nombre de
Ogma se ha identificado desde muy remotos tiempos con el Instructor de la
elocuencia entre muchas tribus del Oeste de Europa; nos ha sido dada por
Luciano, en su descripción del dios galo Ogmius.
Dicho pasaje fué dado a luz primero por John Toland, quien, al par,
identifica a Ogmius con el Ogma de Irlanda." (Historia de los Druidas, páginas 72 y
154.) Los trabajos de Toland aparecieron en 1726, y han sido publicados y
comentados con igual criterio por el Dr. O'Donovan, en el Journal d'Archéologie, VII, página 81, y por Bethan en su Gael and Cimbri. Lo que sigue está
tomado de Franklin Lucian, II, pág. 340:
"Los
galos, en su lenguaje, llaman a Hércules Ogma, y hacen un extraño simbolismo
del mismo, pues le representan como un hombre de ancianidad extrema, casi
calvo, con un mechón de cabellos de plata sobre la rugosa frente y el rostro de
macilento color tostado como el de un viejo lobo de mar. Podría tomársele por
un Caronte o un jafet de las riberas infernales, si no se viese en él también a
Hércules con todos sus conocidos atributos: la piel de león colgando de sus
hombros, la clava o maza en la diestra mano y en la siniestra el arco temible;
es decir, el prototipo del perfecto Hércules. No llego por eso a suponer que
los galos llegasen a damos con ello una copia de la deidad griega, sino más
bien su reflejo, en recuerdo de alguna irrupción en su reino, operada como la
legendaria de los bueyes de Gerión, en
Iberia. Recuerda, sin embargo, un pormenor notabilísimo. Dicho viejo Hércules
aparece representado como seguido por una gran multitud, a él ligada por
diminutas y frágiles cadenas de oro y de ámbar, de hermosas apariencias, de tal
modo que más parecían así encadenados por voluntad que por fuerza; una
esclavitud dulce y dichosa en honor de su caudillo amado, y lo más raro del
caso es que el pintor en cuestión no parece alcanzó a representar por dónde se
fijaban semejantes cadenas en el caudillo, ya que sus manos estaban ambas
ocupadas por la maza y el arco, como va dicho, como no fuesen adheridas a la
lengua de Hércules el semidiós. Admiraba largo rato la figura, no sin
experimentar cierta repugnancia y sin acertar a comprender el obscuro
significado de tamaño simbolismo, cuando un galo sentado a mi lado, un hombre
versadísimo en la literatura griega, que hablaba un lenguaje perfectamente
correcto y que, como tantos de su nación era todo un filósofo, dirigiéndose a
mí me dijo: "Te veo, oh extranjero, preocupado por esclarecer la
significación de esta pintura. Yo te la esclareceré. Nosotros no solemos
simbolizar la elocuencia con la figura de Mercurio, sino con la de Hércules,
tan fuerte como él y aun más poderoso, y no te debe extrañar que le
representemos a éste como un anciano, porque en dicha edad es cuando la
elocuencia llega a todo el vigor de la madurez, de acuerdo con el dicho de uno
de nuestros poetas: -"La juventud es un estado vacilante y frívolo".
A medida que la edad avanza, alborea la venerabilidad. Los ojos del
discernimiento sereno empiezan a abarcarlo todo. Ve ya cuanto sucede al
presente y cuanto puede llegar a suceder. De todo se informa y a todo provee
del modo mejor. Por eso preferimos la edad madura, y nuestro Néstor destila
mieles por su boca cuando habla. Los viejos oradores troyanos fueron celebrados
por su dulce voz, y semejante poder sobrehumano de la elocuencia fué el que
hizo colocar a Hércules en el número de los dioses. Dada la relación que guardan
los oídos con la boca, no tiene nada de extraño que la dulce cadena se
represente así, desde la lengua del instructor hasta los oídos de sus
discípulos"... Así habló aquel galo sabio, sigue diciendo Rolt Brash, y
sin este testimonio precioso, unido al de César, cometeríamos aún el error de
considerar como bárbara e iletrada aquella raza tan culta, que contaba entre sus hijos al personaje
mencionado. César, por su parte, consigna claramente que entre los galos eran
usados los caracteres griegos. El anterior pasaje de Luciano es una
corroboración absoluta de que el Ogma de los del Gaedhil no era una fantasía de
los bardos medioevales, sino antiquísima y pasmosa tradición piadosamente
legada por sus antepasados los galos, y merced a esto no cabe duda de que la
raza de los conquistadores de Erín fué una rama de aquel viejo cuanto noble
pueblo, cuyos anales y demás manuscritos consignan, por supuesto, las continuas
relaciones entre Irlanda y Galia en edades remotas. Los galos no eran tampoco
los únicos en representar a Hércules como el protector de las letras y de la
elocuencia, ya que los griegos también le representan como el protector de la
ciencia y el conductor de las musas. En resumen, Ogma y Ogmius son dos
vástagos de la familia céltica, y el inventor o introductor del alfabeto entre
los hombres ha sido siempre una divinidad mítica, con todos los atributos del
conocimiento, la elocuencia, la actividad intelectual, en una palabra, punto de
apoyo suficiente para poder afirmar la inmensa antigüedad de la palabra Ogma en conexión con la introducción del
alfabeto entre los hombres."
Por lo transcrito se ve claramente que
lo mismo Luciano y César, en la antigüedad, que Rolt Brash, en los tiempos
presentes, no ignoraron el paso del alfabeto calcidio, y con él toda la cultura
griega, desde la Eubea a la Galia e Islas Británicas, cosa, por otra parte,
consignada por la tradición, que hizo pasar a las vecindades de Thebas a los Tuatha de Danand, cuando fueron
expulsados de su territorio occidental por los atlantes necromantes o Firbolgs (rifeños occidentales, de las
dos palabras abeto y noche, es decir, los de los perversos
conocimientos), y en su nueva residencia helénica aprendieron la magia, como
indica también Rolt Brash, antes de emigrar a lo largo de la Escitia, para establecerse en
Escandinavia, con éxodo no poco semejante al de los godos, y retornar, al fin,
a Irlanda, aniquilando a los Firbolgs, para ser, siglos más tarde, anulados a
su vez por los milesios protohistóricos y pasar del estado propiamente humano
al de jinas, ocultos en las colinas,
dólmenes y raths, como efectiva o poéticamente, según sea el gusto o el
escepticismo del lector, decimos en nuestro libro De gentes del otro mundo, en su capítulo VII. .
Todo
esto nos ha obligado a estudiar: a), el
alcance filosófico histórico de la leyenda de los Tuatha de Danand y sus pueblos similares de tantas partes: los djins, jinas o jaínos, cosa que ya hicimos en el dicho libro; b), el contenido matemático de sus símbolos, independientemente de
la aplicación literal o fonética que les fuera dada en tiempos ulteriores; c), las relaciones que tales simbolismos
puedan tener con los demás orientales, mediterráneos o atlánticos; d), el abolengo que en las claves
numéricas del Gaedhil puedan acaso hallar los rasgos escriturarios de los más
primitivos alfabetos, y la base que sus combinaciones numéricas hayan podido
dar a las combinaciones monosilábicas de las lenguas aglutinantes. No hay que
añadir que tamaños problemas sólo podrán ser esbozados en estos modestos apuntes,
en los que, como decimos algo que es nuevo, no podemos hacer nada que sea
perfecto.
Los
numerosos renglones de las planchas I y II del Códice de Ballymote, que pueden verse en el citado capítulo,
presentan en sus trazos jeroglíficos, alternados algunos con letras de viejo
gótico o lituano, una variedad infinita. A la manera de las sublimes
concepciones musicales de Beethoven o de Wágner, un verdadero leit motiv, o tema característico,
sencillo, monótono, brevísimo, consistente en representar de uno a cinco
tracitos sobre una misma línea vertical u horizontal, da lugar a combinaciones
verdaderamente pasmosas, a un mismo tema numérico con variaciones, que
parece haber escapado a la penetración de -cuantos hasta aquí han estudiado los
ogams.
Tales
signos, en efecto, por sus rigurosas seriaciones, no pueden expresar verdaderas
inscripciones literales, sino jeroglíficos numéricos auténticos, imposibles
como tales de una sensata traducción literal, y guardando por ello una conexión
notoria con otros sistemas numerales arcaicos, tales como los de los códices
mexicanos del Anahuac.
En
todos ellos vemos que, a la manera de la línea, patrón escriturario o falsilla que corre de izquierda a
derecha en los textos sánscritos, cual si de ellos se hubiesen colgado las letras,
y también a la manera de la línea vertical de mogoles y chinos, corren una o
más líneas horizontales de izquierda a derecha en los respectivos renglones.
Son éstos algo que recuerda asimismo el pentagrama y a sus diversas claves y
aun notas, aun las del moderno sistema en monograma, llamado de Menchaca. Para poder entendernos,
hemos llamado a dichos renglones: bases o
monogramas, cuando sean de una sola
línea horizontal, que es lo que acontece con la mayoría de ellos; día, tría y tetragramas, cuando consten,
respectivamente, de dos, tres o cuatro líneas horizontales. También
denominaremos cifra o tallo a todo tracito o grupo de tracitos
que, al tenor de nuestra interpretación, simbolicen los respectivos números, y,
en fin, llamaremos tronco a todo
trazo distinto de la línea base y en
el que se apoyen los respectivos tallos o
tracitos numéricos. No hay para qué añadir que, por las palabras monograma, diagrama, etc., no queremos
dar a entender que se trate de letra alguna, sino simplemente de una o más líneas
horizontales que, cuando llegan a cinco, forman un perfecto pentagrama como el
de la música.
Al
primer golpe de vista se aprecia que en dichos jeroglíficos el tema fundamental
es la representación de la veintena en
cuatro grupos numéricos de a cinco cifras cada uno, ni más ni menos que en el
ampohualli de mayas y nahoas de México, cual si el Atlántico no hubiera
sido nunca sino un inmenso río, como
lo denominaron los griegos, y cual si la cultura de entrambas orillas europea y
americana hubiese sido substancialmente una misma durante la Edad de Piedra.
Meditando, en efecto, acerca del sistema de numeración nahoa, que tanto ha
preocupado a Gama, Orozco, Chavero y más recientemente a Cirus Thomas, en el Bureau of American Ethnologyl se
advierte que es tan perfecto como el nuestro de hoy y como su antecesor el de
los arios. Abierta la mano del hombre, como se ve en todas las representaciones
jeroglificas del cinco, nos
encontramos. por un lado, con las cuatro puntas de los dedos, del meñique al
índice. mientras que el dedo pulgar les es oponible y aparece profundamente
separado de ellos. Las cuatro puntas o yemas aquellas se representan por los
respectivos cuatro puntos ógmicos, mientras
que el pulgar o cinco se simboliza
por la raya sola o sin puntos. Esta misma raya, con la que nosotros
representamos los quebrados separando al numerador del denominador, y leyéndola
"partido por" tiene en vasco, como en nahoa, la significación de mitad, es decir. "la mitad del
diez" o "la mitad de la mitad del veinte". Sobre tales numerales
ógmicos ya hemos dicho bastante en
nuestra Ciencia hierática de los Mayas, y
sus representaciones pueden verse en gran número en los Códices Troano y
Cortesiano de nuestro Museo Nacional [191].
Ahora
bien: el sistema de numeración gaedhélico
u ogámico [192] que se desprende del
mencionado folio de Ballymote, tiene un punto de partida idéntico al de
aquellos aborígenes mexicanos. Los cuatro puntos ógmicos de éstos y su raya han
sido sustituídos en el sistema del Gaedhil por uno a cinco tracitos o tallos transversos e iguales, ya
apoyados directamente sobre una línea horizontal (monograma), ya sobre otras rayas individuales de apoyo para cada tallito o grupo de tallitos, y al que hemos por eso denominado tronco. Así, las cuatro partes del cempohualli o veintena, es
decir, las cuatro quinquenas integradoras,
se diferencian entre sí únicamente por la posición de sus tallitos o cifras respecto,
bien del tronco, bien del monograma, y, en consecuencia, vemos escritos los
respectivos veinte primeros numeras de este modo: la primera quinquena (1 al 5) con los tallitos a la
derecha del tronco; la segunda (6 al 10), con los tallitos a la izquierda; la tercera (11 al 15), con tallitos
transversales o a derecha e izquierda, pero
oblicuos, y la cuarta (16 al 20), con los mismos tallos transversos, pero
normales, sobre el tronco. Ofrece,
además, la primera línea del folio una particularidad notable, y es la de que,
mientras todos los restantes monogramas o poligramas empiezan por extraños
signos que recuerdan a los nuestros musicales de las claves de fa y de do, este diagrama primero comienza por arborizar en tres ramas
hacia la izquierda, o sea hacia el comienzo, cada una de las dos líneas que lo
forman, en total, seis ramas o tallitos, constituyendo con el tronco en que se apoya por el lado
contrario la cifra del uno una nueva
y muy curiosa manera de ser representado en simbología arcaica el famoso
"Sello de Salomón", o sea la representación cabalística y mágica del
numero siete, tenido por sagrado en todas las teogonías y cosmogonías, incluso
el Cristianismo [193].
No
es de extrañar ciertamente el que el sistema de numeración gaedhélico sea
claramente vigesimal o a base de veinte, como el de aquellos aborígenes y
probablemente el de toda la edad atlante o preariana. Semejante sistema es el
más humano que existe, porque tiene en cuenta las cuatro extremidades del
hombre y sus dedos agrupados en cuatro quinquenas.
Del hombre se han tomado, en efecto, las primeras medidas, tales como el pie, codo, pulgada, brazo, dedo, la sánscrita
nimesha o "parpadeo del
ojo", etc. El quatre-vingt de
los franceses es otra supervivencia gála de tal sistema atlante. Además, el
estudio de las numeraciones arcaicas nos revela que, cuando el salvaje o el
niño distingue el uno (su propia
personalidad) , el dos (aquel con
quien habla) y el tres (o sea todo lo
demás) , conoce ya el singular, el dual y el plural, y cogiéndose con una mano los dedos de la otra está ya en
posesión plena del sistema ogámico u ógmico, que para nosotros es el más
antiguo de los sistemas de numeración escrita; y tan cierto es esto, que en la
propia Irlanda nos encontramos, conservada por el folklore (demopedia o demosofía),
esta dulce canción, especie de Au
claire de lune druida, con la que se enseña a contar a los niños:
“Dance, thumbikine, dance.
Dance yes,
merry men every one.
Thumbikine you
must dance alone,
Yes, thumbikine
you must dance alone",
repitiéndose
el cantar, después del pulgar o thumbikine, con los demás dedos por su orden, fore-man) longe-man) Ting-man y littleman) en
confirmación lingüística de lo antedicho, porque siendo la veintena primitiva,
un cempohualli) una cuenta y, además, un man u hombre, tanto en lenguas
orientales como anglosajonas, se dan a los dedos, por analogía, terminaciones
de man u hombres, esto es, unidades
inferiores o de grado primero, como también se da aún el nombre de manigero al capataz que en Extremadura
lleva una gavilla de hombres. Nuestra
demosofía, tan rica como la que más, tiene su cantar equivalente, marcando aún
mejor el concepto sintético de la quinquena
ógmica o primera atadura numeral,
con este cantar infantil, primera lección de aritmética, de
Cinco
lobitos,
cinco
lobitos,
cinco lobitos,
cinco lobitos parió una loba,
chicos y grandes detrás de una escoba
cinco paría,
cinco criaba,
y
a todos cinco tetita les daba.
Cinco
parió,
cinco crió,
y a todos cinco tetita les dió;
y
el concepto de la unidad superior, o quinquena
de los cinco dedos, se completa con el resto del cantar, que dice:
No se le cae,
no se le cae,
no se le cae la manecita al nene;
no se le cae porque presa la tiene;
la manecita
desconcertada,
chiquirritita) bonita y atada...
Ciertamente
que el fondo científico de los mitos, como símbolos abstractos de ideas muy
superiores, es inagotable. ¿A qué conclusiones de prehistoria no podría
llevamos, en efecto, esa loba del
cantar ibérico y también de la leyenda de Juanillo
el Oso) en parangón con la famosa, que según la tradición etrusco-romana,
amamantase a los divinos gemelos Remo y Rómulo (loba que, transformada en cabra
Amaltea, amamantó a Júpiter)" o a aquellos lobeznos, cinco según unos,
siete según otros, que diera a luz la infanta Isomberta (o Isis-Bertha) de la
leyenda del Caballero del Cisne) base
de tantos poemas y del propio drama lírico del Lohengrin wagneriano, según la
hermosísima obra de Bonilla San Martín, El
mito de Psiquis, cuanto de los welsungos rebeldes de El anillo del Nibelungo?
Tenemos,
efectivamente, símbolos gaedhélicos, al menos para los cien primeros números.
Además, los respectivos signos de las veintenas, hechos signos de centenas
merced a pentagramas, como hemos dicho, pueden ser tomados enteros o meramente
en su mitad. Así, la mitad del signo X es el signo V, cual sabemos hicieran
también los etrusco-romanos (aunque no para expresar precisamente los mismos
valores numéricos). Una cempohualli o
veintena que quisiera expresar tal detalle tendría que encerrar las cifras
significativas correspondientes, no en series de XXX, como en no pocas figuras,
sino en series de VVV, que es, por cierto, lo que se observa en otras. Para,
pues, tomar la mitad del signo 40 o del 400, que es el cuadrado o rombo, no hay
sino representar medios cuadrados o medios rombos, como se ve en algunas.
Podrían detallarse y puntualizarse más, en fin, estas relaciones numéricas;
pero abusaríamos de la paciencia del lector que, mediante los simbolismos de unidades, veintenas y pluriveintenas, ya comprenderá cuán
fácilmente se puede representar, por lo menos, hasta mil. Los folios de"
Ballymote, que nos ocupan, claramente muestran que son copias de copias de
otros mucho más antiguos, en los que la seriación numeral fuera rigurosamente
perfecta, no caótica), desordenada, más y más a medida que se avanza en los
renglones, hasta acabar en el caos
numérico del alfabeto respectivo, en el cual, al modo del griego y romano
ulteriores, cada letra conservase esa supervivencia
numérica de los respectivos valores que miles de años antes tuviera entre
sus olvidados ascendientes cada letra. por su forma escrituraria, al modo de lo
que también se ve en los códices mayas, donde por las márgenes corren catunes
numéricos, mientras que en torno de los jeroglíficos mayores del centro se
agrupan racimos de estos numerales, formando ya palabras de la lengua
maya-quiché, como se ve en las láminas del Códice Cortesiano, que hemos
reproducido, y en todas sus similares mexicanas.
Diríase
que, tanto dicho folio de Ballymote como todas las láminas de los códices
mayas, establecen la transición entre los viejos simbolismos escriturarios
matemáticos o numéricos y los ulteriores simbolismos literarios fonéticos, pues
en una misma página se ven series
ordenadas de uno a veinte, que en modo alguno pueden ser palabras por su propia
ordenación, y conglomerados de signo.r numéricos en desorden, ya como tales series
numéricas) es decir, formando palabras. Así, por ejemplo, los números 1, 5, 10, 50, 100, 500 Y 1.000, escritos
en serie romana, nos darían la palabra IVXLCDM, que carece de sentido en latín;
y viceversa, la palabra LVX, traducida
en números, nos daría 50, 5, 10, en la que no se ve seriación ni ordenación
alguna matemática. Ejemplos aún más notables se podrían poner con palabras
hebreas, tales como Jehovah y Elohim, en las que los valores respectivos
hebraicos nos dan la relación de la circunferencia al diámetro, y, en general,
con todos los nombres de personajes bíblicos, y sobre ello se han escrito
numerosos volúmenes, tales como el de Piazzi Smith, acerca de "Las medidas
de la Gran Pirámide". Así, cuando en un conjunto de simbolismos arcaicos
vemos seriación perfecta, explicable por las reglas matemáticas de numeración,
coordinatoria, matrices de determinantes, etc., la traducción única que podemos
darle ha de ser forzosamente numérica, ya que la meramente literal carecería de
todo sentido, y este es el caso de los primeros renglones del folio de
Ballymote (despojándolos antes de las letras sueltas que rodean a los
simbolismos numéricos, cual si de ellos tomasen sus valores en la lámina) . Por
el contrario, la traducción literal se nos impone (cual las que hace Rolt Brash
sobre las inscripciones gaedhélicas de los condados irlandeses de Waterford,
Wexford, Kildare, etc.), en todos aquellos casos, cual en los últimos renglones
del mencionado folio, en que tales conjuntos de símbolos presenten un desorden
o falta evidente de seriación, lo cual no
obsta, por otra parte, para que semejante traducción literal pueda y aun deba
ser sustituída por los respectivos equivalentes numéricos de sus letras en el
caso de ser ciertas, por ejemplo, hipótesis cual las de Piazzi Smith y los
gnósticos alejandrinos. He aquí, pues, planteado el problema para ulterior
trabajo acerca de Los numerales
gaedhélicos y los orígenes del alfabeto, porque entre letras y números
arcaicos existe, a no dudarlo, una correlación misteriosa que habrá de
sorprender hondísimamente a la humanidad el día en que sea sacada a luz, y aun
revolucionar todos nuestros conocimientos, poniéndonos al habla con los pueblos
más remotos, de cuya existencia nos permitimos dudar todavía.
Sí,
la authanasia más perfecta es precisa
para no enmudecer de asombro al ver emparentados por algo tan esencial como los
caracteres escriturarios y las ideas y palabras a pueblos tan apartados entre
sí, por ejemplo, como los del Gaedhil irlandés y los del Anahuac mexicano. Estas
gentes, en efecto, designaban los cuatro primeros números con los símbolos
respectivos de los cuatro reinos de la Naturaleza: el tecpal, pedernal o mineral; el
acatl, caña o vegetal; el tocchilli, coyote,
cerdo o animal, y el caili, casa u hogar para el hombre. ¿Cómo puede extrañamos, pues, el
que en el lenguaje o lenguajes primitivos de Hibernia, Erín o Irlanda, se
adjudiquen a las letras nombres de árboles, y en la expresión escrituraria
ellas representen ramitas, hojas de cañas, tallos de maíz, y, lo que es más
asombroso, con signos y claves que al par son musicales y numéricos?
Digamos,
finalmente, que las gentes libio-iberas o mosaicos
del Gaedhil, como los chapanecas y otros mexicanos, con su instructor Muisca o Mox, especie de Apolo, inventor de la música, pudieron muy bien representar a su caudillo mediante el Árbol sagrado de Siva o de la Seiba, o sea lo que nosotros
llamaríamos el árbol de la Numeración, cuyo
tronco se divide en diez ramas, cada una de éstas en diez sub-ramas, y así
sucesivamente. También Quetzalcoatl, el Hércules, Odin o Krishna de los ayas,
se representa en los códices con cetro de palmera o plumero, símbolo, más que
del aire, de la numeración y del lenguaje. El tocado de la hermosa Chalehihuitl, o diosa de las aguas
nahoa, ostenta una palma, caña o maíz (acatl),
relacionado de igual modo con dicho simbolismo numérico, por la propia voz chalchi o cálculus latino y Cactili, collar
numérico de hojas y flores, que por otra parte ha dado nombre a más de una
docena de ciudades Calcis, repartidas
por las cinco partes del mundo, y al alfabeto numérico o calcidio, tan lleno de misteriosos problemas etimológicos y
lingüísticos. También a Centeotl, la diosa del maíz o Ceres nahoa, conocida por
Xoehi-quet-zal, la flor hermosa, se
la adorna con el símbolo del acatl o
de la numeración ogámica irlandesa. El patoli,
o juego de naipes o dados, con cuatro cañitas menores de una pulgada y
exornadas con figurillas y trozos numéricos al modo de nuestros naipes, es otra
referencia curiosa. Los discos numéricos, dados, naipes, figurillas y tantos
otros objetos similares de micenianos y minoanos, tienen filiación cierta en
estos simbolismos musicales y literales al par que numéricos, y gracias a esto
alguien muy docto, como Rudolf von Falb, en sus estudios incásicos [194], ha podido poner a
contribución, los idiomas sabios para demostrar que la riquísima simbología
docente y decorativa de mayas-quichés, nahoas, méxicas, incas y demás gloriosos
aborígenes americanos, se reduce a un solo simbolismo fundamental, a saber: el árbol de la Tau, o de la numeración
decimal (Tu.-hata, Ta-hua, y de aquí
los Tuatha de Danand, el oasis
sahariano del Tuat, no lejos de
Sekelmesa, la ciudad prodigiosa que ya era un montón de ruinas en tiempo de
Cartago) , propia y característica de todo pueblo de abolengo ario, árbol que
lleva diez frutos, y cuyos frutos son
cogidos por un Adán y una Eva a entrambos lados del tronco,
formándose así el divino diez, o sea,
geométricamente, el número n, la razón de la circunferencia al diámetro 10 o
Ф, que es también la etimología de Io, Iao Inacho, Iove, Io-pithar, Júpiter, etc. Infinitas
tenían, pues, que ser, y son, en efecto, las leyendas respecto a árbol semejante, y de aquí el Árbol de Guerniea, vasco; el Ash o Primera de la Teogonía de Hesiodo, al comienzo de la Edad de
Piedra; el Árbol de Tzité del Popol-Vuh; el de Iggdrasil o Norso de las
teogonías escandinavas; el Ashvattha indo; la higuera o Árbol Ruminal que cobijara a los recién nacidos Remo y Rómulo; el Árbol Bodhi, o de la sabiduría, bajo el
que meditase el Tathagatha búddhico;
el Gogard, o Árbol helénico de la
vida; el Tampum, o Árbol de la
Ciencia tibetana; el Árbol Santo, de
la Iniciación y de la Cruz; el bíblico de la Ciencia del Bien y del Mal; el Sepirothal
cabalístico; el Bimini de los
semínolas de la Florida; el de Chichil-hua-cuauhca,
o de la Buena Ley, que figura en los códices de Anadmae, etc., etc.
Por
encima de todos estos problemas abrumadores de la prehistoria de Occidente,
descuella una cosa fundamental: EL SÍMBOLO, y siempre el Símbolo, como Ciencia de
ciencias, o supremo lenguaje del pensamiento abstracto, lenguaje universal que
dice relación a todos los otros de nuestras ciencias particulares, como se ve,
por ejemplo, con el símbolo O, que es para el filósofo la expresión de la Nada; para el matemático, del Cero y del Círculo; para el
astrónomo, de la órbita de los
astros; para el biólogo, el símbolo de la
célula, la sección del tallo, etc., para el químico, el símbolo del
oxígeno, etc., etc.
Terminemos,
pues, el capítulo con lo que a propósito de este interesantísimo particular
dice la maestra Blavatsky en La Doctrina
Secreta, tomo 1, sección 1ª, ocupándose del Simbolismo e ideografía: "La historia religiosa y esotérica de
todas las naciones nunca fué literalmente expresada en palabras, sino que se
encerró en símbolos. Todos los pensamientos y emociones; toda la instrucción
adquirida por las primeras Razas y los conocimientos que les fueron revelados
tenían su expresión simbólica en la alegoría y la parábola... Nunca se permitió
a ningún estudiante recitar sucesos religiosos ni históricos con palabras que
claramente los determinasen, para evitar que los poderes relacionados con tales
sucesos pudiesen ser atraídos nuevamente. Estos se narraban sólo durante la
Iniciación y todos los estudiantes tenían que registrados en los símbolos
correspondientes, sacados de su propia mente y examinados después por su
Maestro antes de ser definitivamente aceptados. Así, poco a poco, fué creado el
alfabeto chino, del mismo modo que antes de éste habían sido determinados los
simbolismos hieráticos en el antiguo Egipto. En la lengua china, cuyo alfabeto
puede leerse en cualquier otra lengua, y que es poco menos antiguo que el
alfabeto egipcio de Thoth, todas las palabras tienen su símbolo correspondiente
que comunica el significado requerido en una forma pictórica. Esta lengua posee
muchos miles de tales símbolos, letras o ideogramas, cada uno de los cuales
significa toda una palabra, pues que un verdadero alfabeto de letras propias
como las nuestras no existe en el idioma chino, como hasta una época mucho más
cercana tampoco existía en el egipcio. De este modo, un japonés que no sepa una
palabra de chino, al encontrarse con uno de esta nación que nunca haya oído la
lengua del primero, se puede comunicar con él por escrito, por ser simbólica la
escritura de ambos", como se pueden entender europeos de los más extraños
idiomas -añadimos nosotros- en todas las operaciones aritméticas y algebraicas,
por ser universal el simbolismo matemático. Todos, en efecto, saben, aritmética
y geométricamente, la razón de la circunferencia al diámetro y también el
teorema de Pitágoras de que el cuadrado de la hipo ten usa es igual a la suma
de los cuadrados de los catetos, etc., etc., aunque difieran en las palabras
empleadas para traducido.
"Para
esclarecer una ambigüedad referente al término lenguaje continuo, diré primero que esta palabra significa la
expresión hablada de las ideas y, segundo, que puede significar también la
expresión de ideas en otra forma. Este antiguo lenguaje está expuesto de tal
modo, por ejemplo, en el hebreo, que mediante los propios caracteres escritos
-caracteres que al ser pronunciados forman el lenguaje primeramente definido-
puede comunicarse intencionadamente una serie de ideas muy distintas de las que
se expresan por la lectura de los signos fonéticos, y este segundo idioma viene
a manifestar así series de ideas veladas para todo aquel que no está en el
secreto, ideas que no son sino copias imaginativas de cosas sencillas que
pueden ser dibujadas, y aun de cosas que pueden ser reales sin ser tangibles,
como, por ejemplo, el número 9 puede ser tomado como una realidad aun cuando no
tiene existencia sensible... Semejante lenguaje ideográfico puede consistir en
simbolismos concretados a términos y signos arbitrarios, con un muy limitado
campo de conceptos sin importancia, o puede ser una efectiva expresión de
hechos y leyes de la Naturaleza de un valor casi inconmensurable para la
civilización humana. Un cuadro de algo natural puede dar origen a ideas con él
relacionadas irradiando en las más variadísimas direcciones del pensamiento
humano, determinando en las mentes de los ya iniciados en la clave simbólica
bajo la que se hiciese la pintura, un género de ideas completamente distinto...
Semejante lenguaje no se suele emplear ya, pero uno se pregunta naturalmente si
en épocas remotísimas no hubo una lengua simbólica así y de uso universal,
lengua poseída a medida que se moldeaba más y más en la forma de arcano por
sólo las clases o castas más selectas de la humanidad en tales días... Sobre
este punto los testimonios son de mucha fuerza, y verdaderamente no parece sino
que en la remota historia de la humanidad, y por causas que todavía ignoramos,
se ha operado la desaparición o pérdida de un lenguaje primitivo y perfecto,
como basado en un sistema absolutamente lógico y científico, aunque perfecto
acaso por ser de origen y de revelación divinos". "Origen divino
-añade Blavatsky al contestar lo transcrito-, no sea una revelación, entre
rayos y truenos, de ningún ser antropomórfico, sino un lenguaje científicamente
construido y comunicado a nuestra infantil humanidad por una humanidad más
avanzada -una humanidad de otras esferas-, y tan elevada respecto de ella, que
resultaría efectivamente divina a sus ojos... Cuando el Ciclo de Vida de este
Globo toque a su fin y nuestra madre Tierra se prepare a caer en su sueño
postrero, ¿quién osará afirmar que los Egos divinos
de nuestra humanidad, es decir, los elegidos por sus propios méritos, que
pasan a otras esferas, no se convertirán a su vez en "instructores
divinos" de una nueva humanidad, por ellos generada, en un nuevo Globo
llamado a la vida y a la actividad por los "principios"
desencadenados de nuestra Tierra? Todo esto puede haber sido la experiencia del
Pasado, y estos extraños anales yacen cifrados en el "Lenguaje del
Misterio" de las edades prehistóricas: el lenguaje que ahora denominamos SIMBOLISMO".
Sin
el auxilio de los anales de Oriente es imposible encaminarse en el caos de la
cronología primitiva. - Lemures, Atlantes y Arios. - Las cuatro Edades de Oro,
Plata, Cobre y Hierro. - Veranos e inviernos heliacales, segun Platón. - La
Humanidad "física" apareció sobre la Tierra hace próximamente cinco millones
de años y la Raza Aria hace un millón. - Celtas, arios y post-atlantes
trogloditas. - Los cíclopes. - El dios It o Ti. - El culto del Fuego y del Sol.
- Los pelasgos y sus cien nombres históricos: cíclopes, titanes, kalkas,
caldeos, accadios, cólquidos, arameos, jaínos, britanos, naboas, tuathas,
tesalienses, micenianos, germanos, ercinios, hemiaritas, hiperbóreos, frigos,
táuridos, phalegios, curetes, quírites, etc., etc. - Enseñanzas de César Cantu.
- Los cabires en Lemnos, Samotracia, Peloponeso, Sicilia y demás regiones
celtas. - Sus inmensos beneficios, solapados bajo el velo de la fábula y la
leyenda. - Las dinastías divinas. - Niebuhr y su Historia de Roma. - La caída
de Troya termina este sublime e inestudiado ciclo. - El Timeo, de Platón. - Dorios y jonios ("los hombres del Sol y
de la Luna") . - Las Acrópolis. - Las "tres castas". - Los jinas
y la conquista del simbólico "Vellocino de Oro". - La leyenda de los
doce signos del Zodíaco. Esquilo, el divino griego, y su Trilogía. - La Electra, de
Sófocles. - Otros clásicos de la Hélade en punto a estas cuestiones sugestivas.
- Enseñanzas de H. P. B.
No
es posible orientarse en el caos de la historia primitiva sin el auxilio de las
cronologías iniciáticas tamiles-brahmánicas, las cuales, de acuerdo con la Geología,
asignan al mundo (o sea a los evones transcurridos desde que la humanidad
apareció físicamente ya sobre la Tierra) unos cinco millones de años de
existencia hasta hoy. Primero se desarrolló la Tercera Raza-Raíz o Lemur (Edad
de Oro), hacia las regiones actualmente ocupadas por el Pacífico, la cual por
terremotos y erupciones (verano heliacal de Platón) se hundió hace más de un
millón de años en números redondos, y por entonces la Cuarta Raza-Raíz, o de
los Atlantes (Edad de Plata) llegó a la apoteosis de su esplendor, al par que
nacía en las mesetas centrales de Asia o Ariana, la Quinta Raza-Raíz, que es la
nuestra o Aria. Dada la correlación de la filogenia y la ontogenia, es de
observar que con estas tres Razas troncales, madre, hija y nieta, aconteció como pasa entre los hombres, a
saber: que cuando la madre declina, la hija llega a la plenitud de su
desarrollo, y la nieta nace... Por eso los arios empezaron a extenderse por la
Tierra antes de que se iniciaran las sucesivas catástrofes (invierno heliacal
de Platón), que sepultaron a la Atlántida, hace ochocientos mil años, con la
separación del continente atlante de lo que luego fué Eurasia, África y
América, constituyendo sus restos las dos enormes islas de Rutha y Daytia, o de la
Buena y de la Mala Magia, hace doscientos mil años, con el hundimiento de estas
islas, quedando sólo la de Poseidón o Neptuno frente a Gades, y hace unos once
mil años con la desaparición de esta última isla, recordada ya en las
tradiciones populares con el nombre de Diluvio Universal.
Tuvieron
así los arios extendidos por el mundo desde hace un millón de años, repetimos,
una edad de oro en las postrimerías
lemures; una de plata, cuando la
apoteosis atlante; una edad de cobre, correspondiéndose
más o menos con los últimos tiempos del continente sumergido, y una edad de hierro, en fin, que se dice
comenzó hace unos cinco mil años, cuando el Avatar Krishna, cumplida su misión,
desapareció de la Tierra, dejando el puesto a su discípulo Arjuna o Ra, el jina del
Mahabharata, y que ya vimos aparecer en todas las regiones del mundo con
los mil nombres conexionados con el de Hércules,
que es el que principalmente se le asignó en Europa.
Al
desaparecer la Atlántida quedaron, pues, dos grandes tipos de hombres, como
empiezan ya a presentir los estudios paleontológicos; los unos, los
trogloditas, gentes atlantes que habían quedado sumidas en la más atroz
barbarie, tal como la ciencia de Occidente ha sorprendido sus restos en las
cavernas, y los otros, los pelasgos (los vascos del piélago, como si
dijéramos), quienes ya desde las primeras manifestaciones de la catástrofe que
se avecinaba fueron trasladándose o
regresando hacia las regiones orientales, de las que eran originarios, y de
aquí la tradición universal del éxodo de lo (o del Buey y la Vaca sagrados)
desde el jardín de las Hespérides (Poseidón) a través de toda Europa meridional
y por el Bos-phoro (el conductor de
la Vaca) hacia la Cólquide y la Armenia (donde es fama que se paró el Arca de Noé, o sea el dicho culto
iniciático del Ar-ar-at, o de las
montañas arias, donde nacen con otros ríos el Tigris y el Éufrates) [195].
Estos
pelasgos o ario-atlantes de Occidente reciben un nombre diferente en cada una
de las regiones del mundo por las que se extendieron. Al tener aún abierto
"el ojo de la intuición", como depositarios que eran más o menos de
las verdades iniciáticas, se les llamó cíclopes,
y edificios ciclópeos a las
gigantescas construcciones que levantaron, y de las que doquiera, desde la
Pensilvania norteamericana hasta el Oxus y el Aral, a través de Europa y
África, se ven aÚn pasmosos restos; lirios
y titanes, del dios lt o Ti,
el Hércules, que les comandaba y
sobre el que hay bastantes más datos de lo que se cree [196]; kalcas o caldeas o calcidios, tanto por su origen
ante-atlante del país de Kalcas, al
que así retornaban, como por conocer el cobre
(calcas) y como por desarrollarse en una edad de franca decadencia, que del
cobre, no del oro ni de la plata, recibiese
su nombre; accadios (gentes de Acca-larentina, como si dijéramos), por
conocer la navegación y haber pasado el mar con sus caudillos redentores, según
pudimos apreciar en el curso de los capítulos precedentes; arcadios, por corrupción de accadios,
o por el "Arca" o nave simbólica que los recuerda, aún hoy,
doquiera haya un solo resto suyo; cólquidos,
o cólchidos, como corrupción de
la palabra calcis (conocimiento de la
numeración, de la escritura jeroglifica-hierática y simbólica, cábala, etc.),
como también viéramos ya en el capítulo precedente, pues es sabido que aún hoy
en lenguas como la inglesa la sílaba a11
(todo) se lee 011; arameos o ari-manes, como "hombres
arios", odiados y "hechos diablos" por los parsis ulteriores; druidas, por sus sacerdotes iniciados y
por su culto al Fuego, es decir, al
Sol, a la Pureza, a la Verdad sepultada en la catástrofe, a Ar o ra
y a Ares, según ha ido
apareciendo en diferentes pasajes de este mismo libro; armónicos, acaso por su conocimiento y alto concepto de "la
Armonía Universal"; janos, por
su inca, conductor o sacerdote-rey
(IAO, TAO, IANUS, etc.); bretones o britanos, de brig, la radical aria de "la que brilla, la que luce", o
sea siempre y por siempre el Sol (en sus cuatro sentidos: físico, psíquico,
mental y espiritual); menfires o menhires, por ser "hombre
occidentales" (de fir, rif, Occidente),
o más bien por su culto al Fuego (fire, en inglés, todavía) , llamándose
men-hires aún a las piedras de sus sepulcros; nahoas, nahuales en México y en ciertas partes de Arabia, Siria,
etc., de Nebo, la Sabiduría iniciática; tuathas
de Danand, por las' mismas o parecidas razones, ya dadas en otra parte; sumerianos (de Surja, el Sol), en
Babilonia y Nínive; ti-huan-ascos o tihuanacos (en Perú); tesalienses primitivos, acaso por el
expresado retroceso de sus peregrinaciones; mineanos,
por su colonización en la isla de Creta, y micenian os, por otras semejantes en Asia Menor y Grecia; germanos, por el dios Hermes, Tot u
Odin; ercinios, de "erda",
la Madre Tierra; sabeos, por su
propia sabiduría en las cosas celestes como en las terrestres; hemiaritas u homeritas, por su doble carácter ario (de origen) y atlante (de su
época y país de colonización); camitas, por
su instructor Cam, Jan o Jano; hiperbóreos, por las regiones en
que los conocieron los griegos y por "la Isla Blanca", más allá del Boreas, de sus más excelsas y secretas
tradiciones iniciáticas de la Primera Raza-Raíz (pitris lunares de la Doctrina Secreta); axinos o
"inaccesibles" en el concepto jina; frigios, de la diosa Frika,
luna o Diana-Lunus escandinava; misios o "enviados" para salvar
a la humanidad troglodita de su ruina moral y física definitiva; tauridos, por su consabido culto mithraico, que pasó a dar nombre a la
célebre cordillera armenia; phalegios, como
eternos "cometas humanos", peregrinos o errantes; curetas y quírites, por sus hechos
quiritarios (kyries, lanza, rayo de
sol) y por sus caurias o curias; enios o aonios, por su Eneas, Ennos, Enoch, Jano o Noé, etc., etc.
Si
al lector le pareciesen duras, atrevidas y aun violentas algunas de estas
deducciones, le contestaríamos con estos párrafos de un historiador tan poco
adicto a estas cosas "teosóficas" como es César Cantú, quien, al
hablar de los primeros habitantes de Grecia, confiesa lo siguiente (los
paréntesis son nuestros):
"No
puede dudarse de que bajo el nombre de pelasgos estaban comprendidos muchos y
diversos pueblos, y de aquí proviene el distinto aspecto con que se han
presentado, apareciendo en Italia como propagadores de las artes y de la
civilización, mientras que en Grecia nos los pintan como gentes de extremada
rudeza, a quienes Feroneo (el Feruer cabalista,
"Hálito Sephirotal" o Emanación), hijo de Inaco (un jina), fué el
primero que enseñó a fabricar casas, hacer uso del fuego y regirse como hombres
racionales. Sin embargo, los hechos, usando un lenguaje muy diferente,
demuestran que los pelasgos, raza tan benéfica como despreciada [197], llevaron a Grecia no ya
este o el otro arte, sino un sistema completo de enseñanzas religiosas, artes y
literatura. La áspera lengua de esta raza, más análoga al latín que al griego,
se conservó en el dialecto eolio. ,Enseñaron también los pelasgos un método de
escritura, cuyo uso era común antes de la llegada a Grecia del fenicio Cadmo [198]. Establecidos en la
Tesalia, la cultivaron del modo más sabio, y, prácticos en metalurgia,
trabajaron las minas en Samotracia (la ciudad de los kabires jinas), en Lemnos y en Macedonia, como hicieron los
cíclopes del Peloponeso, Tracia, Asia Menor y Sicilia, los cuales penetraban en
las entrañas de la tierra con una luz en la frente, luz que originó la fábula
de que tenían un solo ojo. Su ocupación y ciencia especial era abrir canales de
desagüe, construir diques para contener las inundaciones de los ríos y dar
salidas subterráneas a los lagos. Levantaron también muchas fortalezas, que en
su -idioma se llamaron larisa (de lâ, espíritu), nombre apelativo que
después vino a ser propio, y en la Arcadia, Argólide, Atica, Etruria y el Lacio
se observan restos de sus construcciones, que acaso sean las mismas que las
ciclópeas. Dieron, asimismo, cierta forma de culto (el Culto sin templo al Dios
Sin Nombre) a los pueblos que no tenían más que prácticas groseras de religión,
sin tradiciones mitológicas. En Dodona tenían el bosque sagrado, donde, desde
lo alto de una columna, profetizaba la paloma, o donde pronunciaban oráculos
las encinas. El centro de sus ritos era Samotracia, consagrada al culto de lo
Cabires. Los beneficios que hicieron se descubren aún a través del velo de la
fábula. En las pendientes del Olimpo, del Helicón, del Pindo, en aquella Arcadia
en que la raza pelásgica se conservó pura y exenta de invasiones
conquistadoras, ponían los griegos el origen de la religión, la filosofía, la
poesía y la música. En las márgenes del Peneo apacentaba Apolo sus ganados y
Orfeo amansaba a las fieras, y en Beocia fabricaba Anfión con su lira las
ciudades, o lo que es lo mismo, ponía en ejercicio las artes de la imaginación
para extender la cultura, la cual dió a la Grecia aquel carácter que jamás hubo
ya de perder. Así, Oleno, Tamiris y Lino, procedentes de aquella raza y país,
fomentaron con sus cánticos el sentimiento religioso, celebraron las primeras
hazañas de los helenos, les disuadieron de los sacrificios humanos y de los
odios hereditarios, instituyendo ceremonias en honor de los dioses y divulgando
ideas superiores a los intereses materiales. Los reinos de Argos y de Sicione,
los más antiguos de Grecia, fueron fundados por pelasgos; pelásgicas eran las
dinastías de Tebas, de la Tesalia y de la Arcadia, y a ellas debieron su
fundación Tirinto, Micenas y Licosura, reputada por la ciudad más antigua de
Grecia y de las islas. El mismo Dardano, fundador de Troya, era originario de
Samotracia, isla santa de los pelasgos tirrenos. Pero a los pelasgos les
sucedió lo que a muchos hombres que parecen destinados a ser infelices. Orfeo
es despedazado por las mujeres de Tracia; los habitantes de Aquilla apedrean a
los focenses prisioneros; las mujeres de Lemnos asesinan a sus maridos; luego,
los helenos que les suceden, después de vencerlos (no por valor, sino por la
inexorable ley de los ciclos que traen el otoño y el invierno tras la florida
primavera) los quieren difamar; y, guerreros como son éstos, desprecian a
aquella raza agricultora e industrial, le atribuyen falsamente ritos
sangrientos y sacrificios de víctimas humanas para alimentar el fuego, adorado
por ella como misterioso agente de las artes todas; la Tesalia, la Licia, la
Beocia, son tenidas por asilo de magas, y su ciencia, por misterios torpes y
espantosos. Arrojados los pelasgos de la Tesalia, quedaron reducidos a la
Arcadia, llamada también Pelasgia, y al pequeño territorio de Dodona, desde
donde algunos pasaron a Italia, otros se dirigieron a Creta, para allí
experimentar nuevos desastres, y los que quedaron en el país se confundieron
con los vencedores y perdieron su nombre". Igual, punto por punto, acaeció
con los reales o aretes pelasgos del Apenino, a los que alude Tito Livio, unos, como
montañeses, de orus, montaña sagrada,
y otros, como procedentes de la Arcadia, llevados por Hércules. Estrabón los
clasifica en oscos (vascos o
españoles),aruncios (arios
posteriores), sabinos o sabeos (caldeas), umbríos (nórdicos) y ausones (meridionales).
Sófocles canta a todos estos jaínos, en una tragedia perdida, como enotrios (de Eneas) , ligures (procedentes de la primitiva
Licosura, cuando no fundadores de ella), y tirrenos.
Sus ciudades ciclópeas más célebres fueron Mefila, Sama o Luna, Vésbola,
Trébula, Velabrum, Palatium, Issa, Tiora, Tauria, Córsula, Lista, Marruvium y
Orvimum; y la Etruria italiana, en honor de ellos, se denominó "tierra
saturniana" o "tierra jaína".
Por
último, y para no cansar más, la importancia de estas gentes jinas está pintada
con un solo rasgo, es a saber, el de Niebuhr en su Historia romana, cuando dice: "Los pelasgos no eran un tropel
confuso de gente vagabunda, como algunos los pintan, sino naciones establecidas
en tierras propias y florecientes, gloriosas ya en un tiempo muy anterior al
conocido por los escritores griegos; y tengo el pleno convencimiento de que
hubo un tiempo en que los pelasgos constituían la población más numerosa de
Europa, desde el Arno hasta el Po y el Bósforo... y es lo notable que en todas
las tradiciones primitivas, por antiguas que ellas sean, siempre se encuentran
ya los pelasgos en el apogeo de su poder, aunque la historia los presenta ya en
su declinación y decadencia. Júpiter había puesto en la balanza sus destinos y
los de los pueblos griegos; y el platillo de los pelasgos fué vencido (como lo
es siempre el de los padres cuando se retiran discretos para dejar pasar a una
vida y a un mundo mejores y dejar en
libertad y en su propia responsabilidad a los hijos). La caída de Troya era
el símbolo de su historia toda".
Tienen
estos autores sobrada razón; la caída de Troya inicia verdaderamente el período
histórico o propiamente humano con
todas sus desdichas, comenzando un tristísimo crepúsculo que fuera luego noche
cerrada con esas tres grandes catástrofes ocultistas que militarmente hasta
hicieron desaparecer los Misterios iniciáticos: la de Alejandro, en Oriente; la
de César, en Occidente, y las de Cortés y Pizarro, en el Continente americano,
preservado durante la Edad Media de un modo "tan jina". ¿Veremos
lucir una nueva aurora después de la despedida de esa horrenda noche con
nuestra Gran Guerra?
No
lo sabemos; pero es lo cierto que, gracias a las enseñanzas teosóficas
rápidamente apuntadas en cuanto llevamos dicho, podemos ya demarcar un período jina, adelón, abalónico o "de los abuelos", como le
llamaron muchos clásicos, y que termina con la guerra de Troya, o más bien
antes, con la simbólica o fabulosa Conquista
del Vellocino de Oro de los jinas de la Cólchida; un período mítico que,
desde este "suceso" hasta la caída de Troya o la de Alejandro,
establece la transición [199] y, en fin, un período histórico en el que aun la
misma existencia de aquellos "hemiaritas" (protectores y protegidos,
o jinas e iniciados en los Misterios) es negada como la mayor de las quimeras;
¡y eso en nombre de una pretendida ciencia histórica que jamás puede autorizar,
en verdad, tamaño absurdo, a todas luces desmentible y desmentido!
Todo
ello, por supuesto, se halla expresado con los más vivos colores históricos en
aquellos párrafos del Timeo de Platón
que, para no faltar abiertamente al juramento iniciático, pone en boca de
Critias el joven, nieto del gran Critias, pariente a su vez de Sócrates, el
maestro de Platón, en los que se dice:
CIEn
el Delta del Nilo existe un nomo llamado
Saítico y una ciudad principal, la de Sais, de donde el mismo rey Amasis era
oriundo. Los habitantes de dicho nomo tienen por divinidad fundadora de él a la
diosa Neith (Isis), que en griego, según ellos, quiere decir Palas Atenea. Por
eso ellos quieren de todo corazón a los atenienses, considerándolos como de su
propia raza. Así Solón decía que, llegado cierta vez a aquel país, había
recibido en él las mayores atenciones, y después de las preguntas que había
hecho acerca de la antigüedad a los sacerdotes más ancianos y que mejor le
conocían, se había convencido de que ni él ni ningún otro griego sabrán nada de
ella. Y añadió Solón que habiéndose puesto él a hablar de Phoroneo, a quien, por su remota antigüedad, llaman el primero, después de Níobe, y, en fin,
del famoso diluvio. de Deucalión y Pirra, un ancianísimo sacerdote le dijo:
"¡Oh Solón, Solón, vosotros los griegos no sois sino unos niños; no hay en
Grecia un anciano tan sólo, por
cuanto no atesoráis ninguna opinión verdaderamente antigua y de antigua
tradición venida, porque a lo largo de los siglos las destrucciones de hombres
y de pueblos enteros se han sucedido en gran número, las mayores de ellas por el fuego y por el agua, las menores
por otras mil causas diversas! A nosotros el Nilo nos salvó del gran desastre
de cuando los dioses purificaron la tierra sumergiéndola, y, de este modo, todo
cuanto se ha hecho de hermoso y memorable está escrito desde hace muchos siglos
y conservado en nuestros templos, mientras que entre vosotros el uso de la
escritura y de cuanto es necesario a un estado civilizado no data sino de una
época muy reciente; y súbitamente, con intervalos determinados, vienen a caer
sobre vosotros plagas celestes que no dejan subsistir sino hombres extraños a
las letras y a las Musas, de suerte
que recomenzáis, por decido así, vuestra infancia e ignoráis todo
acontecimiento de nuestro país o del vuestro que remonte al tiempo viejo. Así,
cuantos detalles genealógicos nos has dado relativos a vuestra patria se
parecen a meros cuentos infantiles. Desde luego, vosotros nos habláis de un
diluvio, cuando han sobrevenido otros muchos anteriormente. Además, ignoráis
que en vuestro país ha existido la raza de hombres más excelente y perfecta, de
la que tú y toda la nación descendéis, después que toda ella pereció, a
excepción de un pequeño número. Vosotros no lo sabéis, porque los primeros
descendientes de aquélla murieron sin transmitir nada por escrito durante
muchas generaciones, pues que, antes de la última destrucción por las aguas,
esta misma república de Atenas, que a la sazón ya existía, era admirable en la
guerra y se distinguía en todo por la prudencia y sabiduría de sus leyes,
cuanto por sus generosas acciones, contando, en fin, con las instituciones más
hermosas de que jamás se ha oído hablar bajo los cielos... Así alcanzasteis a
sobrepujar a los demás hombres como corresponde a un pueblo engendrado e
instruído por los mismos dioses, y de aquí las múltiples y grandiosas empresas
a que dió cima vuestra república y que escritas quedan en nuestros libros.
Ellos, en efecto, dicen que vuestra república, en un gran día, mostró brillantemente
su valor y poderío. Arrostrando los mayores peligros, triunfó de sus invasores
atlantes; preservó de la esclavitud a pueblos que todavía eran libres, ir a
otros pueblos que estaban próximos a las llamadas Columnas de Hércules les
restituyó su libertad. Mas en los tiempos que siguieron luego hubo grandes
terremotos e inundaciones. En el espacio de un día y de una noche terribles,
todos los guerreros que tenían proyectado otra vez llegar a las puertas de
vuestros muros fueron abismados en lo profundo. La Isla Atlántida desapareció
bajo las aguas del mar, y por eso no se puede recorrer hoy el mar que la
cubre".
La
referida época de transición entre los jinas accadios, sumerianos o samitas,
autores de esas primitivas escrituras hieráticas, ogámicas, cuneiformes, por
quipos, etc., que hemos visto en todo el planeta desde los quichúa-incas y los
tuathas, hasta los babilonios, fenicios y egipcios, está grabada aún con
caracteres indelebles en las Acrópolis, igualmente repartidas por todo el
mundo.
Acrópolis (de
akros, altura, punta, y polis, ciudad) equivale etimológicamente
a "vivienda y templo de gentes arcadias, solares o jinas", tanto, que
en dicha época de transición del período adelónico al mítico y al histórico se
le fueron agregando las construcciones ya "humanas" de sus faldas y
llanura circunvaladora que, como tales, constituyeron la Iópolis (de Io o Isis, la
Luna), o sea "la morada inferior, humana propiamente dicha o lunar, de los
hijos de Io" (o jonios entre los
griegos) , quedando desde entonces la primera como arca de los tesoros religiosos, históricos y artísticos heredados
por la santa tradición o "cábala"; lugar inamovible y templo de las
divinidades protectoras de la urbe (hombres excelsos, ya empezados a divinizar
desgraciadamente por la creciente e ignorante antropolatría) y asilo de
sacerdotes y magistrados en las ulteriores épocas de invasiones entre sus
dclópeos muros, mientras que en los antros, criptas o grutas naturales o
artificiales, que nunca faltaban debajo del respectivo cerro (igual que en las
pirámides egipcias), seguían verificándose las imponentes y terribles pruebas
de la iniciación, algunas de las cuales han llegado hasta nosotros. Así, la Acrópolis y la Iópolis equivalieron entre los griegos a la Roma del Capitolio
(caput, cabeza), y a la del Aventino (para las gentes adventicias, que los
vientos de las guerras, revoluciones y esclavitudes remansaban sobre todas las
grandes ciudades antiguas), al Urin-Cozco,
solar o alto, y al Anan-Cozco, o
bajo, de los incas (y no a la inversa, que es como equivocadamente nos lo da
Garcilaso) , a la Sumaria, Somaría o Samaria (altura, lugar solar o de la
salud, tanto espiritual como física), y a la Accadia (lugar femenino, inferior, de] valle o llano o "de las
aguas"), de las más antiguas ciudades del Tigris y el Éufrates, Nínive y
Babilonia, inclusive, o, en suma, a ]a "ciudad alta" y la
"ciudad baja" de tantas y tantas poblaciones pelásgicojinas, como la Aka o Aeca samnita y su inevitable lengua sumeriana, análoga a la aún hoy
llamada lengua accadia del Indostán,
objeto de los estudios de Hyde Clark, o bien como nuestras Gerona, Tarragona,
Málaga, Cádiz, etc. Y es tan cierta esta transición, que en las más notables de
entre dichas ciudades, más o menos solares o cieJópeas, se suelen marcar tres
barrios o ciudades distintas, es decir, verdaderas Tri-polis, como las numerosas que por eso llevan este último nombre
en la historia, y entre las que pueden contarse, además: Roma, por su viejo Janículo, su Palatino-Capitolio regio, consular e imperial, y su siempre plebeyo
Aventino; Creos y Megara, por su
vieja y su nueva Acrópolis; Ilión o Troya, Tirinto (la de los tres recintos),
Ramno, Nicomedia, Cío, Asos, Cícico, Sardes, Priena, Esmirna, Pesinoute, Perga,
Argos, Sunio, Florentino, Veyes, Atenas, Licosura, Mantinea, Alea, Stinfalos,
Corinto, Pilo, Yra, Esparta, Trifilia, Tebas, Patmos, Samos, Delos, Orcómenes,
Mesenia, etc., cosa aún conservada en las poblaciones árabes, en las que el
odiado elemento hebreo constituye por sí solo un barrio de parias ya poco menos
que fuera de la ley, cual entre las gentes brahmánicas de las cuatro castas, y
costumbre que data acaso de antes del siglo v de la Era precedente a la
nuestra, cuando el incendio de Atenas por Jerjes, y cuyas huellas han quedado
en el Partenón y demás sagrados edificios de la primitiva Acrópolis ateniense.
Siempre, en efecto, han sido tres cosas complementarias: el hogar (ya el privado o templo de los penates, ya el de toda la ciudad, templo de las curias), el ágora (plaza o "casa de todos y
de nadie") y el suburbio (lugar
en ocasiones más propio de bestias que de hombres, y donde la falsa virtud de
arriba, por "inversión de polos", muy frecuente en la vida de pueblos
y de hombres, suele labrar, en las épocas de crisis principalmente, rosas de sus
estiércoles, y excelsas virtudes de sus vicios) [200].
En
la gran región pelásgica o jina de Thesalia, célebre por su Larisa, su
Far-salia y su Thebas Phthiotides (sucesora
de la Dióspolis, Lucksor, Karnac o Thebas magna del Alto Egipto, y antecesora
de la otra Thebas beocia) reinó largo tiempo la raza primitiva solar,
representada por Aeson y por su
esposa, la lunar Alci-medea, hasta
que (como Numitor por Amulio en Lacio) se vió destronada por Pelias (¿Pallas-Atenea?), de quien aún
se conserva un monte de este nombre. Pero Aetes o Aeson, el destronado, había
dejado un hijo, Jason (cual Numitor
una hija, Rea), que, ocultado a las persecuciones de aquél por su educador el centauro Quirón, el caurio o el kyrites (como Remo y Rómulo por el pastor Fáustulo, o como Amnón con el
niño Hércules en Nysia) llegó a hacerse un verdadero héroe (como todos aquellos
otros prototipos variantes del universal mito de Hércules), y en tal concepto
bien pronto se vió sometido a una durísima prueba por Palias, el ogro usurpador, con el ánimo, por
parte de éste, de que pereciese en la imposible empresa; es a saber: la
conquista del inmenso tesoro iniciático
ario de Aetes, por otro nombre el Vellocino
de Oro, o sea de la Verdad iniciática, escondida allá lejos en la Armenia, o "región de los manes, de
los antepasados arios", que ya vimos jugar en la leyenda caldaico-hebrea
del "Arca" de Noé-Sargón-Xishustros,
que salvó a los elegidos de perecer en la gran catástrofe diluvial o
atlante [201].
Como la tal empresa era de titanes, el solar Jasón-Orfe hubo de proporcionarse doce compañeros, que en el sentido
astronómico (uno de los múltiples en los que, como siempre, puede interpretarse
la leyenda) no son sino los doce "dioses mayores" o signos del
Zodíaco, cuyo paralelo, al tenor de las constelaciones actuales, son más o
menos éstos: Perseo (Aries), Orión o Hylas (Taurus) , Cástor y
Pólux (Géminis) , Teseo (Cáncer),
Ulises (Leo), Tifis (Virgo), Hércules (Libra)
,Esculapio (Escorpio), Antólico (Sagitario), Aquiles (el águila quizá "al
terrible jabalí" (el cabir, viraj o
avatur hindú, el avatar (o Piscis).
Parten,
pues, de Tesalia los expedicionarios embarcados en su nave lunar de Argos; visitan a Lemnos y Samotracia, las dos islas
jinas del mar tracio, célebres por sus kabires y jinas; cruzan por frente a la
Troada, donde se quedan Hércules e Hylas (los dos signos zodiacales secretos);
se detienen un punto en la Propóntide visitando al Artonesos Cícico, y, ya en el Bósforo Tracio de "el conductor
de la vaca", tropiezan con la primera Chalcis,
la Criosópolis o "Ciudad
Sagrada" de Calchedón de Bithynia (la
Bythos, lo, o Abismo de Aguas, de las ofitas de la Propóntide) , desafiando
allí quizá "al terrible jabalí (el cabir,
viraj o avatur hindú, el avatar
berraco, sucesor del avatar-pez y el avatar-tortuga y antecesor a su vez del
avatar-león, el avatar-mono y el avatar-hombre, con los que los libros sagrados
de Oriente han disfrazado simbólicamente las diversas etapas evolutivas).
Atravesando ese mar tenebroso, para ellos euxino
u hospitalario y para los demás axino
o inaccesible, pasan desde la dioscura
Dióspolis (Heraclea Pontica, la ciuQad de ]uno-Hera o lo); llegan, tras
penurias infinitas, a la Sebaste del Phasis (la ciudad del buey Apis armenio de
la Cólchida, tomo si dijéramos), visitan a las tres Colchides o. ciudades jino-calcídicas, y a la vuelta de tantas y
tantas inauditas maravillas, después de instituir esa iniciación de los
primitivos juegos olímpicos, se presenta el héroe en sus tierras (cual
primitivo Tannhiiuser de retorno de
las moradas de Venus Luna, o Sigfredo, de
retorno de descubrir a la Walkyria), desposado con Medea, la aria o media, hija
de Aetes y nieta del Sol, que, a bien decir, pese a la degradación necromante
con que nos es presentada en la tragedia de Eurípidys bajo este título, no era
sino la Primitiva Sabiduría jina o solar de la iniciación recibida por el
héroe, quien luego, hombre al fin, como todos los héroes de la leyenda, después
de haber visto a la Diosa sin velo alguno de falsa pudicia religiosa al uso,
viene, ciego e insensato, a enamorarse de una mortal: Creusa, la hechicera hija
del rey corinto Creonte (¿la fe ciega?) , gracias al brebaje de Moetis que le
propina para olvidada... Pero ¡ay! que el Dios-Karma, la Némesis vengadora, por
otro nombre Hado o Destino, no puede dejar impune semejante crimen de lesa
divinidad, que no tolera rivalidades por parte de esta nuestra naturaleza
animal, así humanizada y divinizada. La vulgaridad inferior de Creonte y de
Creusa destierra impíamente a Medea profanando su casto tálamo; J asón desde
entonces tal vez recibe el nombre de A-casto
(que las leyendas posteriores le han creído compañero del héroe solar en la
empresa), y la venganza llega por sí misma, sin que Medea, la Sophía aria, se
vengue por sí de tal crimen, cual en la decadente tragedia griega. Así, pues,
la corona y la túnica purísimas de Medea (la iniciación robada y profanada)
constituyen el mayor tormento de entrambos pérfidos padre e hija, quienes
mueren cayendo en el Hades, no sin antes ver morir a los hijos mismos de ese
contubernio absurdo de la excelsa mentalidad del hombre con sus bajas pasiones
animales, que no en vano son incompatibles entre sí las tres evoluciones
sucesivas: animal, humana y divina...
Con
ello, las terribles y simbólicas tragedias de los Atridas se cernían en el
ambiente, por decido así, y ellas, en efecto, llegaron más tarde con las demás
cosas envueltas por la leyenda en estos otros dos mitos troncales de los
griegos; la guerra contra Thebas y la guerra contra Troya, las ciudades
sagradas del mito de Hércules nysio, después que ya había realizado entre los
degenerados sucesores de los viejos pelasgos, aquellas famosísimas hazañas de
la muerte de la hidra de Lema, el jabalí de Erimanto, el león de Nemea, la
cierva dorada jina, los pajarracos antropófagos de la laguna Estinfalia, las
crueles Amazonas impías, el estúpido Augias, el Minotauro cretense, los
caballos de Diómedes, las vacas de Gerión, el dragón de las Hespérides, el
águila del Cáucaso, el gigante terrestre Anteo, el monstruo Hesione, y demás
simbólicas hazañas contra nuestras pasiones y los tristes efectos kármicos que
ellas siembran en la desgraciada humanidad desde entonces, desde que perdió la
Sabiduría Primitiva, sujeta a esas tres maldiciones de Medea que se llaman el
dolor, la enfermedad y la muerte, de los que no podremos redimimos hasta que a
ella retornemos nuestros ojos pecadores...
Esquilo,
el soldado glorioso de Maratón, Salamina y Platea; el iniciado vate o adivino de las Musas (de ad-divinum, "el que llega a la
Verdad en alas de la santa inspiración de las Musas", otra de las formas
augustas de la protección jina), ya
hubo de revelámoslo, a costa de terribles peligros, en los 80 trabajos poéticos
que consagró a estas cuestiones y de los cuales sólo muy contados, y no de los
mejores, han llegado hasta nosotros. El Prometeo
encadenado canta a esos excelsos renunciadores y caídos, caídos por el inaudito sacrificio de haber dado mente a los
hombres, que es mucho más aún que darles la vida, robando a los cielos jinas el
Sacro Fuego del Pensamiento, sin el cual no habría aún salido la humanidad de
ese triste estado irracional en el que aún yace ¡ay! una gran parte del humano
rebaño. Pero el santo don todavía siguió y sigue menospreciado, y lo que es
peor, envilecido. De aquí las demás tragedias del desafiador de los dioses; de
Sófocles el entronizador de los héroes, y de Eurípides, el adulador cruel de
las pasiones del hombre. El primero, con sus sublimidades verdaderamente
deificas; el segundo, con sus idealismos solemnes, y el tercero con su realismo
desolador, en triste hora heredado luego por todos los pueblos europeos, que
bebiesen las últimas heces de aquel período funesto de la decadencia griega con
dorada máscara, semejante al blanqueo de los sepulcros, que diría el Evangelio...
Electra, la
mejor, tragedia de Sófocles, aún guarda el eco del terrible karma de aquellos
griegos pecadores que habían profanado el tesoro calcídico del Vellocino de Aetes y su Aeb-Greine, o
"bendita tierra jina prometida,
para (después de la tragedia de Jason y de Creusa, la hechicera corintia, o "Mala magia de Moetis")
comenzar a vivir otra tragedia, la de Agamemnon
(de aga, agua, y Memnon, el culto isíaco o jina,
importado de Armenia más que de Egipto), muerto infamemente por Egisto, el monstruo humano nacido de la
locura de Edipo con su propia madre Io-casta (la siempre virgen y a-sexual
Io). Asesinado así el héroe, hermano de Menelao, por el amante criminal y la
infiel esposa Clitemnestra (de no escribible etimología), Orestes, otro
héroe hijo del héroe y de esta última, se hace llevar a la presencia de los
infieles, "como si estuviese muerto" (estilo altamente iniciático y
conservado hasta el día con otro ropaje mítico-hebraico en una institución bien
conocida), y, con su feroz venganza sobre ellos, continúa la serie de los
horrores y maldiciones de los Atrídas, horrores ¡ay! continuados bajo una u
otra máscara hasta nuestros propios días... La tragedia sigue y sigue con las
luchas de entrambas magias: la jina o
Blanca de la vieja Cólchide aria, de Tideo, Copaneo, Anfiarao, Hipomedonta,
Partenopeo y Adrasto, contra la subhumana o Negra de Cadmo, Polidoro, Labdaco,
Lago, Iocasta, Edipo, Eteocles y Polinice, que tienen por teatro a Mesina,
Argólida y Arcadia. El león de Nemea
y el jabalíde Calcedón hacen de las
suyas como antaño, salvándose sólo Adrasto.
Y la tragedia eterna de aquella gran caída comenzó con la tan decantada por
los bardos anteriores a Hornero, o sea con la muerte de Pélope por su padre
Tántalo y de Dánae por Acrisio (el de las Acrópolis), con la terrible venganza
de Perseo, el nieto, "Y los ultrajes de Tieste sobre la mujer de Abreo,
obligados precedentes de la dicha de Agamemnon, tiene su epílogo en esotro robo
de Helena, mujer de Menelao de Esparta por París, el hijo de Príamo de Troya,
inmortalizado por Hornero el ciego en
las 24 rapsodias de su Ilíada, y en
el que, tras el suceso histórico de la destrucción de Troya, hay que leer otro
eterno simbolismo, semejante al que brota del primitivo Ramayana, y en el que se roban las ideas iniciáticas (representadas
por las cautivas Helena, Criseida y Briseida) , para profanarlas con nuevos
cultos antropolátricos... Los tres gritos de Aquiles ("voz del que clama
en el desierto") son oídos en el mundo entero, sometido ya por siglos, no
a la protectora tutela jina de los dioses, sino a la tiranía de las Aves de Aristófanes intermediaria
usurpadora, al par, de los derechos de éstos sobre la Humanidad y de los
anhelos filiales de éstos hacia aquéllos, que tal parece el sentido ordinario
del célebre poema dramático, aunque tenga el otro sentido oculto y
contrapuesto, a base de los mismos héroes, Evélpides
(o "buena esperanza") y Pistero
("buen amigo o guía") quienes logran así edificar sobre el propio
aire sus encantados castillos de la Nefele-cocigia
jina.
¿A
qué seguir, si estas cosas, para ser debidamente estudiadas, necesitarían la
vida entera de muchos sabios y los cientos de volúmenes de una Biblioteca? Con
lo apuntado en el presente capítulo, el intuitivo tendrá lo bastante para
presentir, a través de las brumas de la Historia, "la Silenciosa
Verdad", esa nota augusta que todo hombre sabio, es decir, inteligente al
par que bueno, llega al fin a oír, y a la que se refiriera H. P. B. cuando
dijo:
"Las
secretas doctrinas de los magos, de los pre-védicos buddhistas, de los
hierofantes egipcios de Thoth o Hermes y de los adeptos de cualquier época o
país, incluyendo a los cabalistas caldeos y a los nazars judíos -dice con su habitual lucidez de mágica vidente- eran
idénticas desde el principio, y encerraban todas la misma verdad. Pero cuando
empleamos la palabra Buddhistas no pretende mas significar por ella ni al
Buddhismo exotérico instituído por los secuaces de Gautama Buddha, ni a la
moderna religión búddhica, sino a la filosofía secreta de Sakyamuni, la cual
era idéntica en su esencia a la antigua Religión-Sabiduría del Santuario: el
Brahmanismo, las tres Religiones troncales del planeta, que en el fondo no son
sino una sola: AQUÉLLA.
"Y
los poseedores, los custodios, de tamaña Verdad, existen en todas las regiones
del Planeta y en todos los tiempos, según hemos podido colegir de las diversas
referencias que han saltado aquí y allá en las páginas de este modesto libro.
"Pero
ellos están ocultos a las infantiles
pesquisas de los profanos, en esos "rincones especiales que la Naturaleza
guarda para sus elegidos, y donde conservan el Espíritu de Verdad como nuestros
primeros Padres, los de la Edad de Oro, le tenían."
Lazos
jinas que ligan entre sí a todos los tomos de nuestra Biblioteca de las Maravillas. - Algunos ejemplos de ello. - La
Filología como una de las columnas en que habrá de apoyarse la revisión
teosófica de la Historia del Mundo. - La letra A y los lenguajes arcaicos. - El
Fuego y la A, la doble A y el Agua. - Ojeada general acerca de las palabras
Aaban, I Aad, Aah, Aahi, Aahim-Charim, Aahis, Aahison, Aahla, Aahotep, Aakaba,
Aamés, AanasThoth, Aanra, Aassi, Aatzin, Aayon, Aba, Abaareca, Ababana,
Ababil,' Abacote, Abadir, Abahai, Abahaitui, Abahonda, Abai, Abaia, Abangas,
Abanquis, Abantes, Abantia, Abanto, Abas, Abarhisi, Abascante, Abascocba,
Abatón, Abatos, Abazeus, Accalarentina, Acra, Acragas, Acramas, Acrisio,
Acrópolis, Aennus, Aga, Agada, Agadea, Agag, Agajar, Agakhan, Agalegas, Agalis,
Agalma, Agameda, Agamedes, Agamemnón, Agánipes, Agapita, Agaptolomeo, Agastia,
Agathon, Agatilio, Agatino, Agation, Agatimia, Agatirsio, Agatodea, Agatodemon,
Agavea, Agra, Agrigente, Akasha, Alah, Aleph, Alpha, Anas, Aretusa, Argólida,
Aries y mil otras. - Valor ocultista de todas ellas en relación con los
problemas que nos ocupan.
Los
anteriores tomos de esta Biblioteca de
las Maravillas, en punto al problema de los jinas, pueden ser considerados,
como diría un matemático, en función de cualquiera de ellos, o sea que, dada la
idea esencial teosófica y ocultista que a todos preside, los diversos capítulos
de ellos están ligados entre sí por infinitas conexiones jinas, lo que más de una vez nos ha obligado a repeticiones
inexcusables, que son como puntos de cruce o nudos de la red ideológica que los
abarca. Así, si frente a cada tomo nos imaginamos como apéndices de él a los
restantes, las concordancias jinas históricas,
míticas u ocultas de aquél se verán totalmente corroboradas y amplificadas en
éstos, con lo cual no hay que decir si ganarán en vigor y en garantías de
certidumbre, o al menos de probabilidad en el peor de los casos, las doctrinas
a que se refiere.
Por eso sería conveniente que el lector por
sí mismo, a guisa de síntesis, echase una ojeada general sobre los hechos jinas
más interesantes que saltan aquí y allá en repetidos tomos, y cuyo respectivo
detalle puede verse en ellos. Cierto que todos aquellos hechos están tocados de
ese esfumado de sombra y de misterio que caracteriza a las "cosas del otro
mundo", o sea, matemáticamente, a las "proyectivas ene-dimensionales en el mundo de la
tercera dimensión", que es el ilusorio mundo nuestro; pero nuestro deber
es el de consignado así, bien seguros de que los ensueños del hoy han de ser en
el mañana realidades augustas y redentoras que vengan a mejorar nuestra triste
condición de caídos. "Nada más repugnante, en efecto, decimos (tomo I, XV)
que nuestra vida semianimal de hoy, toda desilusión, dolor, esclavitud y
muerte; nada más hermoso, en cambio, que el ver salir de estos estiércoles las
fragantes rosas del Ideal camino de un mundo mejor, del que antaño vinimos, y a
cuya reconquista gloriosa hay que marchar con el arma del sacrificio, ya que
nuestra salvadora razón, por los defectos que aún muestra en su naciente
desarrollo, es a veces una especie de "enemigo íntimo, y por eso toda
"verdad verdadera" de
alguna importancia ha sido en un principio una bella verdad, una verdad jina."
Entre
los pasajes más vivos del tomo I vemos así el de los ascetas primitivos del
Bierzo, algunos como San Jenadio, "el jina
de Dios, el Jina bueno" de Astorga (I, 18), viviendo alejado de los
hombres con vida eremítica más vecina a la de los gimnósofos arios que a los necromantes monjes de la Tebaida, acerca
de cuyas vidas más o menos jinas se
dan en el tomo V, páginas 113 a 121, detalles interesantes. Estos detalles, por
otra parte, se ven continuados en los tomos II y VI, con ciertos ascetas no
menos curiosos de la serranía de Córdoba y Huelva, donde tenemos a granel los hechos jinas, tales como los de aquel
santo hombre de Morón que viera a los jinas
en el fondo de una ignorada mina fenicia (pág. 62), o esotro que el buen
Emilio Carrere, con su gallarda y escalofriante pluma, nos relata de cierto
ingeniero de minas, amigo suyo, quien asimismo los viese, según muestras, con
esa luz astral que permite ver,
mediante la glándula pineal, al decir de los ocultistas, cosas que son
invisibles bajo nuestra luz física, pero que están, sin embargo, por bajo a su
vez de esotra luz intelectual y
espiritual, a la que se refieren aquellas mal comprendidas frases de
"lumen de lumine de Deo vera" y "lux perpetua lucente ad
eis", que juegan en ciertos cantos eclesiásticos.
Procedente del
referido tomo tropezaremos con la isla
jina de San Brandán, probada "hasta con acta notarial" [202], que diría un jurista
(VI, c. 13) ; con la cueva jina de
San Saturio, y su leyenda Solar del
jorobadito (Conf. teosóf., I,
capítulo de Religión, Leyenda y Mito); con
varias otras "mansiones" jinas en diversas partes de Andalucía (II,
c. 10) ; en toda Asturias (I, c. VII y VIII de la parte primera), o por mejor
decir, en España entera, como país genuinamente jina en sus toponimias, en sus
leyendas, en su historia y hasta en muchas de sus costumbres, cosa evidenciada en
mil páginas anteriores de los tomos aquellos.
No
queremos dejar de consignar, sin embargo, otro "hecho jina" que
leemos en un hermoso manuscrito con el ex
libris de don Feliciano Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta del
Valle, y que lleva el título de: Memorias
y antigüedades de la M. N. y A.
Ciudad de Tudela de Navarra; en las páginas 138 a 201 se dice: "El año
1564, a 17 de noviembre, se tañó milagrosamente la campana de la iglesia del
lugar de Fontellas, teniendo atada la cuerda y haciendo un día muy sereno de
aire. Tañóse estando la iglesia cerrada, cuyo prodigio repitió la campana en
distintos tiempos, pues la primera vez se tañó a las doce del día, dando tres
campanadas. En la segunda la vieron ocularmente, estando registrando y atando
la soga de la dicha campana, y a éstas y muchas diligencias más que hizo el
Lugar superó la novedad, porque continuó tañéndose varias veces. Esta noticia
es extraída del proceso e información de testigos, que recibió don Miguel de
Lerma, vicario general, con su fiscal don Diego de Calahorra, y está en el
Archivo Decanal de esta Ciudad bajo la letra I (fenómeno idéntico al de las
campanas de Velilla)" (V, pág.
132).
También
en un manuscrito de varias apuntaciones y noticias, que conforme sucedían las
asentaba don Jerónimo de Cavañas, vecino de esta Ciudad, está sacada la
siguiente:
"Domingo
a 10 de enero de 1588, entre dos y tres de la tarde, a legua y media de la
Barca de Castejón, yendo a Corella, hacia la mano izquierda, en el monte que
llaman del Cierzo, se aparecieron cuatro escuadrones de hombres muy grandes,
que salían de la tierra vestidos de negro. Se aparecieron tres veces. La
primera salieron como cuarenta o cincuenta hombres y se volvieron a sumir bajo
de tierra. La segunda vez de allí a poco, hacia la misma parte, volvió a salir
otro escuadrón de gente tres veces mayor que el primero, y en medio se vió un
hombre mayor que los otros, que era blanco y caminaba hacia el Ebro por espacio
de un credo, y después desaparecieron, pareciendo a los que tan espantosa
visión estaban mirando que tragaba la tierra. De allí a poco se apareció otro
ejército de gente, mucho mayor que el primero y segundo, a la misma parte y
dividido en dos partes, con una bandera muy grande y azul, y estándolos mirando
se volvieron a sumir bajo de tierra. Y de allí a poco rato, hacia la misma
parte, a trecho de dos tiros de ballesta, de donde se mostraron los otros
exércitos y gente, se vió salir de improviso de la tierra otro exército y
multitud de gentes sin número, cosa espantosa y mayor gente que los demás que
habían visto antes, y caminando hacia la misma mano izquierda, a la vuelta del
río Ebro, anduvieron por espacio de un cuarto de hora, y después desaparecieron
como los demás. Todo esto vieron Prudencio de San Pedro, vecino de Tudela y
teniente de Justicia, y su cuñado Jerónimo de Aybar, vecino de Valtierra, y la
mujer de Prudencio, hermana de dicho Jerónimo, que se llamaba Catalina de
Aybar, y de ello hacen fe y testimonio otras personas de Alfaro, afirmando
vieron lo mismo.
"En
confirmación de este espantoso caso, en el mismo tiempo que acontecieron las
visiones arriba dichas, se dice que en la villa de Alfaro se hundió o simó como
espacio de una hera de tierra tan
honda que no se podía ver el suelo, y que allá abajo se oía como un gran ruido
de agua que corre. Este fué un prodigio, oculto a nuestro entendimiento, que
sólo Dios sabía su misterio..."
Como
se ve, los buenos hebreos de Tudela seguían pensando en cosas como en capítulos
anteriores transcriptas respecto de Elías y Eliseo, o bien como los
"ángeles exterminadores" de la noche pascual en Egipto, los Abadones exterminadores del Apocalipsis.
Insistir
en tales detalles resultaría aquí imposible, pero es obligatorio, en cambio,
hacer una confesión, a saber: que el punto de partida para nosotros ha sido uno e indiscutible: la Filología, como una de las columnas más
fuertes en que ha de apoyarse el edificio de la revisión teosófica de la
historia del mundo, historia esencialmente falsificada desde los buenos tiempos
de Herodoto y de Eusebio. Mas, como el lector no está obligado a creemos bajo
su palabra, vamos aquí, a guisa de ejemplo, a dar una prueba de ello, relativa
a una sola letra del Alfabeto, a la
A, de la que vimos no pocos particulares al hablar de Acca-larentina y de otras palabras conexionadas con ella y que
empiezan con la misma letra.
La
A es la primera letra de todos los alfabetos de origen ario o de la Quinta Raza
Raíz, semitas inclusive, pues que en el primitivo lenguaje jina, calcidio o
numérico, su valor fué siempre el de la Unidad Suprema, ]a Mónada, el Fuego, el
Logos unitario, frente a Ja O, símbolo de la Nada-Todo, o el Cero, es decir, de
]a Divinidad Abstracta e Incognoscible, de donde todo emana y adonde todo
vuelve después de su ciclo evolutivo. Por eso es el alpha de los griegos y el aleph
de hebreos y cristianos; pero aquí precisamente empieza su cabalístico
carácter jina. En efecto, en clave
astronómica, este último nombre de Aleph,
que significa toro o vaca, proviene de que, a] empezar el
pueblo hebreo su historia (que no es, ni por sueños, la del mundo, sino la de
la expulsión de esta raza de la Ariana, por su sensualismo) , el Toro era el primer signo de la
eclíptica, como unos 2.000 años después próximamente ya lo era Aries (el cordero o Ra), y unos 5.200 años más, ya el punto vernal o de primavera,
pasó, a su vez, a Piscis, coincidiendo
así con la época del Cristianismo, quien por eso hubo de tomar al Pez o Ictius como símbolo iniciático de reconocimiento, cual aún se ve
hoy en las Catacumbas. Esto constituía así un modo emblemático de consignar las
Eras desde muy antiguo, por ejemplo,
entre los asirios, quienes, al poner en lo alto de sus estandartes al signo
Sagitario, marcaban su antigüedad de hace hoy unos 12 o 13.000 años, que son
los que han transcurrido desde que Sagitario era el signo más alto (hoy el más
bajo) de la eclíptica. Aleph, pues,
era el jeroglífico del Toro parsi, y
por eso se representó primero con una A invertida o.A La Primitiva Sabiduría,
sin embargo, había antes de todo esto seriado los jeroglíficos de las letras de
este modo, y a partir del cero u O: 1º., la Mónada
o 1, constituyendo con la O el
IO o IAO (el Logos Unitario); 2º., la Duada
o A (el Logos Manifestado, TAO); 3º., la Triada o Δ; 4º., la Manifestación de la Divinidad en la
materia o Tetracys (Maya, Ilusión); 5º., el Akasha
o primitivo fuego, A (el
Pensamiento); 6º., las Aguas del Chaos, en
las que dicho Fuego o "Ascua de Oro" wagneriana se manifiesta (III,
cap. XI); es decir, la doble AA que ya aparece en las notas etruscas de Ennio,
y que por eso es inicial de cerca de un millar de palabras, todas relacionadas
con el agua, y de las cuales, en Enciclopedias como la de Espasa, pueden
contarse un centenar[203] Esta doble AA, además,
sufre pequeñas modificaciones, tales como la forma actual del aleph en la que se crea un verdadero
nexo como los del sánscrito, en la forma de AIA, EA o ARA (con la R o eta femenina para mejor caracterizar al
agua) o AWA (por el mismo motivo), y AB en personas e hindúes, substituyendo la
segunda A por la letra siguiente B, que es la letra de la Duada, substitutiva
del signo A o ve invertida acaso para
recordar jeroglíficamente el gran misterio acuático
de la cariocinesis celular que, "por el fuego y el agua", hace
dos células de una, cosa que no ignoraron aquellos primitivos iniciados, como
lo prueba el mito de Osiris-Tiphon que en otra parte puede verse (IV, página
410) , Y hasta hay una triple AAA en ciertas monedas romanas, quizá
significando ya a la tierra. La doble A, en fin, enlazada con su propio nexo
(por redundancia muy frecuente en las lenguas, o más bien por presentarse, a la
vez, en las dos formas), da lugar al notable jeroglífico de ANA o "las aguas", de las que
las Enciclopedias traen centenares de palabras derivadas, a las que no podemos
descender ya aquí.
Basta,
en efecto, lo apuntado para afrontar ya el difícil problema del jeroglífico de
los jinas, que podemos concretar en estos términos:
1º.
El jeroglífico ario de IO o del signo lingual védico oTo (del que dedujimos
tantos otros en las páginas 122 y 320 de De
gentes del otro mundo), entre los etruscos principalmente, o sea entre los
dadores de las letras unciales y de la numeración a Roma (únicos rasgos
escriturarios que, para no complicar, venimos usando en este capítulo), pudo
tomar la forma del cuadrado y de una de sus diagonales de la que, como ya
vimos, se forma, por participación, lAVo IANVS,
Jano, prototipo de todo nombre jina o jaíno.
2º.
La palabra JINA que venimos empleando no es sino la casteIlanización de dicha
palabra latina; su verdadera escritura, derivada del parsi y el árabe, no es fina, sino Djin, Djinn y así la vemos empleada por muchos autores [204], y en sentido de genios
más bien maléficos que benéficos en las tres religiones occidentales: la judía,
la cristiana y la mahometana, lo contrario de lo que sucede en la buddhista,
hindú y jaína, donde los maruts, que
tantas relaciones guardan con nuestros jinas,
son objeto de religiosos himnos en los Vedas.
3º.
Otra forma de descomposición por notáricon
(es decir, por lo que llamar podríamos "taquigrafía ocultista") [205] de aquel cuadrado es la
de VNV (al modo como vimos en la palabra ANA) que, con la S del círculo
circunscripto al cuadrado (invertido, por supuesto, y girado 180 grados uno de
los semicírculos sobre el otro, como ya vimos también al deducir el jeroglifico
de ISIS del de IO) , nos dan la sagrada palabra VNVS o UNO, con la que
representamos a la Mónada, manifestada luego como Logos en la Duada.
4º.
Anteponiendo a este último jeroglifico la 1, ya que antes se le pospuso al
primitivo VNV la O de IO, tendremos IVNVS, JVNVS o LVNVS, el masculino
originario del femenino Juno y Luna, por cuanto es sabido que la Luna,
en el sentido cosmogónico-ocultista, es masculina, Deus-Lunus (como que su masa gira en torno de la Tierra a la manera
del espermatozoide masculino antes de fecundar al óvulo con su caída) [206], así como es femenina en
el sentido antropológico, ya que es la madre de las Mónadas humanas, que de
ella pasaron a la tierra al comienzo de la presente Cuarta Ronda o ciclo astronómico.
En cuanto a Juno, podemos decir lo
mismo, por cuanto antes de designarse así a la celosa esposa del Júpiter
antropomórfico pagano de los últimos tiempos, no fué sino Ana, Hera o Diana (la
Luna), esposa del dios Junus o Jano,
que diera su nombre al mes de la apoteosis solar, Junius, el mes de las calendas, nonas e idus de Jano o Junus.
5º.
Es sabido que el sánscrito (padre, no hermano, del griego y latín, como se
cree) tiene siete vocales breves y otras tantas largas que pasaron a sus
lenguas filiales, pero perdiéndose más y
más, o aconsonantándose. Así, en griego quedaron la O (omicrón, breve o pequeña) y la Ω (omega, larga o grande); la E (breve o é-psilon) y la H (larga o eta),
mientras que la A, I y γ (alpha,
iota y úpsilon) degeneraron, quedando como breves y largas a la vez (aunque
con distinto "espíritu" en unos casos que en otros, auxiliándose con
los llamados diptongos, y aconsonantándose como la I (iota) que pasó a Ξ (xi)
y aun a X (ji). Además, de igual
modo que en sánscrito, las dos vocales ru
y lru (breves y largas), pasaron a las semivocales P y A (rho y lambda), de donde derivan nuestra erre y nuestra ele (sencillas
o dobles), con todo lo cual, las catorce vocales sánscritas siguieron, más o
menos encubiertamente, disminuyendo de un modo considerable el número de las
consonantes, que era de 34 en aquella lengua, Con estas observaciones previas
resulta notorio que la religión Hin-du o
lind, como la religión laina, la
grecorromana primitiva de lana o luna y la primitiva de IAO (luego
degenerada en el falicismo jehovático o de IOEVE), la chica del TAO-TE HIND (o
King), etc., no son sino facetas de una sola Religión-Sabiduría originaria, la
Religión Natural o de los jinas, el jainismo o más bien Cainismo, según las exégesis que hiciéramos en el comentario del
capítulo I, tomo IV de esta Biblioteca [207].
6º.
En todas las religiones troncales, además, se nota la particularidad de que la
doble A vea separadas sus dos letras por una tercera (que, ora es la H, o eta, como ya vimos, ora es la segunda
letra del alfabeto, B, o beta), dando
lugar en un caso a toda clase de desinencias (femeninas o acuáticas), y en el otro, a conceptos masculino de
"paternidad". Así, el primer (taba"
que encontramos es el Aba-zeus o
sea Júpiter (Ió-pithar, Io-eve) , no
el "Anciano de los días o Padre-Supremo", sino la "primera
Emanación o Sephiroth cabalístico: "ENSOPH", Aennus, Enneas, Jana o Jano siempre.
Como, por otra parte, este Zeus,
Zeru-anas o Zoroastro original es la Fuente del Número, todo instrumento
primitivo de cálculo (o aparato matemático-calcídico) - se llamó, por su
augusto Nombre, Aba-zeus o Aba-cus, el Abaco, siendo uno de los más
sencillos de éstos la famosa Tabla de
Pitágoras para los productos de los nueve primeros dígitos. De aquí las
maravillas que se leen acerca de los ábacos en las Enciclopedias, empezando por
el Tratado de Algebra et Almuchabala, escrito
por Leonardo de Pisa (Fibonacci), cuando,
ya iniciado, regresó de Oriente, y en el que los ábacos se conjugan con sus
respectivos planetas quizá desde los tiempos de la misma Atlántida, cuando no
se soñase siquiera en cambiar, como los paganos de los últimos tiempos, los Dioses-Números-Planetarios por los
Dioses-hombres de los diversos imperios en los que el gran Imperio atlante se
descompuso. Los Abantes, hijos del
perspicaz Linceo, último o duodécimo rey zodiacal
de Argos, y de Hipermnestra, y
entre los cuales se cuenta el parsi iniciado
Parsifal o Perseo (siendo hasta seis los griegos divinizados en este último
nombre), no son también sino los primitivos hombres arcadio-caldeos, iliónidos,
jaínos, etc. (pues con cien otros nombres "jinas" pueden ser
designados), cantados como héroes incomparables en Hesiodo, Homero, Herodoto y
otros muchos autores clásicos. Todos, en efecto, eran orgivos o arios-luni-solares primitivos;
todos, como tales jinas, custodiaban al áureo
vellocino de la Religión Primitiva cuando fueron a robado con sus naves los
helenos o selenos, es decir, los hombres lunares posteriores. Dan, Dzan o Kan
era otro característico nombre patronímico de los Abantias, que les acredita igualmente de jinas. Y como tales jinas
aparecen doquiera, por ejemplo, los abangas
de Nigricia y Filipinas; los abanquis
guaranís; los abannas mauritanos,
astures y gallegos: los abanos de
Colombia; los aba.nta de Livadia (con
su templo de Apolo junto al Parnaso); abánticos,
purblos "solares" de la isla de Negroponte, de la Eubea, la
Fócida y la Galia Cisalpina.
Por
otro lado, abanto aún es una palabra
del léxico popular español para designar al milano o aguilucho, en
contraposición con el cuervo, y en sentido figurado, a "la persona
impetuosa y potente que arrolla todo cuanto se opone a su paso", rasgo
característico de los héroes, y abatas en
griego designaba lo inaccesible, lo inasequible-jina, en recuerdo de la
inescalable mole egipcia que sirviera (dicen los diccionarios) para tumba de
Osiris, o sea, en suma, la Montaña o Pirámide iniciática lugar del temeroso
Toro o vaca Abautos (la consabida
Vaca pentápoda hindú), en honor del cual, acaso los primitivos vascos dieron
nombre a la montaña de Tri-anos o Tri-anas (Bilbao)-, mencionada como la
más rica por ptinio. A bas-a-bantis también
es nombre de un gran Iniciado que tuvo estatua en el templo de DeIfos; es el Cisne de Diomedes, el hijo de Poseidón,
y el productor del frenesí sibilino o mántico, después confundido con la
epilepsia, y de Aretusa Acca-larentina,
Marta, etc., como vimos; un centauro, émulo de Quirón el Instructor; otro héroe
jina compañero de Eneas; un rey y un monte de Armenia; un sabio tío de Mahoma;
un nombre patronímico de los shar o zares
de Persia; un célebre rapsoda troyaDo, etc. Abascantes, en fin, es una palabra griega que bien pudo derivar de
los accadios o vascos occidentales de
aquellas comarcas, pues que, según se consigna en las Enciclopedias, viene del
verbo baskain, fascinación,
seducción, magia mala, y de a,. partícula
privativa, con lo que vuelve sobre el tapete el famoso busgosa bask'-jain de toda nuestra costa cantábrica (De Gentes del otro mundo, Introducción).
El zafiro o abas-cocha (azul de lago)
es otro nombre bien extraño entre los del quichúa, porque refleja en su color
azul obscuro la alta espiritualidad jina o celeste, que también es el color de
la atmósfera en las grandes alturas. ¿Quién es, en verdad, el que con tales
"coincidencias" no se siente asombra do? ¡Verdaderamente que aún no
hemos empezado a deletrear en la lengua del Ocultismo!
7º.
Por último, entre las numerosas palabras jinas
que saltan por doquiera se abre un diccionario, tenemos las de Acra y Agra, merecedoras también de especial atención, porque entrañan la
eterna contraposición de lo masculino y de lo femenino, expresados,
respectivamente, por sus sílabas Ac y
Ag, puesto que la terminación Ra les es común, y ya sabemos, por otra
parte, a qué atenernos respecto de ella.
Acra es
altura en celta, griego, latín, árabe, etc. Por eso, desde las sumidades floridas
en las que culmina apoteóticamente la planta, hasta la ciudadela inexpugnable
que desde allá arriba parecía proteger a la ciudad de sus faldas y llano, cual
el padre a la familia o el ave a sus polluelos, todo era acros y agra, y los
orígenes mismos de estas ciudadelas, con todo cuanto se refería al misterio de
los pitris o padres, solía encerrarse
en emblemas, acrósticos o
jeroglíficos, porque acros-acra equivalía
a "punta", "altura", "promontorio", algo excelso,
agrio, fuerte, en fin, ya que, como dijo nuestro vate,
por
tales asperezas se camina
de la inmortalidad al alto asiento...
Así,
en el Acra de la Aególida, dominando
el azul horizonte del Archipiélago de la manera que aún se ven las ciclópeas
construcciones de la península Calcídica, se alzaba orgulloso uno de los más
viejos templos jinas, el de Junus-Hera, y
promontorios de igual nombre fueron los de Carmania, sobre el lago Meotis, el
de Arcania en el Orontes, el típico de la Arabia, el de junto a Antioquía en la
Mesopotamia, con tres grandes ciudades a sus pies, el de San Juan de Arce y el
célebre de Brindisi en la Magna Grecia, frente por frente ya de las costas
griegas. El Acra-batanea de la Idumea
y el de entre Neápolis y Jericó, como el Acraf
de la primitiva Persia junto al Caspio, con los pensiles y observatorio que
siglos más tarde creó Abbas II el grande, y nuestra propia Acra-leuca mediterránea, hoy Peñíscola, no son sino recuerdos
santos del primitivo culto samaariano o samaritano de las alturas, ¡de las
alturas solares hindúes, meta a la que no se llegaba ni se llega sino después
de haber apurado los cuatro períodos del ascetismo iniciático que se llaman acra-mas, o sea "físico,
intelectual y espiritual escalamiento de la altura"!
Por
eso también, cuando al masculino acra se
le agrega la sílaba ga femenina, se
forma el nombre 'de Acragas, que, si
por una parte significa el nudo o
enlace de los dos principios eternos de la vida, por otra designa también a
aquel hijo de Júpiter Olímpico (el dios de la altura) con Astérope, la bella
Oceánida en cuyo honor Accragas fundó
la ciudad lunisolar de Agrigento, con
su templo pelásgico de júpiter Polieus o Polideus, ciudad que se repite con sus
correspondientes monte y río de igual nombre en Lidia, Eubea, Etolia y Tracia,
y que tuvo sus gemelas ciclópeas en las celebérrimas de Selinoute y Tauromenio en
Sicilia; las de los volscos, hérnicos, eques y demás aborígenes del centro de
Italia, llamados Norba (destruída
como tantas otras cosas análogas, libros sibilinos inclusive, por Sila, el
aristócrata loco romano), Preneste (célebre
en la sublevación de Mario el joven contra aquel asesino de su padre, y más aún
por los actos necromantes de sus templos que aún se recuerdan bajo el nombre de
Suertes Prenestinas), Túsculo, Fiésole,
Signio, Alatú, Veyes, Ferentino, Luna, Atino, Cara, Arpinum, etc., sin
contar las de Tarragana, Numancia, el Bierzo y tantas otras de nuestra
Península, que tienen en cada altura una acrópolis pelásgica o helénica, tanto que por ellas, o sea
por "sus castillos", reedificados muchos siglos más tarde, en la Edad
Media, sobre las ruinas acropolitanas, hubo de llamarse Castilla a la región central de España, émula de la región hindú
del Penjab, de donde, según en otro lugar
hemos indicado (ver cap. IV), son seguramente originarias, debido a. la
invasión celta o kalka de hace cerca de 5.000 años, cuando la raza solar venida
de la Ariana echó sobre sus hombros de Hércules la terrible tarea de civilizar,
dirigir y salvar a los degenerados pueblos que habían quedado sumidos en la
barbarie más abyecta a raíz de las últimas catástrofes atlantes.
Acrisio, en
fin, como otra de las variantes de Acra, es
el nombre asimismo del hijo de Júpiter y padre de Laertes (o sea abuelo de
Ulises-Hércules y bisabuelo de Telémaco, en la griega genealogía épica) También lo es de aquel Acrisio, rey de Argos, que como descendiente de Danao, hijo de
Júpiter y de Ocalea (variante de Leda, la princesa-oca,
la compañera eterna del consabido cisne),
vivió en eterna lucha con su hermano Preto
(el obscuro, el negro), aun desde el
vientre de su madre, pues eran
gemelos, cual los respectivos héroes del eterno mito del día y la noche (clave
astronómica), de lo radiante y lo latente (clave física) , de lo recto y lo
curvo (clave geométrica) , de lo positivo y lo negativo (clave numérica), de lo
invasor y lo invadido (clave histórica), de los ácidos y las bases (clave
química), y de lo masculino con lo femenino (clave fisiológica), que vemos
igual en el Esaú-Jacob de los hebreos que en el Pólux-Cástor de los griegos, o en el Remo y Rómulo romanos, etc.,
etc.[208].
Después
de la palabra Acra vengamos a la de Agra, o más bien Aga, su gemela, empezando por consignar que la letra ce o ha, fuerte, gutural masculina, tiene
su contraparte en la ge, dulce,
gutural o de segundo grado o femenina, y así, a la manera de lo que vimos con acra, aga y agra sirve de típica radical a todo lo inferior, lo relativo al aqua o contrapuesto y femenino.
Por
eso hay docenas de ríos y ciudades Aga en
Siberia, Etiopía, Egipto, Nigricia, Argelia, Turquía, Brasil, etc., y Aga es "señor de la ciudad",
caudillo en turco. Aga-asio o aga-isios se llamó además a los
antiquísimos etiopes-blancos del Mar
Rojo y el Nilo, como "hijos de las aguas primitivas", o secuaces de
la doctrina Agama, que también se lee en el segundo pitaka del Canon sagrado buddhista. Pero
no paran aquí las concordancias filológicas, como verá el lector si está
adornado para ello de la suficiente paciencia.
En
efecto, Aga-berta es la "bis
Melusina" o Urganda medioeval, y
Agadé o Aga-dea es la bis caldea, que dió nombre al famoso arrabal de
Sippara o Cipara (la ciudad de las estelas o cipos, el Cerámico caldeo, como si
dijéramos) al norte de Babilonia, consagrada a Venus-Anunit y a Soma o Samas
(la luna) , dividida en dos partes (la Acro-polis
y la Io-polis) por el canal Nahar, a la manera como lo estaban todas
las ciudades antiguas, incluso, según vimos, la propia ciudad inca del Cuzco, y
por eso las -Enciclopedias nos dicen que se conocen distintos sobrenombres de
Agadé anteriores al primer imperio caldeo, nombres solares todos, añadimos
nosotros, tales como Zatr-ganisar-Iuh, "la
imperial ciudad de Ganesha" que diría un buddhista, o la Agama-arcana y
las Agama-shastras de los védicos Upanishad; la patria del anciano Sargón, célebre por su biblioteca, que alcanzó
por lo menos hasta el siglo VII antes de nuestra Era, y cuyos ladrillos
cuneiformes aún son en el British Museum la desesperación de los doctos, todo
con arreglo a la etimología griega de Aganós,
que significa "lo jina", lo maravilloso, incluso cuando sirve
para designar a aquella celeste Agalis, "doncella
de Corfú", cuyas obras cita con encomio Ateneo y Su idas, o esa otra
palabra también griega de Agalma o agalló, cuanto agradar y maravillar
pueda, desde el trípode o el monolito aquel de Agalma toy Apollonius de las cercanías de Mileto, hasta el perfume
mismo del agáloco, la madera de áloe
quemada en los sacros fuegos de las vestales. . .
Sólo
los nombres de los dioses Aga o
lunares llenarían un capítulo. Así tenemos a la autoridad religioso-lunar de Aga-el-Arana, literalmente "la
magia del fuego producido por el arani",
o por la rotación de la madera dura sobre el agujero de la blanda, que no
la purísima del rayo de sol encendiendo el fuego sagrado al incidir sobre la gema o lente del Sumo Oficiante, y a sus
agalegas o procedimientos mágicos que
hoy dan nombre aún a unas islitas del Océano índico. Tenemos también a Agameda, hechicera lunar, "hermana
del Sol", que, émula de Circe, componía nefastos brebajes para transformar
en bueyes a los hombres que caían bajo sus sensuales hechizos; los bueyes de
aquel establo de Augias, rey de Elida, su padre, cuya limpieza o
"purificación" fué uno de los doce grandes trabajos de Hércules, a la
manera como se lee en la Teogonía de
Hesíodo, en la Iliada de Homero, y en
cien pasajes de nuestras tradiciones de Blanca
Flor y de las parsis de Las mil y una
noches. Otra tradición, al hacerla esposa del Amulio romano, nos revela
claramente en qué pudo consistir el destronamiento de Numitor de la leyenda de
Roma. Tenemos de igual modo a Agamedes, el
greco-asiático, hijo de Estinfalo, o sea de aquel monstruo lunar que en una laguna mantenía negras aves del
mal con carne humana, hasta que Hércules acabó con ellos también en otro
heroico trabajo; y al Agamedes, hijo
de Ergino o Hercinio ("tenebrosidad
de la selva") , rey del Orco y
hermano del cíclope Trofonio, por cuyo antro nibelungo ya vimos penetrar a
Telémaco, cerrando con una piedra enorme (la cúbica o iniciática) las entradas
al Tesoro del rey de Ilistrix en Beocia
(el tesoro troyano de Ilión), también
muerto por Hércules. Viene, asimismo, a nuestras mientes Aga-menon (o Mnemon), personaje de egipcio abolengo, hijo de otro nibelungo, de Atreo, el riquísimo rey
de-Micenas, Tirinto y Argos, biznieto del atormentado Tántalo y hermano del
Menelao de Esp,arta, a. cuyo lado se refugió huyendo de Tieste, y cuyos tesoros (simbolizados en Helena o Selena, la Religión lunar) se apresuró a robar luego Paris, dando
lugar a la célebre guerra de Troya y a toda la complicada trama kármica del
sacrificio de Ifigenia, de los furores de Orestes, de los crímenes de Egisto y
de las liviandades de Clitemnestra.
Contamos,
en fin, con los Agag, nombre genérico
lunar de los bíblicos amalecitas; AgaPita,
uno de los nombres con los que Haman (o Hanuman,
el dios-mono aliado de Rama en el Mahabharata)
figura en el "bíblico caldeo" Libro
de Esther (o Lsthara, la Estrella parsi); Aga Khan-Maho-Iati, el Viejo
de la Montaña del Líbano, iniciador de los fundadores del Templo en los
misterios lunares que poseyeron; Agaleas,
pseudónimo de un célebre gramático alejandrino del siglo 11 de nuestra Era,
de- la escuela de Aristófanes de Bizancio y comentador de los muchos misterios
lunares que se leen en Hesiodo y Homero bajo velo histórico; Agam-Iamoc, divinidad peruana
equivalente al Pachacamac inca, y
como él sin Templo ni culto; Agapenor, hijo
de Anceo y rey arcadio de Tagea, que asistió al sitio de Troya y participó del
"collar de la armonía", don celeste que equivocadamente se dice le
fué funesto; Agaptolemo o Ptolomeo, uno de los 50 hijos de Egipto
(o gran iniciado, al modo de TriPtoleno, el
inventor del arado) , que casó con la danaide Girena o Sirena; Agares, demonio de la Luna; Agastia, el célebre brahmán de los
Puranas, hijo de Mitra o Varuna y de la ninfa Ur-vasi (fuego inferior o lunar),
personificación a su vez del fuego de Agni-Vashistha, su madre, que transmitió
a sus sacerdotes ermitaños, después de vencer a los rakshasas o titanes de
Lanka (Ceilán) y a los vindias o lemures- hindúes, y cuyo prototipo español,
por haber derrumbado el monte Vindhya, es "Vuelca-cerros", el de la
leyenda de Juanillo el Oso (Conf.
teosóf., I, pág. 225); Agathon (el daimón bueno), argivo,
constructor del templo de Delfos e implantador de sus Misterios aprendidos de
su Maestro Xeno-doro, el hombre
solar; Agatic, espíritu lunar o del,
contrario al del bien, o Jainhar, el
jina de los hovas o Oveos mascareños y al que se ofrecen
sacrificios humanos; Agatilio, el más
lunar de los sobrenombres de Plutón; Agatino,
pseudónimo de un gran médico espartano, discípulo de Ateneo en el siglo I,
fundador de la escuela "teosófica" de los pneumatistas o espiriludistas, y de los episintéticos, o comparadores de las Religiones y las Ciencias,
entre cuyos discípulos se contaron Herodoto, Teodoro, Arquígenes y muchos
sabios romanos, entre los que produjo gran revuelo espiritual; Agation, genio de la medianoche, en
forma, ora de hombre, ora de bestia, y cuyos talismanes tienen una media luna
en su extremo inferior; Agatirno, hijo
de Eolo, o sea "negro espíritu de las nubes", con reino en la Agatirnia de Sicilia; Agatirsos, los picti, de Virgilio, germanoescitas y sármatas, hijos de las
necromantes amazonas, y conocidos con los nombres lunares de indatirsos,
tisagetos, marsos, etc.; Aganice, rey
iniciador de Tesalia, que predecía los eclipses; Agaladea, ninfa de Ptolomeo Filopator, se dice, pero más bien su
"Helena" o numen, al tenor de las que se atribuyen necromantemente a
los Adeptos, y que no son sino símbolos no humanos de su celeste Espíritu, al
tenor de esa divinidad bienhechora que se llamó Agatodemon o "Espíritu de las Aguas del Chaos"; Agatón, abnegado hijo del troyano
Príamo; Agavea, la hermosísima hija
de Cadmo; Adán, el Kadmon
cabalístico, y de Harmonía o Cosmos, que tan importante papel juega en los
orígenes lunares de las bacanales y también en las iniciáticas tragedias de
Esquilo...
y
no hablemos de los nombres Aga, con o
sin aditamentos de ciudades, lagos o ríos, porque sería no acabar. Baste decir
que en solo una Enciclopedia como la
de Espasa hemos podido contar casi un centenar, repartidos por todo el planeta,
como cuantas cosas hacen referencia a la Religión primitiva, y trascendiendo de
tal modo a su origen lunar del Penjab o la Rajputana, que hasta alcanza a esos
lunares instrumentos primitivos que se llaman la gaita (agajar), a la flauta (agada),
a la guitarra y al violoncelo turco (aga-lick-man
o agal-keman), con lo cual
podemos llegar a establecer, por último, el nexo con dos palabras augustas en
la tradición y en la historia: las nueve Agánipes
o Musas del Helicón (el Monte Solar, de
Beocia), como divinas inspiradoras del Arte y las leyendas parsis, arameas,
hebreas, árabes, etc., llamadas agadas.
Agadas o
sagadas son, entre los rabinos, la
parte más esencial del Talmud (enseñanza
de las sagas, sibilas, pitonisas o
profetisas, a bien decir), al lado de las halakas
en la Mischna (o parte
estrictamente dogmática y legal) , pero, en realidad, como hijas directas
(aunque de mil modos profanadas) de las primitivas tradiciones jinas o solares
que "ya los antiguos bardos de todos los países históricos cantaban sin
entenderlas"', como dice Rolth Brash; y que han servido de base
inspiradora absolutamente a todas las
obras maestras de la Historia: Mahabharata, Ramayana, Ilíada, Eneida, Odisea, el
Poema primitivo de Alcide (no el Cid
de Alfonso VI, sino Hércules), Las mil y
una noches, la Biblia, el Talmud, el Corán, y, en fin, otras, cual las de El Quijote, La vida es sueño, etc., etc., no son sino obras
eruditas de éste y el otro genio que en ellas se inspiró. Todo verdadero agadista (léase novelista en el más alto
y puro sentido) tiene que ser un efectivo taumaturgo o un aspirante a tal,
porque en la agada está la esencia de
toda poesía, de toda música, de todo teatro, de toda obra inspirada, en fin.
El
gran día ensoñado por Claude Bernard. - Ojeada retrospectiva por las páginas
del presente libro y los tres postulados del mismo acerca de un segundo cuerpo
que sobrevive a la muerte, un segundo mundo superior al que con ésta se pasa, y
unos seres jinas que moran en dicho mundo. - Resumen de los "hechos jinas" anteriormente expuestos y de otros
mil cuya enumeración es imposible. - Aladín, "el jina de Alah" y San
Jenadio, "el jina de Dios".Jinas asturianos, vascos, orientales,
americanos, austriacos, húngaros, árabes, romanos, griegos, etc., etc. -
Enseñanzas de Edkins en su "Chinese Buddhisme". - Más Y más palabras
relacionadas con los jinas. - Los Astomos de Plutarco y Pherecides de Samos. -
A las tres famosas preguntas de la Esfinge tebana hay que añadir una cuarta,
relativa a ¿con quiénes convivimos sin saberlo en este nuestro mundo? -
Elementales y jinas. - Dos maneras de considerar al mundo jina. - El Ángel de
la Guarda mahometano y cristiano.La luz de la Conciencia y nuestro gran JINA
DORMIDO. - "Plenitud", el optimista breviario de Amado Nervo. - La
Piedra filosofal no es sino el principio de la sabiduría jina.
La
presente edad, egoísta y materialista cual ninguna, al no alzar jamás los ojos
de la Tierra, aleja, con su insensata ceguera, el advenimiento de aquel gran
día soñado por el sabio Claude Bernard, día en el que el fisiólogo, el
filósofo, el matemático y el poeta hablen un mismo idioma trascendente,
entendiéndose a maravilla unos con otros. Pero, ínterin el mundo, en su loca
carrera, no rectifique su desvío hacia estas magnas cuestiones, siempre tendrá
sobre su pensamiento y su corazón el pavoroso enigma de la muerte, porque como
no vive santamente, y no investiga poco ni mucho en el magno problema, no puede
morir con el ánimo sereno de quien sabe, como todos los arios, que no hay más
diablo que nuestro propio cuerpo tentador, del que triunfamos con la muerte,
renaciendo en cuerpo espiritual o jina, como nos ha dicho San Pablo.
Nuestra
conciencia, sin embargo, no nos remuerde de haber obrado así en el curso de
este complejo libro, en el que, como reza su título, hemos pretendido nada
menos que el "matar a la Muerte", como lo pretendiera y consiguiera
este último Iniciado cristiano... Emulos de aquel bravo caballero de la Historia de Clareo y Florisca [209]
que, en batalla descomunal con el sufrimiento, disfrazado de justador también,
no halló otro medio para vencerle que el de "hacerse el amigo y el hermano
del sufrimiento mismo", nosotros, que físicamente o como mortales habremos
de rendir a la Parca nuestro tributo, creemos haber matado a la Muerte desde el
momento en que, guiados por aquella enseñanza y mil otras análogas, nos hemos
convencido de toda su mentira, haciéndonos casi su amigo así.
Y,
deseosos de comunicar semejante convencimiento a nuestros lectores, hemos
escrito este tan abigarrado como sincero libro, apoyándole en estos tres
postulados (demostrados cien veces y siempre demostrables) , que nos es obligatorio
el recordar a guisa de resumen:
a) Que,
presidiendo a todas las funciones de nuestro cuerpo material o químico y visible, hay otro cuerpo
espiritual, el cuerpo glorioso, ordinariamente
invisible, que sobrevive a la muerte física según la enseñanza unánime de las
religiones, del espiritismo y hasta del propio sentido común no pervertido por
las cobardías materialistas [210]. A corroborar semejante
postulado se han dirigido los capítulos I al VII del presente libro, capítulos
en los que, con la enseñanza unánime de diversos Iniciados, tales como
Pitágoras, Platón, Plutarco y San Pablo, se han simultaneado las novísimas
conclusiones de la Hipergeometria y del Método Analógico, que es el método más
fundamental de cuantos conoce nuestra propia ciencia positiva.
b) Que
dicha supervivencia de nuestro cuerpo
espiritual y glorioso se opera en otro
mundo, mundo tan ligado, sin embargo, con este nuestro mundo físico, que, a
bien decir, no hay entre uno y otro más solución de continuidad realmente que
la derivada de nuestra triste ceguera por falta de un efectivo tercer ojo (el Ojo de la Intuición o del
Cíclope), que yace atrofiado en nuestra glándula pineal, pero que empieza a
actuar de nuevo en nuestros grandes poetas e intuitivos, quienes, con sus
esfuerzos, levantan más o menos una punta de aquel clásico Velo de Isis.
e) Que
semejante mundo ha actuado, actúa y actuará constantemente en nosotros y en la
Historia, y que sus habitantes son
los llamados por nosotros jinas, es
decir, hombres superiores a nosotros, que nos aman, protegen y guían, ora como
"difuntos queridos", es decir, seres transitoriamente libertados de sus cadenas terrestres entre una y otra
encarnación, ora como seres libertados ya en definitiva de la necesidad de
bajar a nuestra cárcel de carne y de sexo, aunque ellos sean en cierto modo
seres encarnados también en la tierra, pero en esos niveles físicos superiores
llamados "mundo etéreo" por unos, "estado radiante" por
otros, y "plano de las entidades astrales" por no pocos, siendo de
escasa importancia el nombre, con tal que se admita el hecho en sí, pese a su calibre. Mas, como, a bien
decir, este último punto era el de mayor importancia, dada nuestra lamentable
práctica mental de pedir hechos en
vez de pedir leyes, o, mejor, inquirir principios, todos los capítulos
restantes, desde el VIII hasta el XXVIII, se han enderezado a aportar hechos y más hechos de interferencia, de
conexión, de convivencia, en una palabra, entre hombres jinas o superiores y hombres
inferiores o propiamente dichos.
Y
no se diga que no se han encontrado en abundancia semejantes hechos, que han ido engarzándose como
las cerezas y saliendo con no poco desorden histórico y geográfico, según las
naturales exigencias expositivas. Primero es un historiador reaccionario,
Anquetil du Perrón, quien comienza sentando aquel hecho jina de la historia de Darío, rey, quien tropieza al azar con
semejante pueblo, el cual se le desvanece entre las manos cuando su soberbia de
conquistador quiere asirle. En seguida nos salta otro hecho análogo acaecido en
México, según el P. Durán, al gran emperador Moctezuma en la apoteosis de su
poder, y a entrambos casos les hubimos de poner la consiguiente apostilla con
otros hechos jinas semejantes que la
maestra H. P. B., con su colaborador H. S. Olcott, consignan en sus libros,
especialmente el de los todas y bilhs de la India y los shamanos y saberones de la Siberia y del Tibet.
Del
"caso" de México pasamos a ese otro, mil veces más asombroso, del
nacimiento, desarrollo, apoteosis y caída del imperio cainita o jina de los
Incas del Perú, con todas sus mil peripecias, inexplicables desde el punto de
vista puramente humano y perfectamente explicables con nuestra
"hipótesis" jina. Luego,
dado el carácter hebreo, y no caldeo y ario, que los autores se empeñan en asignar
a dicho pueblo inca, pasamos naturalísimamente a estudiar al viejo pueblo
judío, en cuya Biblia nos saltaron al
punto esos dos mágicos caracteres de Henoch o Jainok y de Helias o Elías, con
el sugestivo e infalsificable detalle no
humano de que ninguno de ellos muriese, sino antes bien -caso repetido en
otras tradiciones de diferentes pueblos- fueron arrebatados al cielo, o sea al
mundo jina, en brillante carro de
fuego".
No
menos naturalísimamente pasamos de la Biblia
al Evangelio, aunque no sin que espíritus
estrechos de gentes que se dicen cristianas, y no conocen ni han leído nunca la
dicha obra de los cuatro evangelistas y discípulos de Jesús, sintiesen cierto
escándalo ante aserciones nuestras, no sólo ortodoxas,
sino super-ortodoxas y evidenciables,
lo mismo ante la más crítica Asamblea de sabios que ante el más ceñudo Concilio
de obispos. Los hechos jinas saltaron,
en efecto, decimos, aquí y allí con abundancia verdaderamente pasmosa y
desconcertante, contribuyendo a robustecer el sublime prestigio de que el
Evangelio goza, lo mismo entre cristianos de las tres confesiones en cisma que
entre los librepensadores y los hombres de religiones extrañas al Cristianismo.
A
través del capítulo XVI, relativo a Los
lagos iniciáticos, y que acaso sea el menos malo y el más meditado de todos
los del libro, pasamos a examinar los jinas
del "Corán", en armonía con los jinas de otras religiones
infinitamente más antiguas, tales como la de los Eddas, reflejada en la obra de
Wágner y procedente, con sus huríes y
genios, no ya del Corán, sino quizá hasta de Las mil y una noches de los parsis
post-atlantes. El tránsito, pues, a estas últimas y a su secuela de los Libros de Caballería quedaba de este
modo establecido, explicándonos asimismo el porqué de la justa fama de obras
como el Quijote, tan rica en
elementos verdaderamente caballerescos y jinas, con todo lo cual ahonda ya un
poco más en el misterio jina de aquel antiquísimo libro iniciático parsi que
hoy nos sirven los traductores con todas las intolerables groserías de árabes y
sirios por los que la obra hubo de atravesar para llegar a nuestros días.
Enlazando
todas estas cosas con la prehistoria y la historia de Occidente, pudimos hallar
también numerosos hechos jinas concordantes, ora en los obscuros orígenes de
Grecia y Roma, ora en los misterios de nórdicos, celtas y trogloditas, ora, en
fin, en pueblos no menos extraños de Irlanda, de los cuales tenemos documentos
que nos ponen en la pista de un alfabeto primitivo numérico, calcídico o jina,
en el que las letras, que después fueron formando las lenguas conocidas, han
sido previamente números. Las Calcis mágicas,
que t:mpiezan en la propia Mogolia y se extienden por todo el ámbito de la
tierra, resultan ser así uno de los más valiosos testimonios jinas que darse
pueden, testimonios que nos invitan a preparar ulteriores desarrollos de esta
idea en un futuro libro acerca de La
magia y la escritura, y también a hablar muy por extenso de otros dos
capítulos aquí omitidos por su extensión: el de Los jinas y las Sociedades Secretas y el de Los jinas y el Espiritismo.
y
cuenta también con que, a pesar del desarrollo dado a aquella parte de la
presente obra, aún se quedan en el tintero infinidad de hechos y tradiciones
jinas, para no abusar de las repeticiones en cosas ya tratadas en anteriores
tomos de nuestra Biblioteca, siendo
muy de recordar especialmente las siguientes, que en éstos pueden verse con
mayor extensión:
lo.
El caso del obispo de Astorga, SAN JENADIO (el jina de Dios); los demás relatados en la parte de El tesoro de los lagos de Somiedo; el de
Aladín (el jina de Alah), con m maravillosa Lámpara, en Las mil y una
noches, y el de los célebres caínos o
jinas de los picos de Ario, los Urrieles y la Peña Santa, de los que, sin darse la debida cuenta, nos habla don
Alejandro Pidal en sus Discursos y
articulas literarios, en texto reproducido por el capítulo último tle
aquella nuestra obra.
2º.
La singular leyenda vasca del Basojaun, o
vasco-jaíno, "señor de los bosques" también en Centro-América [211], anciano venerable,
proteico y extraño, tan popular en toda la Vasconia; las tradiciones jinas de
las grutas del Mithraeo y del Serapeum, conocidas, en parte, por el propio San
Jerónimo; las de los otros jinas o
señores, asimismo relacionadas con los Nobiliarios
de los grandes linajes vascos o pirenaicos del Conde P. Barcelos, de Don
Molino, Don From (o Formo Orionis de
los firbolgs gaedhélicos) , de los Bearnés, Boíl, Bover, Bonastre, Baldaura,
Butrón, Idiáquez, Loyola, Múgica, Crespio, etc., detallados por el señor De la
Quadra-Salcedo en su prólogo a nuestro libro De gentes del otro mundo, con todos los numerosos casos más
apuntados en este último.
3º.
Los múltiples casos jinas que avaloran la obra Por las grutas y selvas del
Indostán, de H. P. Blavatsky, base de toda nuestra Biblioteca, relativos a los saniasis, a los yoquis dikshatas, a los
Morias de Kalapa y suryavanshas, con los no menos chocantes que aparecen en Páginas ocultistas y cuentos macabros, de
la misma, tales como el de Un Matusalén
ártico, el de La hazaña de un gossain
hindú, La mano misteriosa, etc.
4º.
Los que en el capítulo V de De Sevilla al
Yucatán se relatan acerca del Médico
de Marón, poniéndolos en labios del Dr. De Brind; relato que, a bien decir,
me ha sido hecho por testigos fidedignos. Alguno de estos hechos figura también
en la obrita de nuestro admIrado amigo Emilio Carrere que lleva el sugestivo
título de Interrogaciones al Misterio,
Almas brujas y Espectros grotescos, obra
de tan recomendable lectura.
5º.
Las recientes manifestaciones de Clarence Winchester en el diario inglés Daily Mail, con la confesión que le
hiciese un célebre piloto-aeronauta acerca de la frecuencia con que los
llamados "fenómenos de espejismo" (fenómenos jinas más de una vez) se dan en las altas capas de la atmósfera, y
que los tales aeronautas confunden fácilmente con los de la visión
psicométrica, cosa muy natural desde el momento en que sólo por visión
psicométrica o anormal, o bien por
visión superior o iniciática, parece pueden hoy ser vistos tales seres. Los
célebres terrores experimentados por los moradores de Vidarse, cerca de
Werardin (Hungría), y que hace pocos años nos relataron los diarios austríacos
acerca de "los soldados. fantasmas y sus espadas flamígeras", se
relacionan con cosas de éstas, no menos que con los famosos "ángeles
exterminadores" que saltan acá y allá en la Biblia, en las grandes justicias contra la humanidad pecadora y
perversa [212].
Es más: hasta en el argot, o lenguaje
familiar de los aviadores, se ha introducido la frase de "evitar la región
de los monstruos" en las ascensiones, o sea huir con los aeroplanos de
ciertos sitios del aire en donde existen para estos aparatos, por vacíos de
presión, vecindades de caminos, cruces de corrientes, etc., etc., verdaderos
"escollos". No hay que olvidar al efecto dos cosas igualmente
científicas: una, que allí donde hay materia, aunque sea gaseosa, allí hay una
fuerza; fuerza que es inteligente a su manera, como todas las de la Naturaleza,
y que semejante realidad es "un ser", en el puro y riguroso sentido
metafísico, puesto que es "un algo separado de algo"; otra, que
semejantes seres nos resultan invisibles, bien por tener un índice de
refracción en sus cuerpos idéntico al
del medio que los rodea, bien por
pasar por el campo de nuestra retina con velocidad superior a la décima de
segundo, bien por ser. "de cuarta dimensión", al tenor de lo apuntado
en los primeros capítulos. Tampoco hay que olvidar, en fin, en esto de lo
"invisible" aquel sabio dicho de Schopenhauel (El Mundo como Voluntad, I, 15, Y Parerga, cap. XVII) , de que "las ciencias físicas acaban
siempre por tropezar con las cualidades
ocultas, a cuya categoría pertenecen las fuerzas elementales de la
Naturaleza; fuerzas cuyo estudio compete a la Filosofía y no a la
Ciencia".
69
Las continuas alusiones de todos los libros clásicos a estas gentes jinas, bajo
uno u otro nombre. Así, Jesús nos dice que "hay muchas moradas en la casa
del Padre", y si hay tales "moradas", por fuerza habrá también
"muchos moradores", coincidiendo en ello con Lucrecio en su poema De Rerum Naturae, cuando canta que
"existen otros hombres, otras tierras y otros mundos". No otra cosa
que esto es lo consignado por otros muchos, tales como el Padre Kircher, en su Oedipus Ejiptiacus y en su Viaje Estático Celeste; Antonio Reita,
en su Oculus Enoch et Elie; Plutarco,
al hablamos de aquel misterioso viejo que dijo encontró en la orilla del mar
Erithreo; Euclides, al hablar de su maestro Kalias o "el antiguo";
Proclo, al consignar en ms Comentarios al
Timeo, que "Dios alzó junto a nosotros una tierra inmensa, con
montañas y ciudades análogas a las nuestras", tierras jinas visitadas poéticamente por Astolfo en el Orlando de Ariosto, y que no son, como se cree, la luna, sino el terrestre mundo de los
jinas, ese que figura en el cuento de "Alibab y los ladrones" y en
otros de Las mil y una noches, y que
se repiteen la Misión de Faraón al reino
de Punt, especie de "visita de los magos de Moctezuma al país de los
Antepasados", que ya consignáramos al principio de este libro. Corrobórase
con ello la frase de H. P. B. de que "la Naturaleza tiene rincones muy
extraños y aislados para sus elegidos, lejos del bullicio y las perversas
pesquisas de los hombres", tales como aquellas viejas ciudades americanas
próximas a Santa Cruz de Quiché, visitadísimas por gentes buddhistas y jaínas
-las gentes jinas del Bab-bur-ain-bachi-, y en las que no posaran jamás su
planta los conquistadores españoles, como tampoco la han puesto los habitantes
de los respectivos países en las grutas que, ocultas por toda clase de mayas, yacen en sus territorios
respectivos. Estas grutas, pese a las investigaciones de los arqueólogos,
solapan y solaparán todo el tiempo que aún continuemos así, las verdades
trascendentales de la Religión Sabiduría y a su aforismo, reproducido en los
libros sagrados de Oriente, que dice: "Aquellos que sólo practican el bien
en este mundo (sannyasis y vanaprasthas) adquieren la facultad de conversar con
los devas y con las almas de los que les han precedido en el swarga, mucho
antes de que se libren de sus mortales envolturas".
7º.
Los jinas, en fin, de nuestro libro,
gentes de cuya existencia estamos matemáticamente, y aun algo más que
matemáticamente, convencidos, son, en suma, esos viajeros misteriosos que
durante toda la Edad Media, cuando mejor o peor había una fe, labran imágenes, hoy venerandas, y desaparecen después sin
dejar rastro de sí; o que descienden en isíaca cohorte sobre el pizarroso
cerrete de Jaén, dando lugar a la piadosa leyenda, un tanto desnaturalizada, de
aquellas gentes, que por algo se enorgullecen con el patronímico de giennenses, o "jinas" como si
dijéramos; o que encargan al divino Mozart, pocos días antes de su muerte, el
célebre Requiem que iba a cantarse en
sus propios funerales; o que asientan con secular firmeza en el Talmud de Henoch, procedentes del
antiquísimo libro etíope de este nombre, para soplar sus divinos efluvios sobre
la frente de Victor Rugo, al escribir sus Orientales,
que luego se ha gloriado de instrumentar César Franck en su poema sinfónico
con piano titulado Les Djinns o sea Los finas; o que tremolan desde remotos
tiempos en esos himnos del Yayur Veda, relativos a los ajinas o acuinas, los
"médicos maravillosos" que hicieron andar a Paravrij, "que
estaba cojo y ciego" (cojo y ciego moral más que físico), que devolvieron
la vida (la vida física y la espiritual) al gran Rijrasva, y el oído ("el
espiritual oído para oír") al hijo de Nioshada, y eran, en suma, las
divinidades, o más bien las humanidades divinas
o antecesoras de los jinas-terapeutas, remediadores de nuestros males,
hijos éstos del egoísmo y del vicio, con los medicamentos solares de la virtud, los lunares
del arte y los terrestres de la
ciencia positiva.. Jinas, en fin, que
con su extraño nombre de antiquísima fonética, apoyada en el Djan, Dzan, Chhan o Dan chino y tibetano, o sea en lo que el Chinese Buddhisme de Edkins llamaría segundo nacimiento interno por
la meditación y el conocimiento, dan lugar a infinitas palabras derivadas,
tales como el to-jin chino, que
significa, según A. Rovelacque (La
linguistique, histoire naturelle du langage), "multitud, cohorte de
gentes"; hind, cierva (la famosa
cierva que el loco príncipe persigue en tantas leyendas parsis y occidentales);
hinde, obstáculo, impedimento, e hinder, impedir, dificultar (aludiendo
sin duda a los obstáculos que se presentan siempre al hombre para ascender a
aquel su alto mundo); hint, seña,
aviso, sugestión, insinuación, como los que de semejante mundo bajan para
iluminar a los buenos... El propio nombre Djeminy
o Djaiminy del gran filósofo
védico no es en sí sino un anagrama de este inefable y sacrosanto apelativo con
que los hombres designamos a los seres superiores; janos, jaínos y jenios o genios.
Los
pueblos aseamos de Plutarco y de
Pherecides de Samos, uno de los maestros de Pitágoras; los pueblos legendarios
lemures de la Ciudad del Sol, de la
Patagonia; los ti-huan-accas o
tihuanacos arios de los Andes, de los que tanto habla Ciro Bayo en sus Césares de la Patagonia y en los Caballeros de El Dorado (De gentes del otro
mundo, cap. X); los extraños sacerdotes hindúes que, según Schlegel,
llevaron la religión de J ano o Saturova a la Ciudad Eterna; los sadhus
vaqueiros que Olcott viese junto a la cueva de Kali (Por las grutas y selvas del Indostán, cap. III); las razas tripolitanas,
de las que Julio Verne, en su Matías
Sandorf, nos habla, y que "no habitan en región alguna que no figure
en D.1onedas de plata" (el metal de la Luna); los incomprensibles entes
del Umtersberg, de que nos habla Franz Hartmann, y los gnomos misteriosos del monasterio de Veruela, y tantos otros de las
incomprendidas leyendas de Gustavo Bécquer, o los que viese, sin duda,
Alejandro Csoma de Koros, en su harapiento viaje heroico por las regiones
inexploradas de la Tartaria y la alta India del Hind o Hindo y el Juma;
en una palabra, los centenares de casos extrahumanos que pueden verse
"espumando" aquí y allá en esa gran caldera de Pedro el Botero que se llama Historia, nos
hacen tan inminente. tan inevitable la toma en consideración de ellos, por muy
"fantásticos" y muy "absurdos" que nos parezcan, tanto que,
de hoy en adelante, hay que agregar con estos personajes proteicos una nueva
interrogante a las tres famosas preguntas de la Esfinge tebana, diciendo:
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Y, sobre todo, ¿con qué seres
potentes e invisibles convivimos en este bajo mundo?
El
lector que en los momentos sublimes de su reconcentración en el mismo y en su
vida espiritual se haga esta última pregunta, que pocos se han hecho, acaso no
podrá encontrar en estas modestas páginas nuestras, de mero aluvión
informativo, la ansiada solución a tamaña "cuarta pregunta"; pero, al
menos, si quiere ser justo, que se fije, después de leerlas, en esa contraparte
-o "hemisferio tenebroso" de los llamados elementales y elementarios de
teósofos y cabalistas, mundo de gentes opuesto, por decido así, al santo mundo
de los jinas, y, como ellos, invisibles de ordinario, pero harto visibles,
¡ay!, en sus continuas sugestiones tentadoras que siempre nos están empujando hacia
la locura, la perversión y el crimen...
Jinas
y elementales son, pues, según nuestras sospechas. los dos polos contrapuestos
del mundo etéreo y el mundo astral que, en cuarta o ulteriores dimensiones del
espacio, envuelven y dominan a nuestro mundo físico, con una superioridad sobre
nosotros análoga a la que tiene el hombre sobre los animales, físicamente más
fuertes y mejor armados que él mismo, pero que con el Arma Encantada de la
Imaginación y la Razón son por el hombre vencidos. Pero las fronteras
separadoras entre los dos dichos "hemisferios de lo astral" están muy
borrosas, y son muy difíciles de determinar hasta en las regiones mismas que
tanto se ocupan de ellos. Es una confusión muy semejante a la de nuestra
palabra "día", que unas veces es empleada en sentido estricto para
designar solamente el tiempo intermedio entre la salida y la puesta del sol,
presentándose entonces como contraria de la palabra "noche", mientras
que otras veces es empleada en sentido lato para denotar el tiempo empleado por
la tierra en su rotación, y abarca por ello tanto al "día" en sentido
egipcio como a la "noche" misma.
Así,
hasta en nuestros mismos libros anteriores aparece semejante confusión entre un
mundo de los jinas, bueno y protector. y un mundo jina, malo y cruel, que es el
concepto corriente en los libros religiosos, con sus "suras y
asuras", "ángeles y demonios", "genios buenos y genios
malos", etcétera; mientras que en el libro presente, apartándonos en
apariencia de aquellas enseñanzas religiosas, sobre todo del Corán, y que son meros velos[213], hemos considerado como únicamente jina a semejante mundo
hiperliminar; porque, en efecto, los jinas
o entidades del bien, legítimos señores del tal mundo, tienen sometidos
bajo su poder a los elementales perversos
de lo astral, residenciándolos de tiempo en tiempo, como ya vimos lo hacían
los shamanos del capítulo IX, relativo a Oriente
y los jinas, obligándolos a reparar los males causados, en esas
"rectificaciones históricas" que nosotros decimos, y por las que el
bien acaba triunfando siempre sobre el mal, aunque otra cosa crea nuestro
cretinismo, y rodeando además con sus protecciones (el Corán, Sura XIII, v. 12) a todos y a cada uno de los hombres a la
manera del llamado "Ángel de la Guarda" por los cristianos.
Y,
a punto ya de terminar nuestra difícil tarea, no encontramos nada mejor que
reproducir la frase que aparece en la sura XVII, verso 31 del Corán, que dice: "Hemos difundido
en este libro toda clase de enseñanzas y parábolas para la instrucción de los
hombres, aunque éstos tengan siempre por costumbre el negarse a todo, excepto a
su ciega incredulidad." Para ello hemos procurado emplear, no sólo la luz
ordinaria de la ciencia positiva y de la historia, luz que está en la misma
Madre Naturaleza, sino esotra luz interior
de 1a Intuición, que dijo el clásico, mediante la cual puede reconocer el
hombre las cosas espirituales: Luz de luces, Lumen de lumine de Deo Vero, cumpliendo ese precepto que hasta la
misma Iglesia Católica consigna al comenzar la Misa y que es la patente mayor
de la grandeza del librepensamiento, cuando reza: Emitem lucem tuam et veritatem tuam, ipse me deduxerunt et aduxerunt in
Monte Santumtuum et in Tabernacula tua, luz, en fin, que es también la
perpetua Luz Celeste que alumbra a nuestros jinas o muertos o . ¡Et lux perpetua luce ad eis!
"Vivimos
en el Espíritu -dijo Castelar- como vivimos en el aire; y como amamos,
creemos", pero no en creencias exotéricas, impuestas por otros y
arteramente veladas por ellos, dejando la letra que mata y no el espíritu. que
vivifica, sino creencias asentadas en el gran principio de que la Divinidad que
anima al Cosmos todo también nos anima a nosotros en forma de esa Luz interior
de nuestra conciencia, que es el Sol esplendoroso de nuestro místico cielo
interno, a condición sólo de que no le nublen las densas tormentas de nuestras
pasiones, esas pasiones que al quitarnos de la vista ese nuestro Sol, también
nos hacen invisibles a "los hijos del Sol", que son los jinas, y a cuyos deleites de vida
superior pareció aludir Plinio en sus Epístolas
cuando dijo aquello de Demus alienes
oblectationibus veniam, ut nostris impetremus...
Y
puede el hombre, como dice Maeterlinck, haber cometido los crímenes más viles,
sin que el mayor de ellos alcance a debilitar por un instante el hábito de
frescura y de pureza inmaterial que le cobija en sus ensueños, mientras que a
veces el mero acercamiento de uno de esos llamados sabios, acaso precisamente
por la paradoja de que ignoran todo cuanto convenirles pudiera, puede sumir a
nuestra alma en las tinieblas más angustiosas y densas, porque el hombre, pese
a sus dolores, de caído, es un eterno optimista que confía siempre en esa Voz
Interior de nuestro JINA
DORMIDO, verdadero Oro del
Rhin de nuestras Aguas mentales y caóticas, que le hace caminar entre
abismos y espinas hacia un mañana de liberación resplandeciente, cuando se deje
aquí abajo su bestia y vuele a la
celeste Morada de los Jinas, Devas, Angeles o como se los quiera denominar, y
que le aguardan gozosos como a peregrino que regresa de un viaje de penalidades
y peligros.
Nuestro
amigo don Antonio Zozaya, en una de sus crónicas gallardísimas, nos lo ha dicho
también con estas frases lapidarias:
"Un
bello breviario de Amado Nervo, Plenitud,
ha arrancado a un crítico ilustre, tan genial como dolorido, una
imprecación contra el optimismo. El mundo debe ser mirado con ojos de recelo.
El optimismo nos priva de la noble inquietud, de la divina tragedia espiritual
que engendra la belleza. Las voces optimistas deben ser en nosotros tímidas y
tenues; nuestras campanas de Pascua deben sonar siempre a lo lejos; la
esperanza optimista debe cantar en el ingenuo tono sensual de las pánidas
flautas, o en la armonía jubilosa, pero desgarrada, de los mártires, o en la
media voz suspirante de los místicos; pero nunca en el tono categórico de los
Decálogos, sino con el eco remoto de las princesas de Maeterlinck.
"Es
verdad, pero el optimismo es eso precisamente. La afirmación de que todo es
bueno e inmejorable no existe ni siquiera en Leibnitz; no puede encontrarse
fuera de la necia y paradójica doctrina de Panglos. El optimismo consiste en
reconocer que el dolor es nuestro patrimonio, en sentir la mente conturbada y
las entrañas rotas por el hierro de la adversidad; pero sintiendo a lo lejos
esos ecos, esas campanas, esos llamamientos que nos dignifican y ennoblecen y
sin los cuales la belleza no existiría y tras los cuales se extiende
enigmática, pero magna y sublime, la que Goethe llamaba "región silente de
las causas". El absoluto pesimismo, sin esperanza y sin consuelo, es
incompatible con la belleza, y por eso, conforme a la frase socrática,
únicamente los artistas pueden ser verdaderamente sabios, y sólo los que
saborean toda la amargura del vivir son verdaderamente felices."
y
tamaña felicidad, añadimos nosotros, es la natural felicidad que sigue a todo
dolor y todo esfuerzo, piedra filosofal de la que ha dicho Franz Hartman:
"No
es la piedra filosofal una piedra en el sentido ordinario de la palabra, sino
una expresión alegórica que significa el principio de sabiduría, en el cual el
filósofo que lo ha adquirido por experiencia práctica (no el que está
simplemente especulando sobre él) puede confiar tan por completo como en el
valor de una piedra preciosa, o como confiaría en una sólida roca sobre la cual
hubIese de construir los fundamentos de su casa (espiritual). Es el Cristo que
está en el hombre; el amor divino sustancializado. Es la luz del mundo; la
esencia misma de la que fué creado el Universo."
El
reino jina de semejante Luz es muy superior a cuantos edenes pueden enseñar místicos y poetas, aquellos que llegaron a
describirle en textos arcaicos a la manera del Libro de los Números, caldeo, o del famoso manuscrito cifrado que
se dice poseyese el célebre conde de Saint-Germain, reencarnación o
continuación más bien de la personalidad excelsa que la historia conoce por
Apolonio de Tyana, el contemporáneo del emperador Adriano, venerado como un
dios en la Roma de los Césares.
Por
eso expresa con gran acierto el teósofo alemán Rodolfo Steiner, en su Ciencia Oculta, que todo el Ocultismo
reposa sobre estas dos ideas: la de que por encima de este nuestro mundo
visible existe un mundo superior e invisible, al que nuestros velados sentidos
animales no pueden alcanzar, y la de que, no obstante ello, puede el hombre
desenvolver en sí ciertas facultades aún latentes en su ser, gracias a las
cuales se puede conseguir, aun en esta vida física, el conocimiento claro de
semejante mundo. Estas facultades, hoy en germen, se llaman IMAGINACIÓN
e INTUICIÓN,
las dos facultades que en todo el curso de la Historia han elevado al hombre de
aquella su condición animal, dándole las Bellas Artes, con sus mágicas obras
que se llaman poemas literarios y musicales, obras de arquitectura, escultura,
pintura, coreografía, etc., a las que jamás pudieron alcanzar los seres
inferiores a nosotros en la escala zoológica, y dándole asimismo las Ciencias,
que naciesen todas en felices y geniales intuiciones de los grandes hombres,
quienes, por chispazos intuitivos, a la manera de cárdenos relámpagos en obscura noche de tempestad, pudieron
columbrar hipótesis que pronto pasaran a teorías y luego a hechos científicos
indiscutidos "que les trajesen las gallinas", como dice la célebre
fábula de Iriarte.
¡Imaginación
e Intuición, palancas progreso¡ ¡Cuánto y cuánto no habéis divinas de todo
humano sido escarnecidas por nuestros consabidos "cerdos de Epicuro",
aquellos que se encuentran felices, como el dios Indra en el pantano cenagoso,
o como el monstruo Fafner wagneriano, cubriendo con su vientre descomunal el
robado tesoro de los Nibelungos! ¡Oh, noble don celeste, des. agradecido!...
¡Los mismos que, envidiosos por no poder poseeros, os escarnecen, son los
primeros luego en buscaros en vano en el teatro vulgar, en la música callejera,
en el amor egoísta, creyendo que, tras esos desprecios suicidas, van a poderos
comprar con su dinero!
El
mundo jina y la teoría de la relatividad. - La relatividad y la
"maya" buddhista. - Los dos "viejos postulados" de la
ciencia cartesiana. - Los dos enigmas del encorvamiento del rayo luminoso y de
la rotación del perihelio de Mercurio. - El principio de relatividad en la Vida
y en la Muerte. - Todo ciclo vital se mantiene por "la muerte" de
otras vidas. - La cuna es un se. pulcro y el sepulcro es una cuna. - La muerte
diaria y la muerte definitiva. - Últimas frases de algunos hombres célebres. -
Las comprobaciones científicas de Varigny con los "muertos" vueltos a
la vida. - El miedo a la muerte no es simplemente sino el temor a lo
desconocido. - Casos notables relativos a este temor. - Cómo mataba a la muerte
la antigua iniciación en los Misterios. - Benéficos mecanismos naturales que
suprimen el dolor de verse morir. - El "viejo y el nuevo vestido" de
San Pablo. - La muerte no es sino una purificación o "katarsis". - El
simbolismo de la "Mariposa de Psiquis". - Cómo puede él inducir a
crasos errores ocultistas. - Ejemplos históricos de esto último. - Las momias
egipcias. - El milenario espectro de una princesa faraónica en el propio Museo
Británico. - Casos concordantes expuestos en la "Historia de la Sociedad
Teosófica", de Olcott. - Antítesis eterna entre el alma y el cuerpo. - El ave de ciertos papiros egipcios. - La
necromancia del sacerdocio en aquel pais. - Conclusión y resumen.
Un
filósofo, que como todo buen filósofo es polígrafo y sabe de física, de
matemática y de otras muchas cosas, después de haber vaticinado, intuitivo, el hecho estupendo de "la pesantez de
la luz", ha lanzado valiente su Teoría
de la Relatividad, teoría que, bien entendida y generalizada, no es sino la
antiquísima de la Maya buddhista,
reproducida a su modo por Schopenhauer al considerar (El mundo como Voluntad y como Representación) a todo cuanto nos
rodea como una mera representación, o proyectiva,
que dista en verdad de la objetividad representada otro tanto cuanto dista
nuestra mente finita de la Mente Infinita que ha emanado al Universo. Este
filósofo benemérito, cuyo mejor intérprete español lo está siendo el
catedrático don Blas Cabrera, es el gran Einstein, nombre que por sí solo
representa, según frases de aquél en sus conferencias en América y en el Ateneo
de Madrid, "la victoria de los métodos filosóficos de razonar sobre los estrictamente científicos, al propio
tiempo que señala una nueva era que cierra el ciclo mental que Newton, o más
bien Cartesio, abriese".
Es
cierto que ya con anterioridad a Einstein el principio' de Relatividad estaba
virtualmente admitido desde el siglo XVIII con el descubrimiento de las
geometrías no euclídeas, a las que hicimos referencia en el capítulo primero;
pero él, gracias a Einstein, ha tomado carta de naturaleza en la mecánica y en
la física, borrando dos postulados que antes se conceptuaban innegables, a
saber: la absoluta rigidez de los sólidos al trasladarse en el espacio y la
independencia filosófica de los dos conceptos o categorías de Tiempo y de Espacio, postulados tras los que la
ciencia ha podido explicarse al fin esos dos enigmas de la línea newtoniana,
que se llaman el encorvamiento del rayo luminoso al pasar por el borde de los
cuerpos celestes y la interpretación mecánica de la rotación del perihelio de
Mercurio que los astrónomos Eddington y Cromwells han comprobado en uno de los
últimos eclipses. Sería, además, absurdo que la relatividad rigiese en
matemática, en mecánica, en física, etc., y no rigiese en la manifestación
suprema y continua de las leyes de estas ciencias que constituye el fenómeno de
la Vida. Y si la Vida es una idea, como todas, relativa, la idea contrapuesta
de Muerte también tiene que ser relativa,
porque los llamados ciclos vitales de las formas no se mantienen sino a
costa de la muerte de otras vidas, que con ello cierran así su curso evolutivo,
y tan relativo y fugaz es lo uno como lo otro en buena filosofía.
Lo
que acaba muere; lo que nace empieza; pero como la continuidad en una u otra
forma es la ley de la vida, todo "sepulcro" es una "cuna",
según tantas veces se ha dicho, si es que, a la inversa, no debemos decir mejor
también que toda "cuna" es un "sepulcro", dado que la
aparición de las formas manifestadas no es sino la entropia o "la muerte
temporal" de las energías inteligentes, de las que aquéllas son meras
"cristalizaciones" o "encarcelamientos". Si no recordásemos
nuestros días anteriores, amén de la natural consecuencia lógica de esperar simétricamente otros días sucesivos, ese
naturalísimo momento del dormir cotidiano llegaría a ser temido por nosotros de
la manera como hoy tenemos a esotro momento solemnísimo del dormir eterno. Por
eso, las últimas palabras de lord Byron, al cerrar el ciclo de su accidentada
existencia, parece que fueron un "¡ahora, a descansar!", de igual
confianza en el después como la que
mostramos nosotros a diario al cerrar nuestras fatigosas labores del día.
y
si se examinan una a una igualmente las frases de otros hombres célebres que
nos ha conservado la Historia, no encontraremos en verdad otra cosa sino la
idea de continuidad en esta o en aquella forma, ni más ni menos que la que
tenemos siempre con fiadamente al tiempo de dormimos: "¡Ahora veo brillar
mi aurora!"
dijo
al morir el ciego poeta autor del Paraiso
perdido. "¡Cuán hermoso es este S01l", exclamó al amanecer en el
otro mundo J. J. Rousseau, el apasionado amador de la Naturaleza, y Mozart, en igual
trance, añadió, por su parte, como si en tal amanecer oyese el mejor de los
carillones celestes o "campanas de la gloria" de nuestra leyenda de La Delgadina: "¡Dejadme oír esa
música de consuelo tan inefable!"...
"¡Luz,
más luz"', gritó también en análogo trance Goethe, no pidiendo, por
supuesto, luz en sus mortuorias
tinieblas, sino asombrándose de la creciente y celeste luz con que en el nuevo
mundo de los muertos le amanecía. Y mientras que Dante, hablando sin duda con
aquellos mismos e invisibles. jinas que en vida le inspirasen la Divina Comedia, les decía al morir:
"¡Venid, venid a mil", el gran Mahoma, oyendo la llamada de uno de
aquéllos, le contestaba a su vez: "¡Señor, Señor, he oído tu voz y hacia
Ti me vut:lvo"', y ahora el Tasso, anticipándose al morir a aquella
profundísima frase con la que Fenelón comienza su Telémaco, exclamaba asombrado al sentir la caricia de aquella
realidad consoladora: "¡Si no existiera la muerte, no habría en la Tierra
un ser más desventurado que el hombre!"...
¿A
qué seguir por este camino de las frases con que los grandes hombres han
cerrado su laborioso ciclo de aquí abajo y abierto su glorioso ciclo de allá
arriba? ¿A qué recordar también la sublime muerte o tránsito del Maestro
Beethoven, como la de Simeón Ben Jocai y la de Isdubar, el Hea-bani caldeo, a
la luz de un relámpago, bajo el estallido de horrísono trueno, e incorporándose
en el lecho del dolor, con el brazo derecho en alto, para "dar
solemnemente la entrada" a la invisible orquesta jina de los desencadenados elementos; orquesta ya escuchada también
antaño con ocasión de su Sexta Sinfonía? ¿A qué recordar, en fin, aquella solar
llamada jina, tan mal interpretada, del Varón de los Dolores, de "¡Heli,
Heli, lacma sabactanil", con la que dió por consumado Su Sacrificio? o.
Como todos los caminos van a Roma, un sabio francés, M. Varigny, se ha
consagrado, por su parte, a estudiar de un modo, por decido así, experimental,
el fenómeno de la muerte, tan vagamente definido, y su conclusión definitiva ha
sido la de que la muerte no sólo es indolora siempre, sino que en ocasiones
hasta resulta agradable, moral y materialmente. Aunque la frivolidad al uso
pueda preguntarse cómo se ha podido llegar a saber semejante cosa, siendo así
"que no hablan los muertos", lo cierto es que como siempre, según la
propia teoría de la Relatividad, hay un camino para asaltar lo inaccesible.
Varigny ha sabido encontrar este camino en el estudio detenido de aquellos
casos límites de gentes, tales como los ahogados que han estado "a dos
dedos de morir", como vulgarmente se dice, y que inevitablemente habrían
muerto sin el oportuno auxilio, ya que, según la ciencia, desde que el hombre
recibe un golpe mortal y pierde el conocimiento, la muerte existe. "El
miedo a la muerte -dice también el sabio biólogo- no es sino un temor a lo
desconocido."
Tan
cierto es este aserto, que nuestro amigo Ángel
Guerra, el delicioso cronista, nos dice:
"La
frecuencia con que leemos estos días en la prensa noticias de soldados que allá
en Melilla se han quedado mudos o han perdido la razón, del espanto que les
produjeron ciertas escenas, asícomo las que se refieren a algunas muertes
repentinas de muchachos jóvenes ante las amenazas de la morisma, nos invitan a
hablar del tema de los que mueren por
miedo a la muerte. Parece, a primera vista, que el miedo debe sobreexcitar
el instinto de conservación, y se comprende la fuga, el asesinato, todo menos
morir de miedo a la muerte. Algunas veces se suele achacar tal desenlace a una
afección cardíaca, a una falta casi absoluta de vigor, de vida, y así se
explica que pierda la poca que le queda una persona atacada de miedo. En
algunos casos podrá ser; pero en la mayoría no hay tal. Las víctimas de miedo'
suelen ser, por el contrario, personas de gran vigor, de gran apego a la vida.
Tal vez precisamente por eso mueren; la reacción de todo su organismo ante un
peligro, a su parecer gravísimo, debe ser tan brutal, que lo destroza todo,
como una máquina sometida a una tensión superior a la resistencia que se le
calculó al construida. En apoyo de lo antes dicho podríamos citar mil ejemplos
que son los mejores argumentos. Basten unos cuantos. Un amigo fidedigno nos
contaba no hace mucho el siguiente caso, del que fué protagonista un militar
tan valeroso que por méritos de campaña ha alcanzado la graduación de coronel:
"Hallábase con él en la sala de observación del cementerio de Valencia,
ante un cadáver del que no habíamos notado que tenía un moscón encima de una
pestaña. De pronto, la mosca se subió hasta la ceja. El militar, un hombre
sano, vigoroso, valiente, sintió vacilar sus piernas, y si no es por mí, cae al
suelo. ¡La mosca le había dado la sensación del párpado que se levantaba, y le
había alucinado, hasta el extremo de creer que el cadáver abría un ojo! No
murió el militar, pero estuvo gravísimo de resultas del susto. Por centenares
podrían citarse los casos de individuos que, habiendo tenido algún disgusto con
otra persona, y viéndose en la necesidad de tener que aceptar un duelo en
gravísimas condiciones, se han suicidado, ¡por temor de que los matasen!
"Aún
se comprende más la muerte de miedo al creerse un hombre asesinado. A este
propósito recordamos la siguiente anécdota histórica: "Un bufón del
marqués de Ferrara había oído decir que un
gran
miedo curaba la fiebre. Quiso curar la que padecía su príncipe, y no se le
ocurrió otra cosa que arrojado, un día que paseaban juntos, desde el puente al
río. Rehízose en seguida de caer el príncipe, y lo cierto es que curó. Pero
creyendo que aquella temeridad merecía algún castigo, condenó al bufón a ser
decapitado, con el propósito de simular solamente la ejecución de la sentencia.
Se le vendaron los ojos al reo; se le ataron las manos a la espalda, se le puso
la cabeza sobre el tajo... y se le dió un golpe en la nuca con una servilleta
mojada. Lo mismo hubiera sido que le hubiesen cortado la cabeza. Cuando lo
desligaron, el miedo había enviado al mísero bufón al otro mundo. Los casos de
pérdida del conocimiento por heridas son tan conocidos, que no vale siquiera la
pena de recordados. Todos los que en la guerra han caído mortalmente heridos y
han logrado luego "resucitar", están de acuerdo para declarar que
apenas han sentido un choque ligero, y en seguida nada...
"El
caso de un hombre devorado por un león, en cambio, es más raro, y también más
espantoso, en el sentido que damos a esta palabra cuando se trata de tragedias.
Livingstone, refiriendo la aventura de la cual salió con un hombro devorado,
dice lo siguiente: "La fiera saltó sobre mí y caímos juntos en el suelo.
El choque me produjo un estupor igual al que debe de sentir un ratón al ser
cogido por un gato; era un estado de sueño en el cual no había ni dolor ni
miedo, a pesar de que yo sabía lo grave de la cosa. Yo podía ver al animal sin
horror y sin temor. Este estado particular se produce, probablemente, en todos
los animales matados por los grandes carnívoros, y, si es así, hay que
reconocer en ello un benéfico mecanismo creado por Dios para suprimir el dolor
de la muerte."
Semejante
mecanismo benéfico, "creado por la Ley para suprimir el dolor de la
muerte", existe, sin disputa, agregamos nosotros, testigos de cierto valor
por habernos visto más de dos veces en trance de muerte, en uno de los cuales,
casi desahuciado por los médicos, toda mi tarea consistía, ¡oh ironía de la
vida!, en pensar cómo se afilaba mi nariz y cómo me deslizaba "río
abajo" en la corriente de la Luz Astral sin duda, río encargado de
arrastrar en su corriente a las almas de los que desencarnan, como los otros
ríos naturales se encargan de ir arrastrando en sus ondas todo cuanto perece en
sus orillas. .. ¿Qué mecanismo mejor, en efecto, para lograr aquel objetivo de
anestesia moral al par que física que el de la propia naturaleza con los
delirios de la calentura? Nosotros hemos visto más de uno de estos enfermos
graves creyéndose en el delirio estar -o acaso estando ya de hecho su alma en
los Campos Elíseos- a la orilla de
pintorescos arroyuelos jinas, cabe
frondas deliciosas, a juzgar por las exclamaciones de fruición y las frases de
alegría y de entusiasmo que sus moribundos labios proferían. Más aún:
confesamos solemnemente que estos casos han contribuído a confirmarnos en la
convicción de la existencia allende la muerte de nuestro sublime mundo jina, e
igualmente en la realidad de hecho del
solemne y CERTÍSIMO
mito asturiano de la Huestia o Santa Compaña, al que, a más de los
capítulos VII, parte 2ª., y VIII, parte H, de El tesoro de los lagos de Somiedo, hemos consagrado, con casos de
nuestra propia y genuina experiencia personal, los epígrafes de la segunda
edición de En el Umbral del Misterio, que
llevan por títulos: "La fiebre de un sueño"; "¡Yo he visto a la
Huestia!"; "Varios fenómenos psíquicos de mi vida".
Si
la solemne conclusión que antecede fuese cierta, como parece, no cabría hallar
una recomendación más eficaz para nuestras ideas filosóficas relativas a los
Misterios Iniciáticos, a los que tantas referencias llevamos hechas en nuestro Wágner, mitólogo y ocultista. En efecto,
como allí puede verse con mayor detalle, parece ser, por las veladas
referencias de Platón, Séneca y otros escritores grecolatinos iniciados en los
Misterios de Eleusis, que en ellos se representaba sobre las aguas del Lago Sagrado o "pista", y a
manera de nuestras obras teatrales de gran espectáculo, el porvenir del alma
después de la muerte física. Es más: en las iniciaciones egipcias más solemnes de los maestros, cuyo ceremonial es
recordado hasta en nuestros días por otras instituciones que se dicen sus
herederas, está probado que el iniciador o hierofante, según apuntamos en el
capítulo de finas y trogloditas, sometía
al candidato a una especie de trance hipnótico que dejaba inerte, desmayado y
como muerto a su cuerpo físico, al par que llevaba al alma por los amplios
confines del mundo jina o de lo
astral y lo etéreo en verdaderas peregrinaciones que la tradición ha llamado,
verbigracia, "el descenso de Orfeo a los infiernos (Hades) para libertar a
Eurídice", "el de Perseo para libertar a Andrómeda", "el de
Pitágoras", "el de Telémaco en busca de su padre Ulises", etc.,
etc. No hay que decir con esto que, a partir de semejante momento, luego que al
tercer día el inerte cuerpo del candidato despertaba de su letargo físico bajo
el primer rayo del sol naciente conservando plena conciencia sin embargo de que
se había visto cadáver (en su cuerpo de carne), al par que vivo (en su doble
astral, cuerpo en el que recibiera la iniciación), el iniciado no temiese ya en
adelante a la muerte (según la propia frase de Cicerón al volver de su
iniciación eleusina), y estuviese apto para realizar, con desprecio de una
muerte que ya para él la mentira, los mayores heroísmos.
Y
no hay que decir si semejante triunfo
sobre la muerte cierra el viejo ciclo semianimal de la vida terrestre del
hombre, para abrir al par el nuevo ciclo humano propiamente dicho de la vida
jina, ni el relieve sublime que con todo esto tomaran aquellas frases del
iniciado Pablo que cerraron nuestro libro De
gentes del otro mundo y abrieron el actual; frases supremas, lapidarias y
definitivas como las de la siguiente paráfrasis: "Hablamos con claridad,
no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro" (II Corint., c. III) y
decimos "que hablamos sabiduría, mas no sabiduría de este siglo, sino
Sabiduría de Dios en Misterio. .. (I Corint., capítulo II) . "Despojaos
del hombre viejo que está en vosotros, y con el Espíritu de vuestra propia
inteligencia vestíos del hombre nuevo" (Efes., IV, 23 Y 30), "porque
hay cuerpos celestiales y cuerpos terrenales. Trajimos aquí lo terreno y
llevaremos la imagen de lo celestial, y he aquí que os digo un misterio:... los
muertos resucitarán incorruptibles, y al así revestirse de inmortalidad se
cumplirá la palabra que está escrita de "¡Tragada ha sido la muerte en la
victoria!" ¿Dónde, pues, está ¡oh muerte!, tu victoria? ¿Dónde, ¡oh intrusa!,
tu aguijón?" (I Corint., capítulo XIV). Hay, sí, que pasar por una katarsis) o purificación, que nos
despoje del viejo vestido de carne para dejarnos en nuestro primitivo vestido
de luz. ¿Acaso la Naturaleza, analógica y serial siempre, no nos da continuamente
ejemplos de ello?
Ved,
si no, ese simbolismo extraño de la griega mariposa
de Psiquis, o sea el alma humana cuando opera el tránsito final de este a
los otros mundos. Pues ese mismo simbolismo lo estudia ya nuestra ciencia
positiva en la llamada histólisis de los insectos, o sea en su período de
transición de la larva a la mariposa, cuando el insecto yace como crisálida en
el interior de su capullo o "retiro iniciático" de aquella su
transformación definitiva, transformación en la que "hasta adquiere alas
para volar" después de unos días pasados en verdadera disolución o como
"putrefacción" del anterior cuerpo de larva, que en el momento
supremo de tamaña crisis viene casi a descomponerse en sus elementos celulares
primitivos para formar con los viejos y rudimentarios órganos larvares de
"efectivo gusano" los
nuevos órganos de "ave efectiva".
Esto, salvo el detalle de la visibilidad (a la vista ordinaria, ya que ni aun
ello ocurre para la visión de los llamados videntes,
es lo que acontece con nuestro "segundo cuerpo" o cuerpo glorioso, formado sin duda, a través de
la descomposición orgánica del cuerpo físico, en los primeros días que
subsiguen al sepelio, o en los primeros instantes que subsiguen también, en su
caso, a la cremación del cadáver y en los que el recién nacido para el nuevo y
glorioso mundo jina puede al fin, tras las miserias de la vida, parafrasear al
vate Meléndez Valdés en La Tarde, cuando
dice: "¡Todo es paz, silencio todo; todo en estas soledades me conmueve y
hace dulce la memoria de mis pasados males. . .¡"
Pero
no hay que detenerse en estas consideraciones, so pena de extraviarse en la
apreciación del mayor problema de la muerte y el consiguiente tránsito post-mortem del alma humana al glorioso
mundo de los jinas. En efecto, el mito de la mariposa de Psiquis, con toda su
belleza griega, puede inducimos a un craso 'error, ya apuntado por H. P. B. Y
que a toda costa es preciso evitar.
La
salud física o "estado fisiológico de encarnación y de unión del alma con
el cuerpo" tiene de contraparte a la enfermedad, que no es, según su mayor
o menor gravedad, sino un estado más o menos fuerte de disociación de los dos
tan contrarios principios, camino de la separación total y definitiva que la
muerte física está llamada a operar; algo así como la disociación química del
oxígeno con el hidrógeno del agua hacia los 500 grados de temperatura, mientras
que la muerte en si equivale a su vez a la separación definitiva ya de los dos
gases cuando es sometida el agua a mil o más grados de temperatura.
Por
otra parte, ya llevamos visto en diferentes lugares de nuestras obras,
especialmente en el capítulo último de De
Sevilla al Yucatán y en "La resurrección de los muertos" de Páginas ocultistas, que la muerte, aun
en aquellas muertes certificadas ya por la ciencia médica, tarda a veces muchos
días en ser definitiva o no reversible con el fenómeno mal llamado de "la
resurrección", tanto que sólo podemos aseverar científica y prácticamente
que el hombre ha muerto, cuando ha entrado en putrefacción alguna de las
vísceras esenciales del organismo, y, a mayor abundancia, cuando el cadáver ba sido consumido en el fuego
purificador de la pira.
Pero
tanto la putrefacción como la cremación distan enormemente de parecerse en nada
al fenómeno de la lisis del organismo de la larva operado en el santuario de la
crisálida para formar los órganos, físicos
también o corpóreos, de la
pintada mariposa. La misma falta de acceso del oxígeno del aire como elemento
comburente de la putrefacción o la eremacausia (combustión lenta) y de la
combustión rápida de la pira, impide que se opere, gracias al capullo, la
descomposición total del organismo de la larva, en cuyo caso el alma del insecto no seguiría ya
ligada al organismo de la crisálida ni acabaría formándose la mariposa, estado continuador de la evolución
física del insecto, no estado final de
la misma, que es lo que nos sucede al morir.
Es
más: estas que parecen "cosas de poeta" acaso han tenido en la
Historia una realidad tan grande como dolorosa: nos referimos a las momias
egipcias, en las que la ciencia necromante del país de los Faraones se diera
trazas, con sus profundos conocimientos anatómicos y químicos, a conservar casi
indefinidamente el organismo corpóreo de sus reyes y sacerdotes, salvo, como es
natural, ciertas partes blandas y vísceras del mismo. Dentro del criterio
ocultista que aquí desarrollamos, no del positivista al uso, que de todas estas
sel'Ías cosas se ríe, hay más que motivo para pensar si con semejante práctica,
que a nosotros nos parece de la más refinada magia negra y la más antinatural,
por tanto, que darse puede, lo que hacían era suspender la evolución ulterior
de aquellas almas, que merced a la conservación mayor o menor de los cuerpos
físicos respectivos quedaban así como atadas y retenidas en esferas vecinas a
este bajo mundo. Semejante estado de suspensión de la marcha ascensional de las
almas, que corren siempre parejas con la destrucción conjurada de los cuerpos de carne, debió de equivaler en un aspecto
al fenómeno del tránsito de la larva a crisálida, fenómeno en el que no hay tampoco putrefacción, como hemos visto; y en otro,
al estado de esos cadáveres que, lejos de descomponerse, son hallados a veces
dentro de sus tumbas en conservación tan perfecta que les han crecido el pelo y
las uñas, y hasta han mostrado coloración en sus mejillas, gracias a continuar
en ellos con más o menos dificultades la circulación sanguínea, alimentada
"etéreamente", a través de las paredes de la tumba, por los más
aterradores fenómenos del vampirismo, que descritos quedan en el capítulo
"Los "espíritus" vampiros", de Páginas ocultistas.
En
resumen, que, en sano Ocultismo, la completa liberación del alma presupone como
condición indispensable la no menos completa descomposición del cuerpo, y que
todo cuanto de un modo u otro impida o retarde esta liberación también de los
átomos físicos por el cuerpo aprisionado, a más de ser una operación
necromante, impide o retrasa semejante liberación, como la retrasan las
evocaciones que se hacen de los muertos en las sesiones espiritistas, los
duelos excesivos, y, en general, todo conato de comunicación con los que se
fueron -salvo la nacida del amor que es superior a la muerte, y del recuerdo
santo de su obra y de los buenos ejemplos de su vida-, retrasa, decimos, a las
almas en la senda ascendente de la liberación, cOmo perturban e incapacitan el
trabajo de la madre las intempestivas llamadas y lloros de su hijo...
De
aquí, repetimos, la impropiedad del símil de la mariposa de Psiquis y cualquier otro que tomemos de la vida de los
insectos. Seres éstos menos evolucionados en la escala orgánica, no pueden ser
comparados con los vertebrados, que se hallan por cima, y en especial con el
hombre, cuyas ”metamorfosis" son psíquicas y no físicas, y cuya última
transformación no es ya la mera tisis de
la crisálida en su capullo, ni la partenogénesis
de insectos como la abeja, ni la reproducción
por -segmentaciones de los seres más ínfimos de aquella escala, como los paramécidos, sino la ley
geométrico-simbólica del conjugado armónico que damos en el último capítulo de
nuestra Simbología Arcaica, ley que en la revelación da la
razón inversa eternamente existente entre el alma y su cuerpo, y por virtud de
la cual para que aquélla alcance la apoteosis triunfal de su cíclica carrera es
preciso que se reduzca a nada o cero el
cuerpo de carne que aquí la retenía, como le es preciso al prisionero, para
poder sentirse en libertad plena y absoluta, que sean rotos los eslabones de su
cadena y deshechas las paredes de su calabozo, en términos de no poder ser
vuelto a ellos aunque por alguien se pretendiera; ni puede darse, en fin, por
ganada una campaña hasta reducir a la más completa inanición al enemigo, ni por
terminada una obra -¡y no hay obra más grande que la salvación del alma, al
decir de las religiones todasl!- hasta que no es retirado el último andamiaje,
barrida la última escoria y entregada a su legítimo dueño -aquí el Espíritu
Supremo que al Alma cobija- la llave del edificio: ¡el palacio del Alma; el
místico castillo de la Joyosa guarda del
mito caballeresco; el templo del Dios Vivo, antes ocupado por meros
albañiles!...
Si,
como inspiradamente dijo San Agustín, el grano de trigo ha de morir
previamente, para terminar y multiplicarse, mal puede nacer el alma a la vida
superior del mundo de los Jinas SI antes no se corrompe su cuerpo, su
"cubierta", su "cárcel", y mal puede alejarse tampoco-de
este mundo inferior en el que fuese efímero Peregrino o errante Cometa,
mientras le quede más o menos subsistente un lazo siquiera de los de la antigua
conexión, una cadena sola, como la
que aún queda, sin duda, en los primeros momentos de la muerte, cosa que experimentalmente puede comprobarse que
queda en algunas momias célebres. .. ¿Conocéis, lectores, el caso de la famosa
momia egipcia llamada de Katesbel, con
ese vivo prodigio muerto que aún admiran los visitantes
del British Museum?
Para
quienes ignoren el caso, diremos,
extractándolo de periódicos tan serios como el Times, que cierto arqueólogo inglés de principios de este siglo
envió, entre otros hallazgos suyos en el país de los Faraones, la lujosa momia
de una princesa de la más antigua dinastía, y cuya belleza aún parecía
conservarse como en sus ya archi-seculares y pasados días. Para colmo de la
maravilla diríase que ella conservaba "un como resto de voluntad", y
semejante "voluntad" se manifestó desde el primer momento en que
viese profanado su sacro retiro por la insana curiosidad de la ciencia europea,
pues que desde el punto y hora en que se pretendió sacada de allí, los
"casos extraños de desgracia" se sucedieron sin interrupción en los
obreros que la extrajesen, en el sabio profanador de aquel recinto, en los
conductores de ella para el embarque y hasta en el buque mismo que la trajese a
Europa. Todo fueron en torno de la "airada" momia catástrofes y más
catástrofes, aun después de instalada en la sala que hoy ocupa, y donde, por
extraño contraste, que recuerda poco más o menos a la magia de Asclepios,
Trofonio, Lourdes y Limpias, parece que opera curaciones maravillosas entre sus
más fervientes admiradores, que acuden a contemplada y a sentir su protectora
presencia, como si realmente estuviese
aún viva. Y es tal la concatenada serie de las diarias maraviIlas de
"protesta" de la momificada joven princesa, que según parece, y en
previsión de males mayores, se trata seriamente de restituida al reposo de su
egipcio retiro...
La ciencia oficial, como siempre que se
trata de algo que excede a su ceguera de topo en punto a cosas de lo
hiperfísico, no ha podido silenciar este hecho, que ha corrido así, como
"caso curioso", por todas las revistas del mundo, ni menos a
explicarle a su modo cretino. Por tanto, ante el dilema de no dar explicación
alguna, o dar una explicación ocultista a guisa de hipótesis, creo que será
preferible esto último.
Y
semejante explicación no puede ser más sencilla, tras cuanto llevamos expuesto
extensamente. La momia del Museo Británico, conservada intacta casi en su
cuerpo a través de milenios por la pericia necromante del sacerdocio egipcio de
su tiempo, es lo que los libros de caballería llamarían "un caso de
encantamiento", un caso en el que el Alma de la joven en cuestión no ha
seguido el ciclo natural de las otras almas, remontando en su psíquica órbita más allá de la región de la Luna,
que diría Plutarco, sino que ha quedado en un mundo intermedio, EL MUNDO DE LAS AVES,
de Aristófanes, mundo que, con su "nube etérea", cortara antaño las
comunicaciones entre el mundo inferior de los hombres y el mundo superior de
los jinas. Y si esto no fuese verdad, ha sido creído al menos por los
sacerdotes que pintaron con notable esmero láminas como la del Papiro número 10.470 del British Museum,
que puede verse reproducida casi en la escala original por las notables
publicaciones de R. B. Fleming. En efecto, en la pintura en cuestión, sobre la
propia momia de un sacerdote y entre jeroglíficos alusivos al caso, se ve,
flotando, al ave dicha, con su faz humana y tostada, como corresponde a las
gentes aquellas, que eran siluras, erithreas o morenas, con su expresión y actitud hierática, y con su vuelo
protector, que no se aparta un punto de su momia física, y
que, por tanto, no puede remontar a los cielos como el Fénix de la tradición europea, el Lí-Sao de la leyenda china, el ave Gatuna parsi y tantas otras inmortales de la, leyenda áurea; sino
que planea sobre aquélla como el ave sobre su nido...
¿Cuánto
y cuánto no habremos decaído los pueblos europeos (pese a los pujos de una
cultura material, que no es, en otro orden de ideas, sino incultura psíquica),
dado que aún nos parece archipoético el simbolismo de la mariposa de Psiquis,
simbolismo de insectos, por bajo del
egipcio simbolismo de aves, que
llevamos visto, otro tanto como lo está este del verdadero simbolismo ario
primitivo, que ora fuera solamente matemático, ora vegetal, como en el de la Flor
del Loto, cuya raíz corpórea está en el cieno del estanque, sus hojas
psíquicas en el seno tranquilo y "lunar" de las aguas del mismo,
mientras que su corola, que es el alma ya libertada, y su perfume, que es el
Espíritu mismo, se bañan ya bajo los rayos del Sol vivificador?
Encenagados
en nuestros escepticismos, y creyéndonos dichosos en nuestra paupérrima miseria
de caídos que están ciegos, pues que perdiésemos el uso de este tercer ojo de la intuición o "del
cíclope", en el que se podían contemplar estas cosas, ni aun vemos ya la mariposa, esa "mariposa" que,
según ciertos ocultistas, puede ser objetivada en el mundo etéreo y hasta
físico, visible por la acción de la Magia, tanto de la Blanca como de la Negra.
Y no es lo peor que no la veamos, sino que no queramos verla, cerrando voluntariamente los ojos del alma a series
de luminosas verdades, como las que hemos ido presentando amontonadas en las
páginas de este sincero libro: libro que viene a ser un complemento del De gentes del otro mundo y que acaso sea
continuado con otro en el que, con toda extensión, se trate de Los jinas y las Sociedades secretas y Los jinas y el espiritismo, pues acaso
en parte alguna como en las grandes sociedades secretas o iniciáticas, tales
como los g;ymnósofos de la India, que se burlaron de la locura de
Alejandro el macedónico; los pitagóricos griegos,
los sufis persas, alma de toda la
ciencia árabe; los drusos y cristianos de San Juan, del Líbano,
depositarios del verdadero cristianismo y origen de los Hermanos de la pureza, asiáticos y africanos, y de la poderosa Orden del Temple; los rosacruces, de Fez, cuya doctrina
perdura, aunque aparentemente se hayan retirado ellos del contacto con el
depravado mundo; y, en fin, la Masonería del
siglo XVII, tan por encima filosófica y moralmente de la vulgaridad mundana,
contra lo que ignorantes y malvados pueden suponerse, tienen los "casos
jinas" a centenares en su historia y en sus ritos.
En
cuanto al Espiritismo -doctrina tan reprensible en el empleo de la mediumnidad
provocada como respetable en su filosofía y en sus manifestaciones
"espontáneas a través de la Historia" -, él es un archivo insondable
de "hechos jinas", merecedores de un estudio científico imparcial en
el sentido en que hemos insinuado o esbozado los numerosísimos del presente
libro.
FIN
DE "EL LIBRO QUE MATA A LA MUERTE O LIBRO DE LOS JINAS"
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[1] Iniciales de H. P. Blavatsky con las que esta insigne escritora es conocida por los teósofos.
[2] El Velo de Isis o Las mil y una noches ocultistas, Tomo XX de nuestras Obras completas.
[3] "El suponer
que en todo el sistema solar -dice nuestra maestra H. P. Blavatsky en su Doctrina Sureta- no existen más seres
racionales o inteligentes que nosotros, es una de las mayores necedades de
nuestra época. Todo cuanto, a lo sumo, tiene derecho a afirmar la ciencia
positiva es que no conoce inteligencia manifestada ninguna que viva en análogas
condiciones de medio que nosotros; pero no por eso puede negar la posibilidad
de que existan mundos dentro de otros mundos, bajo condiciones por completo
diferentes de las que constituyen la naturaleza del nuestro, ni el que entre
éste y los demás exista cierta limitada comunicación. Kant, el mayor de los
filósofos para los europeos, dice, en efecto; "Confieso que me siento
inclinado a asegurar la existencia de naturalezas inmateriales en el mundo, y a
colocar a mi propia alma entre esa clase de seres. En lo futuro -no sé cuándo
ni cómo- se llegará a demostrar que el alma humana permanece, aun durante esta
vida, en conexión indisoluble con todas las naturalezas inmateriales del mundo
espiritual, y que, recíproca. mente, obra ésta sobre ellas, y de ellas recibe
impresiones efectivas". (Traume
eimes Geistersehers, de C. C. Massey, prefacio al Spiritismus, de von Hartmann).
[4] Cuando
los orientalistas se ocupaban de este pasaje de la primera de las epopeyas del
mundo, los occidentales sonreían compasivos. Hoy, después de los llamados
"rayos Matew", ya no sonríen. ¡Triste psicología la de nuestros
sabios! ¡Nada es verdad hasta que ellos lo
descubren!
[5] Acerca
de las "Dimensiones del Espacio" dice H. P. B.:
"Cada una de las Siete Rondas o Ciclos vitales de nuestro
Globo desenvuelve una dimensión del Espacio. Pero no debe usarse la frase de
"dimensiones del espacio" sino en un sentido figurado. Es absurdo el
creer que el Espacio pueda ser medido en ningún sentido. Más completa es la
frase de "dimensiones de la materia en el Espacio", porque, como dice
Bain (L6gica, parte 11, pág. 389), el
conceder realidad a las abstracciones es el error del Realismo. Así, el Espacio
y el Tiempo son considerados con frecuencia como con existencia aparte de todas
las experiencias concretas de la mente, en lugar de ser generalizaciones de
aquéllas en ciertos aspectos. Pero aun en tal forma es también una expresión
desdichadísima, pues que, si bien es perfectamente cierto que el progreso de la
evolución tiene que hacemos conocer nuevas cualidades características de la
materia, aquellas con que nos hallamos ya familiarizados son, en realidad, más
numerosas que las correspondientes a las tres dimensiones. Las facultades o,
quizá en términos más correctos, las cualidades características de la materia deben
siempre tener una relación directa y clara con los sentidos del hombre. La
materia posee extensión, color, movimiento molecular, olor y sabor, que se
corresponden con los sentidos existentes en el hombre. La próxima cualidad que
aquélla ha de desarrollar, y que podríamos llamar "permeabilidad",
corresponderá al próximo sentido de "Clarividencia Normal", que habrá
de desenvolver el hombre. Así es que, cuando algunos pensadores tenaces y
profundos, como Zollner, Butlerof y el ruso Wágner han imaginado una cuarta
dimensión para explicar el paso de la materia a través de la materia y la
producción de nudos en una cuerda cerrada por sus extremos, lo que realmente
imaginaban era la sexta cualidad
característica de la materia. En realidad, las tres consabidas dimensiones
pertenecen a un solo atributo o cualidad de la materia, que es la extensión, y
el sentido común se rebela justamente contra la idea de que, bajo cualquiera
condición de las cosas, puedan existir más dimensiones que las de longitud,
anchura y espesor. La palabra misma de "dimensión", en efecto,
pertenece a un estado de evolución y de pensamiento, a una cualidad
característica de la materia, Desde que la idea de materia surgió en el
entendimiento humano no ha sido posible aplicar más que en tres sentidos dichas
medidas; pero semejantes consideraciones no contradicen en manera alguna la
certeza de que con los progresos de los tiempos y con la multiplicación de las
humanas facultades habrán de multiplicarse también las características de la
materia. Es, pues, la repetida expresión aquella una incorrecta manera de
expresarse, aun más que la consabida de que "sale" o "se
pone" el Sol.
[6] Hojeando las
hermosas ilustraciones de la tan
conocida obra Maravillas del mundo y del
hombre, recientemente publicada en Barcelona, nos encontramos frente a las
incomparables construcciones de los jainos –ante las cuales la misma Alambra
palidece-, con un texto explicativo que viene a decir así: “Los jaínos eran un pueblo salvaje, con un gusto exquisito para
la edificación”, ¿Llegará día en que, contemplando las ruinas de la Torre
Eiffel o de la Catedral de Colonia, exclame de igual modo un sabio futuro: “Los
pueblos llamados cristianos eran unos ignorantes, con una gran sabiduría para
construir sin matemáticas? Por lo menos tal acostumbramos a opinar nosotros, en
el colmo de nuestra pedantería, ante monumentos como los de los hindúes,
mexicanos o egipcios, que han desafiado los siglos... ¿Qué justicia, en efecto,
va a esperar de semejantes entes la ciencia de los pueblos que nos engendraron?
¡siempre la ingratitud para quienes nos precedieron en el mundo, con arreglo al
dicho de que "los dioses de nuestros padres son nuestros demonios"!
[7] Tan
cierto es esto, que todos los sólidos geométricos podrían ser conocidos por seres
de la segunda dimensión en función del tiempo y de la proyectiva. Así, un
círculo que se mostrase en su plano pasando a velocidad uniforme desde el punto
hasta un tamaño dado, o viceversa, nos permitiría imaginamos el cono proyectado, con su base, su altura y su
superficie lateral en función de la velocidad con que el círculo-proyección
habría pasado desde su máximo hasta su mínimo el punto o viceversa, según que
se proyectara por su base o por la cúspide. Una esfera de diámetro igual a la
base y altura del cono no se diferenciaría de éste sino porque, en vez de
crecer o decrecer, como el cono antedicho, crecería y decrecería con arreglo a
la conocida ley trigonométrica de senos y cosenos, mientras que un cilindro de
igual base y altura haría instantáneamente su presentación octogonal con un
circulo de radio permanente durante toda la unidad de tiempo proyectivo, e
instantáneamente luego desaparecería. El ejemplo anterior nada tiene de baladí,
porque si se generaliza, advertiremos que tanto la imaginaci6n como el tiempo
entran esencialmente en el tránsito de una dimensión a la siguiente,
superior, sirviendo en cierto modo para suplir nuestras deficiencias
sensitivas. Nótenlo bien, pues, los desdichados pensadores que tanto se han
burlado de la imaginación creadora, confundiéndola con la fantasía, que es su
polo negativo. Sin esa calumniada facultad, ni en lo espiritual, ni en lo
intelectual, ni en lo físico, podrán remontarse del ínfimo plano en que moran.
¡Kármico castigo es este de necesitar para su propia obra de esa misma
facultad, a la que calumniaron escépticos, creyéndose superiores a los poetas o
intuitivos!
[8] Estas consideraciones, dicho sea de paso, constituyen la plena justificación de los aparatos de música mecánica, frente a la ejecución a mano o personalísima de las partituras musicales. Cierto que esta última ejecución es muy superior desde el punto de vista artístico y de colorido, matiz y timbre, a la imperfecta lectura que de ella hacemos en la "pianola", como es muy superior la representación escénica de la obra teatral a la lectura de la misma que hagamos de ella en nuestro gabinete, pero no es menos cierto que estas dos últimas lecturas ganan en intimidad, en comodidad y en provecho de análisis y de estudio crítico a esotras audiciones de conjunto. En una palabra, ganan en visualidad y geometría todo cuanto pierden en acusticidad y en goce de conjunto.
[9] Como protesta contra la. conducta seguida contra mí por disparidad de ideas filosóficas y religiosas por el entonces Jefe del Observatorio de Madrid, F. Iñíguez, no comunicando nada de ello al extranjero, ni mencionándolo en el correspondiente Anuario del mismo, debo consignar que en la madrugada del 8 al 9 de junio de 1918, después de bien comprobada la realidad de mi descubrimiento en la noche anterior, di cuenta de él en extenso artículo, uno o dos días antes de que lo hiciese Observatorio alguno del mundo, según aparece en El Liberal de dicho día. La conducta, pues, de dicho sujeto corre parejas con la de aquel ministro de Instrucción pública, señor Alba, que, a preguntas de un diputado, declaró solemnemente en pleno Parlamento -para luego no hacerlo él ni nadie- (Diario de Sesiones del día 12 de junio de 1918, págs. 8-13) "que el Estado español no dejaría sin recompensa la labor del señor Roso de Luna, con sus descubrimientos y sus libros..." Tal es el patriotismo que hoy se estila con cuantos en España no se prestan a ser "borregos de Panurgo".
[10] El
Ocultismo, dice H. P. B., es a las
ciencias ocultas lo que la luz del Sol a la fosforescencia de una luciérnaga.
Las charlatanerías conocidas con este nombre, como monedas falsas que son, presuponen la existencia de aquella
legitima Ciencia de la Religión o Religión de la Ciencia. - M. R. de L.
[11] Nada
perdería el lector con ampliar estas ideas con la lectura de los argumentos de
las obras wagnerianas comentadas en el tomo 111 de la Biblioteca de las Maravillas, para hacerse perfecto cargo de todo
el titanismo redentor de la humana rebeldía.
[12] Esta
unidad de medida se llama en sánscrito nimesha,
literalmente "parpadeo del ojo", y aún tiene por bajo otra medida
más pequeña, que es el truti. Aquí se
ve, pues, como en tantas otras cosas del Corán, el influjo de las ideas de
parsis e hindúes.
[13] No
crea el lector que la fecundidad de tamaño simbolismo de IO acaba aquí.
Tenemos, por ejemplo, aún pendiente de adecuado estudio, como dice el cultísimo
matemático D. Francisco Vera, la célebre serie del iniciado Fibonacci, o Leonardo de Pisa,
matemático hecho en las escuelas secretas de la India y del Egipto, y del que
tanto han derivado hombres como Bhascara y Tartaglia (el verdadero autor del
llamado binomio de Newton, y que
Newton no hizo sino desarrollar o generalizar). La dicha serie de Fibonacci se
forma, en efecto, a partir del simbolismo de IO, Y por mera adición de términos
sucesivos, a saber:
0 + 1 = 1; 1 + 1 = 2; 1 + 2 = 3; 2 + 3 = 5;
3 + 5 = 8; 5 + 8 = 13; 8 +
13 = 21..., etc.
Serie, en fin, sobre cuya
trascendencia. acaso hablen pronto futuros descubrimientos astronómicos y
matemáticos, y que lleva filosóficamente
dos unos: el Uno-Único típico, o abstracto, y -el uno numeral, o segundo uno
concreto, del que, por adiciones sucesivas, se forman los demás números,
sin limite conocido.
[14] Respecto de la radical diferencia entre Imaginación y fantasía, consúltese el Cáp. XII del tomo V de nuestra Biblioteca.
[15] Estas materias recibirán adecuada ampliación en el tomo de esta Biblioteca consagrado a Los Cometas y la Astrobiología.
[16] Estos últimos asteroides son los que, respectivamente, desfilan hacia el 11 de febrero y de mayo por delante del disco del Sol, determinando las grandes bajas de temperaturas que suelen acaecer en tales días.
[17] Esta gráfica frase está más cerca de la realidad de cuanto pudiera creerse. Cálculos minuciosos demuestran que diariamente caen doscientos de estos corpúsculos sobre la tierra. La granalla metálica que se ha encontrado en las nieves polares y alpinas no reconoce otro origen. Tenemos, además, respecto del Sol , una buena teoría de nuestro amigo el sabio ingeniero de minas, abogado y publicista D. Horacio Bentabol respecto a las manchas solares, como producidas por la caída de esos elementos meteorológicos sobre el Astro-Rey, a quien de este modo vendrían a alimentar con sus energías, ni más ni menos de como, por ósmosis, se alimentan las células orgánicas, de los medios en que se desenvuelven, cumpliéndose con ello una vez más la célebre ley de Hermes.
[18] Esta idea no puede recibir aquí el correspondiente desarrollo astronómico. Bástenos, pues, consignar el hecho de que determinados cometas tienen sus perihelios hacia las respectivas órbitas de uno o de otro planeta conocido, razón por la cual al haberse observado dos o más perihelios cometarios allende Neptuno, los astrónomos, aplicando también el método analógico, se han dado a calcular las órbitas y demás elementos probables de los correspondientes planetas transneptunianos hipotéticos, mostrados analógicamente ya por aquellos perihelios transneptunianos de cometas. Dada, en fin, la correlación analógica que pronto estableceremos entre el cometa como “germen masculino astronómico” y el anillo planetario solar o zona “preplanetaria” como “óvulo astronómico” o “centro laya”, que dicen los orientales, todo cometa periódico acaba por morir en el anillo preplanetario, como muere el espermatozoide en el óvulo al que fecunda.
[19] Esta "ecuación simbólica". por su parte, surge aplicada constantemente a las más diversas ciencias. Véase si no en Física cómo la fenomenología entera de ella se resume siempre en una razón inversa o una Dúada integrada por una Mónada sintetizadora, por ejemplo: la ley de los cuadrados de las distancias, en la atracción universal; la de las presiones y temperaturas, en sólidos, líquidos y gases, etc.; de igual modo que vemos en Química la razón inversa que existe entre los pesos atómicos y los calores específicos, etcétera, etcétera. En lo moral acaece lo mismo, pues que las cosas todas están inversamente conjugadas con otras. Tal sucede con la libertad de nuestras acciones ulteriores, siempre ligadas en razón inversa con nuestro karma, o sean nuestras acciones responsables hijas del pasado nuestro. Todo ello, además, nada tiene de extraño si bien se considera, porque no es, en suma, sino la expresión real del hecho que preside a la manifestación de toda vida, manifestación operada en razón inversa siempre, o sea a costa de la muerte de otras vidas a quienes previamente destruye, al tenor de lo antes expresado acerca de la Trimurti filosófica de Brahma-Vishnú-Shiva.
[20] La confusión introducida por los traductores del Nuevo Testamento y de antiguos tratados filosóficos entre alma y espíritu ha ocasionado los mayores errores, tales como el relativo a la anhilación, absorción en la Deidad o retorno al Alma universal, . de que se acusa ahora a Buddha, Plotino y tantos otros iniciados. Los traductores, tanto de los Hechos de los Apóstoles cuanto de las Epístolas de Pablo, que establecieron los cimientos del Reino de los cielos, y los modernos comentadores del sutra buddhista acerca de la función del Reino de la Justicia, han desnaturalizado el sentido del gran apóstol del cristianismo lo mismo que el del gran reformador de la India. Así, gracias a tamaña confusión, ni los lectores de la Biblia pueden adquirir claro concepto en los asuntos relacionados con el uno y con la otra, ni los intérpretes del buddhismo pueden alcanzar a comprender la significación y objeto de los cuatro grados buddhistas de Dhyana.
[21] Por supuesto que la palabra griega tiene un significado radicalmente opuesto al que se le ha querido dar después. Platón, Cicerón y todos los demás clásicos grecolatinos traducen la palabra δαιμονιον por un "quid divinum", es decir, algo celeste e impersonal.
[22] Las ideas dadas aquí acerca de este punto pueden verse ampliadas en el tomo ni de la BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS, Wágner, mitólogo y ocultista. El drama musical de Wágner y los Misterios de la antigüedad.
[23] Delfos, o sea la ciudad griega del δελφνς (útero o abdomen) era la población en la que la Pitonisa pronunciaba el oráculo de Apolo. Platón y los brahmanes consideraban al ombligo como el órgano del astral en el hombre. Los símbolos de Delfos eran femeninos y lunares, recordándonos que los arcadios eran llamados proseleni, pre-helénicos o anteriores al tiempo en que el culto lunar Tónico y Olimpo fué introducido. El símbolo de Delfos era el Diktamnon o dictamnus, el arbusto siempre verde, la planta mágica consagrada a Diktynna (Diana, Astarté, Luna) y cuyo contacto, al paso que provoca el sonambulismo, lo cura en definitiva. Sus propiedades escolápicas son sedantes. Crece en el monte Dicte (Creta) y se daba a las parturientas. (Isis. 1, 361).
[24] Champollion: Hermes Trimegistus, XXVII
[25] Es decir, se puso a predicar como el Oanes o Dagón caldeo desde la orilla del mar. Para los demás detalles relativos al origen y simbolismo de este gran Instructor, véanse los extractos de Beroso que han llegado hasta nosotros.
[26] Esto, por supuesto, es puro símbolo. Se trata aquí de la eterna nave que, cual la de Lutecia, "fluctúa, pero no le sumerge". Acerca de esta nave emblemática que flota sobre las aguas astrales de la destrucción y del pecado, existen multitud de mitos en todos los países.
[27] Esto es, a nuestro juicio, una alusión directa al gran pecado de la caída de la Atlántida, al perder el hombre el uso del tercer ojo: el ojo de la intuición y de la doble vista. Los detalles relativos a esta terrible transformación. A partir de la cual somos aquí abajo verdaderos ciegos, con ojos que, viendo no ven, pueden leerse en las páginas 373 y siguientes de nuestro libro De gentes del otro mundo.
[28] He aquí una coincidencia perfecta con el famoso mito de Isabeau, Isabel o Isis la Hermosa, que describimos en la Introducción de esta BIBLIOTECA: (Véase Hacia la Gnosis: Ciencia y Teosofía).
[29] Platón, el divino. Estudio
preliminar a la traducción directa de sus "Diálogos", por Emeterio
Mazorriaga, catedrático de Lengua y Literatura griegas en la Universidad de
Madrid. Sucesores de Hernando, tomo 242 de la Biblioteca Clásica. Un tomo en 8"', Madrid, 1918.
[30] Véase
Luis Figuier, La ciencia" sus
hombres.
En un trabajo de la
índole del presente no cabría entrar en honduras acerca del crimen filosófico y social perpetrado
por el estagirita. Además, ello está evidenciado desde los días en que el
martirizado Ramús consagró toda su vida a la demostración de tal aserto.
"En lugar de ahondar en semejante hecho (tan rico además de precedentes en toda la Edad Media), el astuto y reprensible polígrafo Menéndez Pelayo llama "falsa idea medioe"al" la de contraponer radicalmente a Platón y a Aristóteles cual dos polos de salvación y de ruina de la humanidad, y menosprecia a la escuela de los neoplatónicos o teósofos alejandrinos, fundada por el autodidacto Ammonio Sacas y por su discípulo Plotino, diciendo que entre los primeros neoplatónicos predominó Platón sobre Aristóteles, y a la inversa, Aristóteles sobre Platón en los últimos - es decir, en Temistio, Simplíco y Philopono, oscuros pseudofilósofos, que tenían menos de platónicos que el propio Menéndez Pelara, pues para los neoplatónicos verdaderos nunca fuera Aristóteles más que un mal árbol, bien cognoscible, al tenor de la sentencia evangélica, por sus propios frutos, frutos tales como la educación de aquel vicioso y miserable César a quien pomposamente llamamos Alejandro ¡el Magno!, destructor de toda la cultura del imperio persa, Misterios iniciáticos, inclusive, o también como los del escolasticismo medioeval, positivista y materialista, y, como tal, padre de nuestro materialismo, que cree posible la lógica sofística sin la analógica de la clave de Hermes, y la pura ciencia sin "la previa virtud que en los Misterios se exigía al candidato para que no le pasase lo que pasa en nuestros días, en que los criminales saben mucha química, para su mal y el de los hombres..." "Toman éstos, en efecto, del conocimiento el lado siniestro de la degradación de las Verdades Arcaicas enseñadas desde la Cuna de la humanidad por esta Religión eterna, de la que, según el propio San Agusín (De civ. dei), no es sino una forma nueva de expresión, el propio Evangelio". en lugar de tomar el lado luminoso del conocimiento, ese que liga los corazones, y la sabiduría de los hombres como aquella piedra imán que enlaza en vistosos espectros las limaduras o los anillos de hierro a los que. alude el diálogo Ión al hablar de la piedra magnesiana o Heradeida, la piedra de la diosa Hera, Juno, Minerva o Io.
[31] El nombre de la filosofía de Platón (filosofía académica) es de origen asiático. Se viene repitiendo desde hace siglos que tal nombre deriva del de los jardines de Academus, donde era explicada. Pero los griegos y latinos que nunca estudiaron más que su lengua no fueron fuertes en etimología. Ellos se lo explican todo suponiendo que se trata de un hombre que se llamó asi, mas el hecho es que Cadm significa el Oriente y las ciencias orientales, que comenzaron creando el alfabeto escrito. Traido este último sucesivamente del Asia hasta Grecia, todo sabio fué durante largo tiempo un oriental, un Cadmus, y todo lugar consagrado a la instrucción una Cadmia o Academia. (G. de Dumast, citado por Ragón en su Ortodoxie masonnique, página 150).
[32] Las
fuentes para el estudio de las obras de Platón son: las citadas de Mazorriaga;
las traducciones castellanas completas de don Patricio de Azcárate, a base de
la traducción latina de Marsilio Ficino, que con el original griego publicó la
Sociedad Bipontina alemana en 12 tomos (1787), el último de los cuales es un
juicio crítico de Tiendemann; las versiones francesas de Cousin y de
Chauvet-Saisset, la admirable de Florencia (1482) o edición príncipe y la fidelísima en 10 volúmenes del gran crítico
I. Bekker (Berlín, 1816); reimpresa en Londres (1826-36) por Priestley, la
Biblioteca Teubneriana, la de Wohlrab y otras varias posteriores, cuyo detalle
puede verse en la obra de dicho señor Mazorriaga, tales como la de Martín
Schanz, la de Burnet, la del griego Moraitos, la de los hermanos Didot, la de
Baiter y Orelli, la de Hirschig y Suerdir, los Diálogos sueltos de Cambell y de Jowett, y la traducción
verdaderamente ideal de Ruggiero Bonghi. Como se ve, no existe edición completa
ninguna en España de las obras del Maestro, no obstante el catálogo publicado
por don Juan de Iriarte en 1765 de los manuscritos que existen en El Escorial,
completado en nuestros días por el francés Miller, y la existencia de algún
fondo platónico en nuestra Biblioteca Nacional.
[33] En la primera parte del tomo VI de nuestra Biblioteca de las Maravillosos (De Sevilla al Yucatán. Viaje ocultista a través de la Atlántida de Platón), pueden verse extensas referencias históricas acerca de este punto nada tratado todavía por los doctos.
[34] Otro tanto han hecho, por ejemplo, los biógrafos como Lentz con las obras de Beethoven y las de Wágner. En realidad, ello se corresponde con los tres 'Períodos principales que siempre pueden hacerse en la vida de los grandes escritores.
[35] Las fechas de estas tres sucesivas catástrofes de la Atlántida, se dice en Oriente que son de ochocientos mil, doscientos mil y nueve mil años, respectivamente. La última de tales catástrofes, hace hoy once mil años, próximamente, destruyó la gran isla de Poseidonis, frente a las columnas de Hércules, y de ella queda memoria histórica en diversos mitos, cuanto en las tradiciones religiosas acerca del Diluvio. El conocimiento de las otras dos catástrofes anteriores y mucho más imponentes, era secreto, pues que sólo se daba en la iniciación. Platón en el Timeo y en el Critias mezcla hábilmente éstas con aquélla para no quebrantar semejante voto de sigilo. (H. P. B. La Doctrina Secreta).
[36] Para
el logro de la felicidad, Platón, como todos los griegos sabios, concedía
extraordinaria importancia a la hygieia (ύγεία),
o ciencia de la salud, es decir, tanto espiritual como física, cosa glosada
luego por Juvenal en aquella sentencia que se ha hecho célebre, respecto a que
no debemos pedir nada a los dioses o seres superiores, ya que ellos nos aman
aun más que lo que podamos amamos nosotros mismos, y, caso de pedirles algo,
nuestra oración se debe eliminar al anhelo de tener una mente sana en un cuerpo
sano también: Orandum est ut sit mens
sana in corpore sano. Esta, en efecto, es la verdadera riqueza, no es otra
de la que tan necio aprecio hacen las gentes vulgares caricaturizadas por
Sócrates, según Jenofonte, en la famosa fábula del caballo del opulento Nidas,
caballo al que se le tenía por bueno, no
obstante carecer como animal de eso que llaman riquezas los hombres.
[37] Estamos
bien seguros de que las doctrinas que exponemos en este capitulo habrán de
producir honda emoción en los espíritus verdaderamente rehgiosos, aquellos
efectivos "católicos" que han sentido latir místicamente en su pecho
al Cristo Interior de que el Apóstol nos habla. Pero como, por desgracia, no
faltan tampoco espíritus timoratos y gazmoños, partidarios de la letra que
mata, hombres seudorreligiosos en fin, que desearían encerrado todo en sus
moldes cretinos y que quisieran en vano ir en contra de alguna de nuestras
religiosas manifestaciones, protestamos, de una vez para siempre en las páginas
de este libro, del pleno derecho científico que les asiste para examinar
noblemente todas estas cuestiones a la luz de una filosofía sincera, no de otro
modo como, a vueltas de mil dimes y diretes, le tuvieron según la misma
Iglesia, Galileo para afirmar la rotación de la Tierra, a despecho de lo que
los pacatos atribuían a Josué; Copérnico y Kepler para defender el Sistema del
Mundo y fijeza del Sol contra los que a título falsamente religioso se le
querían oponer y Colón, en fin, para sostener la existencia del continente
americano contra todos los ignorantes teólogos de la Junta de Salamanca.
Somos teósofos por
encima, no en contra de las religiones vulgares, y nos atenemos sólo al lema
teosófico que dice: Satyah nasti paro
dharma, no hay religión más elevada que la Verdad.
Siempre será aplicable a la necedad del mundo, necedad que quiere
someterlo todo al lecho de Procusto de sus prejuicios, aquello que nos enseña
Quevedo en su Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes en
los castellanos (Versos 4 al 6) .
"¡No ha de haber un
espíritu valiente'
¡Siempre se ha de sentir lo
que se dice'
¡Nunca se ha de decir lo que
se siente?'
[38] El
profesor A. Wilder, en su artículo Pablo,
el fundador del Cristianismo, dice con viva intuición que en la persona de
Aher, que figura en el Talmud o
tradición de los hebreos, se reconoce claramente al Apóstol Pablo. "En
efecto: éste parece haber sido reconocido bajo diversos nombres. Se le llamó Saul a causa de su visión relativa al
Paraíso; Sheol, del nombre hebreo del
otro mundo, y Paul (Pablo) como apodo
equivalente a hombre pequeño. Su verdadero nombre jurídico no era el de Aher sino el de Elisha ben Abriah, pues que Aher
u other (otro) es un epíteto
empleado en la Biblia para designar a las personas ajenas a la política judía,
y le fué aplicado por haber extendido su ministerio apostólico a los
gentiles".
De todos estos nombres sacaremos el debido partido más adelante, al ocuparnos de los jinas.
[39] "Seguid
la caridad (el Amor), decía, y codiciad los dones espirituales, sobre todo el
de la profecía, porque el que habla una sola lengua -la lengua del Espíritu- no
habla a los hombres, sino a Dios. Ninguno le oye y en espíritu habla misterios,
mas el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y
consolación (Primera a los Corintios, XIV, 1-4).
[40] Estos
planos de conciencia responden
perfectamente a los mundos de que en el capítulo anterior nos ha hablado
Plutarco. Aquéllos son siete, al
tenor del artificio clasificador de los orientales, a saber: Atma el Soplo o Aliento Divino que
constituye la más íntima e hipostática esencia de nuestro ser, el "Cristo
interior" del iniciado de Tarso; Buddhi,
o sea nuestra alma espiritual, el nous
griego, el ruach hebreo; Manas superior, Inteligencia o Mente
espiritual, y abstracta o intuitiva indisolublemente unida al Manas interior, que es la mente concreta
o discursiva kama-manas, la mente ya
animal o pasional (ψυχη); el Cuerpo astral o Lhingha
Sârira, y Sthula-shârira, es
decir, el deleznable Cuerpo físico, todo ello enlazado y sintetizado por Prana, es decir, por la Vida Universal
que al Cosmos anima.
En efecto, como dice
la Maestra en lsis sin Velo:
En los escritos de Pablo, la entidad humana aparece dividida en tres elementos: a) carne, b) existencia psíquica o alma y c) la entidad patrocinadora, e interna al par, o Espíritu. La expresión del apóstol de los gentiles en cuanto a la anastasis o sea la continuación de la vida de aquellos que han muerto, no puede ser más terminante. El, en efecto, sostiene que existe un cuerpo psíquico basado en lo corruptible y un cuerpo espiritual que lo está en la substancia incorruptible, y por eso dice que el primero es terrenal y el segundo celeste. El mismo Santiago (Epíst. III, 15, texto griego), identifica al alma diciendo que "su sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrestre, demoníaca y psíquica". Platón, por su parte, al hablar del alma psuché observa que cuando ella se alía con el nous, Pablo lo llama Espíritu y Jesús hace del corazón lo que Pablo dice de la carne.
[41] He aquí la clave de la verdadera predestinación, acerca de la cual tanto se ha errado por los partidarios de la letra que mata: los seudorreligiosos y los positivistas ...
[42] Alguien
ha dicho que la frase de los hijos "del reino de Dios" expresa muy
felizmente la necesidad que siente el alma de un suplemento de destino, de una
compensación de la vida actual. Aquellos mismos que no se avienen a concebir al
hombre como un compuesto de alma y cuerpo y que hallan el dogma deísta de la
inmortalidad del alma en contradicción con la fisiología, desean mantenerse en
la esperanza de una reparación final que, bajo una forma desconocida, satisfará
a las necesidades del humano corazón. ¿Quién sabe si el último término del
progreso dentro de millones de siglos traerá consigo la conciencia absoluta del
universo y, en esta conciencia, el despertar de todo lo que ha vivido ella
desde los más remotos tiempos?
[43] De "pan", todo.
Esto es idéntico al "todo conspira" de los clásicos grecolatinos.
[44] Esto nos recuerda aquella frase Iniciática de "conde Olinos, conde Olinos, fué niño y pasó la mar".
[45] Estas
frases son transcripción de las enseñanzas dadas a Jesús por su maestro Hillel
y reflejadas en la parábola del Buen
Pastor. (Véase Doctrina Secreta, tomo
III, caps. VII y VIII) .
[46] Véase
el capítulo de Parsifal en nuestro "Wágner,
mitólogo, ocultista".
[47] Esto
será objeto más adelante de una atención especial.
[48] Esta es la clave entera de la vida del hombre sobre la Tierra, en la que es el Judío Errante o el "Eterno Peregrino", "el vagabundo" o "el cometa", al tenor de cuanto llevamos dicho en el capítulo 111 de este libro. De aquí nuestra lucha constante con las Potestades del Aire o elementales. naturales dueños hoy de este planeta. al tenor de las repetidas alusiones que hace San Pablo.
[49] He
aquí cómo describen los Hechos de los Apóstoles (IX, 1 al 9) tan sublime
momento:
"Saulo, pues,
respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al
príncipe de los sacerdotes y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con
el fin de llevar presos a Jerusalén a cuantos hombres y mujeres profesasen el
Evangelio. Y yendo por el camino, aconteció que, estando ya cerca de Damasco,
le rodeó repentinamente un gran resplaNdor de luz del ciclo. Y cayendo en
tierra, oyó una voz que le decía: "¡Saulo, Saulo!, ¿por qué me
persigues?" "¿Quién eres, Señor?" Y el Señor respondió: "Yo
soy Jesús, a quien tú persigues: dura
cosa es cocear contra el aguijón". Saulo, temblando y despavorido, dijo:
"¿Qué quieres, Señor, que yo haga?". Y respondióle el Señor:
"Levántate entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que te conviene hacer",
Y los hombres que acompañaban a Saulo quedaron atónitos, oyendo bien a aquella
voz, pero no viendo a ninguno. Y Saulo se levantó del suelo, y, abiertos los
ojos, no vela nada. y ellos, llevándole por la mano, le metieron en. Damasco,
donde estuvo tres días sin ver a nadie y sin comer ni beber".
[50] Y
es mejor que siga sin estar unos años más, los necesarios siquiera para que
reine en estas cosas un poco de justicia, no sea que, por sectarismo cruel, se
repita una vez más el triste caso que nos da siempre el estrecho espíritu de la
Real Academia de la Lengua, autora de definiciones tan desdichadas como
-aquella relativa a los teósofos y a la Teosofía, cual "secta de ciertos hombres -¡de ciertos locos, pudo y debió ya
añadir!- que, despreciando a la razón y a la fe (sic), se creen iluminados por
la Divinidad, y en estrecha comunicación con ella".
No, injustos señores
definidores, les decimos con la gallardía del que tiene tantos títulos de
honradez, cultura y carácter enérgico como todos y cada uno de ellos, La
Teosofia, como no es religión positiva, no tiene por qué tener dogmas, fuera de
la creencia demostrada ya por todos los sabios de todos los tiempos, en la Fraternidad Universal de la Humanidad, y
como, además, secta viene del verbo
latino seco, secas, secare, cortar,
hender, dividir, despedazar, mal podemos los teósofos ser calificados de sectarios, cuando, a diferencia de
nuestros sectarios definidores, nos
consideramos por encima de toda distinción de patria, Religión, casta, sexo,
idea o color, puesto que somos antes hombres que españoles, franceses o chinos,
y antes hombres también que cristianos, buddhistas, mahometanos o agnósticos.
Por eso debiéramos ser llamados con justicia CATÓLICOS; es decir universales... En cuando a lo de la iluminación, si fuera cierta, seria
idéntica a la de nuestros detractores académicos, al creerse que, con su
definición, hacían una cosa realmente
inspirada. Una veintena de libros tenemos ya en la calle, y desafiamos a
cualquiera a que nos señale un solo texto de ellos en el que se hable de
aquella supuesta "inspiración" nuestra como tales teósofos,
Definiciones, pues, cual la que nos ocupa, y que harán sonreír a cualquier
extranjero docto, nos hacen aun más daño que la leyenda -o no leyenda- de
nuestra clásica intolerancia, y sería de desear que no se repitiesen, porque en
nada "limpian, fijan ni dan esplendor", ni a nuestro idioma ni a
nuestra ideología.
Un diccionario no dogmático de una lengua cualquiera debe dar a cada palabra el valor que le dan sus mantenedores, y aun poner el de los contradictores si gusta. ¿Cómo resultarían sino cualesquiera de las relativas, por ejemplo, a los dogmas cristianos definidas por los que cristianos no fuesen? El Diccionario enciclopédico hispanoamericano, al menos, nos hace mayor justicia a los teósofos. echando así virtualmente abajo la tan lamentable definición académica, "definición" que es de desear sea rectificada en ediciones posteriores, para prestigio siquiera de dicha Corporación española.
[51] Así
lo exige la estricta etimología de alma, "lo
que impulsa vitalmente", "lo que anima", a diferencia de ese
divino y trascendente Hálito o Soplo, del Espíritu. Los animales y
plantas, por tanto, como seres animados, también
tienen alma, aunque' de clases distintas.
[52] Lo que sigue está glosado con cargo a las ideas expuestas en dicha notable obra que recientemente ha publicado el Museo de México, valiéndose de. los manuscritos luengos siglos dormidos en los estantes de nuestra Biblioteca Nacional.
[53] Este prodigio que, como es sabido, señaló a los errantes mexicanos el término de su fatigosa peregrinación de ochenta años por toda clase de lugares, y la llegada a la tierra prometida, es una de las mil concordancias míticas que median entre el pueblo mexicano y el hebreo, concordancias que no hubieron de pasar inadvertidas para historiadores tan sensatos como los Padres Diego Durán, José de Acosta y otros. Todas ellas se explican merced al tronco atlante común a los pueblos americanos y mediterráneo-semitas.
[54] Todas
las grandes teogonías, sin excepción, hablan de esta celeste mansión allende
los mares del Polo Norte, llamándola Mansión
imperecedera, Tierra del Amanecer, Isla Sagrada y Eterna de los mortales inmortales o Seres DE LA PRIMERA RAZA HUMANA. Para comprender, sin embargo, todo
el alcance de esté asunto, hay que leer en La
Doctrina secreta, de, H. P. B., todo lo relativo a este primer Continente
terrestre, .llamado a perdurar desde el principio al fin de 'la humanidad sobre
la tierra. Por supuesto, además que el texto le confunde con el cuarto
Continente sepultado en la Atlántida, o, más bien, con la región al norte de la
Florida como creen equivocadamente los historiadores mexicanos. Asunto es este,
en fin, demasiado importante para de él tratar en una simple nota, y que irá
saliendo a lo largo del presente libro.
[55] Mexi-tin o medjins, no son sino los djins de los pueblos árabes y africanos,
es decir, nuestros consabidos jinas. Los
aztecas, a su vez, no eran sino el pueblo fundador del vasto Imperio que Cortés
encontró, y a quienes condujeron a través de ochenta años de penalidades hasta
las lagunas mexicanas los genios
tutelares o jinas, ni más ni
menos que el iniciado Moisés condujo a los israelitas durante cuarenta años a
través del desierto hasta la Tierra
prometida, cosa que sigue demostrando el parentesco entre las tradiciones
de uno y otro pueblo.
[56] 7 Esta Tulla no es sino la Thule escandinava de que nos hablan los inmortales versos de Séneca; el confín de este mundo, como si dijéramos.
[57] Esta
suciedad y abandono de la excelsa madre del dios Hutzilipochtli, verdadero
Tehavah conductor del pueblo mexicano en su éxodo, no es real y efectiva, valga
la frase, sino una manera de pintar el luto llevado por aquélla desde el día en
que su divino hijo dejara aquel paraíso para cumplir su misión entre los
mortales. Es de saber, en efecto, que, según indica el sabio historiador
mexicano don José F. Ramírez, al comentar la obra del P. Durán, una de las
características del luto en la mujer mexicana de entonces era la de no lavarse
la cara ni tener ningún otro cuidado con su persona durante los ochenta o más
días que aquél duraba, cosa tan en el fondo también de las costumbres ibéricas,
egipcias, etc., que viene a ser una indicación más del parentesco que entre
todos estos pueblos media. Sabido es lo absurdo todavía de ciertos lutos en las
aldeas y entre gente inculta, que fían más a estas equívocas y groseras
manifestaciones de dolor que a la esencia del dolor mismo, que es o debe ser
interior y sin fanáticas ostentaciones.
[58] Esta
es una de las muchas profecías que anunciaron la caída del Imperio mexicano, y
que, dado lo supersticioso de aquella gente, tanto contribuyeron para hacer
factible la conquista del mismo por aquel puñado de héroes que acompañaban a
Cortés.
En efecto: el
capítulo siguiente del texto dice que, temerosos rey y ministro de la profecía
que les había hecho a sus embajadores la madre de su dios, respecto a que
serían echados de sus reinos de la misma manera que los habían ido sometiendo,
hicieron inquisición con toda la diligencia posible, mirando y revolviendo sus
antigüedades, escrituras y profecías respecto de ciertos hijos del sol que
habían de venir de Oriente a echar a su dios de la tierra y destruidos a ellos;
De esto se hace más particular mención en el tiempo que reinó Moctezuma II,
quien, aterrado ante la llegada de los españoles a la costa de Veracruz, se
dispuso a huir, "ofreciéndole los nigromantes, dice Sahagún, que si quería
ir a la casa del sol, ellos le llevarían; si al Paraíso terrenal, ellos le
pondrían en él; si al infierno, ellos le guiarían, y si deseaba, en fin, ir a
un lugar secreto y muy bueno cerca de la ciudad y denominado Cincalco, ellos allí le
internarían". Esta caverna de Cincalco
se presentaba a la mente de los mexicanos, ora como un lugar infernal, ora
como un lugar feliz al estilo del de Chicomotzoc.
En la primera carta
de Cortés (párrafos 21 y 29) ,relata, en efecto, lo que le dijo Moctezuma en
una de las entrevistas: "Por nuestros libros sabemos que, aunque habitamos
estas regiones, no somos indígenas, sino que procedemos de otras tierras muy
distantes. Sabemos también que el caudillo que condujo a nuestros antepasados
regresó al cabo de algún tiempo a su país nativo, y tomó a venir para volverse
a llevar a los que se habían quedado aquí; pero ya los encontró unidos con las
hijas de los naturales, teniendo numerosa prole y viviendo en una ciudad
construida por sus manos, de manera que, desoída su voz, tuvo que tornarse
solo. Nosotros, añadía, hemos estado siempre en la inteligencia de que sus
descendientes vendrían alguna vez a tomar posesión de este país, y supuesto que
venís de las regiones donde nace el Sol, Y me decís que hace mucho tiempo que
tenéis noticias nuestras, no dudo de que el rey que os envía debe ser nuestro
señor natural".
A estas tradiciones,
pues; a la superioridad de armas y caballos, desconocidos en México, y a la
providencial intervención de doña Marina, no menos que al heroísmo increíble de
aquel puñado de valientes, se debió la epopeya de la conquista de América. En
cuanto al enlace de los excelsos antepasados con las mujeres del país, ello no
hace sino repetir el pasaje del Génesis en
el que los hijos de Dios, al conocer a las hermosas hijas de los hombres, se
dice engendraron la raza de los gigantes y por sus vicios acarrearon el Diluvio.
[59] La
obra de Durán existe, entre muchos otros códices de la época, en la Biblioteca
Nacional de Madrid. con la signatura 7. 67. Ms.. de 344 folios, a dos columnas,
y con numerosas estampas reproducidas en México, con la obra en 1867, el tomo
I, y en 1880 el II.
[60] 11
El caso del gran Boturini es de los que ponen pavor en el ánimo de los
investigadores de buena fe. Para apreciado en toda su amargura, hay que leer a
Alfredo Chavero en su México a través de
los siglos. Como si el hado cruel se encargase siempre de perseguir con BU
saña a los develadores del Misterio, Boturini paseó. entre persecuciones.
angustias y pobrezas, la inmensa riqueza de GUS decenas de códices mexicanos,
que para él no fueron sino maldición y ruina, ni más ni menos que los famosos
sacos de esmeraldas para los compañeros de Pizarra en los desiertos del
Ecuador. ¿Por qué estas cosas? Porque los terribles cancerberos que guardan las
puertas de la Iniciación, son, en todo caso, algo más que un mito o un
símbolo.. .
[61] Los
detalles todos de este asunto están admirablemente dados en el libro de Richard
Rold Brash The ogams inscribed monuments
of the British Island, obra rarísima, en la que, además, se nos informa: a), respecto de los orígenes de la
escritura primitiva occidental o druídica, hermana de la rúnica de
Escandinavia, llamada también ógmica, ogámica, en rayas, puntos, cazoletas,
etc.; b), acerca de los cantos de los
bardos sobre ellas y sobre la religión, jaina
o jina, en la que éstos ya no
creían, por haber perdido sus claves iniciáticas; c), del origen concordado de todos los llamados monumentos
célticos, gaedhélicos o prehistóricos, sobre los que tan en vano disputan
nuestros arqueólogos, por empeñarse en emplear para ello el pobrísimo método
positivista y no el analógico-teosófico a base de un previo conocimiento de
religiones comparadas; d), de míticos
personajes también, en los que está la clave del nexo conector atlante de las
primeras civilizaciones de Europa, Africa y América, con personajes tales como
Wotan, Nemedius, Hércules-Ogma, Erico o Erc, Amergin (de quien viene y no de
Américo Vespucio el nombre actual del Nuevo Mundo), Ceirtne (que dió nombre,
quizá, a las debatidas Cernes africanas),
etc., etc.; e), de ciudades mágicas primitivas, es decir,
de escuelas y misterios iniciáticos, tales como las fundadas por Hércules en Iberia y en otras partes,
cuanto de sus lenguajes numéricos, sagrados o calcídicos; f), de éxodos, en fin, prodigiosísimos, que guardan relación y aun
identifican el éxodo, del pueblo israelita con los de los pueblos mexicanos.
Todo esto y mucho más se desprende de tan notable obra, hoy casi imposible de
obtener y de la que vimos un ejemplar perteneciente a la biblioteca particular
del difunto padre D. Fidel Fita, S. J., dedicado a él por el propio autor en
1872, y que, seguramente, obrará hoy en poder de la Compañía. Verdaderos hombres los Tuatha de Danand, tienen todas las
características de los jinas, como se
detalla en dicho cap. VII de De gentes
del otro mundo.
[62] Connai-cue, como Amergin y muchos otros nombres que juegan en estas cosas de los Tuatha, son perfectamente americanos. La batalla en cuestión, además, no es, como la de la Ilíada y tantas otras, sino un trasunto legendario de las cantadas en la epopeya del Mahabharata, o sea de las luchas atlantes entre los de la Buena y la Mala Ley.
[63] Hay
un viejo libro que podemos denominar de El
judío errante, y es el Libro del
destino de los hijos de Tuirin, o sea la gente solar, la gente jaina,
puesto que Tuyria es uno de los mil
nombres arios del Sol. Dicho códice bárdico es uno de los muchos códices
irlandeses reeditados en la Edad Media que se conservan en varias Bibliotecas
de Irlanda y que se enumeran en el capítulo VII de De gentes del otro mundo, donde puede verlo por extenso el curioso
lector.
Hay también, entre otras, una notable leyenda acerca del errante judío (pueblo, más bien que hombre), y es la de El holandés errante, que sirviera a Wágner para argumento de su drama musical El buque fantasma (tomo III de la Biblioteca de las Maravillas, cap. VII). En efecto, como allí se dice, la doctrina jaina primitiva, o de la Buena Ley, tiene que caminar siempre errante por el mundo, ocultando, como Helias o Lohengrin, "su patria y su nombre", mientras no caen sus enseñanzas en gentes leales, capaces de guardarlas y enaltecerlas.
[64] Siempre la radical sánscrita brig, de la que antes nos ocupáramos, como base de tantos nombres sánscritos y occidentales relacionados con el concepto de la idea, la luz, el germen que se extiende".
[65] Roberto
Brenes Mesén, El canto de las Horas (San
José de Costa Rica, 1911).
[66] Este Lughaid, dada la procedencia gallega de las gentes de la Irlanda de entonces, es también, acaso, la raíz toponímica de pueblos españoles, tales corno Lugo (Galicia) , Lugones (Asturias), Lagos, etc. Desmond o Démon, acaso tenga relación asimismo con la palabra griega daimon o "espíritu inspirador", que tan conocida nos es ya en su primitivo significado, desnaturalizado hoy.
[67] En
cuanto a las "cámaras sepulcrales", grutas o cármenes de Erinn también cantadas por los bardos, no eran ellas
tampoco sino lugares secretos de iniciación en los terribles misterios
necromantes de los fir-bolgs, con sacrificios humanos análogos a los que el
Padre Diego Durán nos describe, con cargo a los pueblos de América en su Historia de la tierra firme e islas de la
Nueva España, a raíz de la conquista de este último país. Claro está que,
más tarde y por fanatismo religioso, en lugar de iniciarse ya en misterios que
se fueron perdiendo y de pasar por el consabido sepulcro en el que entonces
como hoy yace inerte el candidato hasta que le resucita la voz y la Palabra Sagrada del maestro, dispusieron ser
llevados después de muertos allí muchos reyes y personajes que antes, como
profanos, no pasasen por el dicho sepulcro. Dicho sepulcro aún se ve en la
pirámide de Gizeth y en otros muchos sitios iniciáticos aun de ciertas
instituciones secretas modernas. ¿Qué mejor iniciadora, en efecto, que la
muerte física?
[68] Como
que el simbolismo de lt era nada
menos que los tres lados del triángulo simbólico desarticulados y puestos en
forma de cruz, cual si se quisiese significar con ello q1,le con aquellas
luchas la forma y la vida iban a acabar con el mundo, dado que si la cruz es
sinónimo de dolor, destrucción y muerte, el triángulo, como elemento
fundamental de toda forma geométrica, es sinónimo de vida. Claro es, por otro
lado, que la cruz, como símbolo de muerte de lo inferior (la cruz formada por
nuestro cuerpo físico perecedero), lo es también de glorificación y de promesa
de otra vida en el país de la postcruz, que podríamos decir, o sea en el mundo del descanso cantado por los
bardos como el país solar, el país de lt o
de los amarillos avellanos o abedules mágicos, siempre opuesto a este
nuestro bajo mundo tridimensional o físico, que, aun en el caso del pintoresco
país de Lughaid, no tiene sino avellanos
escarlata, es decir, bellezas tintas en la sangre de continuas víctimas,
dado que en él la vida de la forma no se mantiene sino a costa de la
destrucción continua de otras formas, de las que se alimenta aquélla.
lt tiene también el significado de límite, o del
"dios término" romano, y, en fin, el del "tema de la
justificación" del que habla el capítulo de Lohengrin, en Wágner,
mitólogo y ocultista.
[69] Los casos jinas en la vida son,
en efecto, no ya numerosos, sino infinitos.
Repasad cuantos libros se han escrito relativos a espiritismo, telepatía,
premoniciones, adivinación, etc., etc.; hojead los mil "casos
extraños" que, con cargo a todos los tiempos, salpican aquí y allá nuestras
bien intencionadas obras, especialmente Páginas
ocultistas, cuentos macabros; recordad,
en fin, las mil "cosas raras e inexplicables" que a todos y a cada
uno de nosotros nos han acaecido en nuestras respectivas vidas, y comprenderéis
lo exacto de nuestra aserción respecto de que el mundo jina está a nuestro lado mismo.
[70] No olvidemos que estos pueblos, según las enseñanzas de Oriente, son contemporáneos de la época del mayor esplendor atlante, como los Tuathas, puesto que datan ellos de un millón de años próximamente, según demuestran con sus Anales y Cronologías.
[71] Por
eso también, los brahmanes, como iniciados, se dicen a sí mismos dwipas o "dos veces nacidos".
El camino recto para llegar a ello es la yoga
real, es decir, Raja Yoga o
dominio de las pasiones, pasiones que nacen, como dijo Plutarco, de la unión
del alma con el cuerpo. En Por las grutas
y seltNu del lndostán hay
numerosos detalles de. todo esto. Por eso, en fin, el jina o jaina no es sino
un ser superior quien, por medio de la meditación y el conocimiento interno y
externo, ha superado o trascendido ya al hombre ordinario; es decir, un
superhombre, un hombre representativo, un héroe o semidiós, un iniciado, un genio, en suma, con arreglo a la propia
etimología jina, un nacido dos veces, un
hombre que aun antes de morir en cuerpo material, que diría San Pablo, ha
nacido ya en cuerpo espiritual incorruptible e inmortal, gracias a la reforma
de la santidad o de la yoga. Esto,
por sí solo, podría ser materia para un libro.
[72] No
hay que olvidar respecto al gran reformador, que su nombre de
"Gautama" (De gentes del otro
mundo, t, I) es equivalente al de "conductor de la vaca", y hubo
de tomarle el Divino Maestro Sakya-Muni, después que vivió dos años apartado
del mundo y entregado a la meditación o yoga, viviendo sólo de la leche de la sagrada y simbólica Vaca astral, de la que tanto nos hemos ocupado en dicha
obra. Cuando el Tatágatha retornó
luego entre los hombres para enseñarles el Sendero de la Liberación de las
cadenas de Maya "o Gran Ilusión", rutilaba como el sol en su
plenitud, transfigurado, cual más tarde se transfigurase Jesús ante sm
discípulos predilectos en el monte Tabor...
Como, por otra
parte, en diferentes pasajes de El Tesoro
de los lagos de Somiedo nos hemos ocupado de ese misterioso pueblo
buddhista asturiano conocido por los vaqueiros,
procedería aquí determinar las conexiones de ellos y de otros pueblos vascos del Norte de España, con sus
colonias irlandesas de los Tuathas de
Danand.
[73] Estas
cuevas a que alude la Maestra son
semejantes a otras muchas, como las de Karly
y las de Bagh, de Por las grutas y selvas del Indostán. No hace falta, además, una gran perspicacia
para comprender que el iniciático simbolismo de ellas es el mismo de la
Pirámide egipcia y la gruta prehistórica por un lado, y por otro de las siete Cuevas de Aztlan a que las leyendas
mexicanas del capitulo anterior se refieren. No hay pueblo alguno en la
superficie del planeta que no tenga en su mítica filiación una cueva de éstas, ora sea el Antro lupercal de Remo y Rómulo, ora la
"Cueva de los siete durmientes", de la gran revelación silenciaria de
Mahoma, que más adelante transcribiremos, ora la de Sobrarbe, Ribagorza y
Covadonga, de nuestra nacionalidad española, ora las. infinitas y curativas,
mejor o. peor comprendidas, de las diferentes tradiciones vulgares religiosas: Asclepios, della Favella, Guadalupe,
Lourdes, etcétera, etc... ¡Hasta en
ello es grande la consabida Ley de
Analogía, dado que, así, nuestro nacimiento espiritual o iniciático es a
partir de una matriz; o cueva, igual que nuestro nacimiento
físico!
[74] Sad-dharmâ-lankâra nos suena así como a
"Canon de la Verdad enseñada en el
lago”, es decir, enseñanza
iniciática dada a la manera de la de los Misterios griegos y de los
predicaciones de Jesús, sobre la que le sería muy conveniente al lector
consultar las páginas 207 y 208 de De
Sevilla al Yucatán, viaje ocultista a través de la Atlántida (2a ed.) .
[75] "Grian"
es el "Grial" famoso de otras leyendas nórdicas: el Sol; el Sacro
Vril o Viril, cuya conquista ha sido tema de tantos poemas.
[76] Conocidos
son ya los ataques durísimos e injustos lanzados contra H. P. B. por la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, de
Londres; pero como aquí no es lugar adecuado para rechazarlos, el lector hará
bien en aplazar su juicio sobre ellos hasta que aparezcan libros, ya en prensa,
encargados de pulverizarlos como merecen.
Tome pues, buena nota de esto el inteligente y hábil escritor que, en sucesivos números de la revista jesuita Razón" Fe, se está haciendo eco, ya tardío, de estas injusticias, y digo tardío, porque es vano juzgar ya tan de ligero a una pobre muerta, que harto viva y vigorosa está en sus propias obras, cada día más admiradas y buscadas. Están ya en la edición 30ª. ó 40ª. , algunas de ellas, en Norteamérica.
[77] Este
detalle relativo a los todas es de un
interés supremo, como iremos viendo, porque sirve de enlace a muchos problemas
relativos a los Iniciados a Maestros de los diferentes tiempos y paises. Así
tenemos, por ejemplo, que el secreto entero de la increíble fuerza física y
moral del Sansón biblico se hacia estribar en su cabellera, a la que jamás
tocara tijera o navaja alguna, razón por la cual la pérfida Dalila se dió
trazas a dominarle, haciéndosela cortar mientras, extenuado por el placer, dormía
entre sus brazos. Esto constituye un hermoso símbolo de lo que los placeres
sensuales pueden contra el vigor de todos aquellos que aspiran a los
sobrehumanos poderes taumatúrgico! de los Nazarenos
o Adeptos.
Tenemos también, por otro lado, que las palabras con las que en diferentes lenguas se designa a esos seres superiores están relacionadas con las de Nazar, Nazareno y Nazareth, palabras designadoras, no ya de un pueblo, una secta o una clase de hombres de nativa y no cortada cabellera, sino de todos los Iniciados a Maestros dichos, cosa de la que sacaremos el debido partido en próximos capítulos.
[78] Este
otro aventurero, al decir de la Enciclopedia, nació en Palenno (1743). o
en Malta o en Medina, según otros. Protegido por el Papa y el cardenal Orsini,
casó en 1769 con Serafina Feliciani, hija de un "budatore" fundidor
de oro, o alquimista. Sus biógrafos
le hacen correr todo el mundo con los extraños nombres de Tis-chío, Milissa, Belmonte, D'Anna, Fénix, Pellegrini, Bálsamo,
Mesmer, Harut y Cagliostro, según consta en el célebre proceso sobre El collar de la reina, título luego de
otra de las obras de Dumas. Goethe, el inmortal autor de la epopeya del Fausto, hizo grandes investigaciones
acerca de él para su drama El gran copto,
o. como si dijéramos, "el gran iniciado". Activo miembro de las
Sociedades secretas que al fin, com3 dice Ragón, le desenmascararon, tuvo gran
papel en el célebre asunto del orífice Marano; convivió íntimamente con
Schrader, en Alemania, y en Inglaterra con el gran teósofo Georges Coston,
cuyos manuscritos conoció Empleando su secreto de la piedra filosofal, salvó la
vida del cardenal-arzobispo de Rohan. De él decía la baronesa de Oberkirch:
"No era absolutamente bello, pero jamás vi fisonomía igual. Su mirada, más
que profunda, era sobrenatural. Yo no sabría definir la expresión de sus ojos;
eran, al par, el hielo y el fuego, influenciando de un modo irresistible, ya
atrayendo, ya repeliendo." En Estrasburgo tuvo una legión de discípulos
alquimistas... Preso, en fin, por la Inquisición, fué encerrado primero en la
Bastilla, y después en la fortaleza de San Leone, de donde, condenado a muerte,
fué salvado del modo misterioso que más al por menor se refiere en el citado
comen tario segundo de nuestras Páginas
ocultistas y cuentos macabros...
Si- éste era el que pretendía ser discípulo, al modo como definía Tertuliano al
demonio como "la mona de Dios", ¿cómo sería el Maestro Saint-Germain?
Algo de tamaña personalidad que en dicho comentario le transcribe está
detallado por la ingenua y bondadosa condesa de Adhemar.
[79] Subrayamos esta palabra porque ya se comprenderá que el conde, como Adepto, estaba ya "más allá de la vida y de la muerte", como todos los seres del "mundo de la cuarta dimensión", que, a voluntad, pueden pasar al nuestro de la tercera, apareciéndose como pueden aparecerse todos los jinas.
[80] 5 De gentes del otro mundo, cap. l
[81] Morú ("la pura") es una de las más famosas lamaserías del Lha-Ssa, emplazada precisamente en el centro de la ciudad. Allí reside el Shaberon, el TaleyLama, durante la mayor parte de los meses del invierno, mientras que en 108 dos o tres meses de la estación calurosa permanece en Foht-lla. En Moró se halla también el más importante establecimiento tipográfico del país.
[82] El
inca Garcilaso, autor de esta preciosa obra, nació en el Cuzco, en 1559, o sea
ocho años después de la conquista de aquel vasto y poderoso Imperio, hecha por
Francisco Pizarra. Mezclando en sus venas las más ilustres sangres de ineas y
de españoles, fué hijo de Garcilaso de la Vega, uno de los más preclaros
caudillos del conquistador, natural de Badajoz, nieto del primer conde de
Feria, y biznieto del duque del Infantado. Descendía así, por linea paterna,
del conquistador de Sevilla Garci-Pérez de Vargas, mientras que, por la linea materna,
fué hijo de doña Isabel Coya -Coya, que quiere decir "reina inca"-,
nieto del inca Huallpa Capac, biznieto de Huayna Capac, y sobrino del
desgraciado Huáscar, el último rey de los incas, a quien usurpó el trono el
bastardo Atahualpa, dando con ello origen a la guerra civil de sucesión, que
precipitó, como es sabido, la caída del Imperio, bajo el embate y engaños de
los conquistadores españoles. Vino por vez primera a España el inca Garcilaso
de la Vega a los veinte años de edad. y veintiocho de la conquista, con el fin
de defender a su 'padre, injustamente acusado de traición, dando lugar con
ello, quizá, a la leyenda que después explotó tan hábilmente el Duque de Rivas
para su admirable tragedia Don Alvaro o
la fuerza del sino. Era un verdadero
sabio y un corazón de oro, aunque algo débil de carácter, pues que con ocasión
de escribir la Historia de la Florida, en
la que estampó terminantemente la certidumbre que tenía en la resurrección
-léase en la pluralidad de vidas-, dice: "Cuando hube escrito lo relativo
a la resurrección, lo quité por obedecer a les de la Compañía de Jesús, Miguel
Vázquez de Padilla, natural de Sevilla, y jerónimo de Prado, natural de Ubeda,
que me lo mandaron así, y de allí lo quité, aunque tarde, por ciertas causas
tiránicas, y ahora lo vuelvo a poner en su puesto, porque no falte del edificio
piedra tan principal." (C. I, pág. 229, ed. Ortega, 1829.)
Verdadero platónico, como encuadraba a sus mal encubiertas creencias incaicas,
que son orientales, platónicas o teosóficas, tradujo los célebres Diálogos entre Philon y Sophia, de
Philon Hebreo, los que dedicó a ese rey que se llamó Felipe II. Su obra, por
otra parte, está apoyada, tanto en la más pura tradición inca de su línea
materna, aún no borrada entonces por el aluvión de las nuevas ideas de los
invasores, cuanto en las clásicas obras de Zárate, Herrera, Cieza, Gomara,
Ercilla y los PP. Valera y Acosta, a los que, en diversos pasajes, menciona. La
obra no fué impresa sino un año después de su muerte, o sea en 1617, en Lisboa,
y de ella se han hecho varias ediciones. Nicolás Antonio, en su Biblioteca, la califica de
"copiosa, elegante, curiosa, verdadera y segura"; y el implacable
Feijoo la alaba igualmente en muchos pasajes de su Teatro Critico, principalmente en la carta última del tomo V.
No debió de ser
nunca la obra muy del agrado de la mojigatería española imperante en su siglo,
tanto o más que en el nuestro, pues que Ortega el editor de ella en Madrid,
1829, hubo de estampar en el prefacio: "Confieso que no puede menos de
causarme mucha admiración que obras de esta naturaleza, buscadas por los sabios
de la nación, apetecidas de todo curioso, elogiadas, traducidas y publicadas
diferentes veces por los extranjeros, lleguen a escasearse. El pobre inca, casi
desde su nacimiento, ha sufrido esta fatalidad, no sólo antes de la reimpresión
en 1722, sino también después de esta fecha. Antes andaban tan escasos sus Comentarios Reales, que, según el
testimonio de don Gabriel Cárdenas, su editor, y autor del Ensayo Cronológico a la Historia de la Florida del Inca, aun
adquiridos para copiados era dificultoso." La obra
consta de dos partes, de las que la primera comprende nueve libros, con todo lo
relativo al Imperio desde su fundación, y la segunda ocho, con lo referente a
la conquista, hasta la solemne renuncia que hizo en Lima el inca
don Diego Sayri-Tupac Amarú en favor de don Felipe II.
El cuerpo del gran historiador y poeta yace en la Catedral-Mezquita de Córdoba, cual si un semejante te6sofo mereciese bien el dormir el eterno sueño al amparo de tres tan distintas religiones como son la cristiana, la mahometana y la inca.
[83] La
eterna grosería con que solemos interpretar los símbolos, funda toda. las
teologías en otros tantos incestos o unión sexual de hermanos, degradando así el vinculo
material de generación física, ese vínculo de iniciática fraternidad que
liga a todos los grandes instructores de pueblos o fundadores de sus respectivas iniciaciones. En este último concepto
espiritual, y no en aquella cretina acepción física, es como son hermanos y más que hermanos, por
ejemplo, Capac, el Manú de los Incas, y su Coya,
Sigmundo y Siglinda, del mito wa¡neriano, Osiris e Isis, del egipcio, etc.,
etc. En ello, además, estriba la diferencia entre la Magia Blanca y la Negra,
como ha dicho H. P. B.
[84] De Sevilla al Yucatán, tomo VI de nuestra Biblioteca de las Maravillas, página
120, de la 2a. edición.
[85] Biblioteca de las Maravillas, tomo V, páginas 141 y
siguientes.
[86] La
torcida metafísica eclesiástica fué adulterando este inefable e indescriptible
concepto de Lo Incognoscible no-Creador -pues
el crear es en sí un acto inferior-,
con el de Pachayachacher o Pacharurac, "hacedor del
cielo" para así pasar de la doctrina filosófica primitiva, purísima y
gnóstica de la Emanación, a la
grosera y antropomórfica de un Dios Personal que crea con "sus manos" a un Cosmos que es en sí Eterno.
[87] Todo
un mundo hay en estas palabras quechúas, o sea de la lengua real de los incas.
Si pacha es universo, pachd, en lenguas finesas tales como el
turco, equivale a señor: si camac en
quichúa es "animar, dar pasión y vida", kamas es el mundo de la pasión en sánscrito, y cameloc o kama-loca es
también el terrible mundo astral o "de la Bestia Bramadora" de las
leyendas caballerescas; si a Pachacamac (sea
como Dios Incognoscible o como Logos) no se le nombraba por los Incas, tampoco
a ]ehovah se le nombraba por los
hebreos. En fin. si al hombre racional, o que
piensa, se le llamó runa, también
se llama TUnas por los pueblos
nórdicos a todas las inscripciones, o "productos del humano
pensamiento". Así sucede con todas las demás palabras quichúas, por
ejemplo, la del ucu, o centro de la
Tierra, que es el orco latino (...
"et anima illa evocat orcus"
que dice Pausanias hablando de Herman, Hermes o el Dios Mercurio); la del valle
vasco del Osco, Cosco o Cuzco, en que
hubo de ser fundada la ciudad, porque cuantas palabras llevan la radical ask son vascas, y designan a la Tierra,
lo mismo en Europa occidental que en América (Nebrasca, Alaska, etc.; ascos,
Heteroscos, Etruscos, o de "otra tierra", Allpacam-asca,
"tierra animada", etc.). todo ello sin contar las infinitas palabras
con la raíz Hu, "dios" o
"jina", tales como la de Huaca.
[88] Henos,
pues, de nuevo en el punto de partida, o sea de ese dios lt, Manú o Salvador,base de todas las teogonías post-atlánticas o
post-diluvianas. cuyos mil nombres de Arjuna
o Hari-culas. Hércules, Quetzacoatl. Manco-Capac, Odio, Dagón. Oanes
Xishutros, etc.. tantas veces van citados en esta Biblioteca. Por eso convendría que, para lo relativo a este It,
consultase el lector el capitulo X, tomo II de la misma.
[89] Profundizando en los simbolismos incaicos, nos asombra el conocimiento ario que tenían de las leyes higiénicas. Así, la fiesta que, según Garcilaso, consagraban al Sol en el solsticio de estío (fiesta de Raymi, el Ra ario), revelaba la más profunda filosofía. En efecto, venidas gentes de todos los ámbitos del Imperio, y tras un riguroso ayuno de tres días, en los que ni siquiera se encendía fuego, al caer el primer rayo de sol sobre la fortaleza o acrópolis que dominaba, como en todos los pueblos arios, a la Ciudad imperial del Cuzco, un guerrero, armado de lanza, descendía a todo correr hasta la plaza mayor, frontera al Templo del Sol, donde le aguardaban otros cuatro guerreros también con sendas lanzas; el de la quinta lanza, representando al primer rayo del Sol y también al primer Fuego del Pensamiento, tocaba a las cuatro lanzas aquellas. Los respectivos guerreros, a todo correr, se alejaban hacia los cuatro puntos cardinales, para establecer cada uno contacto con otros cuatro lanceros, y éstos con otros cuatro, hasta la más remota lejanía, como si el sagrado fuego del Sol y del Pensamiento llegase, efectivamente, hasta los últimos rincones del Imperio, "purificándoles -decían- y alejándoles de todo mal", porque, en efecto, el Pensamiento emancipado y puro, Sol de nuestro Espíritu, como el Sol de los Cielos, es el mejor, si no el único médico...
[90] Henos
aquí de nuevo ante el mismo fenómeno mágico de la Roma sitiada por los galos,
de la Covadonga atacada por los árabes y de tantas otras salvaciones
"milagrosas" de los pueblos elegidos para grandes destinos en la
Historia.
[91] Los Collisuyu, varias veces mencionados por Garcilaso, eran los más terribles enemigos de los incas, porque se dedicaban a la primitiva Magia Negra atlante, con sus sacrificios humanos, sus sortilegios y hechicerías, y, sobre todo, con sus venenos.
[92] En el célebre drama inca Ollantay, recientemente estrenado con grandísimo éxito en aquellos
países, tremola gallarda esta generosidad verdaderamente jina o paternal de los incas.
[93] Como que el principio básico de los Incas, según dice en otra parte el autor, era el de no desear para los demás lo que uno no quisiera para sí, cosa en la que no hubo de hacerles ventaja el mismo Cristianismo -mejor o peor entendido por los conquistadores-, pues, con semejante respeto a la Ley, hacían un hecho la frase del emperador romano ]uliano, transcrita por Ragón en su Orthodoxie Maçonnique, de que la Ley, como hija de la razón, es superior a todo hombre, porque aun el hombre más alto es una mezcla de razón y de pasiones.
[94] Otros
detalles más de estos sugestivos
problemas. que aún no ha entrevisto la Astronomía de Occidente, se ven en
nuestras Conferencias teosóficas, capítulo
de .. Astrología y Astronomía".
[95] Todo esto es otro vínculo de los incas con los pueblos pelásgicos. Así, se nos dice que Mayta Capac, el cuarto rey inca, unció su reinado con la sumisión del pueblo Tiahuanaco, por bajo de la gran laguna de Titicaca, y en ellos, entre otros edificios maravillosos, se encontró con un cerro o collado -pirámide hecho a mano, y tan alto, que causa admiración. "Para que la tierra amontonada en él no se corriese, fué sujetada con grandes cimientos de piedra. En otra parte estaban dos figuras de gigantes, entallados en piedra, y también una muralla de sillares y portadas, tan enormes, que parece imposible fuesen traídas hasta allí por hombres. Aumenta la maravilla de tales portadas el que son de una sola pieza y miden algunas 30 pies de largo por 15 de ancho y de 6 de grueso. Los naturales del país dicen que todos estos edificios y otros que nos describen son muy anteriores a los incas, y que oyeron decir a sus antepasados que tales maravillas aparecieron hechas en el transcurso de una sola noche, y que ellas no fueron sino como el comienzo de las que pensaban hacer los fundadores, según se consigna en el capítulo 105 de la obra de Pedro Cieza de León. Diego de Alcobaza, hablando de ello, me dijo que en el territorio tiahuanaco de Collao, junto a la laguna de Chuquivitu, existe un edificio grandísimo, con amplios salones y portadas de una sola pieza, que los indios dicen estuvo dedicado al divino Animador del Universo". (Ibid., II, capítulo VI).
[96] Garcilaso
nos dice que Huaca, de la raíz Hu "dios" o jina, es un nombre
inca con multitud de significaciones. "Pronunciada su última sílaba en el
velo del paladar, quiere decir ídolo, o dios inferior, pues los superiores ya
hemos, dicho que eran el Dios Desconocido, el Sol, la Luna y las estrellas. Equivalia,
por tanto, a "cosa sagrada o santa", o sean figuras de hombres, aves,
etc., de oro y plata, ofrecidas al Sol; llamaban así también a los templos, a
los sepulcros y, a cuantas cosas se aventajan a las demás en excelencia, rareza
y hermosura, o sea que se salen de los humanos moldes, y, en fin, a la Gran
Cordillera Andina, por igual razón, Pronunciada en cambio aquella sílaba en la
garganta, quiere decir llorar", :
Y fué tan
admirablemente oriental y primitiva la lengua incásica o quichúa en sus orígenes,
que hubo, por decido así, palabras "buenas" que jamás se emplearon
para el mal, y, recíprocamente, otras malas nunca empleadas para el bien. Por
ejemplo: hablando Garcilaso de Lloque-Yupanqui,
el tercer rey inca, y de su sobrenombre excelso, equivalente a
"contar, ponderar, enaltecer", debido a sus pasmosas virtudes, nos
dice: "A quien pensase que el verbo Yupanqui,
o "contar", también puede aplicarse a "contar
maldades", empleándose en su doble aplicación a lo bueno y a lo malo, digo
que aquel lenguaje inca no toma; nunca un mismo verbo para significar por él lo
bueno y lo malo, sino sólo lo uno o lo otro; tomando para la idea o parte
contraria, acude a otro verbo de contraria significación, como en este caso
sería el verbo Huacanqui, que,
hablando del mismo modo, tiempo, número y persona, quiere decir llorarás
(contarás) sus crueldades, su insaciable avaricia, su general tiranía, sin
distinguir sagrado de profano, y todo lo demás que se puede llorar de un mal
príncipe".
Y ya que de filología hablamos, hagamos constar que, según Garcilaso, la palabra Manco, del nombre del primer inca, Manco-Capac, no tiene significación alguna en lengua quichúa. ¡Como que no es sino una corrupción de la sánscrita de manú, o "conductor de hombres"! Así, Manú-Capac significa, también por esta última palabra de "capac", el hombre superior, el semidiós o jina, el hombre del Norte, "rico en las más altas prendas; el poderoso, no en oro, sino en virtudes", como Garcilaso dice.
[97] La
Doctrina Secreta, de H. P. B., se
expresa respecto de Narada en estos
términos: "De todos los caracteres incomprensibles en el Mahabharata y en los Puranas, Narada, el hijo de Brahmâ, es
el más misterioso. A pesar de su título de Deva-Rhisi,
le vemos maldecido por Daksha y hasta por Brahmâ y tratado en las obras
exotéricas con epítetos tan poco satisfactorios como los de Kalikaraka (enredador), Kapivaktra (cara
de mono), Pishuna (el espía), etcétera. Al propio William Jones, traductor del Vishnú Purana, le hizo mucha impresión
este carácter misterioso, por lo que pudo colegir de sus estudios sánscritos, y
le comparó con Hermes y Mercurio, llamándole "el mensajero elocuente de
los dioses", el "Angelos" griego, una especie de Logos activo
que constantemente aparece o reencarna, un "Enviado o Mesías", como
diría el Dr. Kenealy. Narada, en efecto, es uno de los pocos caracteres
prominentes que visitan las llamadas
regiones inferiores del Pâtâla"; es decir, América del Sur, como
antípoda de la Ariana.
[98] 3
He aquí algunos apuntes relativos a esta riqueza, según Garcilaso, apuntes
{;omplementarios de los que llevamos dados en De gentes del otro mundo:
Las cuatro paredes
del templo del Cuzco estaban cubiertas de arriba abajo por planchas y tablones
de oro, y en el testero, que podríamos llamar altar mayor, aparecía la figura
del Sol, hecha en otra plancha de oro de doble grueso, y, por cierto, que el
caudillo Mancio Sena de Leguizano, a quien le cupo en suerte el profanar aquel despojo augusto, con arreglo a nuestra tan civilizada costumbre del juego, hubo
de jugarle y perderle en una sola noche, dando lugar, quizá, con ello al famoso
refrán de "se ha jugado el Sol antes de que amanezca", Embalsamadas,
no se sabe cómo, aparecían en aquel lugar las momias de todos los reyes incas,
y las puertas del templo se hallaban cubiertas asimismo por gruesas planchas de
oro que las hacían brillar a gran distancia. Pasado el templo, había un
claustro de cuatro lienzos con una cenefa de un tablón de oro de más de una
vara de ancho, A esta Cámara del Sol seguía la de la Luna, toda forrada de
plata, y que venía, probablemente, a servir de cámara iniciática de las
mujeres, a manera de las Cámaras de Adopción de ciertos ritos secretos modernos
y exornada de igual modo con las
momias de las Goyas o reinas incas.
De la. demás cámaras secretas, tales como las de las pléyades, Cabrillas o
Atlántida. -centro del Universo galáctico, como antes dijimos-, los autores
guardan con más significativo silencio, sin duda, porque sus secretos
inviolables -relacionados con la herencia de otros pueblos más viejos, tales
como los de los hermanos Ayar, de la
laguna originaria de Titicaca, y el primitivo pueblo jina o Tiahuanaco- no podían haber sido alcanzados por aquéllos, o
bien habían hecho el consiguiente juramento de silencio, con arreglo al notable
precepto de Jesús de "no deis los tesoros del Reino de Dios a los
cerdos"...Por el mismo tenor que el del Cuzco estaban adornados los
numerosos templos de las diversas regiones, Por ejemplo, el Padre Blas Valera.
hablando del de Titicaca, que no cedía ante aquél en riquezas ni esplendores,
dice que de su decorado sobró tanto oro y plata, según le dijeron los indios de
Copacabana, que se habría podido hacer cómodamente otro templo igual de tamaño,
y por completo de oro, sin mezcla de otros materiales, desde el cimiento hasta
la cumbre, Todo ello, por supuesto, a la llegada de los españoles fué arrojado
a la laguna Titicaca, a la de Orcos y a otras, o enterrado en galerías cegadas
hoy y sepultadas bajo verdaderos amontonamientos geológicos, en espera de ser
sacadas algún día a la luz del sol para beneficio de la humanidad. cuando ella
por sus virtudes y por el acertado uso del mismo se haga acreedora a ello. lQué
se ha hecho, en efecto, hasta hoy con lo robado a aquellos felices pueblos? El anillo del nibelungo, de Wágner, en
que el "oro del Rhin" es robado sucesivamente por los enanos, los
dioses, los gigantes y los hombres, en el más terrible de los karmas malditos,
hasta cerrar el ciclo con su devolución al Padre-Río, no. es sino el más
acertado simbolismo imaginable para recordamos siempre los despojos de los
españoles a los incas, los de los corsarios ingleses, holandeses, etc,. a los
españoles, hasta llegar a nuestros días, en los cuales la más espantosa de las guerras por el oro ha traído a las cajas
del Banco nacional de España la casi totalidad del oro que no ha vuelto ya a América por la misma causa", ¿Qué
cabe, pues, añadir a esto? Sólo la frase evangélica de que "el que tenga
oídos para oir, que oiga".
[99] Los
capítulos I y II del Génesis, en
efecto, describen los primeros días del hombre en el Paraíso Terrenal o Mundo
Jina, en estos términos: "Ellos, los Elohim (o Hueste colectiva de
Creadores, a la que los judíos llaman, en conjunto, Jehovah o Dios), dijeron: "Hagamos al hombre a nuestra imagen
y semejanza, y tenga el dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del
cielo, sobre las bestias y sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se
mueve sobre la tierra". Y crió Dios al hombre a su imagen; a imagen de
Dios le crió; macho y hembra los crió. Y bendíjolos Dios diciendo: "Creced
y multiplicaos, y henchid la tierra y sojuzgadla y tened señorío sobre los
peces de la mar y sobre las aves del cielo y sobre todos los animales que se
mueven sobre la tierra", Y dijo Dios: "Ved que os he dado toda planta
que produce simiente sobre la tierra y todos los árboles que tienen en sí
mismos la simiente de su género, para que os sirvan de alimento, y a todos los
animales de la tierra y a todas las aves del cielo y a todos los que se mueven
sobre la tierra y en los que hay ánima viviente, para que tengan qué
comer". Y fué hecho así... El Sefior Dios no había llovido sobre la
tierra, sino que subía de la tierra una fuente que la regaba... y había
plantado el Sefior, desde el principio, un paraíso de deleite, en el que puso
al hombre que había formado. Y produjo el Señor Dios de la tierra todo árbol
hermoso a la vista y suave para comer, el árbol también de la Vida en medio del
Paraíso y el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Y salía del lugar del
deleite un río para regar el Paraíso, repartiéndose en cuatro grandes brazos...
Tomó, pues, el Señor Dios al hombre y púsole en el Paraíso del Deleite para que
lo labrase y lo guardase. Y mandóle, diciéndole: "De todo árbol del
Paraíso comerás. Mas del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal no comas,
porque en . cualquier día que comieses de él, de muerte morirás..."
Viene después en el texto el desdoblamiento del Adán andrógino en sexos y la consiguiente formación del Adán y la Eva humanos propiamente. dichos, con la tentación de la serpiente, quien les induce a adquirir la mente comiendo del Árbol, de la Ciencia del Bien y del Mal. Luego, el bíblico texto continúa diciendo en el capítulo III: "Entonces, al comer la fruta, fueron abiertos los ojos de entrambos, y echando de ver que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera, haciéndose delantales. Y habiendo oído la voz del Señor, que se paseaba en el Paraíso, al aire, después del mediodía, escondiéronse Adán y su mujer de la presencia del Señor Dios en medio del Paraíso, y llamó el Señor a Adán y díjole: "¿En dónde estás?" Él respondió: "Oí tu voz en el Paraíso y tuve temor porque estaba desnudo y escondíme". Y díjole: "¿Y quién te ha dicho que estabas desnudo sino el haber comido del árbol que te mandé que no comieras?" Y dijo Adán: "La mujer que me diste por compañera me dió del árbol y comí". Y dijo el Señor Dios a la. mujer: "¿Por qué has hecho esto?" Ella respondió: "La serpiente me engañó y comí". Y dijo el Señor a la serpiente: "Por cuanto has hecho esto, maldita eres entre todos los animales y bestias de la tierra; sobre tu pecho andarás, y tierra comerás todos los días de tu vida. Enemistades pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje; ella quebrantará tu cabeza y tú pondrás asechanzas a su calcañar". Dijo alli. mismo a la mujer: "Multiplicaré tus dolores y tus preñeces; con dolor parirás los hijos' y estarás bajo la potestad de tu marido, quien tendrá dominio sobre ti". Y a Adán le dijo: "Por cuanto oíste la voz de tu mujer y comiste del árbol prohibido, maldita será la tierra en tu obra; con afanes comerás de ella todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá y comerás la yerba de la tierra. Con el sudor de tu rostro comerás tu pan, hasta volver a. la tierra de la que fuiste formado, porque polvo eres y en polvo te convertirás". Y llamó Adán a su mujer con el nombre de Eva, por cuanto iba a ser madre de todos los vivientes. Hizo también el Señor Dios a Adán y a su mujer unas túnicas de pieles, y vistiólos. Y dijo: "He aquí que Adán se ha hecho uno de nosotros al conocer el bien y el mal: ahora, pues, porque no alargue quizá su mano y tome también del Árbol de la Vida y coma y viva para siempre, echémosle". Y echólos el Señor Dios del Paraíso del Deleite para que labrase la tierra de la que fué formado. Y delante del Paraiso puso querubines de fuego con espadas que arro. jaban llamas, y andaban alrededor para guardar el camino del Árbol de la Vida".
[100] Wágner, mitólogo y ocultista, págs. 355 y siguientes.
[101] Wágner, etc., tít. III, capitulo de Sigfredo.
[102] Leído
exotéricamente, o tal como está escrito, el capítulo IV del Génesis relativo a Caín y Abel, es un
tejido de contradicciones, nos dice H. P. B. en lsis sin velo. ¿Cómo, en efecto, pudieron resultar más gratas a
Jehovah las sangrientas ofrendas de Abel de las "grosuras de sus
ganados" -cosa que suponía el cruento y execrable sacrificio de ellos,
amén del absurdo régimen carnívoro que las dulces y sencillas ofrendas de Caín,
consistentes sólo en los frutos espontáneos de la tierra y en aquellos otros
arrancados a ella por el abnegado trabajo del labrador? ¿Cómo preferir Jehovah,
dentro del régimen semítico de la primogenitura, al pastor Abel, el
segundogénito, cuyo nombre hebraico significa vanidad (Scío, nota 14), sobre el
primogénito Caín, aquel In-ca o
"Sacerdote. Rey", al tenor de la eterna etimología, al que el
versículo 1 llama "el hombre divino", el jina, al decir he adquirido
un hombre de Dios, o "un hombre por Dios"?
Sin embargo, cuando,
guiados por la enseñanza esotérica u ocultista, sentamos la base de que el
decantado y cruelísimo Jehovah, "que viste injustamente las culpas de los
padres sobre los hijos hasta la cuarta generación", no es sino un dios de
tribu, una especie de elemental sangriento, todo se explica correctamente; Caín
sería entonces el prototipo de la raza jina,
o superhumana, y Abel, la representación de la "vanidosa" e
ignorante raza humana propiamente dicha, sometida siempre a aquella otra raza
superior, tanto por la primogenitura de aquélla, cuanto por el texto del
versículo 7, que dice: "Los apetitos (las pasiones) de Abel estarán, oh
Caín, en tus manos, y tú serás el eterno señor de él", y por las frases de
los versículos 12, 14, 15 Y 16, en que dice Jehovah a Caín: "maldito y
fugitivo serás sobre la tierra..., y yo pondré sobre ti una señal -la señal del
iniciado- para que nadie pueda matarte, y habitarás en la tierra hacia el lado
oriental del Edén"; es decir, en región separada, elegida, escondida de
toda humana pesquisa hacia el lado del
Oriente, de donde siempre viene toda luz. Por otra parte, se explicaría
también por qué la sabia progenie de Caín, que vemos representada después del
Diluvio en todos los artistas, alcanza a echar las bases de toda superior
cultura, fundando con él la primera ciudad jina,
o de Heinoch o Henoch (versículo 17), frente al ocioso y depauperante
pastoreo de Seth-Abel, ciudad de elegidos, a la que el mismo Henoch, hijo de
Caín (y hecho luego un personaje aparentemente distinto como hijo de Jared,
biznieto de Cainan y segundo tataranieto
de Seth en el capitulo siguiente) , fué llevado por el propio Dios, después de
vivir en la tierra entre los hombres (cual tantos otros Adeptos, o Enviados)
nada menos que un largo periodo simbólico de trescientos sesenta y cinco afios,
o sea un ciclo superior, un año en el que
son meros días los arios de los hombres (Génesis, V, 23), ni más ni menos
que aquellos "días de arios" que vivían con las más asombrosas de las
longevidades los antecesores de los aztecas a que se refiere la famosa
expedición de Moctezuma a la tierra jina o
patria de sus mayores que hemos descrito en el anterior capítulo.
Por supuesto, que
todas las llamadas generaciones de Adán, "0 de los patriarcas", ni
más ni menos que las mil cifras contenidas en el Libro de los Números (copiadas del libro de igual nombre caldeo),
no son sino la expresión, velada y trastrocada, de sendos períodos
cosmológicos, astronómicos y humanos, como un estudio detenido de la Kabala nos lo puede demostrar.
[103] Esta
aria ciudad de Rama, tantas veces
citada en la Biblia bajo el nombre de Ramoth de Galaad, aparece también en el
capítulo IX del libro IV de Los Reyes, con
motivo de la consagración de jehú, el hijo de Josaphat, como rey de Israel,
consagración mandada hacer por el profeta Eliseo, para que destruyese luego por
entero la impía casa de Achab y de Jezabel la hechicera (IX, 22). devorada por
los perros junto a los propios muros de su palacio.
[104] Véase la leyenda en nuestro tomo II, cap. III.
[105] Es
cosa singular la de que todos los grandes pueblos del pasado ario, antes de
gobernarse por reyes, como los atlantes, se gobernasen por jueces, es decir,
las más de las veces, por jinas o Maestros. 'Tal aconteció con Israel, con
Cartago (los Sufis), con los celtas e
iberos (Sacrovires, Viriatos), con la
Roma consular, etc. Esta es una de las características mayores de los pueblos
arios primitivos, hasta de los que más habían adulterado ya su carácter ario,
como el pueblo hebreo. Por supuesto, estas cosas escandalizarán a los etnólogos
que siguen al pie de la letra la falsa clasificación de los pueblos troncales
en arios, semitas y turanios. A partir de la catástrofe atlante, en efecto, todos los pueblos son arios, pero no todos
conservan con igual pureza este su carácter, y algunos, como los llamados
semitas, casi le han perdido ya por completo a causa de su materialismo.
[106] Como que el Caballero Helias, Helio, Ellas y Eliú. figura en todas las antiguas teogonías. Véase el capítulo "Lohengrin" del Wágner mitólogo, y el de los "Mitos", en nuestras Conferencias teosóficas.
[107] La
frase bíblica relativa a la operatoria empleada por Elías en tamaña
resurrección, es: "Y acaeció que cayó enfermo .el hijo de aquella mujer y
la enfermedad era muy recia, en tal grado, que quedó sin respiración. Dijo,
pues, ella a Elías. "¿Qué te he hecho yo, oh varón de Dios? ¿Has entrado
en mi casa para que se renovase la memoria de mis pecados y que matases a mi
hijo?" Y Elías le dijo: "Dame a tu hijo". Y tomólo de su seno y
llevóle a la cámara donde él estaba y lo puso sobre su cama. Y clamó al Señor,
y le dijo: "Señor Dios mío, ¿ni aun a la viuda que me sustenta del modo
que puede has dejado de afligir quitando la vida a su hijo?" Y tendióle y
se midió tres veces sobre el muchacho, y clamó al Señor, diciendo: "Señor,
vuelva, te ruego, el alma de este niño a sus entrañas". Y oyó el Señor la
voz de Elías, y el alma del niño tomó a entrar en él y revivió. Y tomó Elías el
niño y bajólo de su habitación al cuarto bajo de la casa, y entreg61e a su
madre, diciéndole: "Aquí tienes vivo a tu hijo". Y respondió a Elías
la mujer: "Ahora reconozco en esto que ti'! eres varón de Dios, y que la
palabra del Señor es verdadera en tu boca".
Este procedimiento
de resurrección practicado por Elías, lo vemos luego reproducido por Elíseo, su
discípulo (IV, Reyes, IV, 8-37), con
el hijo de la Sunamita, que le habla dado albergue en su casa, y por cierto que
la dicha operación está más detallada aún con estas frases: "Se paseó
primero por toda la casa una vez: luego cerró tras si la puerta (hizo el
circulo mágico), e hizo oración al Señor; después echóse sobre el niño,
poniendo su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre los ojos, y sus manos
sobre las manos del niño, encorvándose sobre él, hasta que el calor natural
tomó a la carne de éste y abrió los ojos, llegando a bostezar (o a estornudar)
siete veces". Quien quiera más detalles de esta operatoria mágica,
perfectamente. conocida por todos los Adeptos de Oriente, puede ver el estudio
que el verídico y bueno del coronel Olcott hace acerca de las personalidades
múltiples, "las resurrecciones" y "las tomas de nuevos
cuerpos", al diseñar la tan complicada personalidad de H. P. B., en su Old diary leaves. (Historia auténtica de
la Sociedad Teosófica, serie 2ª.).
Por supuesto que semejante acto de Magia Blanca, comunicando Elías algo de su propio espíritu vital al niño para obligar al alma de éste a que retornase a su cuerpo, es diametralmente opuesto a aquel otro de Magia Negra, tantas veces visto en el mundo, y por el cual el impúdico rey David, el que desnudo danzó delante del Arca de la Alianza, con gran escándalo hasta de su propia esposa Michol (n, Reyes, IV, 14-23), sintiéndose ya viejo y pobre de fuerzas, se hizo buscar, "para entrar en calor", a la jovencita Abisag, llevándola a su lecho para vampirizarla, robándole necromantemente la vida... ¡Y este pasaje es tenido por intérpretes positivistas, cual Scío de San Miguel, como una imagen del amor entre Cristo y su Iglesia!... (III, Reyes, 1, 1-4).
[108] El texto del versículo 28 del cap. XVIII añade, al hablar de estos vanos esfuerzos de los sacerdotes de Baal, que "daban estentóreos gritos, y, conforme a su rito, se sajaban con cuchillos y lancetas, hasta quedar bañados en sangre", ni más ni menos que en ciertos ritos paganos, conservados entre los disciplinantes cristianos de la Edad Media y aun de la Moderna, y más aún entre los issauas y hamatchas musulmanes.
[109] Este
notabilísimo pasaje de la scenopegia israelita después de la cautividad. está
descrito en el Libro II, cap. 1, de los Macabeos,
y comentado en la página 38 Y siguientes de nuestro libro De gentes del otro mundo. Equivale
además a la evocación de Logo o "el Fuego Sagrado", hecha por Wotan
en La Walkyria.
Desde luego que
estas y otras interpretaciones, más o menos simbólicas, no pueden extrañamos.
El mismo Scío de San Miguel, como todos los intérpretes de las Escrituras,
habla muy alto del gran simbolismo de las Escrituras.
Así, en la introducción al Éxodo, nos
dice que: "Si entramos a contemplar y registrar más de cerca lo que, como
en figura, aconteció al pueblo judío en su peregrinación por el desierto,
hallaremos que en la esclavitud de este pueblo se simboliza o figura la que el
mundo sufrirá bajo el tiránico yugo del demonio -o sean, por mejor decir, los elementales, de que hablan
ocultistas y teósofos-, Y los violentos y pertinaces esfuerzos que ha hecho
siempre y continúa haciendo este común enemigo de los hombres, para que no se
le escape de las manos la presa que una vez llegó a entrar .en su poder... Así,
en el mar Rojo, se simboliza el bautismo, en el que quedan sumergidos todos los
pecados que se representaban en los egipcios, perseguidores de los israelitas;
la columna de fuego que les alumbraba de día, y la nube que les hada sombra de
noche, significa la gracia del Señor, que nos cubre y defiende, causando terror
a nuestros enemigos; el maná era la figura de la Eucaristía, y la Ley del Sinaí
lo era. a su vez, de los dones que comunicó a los apóstoles el Espíritu
Consolador; el sacerdocio de la nueva Ley, el culto exterior de la religión con
todo lo que pertenece a la vida espiritual, y casi todos los sacramentos de la
Iglesia presente, se registran viva«lente sombreados y figurados en el Éxodo. Véase la epístola l de San Pablo a
los Corintios (X, 6, 11) cuando dice "que todas estas cosas fueron hechas
en figura o símbolo..." Por tanto, el que al leer el Testamento Viejo
desee penetrar el sentido de la letra y el objeto a que miran todas ellas, debe
estudiar y meditar con particular cuidado las epístolas de San Pablo, que es en
donde se halla repetidas veces la explicación de todas estas sombras y
figuras...”
Si, pues, todas las cosas que se nos narran de los israelitas tienen un simbolismo, lícito le será a nuestra ciencia el seguir investigando simbólicamente. como lo hacemos.
[110] "Ieba,
el viejo, y Hamnuna, el viejo, dice H. P. B., fueron
"los sabios predecesores" a los que alude repetidas veces Simeón
Ben-Iochai en su Zohar. Este
cabalista sin par (hacia el siglo I, o antes) conocía la iniciación final en
los terribles secretos de la Mercaba y
de la Gemara, poseídos por los tananim. Esto, grandes secretos son
resultado de milenios enteros de estudio y propiedad colectiva de los Adeptos
en todas cuantas naciones existen bajo el. Sol. Jamás han sido ellos escritos,
sino que se han dado siempre "de la boca al oído", al tenor de la
frase masónica. Semejante "Palabra" no fué poseída por nadie en
Europa desde el siglo VII hasta el XV, y si bien antes de Paracelso habían
existido alquimistas, este sabio fué el primer europeo medioeval que pasó por
la verdadera iniciación, cuya última ceremonia era la que confería al Adepto
"el poder de dirigirse hacia la zarza
ardiente de la tierra sagrada, y el de fundir el becerro de oro, reducirle
a polvo y disolverle luego en agua"; agua mágica que, como la
"Palabra perdida", tuvo el don de resucitar a más de un Adoniram,
Gedaliah e Hiram-Abiff, anteriores al propio Moisés".
[111] Ciudad
sagrada entre Sichem (o Psiquem) y
Samaria, o, romo si dijéramos, "en un sitio inaccesible para los profanos
perseguidores".
[112] Nombre medo del más célebre elemental de las concupiscencias.
[113] Henos
aquí frente a frente con un mito hebreo que tiene sus concordantes en todos los
países de la Tierra, especialmente en Caldea, con el Pez Oanes o Dagón, el gran
Instructor salido del mar, y cuya palabra era medicina al par para el cuerpo y
para el espíritu, y en España con la leyenda de Juan el Pescador, que hemos
glosado en los "Mitos" de nuestras Conferencias teosóficas. Los
numerosos "peces" de Las mil y
una noches, los del Evangelio de San
Mateo (IV, 18-22) Y tantos otros relacionados con el Ictius simbólico de los primeros cristianos, en representación del
signo zodiacal de este nombre, reconocen igual origen terapeuta o salvador, más aún de los males del espíritu (pecados)
que de los del cuerpo.
[114] Este
recuerdo de la convivencia de los "jinas" o ángeles con los hombres,
de los que tan rico se muestra el Génesis,
es merecedor de un más detenido estudio, que hoy no nos permite la
extensión del presente libro. Esta convivencia, aunque subjetiva e interior, es
un hecho constante en el alma del justo, aun en esta vida.
[115] El
texto de semejante alianza segunda aparece consignado en el capitulo XXIX de
dicho libro, donde se dice: "Estas son las palabras de la alianza que
mandó el Señor a Moisés que estableciese con, los hijos de Israel en la tierna
de Moab, además de aquella otra que con ellos hizo en el. monte Horeb".
[116] San Gregorio, entre otros, se ocupó del Libro de Job en sus Morales. Un códice muy notable y de escritura visigótica ha sido estudiado recientemente por don Agustín Miralles Carlo, en la revista Filosofía y Letras (febrero, 1918).
[117] Para
completar las referencias a estos personajes, véase el capítulo consagrado a
"Lohengrin" en nuestro Wágner,
mitólogo y ocultista, y el tomo 1 de las Conferencias teosóficas en América del Sur, capítulo de
"Religión, Leyenda y Mito". No hay casi un cuento de Las mil y una noches en que no salgan a
relucir también semejantes protecciones en los momentos de la suprema angustia,
protecciones todas deparadas por los jinas
o genios.
[118] Respetuosos con la Religión oficial del Estado español -aunque protestando como filósofos de que el Estado, como "ficción jurídica" que es, pueda tener religión alguna-, hacemos, puede decirse, este capítulo con sólo textos ajenos y sin los comentarios acostumbrados, La cultura y buen juicio de los lectores sabrá, por otra parte, suplidos.
[119] En
el capítulo XI del Evangelio de San Mateo se habla de Juan el Bautista como de
un verdadero jina, un hombre celeste,
un semidiós, superior a los profetas, pues que Jesús mismo dice de él:
"Ciertamente os digo que él es mucho más que un profeta, pues que de él es
de quien está escrito: "He aquí que yo envío mi ángel ante tu faz, para
que vaya delante de ti aparejándote y desbrozándote el camino".
"Entre los hombres nacidos de mujer, no se levantó otro mayor que él,
aunque él es menor que el que menor sea en el reino de los cielos; y si le
queréis, pues, recibir, sabed que él es aquel Elías que se nos dice ha de
venir... ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!" Esto enlaza a los dos
grandes personajes hebreos, Elías y Juan, en uno solo.
[120] El feroz Abdallah, bajá de San Juan de Acre, creyó morir de espanto por haber visto a Elías en sueños. En los cuadros de las iglesias cristianas se le representa rodeado de cabezas cortadas, y de él, en fin, tienen gran miedo los musulmanes.
[121] "Jesús,
en efecto, fué llamado nazareno "por la forma de su no cortado pelo",
más bien que por proceder de la aldeita de Nazareth. Los nazarenos hacia ciento
cincuenta años que vivían como discípulos de Elías y de Elíseo en las orillas
del Jordán y del Mar Muerto, según Plinio, quien agrega que el Zaratus nazareno
era el propio Zoroastro caldeo, y Nazareth o Na-zaruan equivalía etimológicamente en caldeo a "el Anciano
de los Días". En indostano, nazar significa
videncia, es decir, la visión preternatural como cualidad típica que es propia
de los Iniciados todos, cualesquiera que sean su origen y su grado respectivo.
"Dunlap, en su Sod, el Hijo del
hombre (pág. X), dice, apoyándose en la autoridad de Lighfoot, que a Jesús
se le denominaba Nazaraios aludiendo
a su humilde y pobre condición externa, porque nazaraios significaba separación. alejamiento de los demás
hombres". La verdadera significación de la palabra nazar es la de "consagrado
por sí mismo al servicio de Dios", y viene del nombre de la diadema o emblema que exteriormente
revela tal consagración. Así, José era llamado un Nazar (Gén. XLIX, 26), e igualmente que él son descritos Sansón y
Samuel. Porfirio, hablando de Pitágoras, dice que fué purificado e iniciado en
Babilonia por Zar-adas, el jefe del colegio sagrado. ¿No puede suponerse, por
tanto, que el Zoro-Aster era el nazar de
Ishtar, el Na-lar-Ad o Zar-adas? Ezra era un sacerdote hierofante, y el primer
colonizador hebreo de la Judea fué Zeru-Babel, o sea el Zoro o nazar de
Babilonia. Los nazares o profetas, lo mismo que los nazarenos, eran una casta
contraria a los misterios báquicos, hasta un extremo tal, que, de igual modo
que todos los profetas iniciados, se atenían sólo al espíritu simbólico de las
religiones, oponiéndose a las idolátricas v exotéricas prácticas de la letra
muerta. De aquí la frecuente lapidación de los profetas por el populacho,
dirigido por aquellos sacerdotes, para quienes las supersticiones populares
constituían un provechoso medio de vida. En cambio, los nazares iniciados vivían en comunidades
monásticas, en las orillas del Mar Muerto, a imitación de los monjes
buddhistas, siguiendo la regla de vida de los adeptos de todos los tiempos; y
los discípulos de Juan eran sólo una rama disidente de los esenios. Por tanto,
no podemos confundir a estos nazares con aquellos otros de los que se habla en
el Antiguo Testamento, y que fueron
acusados por Oseas de haberse consagrado a Bosheth,
lo cual implicaba la mayor de las abominaciones. El inferir, como hacen
algunos críticos y teólogos, que esto significaba el apartarse uno mismo de la castidad o continencia, es, o pervertir
a sabiendas la verdadera significación, o ignorar completamente el idioma hebreo.
La secta nazarena, pues, existía mucho antes que las leyes de Moisés, y tuvo su
origen entre el pueblo más enemigo de los "escogidos" de Israel, esto
es, en el pueblo de Galilea, la antigua mezcolanza de naciones idólatras en
donde estaba edificada Nazara, la actual Nazareth, donde los antiguos nazaria o nazifeates celebraban sus "Misterios de Vida" o
"Asambleas", al tenor de como aparece actualmente expresado en el Codex Nazaraeus (11, 305), o sea, como
los sagrados misterios de la iniciación citados por Luciano (De Syria Dea) como completamente
distintos en su forma práctica de los Misterios populares que se celebraban en
Byblos en honor de Adonis. Mientras que los verdaderos iniciad05 de los desterrados galileos adoraban así al verdadero
Dios y gozaban de visiones trascendentes, el pueblo escogido, como expone el
propio Ezequiel en su capítulo VII, y otros profetas, se entregaban a ciertas
vergonzosas abominaciones, de las cuales éstos les acusan tan profusamente.
Para admitir esta verdad, apenas se necesita ser un erudito hebraísta: léase,
si no, la Biblia en su propio idioma,
y medítese acerca de ciertos "santos" profetas. Así se explica
también el odio de los últimos nazarenos hacia los judíos ortodoxos, adoradores
de Baco Jehovah... Los nazarenos más antiguos, descendientes de los Nazars de la Escritura, y cuyo último
caudillo importante fué Juan el Bautista, eran, sin embargo, respetados, y
nadie los molestaba. Hasta el mismo Herodes "temió a la multitud"
porque consideraba a Juan como a un profeta (Mateo,
XIV, 5); pero los secuaces de Jesús se adhirieron a una secta, que se
convirtió en una espina aún más aguda en su costado. Apareció ésta, en efecto,
como una herejía dentro de otra
herejía, porque, al paso que los nazars de
los antiguos tiempos, los "hijos de los profetas", eran cabalistas
caldeos, los adeptos de dicha nueva secta disidente se presentaron como
reformadores e innovadores desde el principio. La gran semejanza descubierta
por algunos críticos entre los ritos y observaciones de los primitivos
cristianos y los de los esenios, puede así explicarse sin la más leve
dificultad".
[122] "El
nombre de esenios, dice la Maestra, viene de Essaioi y Asaya, "un médico". Lucas, que era médico, es designado
en los textos siriacos con el nombre de Asaia,
el essaiano o esenio. ]osefo y
Filón, el judío, han descrito convenientemente esta secta para que nos quede ya
la menor duda de que el reformador nazareno Jesús, después de educado en el
desierto e iniciado en los Misterios, prefirió la vida libre e independiente de
un nazaria errante, y separado así o desnazarenizado de ellos, se convirtió
en un terapeuta viajero, un curador o un nazario, pues que todo terapeuta,
antes de abandonar su comunidad, tenia que hacer lo mismo. Además, los esenios,
igual que Juan el Bautista, predicaron "el fin de los tiempos"; es
decir, una nueva progenie como la
cantada en la égloga cuarta de Virgilio, lo cual prueba que conocían los
cómputos secretos de sacerdotes y cabalistas, los cuales, juntamente con los
jefes de las comunidades esenias, eran los únicos que poseían la clave de los
ciclos, y eran cabalistas y teurgistas (Véase Munk, Palestina, pág. 525).
"Dunlap, con gran acierto, hace remontar el origen de los esenios, nazarenos, dositheanos y otras sectas a una época anterior a la de Cristo. "Ellos, dice, renunciaban a los placeres, despreciaban las riquezas, se amaban fraternalmente entre sí y más que las demás sectas, no pensaban en el matrimonio, considerando como una virtud el dominar las pasiones". Estas eran asimismo las virtudes predicadas por Jesús; y si tenemos que tomar a los Evangelios como un modelo de verdad, Cristo era un metempsicosista o reencarnacionista también, al igual de estos mismos esenios que se presentaban como pitagóricos en todas sus doctrinas y costumbres. Jámblico (Vida de Pitágoras) asegura que el filósofo de Samos pasó algún tiempo con ellos en el Carmelo. En sus discursos, Jesús habla siempre en parábolas y metáforas, costumbre esenia y nazarena, nunca seguida por los plileos. quienes, por el contrario, se admiraban de ello".
[123] Las
palabras subrayadas son ligeras interpolaciones que nos permitimos hacer en el
texto. para adaptarle a nuestra idea de universalización espiritual.
[124] De gentes del otro mundo, capítulo
"La Diosa Isis",
[125] Tal
vez, dicho sea de paso, de las tales aguas estáticas, genesíacas o lacustres, viene el jeroglífico del cero, y de las dinámicas o
fecundadoras, el del río, o sea la línea doble de Acuario, , inicial jeroglífica de la letra M, con la que casi todas
las lenguas designan doquiera al elemento femenino: Madre, Mater, Mama, Marla, Maya,
Mar. La línea recta del curso del río atravesando, en fin, al
lago, viene a componer el primitivo jeroglífico de lo, o sea del número 10,
base o madre de nuestro sistema
decimal; el del número .", o valor de la relación eterna entre la
circunferencia, que es matriz o
elemento femenino, y su diámetro, que es el símbolo eterno de lo masculino,
desde el lingham indostánico hasta el
bastón de la autoridad o la batuta del director de una orquesta...
Decimos, además, que
desde la fuente hasta el mar "todos son lagos", filosóficamente, y debemos intentar probado con
arreglo a nuestro consabido método analógico o teosófico, que nos resulta
siempre tan práctico y fecundo.
¿Qué es la fuente,
sino un lago ínfimo? Un hilito de agua subterránea penetra en ella por su fondo
o por su costado, y de ella sale luego, como
del lago sale el río. Por eso los altos lagos de montaña son a manera de
ganglios y dilataciones en el nacimiento de una gran parte de los ríos.
Pero, por otro lado,
el lago de montaña, encuadrado como está entre los taludes de ella, no es sino
un mar en miniatura, con playas, a veces llanas, a veces acantiladas, ni más ni
menos que tantas costas marítimas, lagos que se hielan en la dura estación,
como lo verifican los mares de los polos.
Y es tan sugestiva, en efecto, la analogía, que, aunque lo pretendiésemos, no podríamos establecer un límite entre el mar y el lago propiamente dicho, como se ve si los seríamos convenientemente, poniendo primero el ínfimo lago circunstancial o los pequeños lagos que no tienen a veces ni nombre en las Geografías; lagunas de altura como las de Peñalara, Bacares, Gredos, Somiedo, Enol, etc., en nuestro país Vienen luego los típicos Y clásicos lagos, encanto de los turistas, con los celebéJrimos lagos suizos a la cabeza, siendo ya algunos de ellos mares en miniatura, como los de Ginebra, Como, Garda, etcétera; lagos tipos con los que se pasa ya a verdaderos mares, como el lago Baikal, el Aral y el Caspio, de Asia, eslabones iniciales los dos últimos de la cadena de esa gran depresión plutónica que si_e luego con el mar de Azof y el Negro, lagos también a poco que cambiasen las condiciones de los respectivos estrechos que los ligan y escalonan con el del Archipiélago y el Mediterráneo, quienes acaso constituyeron en la prehistoria un inmenso lago o mar interior, si hemos de admitir la elocuente leyenda de Hércules. Pero si el Mediterráneo sería así el último y más inferior de los lagos, gracias a las dos depresiones volcánicas de su fondo -que los ge610gos comparan, con teosófico acierto, a los viejos cráteres lunares, como el de Ticho-Brahe-, también es, por otra parte, el primero de los mares ya, el MM latino, testigo y base de toda la historia europea, africana del Norte y asiático occideutal, como el mar u Océano Atlántico empieza a serio ya de la historia moderna y futura...
[126] Misterio
y figura, sí, porque, aparte del Jesús, Personaje histórico y Divino Maestro,
hay un Cristo interior en el ser humano -según repetidos textos de Pablo-,
Cristo que no es sino el Espíritu, divino también, del Hombre, con arreglo a la
sentencia del Maestro, de Platón y de los Salmos,
de que "fuimos dioses, y lo hemos olvidado".
No hay, en efecto,
ninguna, entre las sectas cristianas ortodoxas ni heterodoxas, que no admita en
el Evangelio como en la antigüedad
pagana, la existencia de verdaderos conceptos secretos, o Misterios Iniciáticos del Reino de los Cielos (Mateo, XIII), en los
que el lago o mar juega siempre, por
extraña ley que vamos a esclarecer. Por eso, el Apóstol de las gentes repite
que a los no iniciados, a los párvulos, se
les da "leche y no vianda", y sólo se habla "lenguaje de
Misterio" entre los Perfectos.
Por otra parte, el
instintivo recuerdo de la vida libre y paradisíaca de la Edad de Oro o
lemuriana, lo tenemos todos sepultado en el fondo de nuestro inconsciente, o
Ego Superior, testigo de nuestras vidas pasadas y Voz de la Divinidad en
nosotros. Este recuerdo consolador y sublime se sobrepone, en efecto, a todo otro
en los supremos momentos de nuestras mayores angustias, como promesa cierta de
un retorno glorioso al mundo de los jinas,
una vez que, dejándonos en la tierra la terrible rémora espiritual de
nuestro cuerpo de tierra, franqueemos los umbrales de la muerte para pasar al
mundo de los jinas, o sea al de nuestros queridos muertos.
[127] Subrayamos
estos números simbólicos para hacer notar que
hay todo un capitulo de Cábala
detrás de estos números y de los del otro milagro análogo de "los siete
panes y algunos peces (XV, 32) para
4.000 hombres". Recuerde, al efecto, el lector lo que se cuenta de los
Cinco Vedas (los cuatro pasados y el presente) y la leyenda inicial de Las mil y una noches, sobre los
pececitos de colores de la leyenda atlante del Príncipe de las Islas Negras, o
las leyendas acuáticas e iniciáticas de Jonás, Tobias, Juan el
Pescador, etcétera, todas a base del agua
y de su signo zodiacal Piscis, cuanto a base filológica del Alefato hebreo, (Véase la palabra Aleph en las Enciclopedias.)
[128] El Evangelio ha sido el remedio supremo para las penalidades de la vida vulgar. un perpetuo sursum corda, una poderosa distracción de los míseros cuidados terrenales, un dulce llamamiento. como aquel que Jesús hacía al oído de Marta: "¡Marta. Marta; tú te inquietas por muchas cosas, siendo así que una sola es necesaria!" Por eso, gracias a Jesús, la existencia más obscura, más precaria y agobiada bajo el peso de tristes o de humillantes deberes, ha podido refugiarse en un rincón del cielo.
[129] "Cuán
poco impresionó a sus contemporáneos la personalidad de Jesús -dice H. P. B.-,
es cosa que asombra al investigador. Renán demuestra que Philo-Judeo, nacido
muchos años antes que Jesús y muerto hacia el año 50, jamás había oído hablar
de él, no obstante haber vivido en Palestina durante todo aquel tiempo en que,
según los Evangelios, la alegre nueva
de su doctrina era predicada en todo el país. Josefo, el historiador que nació
tres o cuatro años después de la muerte de Jesús, menciona su ejecución en una
corta sentencia. y hasta estas cortas palabras, según el autor de la Vida de Jesús, fueron alteradas por una
mano cristiana. Es más: escribiendo Josefo al final del primer siglo, en cuya
época el ilustre Pablo se dice que había ya fundado multitud de iglesias. y en
que Pedro había ya establecido la sucesión apost6lica. el dicho escrupuloso
compilador, e historiador imparcial hasta de las sectas menos importantes,
ignora por completo la existencia de una sola secta cristiana. Suetonio,
secretario de Adriano, que escribió en el primer cuarto del siglo segundo. sabe
tan poco acerca de Jesús y de su historia, que dice que el emperador Claudio
expulsó a todos los judíos porque promovían a la continua disturbios por
sugestión de un tal Chrestus, y aun
el mismo emperador Adriano, que esaibi6 más tarde, estaba tan poco impresionado
por los dogmas o importancia de la nueva secta, que en carta a Servianus dice
que cree que los cristianos son adoradores de Serapis, el profético tipo
abstracto de Cristo, y a quien según el Antiguo
Arte y Mitología de Payne Kuight,
se representa "llevando el cabello largo, vuelto hacia atrás y dispuesto
en rizos que caen sobre su pecho y espalda, como suelen llevarlo las mujeres, y
con un ropaje, en fin, que le cubre "hasta los pies". Tal es, en efecto,
la pintura convencional de todos los retratos del Salvador, o sea de aquella
representación serápea de la abstracta Anima
Mundi, por los cristianos
antropomorfizada."
[130] Respecto
a estos metualis, dice en otro lugar la princesa: "En las proximidades ya
de Balbeck, nos encontramos también con una familia perteneciente a la religión
de los Metualis o adoradores del
fuego. Estas gentes ocultan cuidadosamente su origen y su fe, por lo que les es
difícil a los extranjeros el descubrirlos... Si hubiese de juzgar a dicha raza
por los ejemplares que tenía delante, tendría que decir que era bellísima,
sobre toda ponderación, aquella familia compuesta de dos hermanos, la mujer de
uno de ellos y tres niños, con una hermosura que me confirmó en mi opinión de
que son ellos los descendientes de los antiguos magos o caldeos... La joven era
de una excepcional belleza, de inmensos ojos negros admirablemente encuadrados,
sombreados por unas cejas maravillosas; unos cabellos negros, finos y largos;
una nariz ligera. mente aguileña, unos dientes de perlas y una boca que me
recordaba la de la propia Venus de Milo... Tal era la jardinera idólatra de
Balbeck, de esa raza tan despreciada por los musulmanes como por los
cristianos.
"Balbeck -sigue diciendo la princesa- es sencillamente una maravilla: una ciudad inmensa del Asia antigua que no ha sido arruinada todavía, pero cuyo. habitantes han desaparecido de la noche a la mañana, dejando inmutable, hierática, toda la gran magnificencia de aquella metrópoli. La misma árida y desolada llanura. que la rodea es un grandioso marco para tamaño monumento de los siglos. El paisaje en torno de Jerusalén es también un paisaje desolado, pero de una desolación activa, actual, por decirlo así, interrumpida y dulcificada por dulces imágenes y rientes perspectivas, mientras que el aspecto de Balbeck lleva el sello de una severidad y una desolación sin limites, sin lágrimas; un algo, en fin, que la mantiene intacta, que habla de muerte, de ruina, de sentencia irrevocable, mucho más intensamente que podrían mostrarlo unas murallas derruidas o unos abismos abiertos...”
[131] Con
frase análoga despidió en otra ocasión a la mujer adúltera.
[132] Al público todo de la, parábolas de Jesús hay que representárselo forzosamente también así, agrupados y seriados todos en la gradería natural del lago de Genesareth, como el parsi de la Torre del Silendo, en torno de la barquilla desde donde les predicaba el Maestro.
[133] Alah, en su acepción
vulgar y monoteista semítica, equivale al Creador o más bien "a los Elohim
o hueste colectiva de creadores jinas"; pero en su estricto significado,
como veremos más adelante, no es sino "la Mansión de la Paz" o reino
de los Cielos, en donde tales seres moran.
[134] 2 Poco antes de su huída de la Meca, desesperado Mahoma de llegar a convertir a los de esta ciudad, se trasladó a Taief para predicar allí la nueva doctrina. Los habitantes de esta ciudad le recibieron muy mal; pero, en cambio, según los historiadores musulmanes, una tropa de genios que estaban allí oyeron encantados las enseñanzas del Corán, creyeron en ellas y propagaron su doctrina entre otros genios.
Según los árabes, estos genios son una raza intermedia entre los hombres los ángeles, y los comentadores de los primeros versículos de la sura LXXII, apoyándose en la circunstancia de que Mahoma no vió a estos genios, sino que le fué revelada por Dios su presencia, creía que los genios son las almas de los hombres... En diversos pasajes del Corán se añade que los genios se reproducen a la manera de todos los demás seres de la creación. (Joaquín García-Bravo en su traducción del Corán, traducción que seguimos en este capítulo.)
[135] Una
de las características diferenciales de la Magia blanca sobre la negra, dice H.
P. B., es la de tomar estas cosas, no en el muerto sentido de la unión sexual,
sino en el trascendente del divino consorcio del Alma humana (Psiquis, psuché)
con el Espíritu Divino, nous que
la cobija. Como que el sexo y sólo el sexo es el yerdadero Velo de Isis entre
este mundo de los hombres y el otro o de los jinas, y por cierto que de ello
tenemos también un precioso ejemplo en el Corán,
cuando en la sura II (v. 36 y sig.) , copiada más o menos de otros védicos
como el relativo a la ninfa Pramlocha contra los hijos de Daksha, nos da la
tradición talmúdicocaldea de los dos jinas
Harut y Marut,en estos términos:
Toda la angélica
cohorte de los Cielos deploraban en presencia de Alah la terrible maldad y los
infinitos vicios de los hombres, a pesar de estarles enviando el Señor
continuamente a sus apóstoles y profetas.
Deseoso el Señor de
dar una buena lección a los ángeles que tal hablaban, les ordenó que escogiesen
entre ellos a los dos ángeles que reputasen como más adecuados, para que
bajaran a la Tierra a juzgar a los hombres. Estos dos jueces fueron dos ángeles
de Babel llamados Harut y Marut, que antiguamente habían enseñado las artes
mágicas a los humanos.
Los dos ángeles
descendieron, en efecto, a la Tierra, y durante mucho tiempo desempeñaron su
misión a maravilla, haciendo reinar de nuevo la justicia en la Tierra, hasta
que cierto día se les presentó en el tribunal Zohra o Venul, mujer de
excepcional belleza, a dar contra su marido determinadas quejas.
Los dos ángeles, al
ver ante sí tamaña hermosura sobrehumana, quedaron a una presos de amor hacia
ella, y hasta hubieran tratado de seducirla a no haber ella desaparecido tan
inesperadamente como viniera.
Los ángeles, de allí
a poco, trataron de volver a los cielos, pero se encontraron con que la entrada
les estaba cerrada, a causa tan sólo de aquel mal pensamiento que habían tenido
hacia la hermosa. No hay posibilidad de pintar el desconsuelo que les asaltó
entonces a los dos infelices.
Pero como Alab, al
par que justo, es clemente y misericordioso, se compadeció, al fin, de
aquéllos, y, gracias a la intervención de los demás ángeles en favor de los
culpables, les dió a elegir como pena por su pecado, entre las penas
perdurables, el infierno y las de este nuestro mundo transitorio,
Los dos caídos
optaron por lo segundo, y desde entonces permanecen en Babilonia, suspendidos
entre el cielo y la tierra, y allí continúan consagrados a la misión nefasta de
tentar a los hombres.
Ellos enseñan al
hombre la mala magia y la ciencia oculta que había descendido de lo alto sobre
los dos ángeles de Babel, Harut y Marut, quienes no instruían jamás a nadie en
su arte sin antes decides: "Nosotros somos la tentación que puede hacerte
llegar a ser infiel", "Los hombres -añade el texto aprendían, en
efecto, los medios de sembrar las discordias entre el hombre y su mujer, no lo
que podía series útil, y sabían que el que había comprado tal arte estaba
desheredado de toda parte en la vida futura; ¡vil precio aquél, por el cual tan
incautamente se entregaron ellos mismos!... La recompensa por parte del Señor
les hubiera resultado preferible".
Sobre estas cosas se
ocupan extensamente también las suras XXVII, XXXIV y XXXVIII, y en algunos
versos de ellas se hace alusión al poder mágico del rey Salomón, recordando una
vez más la leyenda de que los demonios habían escondido debajo del trono de
este rey todos sus libros de magia, con los que había sujetado a su poder a
genios, hombres y cosas.
[136] Esto, que parece una trivialidad, es una secreta alusión a las "pinturas" o inscripciones iniciáticas que en la cueva había, visibles o legibles sólo al heridas los rayos del sol, al modo como se cuenta de las del templo del Cuzco en el cap. II de De gentes del otro mundo.
[137] El relato que aquí se añade no pertenece a la sura XVIII, que nos ocupa. lino al versículo 261 de la sura II; versículo íntimamente concordado con la sura aquella. La perfecta discordancia del tiempo "físico" con el "astral" que campea por todo el pasaje está recordada por el Quijote en el relato de la célebre cueva de Montesinos, y es un hecho evidente en los argumentos del ensueño, donde son tan distintas de las de la vigilia las nociones del tiempo y el espacio.
[138] Este
pescado es el ictius, el signo
zodiacal de los peces, que sirvió de simbolismo y contraseña de reconocimiento
recíproco a los primeros cristianos, como todavía se ve dibujado en las Catacumbas.
El completo desarrollo de este detalle simbólico se dará luego.
[139] Nada
tiene de irrespetuoso para con la excelsa personalidad de Moisés el que el Corán le suponga así buscando a un
maestro más sabio aún que él, puesto que la misma Biblia le supone iniciado de Jetro, el madianita, su suegro.
[140] De aquí el nombre oriental de Guro, dado a todos los instructores. Guro, en efecto, equivale indistintamente a "pesado" y a "maestro".
[141] Empleamos
el nombre de Dhul Karnein y no el de Khedr para designar al Maestro Moisés,
porque así se deduce del contexto de la aura coránica número XVIII, poniendo en
concordancia los pasajes de los versículos 59 al 81, y del 82 hasta el 110 del
final. Es más: no acertamos a comprender cómo el culto traductor señor García-Bravo,
al llegar a estos difíciles pasajes cree que Dhul Karnein es el sobrenombre de Alejandro Magno, cuando en
realidad, al tenor de la más estricta etimología, no es sino "el hombre de
los dos cuernos" (de Karn, cuerno,
y Dhul, cabeza o extremidad), desinencia
vaga y genérica como la de sufi (sabio),
nabi (profeta), resoul (enviado), veli (discípulo)
y otras tan frecuentes en el iniciático libro del Profeta Mahoma. Tampoco
podemos estar conformes –y eso que el nombre del desconocido o Maestro de Moisés a que se refieren los primeros
versículos de la sura en cuestión, no hace al caso que sea uno u otro de
aquéllos- con los comentarios que suelen poner a estos versículos los
comentadores, queriendo ver absurdamente en dichos dos mares, el de aquende o de
esta vida, y el de allende o de la
vida jina superior -el últra-mare-vitae de las leyendas de
Psiquis-, al mar de Grecia y al de Persia, que no se juntan, además, como es
sabido. Por eso dice con acierto García-Bravo que como este pasaje carece de
todo sentido literal que sea plausible, muchos comentadores añaden que Moisés,
al hablar así de los dos mares de
conocimiento, quiere referirse a la próxima entrevista entre él, cuyo mar es la
ciencia exterior, y su Maestro, verdadero océano de la ciencia preternatural o
secreta.
A propósito de dicha
nota, añade el señor García-Bravo: "En efecto, hablando cierto día Moisés
con el Señor, le preguntó" ¿Conoces entre todos tus servidores humanos a
un hombre que pueda enseñarme algo?" Y el Señor le respondió: "Sí. y
puedes hallarle allí donde se juntan los dos mares". "Y ¿cómo llegar
hasta allí?" "Con la fe, que remueve las montañas, y tomando contigo
un pescado que desaparecerá así que a la confluencia de aquellos mares
llegues..."
Fuese o no Khedr o
Khidr el Maestro desconocido al que
se refieren repetidos versículos de la sura XVIII, es lo cierto que Khedr está
considerado por los mahometanos como profeta, aunque fuera y por encima de los
Enviados a los pueblos semíticos (judíos, cristianos y árabes); es decir, un
personaje misteriosísimo, a manera de Djebr-er-Rumi, de Yesar o de Salmán,
sabios instructores griegos o parsis instructores del Profeta.
En efecto, de Khedr,
lo mismo que de Pinchas, el hijo de Eleazar y nieto de Aarón, se dice de él,
por los muslimes, que era un misteriosísimo ser que había logrado hallar la
Fuente de la Vida, y en ella bebido las aguas o licor que concede la
Inmortalidad. De Pinchas agregan las' tradiciones talmúdico-muslímicas, que su
alma ha pasado sucesivamente por el cuerpo de Elías y luego por el de San
Jorge.
En esta cuestión de
la caverna iniciática conviene recordar, en fin, que cuando el Profeta huyó de
la Meca a Medina, para escapar a los perseguidores que le seguían de cerca, se
escondió en una gruta. Alah, para protegerle, hizo que una araña tejiese en
seguida su tela en la puerta de la caverna. Gracias a esto, al pasar por frente
los perseguidores desistieron de entrar, pensando que nadie habría dentro,
puesto que se hallaba intacta la. tela de la araña, cuya elaboración suponía varios
días.
[142] Por supuesto, que estas frases relativas a los viajes de Dhul Karnein son, a la vez, reales y simbólicas; lo primero, porque se refieren tanto a los viajes de instrucción que por todo el mundo conocido realizaban los griegos y romanos cultos para completar IU educación, como a esotros viajes "iniciáticos", tan característicos entonces, como hoy. a ciertas iniciaciones. Lo segundo porque siendo el apelativo de Kamein derivación del Apolo Karneios de los Misterios, los tales viajes del Maestro no son, a su vez, sino el simbolismo de las peregrinaciones o ciclos de las almas, del Sol a la Tierra, para caer en el nacimiento físico. y de la Tierra al Sol después de la muerte.
[143] 11 Estos dos ángeles malos del Corán Ion los de God y Magog de la Biblia, amenazadores siempre del pueblo fiel. Véase sobre ello el Apocalipsis.
[144] Con
esta frase se alude al "peso de las almas", o sea al balance de las
obras 'buenas y las malas en el día del juicio de las almas. Todavía, y por
influencia musulmana, se suele representar en las iglesias de España con espada
y balanza de Justicia al arcángel San Miguel.
[145] Véase
Wágner, mitólogo" ocultista, capítulo
de "Tristán e Iseo", que, a bien hacer, debiéramos transcribir aquí,
como asimismo todo lo relativo a otros héroes que saltan en diversas páginas de
los tomos que le preceden.
[146] No
podemos detenemos aquí a desarrollar este símil geométrico, que es del mayor
alcance trascendente, según pueden convencerse los lectores estudiándole.
[147] Este
honrado ascendiente mío (abuelo materno) nació en Zarza Capilla (Badajoz), en
1789, y murió en Cabeza de Buey (Badajoz) , en 1848. Jefe politieo. escritor y
estadista a quien tanto debe la región extremeña, aparece biografiado en el
tomo nI, págs. 115 Y siguientes de la Revista
de Extremadura, y también en el tomo VIII, págs. 52 a 58 de la misma
publicación. Hijo Luna de un siglo amamantado por la Enciclopedia y la
Revolución francesa; bautizado en sangre por la conquista de las libertades
civil y política de nuestra patria; testigo, en fin, de los pasmosos progresos
científicos y materiales de su época, su patente misticismo se orientó hacia
los redentores problemas sociales que hicieron su aparición por entonces con
los fisiócratas, los socialistas de cátedra y los miembros insignes de esas Sociedades económicas de amigos del país, a
los que España tanto debe. De aquí su gran obra sobre Economía política, que conservamos inédita y en la que fustiga
duramente a Adán Smith, Juan B. Say. Malthus y cuantos en mala hora han hecho
de la ciencia económica un instrumento de dolor y de opresión verdaderamente
universal.
[148] Es
sabido que Antonio Galland, diplomático francés en Constantinopla, hubo de
tropezar, hacia fines del siglo XVII, con unos viejos manuscritos árabes
conteniendo, más o menos completo, el texto de los famosos cuentos de este
nombre, aunque lleno, como cuantos libros arios han pasado por la pecadora mano
de los semitas, de esas crudezas, imposibles de ser toleradas por un oído casto
y decente, que no son raras tampoco en la Biblia.
Ya también, muchos siglos antes, el contacto con los árabes, principalmente
en España, había aportado a Occidente no pocos de estos cuentos, que, mezclados
con los de los Libros de Caballería, verdaderas "mil y una noches
occidentales", se veían doquiera, y aún se ven en forma de los llamados
"romances" o "pliegos de cordel". Galland, con buen deseo,
expurgó de aquellas crudezas al libro, dándonoslo en la forma en que, a través
de infinitas traducciones y ediciones, ha llegado hasta nosotros, procedentes
originariamente del HAZAN AFSANAD persa, del Kitab Al Fihzist árabe de Mohammad ben Jihah Al Nadin, o del A!f Lailah Oua Lailah, traducido del
árabe al inglés por Payne y por Burton. Sin embargo, el deseo de hacer, sin los datos ocultos necesarios, ediciones
verdaderamente criticas, nos ha llevado, ora a ediciones destrozadas sin
piedad, como la de los jesuitas en Beyruth, ora a la "traducción literal y
completa del texto árabe al francés", por el doctor I. C. Madrus, en 16
volúmenes, vertidos al español por Blasco Ibáñez, y cuyas crudezas árabes, relativamente modernas, no parsis genuinas o primitivas,
son verdaderamente intolerables, mireselas como se las mire, todo al tenor
de esa triste ley, repetidísima en la historia, de hacer sexuales los más puros
simbolismos, como hemos visto con las Helenas
de los grandes iniciados. Otras ediciones críticas, en fin, existen, siendo
de notar entre ellas la inacabada del cheikh El Yemeni, de Calcuta (1814); el Habricht, de Breslau (12 volúmenes, 1824-43) ; la de Boulak (1835)
y la de Erbekich, en el Cairo; la de Mac Noghten, de Calcuta (1830-42); la
alemana de Gustavo Weil, con introducción del barón Silvestre de Lacy (1858), Y
algunas otras.
Hay otro libro
oriental que corre parejas con "Las
mil y una noches, y es el Pancha-tantra
o Cinco series de cuentos, en los
que los personajes no son ya hombres, hadas y genios, como en aquélla, sino
animales que razonan, ¡perdonad, lectores!, como los conspicuos hombres de
nuestra época, orientados siempre hacia la utilidad, lo contante y sonante, LO POITIVO. Diríase también que entrambos
libros están compendiados en uno por el genio inmortal de Cervantes. Las mil y una noches, en efecto, con su
idealismo sublime -salvando los referidos pasajes, intercalados por el
semitismo árabe, su transmisor-, son el prototipo del sublime Caballero de la
Mancha, mientras que el Pancha-tantra es,
al modo del groserote Sancho Panza, del
que hasta tiene una especie de resonancia fonética. Y así como toda la
literatura caballeresca deriva de aquéllas, toda nuestra mal llamada literatura
didáctica, sobre todo la de las fábulas, petites
phrases, pensamientos, etc., deriva del segundo; y Phedro, Esopo,
Lafontaine, Samaniego y demás fabulistas, no son sino pálidos
reflejos del moralismo de este último libro; libro admirable para comerciantes,
parias y sudras orientales u occidentales, pero detestable y falso para
sacerdotes y guerreros, pues, dígase lo que se quiera, la ley de castas existe
y existirá siempre, pero no físicamente o en sociedad, sino en la infinita gama
o escala de las almas.
Don José Alemany y
Bolufer nos ha dado una traducción castellana del Pancha-tantra, que también se puede llamar Hitopadesa o "Instrucción provechosa", en cuyo prólogo
diserta acerca del Libro Sánscrito de
Cama 'Y Dymna, que en el siglo VI fué traducido al pehlevi, y de allí al
persa y al árabe en el VIII y IX, o sea en la época de mayor esplendor de los
califatos de Damasco y Córdoba, por lo cual este libro y el de Las mil y una noches, que ahora se
traducen con interés por los pueblos de Europa, han sido conocidos desde la
Edad Media en España, constituyendo esa copiosa literatura, necia en unas
ocasiones, sapientísima en otras, de los llamados pliegos de cordel, la más genuina fuente de inspiración del
Príncipe de los Ingenios.
Alemany, por otra
parte, hace a los nombres de Calila y
Dymna meras alteraciones de los
nombres Karataka y Damanaha, o Karata y Damana, sin el
sufijo ha de disminución, desprecio o
ternura, con la respectiva significación de corneja
o astuta (la célebre corneja del
"Corán") y domadora o triunfadora,
que ambas cosas son, en efecto, en el argumento de Las mil y una noches, las
dos hermanas Scheherezada y Dinarzada, o Keherata
y Dinarza, quienes, por su
astucia, triunfan de la tiranía perversa de Schahriar o Zacarías (el
sacrificador, "el de los sacrificios humanos").
Si no se saliese de nuestro plan actual, consagraríamos a este interesante asunto una mayor extensión, y acaso podríamos alcanzar a despertar en el lector la intuición de que muy probablemente el primitivo libro sánscrito del Pancha-tanira, hoy perdido (no el que con dicho título trajo a Europa Wilson en 1827), consistía en cinco libros o series laneras; y de aquí la magia tántrica, al modo de los Vedas o del Pentateuco, colecciones simbólicas también; y, en fin, que dichos libros, en cierto modo independientes, se adaptaban, respectivamente, a la enseñanza de las cuatro castas y la quinta de los parias, según sus virtualidades respectivas. Lo que hoy conocemos por Las mil y una noches serían entonces fragmentos de las enseñanzas simbólicas para guerreros chatryias, o caballeros, y el libro de los vasyas, o comerciantes, serían los cuentos traducidos por Alemany y cien otros como tal Pancha-tantra. Ciertos pasajes de grosera factura deslizados en Las mil y una noches árabes podrían muy bien constituir, como de hecho constituyen, la literatura pornográfica de todos los países, es decir, una. enseñanza cruel en verdad, por sus consecuencias, para los degradados y para los paria" espirituales, que tanto abundan.
[149] El visir, padre de Scheherezada, no dejó de oponer obstáculos a la heroica resolución de su hija. Al efecto, después de mil razones, le recordó la fábula del Asno y el Buey, que es la revelación terrible de la ley del karma a través de la historia. Sabía muy bien el visir, como sabemos nosotros, que todo aquel que trata de salvar a sus semejantes desvalidos contrae kármicamente la responsabilidad de todo el uso bueno o malo que ellos hagan de sus enseñanzas, al modo de la llamada responsabilidad civil subsidiaria de las leyes, ora entre los hijos menores y sus padres, ora entre los deudores y sus fiadores. Así, en la fábula del visir, compadecido el asno de los malos tratos que al buey daba su amo, le aconsejó la rebeldía; pero así que el buey se hubo rebelado, el amo cargó al asno todo el peso de aquellas cargas que por su consejo el buey había dejado de llevar, y así soportó el asno su desventura hasta que le hizo al buey la segunda revelación, o sea la de que el amo le dejaba engordar en la holganza para matarle y comerle después, con lo cual el buey abrió los ojos y se sometió voluntario a su cruz antigua.
[150] Notará el lector que sólo damos una rápida ojeada a las fábulas del iniciático libro, sin perjuicio de concederle exclusiva atención otro día. Por eso no detallaremos la sugestiva aventura del pescador, relacionadísima con la de la Atlántida. Véase El Velo de Isis o Las mil y una noches ocultistas, de esta Biblioteca.
[151] De Sevilla al Yucatán, viaje
ocultista a través de la Atlántida. Parte segunda, cap. XI y siguientes.
[152] Una
prueba entre mil de la influencia de la leyenda parsi la tenemos en el
siguiente pasaje, que rueda por los libros de historia:
"Ctesias, de
Gnido, acompañó a Ciro el Joven contra su hermano Artajerjes Mnemon, y vivió
diez y siete años en la corte de los reyes de Persia. Escribió una historia de
este país en 27 libros, y otra análoga de la India.
"Esta última
obra la conocemos sólo por un extracto de Focio en su Biblioteca... En ella vemos una fuente que cada año se llenaba de
oro líquido, el cual era recogido en vasijas de barro, para poderlas romper así
que el oro se endurecía. Allí -dice el extracto de Focio- se encuentra un
monstruo, el Mastigora (o "Masthi-gaura, Masti-avatar) hindú o el "avatar-tortuga", que tiene la
cara de hombre, el tamaño del león y la piel roja como el cinabrio, En fin,
allí se cuenta la maravillosa historia siguiente: En las montañas de la India,
donde crecen las cañas, hay una nación de cerca de treinta mil hombres, cuyas
mujeres paren una sola vez en la vida. En esta nación los hijos nacen con
bellísimos dientes; los varones y las hembras tienen desde su nacimiento
blancos los cabellos y las cejas; hasta la edad de treinta años los hombres
tienen blancos los pelos en todo el cuerpo; pero a esta edad comienzan a
ennegrecerse, y cuando están próximos a los sesenta, sus cabellos son
enteramente negros. Los mismos tienen ocho dedos en cada mano y otros tantos en
los pies. Son pequeñísimos, y el rey de los hindúes, en sus correrías militares,
va siempre acompañado de cinco mil de éstos, arqueros y ballesteros. Tienen, en
fin -como los famosos corejones- de Pizarro-, tan largas las orejas, que se
tocan una con otra, de modo que con ellas se cubren la espalda y brazos, hasta
los codos".
"Ctesias,
imperturbable en su tarea de contar tales fábulas, protesta haber visto por sus
propios ojos hechos iguales a los que refiere, y asegura que si no temiese ser
tachado de falso, hubiera contado historias aún más maravillosas", (César
Cantú, Historia Universal).
Ctesias fué gran médico, y hace trizas a Herodoto. Se asemeja a Hecateo de Mileto, Ferecides de Siros y Caron de Lampsaco. Como Harpócrates, luego escribió acerca de las mentiras de la Historia de Herodbto, en la que cimentamos la historia antigua.
[153] Complétase
así el simbolismo salomónico de 108
oros, copas, espadas y bastos, al que hemos aludido tantas veces.
[154] Entre
estas pruebas hay algunas que merecen meditarse, como cuando a varios de sus
compañeros se les subieron a horcajadas ciertos genios maléficos, obligándolos
a servirles de caballo; simbolismo de los vicios, por los cuales los
elementales del mal le posesionan de los hombres, manejándolos a manera de
bestias. Sólo bebiendo vino, es
decir, el licor sagrado del soma o la
embriaguez trascendente de la virtud pudieron verse libres de ellos,
matándolos. Hay también su correspondiente leyenda del cíclope Polifemo, etc.
[155] Esta
es la ninfa de la Matemática y de la Coordinatoria, por cuyos cálculos o catunes se alcanza, mediante la virtud,
la suprema Sabiduría. Bastaría este nombre de catún para establecer el parentesco prehistórico de mexicanos y
berberiscos, como en otro lugar hemos establecido.
[156] He aquí el alma de la
preciosa novelita El Micromegas, de
Voltaire, donde un siriaco y un satumiano, de varios cientos de toesas de
estatura, visitan este bajo mundo, donde hallan animálculos (los hombres) que
saben matemáticas.
[157] He
aquí un recuerdo. de la contabilidad duodecimal, cuyas unidades sucesivas,
según el inmortal Benot, son la docena, la gruesa, el paquete, la cajita y la
caja.
[158] Sod,
Misterio, Iniciación; Soddales, sacerdotes.
[159] En
la Odisea, este fué el medio por el
que se dió a conocer Ulises, ganando la mano de Penélope. El pasaje es idéntico
al que se lee también en La Luz de Asia, de
Edwin Arnold, acerca del príncipe Siddartha cuando quiso tomar esposa. La
flecha del primer príncipe de nuestro cuento alcanza a la perfección monacal;
la segunda a la perfección humana, mayor sin disputa cuando merece la mano de
una simbólica princesa. La flecha que va más lejos, flecha aparentemente
perdida, es la sola capaz de llevar al supermundo de los dioses.
[160] El
día mismo en que el primer místico halló los medios de comunicación entre este
mundo y los de la hueste invisible, entre la esfera de la materia y la del
espíritu puro -dice H. P. B.-, sacó la deducción de que el abandonar esta
misteriosa ciencia a la profanación del vulgo equivalía a perderla. El abuso de
la misma conduciría a la humanidad a una rápida destrucción. Equivaldría ello, en
efecto, a poner en torno a un grupo de niños toda clase de substancias
explosivas, dándoles cerillas al par. Así, el primero que llegó a ser Adepto de
esta gran ciencia inició tan sólo a unos cuantos escogidos, al par que se
mantuvo reservado con las multitudes. Había reconocido a Dios en su propio Ser
Interno: el "Atmán", el "Ego", el Señor Protector y
Todopoderoso, el Ahmi de la dulce y
secreta Voz Interior o Conciencia.
"Este
"Yo", a quien los filósofos griegos denominaban Augoeides o "El Resplandeciente", está magníficamente
descrito en el P'eda, de Max-Müller.
Después de presentamos al Veda como
el primer libro de las naciones arias, el profesor añade que en él tenemos un
período de la vida intelectual de la Humanidad, sin rival en parte alguna del mundo.
En sus grandiosos himnos vemos al hombre abandonado a sí mismo para que él
resuelva por sí el enigma que le cerca misterioso... El poeta primitivo invoca,
sí, a cuantos dioses o poderes están por cima y por bajo el poder suyo, pero
acaba descubriendo que en su propio pecho radica o yace un poder que jamás
permanece mudo cuando él ora, y que nunca se ausenta cuando el hombre se siente
avasallado por el temor o por la duda. Al par que parece suspirar en sus
plegarias, parece escuchadas y ser el sostén del hombre y de cuanto al hombre
rodea. Braihman es el único nombre
efectivo que cuadra bien a dicho poder misterioso, porque brahman ha significado en su origen la fuerza, la voluntad, el
deseo, el Poder propulsor de la creación, en suma, y este impersonal brahman, apenas es nombrado, crece y
crece hasta convertirse en algo verdaderamente divino, acabando por ser uno de
tantos dioses... El hombre llama Atmán a
este Poder de su ser como del Cosmos entero, porque Atmán equivale a aliento,
soplo y espíritu".
[161] Principalmente
en De gentes del otro mundo, capítulo
VII.
[162] El jabalí de Comualia, el león de justicia y Hércules-Arthus, o "el hombre", son también, según las teogonías brahmánicas, los tres últimos Manús o "conductores de hombres", que pueden verse descritos en nuestras Conferencias teosóficas, capítulo de Las enseñanzas orientales y la Geología.
[163] Por
mucho que la imaginación y la mala fe de la magia negra eclesiástica haya
tratado de desvirtuar estas cosas, su tarea resulta a la postre inútil, porque
suele dejar intactos los nombres, con los cuales, gracias a la clave
filológica, se puede siempre reconstituir la verdad perdida. Así sucede con
estos tres nombres iniciáticos. El de Utero,
o "Matriz", alude a la raza de aquellos "héroes
lunares", a aquellos "hijos de mujer" de Job y del Evangelio;
aquellos "hijos de Kunti, o de Pritha", del Baghavad Gita, que se
representan como símbolo contrapuesto al de los Pendragones, o penteyrn, "hombres
solares", "kurus", "kaurios", o "quírites",
dominadores del misterio de la mente, o pentalfa
(estrella iniciática de las cinco puntas) , que el Mahabharata, como todas las demás teogonías, contraponen a aquellos
"héroes de segundo orden", completando con unos y otros el símbolo
archicaballeresco de la rosacruz (misterio
del 4 con el 5). Lazo de unión de entrambas clases de héroes es, en fin, el del
famoso Arthus (Suthra, o "el
hilo de oro", el Augoeides gnóstico
y oriental, si se lee a la inversa, o sea en bustréfodo). Por eso, a su vez, es
Arthus el héroe de los siluros, o
libio iberos morenos de Caerleon, muerto en la isla Avalloria (la Mansión de los "ava", abuelos, antecesores,
pitris o jinas), y alma, tanto en vida como después de muerto, de todas las
leyendas caballerescas de la Armórica, Cornualles, Bretaña, Gales, Hibernia,
Escocia, etc. Arthus, en efecto, muere en desesperada lucha contra los
invasores normandos y sajones, lucha en la que no hacían sino reproducirse las
viejas luchas postatlantes entre los magos blancos, Tuatha, y los magos negros,
o Firbolgs, tantas veces aludidas. "Las fabulosas historias de Arturo y
cuantas se refieren a la Tabla Redonda que él fundase -sigue diciendo Aribau-,
están consideradas justamente como las más antiguas entre los libros de
Caballerías que han llegado hasta nosotros. Algunas de ellas fueron escritas,
indudablemente, mucho antes de la invención de la imprenta. La primera edición
de la Crónica de Arthus el de Inglaterra (pues
que hay también Arthus de Bretaña y Arthus del Algarbe), es la que dirigió
en Westminster el célebre librero Caston (1545), con el título de The lile and acts of the King Arthus, of his
noble Knyghtes of the rond table... and inthende the dolorous deth of them all;
wiche book was rcduced in to engly, oshe by Sir Thomas Malory Knytht". El
original de este libro, o fué portugués o fué latino, lo mismo que los de Lanzarote del Lago, Tristán de Leonis y
demás primitivos. Arthus, según los poetas y novelistas que han celebrado sus
proezas, fué el fruto del adulterino comercio de Pendregón, general de los bretones,
con Ingasna (o Jin-gnana, la princesa jina de
Cornualia) , es Uter; es decir, el
fruto de una raza mitad jina y mitad
humana, cual suele hacerse con todos los héroes, quien, por la gnosis, gnana o "ciencia
jina", establecen así el puente entre los hombres y los dioses.
"Nacido en 453, y elevado al trono de su padre en 516, alcanzó señaladas
victorias contra los sajones, pictos y escotos, y, después de constituir la
Tabla Redonda, conquistó a Francia, Noruega y Dinamarca (reino de Dina, nombre,
decimos nosotros, que aparecerá después). Entró en España, donde mató a un
gigante (el Gerión de su homólogo Hércules). De allí revolvió sus huestes sobre
Roma (¿contra la Iglesia Romana?). Supo entonces la infidelidad de su esposa
con su sobrino Modred. De vuelta a sus Estados, venció a los rebeldes, y herido
gravemente en un combate, murió en la isla de Camlan" (Cameloc, o Kama-loka). "El
libro de Arthus -dice Gibbon (Historia de
la decadencia y caída del Imperio romano, c. 38) - fué escrito en mal latín
por Godofredo de Monmouth, trasladado luego a la lengua familiar de aquel
tiempo y enriquecido con todos los incoherentes adornos que podían suministrar
la imaginación, las luces y la erudición del siglo XII. La fábula de una
colonia frigia, transportada de las orillas del Tíber a las del Támesis, se
enlaza fácilmente con la Eneida (como
se enlaza, añadimos nosotros, con las de los Tuatha de Danand). De Troya, pues,
descendían los augustos abuelos de Arthus, y resultaban así parientes de los
Césares. La superstición y la galantería del héroe bretón, sus fiestas, sus
torneos y la fundación de los caballeros de la Tabla Redonda, son cosas
forjadas en el molde de la caballería, a la sazón floreciente; y las fabulosas
hazañas del "hijo de Uter" (o "el hijo de la mujer")
parecían menos increíbles que las empresas acabadas por el valor de los
normandos. Las peregrinaciones y las cruzadas habían introducido en. Europa los
cuentos de magia, propios de los árabes. Las hadas, los gigantes, los dragones
alados, los encantados palacios, se mezclaron con las ficciones más sencillas
del Occidente, y se sujetó la suerte de la Bretaña al arte y vaticinio de
Merlín. Todas las naciones recibieron y adornaron la novela de Arthus y de los
caballeros de la Tabla Redonda, y los voluminosos cuentos de Tristán y de
Lanzarote llegaron a ser la lectura favorita...". Sin embargo de toda la
leyenda Arthus es un personaje histórico, a juicio del sabio Hume, quien, en su
History of England, capítulo 1, dice,
al describir las invasiones sajonas: "En semejante trance, los bretones
del Mediodía solicitaron el auxilio de Arthus, príncipe de les siluros, cuyo
heroico valor sostuvo la suerte de su país contra la ruina que le amenazaba.
Este es aquel mismo Arthus que fué tan celebrado en los cantos de Taliesín y
otros bardos de Inglaterra, y cuyas militares empresas han sido desfiguradas
con tantas fábulas, hasta dar ocasión a dudar de la realidad de su existencia.
Pero los poetas, si bien suelen alterar con
sus ficciones la historia más verdadera, no por eso dejan de tener algún
fundamento en sus exageraciones".
Finalmente, nuestro Clemencín, en sus notas al Quijote, añade que "Monmouth no compuso, sino que tradujo al latín, con algunas adiciones suyas, la historia de Arthus", cuyo original estaba ya escrito, según Aribau, en lengua galesa, esa lengua que, como de origen libio-ibero o atlante, se pierde en la noche de los tiempos, como se pierde, a bien decir, el origen de las leyendas acumuladas en torno a la historia de Arthus, en la lejana penumbra de su prototipo originario, "Alcides", o "el Cid"; es decir, "el Señor", "Arjuna" o "Hércules". El mismo nombre es palabra compuesta de "arktos", osa, y "ouros'" guardián o conductor, cosa que le lleva al lado del de Cer-Froid, "el conductor de la Cierva", mártir trinitario del siglo XIII, quemado vivo en Babilonia, y no mencionado en los martirologios; Gauthama el Buddha, o sea "el sadhú"; "el conductor de la Vaca"; "Bootes", el conductor del Carro del Sol, EL HOMBRE SOLAR EN SUMA, EL SUPERHOMBRE, QUE ES HILO DE ORO ENTRE LOS HOMBRES Y LOS DIOSES. Por eso el profesor Rhys, con gran acierto, le hace la metamorfosis del dios galo Mercurio. Artario, rey de Oberón en la isla encantada de Avalón, donde venció a Trorch- Trwyth, el gato de Lausana, la Bestia Apocalíptica o Bramadora, en el Kame. loe, o Kamaloca, el mundo astral de las pasiones, o el submundo ...
[164] Quien desee más datos acerca de todos estos héroes puede consultar lo mucho que se ha escrito acerca de los libros de caballería, tales como la Biblioteca di romand, de Melzi; la Europa portuguesa, de Faría y Souzas; los Comentarios al "Quijote", de Clemencín y de Pellicer; el Tirante el Blanco, de Francisco de Moraes (1592); el Catálogo de libros españoles y portugueses, de Vicente Salvá; la Biblioteca de Nicolás Antonio (1604); las obras de Mambrino Roseo, Borges (1587); los Palmerines, de Valera (1525); Paduan y Ruffinelli (1533); Mame! (1546); Cronberger (1547); Gregoriis (1576); López de Haro (1580); estos últimos, comentando, según es fama, la famosa obra perdida de cierta iniciada dama portuguesa, especie de madame Blavatsky, quizá, del siglo XV, que probablemente se inspiró en ediciones del Baladro, de Merlín, anteriores a las que hoy poseemos, hechas en Venecia (1480), en Florencia (1495), en Burgos (1498), en París, por Galotre (1508), en Francfort, por Alano de Sila (1603 y 1608), corriendo parejas, además, con las célebres de Nostradamus, Maguncia, Tréveris, y otras tan tramas y llevadas con motivo de la Gran Guerra. (Páginas ocultistas " cuentos macabros, "Biblioteca de las Maravillas", tomo III, capitulo de Lohengrin).
[165] No
acaeció así a escritores como Renán, quien, si no de los iniciados del Viejo de la Montaña, sí supo decir de
sus discípulos los esenios galileos:
"Grecia, en
bien pocas leguas de distancia, tenía a Esparta y a Atenas, dos antípodas, dos
rivales indispensables la una a la otra. Lo mismo sucedía en Judea. El
desarrollo del Norte, menos brillante, fué mucho más fecundo, y las obras Jinás
notables del pueblo judío procedieron siempre de allí. La ausencia completa del
sentimiento de la Naturaleza, que conduce a la sequedad, la barbarie y el
desabrimiento, marcó todas las obras puramente hierosimilitanas con un sello
árido, triste, repugnante. Jerusalén, con sus doctores solemnes, sus insípidos
canonistas y sus devotos hipócritas y atrabiliarios, no habría conquistado a la
humanidad. El Norte, en cambio, dió al mundo la cándida Sulamita, la humilde
Cananea, la apasionada Magdalena, el buen padre adoptivo José y la Virgen
María. Sólo el Norte formó al cristianismo, mientras que Jerusalén fué, por el
contrario, la verdadera patria del judaísmo obstinado, fundado por los
fariseos, consagrado por el Talmud y
que, atravesando la Edad Media, ha llegado hasta nosotros. En el mundo no hay
quizá país más árido y triste que los alrededores de Jerusalén. En cambio, la
Galilea era una comarca fértil, umbrosa y cubierta de verdura, risueña, en fin,
como el verdadero país del Cantar de los
cantares y de las tiernas endechas al "Bien Amado". Durante los
meses de marzo y abril la campiña se cubre de una alfombra de flores de matices
vivísimos y de incomparable hermosura . .. En ningún país del mundo ofrecen las
montañas líneas más armónicas ni que inspiren más elevados pensamientos. El
mismo horrible estado a que hoy se halla reducida esta comarca, sobre todo
cerca del lago de Tiberiades, no puede dar una idea de su antiguo esplendor, y
aquellos países, hoy desolados, eran en otro tiempo paraísos terrestres, y
hasta la hoy horrorosa mansión de los baños del lago, fué, según Josefo (Bell. Jud., lll, X, 8, Y Ant. Jud., XVIII, n, 3) uno de los
sitios más hermosos y de más abundante arbolado de toda Galilea. Los actos más
importantes de la divina carrera de Jesús se verifican sobre dichas montañas.
Allí sentía su mayor inspiración; allí conversaba, muda y misteriosamente, con
los antiguos profetas, y allí se manifestaba ya transfigurado a los ojos de sus
discípulos...".
[166] En
la imposibilidad de dar aquí completa demostración de estos asertos, nos
permitimos remitir al lector al capítulo 1, parte IV, de El tesoro de los lagos de
Somiedo, donde se puntualizan.
Este simbolismo
eterno del consorcio supremo del Alma humana con su Divino Espíritu, que
inmortalizara también a Apuleyo con su leyenda de Psiquis y Eros, está
representado, entre otros mil, en Oriente, con el idilio de Nalo o Nalú, rey de Nisia o Dyonisia y Diamanti, la hija de Bima, rey de Vidya-Arba, .a quien un cisne
sirve de mensajero en sus amores, según se describe en nuestro dicho Tesoro, parte nI, capítulo nI. El Alma
humana, allí representada por Nalú o Luna, tiene que atravesar, antes de
hallar a su divino Esposo, por el terrible juicio de la asamblea Svayambara,
donde tiene que aprender a conocerle, pues que nunca le ha visto, habiéndose
enamorado sólo por oídas, y a distinguirle entre otros seis dioses engañadores
de idénticas apariencias a las de Damianti, Nalu, viéndose perdida, entona,
como la EIsa del Lohengrin, de
Wágner, el Tema de la justificación, para que los falaces
dioses tomen su verdadera forma, mientras que el Amado conserva la suya, como
así sucede. Las pasiones del juego, etc., que extravían a este Amado hasta el
momento en que la Amada le salva, recuerdan en un todo al clásico mito español
de Flores y Blanca Flor, que es tan conocido. El lago de los espantos, como
esotro lago que aparece en dos o tres lugares del Quijote, no es sino el consabido lago iniciático que en capítulos anteriores llevamos visto.
[167] No
es ésta la única vez que Don Quijote se muestra hermano de todo lo existente. En los capítulos XXV y XXVI, parte
primera, por ejemplo, al querer imitar los ascetismos caballerescos del gran
Amadís en la Peña Pobre, empieza con aquella célebre invocación que dice:
"¡Este es el lugar, ¡oh cielos!, que diputo y escojo para llorar la desventura
en que vosotros mismos me habedes puesto; este es el sitio donde el humor de
mis ojos acrecentará las aguas deste pequeño arroyo, y mis continuos y
profundos suspiros moverán sin cesar las hojas deseos montaraces árboles en
señal y testimonio de la pena que mi asendereado corazón padece! IOh vosotros,
quienquiera que seáis, rústicos dioses que en este inhabitable lugar tenéis
vuestra morada, oíd las quejas deste desdichado amante...! ¡Oh vosotras, Nepeas
y Dríadas que tenéis por costumbre habitar en la espesa selva. . o, ayudadme a
lamentar mi desventura, o, a lo menos, no os canséis de oilla!... ¡Oh
solitarios árboles que desde hoy en adelante habéis de hacer compañía a mi
soledad, dad indicio con el blando movimiento de vuestras ramas de que no os
desagrada mi presencial",
Y, aprovechando
luego las cortezas de los árboles y la menuda arena, acaba grabando en ellos
aquellos originalísimos versos que empiezan:
"Arboles, yerbas y plantas
que en aqueste sitio estáis,
tan altas, verdes y tantas,
si de mi mal no os holgáis
escuchad mis quejas santas",
[168] Y
no sólo no existió el progreso, sino que se presentó la más franca decadencia.
El mismo catálogo guía de la Exposición nos
dice:
"De las más
admirables pinturas prehistóricas, que son precisamente las más antiguas, hay
pruebas científicamente comprobadas e indubitables de que corresponden a las
varias edades del Paleolítico superior, siendo más difícil, mas no imposible,
presuponer cuáles correspondan a cada una de las etapas que lo constituyen: aurignaciense, solutrense y magdaleniense, principalmente
a esta edad...
"De todas
suertes, los que pintaron o grabaron en las cavernas de la Cantabria española o
la Aquitania francesa, a veces con tal genial visión de la vida animal y con
tanta libertad de estilo en la factura del dibujo, eran hombres tan primitivos
que no conocían otros instrumentos duros que la piedra tallada. El pintor de
ellas no tenía la menor idea tampoco de la cerámica, y entregado del todo a la
caza para vivir, desconocía en absoluto la agricultura, la domesticación de los
animales y la más elemental edificación de casas... La evidente sorpresa que a
todos produce la contradicción entre el Arte y la vida de aquellos hombres, que
vivían en España varios miles de años antes de que comenzaran las más antiguas
civilizaciones orientales del Egipto y la Mesopotamia, explica, si no
justifica, la incredulidad de los sabios de España misma y de toda Europa,
cuando el primer hallazgo del Arte pictórico paleolítico por el incomprendido
Santuola".
y adviértase a qué
contradicciones no se .ven conducidos nuestros sabios por ese vano empeño de
querer hacer, sin pruebas, más antiguo a todo lo paleolítico que a las
antiquísimas civilizaciones de la Ariana y de la Atlántida. Así, cuando
hablando de los hipogeos jaínos, de Asia, muy anteriores a todo lo paleolítico
europeo, también suelen decir, como se dice en la reciente obra Las Maravillas del Mundo y del Hombre. al
damos los incomparables hipogeos-templos de los jaínos, de los que todo el arte
"troglodita" y "rupestre" no es sino una posterior y
miserable caricatura: "Los jaínos eran unas gentes salvajes, con un gusto exquisito
para la ornamentación", que es como si dijéramos que la exquisitez del
arte reside en el salvajismo, y la civilización, en quedar por bajo del
salvajismo mismo. ¡A qué extraños absurdos no conducen siempre las falsas
promesas, cuya falsedad son precisamente nuestros científicos los últimos en
comprender! Si de lo paleolítico a lo neolítico aquel arte decae, ¿por qué no
ver en lo paleolítico mismo la atlante decadencia?
[169] Es
decir, la iniciación de esos bandidos bhilis
a los que se refiere el capitulo VIII de Por las grutas y selvas del lndostán, gentes que, como los tugs y tantos otros brigantes de todos
los tiempos, tienen su iniciación, y son los más supersticiosos, turbulentos e
intrépidos del Indostán, junto a la Ciudad Muerta de los Montes Vindya.
[170] Como
han abusado los hombres y los pueblos contemporáneos aplicando las sublimes
conquistas de la Ciencia no iniciática a
la tortura y destrucción de la humanidad, con explosivos, gases asfixiantes,
submarinos, etc., etc.
[171] Como
que en muchas de las cuevas cantábricas y aquitanias no media más de 60
centímetros de ancho, que es el mínimo que permite dar paso al cuerpo de un
hombre medianamente corpulento.
Como la vida es, se
quiera o no, una continua iniciación en las verdades y misterios de la
Naturaleza, nosotros, ¿y quién no?, hemos experimentado aquellas angustias al
visitar, por ejemplo, esas petrificadas y
fantásticas selvas del ayer, de las capas carboníferas de las minas. Véase
la descripción de tales angustias que hacemos en el capítulo V, parte nI, de
nuestra obra El tesoro de los lagos de
Somiedo. Véanse también los rituales iniciáticas de todas las antiguas y
nuevas instituciones que, para el examen del candidato en su respectiva
iniciación, emplean pruebas análogas, substituyendo la primitiva falta de luz
del antro iniciático con el vendado de los ojos, el enmascaramiento, etc.,
etcétera, como no ignora ninguno de los muchos que han pasado por tales cosas.
[172] Claro
que lo que a borbollones hervía no era el agua del lago, sino la sangre del
excitadísimo candidato y sus nervios, puestos a máxima tensión en aquellas
pavorosas tinieblas, en las que no veía sino los espectros, sierpes y demás
terrores de lo astral que ve toda
imaginación cuando se desborda por el terror o por la fiebre.
[173] Aquella
manifestación artística -dice el Catálogo de la Exposición- demuestra la
potencia de visión y la frescura de la memoria visual de los cazadores.., Hoy
los sabios están contestes en atribuir sentido supersticioso al dibujo
paleolítico, y se tiene como magia de caza, manera mágica, pintando animales y
dando en el blanco imaginario, de cazar animales y dar en el blanco realmente,
y de procurar su mayor producción y multiplicación. El velo del misterio
supersticioso comporta bien la circunstancia de que en la Cantabria española, y
Aquitania francesa las maravillosas pinturas de animales están puestas en
lugares absolutamente obscuros, sólo y definitivamente visibles con una luz
artificial (que usó el pintor por fuerza), en los recovecos de cavernas, a
veces tan hondas, que una, la de Niaux, en Francia, tiene 800 metros lineales
de desarrollo, En estas obras de Arte, en fin, obsérvese la circunstancia de
que se concibieron aisladas todas y cada una de las figuras, nunca formando
grupos, y, a veces (con frecuencia), pintadas una encima de otra o de otras.
Falta la figura humana, salvo unas siluetas confusas, antropoides, cuyo
parecido con los hombres es lejano, interpretadas como enmascarados (acaso en
ardid para cazar) o como seres diabólicos, quiméricos, acaso genios. En las
cavernas se ven, además, impresiones de manos al natural, en
"negativo" o en "positivo".", y también puntuaciones y
dibujos que se ha pensado representan techos (tectiformes); otros, cual peines
(pectiniformes) , cual escudos (escutiformes), etc. El estilo llamado
naturalista en los animales pintados, lo único admirable, es el mismo y único
en el norte de España y en el sur de
Francia. Es un solo arte, una sola escuela",
[174] Virgilio, Eglogas, VIII, 358; Ovidio, Fastos, I, 579; Cicerón, De república (II, 7 y 8); Tito Livio (Historia, I, 13); Varrón, De lingua latina (IV, 8 y V, 46); Dionisio de Halicarnaso (II, 36); Festo Avieno, Luconedi, y, en general, todos los demás, como iniciados que eran, casi sin excepción, en los Misterios menores en que estas cosas y otras tales así eran tratadas sin velos, o sea, en forma aproximada a como hoy las interpreta la Teosofía en su doble carácter de Ciencia de las Religiones y Religión de las Ciencias.
[175] En
la imposibilidad de desarrollar aquí extremos importantísimos de la Religión, Sabiduría o Kainismo (que no debe ser confundida con
la actual religión jaina, anterior, no ya al buddhismo, sino al brahmanismo).
puede el lector consultar las páginas 57 y siguientes del tomo IV de esta Biblioteca; y en cuanto al dios Jano y la derivación de su nombre
del jeroglífico de IO o ISIS y del signo lingual védico o To,
véase el capítulo IX del tomo II. Séanos permitido, sin embargo, transcribir,
como algo muy relacionado con lo presente, el pasaje del mismo que dice:
"Del jeroglífico de IO puesto en forma de cuadrado con una de sus
diagonales, o sea □, se forma, por descomposición, este otro IAV, que es
de IAN, Juan o Jano, al tenor de la vieja forma griega de la nu o N." El diccionario de
Calepinus, al darnos la significación de esta augusta palabra, nos dice:
"Jano, Giano, Ι’άνος, Apollo, es el Sol, del cual
la Luna, antes lana, recibió el
nombre." Se le llama también Eanus (Henoch,
Eneas) , porque es en sí el Movimiento
Perpetuo, el Peregrino errante (Macrobio, I, I, Saturnus, cap. IX, ex
Nigidio. Muchos le consideran (Cicerón, 2, De
Natura Deorum) , como el Chaos-Theos,
el Seno de donde salen todas las cosas y adonde han de volver, porque esto
es lo que quiere decir su nombre, como dios del Tiempo y del Año, razón por la
cual ha sido también asimilado al nombre de EO (IO). Ovidio dice de él (I Fastos) que, según la historia, fué un
antiquísimo rey divino del Lacio, que ocupó en el campo de Roma el monte que,
por él, se llamó Janículo. Otros aseguran que reinó en Etruria, y otros en
Umbría. El primer templo que se alzó en Italia le fué consagrado. Macrobio dice
de él que fué el propio dios Saturno, quien, desterrado del cielo por su hijo Júpiter,
bajó a vivir entre los hombres, y, expulsado de Creta, recibió hospitalidad en
Italia, donde enseñó la agricultura, artes y ciencias. Fundó también la ciudad
Saturniana (o más bien el culto de Saturno) en el monte Tarpeyo, o sea en el
Capitolio. Vossio, en sus Etimologías, Gallicano
y Lactancio, dicen que allí donde combatió Jano fué llamado Noé (variante de
Enos o Enoch). Por la palabra Jano, se entendió indistintamente el Sol, el Año
y el Theos-Chaos. Se le creyó siempre
por los romanos a Jano el custodio del mundo (padre o jina) , y si bien se le solía representar bifronte, o con dos caras, en épocas más primitivas se le
consideró, como al Brahmâ hindú, como provisto de cuatro, mirando a los cuatro
puntos cardinales, y de aquí janua, la
puerta, ya del mundo, ya del Año (Januarius,
Enero). Es conocedor, por sus dos caras, del pasado y del futuro. Cuando
los sabinos cercaron a la Ciudad Eterna, salió del templo de Jano una corriente
de agua hirviendo que los ahuyentó Era, en fin, este dios el mediador eterno
entre los dioses y los hombres. La Jana, Yana, Gnana o Gnosis, no es sino
"la ciencia de Jano", o sea la ciencia del Conocimiento Iniciático;
la ciencia de Enoichion, o del
Vidente, y las variantes de su nombre son tales que hay una en cada lengua, tales
como las de Jan, Chhan o Kan, Dan, Dzan, D'jan, Jain, Jian, Joan, Kwan, Swan,
Thanos, Thoan, Chohan, todas equivalentes a la más sublime concepción de
"un Espíritu Planetario", un Nazada, un Cabír, etc., etc.
Los Cantos Arvales,
de los que hablamos también en Wágner,
mitólogo, páginas 34-35, no son sino himnos iniciáticos, en los que siempre
se cantaban las excelencias de Jano el redentor: Enos lares juvate... Enos marmor juvato. Las sibilas posteriores
conservaron de ellos no pocos recuerdos, tales como los de aquellos versos que
Terencio Scanzo no pudo traducir. Los Libros
deltoideos ("que hablan de la Δ, sagrada y de los tres mundos") y los en tela o pita del templo de Juno (lana), que es fama inspiraron a Tito
Livio, no son sino una de tantas supervivencias jinas que han quedado por el
mundo.
[176] 3 La mejor edición de Ordculos sibilinos es la de Alexandre
(París, Didot, 2 volúmenes, 1841-1853).
[177] Para
estas cosas del efectivo acuerdo entre sibilas mediterráneas y profetas
lirio-hebreos, puede verse lo que dicen Celso, Juliano y demás terribles
críticos de las mixtificaciones naciefites, llamando "sibilistas" a
los cristianos del corte de los Eusebios y Cirilos. San Clemente de Alejandría,
en\ efecto, presenta a la Sibila, no como pagana, sino como judía. San Pablo,
en el escrito que falsamente le atribuye éste, exhorta a que se lean oráculos
sibilinos sobre el Dios único y sobre lo futuro, y en las Cuestiones ortodoxas que generalmente van impresas a continuación
de las obras de aquél y de San justino, le falta ya muy poco para hablamos (EPístola ad Corint.) de un sulfúreo y
horrible infierno sibilino, con sus fuegos sancionadores del fallo o
"juicio de los muertos" a que todas las almas han de verse sometidas
tras su último día... Martigny, en fin. nos dice que, según el texto de este
Padre de la Iglesia, "estaba convencido de que, en los libros llamados
sibilinos, al par que se condenaban múltiples supersticiones paganas,
encerraban los testimonios más brillantes en favor de la unidad de Dios y de la
divinidad de Cristo, pues que en el libro VIII, párrafo 29 de ellos, se
refieren a este último, cual podría hacerlo la mejor página de los
Evangelios". De esto los Padres posteriores nada dicen, salvo San Gregorio
Naciancen!>. y los cristianos volvieron la espalda a unos libros que tanto
habían admirado y querido.
[178] Jorge Cedreno, en su Chronicon, dice a este propósito: "En el tiempo en que pasaron las cosas que hemos referido (cambio de cultos), cierto Seruch, de la estirpe de Jafet, fué el autor de la costumbre griega, e instituyó el culto de los simulacros, como lo dejó escrito Eusebio, hijo de Pánfilo, porque ese Seruch y los que con él estaban, honraron con estatuas a aquellos de sus mayores que, o por guerreros o por reyes, hablan ejecutado alguna hazaña fuerte y memorable, y los reverenciaron con honores divinos y con sacrificios (esto lo confirma San Epifanio, I, I, Haeres). Pero los sucesores, ignorando que la intención de aquéllos había sido sólo el perpetuar la memoria de los fundadores de su linaje e inventores de sus bienes, los veneraron como a dioses celestiales con honores y sacrificios. Al efecto, inscribían en los libros sagrados el nombre del difunto, y en determinado tiempo celebraban su festividad y su día. Así permanecieron las cosas hasta la edad de Tharé, padre de Abraham. El sapientísimo Sóphocles dijo: "Verdaderamente, no hay más que un Dios, pero los mortales guiados del error, pusieron los simulacros de los dioses para que los preservasen de los males, unos de piedra, otros de marfil, etc., y les hicieron sacrificios.
[179] Cuantos
pormenores de esta obra. que fué dedicada por su autor al rey Felipe V e
impresa, sin pie de imprenta, en 1738, se deseen, pueden verse en diversos
pasajes de De Sevilla al Yucatán, a
partir del capitulo XIV.
[180] Parece
ser que alguno de los antecesores cretenses de este Júpiter, "señor del
mundo", fué, según Huerta, otro Júpiter, hermano de Urano (Uranas), rey de dicha isla mineana y de glorias harto
menores que las de su descendiente asirio. La obra de KIee, Le Déluge, que inserta estos pasajes
cretenses, añade que Diodoro Sículo rechaza esta tradición como cretense,
creyéndola trasladada, con los demás particulares de los diez hijos de Júpiter, desde "la isla Atlántida", la cual
(según el relato platónico transcrito en el capítulo XVI del tomo VI de nuestra
Biblioteca) fué dividida en diez
nomos o reinos entre los diez hijos de Neptuno o Poseidon (curetes o jefes de curia), cuya zona central era la
llanura Idaea, de donde proviene el
nombre del célebre monte Ida.
[181] Diodoro
describe la isla de Panchaya (Ceilán). donde pasó Júpiter, y desde su monte
(Pico de Adán) contempló el cielo. Esto es pura y simplemente el primitivo Mahabharatha, prototipo de todos los
poemas, épicos.
[182] "Tot
(Taut), o sea Hermes, tres veces
grande, o Trimegisto, fué anterior a todas las cosas; él solo comprendió la
naturaleza del Demiurgo y depositó este conocimiento en libros, que no reveló
sino cuando las almas fueron creadas. Comunicó la ciencia a Camefis (Camophis),
abuelo de Isis y Osiris, y concedió a éstos el don de penetrar los arcanos de
sus escritos, parte de los cuales guardaron para sí y parte esculpieron en
columnas, como reglas de conducta para los hombres. Según Manetón, estas
columnas estaban en Enpiadixa El
hebreo Josefo refiere que Set supo por Adán que iba a ocurrir el diluvio de
agua y fuego, y, a fin de que no pereciesen los primitivos conocimientos, sobre
todo los astronómicos, los grabó en dos columnas, una de piedra y otra de barro
cocido (Naturaleza y hombre, o tierra
roja), que aún subsistían en la tierra de Siriad, (Arch. 1, caps. II y
III.)
[183] Damascius,
en su Vita Isidori; Servius, en el
libro I de su Aeneas, y Sydon, en su Apolin in Catena, le llamaron de igual
modo a Saturno-Jano El, Bel, Bolathen,
Baal y Belo, el jefe de los auritas divinos (o jinas), respecto de los cuales dice Maneton que antes de las 19
dinastías egipcias está la de los Auritas divinos y la de los héroes mestreos.
Los primeros le parecen a Huerta análogos a los berberiscos de Auria o los Oritios
del Génesis en las montaña. del
Chair, y los Mestreos están indicados en la Biblia
como Mesrin, descendientes de Cam, quienes, empujados por los hijos de Cus,
llegaron al istmo, al par que los cusitas costeaban el Mar Rojo, y,
atravesándolo, rechazaron al Norte a la raza copta o egipcia, que antes
dominaba en el país de Meroe, en el sitio donde el Astaborra o Tacazzé se une
al Nilo. Este Memnón, que llevó desde Etiopía ejércitos contra Troya (20
ciudades entonces), ¿es EI-Mesaura de Caillaud, templo de Júpiter Hamnon?"
[184] Respecto
de las Pléyades e Hyades, que dieran
nombre a las siete islas Canarias, nos dice Huerta y Vega:
"Tuvo Atlante
siete hijas, llamadas Atlántidas por el nombre de su padre, aunque sus nombres
respectivos eran: Maya, Electra, Taygete, Asterope, Merope, Alcyone y Celeno...
o También se llamaron Nymphas." (Diodo, 1. 4; Arato, in Phenomena.)
Atlante, de Pleyone
u Occeanitide, su mujer, tuvo 12 hijas y un hijo llamado Hyante, el cual fué
muerto por un león o jabalí. Sus hermanas, llorándole, murieron de dolor,
siendo colocadas entre los astros sobre los cuernos del toro. Sus nombres eran
Phesita, Ambrosia, Coronis, Eudora y Polixto. Los griegos las llaman Hyades y
los latinos Súculas. Las demás hermanas se llamaron Pléyades, de plesión, unir. Unos creen que Electra se
dejó de presentar, dolorida por la pérdida de Dardano y de Troya. Otros creen
que Merope se avergüenza de dejarse ver porque se casó con un hombre mortal,
habiendo las demás casado con dioses, por lo cual fué arrojada del coro de sus
hermanas, y trae suelto el cabello, por lo cual se llama Cameta (Hygino, fab. 132. Véase La
Walkyria, en nuestro Wágner
mitólogo).
Las pléyades
descansan sobre los hombros de su padre. Seis casaron con dioses:
"Asterope, con Marte; Alcyone, con Neptuno; Maya, Electra y Taygete, con
Júpiter. La séptima, Merope, casó con Sisyfo, hombre mortal, y arrepentida se
oculta avergonzada." (Ovidio, 1. 4, Fastos.)
[185] "En
la Mauritania, dice Plinio, se cría un árbol llamado Mela o Malva, en la
desembocadura del río Lixus (Hist. Nat., 11,
106), frente adonde se afirma que estuvieron los Jardines de las HesPérides, a doscientos pasos del Océano, junto a.
un templo de Hércules más antiguo, aseguran, que el propio de Gades", y
conviene añadir, continúa diciendo Huerta y Vega, que "mela"
significa, a la vez, "ganado" y "manzana", con lo que
aparece de nuevo el robo por Hércules de los bueyes sagrados (culto de lo) que tenía Gerión.
Hay, añade, dos Hesperias (de Vespera, Occidente): una
España y otra Italia, y para distinguirlas se emplea el singular para ésta y el
plural para aquélla. Entre los muchos atlantes españoles sobresalió Héspero, quien habiendo subido a la cumbre del Atlas,
fué arrebatado por una nube y desapareció, por lo cual, según Diodoro
(libro III, cap. LX) e Hygino (libro II) , asombrada
la plebe por tamaño suceso, le inmortalizó} dando su nombre al más hermoso de
los pla. netas (Venus o Héspero, antiguamente
Usana, Sukra), cosa que no es sino la versión jina de todos esos seres
venustos o semidivinos, como hemos visto, fueron Henoch, Helias (o Elías), Numa
Pompilio, Siineón, Ben-Jocai, etc., quienes cumplida su misión de
"hermanos mayores iniciadores y guías" aquí en la Tierra, eran
arrebatados al mundo de los jinas. Antes de semejante euthanasia, Héspero había
sufrido las persecuciones consabidas por parte de los perversos, y huyendo de
ellas, se hubo de refugiar en Italia, como asegura Higinio (Servio, in I Aeneida). Por causa de tal superioridad
espiritual de los hispanos y galos, que de tal modo conservaban sus tradiciones
jainas o saturninas, se mantuvieron separados cuanto les fué dable, como dice.
Josefo (libro I, Contra Apionem, cap.
XII, v. U), de todos los demás pueblos del Mediterráneo oriental, donde reinaba
soberana la corrupción religiosa de los perversos divinizados estilo
Nabucodonosor, y de aquí el nombre de Sepharad
o Sepheruin} con el que Hesperia
era conocida por los hebreos. Gadir o
Gades, en lengua paena (¿púnica?) significa lo mismo, o sea "vallado",
separación. (Solino, c. 56.) También en Palestina hubo, en tiempos de Josué, un
rey llamado Gader, y una Gader en la tribu de ]udá, que es la Gadaris de Estrabón (libro XVI), a la
que en los paralipómenos se la llama Gador, Gadirica o Cadirica, en fin, es ciudad hispana nombrada por el mismo Platón.
[186] Hay,
en fin, Tanos, en Grecia; Tanais, en el Danubio, o más bien en el
Don; Thanas y Thanatos, la laguna Meotis, y también, según Solino, una isla
británica a la que el venerable Beda llamó Tanetos,
hoy Tenet. También Tanaro es, según Plinio, el río de
Lombardía, y según éste y Tito Livio, Taneto;
Ptholameo menciona a Tanito en la
Galia togada; Plinio hace referencias a los pueblos Tanetanos, y Antonino; en su Itinerario
coloca un Taneto entre Parma y
Regio. Todas estas son citas de Huerta y Vega. En cuanto a nosotros, podemos
agregar la Tancaville de Normandía;
la Tannenverg prusiana, la Tannhauser sueca; la Tánger africana y la Tánger-munda sajona; la Tanroda de Turingia; la Tanos burgalesa; las Tanager y Tanagm italiana y bohemia; el Tanais,
río y ciudad sármata; la Tanaramusa mauritana;
la Tanus hebrea; la Tanitiam del Nilo; la Tanor del Malabaar; la Tanjur del Coromandel, y la Tangut del Uribet.
[187] Uranio,
según Diodoro (1, 2), es el Vulcano latino,
el Hephesto griego y el Horus egipcio, es decir, un hombre
solar, aunque en su originaria acepciói) cosmog6nica conservada por el
sánscrito sea ur-anas, el fuego y el agua primitivos, o sea la Raíz del Espíritu y la de la Materia. El
mismo Diodoro {libro VI), transcrito por Lactancio Firmino (1, 13), nos dice
que, "habiéndose dedicado Uranio a la observación de los astros, predijo
muchas cosas y manifestó al vulgo el orden del año por. el movimiento. del Sol,
y los meses por el curso de la Luna, y señaló ciertas horas a cada año. Por esto,
como la plebe admirase el cumplimiento de los sucesos anunciados, se introdujo
la opinión de que era hombre divino, y así le veneraron a su muerte. Su nombre
le dieron al mundo, lo uno porque se creyó sabía con perfección el nacimiento y
ocaso de las estrellas, y lo otro para que excediese a sus propios méritos la
magnitud del premio".
Hércules dejó dos
hijos. El uno, Uranio, llamado también así en honor de su abuelo, notorio entre
todos los antiguos. El otro, Júpiter, que. reinó en Creta, y que muchos confunden con Júpiter, hijo
de Saturno, que reinó después. Diodoro los distingue con toda claridad al
decir: "Hubo también otro Júpiter, hermano de Uranio y rey de Creta, pero
inferior en gloria al posterior, porque éste tuvo debajo de su imperio todo el
mundo, El antiguo engendró diez hijos, 11. los cuales llamó Curetas, y a la
isla le dió el nombre de su mujer, Idea, muriendo <en ella, y siendo
sepultado, y las ruinas de su sepulcro se ven en nuestro tiempo", (Lib, 3,
c, 71),
[188] Pausanias
(in Bacotic) habla de esta Minerva,
nacida y educada junto :a un lago de la Beocia llamado. Tritón, y de ella se
hace también eco San Agustín (De Dívit,
Dei I. 18, c. 8), diciendo: "En los tiempos de Ogyges se dice que
apareció la expresada Minerva, de edad virginal, junto al lago Tritón,"
"Ogyges, dice Eusebio (in Chron., núm.
236), fundó en la Mica muchas .ciudades. y entre ellas a Eleusina, que antes se
llamaba Acta, en cuyos tiempos apareció una virgen junto al lago Tritón, a la
cual llaman Minerva".
[189] Huerta
y Vega, después de damos esta hermosa fábula, cuida de añadir que Diodoro
restableció la verdad, contra Sanchoniaton, Hesiodo y Apolodom, porque ellos y
Hornero tuvieron sus noticias por los fenicios que ya de antes estaban en España. Sanchoniaton sólo dice (aquel Eusebium)
que por estos tiempos nació cierto Elium llamado
Yphistus, o Hepleston (Vulcano), y una mujer llamada Beruth, y Elium por supuesto, es otro hombre solar, otro ¡ina.
[190] En
este breve postulado, base de todas las enseñanzas iniciáticas, sean
cualesquiera el pueblo y la fecha de ellas, se basa toda ]a Doctrina Secreta tradicional, como puede
verse en el tomo II de la obra de ]a Maestra H. P. B. Si se prescinde de él,
todo es duda y confusión; si se le admite o comprueba, todo, en cambio, es
claridad, porque se abarca desde gran altura mental el vasto panorama de las
cinco grandes Razas-Raíces o
troncales de la Humanidad, que pueden resumirse así, al tenor de la Maestra: La
raza de los Pitris lunares o Antecesores, venidos de la Luna, el astro vecino
verdadero Padre de la Tierra, o sea
la de los Pitris, o padres que, proyectando sus "dobles" o "sombras", dieron lugar a la Raza segunda de los primeros
"hombres", en la Isla Sagrada o Imperecedera, de la que tanto hablan
las teogonías nórdicas, en los días en que ]a Tierra era aún físicamente
inhabitable, si es que puede llamarse "hombres" a unos seres que aún
carecían de cuerpo físico, de mente y de sexo. Estos hiperbóreos o jinas de la
segunda Raza-Raíz, habitadores de lo que hoy son regiones boreales, pasaron a
la Lemuria una vez que, por un verdadero cataclismo en la climatología tropical
de aquellas regiones boreales, debido a un cambio del eje de la Tierra o
"vuelco del carro del Sol”, que dicen las mitologías, empezaron a ser
físicamente habitables las zonas ecuatoriales para los primeros hombres, ya
físicos, con sexo y con mente, mente infantil, cuyas deficiencias hubieron de
suplir paternalmente esos Reyes Divinos, o seres venidos de la Luna, el Sol y
Venus, para salvaguardia y guía de aquellas nacientes humanidades, a las que
fueron enseñando todas las ciencias,
artes e industrias que hoy constituyen el más preciado tesoro de nuestra
civilización.
Acaso habrá más de un lector, ora sectario, ora escéptico, que sonría frente a estas aserciones nuestras, por no tomarse la molestia, bien de consultar aquella obra, bien de consultamos a nosotros verbalmente, ya que son cosas imposibles de tratar por correspondencia, ni aun en libros de relativa extensión, como son los de nuestra Biblioteca.
[191] El
señor conde de Cedillo, bibliotecario de la Real Academia de la Historia, posee
un resto de la reproducción cromolitografiada que hizo el primero para el
Centenario de Colón, y nos ha obsequiado generosamente con dos valiosos
ejemplares de él bajo el título de Códice
Maya Cartesiano. (Edición de 500 ejemplares numerados, hecha, con motivo
del Centenario del descubrimiento de América, en 1892.)
[192] Sistema
de numeración gallego, que debiéramos
quizá decir los españoles, pues que el Gaedhil es la Galicia irlandesa.
[193] Sobre
el genuino alcance matemático-simbólico del "Sello de Salomón",
relacionado con las modernas teorías geométricas del cuadrilátero completo, los conjugados
armónicos, etc., hemos escrito un extenso capítulo en nuestro libro Hacia la Gnosis.
[194] Das Land der lnca in seiner Bedentung für die
Urgeschichte der Sprache una Schrift. Leipzig, 1883, un tomo en
4º. con 456 páginas.
[195] Lo
relativo a este viaje puede verse en De
Gentes del otro Mundo.
[196] Por
ejemplo, una de las cumbres del Atlas marroquí, recientemente ocupada por las
tropas españolas, es la de Tesar o Ti-sar, literalmente "el Señor
It".
[197] ¡Los
desgraciados, por mejor decir, no fueron los de aquella excelsa raza jina de
instructores de los hombres post-atlantes,
sino estos últimos, cuya barbarie aún hoy perdura con máscara de
civilización, karma terrible de las ingratitudes sin fin con ellos cometidas!
[198] Como
que la misma palabra Fenicia viene de
"palma", o sea de los caracteres escriturarios en ogams o mágicos, de los que ya hablamos
en capítulos anteriores.
[199] Este período mítico se inicia velando de un modo creciente y continuo las altas verdades iniciáticas o ¡inos, empezando por la idea suprema del dios sin Nombre y sin Templo, de los tartesios y demás accadios, sustituido poco a poco por los júpiter, Neptuno, Plutón, etc., que ya vemos en la Cosmogonía de Hesiodo y que en los tiempos de Homero ya había sustituido casi a la Primitiva Religión jina, o de la Naturaleza en sus tres aspectos: físico, mental y espiritual. Por eso es aserto unánime de todos los iniciados de la antigüedad el tener a estas últimas cosas paganas como meras fábulas o cuentos de niños, constituyendo "una revelación"; es decir, un "doble o triple velo" de las augustas verdades aquéllas. Velo de Isis más o menos levantado de nuevo en las. iniciaciones en los Misterios. Así nos podemos explicar las duras frases de Pitágoras, Platón, etc., contra aquellos dos formidables poetas, quienes como tales "vates o adivinos" descubrieron la verdad, pero la disfrazaron con el atrayente ropaje de la fábula. Tanto, que "el divino ateniense" llegó a expresar la idea de que "debía coronárseles como a tales y luego desterrarlos de la República". Cantú, como siempre en estas cosas, se equivoca al creer que no era unánime semejante opinión entre los griegos iniciados.
[200] También
hay en lo moral, dígase lo que se quiera, tres clases por lo menos de hombres:
los del hogar (que siguen la santa
ley aria de una honrada, laboriosa y justa vida de familia); los del ágora ("que viven en la plaza
pública siempre", es decir, más de los demás que de sí mismos), y los del suburbio, que a veces es físico
palacio (entregados, como inacionales, a los vicios). Por encima de estas castas morales eternas está la
genuinamente no sacerdotal, sino jina, la de aquellos que en tantos lugares
llevamos ya vistos, y de los que Firdusi, en El Libro de los Reyes (trad. de J. Mohl, t. VII, pág. 104), cuenta:
"Cuando el emperador bizantino Mauricio preguntó al embajador de Chosroes
acerca de los indiati, éste le
contestó: "Son gentes adoradores del Toro y de la Vaca, o sea del Sol y de
la Luna; no creen en Dios ni en que sean los cielos los que giren sobre la
Tierra; no se duelen gran cosa de sus cuerpos; se creen muy sabios y no tienen
por tales a hombres como nosotros".
Suponemos desde
luego que el lector no tomará al pie de la letra esto de "la adoración de
la Vaca", como tampoco creerá que los pelasgo-jinas adoraban a esos
augustos simbolismos que nuestra desaprensión pagana y no pagana califica de
"ídolos", sino que los consideraban como meros símbolos, dado que la
antropolatría, según vamos viendo, es de época histórica posterior y
continuación tristísima del totemismo, característicos
de aquellas gentes postatlantes a las que dichos pelasgos-caldeos hallaron en
estado rayano ya con el de las bestias, cual hoy no pocos pueblos africanos del
interior. De tales gentes y algunas que se tienen por cultas proceden las
habituales frases de las Enciclopedias, como
aquellas relativas al buey Apis, cuando dicen:
"El buey Apis,
al cual se consideraba como la imagen del alma de Osiris, nació de una vaca que
fué fecundada por una divina influencia emanada de la Luna", frases cuyo
alcance ocultista es complicadísimo, como puede colegirse en infinitos pasajes
de los tomos I, II y IV de esta Biblioteca,
donde la Vaca Pentápoda de Gauthama el Buddha y de todos los sadhús hindúes
se presenta con una persistencia que verdaderamente maravilla.
[201] La Armenia es para Occidente lo que el Tibet para el mundo: un lugar central, espiritual, histórica y geográficamente, con sus lagos sagrados de entre el monte Tauro y los mares Negro y Caspio, algunos con nombres tan sugestivos como los de Thospitis (o "pitris"), Urmia (o ur-maga) , de hacia donde nacen esos cuatro clásicos ríos del Araxenus (el viejo río ario), el Phasis ("río del tránsito ario"), el Arsanias (o Eufrates) y el Amido (o Tigris, de la ciudad de aquel nombre). Más hacia el Norte, respaldadas por las alturas del Cáucaso (la mitica mansión de Prometeo o "Pro-mitor", el enviado) y envueltas entre el dédalo de montañas que separan a aquellos dos maress, se ven esas tres mágicas regiones de la Georgia, la Iberia Y la Cólchide o Kalcas, tan íntimamente relacionadas con nuestra Península ibérica en su tipo ario genuino cuanto en su historia entera que muestran a las claras a los moradores de aquélla, pasando en tiempos remotos a ésta (versión ordinaria) , o bien a la inversa (según el mito del retorno de lo hacia Oriente muestra).
[202] Por
donosa "coincidencia" son varias las islas reales, de nombre, sin embargo, jina,
que pueden encontrarse haciendo una minuciosa excursión por el mapa, tales
como la isla fina frente a Mérida del
Yucatán, en México. Pero estas "coincidencias" nos llevarían hoy
demasiado lejos.
[203] Vea
algunas de éstas el lector, si para ello tiene paciencia: Aa-ban, demonio lunar-saturniano; Aah, el Deus-Lunus egipcio; Aah-i,
Aah-ison, monte y río de Persia; Aah-hotep,
esposa de Kamas o Aa-mé, obscuro
personaje egipcio de las primitivas dinastías; Aad, desierto arábigo del Nedjed, celebérrimo antaño por sus aguas (Corán); Aa-him, Charin, Carin o Inca, notabilísima gruta jina y aldea de
Jerusalén, a la que por tal causa se la asigna en ciertas tradiciones de
Palestina como el lugar del nacimiento de ese excepcional jina que se llamó IOANAS, o Juan el Bautista; Aa-him-el-jinum, antiquísima ciudad de
Fez, célebre por su famoso templo primitivo; Aa-is, o Aa-is-is, gran
desierto de Kalahari (África Meridional; Aah-kaba
o kabe, "lugar acuático de
la tentación" para Abraham, Agar e Ismael; Aanas Thoth, patria jino-judea del profeta Jeremías; Aa-rú, "el campo de las mieses
divinas", o Campos Elíseos del Ritual funerario egipcio; Aas-si, el río Orontes; Aa-tzin, arconte, senador entre varios
pueblos y también uno de los fundadores de México en las sagradas lagunas; Aa-yon, río del Chubut argentino; Aba, célebre isla del Nilo blanco,
fuentes armenias (según Estrabón) del Éufrates y del Araxes; Aba y Abas, rey "jina" de Argos; primitivo templo jina de Ceres
o !sis, luego oráculo de Helios-Apolo; nombres de varias ciudades de Fócida,
Licia, Alava, Coruña, Hungría, Italia, Inglaterra, Mauritania, Japón, etc., Aba-bil, el ave fénix mahometana,
insensible al fuego y al agua; Ab-ab-a,
Ab-ab-o, Aba-búnculo, etc., nombre lunar
de todos nuestros antecesores o "abuelos"¡ Abacote, "varita mágica o rabdomante", bastón de mando
de! Gran Maestre del Templo; Aba-rhisi o
el Rishi primitivo de los hindúes, nacido de las aguas; Aba-ton, secreto santuario de Osiris en el fondo del lago Moeris,
según las enseñanzas iniciáticas de los "Philosophes Inconnus" del
siglo XVIII, que tenían a la A, al 1 y al Pez como signos cristianos de
reconocimiento francmasónico; Aba-areca, "el
primer maestro" de los talmudistas babilónicos; Aba-don, aguas del Chaos hebreo; Aba-dir, betilos mágicos lunares fenicios y hebreos; Aba-haitin-euskoi-karaul, comarca del
oculto KaIkas, y ciudad del gobierno de Irkutsk, cuyo nombre es una alusión
clarísima a los "padres" o "instructores" de nuestro viejo
pueblo" vasco o éuscaro; Aba-hai, tribu
mogola de China septentrional; Aba-honda,
gran ciudad hoy aldea del Alto Egipto, con notabilísimos hipogeos
"jinas"; Abai, el nombre
abisinio del Nilo azul; Abaia, lago
africano, y cien otras más, todas de
origen ario, dicho sea con permiso de nuestros filólogos, cuya despectiva
sonrisa acerca de lo que no entienden tenemos ya descontada.
Pero no cerraremos esta nota sin antes consignar un hecho del más alto interés jina; es, a saber, que la palabra Alah, con la que el Cordn designa al Ser Supremo o Dios de otras religiones, admite la variante o temura de Aah-la o Aha-la, el Aanza (campo de los trigos divinos), o sea el Kerneter o Kairn-Aether egipcio, o el Akasha hindú; es decir, el "Campo de Paz", la "Mansión Celeste o Campos Elíseos". Kairn, además, es palabra celta, con la que suele designarse a las mansiones post-mortem o "sepulcros".
[204] Todos
ellos inspirados en el Talmud y el Corán, tales como el insigne Víctor Rugo
en una de sus Orientales, en la que
se inspiró luego, a su vez, César Franck, para su gran poema sinfónico con
piano Les Djinns, que es una de las
páginas orquestales más revolucionarias del profundo compositor belga. Con ese
nombre se encuentran también a cada paso los jinas en los relatos de Las mil y una noches.
[205] Las cinco disciplinas ocultistas según la Maestra H. P. B. (D. S., III, sección X) son gematría (o gramateia) , ternura (o permutatoria) , Notáricon (o taquigrafía) , albath y algath, sobre las que puede verse nuestro tomo IV, página 409. De la palabra notáricon se ha formado la nuestra de notario, o sea "depositario de la fe pública", tabelion y aun arúspice.
[206] Estos
particulares pueden verse en nuestra Evolution
solaire et series astronochimiques. París, 1909.
[207] Por
eso también al río clásico de la India se le llamó Hind o Indo, siendo sus aborígenes
arios unos verdaderos jinas, de los que aún quedan gentes como los todas y otros que ya vimos en el capítulo VIII, gentes que, como tales
jinas, sólo se dejan ver de sus elegidos. Así se cuenta de Darío Hystapes que
antes de introducir sus sabias reformas fué a consultar a aquellos
"hombres ascéticos y sabios" (gimnósofos) , y de Apolonio se dice que
para iniciarse cruzó el Caneann, o Hindu Kinh, en donde encontró a un rey (su Maestro) que le condujo a la
mansión de los sabios (Cantú, Hist. Univ.),
y Bunsen presenta al Khamismo (o
Jainismo originario) "como el testimonio del primitivo parentesco de las
razas semita y aria", cosa natural, puesto que ya hemos dicho que los
semitas son arios expulsados de sus castas, como el mismo nombre de Abraham, "el no brahmán",
indica.
[208] La
mitología completa la fábula de Arisio-Preio, diciendo que Acrisio, desde
Tirinto (culto solar pelásgico), y Preto, desde Argos (culto lunar heleno), se
disputaron el cetro, venciendo éste (aunque de ordinario y por fines de bastardeo
de la Religión Primitiva le suele decir que aquél, cosa verdadera además en
clave cosmogónica en que la Noche
Insondable o Divinidad Abstracta es
sustituida por la Manifestación o
Día). Luego sigue el mito con su hija Dánae encerrada en la torre de bronce,
donde, fecundada por la Lluvia de Oro de Júpiter, nace el héroe Perseo, también
arrojado al mar como viéramos con todos los Moisés, y salvado milagrosamente.
[209] “No
os parece absurdo y horrible -dice nuestro genial amigo Emilio Carrere, en su
reciente libro Almas brujas- que todo
acabe en el montón de Carroña que arrastran las cuatro tablas al espantoso
pudridero? ¡Oh, la emoción infinita de sentimos eternos sobre el abismo de la
muerte! ¡Oh, el consuelo inefable de nuestra esencia divina, romo una lumbre
eterna, como una llama de Dios, sobreviviendo por los siglos de los siglos a la
desaparición de las formas!"
[210] “No
os parece absurdo y horrible -dice nuestro genial amigo Emilio Carrere, en su
reciente libro Almas brujas- que todo
acabe en el montón de Carroña que arrastran las cuatro tablas al espantoso
pudridero? ¡Oh, la emoción infinita de sentimos eternos sobre el abismo de la
muerte! ¡Oh, el consuelo inefable de nuestra esencia divina, romo una lumbre
eterna, como una llama de Dios, sobreviviendo por los siglos de los siglos a la
desaparición de las formas!"
[211] En
efecto, en Centro-América hay también un "Señor de los Bosques". Así,
nuestro sabio amigo de Cartagena de Indias (Colombia) A. Z. López-Penha. en
carta que tengo a la vista nos informa de que en la costa atlántica colombiana
se cree que cada río, torrente o cañada tiene un espíritu que le preside,
llamado mojan o mojana, que le dice se muda del lugar, o sea pasa a un mundo
superior cuando por cualquier causa se ven desecadas sus linfas. Después de
esto continúa dicho amigo: "Respecto de los jinas y de la famosa Vaca
astral, que tanto papel juega en su libro De
gentes del otro mundo, conozco un raro caso acaecido a un vecino de la
ciudad de Barranquilla (Departamento Atlántico), que venía practicando inútiles
sondeos en unos terrenos suyos en busca de petróleo, hasta que cierta vez
hubieron de topar en la trocha o sendero que a éstos conducía con una extraña
vaca que pareció ir trotando y burlándose de ellos largo trecho y que, por de
contado, no se parecía a las demás de su ganadería ni llevaba su marca tampoco.
De pronto, el curioso animal se detuvo al llegar a cierto paraje, cual si allí
esperase tranquilamente a la comitiva, y cuando ésta llegó cerca, he aquí que,
separándose a un lado del camino, desapareció entre unas ínfimas matas, que
ordinariamente no habrían bastado para ocultar ni un bosquezuelo. Mi dicho
amigo de Barranquilla, movido en el acto por no sé qué clase de asociación de
ideas, ordenó que se comenzasen en aquel lugar nuevas catas en busca del
deseado manantial petrolífero, manantial que. con tanto asombro como contento
suyo, no tardó en aparecer con tal abundancia, que hoy es objeto de activa
explotación por una poderosa Compañía norteamericana.
[212] A.
M. Giamella, en reciente artículo, refiere interesantes casos de espejismo jina
en las recientes operaciones del ejército inglés en Mesopotamia, tales como
aquel en que vieron venir sobre ellos y en tropel todo un escuadrón de jinetes árabes ilusorios. Igual
aconteció a los soldados de Napoleón al intentar la conquista del Cairo. De
estos casos del Hada Morgana se
cuentan no pocos también respecto de los buques en alta mar y también respecto
de los aviadores, con detalles que son característicos a la visión
psicométrica, y que en nuestra obra De
Sevilla al Yucatdn, parte II, cap. XX, hemos tratado de conciliar con la
teoría física actual sobre el espejismo.
De esta clase de
fenómenos son también los de las campanas
astrales, como las oídas por Enrique IV de Francia antes de ser asesinado,
y por Tomás Quinay entre el Mar Rojo y Palestina; el de la música sacra, oída por Wilberforce en su casa de campo; el de
los clarines de ciertos desiertos;
los guías y otros fantasmas temibles
de semejantes lugares, como el que vieron Ramsay y lord Linsay en el Wady
Araba, poco antes de la muerte de éste, y, en fin, los infinitos referidos por
H. P. B. con cargo a los relatos de Marco Polo.
Nuestro amigo D.
José María de Huarte y de Jáuregui, de Pamplona, nos ha proporcionado de su
biblioteca un precioso libro manuscrito titulado Memorias " antigüedades
de la M. N. y A. ciudad de Tudela, de Navarra, "copia literal de otro
Ms. que poseía el anticuario de Tudela D. Juan Antonio Femández, muerto hacia
1817, y que era tenido por una de las memorias que de su puño y letra nos legó
el tudelano Ilmo. Sr. D. José Vicente Díaz Bravo, carmelita descalzo, obispo de
Durango de América, cuyo retrato se hallaba en la caja de la escalera principal
del convento de esa orden, de Tudela, al tiempo de su extinción", según
expresa en la introducción su comentador o continuador D. Felipe de Ochoa,
notario real, eclesiástico y castrense de Tudela. El manuscrito en cuestión
procede, según su ex-libris, de la
biblioteca de don Feliciano Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta del
Valle, y en sus páginas 104 a 109 se inserta el pasaje siguiente acerca del
famoso Rabbi Benjamín de Tudela:
"En el reinado
del rey Don Sancho nació en esta ciudad un niño a quien sus padres llamaron
Benjamín. Fué procreado de unos profesores de la Ley de Moisés, que
permanecieron en Tudela después de su conquista. Su apellido fué León, como lo
aseguran algunos que trataron de él, como son Renaudot, en su Relación de Indias; Moresi, en su Diccionario; Calmet, en su Diccionario bíblico, verbo DAVID;
Feijoo, en el tomo II de sus Cartas, y
Bartdocio, en su Biblioteca de los
rabinos. Los historiadores de Navarra todos lo pasan en silencio. En sus primeros años se aplicó al estudio
de las lenguas y a todo género de letras. En el siglo XII ya Benjamín era
tenido entre los hebreos en mucha reputación. Hizo Benjamín un viaje muy
dilatado, y visitó casi todas las sinagogas del mundo, a fin de instruirse de sus ritos y ceremonias, y de los Rabinos
que las dirigían. De todo dió compendiosa relación en un libro que imprimió con
el título de Itinerarium Benjamini
Tudelensis, in qua res memorabiles,
quas ante quadraginta annos fere totum terrarum orbem, notatris itineribus
dimensum, vel iPse vidit, vel a fidedignis sue etatris hominibus accepit,
breviter atque dilucide describuntur". No tenemos noticias de más
ejemplares que de uno que se halla en el Real Monasterio de Fitero.
Moreri, hablando de este libro dice que en él se hallan cosas muy curiosas y verdaderas; que la primera edición fué en Constantinopla, y que ella está algo defectuosa y no muy clara. Arias Montano, habiendo trabajado mucho sobre esta edición, cometió varios errores en la traducción que publicó. El emperador Constan tino dejó orden para que se imprimiera después de su muerte, y así fué hecho en Leyden, y esta edición no es más puntual que las otras, porque está sobrecargada de notas con citas arábigas y hebraicas del todo inútiles.
En el siglo XIII volvió Benjamín de sus peregrinaciones, y en su relación dice cosas increíbles. Refiere que hay en el Asia un reino -un reino jina- todo poblado de judíos, que tiene seis jornadas de ex 'tensión y que lo gobierna, con independencia total, uno de la misma nación, y que el que lo gobernaba en su tiempo se llamaba Anan, y que era descendiente de David. Este tenía otro hermano que se llamaba Salomón y que gobernaba otro reino también de judíos, con independencia de su hermano. Habla asimismo de otros estados y repúblicas judaicas, puramente soñadas, que se gobernaban por judíos con independencia de otros. Que esta relación no tiene verosimilitud, sobre constar en varios textos sagrados, se convence de la tradición universalmente introducida en el mundo, que contesta que los judíos, después de su dispersión, no tienen domicilio ni reino propio, sino que andan prófugos y dispersos por el mundo, en pena de la perfidia de su pecado.
[213] La
Sura LXXII del Corán, consagrada como
otras muchas a los jinas o genios, hace, en efecto, distinción
entre aquellos genios (vers. 1º.) que escucharon atentos una lectura del Cordn, diciendo: "Hemos oído una
lectura extraordinaria", y otros (verso 6º.), cerca de los cuales algunos
humanos "buscan refugio, no haciendo, empero, sino aumentar su demencia
con ello".